Caída

Caída

Bostecé con ganas, llevándome el palmar a la cara para ocultar mi debilidad a mis colegas sadiri. Acostarme tan tarde me estaba matando.

Había tenido la vaga idea de que puesto que era en efecto una adición al equipo sadiri, tendría menos trabajo que hacer que cuando estaba con el gobierno. Al fin y al cabo, allí estaba Joral, Nasiha seguía fuerte, Tarik se mostraba tan diligente como siempre y Dllenahkh los dirigía como siempre. Sin duda el trabajo no iba a multiplicarse para acomodar al número de personas disponibles.

Sí. Lo sé. Parece como si nunca hubiera trabajado en el Servicio Civil.

Cuando Dllenahkh dijo que me tenía en la mayor consideración, no era solo un cumplido con el que consolarme. Eran montones de informes y manuales descargados en mi palmar para que conociera el trasfondo de los temas, asistir a todas las reuniones dirigidas por los sadiri, escribir mi propia contribución al informe de la misión que se estaba recopilando para el gobierno sadiri, y hablar el lenguaje sadiri en todas las ocasiones posibles para «reforzar la comprensión de los matices del vocabulario».

¿Saben que hay unas diez variantes de la palabra sadiri para «hacer lo que es adecuado»? Luego está lo que hay que hacer porque es beneficioso para todos los implicados. Lo que es adecuado hacer porque se ha hecho así durante las siete últimas generaciones. Luego, incluso, está lo que es adecuado porque impresionará a tu superior. Y lo traducen casi siempre por, lo han acertado, «adecuado». Creo que hay una inflexión concreta que significa «esto puede ser o no lo adecuado, pero si yo digo que lo es, tú podrías callarte y seguir adelante». Supe que tenía problemas el día en que Dllenahkh me dijo:

—Sería adecuado si completara el módulo de gramática avanzada a finales del mes próximo.

Y consiguió combinar dos variantes, y aquella puñetera inflexión con solo tres sílabas, elevando un poco el tono y mostrando una sonrisita de ánimo.

No he trabajado más duro en toda mi vida.

Por supuesto, no estaba dispuesta a decepcionarlos. Habían corrido un riesgo al traerme de vuelta al equipo con un gesto ante las narices del Gobierno Central; aunque, para ser sinceros, era menos un gesto ante las narices y más un «vamos a seguir experimentando los traumáticos efectos posteriores del desastre y agradeceríamos cualquier concesión para mantener la estabilidad y familiaridad de nuestras interacciones». Para ser gente que decía que el engaño es inadecuado, les aseguro que los sadiri saben cómo lanzar una o dos frases manipuladoras.

Fracasar sería embarazoso no solo para mí, sino también para la gente que había confiado en mí. De ninguna manera iba a dejar que eso sucediera, pero el día no tenía suficientes horas. El placer cuidadosamente reprimido de Qeturah ante mi regreso se transformó en una leve alarma y al final, después de pasarme casi dos meses enteros observando cómo me venía abajo, asumió su papel de médico y me llevó aparte.

—Tienes un aspecto terrible —dijo con crueldad.

—Bueno, no te preocupes por mis sentimientos —repliqué—. En vez de halagarme, ¿por qué no haces algo útil, como escribirme una buena receta?

Ella me miró durante un buen rato y luego me tendió un paquete de los pequeños parches adhesivos que yo recordaba demasiado bien de mis días universitarios.

—Solo te los doy para una semana. Úsalos con mesura y no vuelvas a por más. Si para cuando se agoten aún no te has ajustado a tus nuevos deberes sin ayuda química, tendrás que encontrar otra solución.

—Es justo.

Tenía sentido. No quería desarrollar tolerancia hacia los parches, y en realidad solo necesitaba un poco de tiempo extra para conseguir acelerar. Los usé casi todos, pero solo en los casos de necesidad más acuciantes. Estaba casi a tono, pero entonces… tuvimos una visita, y la planificación de otra, y una posible introducción de una nueva visita en el calendario, y de repente más trabajo pareció llenar el espacio que se había despejado en mi palmar.

Lo cual me llevó al escenario actual, donde tenía que luchar contra el sueño durante una interminable reunión de madrugada.

Saqué discretamente el último parche de mi bolsillo y me lo puse en el costado con suavidad, dejando que el calor de mi piel activara el adhesivo. El subidón fue notable, pero silencioso. Estaría bien durante otras dos horas, nada más. Sería mejor que valiera la pena.

