Ridi, Pagliaccio

Ridi, Pagliaccio

—¿La formación con Nasiha va bien? —preguntó Qeturah con tono ausente, mientras daba golpecitos a un informe con un practicado ritmo staccato.

Estábamos trabajando en un lugar llamado Crue, una ciudad de tamaño medio que se ubicaba a caballo de varias rutas comerciales. La población era apreciable pero en constante cambio: comerciantes, turistas en tránsito a lugares más interesantes, y por supuesto nuestros amigos funcionarios que mantenían en marcha los engranajes del gobierno (o, citando a Gilda en su vena más cínica, manteniendo a los holgazanes del gobierno a costa de las engrasadas ruedas del comercio). Tenía poco que ofrecer en términos de cultura tasadiri, pero estábamos allí para una teleconferencia de tipo más agradable. El objetivo central de la misión era la aproximación, y los medios querían ofrecernos un poco de atención. Habían entrevistado a Qeturah y a Dllenahkh, y el resto del equipo también salió en las noticias. Era un buen momento para ponerse al día con el papeleo y los informes en oficinas de verdad con escritorios de tamaño natural, cortesía de la rama local del Gobierno Central.

—Muy bien —respondí, sin ocultar mi complacida sorpresa—. Se muestra casi paciente conmigo, pero no demasiado. Me mantiene en tensión, ¿sabes?

—Esos madrugones deberían mantenerte en tensión por sí solos —dijo ella con sequedad.

Por supuesto, Nasiha no sacrificaba por mí su propio tiempo de meditación, así que yo tenía el dudoso honor de levantarme aún más temprano que los sadiri para mi entrenamiento.

—Bueno, más vale que me deje un poco a mi aire por esta vez, porque esta noche nos acostaremos tarde.

Íbamos a salir por la ciudad. Había descubierto que tanto Dllenahkh como Joral habían conseguido evitar las visitas culturales de Gilda, y Qeturah creía necesario un pequeño cambio de ritmo. Nasiha, Fergus y ella optaron por algo contemporáneo en la forma de un holovídeo en el cineplex local, y los demás íbamos a arriesgarnos a ver una producción teatral de una compañía itinerante. Era rústico, desde luego, incluido el programa de papel y el brillante póster pegado fuera del teatro.

El final de la risa, la reconozco —dijo Joral—. ¿Es la adaptación de Basta, el relato tasadiri de un hombre que mata a su esposa infiel y su amante?

—No —respondió Tarik, sacudiendo la cabeza con firmeza—. Has cometido un error común. En ésta, mata al hombre que cree equivocadamente que es el amante mientras el amante verdadero se escapa. Es una adaptación de la obra ainya Engaño, no Basta.

—Vale, no es que pretenda levantar ampollas —dije yo—, pero estoy bastante segura de que lo que tenemos aquí es una versión de Otelo, una de las antiguas obras terrestres. Mata a su esposa que no es infiel siguiendo las habladurías de un hombre que quiere vengarse de él.

Lian se acercó al póster y leyó en voz alta la letra pequeña.

—Basada en la ópera italiana Pagliaci.

Nos congregamos en torno al póster.

—¿Quién muere? —preguntó Tarik con interés—. ¿La infidelidad era real o supuesta?

—¿Hay alguna otra obra a la que pudiéramos asistir que no ilustre que los vínculos de pareja disfuncionales son endémicos en todas las culturas? —preguntó Dllenahkh con grave desaprobación.

Suspiré y puse los ojos en blanco.

—Todo el mundo es crítico. Venga. Entremos.

Lian se dirigía ya al vestíbulo y yo empecé a hacer lo mismo cuando sentí algo extraño en el ambiente. Al volverme, vi que los sadiri se habían detenido, casi a medio paso, y estaban observando a una chica guapa de grandes rizos negros que se dirigía a un callejón lateral, posiblemente la entrada trasera del teatro. Llevaba un abrigo y un bolso en una mano y un par de zapatos en la otra, como si los hubiera cogido mientras salía por la puerta y no hubiera tenido tiempo de ponérselos. Habría sido mejor que lo hubiera hecho, porque llevaba uno de los vestidos más exiguos que he visto en mi vida. Sus piernas quedaban al descubierto, y no tengo ni idea de cómo conseguía correr tan rápido con tan poco apoyo para la parte superior. Toda la piel a la vista, y había bastante, radiaba un brillo silencioso. He visto a algunas mujeres tratar de imitar ese aspecto con lociones de silicio y mica, esperando que las confundan con una mujer zhinuviana de miembros flexibles y moral aún más flexible. Nunca es igual.

