La casa del amo

La casa del amo

—¿Crees que Nasiha continuará con nosotros? —le pregunté a la directora. Estábamos en el muelle viendo cómo cargaban los suministros en nuestra nueva lanzadera, una nave capaz de viajar por aire y por mar. La publicidad que rodeaba a la misión había sido muy positiva, con más asentamientos pidiendo que les hicieran pruebas de tendencias sadiri genéticas o culturales. Como resultado, nuestro presupuesto había aumentado.

—Me sorprendería mucho que se marchara ahora —dijo Qeturah con una sonrisa—. Parece tener la idea de que pedir baja para quedarse embarazada sería dar un mal ejemplo. Algo relativo a «no crear la impresión de que el hecho de que las hembras sean frágiles y engendren hijos no es algo habitual». Los análisis dicen que su salud es perfecta, así que puede hacer lo que se le antoje.

—María no tuvo incidencias con Rafi. Gracie le dio algo más de problemas —empecé a decir, pero entonces cerré la boca. Incluso los males de María podían haberse debido a la influencia y, por tanto, no eran el mejor ejemplo.

—¿Satisfecha con el veredicto? —preguntó Qeturah después de una breve pausa.

Me encogí de hombros.

—Más o menos lo que era de esperar.

Las habilidades altamente específicas de Ioan y su arrepentimiento, al parecer auténtico, le habían deparado una sentencia bastante suave de un año de rehabilitación seguido de un seguimiento de por vida a través de un implante subcortical. Y no podría ver ni a María ni a los niños nunca más. El fiscal no había podido demostrar mala intención, pero sí se encontró una duda razonable (¡ja!) y, como resultado, el dictamen del tribunal mostró merced y cautela.

—La granja está ahora alquilada, y se alojan en casa de mi madre. Rafi asiste a una escuela especial. No está muy impresionado con el tema, pero se adaptará.

Sabía que daba la impresión de que estaba repitiendo un informe, pero calculé que no estaba diciendo nada que ella no supiera ya, y creaba la ilusión de que una vez más estaba dispuesta a hablar con ella sobre mi vida privada.

Pareció funcionar, porque Qeturah se limitó a asentir, esperó unos segundos, y luego cambió de tema.

—Nasiha me preguntó qué técnicas existían para prolongar los años de fertilidad femenina.

Alcé las cejas, dedicada a múltiples tareas mientras iba tachando artículos del inventario en mi palmar y les gritaba a los estibadores.

—Lo siento, ¿qué decías? ¿Prolongar la fertilidad? Es bastante joven según los haremos sadiri… ¿Por qué debería preocuparle eso ahora?

—Oh, no era para ella. Era para ti.

Casi solté el palmar.

—¿Qué? ¡En nombre de todos los demonios! ¿Por qué yo? ¿Qué le he hecho?

Qeturah estuvo a punto de soltar una carcajada.

—Relájate, Delarua. Es un cumplido…, creo. Estaba diciendo que deberías registrarte en la lista especial de potenciales esposas sadiri, y cuando señalé que había un límite de edad para eso, sugirió que ampliar los años de fertilidad resolvería cualquier objeción.

Yo estaba negando ya de un lado a otro por lo absurdo de todo aquello.

—No te preocupes. Le dije que, dada tu proporción de herencia ntshune, tal vez puedas tener hijos durante mucho más tiempo que la cygniana media. Calculo que todavía te quedan unos veinticinco años, tal vez incluso treinta.

—¡Qeturah! —susurré, lanzándole una mirada furtiva al estibador más cercano—. ¿Tenemos que discutir mis asuntos privados aquí delante para que los pueda oír todo el mundo? ¿Qué clase de doctora eres?

Yo esperaba que se tratase de una misión rutinaria. Las islas Kir’tahsg eran famosas por su lejanía e inaccesibilidad, y como tales eran el equivalente genético y cultural a un envase sellado al vacío. Siempre esperábamos con interés los informes de seguridad de Fergus sobre la flora y la fauna y la estrategia de salida de emergencia, pero en aquella ocasión fue la charla de la directora lo que llamó nuestra atención.

—El protocolo deber ser cumplido estrictamente —dijo.

—¿Es uno de esos sitios estirados y formales? ¿Aún más formal que la Corte Bendita? —pregunté.

Ella se cruzó de brazos de un modo que reconocí como un intento de preparación antes de decir algo difícil.

—Más que eso. Quiero que todos se vistan con uniforme de gala. Hay que usar los títulos en todo momento. Es una sociedad que se fundamenta en claves externas para determinar el rango de una persona y cómo hay que tratarla.

Nos miró uno por uno para recalcar su argumento.

—Consejero. Primera oficial. Comandante. Teniente. Sargento. Cabo Lian, le asciendo temporalmente a ayuda de campo, lo que infla tanto su importancia como la mía. Consejero, le recomiendo que se refiera a Joral como su primer secretario.