—¿Puedo compilar los pros y los contras que se han establecido hasta el momento? —pregunté—. Podríamos encontrar una decisión más fácil de tomar con una representación visual del asunto.

Dos horas más tarde, la reunión se acababa y yo me vine abajo. No lo digo de manera figurativa: literalmente me desplomé, me tambaleé y me caí. Me quedé tirada en el suelo, ilesa de milagro, pensé «qué cómodo» y cerré los ojos durante un segundo.

Alcé la vista y me encontré a Joral y Dllenahkh, que me miraban expectantes.

—¿La representación visual, Delarua? —inquirió Dllenahkh.

—Oh, sí —dije, alerta por fin—. Pero no puedo hacerlo sin acompañamiento, ya sabe.

—Por eso estoy aquí —dijo una voz divertida.

Volví la cabeza para ver al bardo y trovador de la Corte Bendita afinando su cítara. Me miraba con una ceja levantada que conseguía ser descarada y sexy al mismo tiempo.

—¡Excelente! —dije, la mar de feliz—. Temía que no hubiera recibido el memorándum.

—Pshhh —descartó él mientras colocaba un mini amplificador en el armazón de madera de su instrumento—. ¿Y perderme un bolo tan bonito como éste? ¡Ni hablar!

Canté las primeras notas del informe para que pudiéramos calcular el volumen, y luego me preparé para empezar en serio. De repente vi a Nasiha y Tarik caminando por una cuerda floja entre un árbol y nuestro t’bren… para alejarse de nosotros.

—¡Eh, amigos! ¿No van a quedarse para escuchar el informe? —pregunté, sintiéndome un poco herida.

Nasiha se rio.

—¡Cuidado con los pies, Grace!

Yo había estado caminando hacia ellos mientras hablaba, pero cuando ella dijo aquello me detuve en seco y me miré llena de pánico los zapatos. No había nada bajo ellos sino aire, hojas, ramas y más aire.

—¡AHHHHHHHHHHH…!

Golpe.

Me desperté con un sobresalto, debatiéndome salvajemente con las sábanas de la cama. Me palpé el costado y localicé el parche. Lo arranqué y estaba a punto de arrojarlo cuando vi tenuemente unas extrañas marcas en él. La luz de mi comunicador de muñeca lo iluminó lo suficiente para que pudiera ver las palabras «VEN A VERME» con la mejor letra de médico de Qeturah. Gemí, apagué la luz del comunicador, aparté el parche gastado y golpeé fastidiada la almohada. Un sueño sobre un hombre guapo no debería terminar con muerte súbita y una nota moralista de tu doctora. Añadamos la vergüenza de haberme desmayado delante de Dllenahkh… Pero estaba demasiado cansada como para que me importara nada. Me enrosqué y me quedé dormida al instante.

—¡EEEEEEEH!

Sabes que es malo cuando caes a la muerte y lo único que se te ocurre como pensamiento final es: «Maldición, grito como una niña».

Golpe.

Choqué, pero no lo hice con el duro suelo, sino con un par de brazos fuertes y un ancho pecho, todo ello conectado a una forma y un rostro que conocía bien.

¿Qué demonios? ¿Dllenahkh?, pensé.

—¡Mi héroe! —exclamé mientras él remontaba el cielo, y me llevaba en brazos.

Esto está mal y es un error, intenté decir. ¡Suéltame, idiota! Sé volar sola.

No salió ninguna palabra para romper el silencio, pero él frenó y aterrizó en el borde de un acantilado que asomaba al océano. Había una abrumadora puesta de sol en Technicolor en la línea del horizonte, y el aire estaba cargado del olor de la espuma de mar. Me depositó con suavidad en el suelo, mirándome a los ojos con una intensidad de sabio que sugería algún pesado análisis de datos o la resolución de algún problema que tenía lugar en aquel complicado cerebro. De nuevo con amabilidad, me ladeó la barbilla con el nudillo de un índice doblado, cerró lentamente los ojos y acercó sus labios a los míos.

Y la luz se fue.

Cuando abrí los ojos, fue para ver los hermosos y mundanos postes de un refugio de campamento sobre mi cabeza y sentir un jergón oficial bajo mi espalda. Gemí. ¿Fundido en negro? ¿Cuándo se habían fundido en negro mis sueños eróticos? Ahora que lo pensaba, ¿cuándo se habían vuelto mis sueños eróticos tan pastelosos y para todos los públicos? Uno de los efectos secundarios eran los sueños extraños y alucinantes, pero aquel era raro sin más. No quise insistir en lo que estaba haciendo mi subconsciente, así que me erguí y decidí empezar el día.