Por todas partes se volvían las cabezas, no solo las sadiri. Hubo un pequeño suspiro colectivo cuando ella desapareció de la vista. Miré asombrada a mis colegas.

—¡Ustedes… todos ustedes… estaban mirando a esa chica de arriba abajo!

No sabía si sentirme escandalizada o enormemente divertida.

—Primera oficial Delarua —dijo Joral con un tono tan severo que casi parecía Dllenahkh en modo represor—, aunque es cierto que somos sadiri, y por tanto no tenemos tendencia a las distracciones mentales, somos más que capaces de apreciar los aspectos estéticos de las formas humanas femeninas.

No supe qué responder a aquello, así que me volví hacia Tarik.

—Bueno, pero… ¡usted está casado!

—Se me permite mirar —dijo dubitativo.

—Yo lo confirmaría con Nasiha si fuera usted —repliqué, escéptica.

La voz de Dllenahkh sonó completamente tranquila.

—No hay necesidad de preocuparse, Delarua. Los sadiri poseen demasiado control mental como para ser susceptible a la influencia hipnótica de los zhinuvianos.

—Oh, y eso lo hace mejor, ¿no? —dije. Estuve a punto de agitar un dedo y llamarlos niños malos, así que me contuve. Fui y le susurré algo a Lian, y nos separamos llorando en silencio de risa ante la idea de que los sadiri pudieran ponerse cachondos.

Nuestros asientos estaban cerca del pasillo central, bastante decentes para lo que veíamos y escuchábamos. Era de un estilo llamado «neo ópera». Combinaba una ausencia de mejoras tecnológicas con una mezcla de estilos contemporáneos de música, lo que significaba que los intérpretes debían tener unas voces potentes y versátiles. Ojalá tuviera tiempo para explicar todo el movimiento neo ópera y cómo se relaciona con la revuelta rústica contra la audición suave y el aumento de la actuación musical, y los efectos realissimo de los holovídeos. Diré que hay una simpleza en el escenario; no es minimalista, ya que eso es otro estilo, sino una simpleza que finge ser de aficionados pero que está claro que no lo es.

No me sorprendió lo más mínimo descubrir que la misteriosa chica dorada era la primera actriz, Nedda. Solo una diva podía arriesgarse a llegar tarde y no esperar que la despidieran. Me sorprendió lo recatado de su ropa, que la cubría hasta el cuello, los tobillos y las muñecas. Era buena, quizás un poco débil en la parte del canto, pero lo compensaba con presencia y expresividad. Su marido, Canio, lo interpretaba un tipo alto, moreno y ceñudo que parecía destinado a seguir la ruta de Otelo, porque esa chica era demasiado popular. Además de tener un amante, Silvio, ella también había atraído las atenciones (no deseadas, ay) de Taddeo. Para sorpresa de todos, Silvio resultó enclenque y erudito, pero Taddeo era infantil y dulcemente enamorado, y ofrecía una especie de alivio cómico a la implacable y obsesiva pasión de los dos hombres mayores.

Los intérpretes no estaban adscritos al método terrestre de actuación. Los actores del método recurren a una extraña máscara de emociones recordadas y las encajan en la situación en escena. Se puede sentir su realidad, pero algo choca un poco si sabes qué debes buscar. Estos eran de la escuela de la verosimilitud ntshune, que es muy similar pero solo pueden dominar aquellos que poseen un poquito de habilidad empática. Básicamente, los actores absorben los sentimientos de los otros, y a veces basta con que haya un gran actor para provocar las emociones y reacciones adecuadas en el resto de la compañía.

Menciono esto para explicar qué estaba haciendo yo. Estaba leyendo a los actores.

La moral sadiri con respecto a la telepatía no tiene nada que ver con la moral ntshune sobre la empatía. Para los sadiri, los pensamientos pueden compartirse pero se siguen considerando privados en su mayor parte, y las emociones son definitivamente privadas y deben protegerse lo máximo posible. La mayoría de los ntshune se sienten cómodos leyendo las emociones de los demás. Es parte de nuestra forma de comunicarnos. No buscamos sentimientos que no vayan dirigidos a nosotros, pero aceptamos las emociones proyectadas. Un montón de culturas cygnianas con influencias de los ntshune han interiorizado esta distinción.

Así que cuando me volví y le susurré emocionada a Dllenahkh que estaba captando celos de verdad por parte de uno de los actores que había en escena, me dirigió una mirada que me hizo sentirme como Joral cuando recibía una reprimenda sobre el comportamiento sadiri. Me sentí confusa.