Nos volvió a mirar, como si pretendiera hacerlo con objetividad.

—Uniforme azul formal del Consejo Científico Interplanetario. Negro formal del Servicio Civil con túnica blanca. Vestido blanco de Servicio Militar. Lo que sea adecuado para la cultura sadiri, y no sean modestos. Lleven todas las medallas y condecoraciones especiales. La separación entre siervo y amo es amplia y profunda en este lugar. No quiero que ninguno de ustedes se quede atrapado en el lugar equivocado.

Nuestra primera visión de la principal isla epónima fue tan imponente como el informe de la directora. No había nada que se pareciera a una playa o un muelle de desembarco. Unas altas rocas se alzaban sobre la violenta marea, y todo el paisaje parecía consistir en pendientes de cuarenta y cinco grados o más. Sin embargo, había huellas de civilización. La misma roca gris se alzaba en forma de ciudades amuralladas, que luego se mezclaban con las peladas montañas grises, y hacían difícil ver dónde terminaba la muralla construida por el hombre y dónde comenzaba el acantilado natural. Dicen que kir’tahsg significa «invencible» en algún antiguo lenguaje cygniano muerto hace mucho tiempo, y fue fácil ver cómo se había ganado la isla su nombre. Tuvimos que desembarcar en pleno océano, sumergirnos y luego salir a la superficie en una enorme cueva que parecía un hangar.

No obstante, la bienvenida fue bastante más cálida que la primera impresión. Llevaron a nuestro grupo en hovercoche al Salón del Amo de Kir’tahsg, un imponente palacio ubicado en la ciudadela central y rodeado de enormes jardines con árboles primorosamente podados y céspedes cuidados. Yo me esperaba la decoración minimalista que tanto satisfacía a la mente sadiri, una mente que podía sumergirse en fórmulas de reflexión fractal con la mera visión de una alfombra de cuadros. Pero aquel no era el caso, ni al aire libre ni de puertas adentro. Los sirvientes y oficiales de la mansión del amo iban lujosamente vestidos. No era ostentación: se trataba de una muestra más sutil de tejidos ricos pero sencillos, bordados simples pero hechos con habilidad. Metales preciosos y gemas en un diseño clásico y sobrio asomaban en los muebles y adornos, y en las muñecas y cuellos y orejas de los nobles y de los sirvientes de rango superior. Los nobles también llevaban el pelo largo, atado hacia atrás con tiras de terciopelo enjoyado o broches esmaltados.

Oh, sí, el pelo. Déjenme que les hable del pelo. Era demasiado obvio y un poco incómodo. El amo, los oficiales de su guardia, el heredero del amo y todas las demás personas de rango o valor presentes en el salón eran tan sadiri como el que más. Su pelo brillaba y su piel tenía un leve resplandor zhinuviano. Por otro lado, todos los sirvientes tenían el pelo corto y mate, y una piel poco luminosa. Comprendí el deseo de Qeturah de hacer que los tipos terrestres pareciéramos de lo más oficial posible.

El amo era tan impresionante como la Reina Hada, pero su aspecto era anciano y venerable. No se levantó de su asiento, aunque parecía delgado y en buena forma física. Nos hizo sentarnos según nuestro rango y posición, y escuchó con cortesía mientras Dllenahkh y Qeturah formulaban sus peticiones. Al principio pensé que todo saldría bien, porque cuando sus ojos se posaban en los sadiri lo hacían con aire de gran alegría y contento, como si estuviera viendo que por fin iba a suceder algo después de una larga espera. Me equivocaba.

—Lamento decir que debemos declinar participar en esta prueba genética —dijo el amo sin tapujos.

Qeturah se quedó de una pieza ante aquella negativa total y sin excusas.

—Las pruebas genéticas son útiles para determinar la compatibilidad. También las usamos como guía para calibrar el potencial psiónico medio de los miembros de una comunidad.

El amo sonrió.

—Con respecto a las habilidades psiónicas, les informo aquí y ahora de que no tenemos ninguna. La práctica de las disciplinas mentales, ay, ha muerto, y con ellas todas las habilidades telepáticas de nuestros antepasados. Y en cuanto a la compatibilidad con los sadiri… Bueno, mírennos —agitó con languidez una mano como para indicar su aspecto sadiri, pero no pude dejar de mirar a los terrestres de pelo corto.

Todavía sorprendida, Qeturah extendió la mano para coger un vaso de la bandeja que le ofrecía un chiquillo, pero sus manos no llegaron a alcanzarlo y se rompió en el suelo.

—Lo siento mucho… —empezó a decir.