Me desperté un poco más lavándome con agua fría, me vestí y salí al exterior. Lian estaba cerca, junto a un hornillo de campo, y había buenos olores en el aire.

—Qeturah dijo que debería dejarte dormir, así que te he mantenido el desayuno caliente.

Con una floritura, Lian descubrió un plato de tortitas.

Observé la escena desconfiando por un momento, esperando a que Lian empezara a cantar o las tortitas echaran a volar, pero cuando todo permaneció en sus cabales, murmuré con sentido alivio:

—Dios te bendiga.

Y me senté. El estómago me rugía.

—¿Qué hora es, por cierto? ¿Y dónde está todo el mundo? —murmuré entre bocado de tortita y sirope.

—Terminando la visita a Piedra —respondió Lian, agitando vagamente una mano hacia el sur—. Es la hora de almorzar. La lanzadera debería regresar pronto.

—¡Ha sido rápido! —dije—. Sabía que era solo un asunto de cortesía, puesto que tenemos muchos datos sobre ellos ya, pero creí que íbamos a quedarnos una noche, no hacer un viaje en un día.

Lian me dirigió una mirada asombrada.

—Eso hicimos.

—¿Hacer qué?

—Nos quedamos una noche.

—¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Sin mí?

—Tómatelo con calma. Nadie espera que te recuperes inmediatamente de tu ordalía de ayer.

Fruncí el ceño.

—¿Qué ordalía?

Lian pulsó el comunicador de muñeca, le susurró furiosamente durante unos pocos segundos, y luego me miró de nuevo con una sonrisa que rebosaba pánico por los bordes.

—¿Te gustaría volver a acostarte?

Veinte minutos más tarde la lanzadera había regresado. No fueron las miradas de preocupación lo que me molestó, ni las cejas alzadas. Fue la velocidad con que Qeturah, Dllenahkh, Nasiha y Tarik me llevaron a una mesa médica y me llenaron el cráneo de sensores.

—Eh, amigos, ¿le importaría a alguien explicarme qué va mal?

—¿Qué es lo último que recuerda? —preguntó Dllenahkh tranquilo mientras Qeturah rodeaba la mesa ajustando cosas, Nasiha comparaba las lecturas del monitor con los datos que mostraba su palmar, y Tarik escrutaba furiosamente su propio palmar, tal vez buscando textos de referencia.

—Estuvimos reunidos hasta muy tarde debatiendo sobre la posibilidad de incluir a los Clanes Viajeros en nuestro calendario, dada su baja puntuación genética y su fuerte retención de las tradiciones sadiri. Uh, quería hablar con ustedes de eso. Saben que los cygnianos necesitan más sueño que los sadiri, ¿no? Porque creo que he estado descansando poco, y por halagador que pueda ser que me incluyan en todas las discusiones, tal vez podría leer solamente los resúmenes más tarde y añadir una nota expresando mis puntos de vista.

—¿Nada después de eso? —preguntó Qeturah, agitando con amabilidad un escáner ante mi campo de visión.

—Bueno, aparte de algunos sueños muy vivos y un sueño no muy reparador, lo siguiente que recuerdo es el desayuno de esta mañana. Que, por cierto, no tuve posibilidad de terminar. ¿Puedo terminar mi desayuno, por favor? —empezaba a sentirme irritada.

Retiraron los sensores y me guiaron solícitos a un asiento, cosa que solo me hizo sentirme más furiosa. Dllenahkh se sentó frente a mí y dijo con tranquilidad:

—La reunión a la que se refiere tuvo lugar no anoche, sino anteanoche.

—¿He perdido un día? —dije, incrédula.

—La amnesia es uno de los posibles efectos de las medicinas que te administraron —dijo Nasiha.

—¿Que me administraron? ¿Que me administró quién? —pregunté con brusquedad.

Ella le lanzó una mirada fugaz a Qeturah, quien a su vez le dirigió a Dllenahkh una mirada sombría. La boca de Dllenahkh se tensó, y luego su expresión se volvió neutral una vez más mientras me hablaba.

—Preferiríamos evitar decirle qué sucedió ayer para que podamos estar seguros de que cualquier recuerdo que regrese sea del hecho en sí y no de nuestra narración.

