Asunto inconcluso
—Pase —dije, sombría.
Nasiha entró en mi habitación.
—Llega tarde a la práctica de meditación.
Yo estaba sentada en mi cama en ropa interior, rodeada de ropa: el negro formal del Servicio Civil, verde camuflaje, diversas piezas y retales que ya no eran relevantes en mi vida.
—No encuentro nada que ponerme —dije.
Ella miró el montón, luego me miró a los ojos.
—Tal vez tenga algo que le siente bien. También tengo dificultades con mi vestuario. Hoy vamos a ir de compras.
Bajé a desayunar vestida con unos pantalones propios y una camiseta interior, y una túnica sadiri que me había prestado Nasiha. Me serví un plato de comida y un tazón de chocolate caliente, pero antes tuve que prepararme para enfrentarme a la mesa donde estaban sentados Qeturah, Fergus y Lian. Dllenahkh me murmuró al lado:
—Hace una mañana soleada y cálida. Deberíamos sentarnos fuera.
Lo seguí, ocultando mi cara en el tazón para tomar un sorbo mientras pasábamos ante mis antiguos colegas. Fuera, el día era glorioso y empezaba a ser ya sofocante, pero con un viento fresco llegado del mar que suavizaba la humedad. Nos sentamos cerca de Nasiha y Tarik, y no tardó en unírsenos Joral. Comí y bebí, ligeramente consciente de la conversación en sadiri, pero sin prestar atención a lo que se estaba diciendo.
—¿Son ustedes sadiri? ¿Sadiri de verdad?
La pregunta, algo sorprendida, procedía de un chiquillo de unos siete años que estaba de pie en la acera delante de nosotros. Tenía el pelo marrón oscuro, liso y de punta, brillando al sol de la mañana.
—Los he visto en los holos.
Todos dejaron de hablar y se concentraron en el niño, los rostros casi sonrientes.
—Sí —respondió Dllenahkh, inclinándose levemente hacia él—. Todos somos sadiri. ¿Tú también lo eres?
El niño sonrió y sacudió la cabeza con vigor, encantado con la pregunta. Parecía dispuesto a decir algo más, pero una niña que caminaba unos diez metros por delante lo llamó a gritos, con la expresión propia de una exasperada hermana mayor.
—¡Date prisa o llegaremos tarde!
El niño hizo una rápida reverencia, inclinó la cabeza, y los sadiri respondieron gravemente antes de que echara a correr para reunirse con la niña. La mirada de Dllenahkh era melancólica, quizás incluso triste, mientras lo veía marchar.
—¿Tiene hijos, Dllenahkh? —pregunté con curiosidad. En el momento en que terminé de pronunciar esas palabras me quedé allí de piedra, con la boca abierta de horror, demasiado avergonzada de mí misma como para comenzar siquiera a pedir disculpas. Aunque era cierto que podría haber tenido hijos fuera del planeta, seguía siendo una pregunta imposible de responder para cualquier sadiri. Habían muerto tantas familias…
Su expresión me tranquilizó.
—No hay necesidad de inquietarse, Delarua. Nunca he tenido hijos. No se presentó la oportunidad.
Estaba claro que había un leve tono de pesar en su voz. Nasiha debió de captarlo también, pues dijo con firmeza:
—Sigue estando en la flor de la edad, consejero. Debería hacer de ello una prioridad después del final de la misión.
Dllenahkh le dirigió una mirada que me recordó en parte a la divertida irritación de Lanuri cuando lo manipularon, y en parte a mi propia respuesta al comentario de Joral de que era «demasiado mayor». Sonreí, y recordé la revelación de Qeturah cuando nos dijo que Nasiha había empezado a interesarse en mis capacidades reproductivas. Las hormonas del embarazo sadiri deben de ser feroces.
—Gracias por su consejo, comandante, pero debe recordar que en fechas recientes he estado ayudando a mitigar las consecuencias de los intentos demasiado apresurados de establecer uniones entre parejas de los jóvenes sadiri de la colonia. Si hiciera algo similar estaría dando un mal ejemplo. Antes prefiero ver muchos nichos en una casa sadiri estable que varias uniones concebidas de mala manera y produciendo un hijo por pareja. A ese fin, la felicito por su situación —y aquí inclinó graciosamente la cabeza—, y deseo que tenga muchos más retoños en el futuro.
Lo hizo con elegancia, tanto más por ser sincero. Nasiha parecía (no había otra forma de describirlo) llorosa. El rostro de Tarik mantuvo la admirada expresión de un hombre que está tomando notas mentales detalladas para futuras referencias. Yo oculté una sonrisa, y me pregunté cómo había aprendido Dllenahkh tan bien a alabar el ego femenino.
