Bacanal

Bacanal

—¿Por qué yo? —pregunté—. Quiero decir, lo sé, me lo ha dicho, pero dígame de nuevo por qué se supone que esto es una buena idea.

Tarik me dirigió una mirada que sugería que encontraba absurdo mi nerviosismo.

—Su perfil psi puesto al día sugiere que ha desarrollado una capacidad por encima de la media para discernir y reprimir las emociones impuestas.

—El Comité de Investigación ha recomendado que añadamos los datos del perfil psi a nuestros datos genéticos y antropológicos —continuó Nasiha, que pasaba una especie de escáner por los diminutos sensores adheridos a mis diversos puntos de pulso y nódulos nerviosos y todo lo demás.

—Necesitamos datos cygnianos además de sadiri para calibrar nuestras lecturas —continuó Tarik—. Usted es la única cygniana con nivel operativo de habilidad psiónica del equipo. Por tanto, ha sido asignada a nuestros propósitos evaluadores.

—Gracias, Qeturah —murmuré con sarcasmo—. ¿Para qué son éstos? —Agité una mano para señalar a cuatro inyectores colocados ordenadamente en una bandeja de instrumentos.

—Informarle de sus contenidos y efectos comprometería la neutralidad de las pruebas —dijo Nasiha en un tono que casi era tranquilizador, lo cual solo sirvió para aumentar mi preocupación.

—Intente relajarse —añadió Tarik, y colocó la mesa de reconocimiento de una posición vertical a otra casi horizontal con una rapidez que casi me hizo agarrarme a los bordes.

Los dos sadiri contemplaron las lecturas durante un rato, luego se miraron el uno al otro y asintieron. Nasiha cogió el primer inyector y me lo aplicó en el brazo. Tragué saliva en silencio mientras vertía entre susurros su contenido en mi corriente sanguínea. Pasaron los segundos.

—Bien —dije, ligeramente aliviada—. No estoy segura de qué…

Entonces grité.

Después de una hora en la que tan pronto reía como me ponía a llorar, grité y murmuré: «¡Qué fuerte!», y fui a Qeturah para quejarme. Ella se negó a ceder.

—Los resultados de capacidades psiónicas son producto de una combinación de naturaleza y entorno. No se puede medir usando solo los datos genéticos, y son una parte intrínseca de lo que significa ser sadiri. Necesitamos esta información.

—Sí, ¿pero por qué yo? —pregunté, quejumbrosa—. Nunca he dado una puntuación particularmente alta en los tests psi. ¿No pueden usar lecturas medias de la base de datos?

Qeturah se encogió de hombros.

—Este método concreto de evaluación no se ha hecho hasta ahora. No hay ningún dato.

—Magnífico —repliqué.

Solo habían pasado unos pocos días desde lo de Ophir y volvíamos ya al país de la sabana, esta vez a puestos de avanzada establecidos en bosques y llanuras que ofrecían un poco más de consuelo que un campamento temporal. La intención era impedir otro fiasco como el de Candirú, además de estar mejor preparados, y eso significaba que debíamos tomarnos una semana extra o dos para afinar el sentido de nuestra misión antes de continuar hacia la siguiente asignación planeada. Qeturah trabajaba febrilmente en la documentación con la ayuda de Lian, Fergus adquiría todo tipo de nuevo y excitante equipo de supervivencia y consejos adecuados sobre las regiones por parte de los rangers, Dllenahkh y Joral parecían pasar una extraordinaria cantidad de tiempo meditando, y Nasiha y Tarik me torturaban.

Entonces Dllenahkh apareció para la siguiente sesión.

—Por favor, dígame que no ha venido a hacerme sentir más miserable —dije con falsa alegría.

Él les dirigió a Nasiha y Tarik una mirada que no me hizo ninguna gracia, y luego se sentó junto a la mesa de reconocimiento.

—¿Le ha parecido intolerable la experiencia hasta ahora?

Me lo pensé bien antes de contestar.

—Podría haber sido peor, pero la verdad es que no poder controlar tus emociones es bastante triste, sí.

