Carta que, con fecha de enero de 1918, escribió monseñor Darcy a Amory, segundo teniente del 171 de Infantería, Puerto de Embarque, Camp Mills, Long Island.

Mi querido Amory:

Todo lo que quiero que me digas es que todavía existes; lo demás lo he de buscar en mi tenaz memoria, un termómetro que sólo recuerda fiebres, para compararlo con lo que yo era a tu edad. Pero los hombres seguirán charlando; y tú y yo seguiremos gritando nuestras futilidades en la escena hasta que el último estúpido telón caiga, ¡bum!, sobre nuestras agitadas cabezas. Ahora que empiezas a vislumbrar el espectáculo de la linterna mágica de la vida, casi con las mismas armas que yo tenía, necesito escribirte aunque sólo sea para advertirte de la colosal estupidez de la gente.

He aquí que ha llegado el fin de algo; para bien o para mal, ya no serás nunca el Amory Blaine que conocí, y nunca volveremos a encontrarnos como nos encontrábamos, porque tu generación se está endureciendo mucho más de lo que la mía llegó a endurecerse, alimentada como estaba con la leche tierna del novecientos.

Amory, últimamente he vuelto a leer a Esguilp; y en la divina ironía de «Agamenón» he encontrado la única respuesta para esta amarga edad. Todo el mundo se desmorona a nuestro alrededor y las edades paralelas más cercanas se consuelan con esa resignación sin esperanzas. A veces pienso en los que estáis lejos como aquellos legionarios de Roma, a muchas millas de su corrompida ciudad, para detener a las hordas…, hordas sólo un poco más peligrosas, después de todo, que su urbe corrompida… Otro golpe bajo a la raza, una furia por la que ya pasamos hace años entre ovaciones, sobre cuyos cadáveres bailamos a través de la era victoriana…

Y después un mundo materialista de cabo a rabo, y la Iglesia Católica. No sé dónde podrás acomodarte. De una cosa estoy seguro: naciste celta y celta morirás; así que si no utilizas el cielo como un continuo referéndum de tus ideas, encontrarás en la tierra un continuo acicate de tus ambiciones.

Amory, de pronto me he dado cuenta de que soy un hombre viejo. Como todos los viejos, a veces tengo sueños que te quiero contar. Me he divertido imaginando que eras mi hijo, que cuando yo era joven sufrí un estado de coma y te concebí y que al despertar no me acordaba de ello… Es el instinto paternal, Amory; el celibato cala más hondo que la carne…

A menudo pienso que la explicación de nuestro gran parecido descansa en algún antepasado común; la única sangre que los Darcy y los O’Hara tienen en común procede de un O’Donahue… Se llamaba Stephen, me parece…

Cuando cae el rayo sobre uno, también hiere al otro; a poco de llegar tú a tu puerto de embarque, he recibido yo orden de salir hacia Roma, y estoy esperando tener que coger el barco en cualquier momento. Antes de que recibas esta carta, ya estaré en el océano; y después vendrá tu vez. Te has marchado a la guerra como un caballero, igual que fuiste a la escuela y al colegio, porque era lo que había que hacer. Es mejor dejar las fanfarrias y el heroísmo tremolante para las clases medias. Lo hacen mucho mejor.

¿Te acuerdas de aquel fin de semana de marzo pasado cuando de Princeton trajiste a Burne Holiday para verme? ¡Qué chico magnífico! Me hizo una terrible impresión que después me escribieras lo que él pensaba de mí. ¿Cómo podrá engañarse así? No soy espléndido, ni tú ni yo lo somos. Somos otras cosas; somos extraordinarios, inteligentes y podríamos ser, supongo, brillantes. Podemos atraer a la gente, podemos crear atmósfera, podemos echar a perder nuestro espíritu celta con sutilezas celtas, podemos seguir siempre nuestro camino; pero espléndidos…, ¡de ninguna manera!