El mayordomo del salón la interrumpió con una orden lacónica al niño que a mí me sonó a «asegúrate de que no vuelvas a fallar» o «nos aseguraremos de que no vuelvas a fallar». Puede que fuera lo segundo, porque los ojos del niño se llenaron de espanto y cayó de rodillas, tratando de recoger los pedazos de cristal.

Mientras yo observaba atenta todo aquello, oí decir al amo:

—Llevaos al niño fuera y traed otro vaso de refresco para la directora.

Por supuesto, el niño pareció aún más aterrorizado y se cortó la mano con un fragmento afilado.

Nasiha se levantó de su asiento, pisando los fragmentos rotos con un intimidador ruido aplastante. Recogió al niño y le sujetó el puño con firmeza para restañar el hilo de sangre que ahora amenazaba con manchar las losas de mármol.

—Yo lo llevaré fuera —le informó bruscamente al amo—. Que limpien esto —le dijo al sorprendido mayordomo—. Delarua —continuó—, nuestro botiquín. Rápido.

El amo solo pudo sonreír débilmente. Creo que estaba acostumbrado a algo que yo apenas estaba aprendiendo: no se le puede llevar la contraria a una sadiri embarazada. Corrí hasta las habitaciones de Qeturah en busca del botiquín y regresé al pasillo ante el salón de recepciones donde Nasiha le hablaba suavemente al niño. Lo limpiamos y curamos en cuestión de minutos. Él se quedó mirándonos asombrado mientras yo guardaba el botiquín.

—Ahora corre —dijo Nasiha con amabilidad.

El niño obedeció, dirigiéndonos una sonrisa de incertidumbre.

—Nasiha, no pretendo ser maleducada, pero ¿no se ha dado cuenta de que se ha vuelto un poco…? —no podía utilizar la palabra «emotiva»—. ¿Un poco más vehemente que de costumbre, tal vez?

—Por supuesto que sí —replicó ella—. Es una consecuencia natural del embarazo. El instinto maternal de protección debe aumentar.

—Oh, bueno, mientras sea natural —murmuré, vacilante.

Ella me miró impasible y me tendió un frasquito lleno de fluido rojo.

—¿Qué es esto? —dije, completamente confundida, pero aceptándolo de todas formas.

—La sangre del niño. Y tal vez algo de piel. Creo que debería analizarlo.

—No estoy segura de que deba hacerlo —fruncí el ceño—. No hay ningún motivo médico para hacerlo, y el amo nos ha prohibido hacer pruebas genéticas.

Nasiha asintió.

—Comprendo. Pero respóndame a esto, Delarua. Cuando sujeté la mano del niño, detecté que la concentración de receptores telepáticos de su palma estaba muy por encima de la cantidad media de los terrestres. ¿Por qué motivo es un sirviente de una casa que parece tener nobleza tasadiri y una clase sirviente terrestre?

Parpadeé ante aquella nueva información.

—Eso me hace sentir curiosidad —admití—. Pero no se lo diga a la directora, ¿de acuerdo? Esto es off the record.

Fui a verla a sus habitaciones a primera hora de la mañana siguiente.

—Terrestre, sí, pero también un poco de sadiri y bastante de zhinuviano. ¿Cómo lo supo?

Nasiha se encogió de hombros.

—Cuando el amo habla, hay muchas cosas que se guarda. Los nobles del salón y los criados de rango superior han tomado lecciones de evasión similares. La experiencia me ha enseñado que una casa rica y bien dirigida es como un iceberg. Ves la punta, pero debes tener en cuenta el noventa por ciento invisible que hay debajo.

Tarik, que llevaba un rato escuchando en silencio, dijo algo desconcertante.

—Tengo más información sobre ese noventa por ciento. Me levanté, como de costumbre, antes del alba para hacer mi meditación, y me asomé a nuestra ventana para contemplar la ciudadela. Vi barrenderos y recogedores de basura. En ese momento no estaba seguro, debido a la distancia desde la que observaba, pero con esta nueva información creo poder decir con certeza que fueron zhinuvianos.

—Creo que es hora de hablar con la directora —decidió Nasiha.

—Por favor, encuentre un modo de dejarme fuera de todo eso —le supliqué.

Ella me miró.

—Vale —suspiré—. ¿Por qué no les busco a Dllenahkh y Joral?

Joral estaba cerca, en las habitaciones que compartía con Dllenahkh, así que me limité a indicarle que se presentara a Nasiha. Tuve que ir fuera a buscar a Dllenahkh. Nasiha había hecho alguna concesión a su «delicado estado», y como resultado había rechazado una invitación del heredero para ir a montar a caballo. Tarik había optado por quedarse con ella y ser el marido bueno y esforzado, lo cual dejó a Dllenahkh para encargarse del heredero. Galopaban alrededor de una pequeña pista que rodeaba un corral. Parecía muy divertido. El heredero ganaba, pero no por mucho, como deferencia a su invitado.