Por supuesto, el que Nasiha estuviera de buen humor significaba que estaba en buena forma cuando tocó ir de compras. Nada más llegar descubrió el mejor bazar del puerto, cargó un mapa en su palmar y empezó a hacer una lista en voz alta de sus objetivos para la expedición.
Me froté la cabeza y traté de encontrar las palabras adecuadas.
—Ah, Nasiha, no estoy para derroches. Solo dispongo de un mes de paga por despido, y no debería tocar mis ahorros hasta que encuentre otro trabajo… y un apartamento también, ya que el mío está subarrendado durante unos cuantos meses más.
—No se preocupe. Tengo en mente solo unos cuantos atuendos sencillos, que sean adecuados para la vida diaria y el trabajo.
Me rendí y dejé que Nasiha se pusiera en modo madre. Me envolvió en una larga saya blanca que llevaba por encima de un hombro, y cogió el equivalente a una semana de camisetas interiores de colores básicos. Escogió dos faldas cortas, una larga y dos pares de pantalones a juego con túnicas estilo sadiri, y seleccionó dos vestidos largos, cualquiera de los cuales podía pasar por atuendos formales con los accesorios adecuados.
—Al fin y al cabo —dijo sin pestañear—, puede que el vestido que le regalaron en la ópera no resulte adecuado para todas las circunstancias.
Yo me cambiaba de ropa una y otra vez, mientras calculaba frenética cuántos créditos costaba, pero cuando me acerqué al vendedor este se encogió de hombros y dijo:
—La señora ya lo ha cargado a su cuenta.
Me dirigí al lugar donde estaba Nasiha. Miraba con desdén un vestido con un gran encaje delante.
—¡Nasiha! ¡No puede pagarme todo esto!
Su expresión se volvió artísticamente sorprendida.
—Es más eficaz cargar todos los artículos a una sola cuenta, sobre todo porque tengo una paga de maternidad para el propósito específico de comprar ropa nueva. Ya zanjaremos el asunto entre nosotras en otro momento. Tengo entendido que es una tradición cygniana comprar regalos didácticos a los niños apadrinados, ¿no?
Me sentí bloqueada, y se me notó en la cara porque sus ojos adoptaron esa expresión tan sadiri de satisfacción cuando dijo:
—Ahora, los accesorios.
A estas alturas yo había empezado a sentirme como si de verdad estuviera utilizándome como práctica para las hijas que pudiera tener. Encontró un broche para mi chal, lo cual fue muy sensato; seleccionó dos cinturones, lo cual fue práctico, y luego dudó sobre varias peinetas decorativas, lo cual era francamente innecesario.
—¡Míreme, Nasiha! ¡Tengo el pelo así de corto! —exclamé, mostrándole mi pulgar y mi índice separados un centímetro.
Ella me examinó.
—Sí. Creo que debería dejárselo más largo.
Compró las peinetas.
Me di cuenta de que no podía pararla, así que intenté divertirme, señalando chales y túnicas y vestidos para su propio vestuario. Mientras ella estaba en el probador, me escabullí para comprar algo a toda prisa, y lo aparté hasta que fuera el momento adecuado.
Con todo, traté de razonar.
—Dice que podremos zanjar esto más tarde, pero no sé cuándo la volveré a ver. ¿No regresará a Nueva Sadira después de esta misión?
Ella miró a la distancia, la expresión meditabunda.
—No lo sé.
No fui capaz de contestar a eso. Ella me miró, y luego volvió a examinar el tejido del vestido que estaba pensando en comprar.
—El consejero nos ha invitado a quedarnos en Cygnus Beta. Cree que Tarik y yo ayudaríamos a promover la imagen adecuada de la vida familiar sadiri.
—Bueno, es cierto —dije con sinceridad—. Necesitan muchas más mujeres aquí… y no me refiero solo a esposas futuras. Mujeres que puedan ser hermanas, tías, y abuelas. Tal como están, son medio pueblo.
—El consejero y usted piensan de modo muy parecido. Ha pedido que vengan mujeres mayores a las colonias de Cygnus Beta.
—Me alegro por él. Muy bien —sonreí con profunda satisfacción. Era bueno saber que Dllenahkh no había puesto todas sus esperanzas en la misión de búsqueda de esposas.
Nasiha eligió un vestido, lo puso en mis brazos junto con los demás que le estaba sosteniendo y empezó a examinar otro atuendo.
—Tiene usted una consideración especial hacia el consejero.
Me reí ante su tono casual.