Él torció la mueca. ¡Juro que lo vi! Pero su rostro mostró absoluta calma un momento más tarde, y añadió:

—Pedimos disculpas por no haberle detallado antes la naturaleza del experimento. Sin embargo, contábamos con la aprobación de la directora para… —Guardó silencio, constreñido por la costumbre de decir la verdad, y corrigió—: La directora nos transmitió el permiso del gobierno para llevar a cabo estas pruebas.

—Gracias por eso —dije en voz baja—. Tenía la impresión de que a Qeturah no le hace mucha gracia mi relación con todo esto. Cree que deberían someterme a terapia.

Dllenahkh sostuvo mi mirada el tiempo necesario para advertirme que debería tomar sus siguientes palabras muy, muy en serio.

—Y usted se ha negado a someterse a ella.

Igualé su tono neutral.

—Para eso tendría que dejar la misión. Además, quince años de funcionamiento no se vendrán abajo en unos pocos meses. Puede esperar.

—Creo que esperaban aconsejarlos y tratarlos a usted, a su hermana y a los hijos de esta como una unidad familiar.

—Puede esperar —repetí—. Algunas cosas tal vez vayan mejor si no estoy allí. Ahora, ¿no iba a decirme qué está pasando aquí?

Apartó la mirada, replegándose por un momento, y recogió un inyector.

—Le bastará con un resumen. Los contenidos de estos inyectores han sido diseñados para estimular o suprimir una de las dos ramas del sistema límbico que ayudan a generar la emoción. Una rama tiene la satisfacción en un extremo, y la disforia en el otro. La otra rama varía del frenesí al letargo. La primera rama se complica, además, por el hecho de que en realidad consiste en dos escalas separadas de placer y dolor que se solapan en los valores inferiores. Por ejemplo, la emoción que categorizamos como expectación consiste en pequeños elementos de placer que causa el anhelo del momento de la satisfacción; o el dolor, causado por el hecho de la ausencia actual de satisfacción; o el frenesí, que se manifiesta como la urgencia por buscar la mencionada satisfacción.

Parpadeé.

—Eso es fascinante. Somos unos cabroncetes complicados, ¿eh?

—En efecto. A propósito, esto no lo experimentan solo los de origen terrestre o ntshune, sino que, por el mecanismo psicológico que sea, parece común a todos los humanos.

Llegados a ese punto, creo que sentí un cosquilleo de leve placer, dolor y frenesí. Era el primer fragmento de información específica que me había dado sobre la neurología sadiri, y esperaba que dijera algo más.

No lo hizo.

—En este momento, las pruebas de perfil psi cygnianas están diseñadas para detectar niveles de habilidad que podrían impactar de modo significativo en la capacidad de una persona para arreglárselas en una sociedad mayoritariamente no psiónica. A los telépatas y émpatas fuertes se les proporciona entrenamiento y un sistema ético con los que regular el uso de sus habilidades. La mayoría de los cygnianos no alcanzan un nivel que haga esto necesario.

—Y eso me incluye a mí —dije, frunciendo el ceño—. Entonces ¿por qué me tienen aquí en esta mesa llenándome de diferentes tipos de zumo enloquecido?

—Porque hay otros aspectos de la capacidad psiónica que no tocan las pruebas —interrumpió Nasiha—. Por ejemplo, después de estudiar nuestras propias reacciones hemos descubierto que es usted capaz de efectuar fuertes proyecciones empáticas en dos áreas muy concretas.

Hice una mueca.

—Apuesto a que puedo adivinar una. El placer, ¿cierto?

—Sí. Esa es la más fuerte. Cuando su centro de placer fue estimulado, Nasiha y yo experimentamos un fuerte deseo de reír que solo fue mitigado aumentando los escudos de nuestros receptores telepáticos.

Mientras admitía eso, el rostro de Tarik estaba tan mortalmente serio, casi quejumbroso, que casi tuve que reprimir una carcajada.

—Menos intensa, pero de todos modos significativa, fue la proyección del letargo —continuó Nasiha.