—¡Tiene usted un don natural, consejero! —le oí gritar con alegría.

Dllenahkh refrenó con cuidado su montura, que estaba todavía nerviosa tras la breve carrera.

—Tenemos bestias similares en las granjas sadiri. Ya había cabalgado un par de veces.

Entonces miró alrededor y me vio.

—¡Delarua!

Hice una reverencia.

—Con su permiso, excelencia. Consejero, se requiere su presencia en el salón.

Yo tuve parte de la culpa, lo sé. Mientras me inclinaba, alcé la mirada para ver al heredero. Tenía el pelo atado con un cordón escarlata, a excepción de dos grandes mechones que le caían casi hasta los ojos. Cuando me erguí, incluso miré a Dllenahkh, calibrando su pelo en comparación. Estaba revuelto por la galopada, empujado a un lado de su frente en una desordenada onda marrón oscuro, pero incluso con el pelo cortado más al estilo sirviente que noble, seguía pareciendo más regio que el heredero. Este, sin embargo, vio solo la mirada que le dirigía él, y tomó mi cautela por coqueteo y mi curiosidad por interés.

—Eres nueva —dijo, saltando de la silla con una sonrisa.

Se acercó a mí y colocó la punta de su pequeña fusta bajo mi barbilla. Apenas tuve tiempo de mirarlo con ojos llenos de sorpresa y furia antes de que una sombra cayera sobre nosotros.

Miró a Dllenahkh con una sonrisa taimada.

—Lo siento, consejero. ¿Es una de las suyas?

Hubo un momento de completo silencio mientras Dllenahkh hizo como si no hubiera oído la pregunta.

—Le presento a la primera oficial Grace Delarua, miembro de esta misión y segunda en rango civil tras la directora —dijo Dllenahkh al final, con un tono blando que era una advertencia en sí mismo.

El heredero alzó las cejas, parpadeó y me hizo caso omiso, devolviendo su atención a Dllenahkh.

—Deberíamos volver a correr antes de que se marchen. ¿Mañana, tal vez? Nos veremos en la cena.

Se marchó, golpeándose ociosamente la pierna con la fusta.

—¿Qué ha sido eso? —pregunté, aturdida ante tal descortesía.

—Sospecho que no es usted lo suficientemente noble para el matrimonio ni lo bastante común para la cama —musitó Dllenahkh con cinismo, siguiendo la marcha del heredero con los ojos entornados—. Por su conversación, deduzco que en su mundo las mujeres apenas sirven a otro propósito.

—Gusano —dije sucintamente—. Mire, estoy aquí porque Nasiha y la directora quieren hablar con usted. ¿Cree que podrá librarse de su nuevo amigo?

—Con placer —dijo Dllenahkh, igualando mi frío tono—. Me sorprende, Delarua, que esta sociedad sea mucho más aspecto que sustancia en lo que se refiere a ser sadiri.

—Oh, es usted un hombre sabio, muy sabio —repliqué, suspirando.

Escolté a Dllenahkh a las habitaciones de Qeturah, donde Nasiha y Tarik estaban ya esperando. Fergus, apostado en la puerta, parecía una pizca más sonriente que de costumbre, pero me dirigió una mirada de reojo y en sus ojos se iluminó un breve chispazo.

—¿Le gustaría ponerle las manos encima a algunas muestras genéticas? —dijo, con el mismo tono que un buscavidas de Ciudad Tlaxce usaría para describir mercancía rara y a buen precio que podría o no podría haberse caído de la parte trasera de un vagón de carga.

—Sabe que sí —susurré con el mismo tono.

—Bien —respondió, y se volvió hacia su colega—. Lian, si la directora necesita algo, cúbreme. Vuelvo en seguida.

A Lian pareció no hacerle gracia, pero se limitó a ocupar su puesto junto a la puerta, con un silencio lleno de reproche.

Fergus me miró de arriba abajo, evaluando mi aspecto.

—Quítese la túnica blanca. El negro pasará por ropa normal.

—¿Y Joral? —pregunté, quitándome el atuendo y poniéndoselo a Lian en las manos—. ¿No debería venir también? Puede que necesite ayuda.

—No puede venir. Se parece demasiado a ellos —murmuró Fergus mientras se ponía en marcha.

—De acuerdo —dije, siguiendo sus grandes zancadas con dificultad—. ¿Qué es lo que sucede, exactamente?

—Lian y yo descubrimos ayer unas cuantas cosas que pensamos que deberíamos presentarle.

Bajó por una escalerilla.

Estaba a punto de preguntarle por qué no se había limitado a hablar con Qeturah cuando llegó a una puerta cerrada, llamó con los nudillos y dijo algo irreconocible.

—¿Qué idioma es ése? No lo conozco —dije.

Me dirigió una mirada sombría.

—Me sorprendería mucho que lo hiciera.