—Es posible que las drogas sigan interfiriendo con su hipocampo —dijo Qeturah de inmediato, a modo de distracción.

—¿Qué? —pregunté, picando el anzuelo.

—Esa es la parte del cerebro relacionada con la formación de la memoria a largo plazo —aclaró ella.

—Oh, sí. Ha pasado mucho tiempo desde que estudié neuroanatomía en primero —murmuré.

Me quedé quieta un momento. Repasé mi cuerpo, agité los dedos de los pies, flexioné los de las manos, y me pasé la lengua por los dientes. No sentía ningún dolor ni achaque. Fuera lo que fuese que me había pasado, no había sido dañino de un modo que pudiera sentir. Me relajé un poquito.

—Bueno, el hecho de que no me hayan evacuado me consuela un poco —empecé a decir.

—Es curioso que lo mencione —dijo Qeturah con tono ominoso—, porque ahora mismo estaba pensando en esa opción.

—Estamos al borde del desierto. ¿Dónde está el neurólogo más cercano? Mírenme, puedo caminar y hablar y me encuentro bien.

—Eso es lo que dijiste ayer —murmuró Lian, sin poder evitarlo.

Qeturah miró a Nasiha y Dllenahkh. El silencio de Nasiha me parecía desacostumbrado en ella, y la expresión de Dllenahkh mostraba un ligero enfado.

—Un día —me dijo Qeturah, todavía mirando a los dos sadiri como si les pidiera permiso—. Un día más, por si es todo lo que hace falta para que el resto de la medicación salga de tu organismo. Para entonces estaremos camino de Mordecai, y allí tienen instalaciones médicas decentes.

Eso fue satisfactorio. Volví a mi comida.

Pasé la tarde reflexionando sobre lo que había pasado. Parecía curioso, y no particularmente agradable, tener ese gran agujero en mi vida del que todo el mundo parecía saber menos yo. Las miradas preocupadas empezaban a hacerme mella. Saqué una libreta anticuada y pequeña que Qeturah me había dado cuando todavía intentaba que me «pusiera en contacto con mis sentimientos» con respecto al asunto de Ioan, y anoté lo que pude recordar de mis extraños sueños. Entonces fui a ver a Nasiha al refugio que compartía con Tarik.

—Creo que tuviste mucho que ver con lo que sucedió —le dije a las claras—. Nunca te he visto tan callada. ¿Puedes decirme algo?

Ella agachó un poco la cabeza, lo suficiente como para evitar mirarme a los ojos.

—Hasta que tu memoria regrese, creo que no debería.

La miré. Llevaba ropas civiles más a menudo desde que fuimos de compras, quejándose de que el uniforme de maternidad del Consejo Científico no era «ni cómodo ni bonito».

—¿Dónde está el broche del gato? Siempre lo llevas.

—Ya no lo tengo. Por favor, Delarua, no hagas más preguntas. Lo siento.

Tarik, que había estado trabajando en silencio a unos pocos metros de distancia, soltó de pronto su palmar, se levantó con cara de pocos amigos y salió.

Asistí a la reunión de evaluación de Piedra (lo que quiere decir que me senté allí y nadie me hizo marcharme), pero la conversación a menudo pareció esquivarme como si fuera una simple observadora. Como de costumbre, tomé notas para mis propios informes, pero algo me hizo tomarlas más a conciencia que de costumbre: grabaciones de audio y vídeo, varios archivos adjuntos y también pequeñas notas personales para todo lo que me parecía extraño o significativo.

Por primera vez en mi vida, experimenté un fuerte deseo de permanecer despierta hasta tarde con los sadiri.

—Bien —le pregunté a Joral—, ¿qué hacéis cuando los demás estamos dormidos?

—El consejero y yo estamos estudiando la cultura cygniana —respondió—. Literatura, arte, cine, historia… Es muy interesante. Anoche empezamos una serie sobre cine pre holo.

—Oooh, ¿clásicos?

—Remasterizados, en su mayor parte —admitió Joral.

—¿Remasterizados? —Me llevé la mano al corazón con una agonía que era fingida solo a medias—. Filisteos. Entonces bien puedo irme a dormir —dije, y bostecé por quinta vez en otros tantos minutos.