Le miré, sorprendida.

—¿Aburro a la gente?

—La calma —dijo Dllenahkh, diplomático—. Pero es un efecto mucho más sutil.

Contemplé el techo durante un rato, procesando lo que acababa de oír.

—De acuerdo. Entonces, ¿cómo casa eso con «discernir y reprimir las emociones impuestas»? Porque déjeme que le diga que estuve completamente a merced de esos inyectores.

Dllenahkh se explicó un poco más.

—Es difícil, si no imposible, detener la acción de los productos químicos que se han introducido directamente en el cuerpo. No obstante, es posible protegerse de los intentos externos de alterar la química corporal y cerebral. Ese es el objetivo de la sesión de hoy.

Los tres sadiri que rodeaban la mesa de reconocimiento parecieron de repente alzarse amenazantes.

—¿Van a tratar de influir en mis pensamientos y emociones? —gemí.

—Con su permiso —dijo Dllenahkh.

Me lo pensé. Tardé unos cuantos minutos, mientras ellos permanecían allí en silencio, esperando una respuesta. Pensé en lo que Ioan había podido y no había podido hacerme. Pensé en Rafi que, sospechaba, poseía un talento similar al de su padre, y me pregunté qué podría ser de él en el futuro.

—El conocimiento es poder —dije por fin—. Hagámoslo.

Primero, porque ya estaba allí presente para trabajar con él, Dllenahkh trató de aumentar mi sentido de la inquietud. Funcionó. Me erguí de repente, tosiendo como si hubiera salido de arenas movedizas, pero entonces, con un indignado «¡Ja!» saqué mi auténtica tensión, el temor se convirtió en simple descontento, y descarté la falsa sensación con una impresión de triunfo.

—Por las estrellas, es fuerte —susurré rápidamente, mirándolo con ojos muy abiertos—. Menos con las patas de elefante, por favor.

Él estaba examinando las lecturas del monitor junto a mi cabeza.

—Mis disculpas —dijo, ausente—. ¿Cómo se encuentra? Por favor, use las escalas que hemos discutido para describir sus emociones.

—¿Sinceramente? Tenía muy alta la escala del frenesí, y un poco más alta todavía la del placer. Intentó usted proyectar disforia, y esta se combinó con el frenesí para producir miedo. Así que aparté el frenesí y contuve la euforia. Y ahora me siento muy arriba en la escala del placer. Muchísimas gracias.

—Notable —dijo Dllenahkh.

En cierto modo, aquello era mejor que la terapia. Mientras los sadiri obtenían sus datos y creaban sus nuevas pruebas, yo descubría cuáles eran mis fuerzas. Por ejemplo, parecía que incluso era capaz de controlar mis verdaderas emociones mucho mejor que lo que cabría esperar por cómo me comporto normalmente. Rara vez había tenido necesidad de hacerlo así, pero la prueba de ello era cómo había podido no solo repeler los intentos de Ioan por hacerme sentir cómoda con él, sino también contener mi propia inclinación a sentir esa comodidad. Sin embargo, desde el punto de vista telepático, yo no tenía ningún tipo de talento. Podía ser influenciada para que hiciera todo tipo de cosas triviales y absurdas y racionalizarlas luego, como la vez que cogí un inyector al azar y apunté con él a Nasiha quien, por fortuna, era ágil y fue lo suficientemente consciente para apartarse de un salto. Si no le hubiera dirigido a Dllenahkh una mirada muy desagradable por esa triquiñuela, yo habría jurado que todo fue idea mía.

Lo cual me lleva a otro tema. Nunca veía a los sadiri como lo hacen los demás, al control total de sus expresiones faciales. Me había quedado claro que aunque nunca tendría el nivel de telepatía para sentirlos plenamente como hacían entre sí, sí tenía un nivel de empatía para detectar las emociones que no expresaban, aunque las interpretaba como una expresión física. Una vez tuve una fuerte discusión con Lian acerca de la sencilla premisa «Joral te sonríe todo el tiempo». Lian juró que yo estaba loca, yo le dije que se mostraba demasiado sensible al ser objeto de un enamoramiento sadiri. Ahora comprendo que Lian, siendo sincero, no podía ver ese leve atisbo de sonrisa que yo me había convencido de que estaba allí para explicar mi certeza de que Joral encontraba placentera la compañía de Lian.