La puerta se abrió, unos pocos centímetros al principio, y luego más. Dentro había un grupito de personas sentadas alrededor de una mesa, una compañía bastante variopinta. Fergus me hizo pasar mientras los observaba, leyendo el lenguaje social de sus atuendos. Eran sirvientes de rango alto y criados de orden inferior. También había criados de ínfima categoría a quienes no había visto antes, con ropa burda y sencilla, cabezas afeitadas y piel que brillaba en la habitación tenuemente iluminada.

Fergus rompió el opresivo silencio.

—Cuéntenselo, y hablen rápido. No tenemos mucho tiempo.

Un hombre alto de piel clara y ojos brillantes se levantó.

—Me llamo Elion. Estas son algunas personas a quienes les dijeron que desaparecieran mientras durase su visita. Déjeme que le muestre por qué —se señaló a sí mismo—. Se diría que soy zhinuviano por mi aspecto, pero mi padre era noble. Pero con estos ojos no tendré ni estatus ni trabajo dentro de la casa del amo.

Pasó a una hermosa mujer de oscura piel olivácea, ojos marrones y largos y brillantes mechones que le caían sobre el rostro. Para mi sorpresa, llevaba ropas de sirviente de alto rango.

—Mi medio hermana. ¡Mi madre tenía tantas esperanzas! Fue la primera de nuestra familia en alzarse por encima de la clase servil. Pero ninguno de sus hijos ha vivido más de una semana. El primero no tenía ojos, el resto tenían manos y pies deformes, y todos ellos tenían corazones débiles. Ahora temen permitirle que tenga más hijos, de ahí el descenso de categoría… y la advertencia.

Le apartó el pelo para que yo pudiera ver la marca que cruzaba su rostro desde la sien a la mandíbula, una cicatriz ancha y fea que no tenía ninguna letra ni símbolo, y que servía a un único propósito: afearla. La mujer mantuvo la cabeza gacha, roja de vergüenza.

La siguiente mujer que había ante la mesa tenía la piel un poco más oscura que Qeturah, y un pelo negro tan brillante que resplandecía con un verde iridiscente, muy distinto de los brillantes marrones y negros azulados comunes a los sadiri.

—Zhinuviana y terrestre. Ya ha conocido a su hijo. Lo ayudó cuando se cortó. No importa. Desde entonces lo han castigado en un lugar donde no les importa si corre la sangre.

—¿Qué…? —empecé a decir, luego vacilé por mi rudeza al interrumpirlo—. Quiero decir que creo que entiendo lo que me está diciendo, pero ¿qué espera que haga al respecto? Nuestros colegas sadiri ya son conscientes de que no se les está mostrando todo Kir’tahsg. No es fácil engañarlos. Y si les preocupa cómo están tratando al chico, ¿por qué no se limitan a acudir a las autoridades locales?

Entonces habló una mujer de aspecto zhinuviano a la que hasta aquel momento no nos habían presentado. Se dirigió preocupada a Fergus en aquella extraña lengua. Él respondió con tono tranquilizador.

—Esta es Karya —dijo Elion—. Acaba de incorporarse al servicio. Es una esclava zhinuviana… comprada, no nacida en la ciudadela.

—La esclavitud no existe en Cygnus Beta —dije con brusquedad, pues no me gusta que me tomen por una necia de corazón blando—. ¿No se les paga un sueldo? Cada uno de ustedes debe estar registrado en el Sistema de Rentas y Pensiones. Es imposible que el amo pueda evitar eso.

La sonrisa de Elion se curvó en una sonrisa cínica.

—Lo único que tiene que hacer es reclamar los créditos de la manera adecuada. El coste de nuestra comida, nuestro techo, nuestras ropas… De algún modo, todo se equilibra a la perfección.

—Eso es imposible. El gobierno está alerta ante ese tipo de trucos.

—Oh, hay un exceso de créditos. Pero no nos llega a nosotros. Se paga en instalaciones a nuestros antiguos dueños.

—El amo tiene relaciones con un cártel de Zhinu —dijo Fergus en voz baja—. Les han estado comprando durante generaciones, y cuando hay infertilidad, o defectos de nacimiento, o rebeliones, se producen también algunas ventas.

—No tiene que creernos —dijo Karya orgullosa—, pero tome nuestros datos genéticos. Alguno podría estar todavía registrado como desaparecido. Tendrán el perfil genético que quieren, y nosotros la oportunidad de que nos encuentren.

La gente siempre cree que los análisis genéticos pueden hacer milagros. No había ninguna base de datos global todavía. No estábamos conectados a ninguna base de datos galáctica. No había ninguna garantía de que pudiéramos encontrar el archivo de una persona desaparecida cotejando el ADN. Sacudí la cabeza ante aquella tontería, aunque me oí a mí misma decir:

—Sí.