—Oh, no, eso sí que no. Sea lo que sea que haya pensado, sean cuales sean las especulaciones con las que Tarik y usted se hayan entretenido, no tenemos esa clase de relación.
Otra vez esa rápida mirada.
—Pero podrían. Ya están muy unidos, en más de un aspecto.
Sentí un retortijón de advertencia y aparté la lengua de mis dientes, por si se acercaba demasiado a asuntos que no podía discutir.
—Ya oyó lo que le dijo —repliqué—. Tiene que darles buen ejemplo a los sadiri más jóvenes. No puede casarse con cualquiera… y, desde luego, no con una exfuncionaria caída en desgracia.
—Solo lo menciono porque… ¿quién sabe cuándo se volverán a ver?
Me quedé quieta, medio oculta por la ropa que tenía apilada en los brazos y alegre por eso. Aquello dolió. Dolió de verdad. Había aceptado que mi carrera estaba acabada y que tendría que dejar la misión para encontrar otro trabajo, pero no había prestado atención al hecho de que nunca volvería a trabajar con Dllenahkh.
—¿Delarua?
—Lo echaré de menos —admití, la voz algo apagada—. Pero eso no es motivo para casarse a lo loco. Nasiha, me sorprende. ¿Es por…? —no podía decir «las hormonas»—. ¿Es porque está…? —tampoco podía decir «embarazada»—. ¿Por qué menciona esto exactamente?
Ella me quitó la pila de ropas y me miró como si fuera estúpida.
—Es obvio que él también la tiene en la más alta consideración. Me daba la impresión de que los cygnianos estaban acostumbrados a los matrimonios concertados.
La seguí hasta el vendedor.
—Dentro de lo razonable, Nasiha, dentro de lo razonable.
—¿No le parece físicamente atractivo, tal vez?
Me imaginé llevándome las manos a las orejas y tarareando a voz en grito, luego descarté la imagen y traté de actuar como una adulta.
—No encuentro objetable al consejero de ninguna forma ni manera, Nasiha, pero de verdad… Si encuentra algún otro modo, como por ejemplo que trabaje para él en las granjas como asesora independiente o algo… Eso sería fantástico.
Era la pista falsa perfecta. Descargó las ropas para que las pasaran por el escáner y se volvió hacia mí con súbita y veloz energía.
—Eso le gustaría, ¿no?
—¡Claro que sí! —exclamé—. De esa forma, todo el mundo sale beneficiado, no se toman decisiones a la ligera y continuamos más o menos como antes.
Ella entornó ligeramente los ojos mientras me miraba.
—La creo, aunque solo sea porque ha conseguido discutir sobre el tema del matrimonio sin recurrir una vez a la defensa lucha-o-huye.
—Bueno, tengo que darle las gracias por eso —dije de corazón—. Oh, y por cierto… —rebusqué en mi bolsillo y saqué lo que había comprado cuando no estaba mirando: un hermoso cierre en forma de gato para su chal—. Me pareció que podía ser adecuado… —Sacudí la cabeza y lo intenté de nuevo—. Es práctico, pero también un recordatorio… Oh, al infierno. No soy sadiri… No tengo que lanzar un discurso formal solo para decir que te aprecio. Toma.
Con esas elocuentes palabras, se lo puse en el chal.
Ella lo rozó suavemente con la yema de los dedos.
—Gracias —dijo en voz baja—. Lo atesoraré.
Comprar ropa nueva fue catártico. Reuní todo el material que me habían asignado, lo metí en la mochila de campo y lo llevé a mi reunión con Qeturah al día siguiente. Cuando ella lo vio pareció sorprendida, luego dolida. No comprendí por qué. No obstante, se repuso y pronto nos liamos a discutir cómo y cuándo transferirle a Lian los archivos e informes de la misión, pobre Lian, que iba a tener que pasarse vida y media empapándose de todo el trabajo que yo había estado haciendo. Supuse que Fergus tendría que ser el único encargado de seguridad, para aliviar la carga de Lian. Podrían haber contratado a alguien nuevo, pero con la misión ya más que medio terminada, me imagino que no era factible.
—Bien —dije con alegría—. Me aseguraré de que Lian lo reciba todo dentro de diez días, algunas cosas parciales y otras completadas como hemos acordado aquí. Gracias, doctora Daniyel. Ha sido un honor trabajar con usted.
Me levanté y le tendí la mano. Ella la estrechó, confusa.
—La veré en la cena, ¿no?
—Tal vez. Pensaba acostarme temprano, ya que mi lanzadera parte mañana a primera hora de la mañana.
—¿Se marcha? —Parecía aturdida.
—Yo…, eh…, creía que de eso se trataba —dije, en absoluto sarcástica. Yo también empezaba a estar confusa.