Durante el intermedio, me llevó a un lado y me preguntó con severidad:

—¿Qué le ha estado enseñando Nasiha?

Le dirigí una mirada muy anticuada.

—Lo que he hecho ahí dentro no tiene nada que ver con lo que me está enseñando Nasiha. Tan solo estaba leyendo a los actores, como hago siempre.

Él no cedió.

—La formación que está recibiendo mejorará y concentrará sus habilidades empáticas, y hará que el uso casual sea particularmente poco ético en esta etapa. Creía que usted más que nadie apreciaría esto.

—¡Dllenahkh! ¡Son actores! No estoy rebuscando secretos de estado: ¡intento disfrutar de la obra a otro nivel! Ahora tranquilícese, por favor. La gente nos mira con caras raras. No creo que hayan visto nunca antes a un sadiri discutir.

Él resopló lentamente.

—No estoy discutiendo.

Yo solo me había estado burlando de él, pero había un poquito de tensión en la palabra «no», y por un momento cerró los ojos durante un lapso apenas mayor que un parpadeo.

—Pues claro que no —le dije en voz baja, arrepentida de pronto—. No volveré a hacerlo si eso le molesta, ¿de acuerdo?

Durante el segundo acto, me distraje con el desusado mal humor de Dllenahkh. Estaba sentado a mi lado, con la atención fija en el escenario, pero en sus rasgos había una expresión que hablaba de paciencia más que de diversión. Empecé a sentirme culpable, pero cuando miré a Joral y Tarik, estos parecían absortos e interesados. No era, pues, solo una cuestión relativa a los sadiri.

Y entonces lo vi. No era empatía: resultaba claramente visible en el rostro del hombre. Canio miraba a Nedda, y sus ojos hablaban de asesinato.

Agarré el brazo de Dllenahkh.

—Dígame que no ha visto eso.

—Grace —replicó él, apartando mi mano con firmeza.

Y entonces hice algo que era decididamente poco ético. En ese raro momento de contacto piel contra piel entre nuestras manos, leí a Canio. Una fea oleada de celos y odio surgió de él, y nos envolvió como agua sucia. La mano de Dllenahkh se retorció sobre la mía, y por un momento la agarró con tanta fuerza que me hizo daño; a continuación la retiró rápidamente.

—¿Cómo ha hecho eso? —Esta vez parecía más aturdido que severo.

—¡Shhh! ¡Escuche! —susurré frenética. Quizá no fuera la palabra adecuada, pero él lo comprendió, porque poco a poco, casi contra su voluntad, deslizó el brazo por el respaldo de mi asiento y posó su palma discretamente contra mi sien.

Me concentré en la escena que tenía delante. Era un momento de gran dramatismo, cuando Canio está haciendo de Pagliaccio y se siente tan lleno de celos y pasión que se olvida de que está en escena y presiona a Nedda para que le diga el nombre de su amante. Cuando cogió un cuchillo, me estremecí; cuando la persiguió por el mini escenario, la agarró y la apuñaló en el vientre, di un respingo y me volví. No fui la única persona del público que lo hizo, pero tal vez sí la única cuya incredulidad no había quedado suspendida. Dllenahkh rompió el contacto con mi sien y me agarró del hombro para tranquilizarme.

Silvio fue el siguiente en ser apuñalado, pero no había ninguna emoción detrás de este gesto, tan solo la fachada del actor, la mueca de dolor y disgusto sobrante del ataque anterior. Me estremecí de nuevo.

—Tengo que salir de aquí —murmuré. Me levanté y salí mientras sonaban las últimas notas de la canción final.

Lian fue el primero que se acercó a mí mientras recorría el vestíbulo de un lado a otro.

—¿Qué ha pasado? Parecía como si estuvieras a punto de vomitar. ¿Te encuentras bien?

—Sí. No. No lo sé. —Caminé un poco más, mordiéndome las uñas—. No sé qué ha pasado ahí dentro.

—Bueno, sea lo que sea, has hecho que Joral, Tarik y Dllenahkh se pongan a discutir.

Me detuve, avergonzada de pronto.

—¿De verdad? ¿Qué están diciendo?

—Los sadiri no son mi especialidad, ¿recuerdas? —observó Lian—. Ahí vienen. Pregúntale a ellos.

Parecían mortalmente serios, más serios incluso de lo que un sadiri tenía derecho a parecer. Me acobardé al instante, esperando sus críticas.