Los datos que me llegaron fueron preocupantemente concienzudos. No solo proporcionaron muestras de su propio ADN. La nobleza de la ciudadela estaba bien representada, ya que sus criados, mucamas y personal de limpieza saquearon sus habitaciones y efectos personales en busca de rastros genéticos. Lian me miró con el ceño levemente fruncido, producto de la ansiedad, cuando acepté la primera de las muestras robadas, pero yo repliqué con un silencio, y Lian lo reconoció con un lento gesto de asentimiento, preocupado aún. No podía marcharme de Kir’tahsg sin dar algunas respuestas, ya fueran éticas o no. Dejé a Fergus y Lian para ver la recolección del resto de muestras, y así poder empezar en el laboratorio, pero todavía me vi obligada a presionar a Joral para que completara el análisis en tres días. Los resultados fueron clarísimos.

Joral se quedó muy sorprendido.

—No comprendo. ¿No hemos encontrado tres grupos genéticos distintos en Kir’tahsg: tasadiri, terrestres y zhinuvianos?

—Las apariencias engañan, Joral —murmuró Lian con amargura.

—¡Exactamente! —exclamé—. Se podría elegir a un sirviente de pelo mate, ojos claros y piel oscura, y tendríamos la misma posibilidad de encontrar características sadiri que con cualquiera de esos elitistas de pelo brillante.

—Pero esto lo hemos visto antes. ¿Qué la ha hecho enfadar tanto? —preguntó Joral.

—¿Además de bordear la esclavitud, quieres decir? —preguntó Fergus, con tono cáustico.

—Tranquilo, tío. No ha visto lo que hemos visto nosotros. —Lian trató de calmarlo.

—Solo tenemos la palabra de Elion para el chanchullo de los sueldos —advertí—. No lancemos acusaciones sin una investigación adecuada.

Fergus me fulminó con la mirada.

—¿Usted también? ¡No! —rezongó.

—¿Qué quiere decir? —pregunté, frunciendo el ceño.

—La directora. Me dijo que no podíamos intervenir, que ese no es nuestro trabajo.

—¡Bueno, nos guste o no, tiene razón! —exclamé—. ¿Planea convertirse en un ejército de un solo hombre? ¿Cree que puede derribar al gobierno local?

Su rostro se convirtió en una máscara de rasgos decididos.

—El ejército ya está aquí. Todo lo que necesitan es un poco de liderazgo y un poco de información relevante.

—Oh, no —me reí sin ganas—. Eso no va a suceder, sargento.

—No es factible —murmuró Lian, aunque con cierto pesar.

Fergus le sonrió ferozmente a Lian, en parte con humor amargo, en parte a modo de advertencia.

—Ese ascenso que has recibido es solo decorativo. Sigo siendo tu superior, así que si digo que vayamos…

—No dirá nada de eso —grité—. ¡Ya puestos, yo le supero en rango a usted, y no vamos a hacer nada tan estúpido solo porque tenga la cabeza trastornada por una guapa zhinuviana!

Fergus se volvió hacia mí, y durante un momento pensé sinceramente que iba a golpearme.

—Fui esclavo de los zhinuvianos —dijo.

—¿Qué? —dije, mi furia borrada en un instante por la total sorpresa.

—Tienen la mejor flota mercante de la galaxia. ¿De verdad cree que todos sus cargamentos son legales? Este tipo de chanchullo es demasiado familiar. Sé que Elion dijo la verdad. Así es como trabajan. Irónico, ¿verdad? La Tierra recibe más protección de los cárteles zhinuvianos que el resto de nosotros. Eso me hace preguntarme si tiene algún sentido que los Cuidadores nos trajeran aquí. —Su voz resonaba profunda y grave de puro odio.

Supongo que hasta ese momento yo no había querido creer. La idea de que pudiera trancarse justo delante de las narices del gobierno cygniano…, y que no fuéramos más inmunes a la opresión que ningún otro planeta… me estremecía.

Me había estado aferrando a la posibilidad de que Elion hubiera exagerado, malinterpretado, alucinado o mentido, pero ahora tenía que considerar la posibilidad de que fuera la verdad. Vio el rostro tranquilo y compasivo de Lian y advertí que aquello no era nuevo; al menos, no la parte que se refería al pasado de Fergus. Miré a Joral, quien estaba visiblemente escandalizado, no solo respecto a quién vendía los esclavos, sino también a quién los compraba.

—Siga cumpliendo sus órdenes —murmuré—. Tengo que hablar con la directora.

La ira de Fergus irradiaba en su mirada y en la tensión de su pose, que me quemaban incluso en la distancia. Vacilé, fijé mis escudos con más fuerza y salí aturdida de la lanzadera.

—¡Espere! —llamó Joral.

Frené el paso para que pudiera alcanzarme, pero no me detuve y no lo miré.