—Creía que viajaría con nosotros hasta que llegáramos a la siguiente ciudad importante, tal vez Chukai, dentro de un par de semanas, después de nuestra siguiente parada prevista.
Fruncí levemente el ceño.
—Le aseguro que le enviaré todos los documentos a Lian dentro del plazo especificado.
—Eso no es… —Se calló, suspiró y se frotó las sienes—. Muy bien. Le deseo lo mejor, Delarua.
—Lo mismo les digo a usted y el resto del equipo, señora —repliqué.
Las noticias viajan rápido. Lian fue el primero que me acorraló después de la reunión.
—¿Te marchas mañana? —Había una clara nota de reproche en su tono.
—Lian, vosotros os marcháis mañana también. Ya no trabajo para el gobierno, ¿recuerdas?
—Creía que te quedarías con nosotros durante algún tiempo, para enseñarme algunos procedimientos de laboratorio y ese tipo de cosas —dijo Lian, casi quejándose.
Suspiré. Al parecer no era la única para quien las cosas se venían abajo.
—Lian, confía en mí. Por tu protección y la mía no deberíamos trabajar en un laboratorio a la vez.
—Podrías apelar —insistió Lian.
—No, no, creo que mi confesión hizo que el caso fuera bastante sólido. Además, las apelaciones tardan una eternidad y prefiero seguir con mi vida. Lo siento.
—Yo también lo siento —dijo Lian, y entonces, para mi sorpresa, me dio un fuerte abrazo.
(Sí, lo sé, ¡y no, no voy a decirlo! ¡Si tanto quieren saberlo, vayan a preguntárselo a Lian ustedes mismos!).
—Fergus lo siente —dijo Lian, dando un paso atrás.
—No, no lo creo —reí.
Lian sonrió débilmente.
—Bueno, tienes razón. Pero debería sentirlo. Le salvaste el culo de una inútil resistencia final.
—Nunca le he caído bien. Soy demasiado frívola para él —dije, hablando con la suficiente ligereza como para dejar claro que no me molestaba.
—Está celoso —dijo Lian, con rudeza y sin avergonzarse—. Dice que me he vuelto todo risitas y tonterías desde que empecé a frecuentar tu compañía.
—Tu risa no es tonta —dije, indignada—. Es burlona. Lo sé bien: a menudo he sido blanco de ella.
Nos reímos un instante. Ayudó.
Todavía sonriendo con tristeza, dije:
—Cree que soy una burócrata del tres al cuarto, y la doctora Daniyel piensa que soy un elemento incontrolable. Fui demasiado lejos, o no fui lo bastante lejos. Empiezo a pensar que solo soy una idiota.
—¿Qué piensan los sadiri? —preguntó Lian con su típica picardía.
Vacilé un momento, y luego sonreí con más franqueza.
—Me aventuraría a decir que piensan que mis acciones fueron completamente faltas de ética, pero enormemente adecuadas.
Despedirme de los sadiri fue difícil porque tenía que aparentar estoicismo. Nasiha tenía todos mis detalles, y yo sabía que volvería a verla de nuevo, junto a Tarik, y quizá como madrina también. En cuanto a Joral y Dllenahkh…, ¿había algún motivo profesional para que volviéramos a asociarnos? No estaba segura. Me despedí de ellos al final de la tarde. Se relajaron lo suficiente como para estrecharme la mano, y Joral incluso pareció un poco preocupado. Pero Dllenahkh se mostró bastante frío e imperturbable, y por algún motivo eso me molestó. Puse la excusa de que tenía que hacer las maletas y me di la vuelta para volver a mi habitación.
—Delarua, ¿podríamos hablar un momento?
Me di media vuelta. Para ser completamente sinceros, el hecho de despedirme no era lo único que me hacía sentirme extraña cerca de Dllenahkh. Había una vocecita en mi cabeza que decía, burlona: «No encuentro objetable al consejero de ninguna forma ni manera», acompañada de una imagen cómica de mí misma diciendo «tra-la-rá» con las manos en las orejas.
—Tengo algunos asuntos que discutir con usted. Agradecería que considerara la idea de cenar conmigo esta noche. Tengo entendido que hay un restaurante no muy lejos de aquí que está especializado en cocina ntshune.
—Claro —contesté, encogiéndome de hombros como por casualidad, haciendo caso omiso de la pequeña sensación de agobio que había en mi pecho. Solo para asegurarme, alcé más mis escudos mentales.