Otra cosa buena de las pruebas fue que para cuando estábamos ya listos para partir, había aprendido a respetar en cierto modo a Nasiha y Tarik. Estaban muy unidos. El suyo era uno de los pocos vínculos que no había roto el desastre, y se merecían celebrarlo. Pero su profesionalismo y capacidad eran incuestionables, y su dedicación a reconstruir la cultura sadiri, absoluta. Eso me parecía admirable.

Como el asentamiento que íbamos a visitar estaba formado por granjas muy separadas entre sí, igual que las de los sadiri de Tlaxce, habíamos alterado nuestro calendario para llegar en una de sus fiestas. La gente se reuniría en una zona pública llamada Gran Sabana durante un periodo de dos días. En un primer momento, habíamos planeado visitar una de las granjas principales y concluir nuestra visita con el festival, pero como llevábamos retraso decidimos hacerlo al revés.

Nuestra primera visión de la Gran Sabana fue un largo y alto terraplén de tierra con una entrada en arco tallada en el centro. Bajo el arco se extendía una calzada. Llegamos en vehículos del gobierno con un vagón de carga, tras haber dejado la lanzadera en la avanzadilla. Dentro de las paredes había un enorme prado con una ciudad de tiendas, los colores tan brillantes y los diseños tan variados que parecían un puñado de cometas dispersas por el suelo esperando remontar el vuelo. Había rangers actuando como comisarios, y estos nos señalaron un espacio donde poder establecer nuestro campamento. No llevábamos allí más de quince minutos cuando llegó un visitante.

—¡Bienvenidos a la Gran Sabana! ¿Tengo el honor de dirigirme a la doctora Qeturah Daniyel, jefa de esta misión gubernamental y renombrada académica por derecho propio?

Las palabras eran medidas, incluso majestuosas, pero había una burla oculta en el tono. Cuando vi a quien hablaba, y la sonrisa contenida y el medio guiño que pasó entre Qeturah y él, tuve la impresión instantánea de que habían compartido algún encuentro en el pasado. Era un hombre alto y notable, pero había algo irreverente en el brillo de sus ojos que anunciaba amor a la diversión. Qeturah, en cambio, parecía inusitadamente tímida y coqueta. Debió de ser todo un encuentro.

—Leoval —dijo ella, y su voz sonó más rica y resonante mientras extendía la mano para que la besara—. ¿No eres demasiado viejo para esto todavía?

Leoval le dirigió una mirada de burlón dolor.

—¡Qeturah! ¡Qué cosas sugieres!

Se hicieron las presentaciones. Al principio, cuando se inclinó también para besar mi mano, temí que fuera un seductor incorregible, pero cuando estrechó los brazos con Fergus y Lian y se inclinó gravemente ante los sadiri con la frase adecuada en un sadiri de acento perfecto, me di cuenta de que estaba en presencia de un diplomático consumado. Y tenía razón. Era un funcionario jubilado que en tiempos fue uno de los primeros antropólogos en revisitar y poner al día las investigaciones sobre la zona. Le hizo a Qeturah prometerle que iría a visitarlo, diciéndole que le enviara un mensaje por medio de un comisario, y que tendría preparado un palanquín para ella. Entonces, con aquel sentido de la cortesía tan cuidadosamente modulado, se despidió y se marchó.

—Qué hombre tan interesante —dije con inocencia.

Qeturah me miró con mala cara.

—Sí —replicó con firmeza—. Lo es. Y un caballero. Siempre encontró la forma de ayudarme sin mencionar ni una vez la temible expresión «síndrome de Dalthi». Como eso de ofrecerme un palanquín… Es así de amable.

Vacilé antes de decidirme a expresar mis pensamientos en voz alta.