Me voy a Roma con un magnífico montón de cartas de presentación para todas las capitales de Europa; y no habrá «pequeña intriga» donde yo no esté metido. ¡Cómo me gustaría que me acompañaras! Esto, que suena un poco a cínico, es lo último que debe escribir un religioso entrado en años a un joven que va a la guerra; la única excusa es que el religioso está hablando consigo mismo. En nosotros hay algo profundo, y tú sabes qué es, tan bien como yo. Tenemos una gran fe, aunque la tuya por el momento no se ha cristalizado; tenemos una terrible honradez que todo nuestro amaneramiento no es bastante para destruir; y, sobre todo, una infantil simplicidad que nos impide realmente ser malignos.

He escrito para ti una sátira que a continuación adjunto. Lamento que tus mejillas no estén a la altura de la descripción que he hecho, pero te pasarás la noche fumando y leyendo.

De cualquier manera ahí va:

LAMENTO POR UN HIJO ADOPTIVO

QUE MARCHA A LA GUERRA CONTRA EL REY EXTRANJERO

Ochone.

Me ha dejado el hijo de mis pensamientos

en su dorada juventud, como Angus Oge,

Angus, el de los pájaros brillantes;

su espíritu, fuerte y sutil como el de Cuchulin de Muirtheme.

Awirra Sthrue.

Su frente es blanca como la leche de las vacas de Maeve,

y sus mejillas, como las cerezas del frutal

que se inclina sobre María, que alimenta al Hijo de Dios.

Mavrone go Gudyo.

Estará, en la alegre y roja batalla,

entre sus jefes y, por sus grandes actos de valor

su vida a punto de salir de él;

y se romperán las cuerdas de mi alma.

Aveelia Vrone.

Su cabello, como el cuello dorado de los reyes de Tara,

y sus ojos como los cuatro mares grises de Erin,

que lloran brumas de lluvia.

A Vich Deelish.

Mi corazón está en el corazón de mi hijo,

y mi vida es sin duda su vida.

Un hombre sólo puede rejuvenecer,

sólo, en la vida de sus hijos.

Jia du Vaha Alanav.

Ojalá el Hijo de Dios esté encima de él y debajo de él, delante de él y detrás de él.

Ojalá el Rey de los Elementos ciegue con niebla los ojos del rey extranjero.

Ojalá la Reina de las Gracias le lleve de su mano entre sus enemigos sin que le vean.

Ojalá Patrick el de Gael y Collumb de la Iglesia y los cinco mil santos de Erín sean su escudo cuando entre en combate.

Och Ochone.

Amory, Amory, presiento ahora que esto es todo; uno de nosotros, o quizá los dos, no ha de salir de esta guerra… He tratado de decirte lo mucho que esta reencarnación ha significado para mí estos últimos años… Somos muy parecidos…, muy distintos.

Adiós, querido muchacho, y que Dios sea contigo.

Thayer Darcy.

Embarque nocturno

Amory vagaba por el muelle hasta que encontró un embalaje bajo una luz eléctrica. Buscó en su bolsillo lápiz y papel y empezó a escribir, lenta y laboriosamente:

Nos vamos esta noche…

En silencio hemos llenado la calle desierta

—una columna gris opaca—,

y los espectros se levantan sorprendidos por los sordos pasos

a lo largo del camino sin luna;

en los muelles sombríos resuenan los pasos

que no cesan ni de noche ni de día.

Nos paseamos despacio en las tranquilas cubiertas

para mirar en la costa fantasmal

sombras de mil días, restos pobres y grises del naufragio.

¡Oh, vamos a deplorar

aquellos años fútiles!

¡Mira qué blanco está el mar!

Las nubes se han roto, y arden los cielos

en huecos caminos sobre trozos de luz,

y el golpe de las olas en la quilla

levanta un voluminoso nocturno…

Nos vamos esta noche.

Una carta de Amory, fechada en Brest, el 11 de marzo de 1919, al teniente T. P. D’Invilliers, Camp Gordon, Ga.