En el momento en que estuvimos sentados en el restaurante, todo volvió a la normalidad. Él quería mi opinión sobre su idea de llevar mujeres mayores a Cygnus Beta, y era un concepto tan interesante que me olvidé de sentirme molesta. Hablé de la importancia de los abuelos en los grupos familiares, la estabilidad que las sociedades sadiri parecían encontrar en el modelo matriarcal, y la necesidad de imitar lo máximo posible la estructura social de Nueva Sadira para animar una experiencia cultural paralela para los sadiri de Cygnus Beta. Él escuchó con atención, jugando ausente con sus utensilios mientras comía, y en un momento se quedó tan absorto que se echó atrás, se llevó la mano a la boca y me lanzó una intensa mirada. Creo que acababa de sugerir que potenciáramos los aprendizajes a corto plazo de los jóvenes sadiri en el Consejo Científico Interplanetario, el Servicio Galáctico Extranjero y la Judicatura Galáctica, para sacar a los nuevos padres del servicio activo durante el tiempo suficiente para pasar los años formativos con sus hijos antes de optar (o no) al reingreso en el servicio.
—Me dijo una vez que son ustedes tan pocos que deben pensar en sí mismos como una familia —dije, casi en un susurro—. Bueno, esto es la prueba de ello. Entiendo que los otros sadiri no puedan encontrarles esposas, pero ¿podrán pasar sin familia?
Él asintió, lenta y largamente, de un modo que parecía indicar que estaba de acuerdo en más que mis últimas palabras.
—Recuerdo que hace unos meses me advirtió de que los sadiri debían tener cuidado con la sensación equívoca de superioridad. He pensado mucho al respecto, y he llegado a la conclusión de que aunque la superioridad pueda ser nuestro defecto más obvio, no es el más peligroso.
Hizo a un lado su plato, apoyó los codos sobre la mesa y me miró con seriedad.
—Creo que nuestro principal defecto, y lo reconozco en mí mismo, no es que nos consideremos a nosotros mismos superiores, sino invencibles. Esto nos hace difícil pedir ayuda, incluso a los nuestros.
Bajó la mirada y empezó a juguetear con el mantel de la mesa, una separación de su habitual autocontrol que resultó a la vez enternecedora y preocupante.
—Nos enviaron a Cygnus Beta, nos dijeron que era por el bien de todos los sadiri. ¿Qué podíamos hacer? Fuimos con valentía, convencidos de nuestra capacidad para superar cualquier prueba… No, decididos a hacerlo así. El fracaso era impensable.
Dejó quietas las manos y exhaló un profundo suspiro.
—No hay más que empezar conmigo mismo, para dar ejemplo. Tengo una proposición que hacerle… —Y alzó la mano y sonrió débilmente—. No es, déjeme que me apresure en añadir, del tipo que le encantaría a la comandante Nasiha, sino una que creo que no la decepcionará de ninguna de las maneras. En varias ocasiones ha demostrado usted sus conocimientos referidos a la sociedad sadiri. ¿Estaría dispuesta a continuar trabajando para nosotros en esta misión?
Mi corazón dio un brinco, pero solo durante un momento. Había tenido tiempo de reflexionar sobre mi comentario casual a Nasiha, y veía las dificultades.
—Diría que sí en un instante, Dllenahkh, pero no es tan sencillo. Lo que he hecho…, robo de material genético… Tengo prohibido trabajar en el Gobierno Central y en el gobierno local. Podría trabajar en las granjas a nivel privado, pero esto es una misión gubernamental. No puedo aceptar.
Y allí estaba, aquella pequeña autosuficiencia.
—Somos conscientes de esto. Sin embargo, la colonia sadiri en Cygnus Beta se encuentra en una posición única. Aunque, por supuesto, estamos sometidos al Gobierno Central en lo relativo a la administración de las granjas, se nos ha concedido una autonomía única que le deja la responsabilidad final de los colonos al gobierno de Nueva Sadira. Nosotros la seleccionamos para esta misión. Podemos volver a contratarla.
Me quedé boquiabierta. Era demasiado bueno para ser verdad. Él se dio cuenta y trató de inyectar algo de cautela.
—No tengo la última palabra. Debe ser entrevistada y evaluada antes de que se tome una decisión. Pensé que, si no ponía usted objeciones, podríamos tomar la lanzadera de la mañana a Karaganda, una ciudad con excelentes instalaciones para teleconferencia. La entrevista tendría lugar a primera hora de la tarde, y tendríamos nuestra respuesta al final del día.
—Entonces… ¡sí! ¡Por supuesto, sí! —tartamudeé.
Solo Dios sabe cómo dormí. Estaba hecha una piltrafa, oscilando entre dulces sueños y horribles pesadillas sobre los posibles resultados. Dllenahkh y yo nos levantamos temprano y, para mi gran placer y leve sorpresa, meditamos juntos con Nasiha, Tarik y Joral antes de nuestra marcha a la estación de lanzaderas.