—¿Síndrome de Dalthi? ¿No es una enfermedad genética que puede tratarse?

—Sí que lo es, pero nunca me ha gustado la idea de empezar a toquetear mis propios genes —dijo Qeturah como quien no quiere la cosa—. Me parece que es como hacer trampas.

Me sorprendí muchísimo al oír esto. Era como enterarte de que tu carnicero es vegetariano.

—Además —continuó Qeturah tranquilamente—, durante algún tiempo tuve problemas sin resolver porque era la débil de la familia. Mis hermanos se burlaban de mí y decían que ningún colono se casaría conmigo porque cuidar de mí costaría tanto trabajo como llevar adelante la granja, y lo más probable sería que mis hijos también fueran débiles. Cuando empiezas a pensar en ti misma como en un producto defectuoso, emplazas tus defensas para asegurarte de que nadie tenga la oportunidad de rechazarte. Así pues, me dije que no me casaría nunca, que nunca tendría hijos y que nunca haría nada para cambiar quién era. Solo cuando tuve mi propio estatus, mi propio dinero y los beneficios contraceptivos de la menopausia empecé a permitirme tener un punto de vista diferente. Jugar las cartas que me habían tocado en suerte fue mi medalla de honor, no una carga.

Guardé silencio durante un rato, casi sorprendida por la sinceridad y la brusquedad que mostraba conmigo, pero entonces entorné los ojos y mi mandíbula se tensó ligeramente.

—No me había dado cuenta de que estábamos en sesión.

—Solo hago lo que puedo. Delarua, ¿has tenido alguna relación seria durante los últimos quince años?

Una cálida y repentina rabia me asaltó, pero mantuve el control y me limité a lanzarle una mirada de reproche antes de alejarme y perderme entre la multitud.

—Cíñete a la genética —le dije mirando hacia atrás—. Tus consejos están un poco fuera de tono hoy.

—Ah, mira, un logro —respondió ella con una sonrisa burlona, pero me dejó marchar.

Gilda siempre se burlaba de mí diciendo que tenía talento para rodearme de hombres seguros o no disponibles. Yo solía decirle que si comprendiera el significado de la palabra «profesionalidad» no tendría que especular sobre la vida amorosa que yo tuviera o dejara de tener. Pero entonces Qeturah me hizo dudar. ¿Qué era mi historia con Ioan? Cuando me marché por primera vez, ¿colocó algo en mi mente, en un gesto egoísta, para asegurarse de que nunca me relacionara con otra persona? ¿O era cosa mía? ¿Temía que el hecho de haber atraído a un hombre como Ioan una vez podría significar que estaba condenada a enamorarme de ese tipo para siempre? Tal vez yo volví a los hombres posesivos y manipuladores, porque me parecía que Ioan no había sido tan malo quince años antes. Odiaba al último en particular, porque ahora tenía pruebas empíricas que podía proyectar de manera significativa en la escala del placer. ¿Era yo como una mala droga, estropeando a hombres buenos?

Empezaba a disgustarme con mi autocompasión.

Por fortuna, en seguida se produjo una distracción. Pasó junto a mí pavoneándose, una botella en cada mano y en los ojos un brillo que no comprendería el concepto de rechazo aunque se lo explicaran en nueve idiomas y catorce dialectos. Entonces se detuvo y se dio media vuelta.

—Voy a escuchar las bandas de música. ¿Te gustaría venir, guapa?

Lo miré. Lo que le faltaba en aspecto lo compensaba con autoconfianza.

—Sí. ¿Por qué no? —respondí. Y, sí, en mi decisión había un poco de «¡Yo les enseñaré a todos!».

La música era buena. El líquido de la botella era bueno. Contenía alcohol, pero sobre todo aplacaba de manera sorprendente la sed con el calor, aunque exigía más al mismo tiempo. La multitud estaba llena de energía y se bailaba mucho. Perdí a mi primer conocido y encontré a varios amigos más en sucesión, y al final me quedé con un joven bastante mono llamado Tonio que parecía…, bueno, que tal vez se parecía un poco a Ioan, pero solo un poco, ¿vale?