Querido Baudelaire:

Nos encontraremos en Manhattan el 30 de este mismo mes y lo primero que haremos será buscar un pequeño apartamento, tú, yo y Alec, que está a mi lado mientras escribo. No sé qué voy a hacer, pero tengo una vaga idea de dedicarme a la política. ¿Por qué será que la crema de Inglaterra que sale de Oxford y Cambridge se dedica a la política, mientras que en EE.UU. dejamos eso a los basureros crecidos en el suburbio, educados en la calle y enviados al Congreso, sacos llenos de corrupción y desprovistos tanto de «ideas como de ideales», como suelen decir los oradores? Hace cuarenta años todavía teníamos gente buena en la política, pero a nosotros, ¡a nosotros!, nos han educado para apilar millones y enseñar «de qué fibra estamos hechos». A veces desearía haber sido inglés; la vida americana resulta tan condenadamente aburrida, estúpida y saludable…

Desde que murió la pobre Beatrice cuento con un poco de dinero, pero bastante poco. Puedo perdonar a mi madre casi todo, a excepción de haber legado, en un repentino arranque de religiosidad al final de su vida, la mitad de lo que quedaba para seminarios y vidrieras. Mr. Barton, mi abogado, me escribe que casi todos mis dineros están invertidos en compañías de tranvías y que las citadas compañías pierden dinero por las tarifas de cinco céntimos. ¡Imagínate una nómina con salarios de 350 dólares al mes para un hombre que no sabe leer ni escribir! Y lo malo es que hay que creer en todo eso, aunque haya presenciado cómo lo que una vez fue una considerable fortuna se puede evaporar a causa de la especulación, las extravagancias, la administración democrática y el impuesto sobre la renta… Moderno, eso es lo que yo soy, Mabel.

De cualquier forma podemos tener un piso sensacional. Tú te buscas un trabajo en una revista de modas y Alec que se meta en la Zinc Company o como se llame lo que tiene su familia. Me está mirando por encima del hombro y dice que la compañía es de bronce, pero a mí me parece que eso no importa mucho, ¿y a ti? Probablemente es tan sucio el dinero ganado con el bronce como el ganado con el zinc. En cuanto al famoso Amory, escribirá inmortal literatura si logra estar seguro de algo que valga la pena contárselo a otro. No hay regalo más peligroso para la posteridad que unas cuantas perogrulladas inteligentemente adornadas.

Tom, ¿por qué no te haces católico? Claro que para ser un buen católico tendrás que dejar de urdir las violentas intrigas que me contabas, pero escribirías mejor poesía si te relacionaras con los altos candelabros dorados y los grandes cánticos; y aunque el clero americano es bastante burgués, como solía decir Beatrice, tú no irías más que a las iglesias elegantes, y yo te presentaré a monseñor Darcy, que es una maravilla.

La muerte de Kerry fue un golpe muy duro y lo mismo la de Jesse en cierto modo. Y tengo gran curiosidad en saber qué rincón del mundo se ha tragado a Burne. ¿Tú crees que estará en la cárcel, con nombre falso? Confieso que la guerra en lugar de volverme ortodoxo, que es la reacción correcta, ha hecho de mí un apasionado agnóstico. La Iglesia Católica ha tenido últimamente sus alas cortadas tanto tiempo que el papel que juega es despreciable y ni siquiera tiene ya buenos escritores. Estoy harto de Chesterton.

Solamente he conocido un soldado que sufriera la tan cacareada crisis espiritual como ese tipo, Donald Hankey; y el que yo conocí estudiaba para cura, así que estaba maduro para la crisis. A mí sinceramente todo eso me parece una basura, aunque, al parecer, proporciona mucho consuelo sentimental a los de casa; a ver si padres y madres quieren más a sus hijos. Ésta religión inspirada en la crisis resulta bastante pobre y fugaz. Para un hombre que descubre a Dios hay cuatro que descubren París.

En cuanto a nosotros —tú y yo y Alec—, tendremos un mayordomo japonés y nos vestiremos para cenar, tendremos vino en la mesa y llevaremos una vida contemplativa y carente de emociones, hasta que nos decidamos a utilizar las ametralladoras con los propietarios o a arrojar bombas con los bolcheviques. ¡Dios! Tom, espero que ocurra algo. Estoy más inquieto que el demonio, y me horroriza volverme gordo o enamorarme y hacerme un hombre casero.

La finca de Lake Geneva está en alquiler, pero en cuanto desembarque pienso ir al Oeste a ver a Mr. Barton para que me dé detalles. Escríbeme a casa de los Blackstone, Chicago.

Hasta pronto, querido Boswell.

Samuel Johnson