—¿Qué le digo al consejero? —jadeó.

—Cuéntaselo todo. Todo. —Me detuve un instante, agaché la cabeza y admití—: Lamento que no investigáramos de manera más concienzuda antes de venir aquí. Les hemos hecho perder el tiempo.

—¡Delarua!

Era la primera vez que, sin influencia química, se dirigía a mí por mi apellido y sin mi título, así que presté atención y lo miré a los ojos.

—No puede echarse la culpa de esto. Queremos investigar todos y cada uno de los aspectos de nuestra cultura que hayan sobrevivido. Hemos aprendido mucho, tanto las estrategias óptimas como los fracasos referidos a la conservación y el desarrollo futuro de nuestra sociedad. Le estamos agradecidos. De verdad.

Joral era tan encantadoramente formal que sentí deseos de abrazarlo, y no por primera vez. Me contuve y me contenté con una media sonrisa y una palmadita en el brazo. Entonces nos apresuramos para ir a informar a nuestros superiores.

Sospecho que su conversación pudo ser bastante más directa que la mía, aunque difícil, en su estilo. Qeturah escuchó lo que yo tenía que decir, y luego su cara adoptó aquella expresión, la misma que yo le había dirigido a Fergus: la que sopesaba los pros y los contras de actuar e intentar decidir no solo lo que estaba bien, sino también lo que era posible. Se acercó a la ventana, se asomó un instante y luego empezó a caminar lentamente por la habitación.

—¿Sabe? —dijo con severidad, mientras se giraba para mirarme con el ceño fruncido—. La adquisición ilegal y las pruebas de material genético son una ofensa grave.

Yo lo sabía. Lo sabía cuando lo hice. No dije nada.

—Y además es la palabra de un hombre, no tiene ninguna prueba real.

—El resultado de los análisis… —empecé a decir, las manos abiertas y suplicantes.

—Solo demuestran que tienen un feo sistema de clases basado en el fenotipo —interrumpió ella, deteniéndose un instante para mirarme antes de continuar con su lento y preocupado recorrido por la habitación—. Algunas sociedades cygnianas lo hacen así. Puede que no las vuelva deseables, pero tampoco criminales.

—Qeturah —intenté coaccionarla un poco—. Creo que esto es pasarse de la raya.

—A menos que podamos demostrar que hay tráfico humano, lo máximo que podemos hacer es enviar un informe y dejar que el Gobierno Central determine en su debido momento si es necesaria una investigación —dijo ella de manera sensata, correcta y decepcionante.

—Qeturah…

—¡Grace! Mira este lugar. Por algo lo llaman invencible.

Se hundió en una silla como si estuviera agotada física y mentalmente, después de haber llegado a la conclusión de que todos los caminos conducían a un callejón sin salida.

Me deprimí. Había estado guardando una última carta, algo que podía destruir a la clase gobernante de Kir’tahsg. Ahora no tenía más remedio que jugarla.

—Tengo pruebas de algo que sí es un delito —dije en voz baja.

Ella se envaró.

—¿Por qué no me lo dijiste…? Oh, se basa en el material que obtuviste de manera ilegal. Bueno, será de muchísima ayuda.

—Esa prueba es admisible cuando el delito es suficientemente grave, y el agente que la obtiene recibe el castigo adecuado. Al fin y al cabo, no ibas a dejar que me haya saltado las normas, ¿no?

Qeturah se irguió. Creo que la expresión de mi rostro empezaba a preocuparla. Desde luego me preocupaba a mí, porque mis músculos faciales no recordaban esa expresión en concreto. Era de furia, desdén y sombría resignación del tipo que proclama: «Los que van a morir te saludan».

—Los análisis demuestran que el amo de Kir’tahsg es el progenitor de más del diez por ciento de los criados de su casa —dije con frialdad—. El heredero, que todavía es joven, solo ha conseguido contribuir con dos retoños a la plantilla general de sirvientes. No puedo dar números exactos. Algunos de los linajes familiares eran… complicados.

Qeturah parpadeó y apartó el rostro.

—Habría que hacer análisis sobre datos individuales e identificados para conseguir esa información —dijo en voz baja—. Como funcionarios y científicos, solo se nos permite dar resultados agregados sobre datos genéticos si existe una causa médica concreta. Esto es una violación directa no solo de los protocolos de nuestra misión, sino también del Código General y del Código Científico.

De nuevo opté por no decir nada. Me sentía demasiado furiosa y triste como para hablar.

—Por supuesto, cualquier progenitor que se niega a reconocer y mantener a sus retoños al nivel social y económico adecuado es culpable de un delito punible. Y si la coacción sexual es también un factor… —guardó silencio y se frotó las sienes.