Me olvidé por completo del resto del equipo hasta que Joral apareció donde yo estaba tumbada en el empinado ángulo de un terraplén, todavía escuchando los tambores y gaitas en el prado, y con Tonio roncando a mi lado. Joral parecía un poco aprensivo, y se movía como si esperara preservar una pequeña zona de exclusión a su alrededor. Vi con una sonrisa cómo dos jóvenes rompían esa zona, bailaban frotándose contra él y seguían su camino, dejándolo inmovilizado, como si no estuviera seguro de alegrarse o escandalizarse. Al final, recuperó el control y se acercó a donde yo estaba sentada.

—¿Te diviertes, Joral? —le pregunté, tendiéndole la botella.

Él la miró sin comprender durante un momento y luego, en respuesta a mis gestos, vertió cuidadosamente parte del contenido en su boca. Sus ojos se ensancharon levemente e hizo una mueca apreciativa.

—Picante y refrescante —proclamó, y me devolvió la botella—. La experiencia me está pareciendo muy instructiva. La directora me informó de que ya tiene una cantidad importante de datos genéticos de este asentamiento, y que aunque el fenotipo es mayoritariamente terrestre, hay suficientes genes tasadiri en la población como para que resulte fácil que una combinación de selección e intercambio produzca un niño de aspecto y psicología sadiri. Es más, los datos antropológicos muestran claramente que se han conservado bastantes tradiciones sadiri.

—¿Este festival es una tradición sadiri? —pregunté, tras beber y pasarle de nuevo la botella.

Él tomó un buen trago, olvidada la timidez, y me la devolvió.

—En realidad, no. Aunque parece tener unas cuantas características de fiestas antiguas…, eso sí, con menos sangre, y… um… otras actividades. Su origen es terrestre; en concreto, la fiesta de Carnaval.

—Adiós a la carne —dijo burlona la lingüista que hay en mí—. Tiene que ser seguida por el ayuno para cumplirse, no precedida por tal.

—Yo… No comprendo.

Le pasé la botella una vez más como disculpa y respuesta. Él la apuró.

—Esta bebida es deliciosa. ¿Puedo tomar otra?

Pesqué otras dos botellas de una nevera cercana y le di una. La abrió y se tomó un trago de inmediato.

Yo contemplé la Sabana.

—Si nos quedamos aquí durante un par de horas más, podremos ver la danza del fuego. Debe de estar bien. Oh, me olvidé preguntarlo… ¿Has venido a buscarme por algún motivo concreto?

Silencio. Me volví hacia Joral. Estaba observando la botella medio vacía ya en su mano con una sonrisita extraña.

—Oh. Sí. El consejero Dllenahkh desea que le diga que después del festival tendremos una reunión con algunos de los ancianos de la colonia.

—Joral, ¿te encuentras bien? —pregunté, preocupada por la expresión de su rostro.

Él se volvió hacia mí y sonrió de oreja a oreja, cosa que me sorprendió del todo.

—Me siento bien, Delarua, muy bien. Me pregunto si debería bajar y bailar un poco. No parece tan difícil.

Pulsé mi comunicador de inmediato.

—¡Nasiha! ¡A Joral le pasa algo! Está sonriendo. Creo que está borracho.

Nasiha habló con su habitual calma.

—¿Cuánto ha bebido?

—Unos cuatrocientos mililitros de… algo —tartamudeé, buscando la ayuda de la etiqueta de mi botella—. Contiene alcohol. Seis por ciento.

—Es demasiado poco para afectar a un sadiri —musitó ella—. ¿Puede andar todavía?

—Sssí… No estoy segura. Joral, levántate.

Él lo hizo, en la inclinación del terraplén con una estabilidad que apuntaba al menos a que estaba sobrio.

—¡Me encuentro bien! Estoy de pie. ¡Dile que estoy de pie!

—Hum —dijo Nasiha—. Joral, vuelve al campamento de inmediato.