Por si acaso, le di a Lian el diario sobre los sueños y señalé qué carpetas de mi palmar contenían mis notas más recientes. Luego me fui a la cama, y me quedé dormida mucho antes de lo que esperaba. Por supuesto, aquello significó que pude despertarme lo bastante temprano como para despedirme de Dllenahkh en el aeropuerto para tomar una lanzadera, aunque se me escapa por qué tuve que salir con aquella niebla húmeda e insana. Para empeorar las cosas, iba vestido de forma extraña y solo decía tonterías.

—Yo también tengo un trabajo que hacer. Allá adónde voy, no puede seguirme. No puede participar en lo que tengo que hacer. Grace, no se me da bien ser noble, pero…

—¿Pero? —insté, con verdadera curiosidad—. No fueron así las cosas, ¿no?

Él parpadeó y dijo en tono más normal:

—¿Tiene algún sentido «ser noble» en esta situación? No estoy convencido de que sea la mejor opción. —El leve ceño fruncido se despejó de su rostro, que pareció encogerse mentalmente de hombros y luego me ladeó la barbilla con el índice—. Te estoy mirando, nena.

Inclinó la cabeza hacia la mía y de nuevo, como no era de extrañar, la escena se fundió inmediatamente en negro.

—¿Qué es lo que pasa? —murmuré en voz alta.

—¿Delarua? ¿Estás despierta?

Me estiré, enganchándome los pies en la fina manta de mi camastro.

—Sí, más o menos. ¡Oh, rayos! —Me erguí de repente—. ¡Nasiha! Lamento haberme quedado dormida, pero ya viste cómo estaba anoche en la reunión. Era imposible que acudiera a la meditación esta mañana.

Ella me observó en silencio desde la silla donde estaba sentada, no lejos de mi camastro. Por supuesto, ya estaba vestida, y tenía en la mano un escáner médico que sostenía como si estuviera a punto de blandirlo en mi dirección.

—¿Qué reunión fue ésa, Delarua?

—¿No la recuerdas? ¿El tema de los Clanes Viajeros? —repliqué, sorprendida.

—Ya veo —dijo ella, marcando su comunicador.

Muy poco después, un grupito se congregó en torno a mi cama: Nasiha, Dllenahkh, Qeturah y Lian. Me envolví avergonzada en la manta y los miré boquiabierta.

—¿He perdido dos días? —dije incrédula.

No discutieron. Nasiha me mostró las lecturas médicas con la fecha sellada. Lian accedió a mis notas en mi propio palmar y me mostró el principio del diario de sueños con mi propia letra. Me levanté, arrastrando la manta detrás de mí como si fuera una toga mal envuelta, y caminé en braguitas y camiseta interior, mirando los datos en mis manos y absorbiendo la información.

—He perdido dos días —dije con voz débil. Regresé a mi cama y me senté, tirando al suelo todo lo que tenía al lado y pasándome aturdida una mano por la cara—. ¿Qué es lo que sucede? ¿Qué me está pasando?

—Creemos que algo está perturbando tu capacidad para formar recuerdos a largo plazo —dijo Qeturah—. Cada vez que te duermes, tu consciencia se reinicia desde el último acontecimiento que hubieras almacenado en ella. Tal vez lo cause un mal funcionamiento de…

—El hipocampo, sí, lo sé —musité—. Pero eso no explica por qué recuerdo todos mis sueños.

Qeturah y Nasiha hablaron al mismo tiempo.

—¿Cómo sabes eso?

—¿Recuerdas tus sueños de anoche?

Alcé la cabeza, sorprendida por su intensidad.

—Sí, sé lo de la memoria y el hipocampo. ¿No me lo dijiste en algún momento, Qeturah? Y, sí, recuerdo tres sueños de anoche, pero dos de ellos están descritos en ese diario. Tres sueños en una noche es más que suficiente, así que creo que debo de estar recordando la noche anterior.

—Formación subconsciente de memoria. Es lo que pensaba —dijo Qeturah, triunfal—. Sí que te hablé del hipocampo ayer, Grace. Dijiste que habías estudiado neuroanatomía básica, pero que lo habías olvidado.

La cabeza me daba vueltas.

—Dame un momento. Podré pensar con más claridad una vez esté vestida de la manera adecuada. Te lo prometo, después iré directamente al laboratorio.

Pero no lo hice. Mientras organizaba mis pensamientos, se me ocurrió una extraña idea. Nunca había visto Casablanca. Había oído hablar de ella, por supuesto, y había leído muchas críticas, pero verla… nunca. Ese antiguo material en blanco y negro era para los pirados de las películas, y a pesar de mis burlas a Joral, yo no era uno de ellos.