El viaje a Karaganda se hizo más corto gracias a una necesaria cabezada, y luego llegó la hora de una breve parada en un hotel para tomar un almuerzo ligero, refrescarnos y cambiarnos antes de la entrevista. Dllenahkh no se alteró cuando llegó a mi habitación y me encontró todavía tratando de decidir qué ponerme. Me aconsejó con gravedad, tranquilizó mis preocupaciones sobre el estado de mi pelo e incluso me ayudó a colocar el chal sobre mi cabeza y mis hombros, y le abrochó el cierre.
—Una pieza poco corriente —observó. Advertí que su mano se había detenido en el broche, que tenía la forma de un ruiseñor.
—Nasiha lo escogió para mí.
—Muy adecuado.
—Nasiha tiene un gusto excelente —convine.
Me eché una última mirada en el espejo, tan tranquila y recta como cualquier sadiri. Entonces retorcí las manos con gesto semiteatral y las sacudí.
—Míreme. Ni siquiera estaba así de nerviosa en mi primera entrevista para un puesto gubernamental.
Dllenahkh me hizo darme la vuelta y me cogió las manos. Su contacto fue amable, muy cálido y sumamente tranquilizador. Me hizo permanecer inmóvil con una sola mirada, esperando hasta que vio que mi ceño fruncido desaparecía, mis hombros se relajaban y mis labios ensayaban una sonrisa.
—Tengo la mayor consideración hacia usted, Grace. Estoy seguro de que no he errado en mi valoración de su carácter.
—Gracias, Dllenahkh —susurré.
El centro de conferencias era tecnología punta: tenía que serlo, para ofrecer una recepción tan clara de Karaganda a Ciudad Tlaxce. Eso significó que tuve que recordarme que no debía menear los pies ni retorcer los dedos con la errada creencia de que no me veían del todo. Me hallaba de pie y sola en la cabecera de la mesa de reuniones, esperando a que apareciera el holo de mi entrevistador. Cuando lo hizo, vi que ya se había sentado, e indicó con un gesto con la cabeza y un amable movimiento con la mano que hiciera lo mismo. Me senté con toda la elegancia que pude y esperé con paciencia a que hablara primero, como corresponde a una persona mayor.
Pues era mayor, envejecido por los años y más, con una pena atemporal en los ojos que hablaba de la pérdida galáctica de mucho más que un solo planeta. Me recordó a los monjes de las tierras del bosque, pues mantenía las manos dentro de las largas y anchas mangas de su túnica y llevaba la cabeza rapada. No sonreía ni fruncía el ceño, pero había una extraña relajación en su rostro que me hizo preguntarme si la dignidad sadiri se templaba después de largos años de uso.
—Grace Delarua —dijo, pronunciando mi nombre no a modo de saludo, sino musitando para sí—. Hábleme de usted.
—Trabajé para el Gobierno Central, señor —dije—. Soy biotécnica de formación, pero de un tiempo a esta parte he estado haciendo trabajo de enlace con los sadiri. Así es como acabé en esta misión, ayudando a los sadiri mientras investigan distintas sociedades cygnianas para comprobar si ha sobrevivido algo de Sadira. Pero creo que ya lo sabe usted, señor.
—Sí —dijo él, pronunciando lentamente el monosílabo—. Eso era para romper el hielo, si quiere. Dígame, Grace Delarua, ¿le gusta trabajar con los sadiri?
¿Un anciano sadiri, hablando de «romper el hielo»? Me sentía tan aturdida por sus esfuerzos para tranquilizarme que estuvo a punto de surtir el efecto opuesto, pero continué con valentía.
—Sí, señor. Son gente eficaz que no se anda con tonterías, y por eso es fácil trabajar con ellos.
—Entonces… ¿no siente mera lástima por ellos?
—¿Lástima por ellos…? ¡Oh! —tardé una décima de segundo en darme cuenta de que se estaba refiriendo al desastre—. Bueno, estoy segura de que todos queremos ayudar tanto como sea posible, señor, pero no creo que esa sea mi principal motivación. Trabajaría con ellos aunque Sadira no hubiera sido destruida…, pero entonces ellos no tendrían motivos para soportarme.
Torció los labios, pero donde los de Dllenahkh habrían regresado rápidamente a una línea disciplinada, los suyos contuvieron una leve curva ascendente de humor, hasta que volvieron poco a poco a la posición profesional por defecto.
—Con respecto a sus acciones en Kir’tahsg, ¿cómo las juzgaría ahora?