Lo escolté de regreso al campamento, lo que quiere decir que lo acompañé como si fuera un inexperto perro pastor mientras él daba tumbos entre la multitud, bailando de pareja en pareja. Nasiha y Tarik estaban esperando, y en cuanto lo vieron aparecer lo cogieron por los codos y se lo llevaron a uno de los refugios. Los seguí a tiempo de verlos acostarlo a la fuerza en un jergón, mientras seguía protestando que se encontraba bien. Le tomaron rápidamente una muestra de sangre, examinaron su aliento y lo miraron a los ojos.

Entonces me miraron con gesto acusador.

—Esto no es embriaguez —dijo Tarik.

—Bueno, a mí no me miren —gemí—. ¡Miren esto! —les agité la botella.

—Sí, eso valdrá.

Di un respingo. Era Tonio. Estaba tan preocupada con Joral que no me había dado cuenta de que se había despertado y nos había seguido. Estaba allí en la entrada del refugio, completamente ajeno a la escena que tenía ante sí.

—Eso valdrá —repitió—. Tiene zumo de baya de fuego.

—¿Y qué es la baya de fuego? —preguntó Nasiha con severidad.

—Es como otra especie de alcohol, ¿sabe? Quita la preocupación de tus emociones y calma tus pensamientos, pero no te afecta a las piernas ni se te sube a la cabeza. Las madres se lo dan a sus hijos para tranquilizarlos y acabar con las preocupaciones. Funciona muy bien con los chicos adolescentes, sobre todo cuando empiezan a… ya saben —se encogió de hombros y alzó expresivamente una ceja mientras volvía a colocar bien la entrepierna de sus pantalones con un gesto practicado de la mano.

Nasiha y Tarik se miraron el uno al otro, y luego miraron a Tonio.

—Háblenos más del zumo de baya de fuego —dijo Tarik.

—Bueno, pruebe un poco.

El emprendedor Tonio se sacó un frasquito del bolsillo y se lo tendió a Tarik. Este abrió el frasco con cautela, sirvió una pequeña cantidad en un vaso de muestras limpio y lo probó.

—Intrigante —dijo.

Nasiha le quitó el vaso y apuró el resto.

—Muy intrigante —convino con él.

—Pero esto no tiene sentido —me quejé—. ¿Por qué hizo a Joral más emotivo?

—Oh, olvídate de eso —dijo Tonio, servicial—. También elimina las inhibiciones, como el alcohol. Es una pequeña paradoja. Sientes menos, pero expresas más.

Los dos sadiri que estaban aún en pie lo miraron con curiosidad.

—Esto exige más investigaciones —dijo Nasiha—. ¿Puede llevarnos a alguien que fabrique esta bebida?

—¡Claro! —respondió Tonio alegremente.

Salió, seguido por Tarik y Nasiha, y justo cuando yo iba a cerrar la marcha Nasiha se volvió hacia mí y me dijo:

—Alguien debería quedarse con Joral.

Hice una mueca.

—Vale.

Vigilar a Joral se convirtió casi de inmediato en verlo dormir. Lo coloqué en posición de recuperación, por si se producía alguna reacción desagradable, y luego me enrosqué en un jergón cercano, mientras escuchaba con amargura los gritos y aplausos y tambores del espectáculo de la danza del fuego que me estaba perdiendo.

Una sombra apareció en la entrada.

—¿Tarik? —pregunté, encendiendo una luz.

—No —respondió la voz de Dllenahkh—. Nasiha acaba de informarme del estado de Joral. ¿Cómo está?

Me incorporé y bostecé y miré a Joral.

—Parece que sigue durmiendo tan tranquilo. ¿Dónde están Nasiha y Tarik?

Una expresión muy extraña cruzó el rostro de Dllenahkh. Era la expresión de un hombre que había visto cosas que no podía dejar de ver.

—Bailando —dijo sin más.

Me quedé boquiabierta.

—¿Cómo?

—Decidieron probar los efectos de primera mano catando las diversas bebidas que contienen el ingrediente activo. Ahora están… mezclándose. —Un leve y frío tono de desaprobación tiñó su voz.