—Lo siento…

—No hay por qué disculparse —dijo Tarik—. Deseamos saber más sobre su experiencia acerca de lo que sucedió durante la representación.

Dllenahkh contempló el vestíbulo, que en ese momento rebosaba de gente que se marchaba.

—Pero no aquí. Volvamos a nuestro alojamiento.

Qeturah estaba dormida cuando regresamos, pero después de que Tarik llevara a Nasiha al salón de nuestro hotel, Lian frunció el ceño, se encogió de hombros y fue a por Fergus, de modo que casi nos reunimos todos.

Dllenahkh le habló de inmediato a Nasiha, sin esperar siquiera a que se sentara.

—Tu pupila ha hecho algo inusitado esta noche.

Intrigada al instante, Nasiha se acomodó en una silla y dijo:

—¿Sí?

—Pudo conseguir fuertes lecturas de las emociones de un actor durante la actuación —declaró Dllenahkh. Nasiha pareció decepcionada.

—Oh, en ocasiones es capaz de tener una sensibilidad casi ntshune al leer las emociones de la gente, pero hasta ahora no había mostrado ninguna consistencia en esta habilidad. No es nada de lo que preocuparse.

—No fue eso lo inusitado.

Me erguí sorprendida.

—Durante el momento en que estuvo detectando las emociones del actor, nuestras manos se tocaron. En ese instante pude leer, aunque débilmente, los pensamientos del hombre… No sus emociones, sino sus pensamientos. Me pareció bastante intrigante e intenté, con permiso, establecer un enlace unidireccional con la mente de Delarua. Me encontré leyendo, pero no sus pensamientos sino los del actor, y con claridad aún mayor.

Nasiha frunció el ceño.

—Algunos cygnianos pueden ser telépatas sin entablar contacto alguno, aunque eso suele precisar un fuerte nivel de proyección por ambas partes. Es más, ya hemos advertido que las habilidades telepáticas de Delarua son casi nulas.

—Hay más —dijo Tarik, dirigiendo a Dllenahkh una mirada significativa.

Dllenahkh le devolvió una mirada firme mientras le hablaba a Nasiha.

—Considero que los pensamientos del actor indicaban claramente la intención de cometer un asesinato.

—El actor representaba el papel de un marido celoso —señaló Tarik. Parecía como si se hubiera autoproclamado abogado del diablo.

—¿Y tú qué opinas de todo esto, Delarua? —me preguntó Nasiha.

—No lo sé. No oí ningún pensamiento. No supe qué estaba haciendo Dllenahkh. Pensé que estaba captando las emociones, igual que yo. Pero ese hombre no actuaba. Cuando cogió el cuchillo… —Me estremecí de nuevo, sintiéndome enferma.

—Tal vez sería prudente alertar a las autoridades —dijo Dllenahkh.

—¿Alertarlas de qué, exactamente? —preguntó Tarik con suavidad.

Aquello no iba a ninguna parte.

—Mire, Nasiha, ¿por qué no viene a verlo usted misma? —estallé—. Siéntese a mi lado y póngame en algún tipo de enlace paralelo o lo que sea que tenga que hacer.

—Me interesaría asistir, aunque solo fuera para determinar qué está haciendo su mente —musitó ella.

—Esperen un momento —objetó Fergus de pronto—. ¿No deberían aclarar esto con la directora?

—Pues claro que lo haremos, Fergus —dijo Lian—. Pero no nos tomemos este asunto a broma. Podría ser algo serio, y no hará ningún daño asegurarse.

Me alegré de que Lian hubiera estado presente para ver nuestra reacción y estuviera de nuestro lado, porque cuando informamos a Qeturah a la mañana siguiente, ella no se mostró convencida.

—No puedo impedirles que vayan, si creen que es realmente necesario —dijo—, pero me parece una pérdida de tiempo.

—Podría venir con nosotros —sugerí—. Cuantos más testigos objetivos haya, mejor.

—No me agrada la neo ópera —dijo con amargura—, y no veo por qué debería sufrirla. Pueden contarme lo que suceda.

Lian se quedó con ella, pero nos dejó llevarnos a Fergus. Tarik dijo que prefería no sentarse a ver todo el espectáculo otra vez, y cuando admitió eso, Joral se alegró de ofrecerse voluntario para quedarse también atrás. No me importó. Me contenté con la tropa que me habían dado. Al menos bajaron a despedirnos en el vestíbulo del hotel esa noche.

—Bonito vestido —dijo Lian, alzando las cejas—. Y ya veo que el kohl ha vuelto a aparecer.