Me acerqué a su refugio en busca de información para poner a prueba mi hipótesis.

—Joral, dime, ¿qué películas visteis anoche, y la noche anterior?

Él alzó una sorprendida ceja.

—Anoche vimos la primera adaptación cygniana de Casablanca. La noche anterior, vimos un remake en 3-D de Supermán, que es famoso por sus efectos especiales interactivos. Si quiere acompañarnos esta noche, estamos pensando en ver ET: El extraterrestre original.

No era una gran sorpresa. El cine cygniano, tanto el pre holo como el holo, está lleno de alienígenas benignos y refugiados de la guerra y el desastre.

—Gracias, Joral —sonreí—. Me lo pensaré. Dllenahkh, ¿podríamos hablar afuera?

Nos alejamos un poco del campamento hasta llegar al borde de una pequeña planicie y contemplamos un enorme paisaje yermo. Me recordó la vez que estuvimos acurrucados juntos, viendo a los perros de las sabanas en sus madrigueras. Ahora estábamos contemplando un desierto rocoso, con las bajas torres de Piedra levemente visibles en la neblina de fina arena y calor. Lamenté no haber podido ver de cerca la ciudad.

—Así que han estado viendo un montón de películas antiguas —miré a Dllenahkh—. Dígame… ¿alguna vez me imagina en ellas? O más bien… ¿a nosotros?

Se produjo un profundo silencio. Dllenahkh se volvió para mirarme directamente, con una expresión a caballo entre la alarma y el rubor.

—¿Por qué lo pregunta?

—No sea tímido. El superhéroe que coge a la chica que cae. Rick que se despide de Ilsa. ¡Eso es lo que he estado soñando, y lo que Joral y usted han estado viendo!

Palideció y todo.

—Eso sugiere que he estado influyendo en sus sueños.

—Peor. ¡He estado soñando sus pensamientos! Y ya que estamos, ¿qué pasa con esos estratégicos fundidos en negro? ¿Tiene algo en contra de que la gente se bese?

—Lo tengo —dijo él de pronto—. Comprendo lo que le está sucediendo y sé cómo corregirlo. Rápido, vamos al laboratorio.

Podría intentar explicar cuál fue la explicación detallada, pero ¿por qué molestarse cuando se puede acceder al estudio firmado por Qeturah, Nasiha y Tarik? Basta decir que los medicamentos que me habían suministrado habían alterado mi química cerebral, con el resultado de que mi hipocampo ya no almacenaba la memoria a largo plazo a través del cerebro. Todo se estaba almacenando exclusivamente en el giro hipocampal, que es la región del cerebro responsable de la telepatía. Da la casualidad de que también es la región a la que parezco incapaz de acceder de manera consciente, y por eso tengo nulos resultados en capacidad telepática. Sin embargo, al añadirse otros productos químicos del parche estimulante, me había convertido en una telépata de manera subconsciente. Estaba leyendo la mente de Dllenahkh desde lejos en mi sueño. ¿A que mola?

—¿Y qué vamos a hacer al respecto? —les pregunté, después de que me repitieran dos o tres veces la explicación detallada.

—El consejero va a intentar repararlo cuando entres esta noche en sueño REM —dijo Nasiha, recuperando en su voz algo de su habitual vigor y confianza—. Accederá a los recuerdos de tu giro hipocampal y ajustará tus neurotransmisores para volver a comenzar a almacenar memoria de la forma habitual.

Miré a Qeturah para confirmarlo, pero ella se limitó a sacudir la cabeza, impotente.

—Me pierdo con todo este asunto de la telepatía, Grace. Vas a tener que confiar en Dllenahkh.

—Bueno, eso está hecho —dije tan tranquila.

Era poca cosa, pero en el momento en que lo dije Tarik dirigió una breve mirada a Nasiha, y luego se retiró una vez más tras su capa de corrección.

Como solo había una mesa de reconocimiento y espacio limitado, pusieron un jergón extra en la lanzadera y nos rodearon de sensores para grabar el inaudito hecho. Luego conectaron los controles medioambientales, apagaron las luces y cerraron la puerta. Durante un momento, se vio el brillo del palmar de Dllenahkh mientras se sentaba en el camastro y hacía algunas anotaciones de última hora. Al final lo apagó, y la oscuridad fue absoluta. Oí el jergón crujir levemente cuando se sentó.