Pronunció las palabras con perfecta naturalidad, pero el ambiente se tensó. Me di cuenta de que aquella era, en cierto modo, la pregunta por cuya respuesta me habían llevado allí. No había más opción que la sinceridad.
—Un amigo me dijo una vez que sentirse invencible lleva al error de no pedir ayuda. Me parece que he cometido ese error más de una vez, y tal vez lo haya vuelto a cometer. Comprendo la decepción de la directora porque no tuve fe en su capacidad de encargarse del asunto del modo habitual. Podría haber pedido ayuda, o consejo, en una etapa anterior, cuando las cosas todavía podían salvarse. No lo hice. Actué como si yo fuera la única persona capaz de hacer el trabajo. Eso fue, en retrospectiva, un error.
El grave gesto de asentimiento no reveló nada: fue tan perfectamente neutral como lo había sido la pregunta.
—Pero… —dije lentamente.
Una ceja se alzó en silencio, invitándome a continuar.
—Pero soy terrestre en la mayor parte, lo que significa que a veces no hago lo que es sensato o metódico, ni siquiera lo adecuado. A veces escucho a mi intuición. Lo siento, señor, pero eso es lo que soy, y al final todo lo que puedo hacer es aceptar la responsabilidad de las consecuencias.
Se pierden un montón de claves por holovídeo, como confiar de manera inconsciente en la empatía cuando estás cerca de los demás, pero no pude pasar por alto el calor de su mirada.
—Gracias, Grace Delarua. Eso será todo. ¿Me haría el favor de decirle al consejero Dllenahkh que se reúna conmigo un momento?
Me levanté, incliné la cabeza y luego salí algo confusa para transmitirle el mensaje a Dllenahkh, quien estuvo allí dentro mucho más tiempo que yo. Cuando salió, parecía enormemente pensativo y un poco inquieto.
—¿Cómo es que ha tardado tanto? —pregunté ansiosa—. ¿Ha cambiado de opinión?
—No, no —me aseguró Dllenahkh—. No hablamos de usted para nada. El cónsul es… un viejo amigo. Estuvimos hablando de otros asuntos.
Lo miré con atención.
—Ah… Dllenahkh, no puedo evitar advertir que parece un poco… inquieto. ¿Seguro que todo va bien?
Él asintió con firmeza, aunque sus ojos eran distantes y estaba claro que tenía la cabeza en otra parte.
—Sí. Todo está perfectamente.
Ese tipo de certeza parecía muy familiar. Yo misma la había empleado a veces.
—¿Quiere hablar de ello?
—No creo que… —empezó a decir, luego se calló y finalmente me miró a los ojos—. Lo haré si puedo. Algún día, pero no ahora.
—Muy bien —accedí. Ayudó que pareciera más sobresaltado que alterado, como si la noticia que hubiera oído fuera más sorprendente que inquietante—. Y ahora —continué, cambiando de tema—, ¿cómo vamos a distraernos hasta la noche?
Resultó que Karaganda tenía también excelentes museos y galerías de arte. Pasamos un agradable par de horas antes de que el comunicador de Dllenahkh sonara justo cuando íbamos en busca de una cafetería. Se detuvo en la acera, me dirigió una rápida mirada y lo abrió para contestar. Sus respuestas fueron breves y nada reveladoras, pero algo en la manera en que irguió la espalda y alzó la cabeza, algo en su lenta absorción de aire y la expansión de su pecho, todo apuntaba a un resultado positivo.
—¿Estoy dentro? —pregunté alegre mientras él cerraba el comunicador.
—Han consultado con el Gobierno Central y con la directora, y aunque no puede realizar ningún tipo de investigación científica…, sí, está dentro. La han asignado como agregada cultural mía mientras dure la misión. Después de eso…, ya veremos.
Agaché la cabeza y dejé escapar una risa larga y suave de puro alivio.
—Así que aquí estoy, de vuelta donde empecé, trabajando de nuevo con usted.
—¿Le gustaría decírselo a Nasiha, o lo hago yo? —preguntó él con voz alegre, todo lo cantarina que puede conseguirlo un sadiri—. Si elige las palabras con cuidado, podría conseguir que empiece a planear nuestra boda, o quizá los preparativos para los compromisos de nuestros hijos.
—Nasiha me asusta a veces —dije con ironía, luego volví a echarme a reír, incapaz de evitarlo. Qué bien. No tenía que marcharme. No tenía que despedirme de él.
Lo que hizo a continuación fue casi, pero no del todo, como poner los ojos en blanco. Fue más bien una mirada a los cielos como diciendo «dadme fuerzas», seguida de un suspiro y una sonrisa triste.