—Nasiha insistió en que tuviéramos asientos de primera fila. Hace falta un poco más de esfuerzo —respondí, ajustando primorosamente la falda hasta la rodilla de mi vestido azul zafiro—. ¡Ja! ¿Ves?

Los demás también iban vestidos para la ocasión. No soy una loca de la ropa, pero soy capaz de apreciar cuando alguien encuentra un estilo que le va. Nasiha estaba deslumbrante con un severo traje burdeos de cintura alta y mangas largas que le llegaba hasta los tobillos. Fergus y Dllenahkh solo tenían que mezclarse, y eligieron hacerlo con el negro tradicional: Dllenahkh muy elegante con una camisa de cuello alto para una túnica de tres cuartos y pantalones a juego, y Fergus con una camisa similar, pero con una chaqueta corta que, para ser sincera, mostraba bastante bien lo ajustados que le quedaban los pantalones.

No tenía ni idea de qué cabía esperar cuando tomamos nuestros asientos en el teatro, Nasiha a mi izquierda, Dllenahkh a mi derecha, y Fergus junto a Dllenahkh. Nasiha debió de sentir mi nerviosismo, pues me dijo:

—Delarua, todo lo que tiene que hacer es relajarse. Nosotros haremos todo lo que sea necesario.

Inhalé profundamente, asentí y comencé los ejercicios tranquilizadores que me había enseñado, cerrando los ojos para concentrarme mejor. Sentí cuando la palma de su mano tocó mi cara durante un instante, y cuando Dllenahkh hizo lo mismo. Entonces ella murmuró:

—Su mente apenas nos percibe. Qué curioso. Asumo que Dllenahkh es el elefante, lo que significa que yo soy la gata.

Me reí para mis adentros.

—No lo había pensado, pero sí, así es como me los imagino.

Permaneció en silencio durante un rato.

—Esto es muy extraño. Dllenahkh, ¿fue ayer la primera vez que vinculaste tu mente con la de Delarua? Hay conexiones entre las mentes que sugieren un nivel de vinculación más profundo que el que se consigue con un enlace unívoco.

—Shhh —dijo Dllenahkh, un poco apurado—. La orquesta está empezando.

Me sentí muy aliviada cuando él habló, pues mi reacción habitual a cualquier mención del tiempo que pasamos con los adeptos era una incontrolable cerrazón de mandíbulas.

La producción estuvo libre de incidentes hasta un poco después del intermedio. A medida que se iba acercando el final del segundo acto, me incliné hacia delante en mi asiento, ansiosa por captar un atisbo de algo que demostrara que no estaba loca. Empecé a escrutar a los otros personajes: Silvio, Taddeo, y gente del coro al azar. No había nada extraño, excepto que la actuación de Taddeo era un poco más plana si se comparaba con la del día anterior. Fruncí el ceño, preguntándome si debía sentirme decepcionada o aliviada de que no fuera a suceder nada.

—Es el cuchillo —susurró Nasiha de pronto.

—Así es —confirmó Dllenahkh.

Durante un momento me sentí aturdida, y luego la comprensión tomó la forma de una imagen horrible.

—¡El cuchillo! —grité—. ¡No lo use! ¡Es de verdad!

Empecé a moverme. No esperaba que nadie se tomara mi grito en serio. Aquello era una producción itinerante, y tal vez estuvieran demasiado acostumbrados a oír gritos de «¡Por detrás, por detrás!», hicieran falta o no. Canio era un profesional, desde luego. Ni siquiera parpadeó ante la interrupción cuando bajó del diminuto escenario para enfrentarse con Nedda con su furia manufacturada. Echó atrás el brazo, con la hoja preparada, y la descargó contra su abdomen.

Pero Nedda lo supo. De algún modo, entre mi grito y (quién sabe) algún sentido telepático o empático propio, no se quedó quieta para recibir la cuchillada de pleno, como había hecho la noche anterior. Giró el cuerpo, pero demasiado tarde para evitar un tajo que desgarró la ropa y la piel y lo manchó todo de sangre. Se tambaleó y cayó de rodillas; luego se desplomó del todo.

Completamente engañado, el público se quedó boquiabierto y aplaudió apreciando el inesperado quiebro de los efectos especiales de alta calidad. Por otro lado, el resto del reparto que formaba el público del escenario reaccionó muy mal, consciente de que las cosas no eran como en los ensayos.

Un grito agudo y enloquecido sonó por encima del clamor general.

—¡Acábalo! ¡Acábalo!