—¿Va a permanecer despierto toda la noche? —dije en voz baja.

—Si es necesario… —respondió él con el mismo tono.

—Puede que ronque —advertí tras una pausa.

—Intentaré no escuchar —dijo él, divertido.

—¿Pasa algo entre Nasiha y Tarik?

Tal vez pareciera una pregunta chismosa, pero se produjo con el tono quejumbroso de una niña que se pregunta por qué papá y mamá están discutiendo.

—Tarik lucha por encontrar el modo adecuado de abordar cierto asunto. Nasiha está preocupada por él. No les pasará nada, Grace.

Hubo una larguísima pausa durante la cual el silencio resonó con fuerza en mis oídos demasiado despiertos.

—¿Va a contarme lo de los besos o no?

Suspiró de manera audible.

—Supongo que era demasiado esperar que se olvidara de eso. Besarse no es una costumbre sadiri. Nos parece… antihigiénico. Sin embargo, gran parte de los idilios terrestres parecen centrarse en esa práctica, hasta el punto de que se puede rechazar a los compañeros potenciales basándose tan solo en la falta de eficacia en este asunto.

—Bueno, es bastante antihigiénico —admití—, pero hay variaciones, ya sabe, que van desde un beso en la mejilla al muerdo total donde se hace sangre. Hay un montón de culturas terrestres que no encuentran atractivas las versiones extremas.

—¿Dónde está usted en el espectro de preferencias? —preguntó él.

Durante un momento tuve una especie de tropezón mental que me hizo alegrarme de que Dllenahkh no hubiera conectado todavía conmigo: ¡Me está preguntando cómo me gustan los besos! Entonces me controlé.

—Supongo que soy un poco tranquila para los baremos urbanos. Prefiero un enfoque sin fluidos, solo humedad mínima como mucho. —Me enorgullecí de mi tono clínico—. Hum… ¿Tiene su cultura alguna alternativa a los besos?

Lo oí incorporarse, lo sentí tomarme la mano derecha. Me abrió los dedos con amabilidad y volvió mi palma hacia él. Abrí la boca para decir: «Ah, sí, esa cosa que hacen Nasiha y Tarik». Pero las palabras murieron en mi lengua.

Primero se limitó a tocarme las yemas de los dedos con las suyas, lo cual fue bastante agradable. Entonces me recorrió los dedos con suavidad, moviéndose lentamente, un leve rumor de sensación desde la parte delantera de mi mano, un cálido cosquilleo hacia atrás. Por último, colocó su palma en la mía.

—¡Ohh! —exclamé, iluminada y embelesada.

Fue como luz cálida y dorada…, no el dorado callado de finales de la tarde, sino algo más afilado y metálico que conducía su propia electricidad a lo largo de los nervios de mi mano directamente hasta mi cerebro y por todo mi cuerpo. Hubo un ondular como una risa fresca, un arrebato más solemne como un suspiro profundo y contenido, luego un reconfortante ir y venir como el mecer de una ola del mar…, muy tranquilizador…, muy relajante…, muy…

—… Qué bien que me haya llevado a la cama, consejero —dije, escondiendo mi desazón bajo un tono de broma.

Recuperé la memoria, brillante y afilada como un cuchillo, pero extraña como un déjà vu en un salón de espejos rotos.

—A veces se nos olvida que la mayoría de los cygnianos necesitan al menos ocho horas de sueño —dijo Dllenahkh a modo de disculpa mientras soltaba la última maleta en el vestíbulo del hotel—. En el futuro, intentaremos que nuestras reuniones se produzcan a una hora más conveniente y en un marco de tiempo más breve.

—No haga promesas que no pueda cumplir, consejero —dije con una sonrisa burlona. Entonces, para mi desazón, vi a Qeturah mirar en mi dirección como si estuviera pensando si hablar conmigo en público o no. Decidí no darle la oportunidad. Fue cuestión de un instante escabullirme del hotel con Nasiha, con la excusa de hacer una rápida parada en la ciudad para echar un vistazo al mercado de artesanía cercano.

No había reparado en el grado de protección que otorga la ropa. En circunstancias normales, Nasiha habría llevado puesto su uniforme azul del Consejo Científico y yo uno de mis uniformes del Servicio Civil, pero las dos nos habíamos puesto ropas de civil que habíamos comprado en esa región. Por eso debieron de pensar que éramos presa fácil.