—Bueno, pues mejor para ellos, digo yo. Después de toda esa locura por la que me han hecho pasar, me alegra que tengan agallas para probar consigo mismos. Pero sigo sin comprenderlo. ¿Qué tiene de importante ese brebaje?

Dllenahkh se acercó a recoger un palmar y se sentó junto a mí en el jergón.

—Tal vez un vistazo a los datos le aclare las cosas. Aquí hay un resumen de los datos recopilados por los sensores durante su experimento. Y aquí —dio un golpecito y dividió la pantalla— está el resumen de los datos sadiri. Por supuesto, Nasiha era el sujeto de pruebas, para mantener el sexo como una variable constante cuando se compararan las lecturas.

—Estas son lecturas sadiri —dije, siguiendo la línea de datos.

—Estos son los marcadores de las reacciones bioquímicas que experimentamos durante el impulso y el procesamiento sensorial, sí.

—Y estos son los míos —dije, mirando un conjunto de valores mucho más bajos—. ¿Cómo viven con eso? —pregunté con mudo asombro.

—Con cuidado. Con meditación y estricta adherencia a las disciplinas —replicó él—. Pero sin esta alta sensibilidad neural, no podríamos ser quienes somos. No podríamos pilotar las naves mentales, ni podríamos sentirnos unos a otros, comunicarnos unos con otros, formar vínculos telepáticos unos con otros.

Asentí lentamente, llena de admiración.

—Ahora que han descubierto las propiedades de la baya de fuego, ¿la usarán como una alternativa a la meditación?

—Puede servir para usos recreativos, pero no creo que tenga importancia a la larga. Podemos encontrarnos en una situación en que los ingredientes no estén disponibles. Sin embargo, las disciplinas pueden llevarse a donde vaya la mente. —Me miró de arriba abajo—. ¿Recomendaría este supresor de sentidos para su uso regular?

Me lo pensé. Reflexioné sobre el comentario de Qeturah respecto a cómo jugar la mano que le había tocado en suerte se convirtió para ella en una medalla de honor.

—Eso solo puede ser una decisión individual —esquivé.

—Entonces pongamos un ejemplo concreto. ¿Me lo recomendaría a mí, por ejemplo?

—No —dije después de pensármelo—. Como dijo usted, se trata de quien es. Yo no querría que fuera otra cosa sino usted mismo. No sé si tiene sentido, pero es así.

Hubo un rumor en la entrada, y Nasiha y Tarik entraron. Rebosaban de energía, pero sonreían muy poquito. Me sentí aliviada. Temía que volvieran riendo o haciendo algo sorprendente. Nasiha llevaba un pequeño cuenco en las manos.

—Primera oficial Delarua —dijo con cierta agitación—, pedimos disculpas por haberle hecho perderse la fiesta al pedirle que vigilara a Joral. Por favor, acepte este plato regional tradicional como muestra de nuestro pesar.

Lo acepté con una sonrisa y un retortijón de ansiedad, pero cuando lo miré me resultó familiar. Una sonrisa auténtica se extendió por mi rostro.

—¡Gracias, Nasiha! ¡Me encanta el pastel de chocolate Decadence!

Arranqué un pedazo y me lo metí en la boca. Eso sí que era una droga que merecía la pena probar. Mis papilas gustativas canturrearon alegremente por aquella cremosa exquisitez. Cerré los ojos y gemí.

Hubo un extraño eco. Abrí los ojos y pillé a Nasiha y Tarik mirándome con avidez, las palmas levemente unidas en un pobre intento de intimidad. En la cara de Nasiha había una expresión algo culpable, que estropeó al instante con una risita contenida. Los dos intercambiaron entonces una ardiente mirada y se marcharon a toda prisa.

Mi bocado se convirtió en cenizas. Lo engullí con dificultad y solté el cuenco.

—Pervertidos —dije con hostilidad—. Ahora he perdido el apetito.

—Cómase la tarta —dijo Dllenahkh, y había un claro tinte de diversión en el tono de su voz—. Ya se han ido, Joral está dormido y mis escudos son fuertes.