Taddeo arrancó el cuchillo de la mano inmóvil y consternada de Canio, y se abalanzó hacia Nedda, que yacía en el cielo cortada y sangrante, pero todavía no gravemente herida.

Fue tiempo suficiente para que yo subiera los escalones del escenario central y me lanzara contra él. No me pregunten cómo sucedió. No soy ninguna supermujer, y nunca habría hecho este tipo de tontería ni en un millón de años, pero lo achaco a la conexión empática. Mi nivel de adrenalina estaba tan alto como el suyo, y me aterraba la idea de que alguien fuera a morirse delante de mí. Debí de sorprender a Nasiha y Dllenahkh, porque se movieron demasiado tarde y tuvieron que enfrentarse al manicomio del «público» que bajaba corriendo los escalones del escenario y saltaba al pozo de la orquesta.

Advertí mi locura cuando Canio volvió el cuchillo contra mí. Me retorcí frenéticamente y sentí la hoja tirar de mi vestido cuando perforó el tejido y lo rasgó desde el vientre hasta el hombro. La punta del cuchillo pasó piadosamente por mi canalillo y estuvo a punto de alcanzarme la arteria carótida. Entonces Canio desapareció con un sonido aplastante, pues Dllenahkh y Fergus lo placaron con tanta fuerza que juro que debieron de romperle uno o dos huesos.

—Ayyy —dije débilmente, y me senté en el escenario, tratando de sujetar la parte superior de mi vestido.

—¿Está herida, Delarua? —preguntó Nasiha, agachándose junto a mí.

—No. Bueno, sí, pero no por la hoja. Creo que me ha dado un tirón en un músculo al esquivar ese cuchillo.

Mientras hablaba, miraba alrededor para ver qué había sido de Nedda. Estaba sentada en el suelo, rodeada de gente que la ayudaba. Alguien había llevado un botiquín para empezar a tratar su herida.

—Llamaré a la directora —dijo Nasiha, mirando con leve desdén toda la confusión—. Nos vendrá bien que un oficial de alto rango corrobore nuestra… única evidencia.

Tenía razón. Si no hubiera sido por Qeturah, nos podrían haber detenido para interrogarnos, pero su presencia, combinada con la gravedad, se tradujo en que una alguacil muy amable nos entrevistó a Nasiha y a mí en uno de los camerinos mientras yo intentaba remendar el corpiño de mi vestido con tiras de cinta adhesiva. Cuando la alguacil terminó, ella nos informó de que el resto del equipo estaba esperándonos en la sala verde y que podíamos marcharnos.

—¿No nos va a decir lo que ha pasado en realidad? —le supliqué.

—No puedo dar los detalles del caso antes del juicio, señora —fue su lacónica respuesta. Entonces miró mis ojos suplicantes y claudicó, encogiéndose de hombros—. Digamos que un ménage-à-trois puede volverse bastante desagradable cuando explota. Que me vengan de uno en uno cuando quieran, pero a los urbanitas les gusta ser creativos… No es por ofenderla, señora.

—No se preocupe. Nací y me crie en una granja. Solo trabajo a veces en la ciudad.

Sonriendo por mi respuesta, nos dio las gracias y se marchó, llevándose su palmar con las grabaciones de nuestras entrevistas.

Me levanté y agité los hombros insegura, mirando en el espejo brillantemente iluminado mi patético intento de reparación.

—¿Cree que esto aguantará, Nasiha? ¿O estoy pidiendo problemas a gritos?

—¿Disculpen?

La tímida palabra fue acompañada por un suave golpe en la puerta. La chica brillante, Nedda, la estrella, estaba allí, mirándonos ansiosa a Nasiha y a mí. Se había cambiado de ropa y llevaba una bolsa al hombro. Aparte de una leve sombra bajo los hombros, parecía bien viva.

—¡Está bien! —dije con alegría—. ¡Está bien de verdad!

Ella mostró una sonrisa enorme.

—Me han dicho que tengo que darle las gracias por ello —se llevó la mano a la boca, al parecer horrorizada—. ¡Oh, su vestido! ¡Su bonito vestido!

Algunas mujeres son así con respecto a la ropa. La piel puede sanar, pero un vestido realmente bueno es irreemplazable.

—No he sufrido ni un arañazo —le dije.

—¡Pero no puede salir así!

Despejó la mesa de cosméticos con un barrido con el brazo y soltó la bolsa de ropa. Vi cómo la abría, impresionada por el dramatismo que infería a cada movimiento, y luego empecé a tartamudear y a ponerle pegas cuando comprendí sus intenciones.