—He advertido que la División de Protección Infantil tiende a actuar con más velocidad y eficacia que el Departamento de Asuntos Internos —dije con sorna—. Como no podemos colar la acusación de esclavitud, ¿crees que este cambio pudiera valer?

Me miró con tristeza, pasando por alto mi amargura mal dirigida.

—Tiene que valer. Esto va a poner fin a tu carrera.

—Bueno, puedo vivir con eso —casi hipé con la mentira.

Ella siguió mirándome con firmeza. Le devolví la mirada sin pestañear. Después de unos cuantos segundos, cedió y me tendió un palmar.

—Necesitaré un informe completo y una confesión.

Cogí el palmar, me senté, saqué un lápiz óptico y empecé.

Nuestras corteses pero frías despedidas por la mañana no dieron ninguna indicación de lo que iba a suceder. De hecho, no fue hasta la reunión de evaluación de nuestra misión en una posada en el puerto del continente cuando algunos miembros del equipo se hicieron una idea completa de lo que había ocurrido y de lo que iba a hacerse al respecto. Incluso Fergus pareció sorprendido cuando Qeturah dijo que quedaba relevada de mi puesto a efectos inmediatos. A Lian, que lo sabía todo, se le notaba la furia. Joral parecía confundido y empezó a susurrarle algo a Dllenahkh, quien se limitó a asentir y pronunció unas cuantas palabras que parecieron satisfacerlo. Los dos oficiales del Consejo Científico parecían graves, pero Nasiha me vio mirarla y asintió. Mantuve mis escudos levantados y la expresión neutra. Debí de parecer más sadiri que los sadiri.

Por supuesto, en el momento en que Qeturah nos despidió dejé de inmediato la sala de reuniones de la posada y salí a caminar entre la bruma marina del crepúsculo. Estaba demasiado furiosa como para llorar, así que eché a correr, pisoteando con mis botas el empedrado del muelle. Llegué más allá del final de la bahía, hasta llegar a una pequeña cala con unas cuantas embarcaciones de recreo atracadas en la rada. Lanzar piedras al agua desde la playa me ayudó a aliviar mis sentimientos, pero entonces le di por accidente a un barco en la creciente oscuridad, y un grito de sobresalto me hizo darme cuenta de que aquel no era el mejor momento para actuar como una delincuente juvenil. Volví a nuestras habitaciones de la posada, sintiéndome más amargada que nunca y esperando poder entrar sin llamar la atención de nadie, pero fue imposible. Dllenahkh estaba sentado en el inclemente y sombrío exterior, con una taza y una humeante tetera en la mesa junto a él, y otra taza igualmente humeante en la mano. La luz de una lámpara hacía que toda la escena fuera dorada y de ensueño, como un cuadro de Turner.

Me detuve. Él me miró, luego soltó su taza y se puso a servir té en la otra. Me senté ante la mesa, cogí la taza y bebí en silencio durante un rato. Él no hizo ningún amago de iniciar una conversación, sino que se limitó a permanecer sentado en paz bajo la luz de la lámpara y dejando que el vapor de su té le envolviera el rostro mientras bebía a placer.

—¿Alguna vez se ha preguntado si ha hecho lo correcto? —le pregunté por fin.

—Con frecuencia —respondió él—. Legalismos aparte, el no preguntárselo indica una peligrosa falta de conciencia del casi infinito conjunto de opciones que presenta la vida. ¿Más té?

Tendí la taza en mudo asentimiento. Las yemas de sus dedos rozaron las mías cuando la recogía, y sentí una oleada de… algo. ¿Aprobación? ¿Afecto, tal vez? Lo miré, sorprendida. Él me sostuvo la mirada durante un segundo antes de concentrarse en servir el té.

Me limité a hablar por hablar.

—¿Acabo de torpedear mi carrera y lo único que se le ocurre ofrecerme es más té?

—Sí —respondió él, devolviéndome la taza—. Parece que surte un efecto tranquilizador.

Sonreí a mi pesar.

—Gracias, Dllenahkh, pero ¿sabe?, creo que es usted, no el té.

Una leve sonrisa curvó sus labios mientras me miraba. Por un momento, vi… No sé cómo explicarlo, pero solo vi a un hombre: no a una persona de otro mundo, no a un extranjero, ni siquiera a un colega y amigo, sino solo a un hombre, relajado, sonriente, alegre de estar en mi compañía. Sentí una extraña y rompedora sensación de percibir de pronto algo de un modo diferente y, como resultado, de cambiar el mundo entero. Mi sonrisa vaciló, me quedé sin aliento y bajé los ojos brevemente antes de volver a alzar la mirada, sin llegar a saber lo que había visto.

Todavía me estaba mirando, el rostro inescrutable, pero sus ojos no eran distantes. Mostraban curiosidad, como si también él se estuviera preguntando por algo que acababa de atisbar.

—Beba —dijo en voz baja—. No deje que el té se le enfríe.