En un momento caminábamos por la calle y al siguiente desaparecimos, arrastradas a un callejón, con asfixiantes trapos empapados en algún sedante sobre la cara. Nasiha era demasiado fuerte y demasiado rápida para ellos. Vi como el hombre que la agarró salía volando por encima de su cabeza. En ese punto, perdí por completo el conocimiento.

Cuando recuperé el sentido, mi cuerpo estaba paralizado. Pude sentir la vibración de un coche aéreo, pero no fui capaz de abrir los ojos ni de moverme. Oí gritos y el sonido de pies a la carrera, y entonces sentí la súbita presión de un rápido despegue. Me debatí y al final abrí los ojos, justo cuando me cogían por los tobillos y las muñecas y me sacaban por la puerta abierta del coche que se elevaba.

El coche aéreo no se había elevado mucho, quizá no más de cinco metros. Si hubiera podido mover los miembros, habría temido como mucho alguna contusión, o una muñeca rota, quizá. Pero estaba flácida e impotente, y esperé sentir mis huesos romperse y mi cráneo aplastarse contra el duro suelo.

Pero no fue eso lo que sucedió.

Choqué, no contra el implacable suelo, sino con un par de fuertes brazos y un amplio pecho, todo ello conectado a una forma y una cara que conocía bien.

Me has salvado, le murmuré mentalmente a la presencia.

Por supuesto, respondió él, pero por debajo de la calma estaban el miedo y el asombro de haber llegado justo a tiempo.

¿Nasiha?

La vi, el chal desgarrado y el rostro furioso, dando vueltas impotente en un callejón ahora vacío mientras la banda huía entre las estrechas aberturas entre los edificios, como ratas escurriéndose por un laberinto. Vi una imagen de Tarik ante el hotel, el rostro pacífico un momento, luego espantado de horror antes de salir corriendo instintivamente para encontrarla a través del vínculo telepático que compartían. En tres minutos, Lian y Dllenahkh aparecieron con un vehículo de tierra y lo recogieron. Tarik encontró a Nasiha, pero fue Dllenahkh quien me encontró a mí, buscando con todas sus fuerzas para sentir mi consciencia aturdida, tan débil como el zumbido de las alas de un colibrí.

Me mostré irracionalmente animada cuando los efectos de la droga se disiparon.

—¡No puedo recordar nada! —dije con alegría—. ¡Mírenme, puedo caminar y hablar y me encuentro bien!

Qeturah me reconoció, frunciendo el ceño ante sus instrumentos cuando estos confirmaron mis palabras.

—Muy bien. Pero no vas a venir con nosotros a Piedra. Pasarás veinticuatro horas de descanso y observación.

Creo que Nasiha se habría quedado conmigo… si Tarik no hubiera intentado ordenarle que lo hiciera. Al final fue Lian quien se ofreció a observarme.

—Pobre Tarik —dije, pensando en sus silenciosas muestras de furia y comprendiendo por qué motivo incluso un sadiri, sobre todo un sadiri, podía quedar casi incapacitado por el miedo con respecto al bienestar de su esposa y de su hijo nonato. El miedo era como caer…

… caer a través de la oscuridad… caer eternamente…

… porque no había nada hacia lo que caer. El espacio profundo no tiene gravedad, no tiene solidez. Solo se giraba impotente en el vacío, lleno de miedo.

Lo que la vida comienza, la muerte lo debe terminar…

… pero tanta muerte tenía su propio pozo de gravedad, imposible de escapar, una tumba abierta que había borrado a millones de la existencia: amigos, desconocidos, enemigos, amantes…, convirtiendo la pérdida cotidiana en pérdida total.

Él caía, y por eso lo cogí, agarrándole la muñeca cuando el arco de su órbita pasó junto a mí. Lo tiré al suelo y lo volví de lado para que pudiera ver la enorme luna plateada que se alzaba sobre el horizonte. Toqué la yema de su índice con la mía, encendiendo un brillo dorado, y puse la mano sobre su corazón mientras susurraba el tópico eterno para todos aquellos que ya no tenían voces para decírselo.

La luz de la puerta de abertura de la lanzadera me despertó. Ellos entraron de puntillas.

Shhh, indiqué con una mano, y señalé el jergón.

Su mano sujetaba levemente la mía, el pecho subía y bajaba con suavidad. Dllenahkh dormía.