—Tonterías —insistió ella—. Tome. Lo mandé lavar ayer mismo.

Rivalizaba con el vestido de la noche anterior. Dorado oscuro, extremadamente corto y con rejas de ventilación decorativa en el corpiño, habría hecho temblar a una colonia entera de sadiri.

—¡Oh, no puedo ponerme esto! —exclamé—. Usted…, usted tiene las piernas adecuadas. Yo no.

—Sí que las tiene —reprendió ella—. Pruébeselo.

Vacilé un poco más. La expresión de su rostro cambió.

—Tiene razón. Tal vez, si llevara vestidos como ese más a menudo —e indicó el aspecto austero de Nasiha—, no tendría tantos problemas.

—Usted no tiene la culpa, desde luego —dijo Nasiha—. Ni siquiera es lo bastante zhinuviana para imponer ninguna influencia mental.

Nedda pareció feliz de pronto.

—¿Lo nota usted? ¡Oh, qué alivio! Un bisabuelo zhinuviano, y acabo con la piel brillante y el pelo deslumbrante y actitudes estúpidas por parte de hombres y mujeres. Es curiosa, la genética. En realidad, soy ntshune en la mayor parte, ¿puede creerlo?

—Yo sí —dije feliz—. Ojos oscuros, pelo salvajemente rizado, disposición alegre…

Nos sonreímos la una a la otra. Empecé a desnudarme. De ninguna manera iba a hacer que aquella amable chica se sintiera mal por rechazar su ayuda.

—¡Oh, me está bien! Solo que me queda un poquito largo, pero es… Oh, eh, tiene impulsores antigravedad aquí. ¡Qué bien! —Arrojé la cautela, y mi sujetador, al viento; la primera, en sentido metafórico, y lo segundo de un modo literal.

—Es perfecto —proclamó ella—. Quédeselo. Algo con lo que recordarme.

Cerró de nuevo su bolsa y se despidió con la mano mientras se encaminaba hacia la puerta.

—¡Gracias de nuevo! ¡Adiós!

Me reí feliz.

—Hágale las pruebas, Nasiha. Apuesto a que proyecta de manera significativa en la escala del frenesí.

—Humm —dijo Nasiha—. En efecto es muy hermosa, y enormemente vivaz. Espero que lo que le dijo fuera en serio.

—¿Qué le dije?

—Que ella no ha tenido la culpa de que haya pasado esto.

Sobrevino un momento de silencio.

—¡Vaya! ¿Ahora recibe lecciones de Qeturah? —dije, sin rencor—. Vale, lo entiendo. Si descartamos el uso nada ético de la influencia hipnótica de la fuerza zhinuviana, no soy responsable de ninguna tontería que ningún hombre pudiera querer perpetrar a mi costa.

—Bien. Ahora vayamos a reunimos con los demás. O más bien —dijo, y me miró con ojos que se entornaron, levísimamente, de diversión—, yo iré y me encargaré del transporte mientras usted se reúne con los demás y les dice que me esperen fuera. Creo que lo mejor para Tarik será que yo no esté presente cuando aparezca llevando ese vestido.

El rubor volvió de pronto, pero antes de que pudiera pensar en ello, Nasiha se marchó con los jirones de mi vestido y mi sujetador. Hice acopio de valor y fui a la verde sala de espera. Entré con la cabeza gacha, como si fuera la culpable de algún enorme crimen social. Cuando por fin me atreví a levantar un poco la mirada, casi deseé no haberlo hecho, porque solo me hizo querer reír. Los ojos de Joral apuntaban de pronto al techo, los de Tarik estaban clavados en el suelo, y Fergus tenía la boca abierta mientras me miraba. Dllenahkh… No tuve tiempo de advertir qué estaba haciendo.

—Se me estropeó el vestido —dije a la defensiva, mirando al suelo.

—Ya lo veo —dijo Qeturah, tan tranquila—, y qué amables han sido al proporcionarle algo que se pudiera llevar a casa.

Tras ella, Lian explotó en una serie de bufidos y carcajadas.

—Si alguien quisiera prestarme un abrigo… —dije, con tono digno y agraviado.

—La noche es bastante cálida —dijo Dllenahkh con inocencia—. ¿Está segura de que hará falta abrigo?

Ya había tenido suficiente. Alcé la barbilla y me acerqué a él. Me detuve a treinta centímetros, que para un sadiri está dentro de los límites del espacio personal. Todo el mundo guardó silencio. Las sonrisas vacilaron y desaparecieron.