—Tiene muchas ganas de ver la nueva generación de sadiri.
Estoy segura de que sentía la euforia del momento, igual que yo, pero en público, en una calle llena de transeúntes, era más fácil expresarlo con una risa suave y amables bromas a expensas de nuestra colega. Qeturah lo habría llamado «conducta desplazada», y Nasiha habría estado de acuerdo, pero yo apenas pude evitar rodearlo con mis brazos y besarlo. Eso habría sido aún peor que abrazar a Joral.
Y sin embargo… El día se acercaba al crepúsculo, estábamos en una avenida flanqueada por árboles bajo una farola que acababa de encenderse, y por un instante sentí como si estuviéramos en un holovídeo en el punto en que la música de Ella Fitzgerald empieza a subir. Di un paso hacia él, me acerqué al límite de su espacio personal, y luego me acerqué más. Él me miró con cautela pero no se movió, retenido, creo, por una curiosidad más fuerte que el decoro. Me alcé de puntillas, cuidando de no tocar ninguna parte de su cuerpo, entrecerré los ojos e inhalé profundamente su olor en el punto de unión de su barbilla y su cuello. Entonces di un paso atrás y sonreí con dulzura.
Me siguió con la mirada, los ojos todavía alerta pero también iluminados por una especie de intrigada diversión.
—Si puedo preguntarlo…, ¿por qué ha hecho eso?
Sentí (debo confesarlo) un pequeño escalofrío femenino ante el tono profundo de su voz.
—Era una mera comprobación, consejero —dije con petulancia—. Quería confirmar que tenía razón cuando le dije a Nasiha que no lo encuentro objetable de ninguna forma ni manera.
Hora cero más un año, siete meses y quince días
Lian rara vez le hablaba, quizás en parte para evitar a Joral, quizá porque todavía era consciente de aquella época en que había necesitado la persuasión de una pistola para seguir instrucciones, pero Dllenahkh no se sentía ofendido. Lian se comportaba de manera perfectamente profesional, y casi siempre se ponía de lado de la directora, con Delarua y Fergus como únicas excepciones sociales.
(Una vez se preguntó si la distante actitud de Lian podría derivarse de una leve discriminación contra los sadiri, pero no tardó en rechazar ese pensamiento no deseado).
Unos cuantos días después del cambio en las funciones y lealtades del equipo, fue a su refugio y encontró a Joral contemplando fascinado una caja envuelta de manera sencilla que había sobre su escritorio.
—¿Qué es eso, Joral? —preguntó.
—Lian la ha traído para usted —dijo Joral, sin dejar de mirarla.
Dllenahkh frunció el ceño, asombrado, echó amablemente a Joral a un lado y abrió la caja. Dentro había una tarjetita sobre un relleno esponjoso. La leyó.
Al consejero Dllenahkh
con mi agradecimiento
Lian
Apartó con cuidado el relleno de lana.
—Oh… —empezó a decir Joral, y guardó silencio.
—¿Cómo encontró esto Lian? —preguntó Dllenahkh asombrado. Era una botella de licor sadiri, de solo tres años, joven para aquella marca concreta pero increíblemente preciosa dado que era la última de una destilería ya extinta.
—Yo… Puede que haya mencionado algo —dijo Joral.
Parecía deprimido. Dllenahkh lo miró con sorpresa, pero en un instante quedó terriblemente claro; Lian, hablando con Joral, haciendo preguntas, mostrando interés por primera vez, y solo para sonsacarle información acerca de él.
Se aclaró la garganta.
—Un gesto amable, sin duda relacionado con nuestras acciones para conservar a Delarua como colega. Deberíamos… —Hizo una pausa y apoyó una mano en el hombro de Joral, para transmitir mejor su preocupación, pesar y reafirmación—. Deberíamos tomar un poco ahora y guardar el resto para bebérnoslo en tu boda.
«Nos lo beberemos en tu boda» era una expresión en broma que los sadiri les decían a los jóvenes y mayores, casados o no, como forma de desearles lo mejor. Sonó vacía y extraña.
—O en la suya, consejero —respondió Joral con valentía—. Parece más probable que eso ocurra.
No había ninguna amargura en su tono; tan solo una leve burla.
—En la tuya y en la mía, entonces —dijo Dllenahkh, siguiendo el juego—. Al fin y al cabo, debo dar buen ejemplo, ¿no?
—Sí, consejero —reconoció Joral, con tono más propio de él.
—Bien. Y mañana… Mañana nos registraremos los dos en el Ministerio de Planificación y Mantenimiento Familiar. Trae los vasos y brindemos por eso.