—Dígamelo usted —lo desafié entre dientes apretados.

Él inclinó la cabeza como para pedir disculpas, pero eso fue todo. Se desabrochó la parte delantera de su túnica, se la quitó de encima de los hombros y me envolvió cuidadosamente con ella.

—Gracias —le dije, relajando la mandíbula.

Lian dejó escapar un enorme suspiro.

—No tengo sobrepeso y no sé cantar, pero, damas y caballeros, ¿podemos marcharnos ya, por favor? La commedia è finita.

Hora cero más un año, cinco meses y cuatro días

Esa noche se quedó dormido sonriendo al recordar a Delarua, adorablemente horrorizada por descubrir su capacidad de seducción, pero negándose a retirarse de todas formas. Esos pensamientos deberían haber conducido a sueños mejores, pero el reciente drama había despertado otros recuerdos más oscuros que no podía negar.

Las pesadillas lo esperaban.

Estaba sentado en un risco contemplando un lugar familiar, un lugar donde había vivido una vez: suaves y frescas cúpulas residenciales en pálidos grupos como frutas en una vid; caminos entremezclados que conectaban unas con otras, y una tierra gris verdosa bajo el cielo azul. No era ese el último sitio donde había vivido, pero sí donde lo había hecho durante más tiempo, y los acontecimientos que llevaron a su marcha habían sido su primera experiencia de la manera tan súbita y completa con que puede hacerse añicos una vida corriente.

—¿Cómo te sientes ahora?

Junto a su rodilla se sentaba un perrito de la sabana, que enviaba la pregunta de mente a mente con la claridad que solo pueden proporcionar los sueños. Concentró en él sus tristes ojos con amable preocupación, esperando una respuesta.

—Está vacío —respondió él, reacio—. Aquí ya no vive nadie; solo fantasmas que llaman a mi alma.

La sensación de temor crecía, y le advertían de que el sueño estaba a punto de ponerse muy, muy feo. Una esquina del cielo lo confirmó al volverse negra: no el negro de una nube de tormenta, sino un tono verdaderamente maligno, como una tinta que viniera a manchar y teñir la atmósfera.

—Ya están muertos —declaró desafiante—. No hay ninguna necesidad de esto.

El perro se levantó.

—Yo en tu lugar me marcharía de aquí —gimió, mirando con terror cómo el cielo era devorado. Retrocedió, vaciló y al final echó a correr hacia las altas hierbas que había detrás de Dllenahkh.

—¡Espera! —gritó Dllenahkh, poniéndose en pie a toda prisa.

El risco se desmoronaba bajo sus pies, pero eso era miedo corriente. La verdadera pesadilla provenía de la fría luz de las estrellas que brillaba a través de la absorbente oscuridad, el tipo de luz estelar que solo brilla en las lunas sin vida.

—Se acabó. Ha terminado —insistió, diciéndoselo al sueño, diciéndoselo a sí mismo. Las casas desatendidas y las carreteras silenciosas se desvanecieron en un ocaso permanente. No podía dejar de mirar cómo desaparecían las últimas, incluso mientras sus pies resbalaban y sus manos se aferraban inútilmente a la tierra suelta y la hierba seca, tratando de impedir la caída, la caída a la nada, la caída para siempre.

—Despierte, consejero.

La mano de Tarik en su hombro fue un ancla bienvenida. Se incorporó poco a poco, combatiendo los restos del sueño.

—¿Qué ocurre, Tarik? ¿Qué sucede?

Tarik señaló el palmar de Dllenahkh, que estaba en la mesa junto a la cama.

—Acaba de llegar un mensaje de Nueva Sadira. Nasiha pensó que debería saberlo lo antes posible.

Despertó por fin con un subidón de adrenalina y cogió su palmar.

—¿Sabe de qué se trata?

—La comandante observa el protocolo de secretos oficiales al pie de la letra —dijo Tarik con demasiada sinceridad en la voz.

Dllenahkh no dijo nada más. Era bien consciente de que esas reglas no decían nada sobre lo que podía comunicar sin palabras una oficial superior a su esposo de rango inferior. En vez de eso, miró el palmar. Cuando terminó de leerlo y releerlo, alzó la mirada, pero Tarik ya se había marchado. Apagó el palmar y volvió a tumbarse, pero el tumulto de emociones que bullía en su interior era tan fuerte que tuvo que hablar.

—Bien —le dijo triunfante a la oscuridad—. Naraldi ha vuelto a Cygnus Beta.