Capítulo VIII

EL EGO NO ES BUEN ASESOR DURANTE UN DIVORCIO

«En mi divorcio mi pareja se quedó mi casa,

a mis hijos, a mis amigos, mi coche, mi dinero,

incluso a mis padres y mis hermanos».

«¿Y cuál fue la causa de vuestro divorcio?».

«Decía, sin fundamento, que yo era un egoísta».

Todos los Santos es una fecha en la que los vivos felicitan a los muertos, pero para mí será siempre el día en que mi exmujer me confesó que me estaba siendo infiel. Ese 1 de noviembre, tras cargarme la cornamenta pertinente, hicimos lo de siempre, paseo por la playa, aunque como novedad esta vez era ella la que preguntaba compulsivamente:

—¿Vas a dejarme? ¿No te parece que estás dramatizando? Yo te quiero, estoy dispuesta a luchar por lo nuestro, ¿tú no?

No soy un luchador. Considero que hay demasiados barcos para perder el tiempo en reparar el tuyo si hace aguas porque la madera se ha cansado de ser impermeable. Sin embargo, la idea de ganar tiempo con ella para poder elaborar una venganza que restableciera el daño a mi ego no se me iba de la cabeza. Había visto una peli una vez en la que el infiel se ve sorprendido ante la reacción de su pareja. Mientras él cree que lo va a echar de su vida y va a poder reemprender una nueva con su amante, ella le cuestiona y le pregunta: «¿Realmente vas a romper todo esto sin intentar superar el bache?». Pero en este caso mi ex hacía los dos papeles, el de la infiel y el de la que quería seguir luchando, no había posibilidad de castigo: si me iba, la dejaba con su amante, y si me quedaba, le concedía lo que me estaba pidiendo. Yo sabía que en nuestro matrimonio estaba ya todo el pescado vendido, que si me quedaba algo de dignidad debía alejarme de aquella adúltera reconocida; así que, sin más, le dije:

—Alicia, ¿y si no sé perdonarte? ¿Y si me limito a torturarte y, por ende, a hacerlo conmigo mismo hasta que te reviente por dentro y te convierta en alguien infeliz?

—Ya soy infeliz, Javier. Y en gran parte te lo debo a ti.

¡Joder, cómo me fastidia cuando alguien que debería ser sumiso te sale con una verdad irrefutable! Cuando sucede eso se acabaron tus posibilidades de seguir siendo el verdugo.

—Entonces, Alicia, si no eres feliz y a mí me da igual serlo, lo mejor será que nos separemos.

—¿Más? —dijo ella en un tono muy jocoso.

Y comenzamos a reírnos. Y seguimos haciéndolo hasta que, entrados en trámites de divorcio, se enteró por fin en el Facebook de que yo había simultaneado la relación apasionada con Utopía con nuestro rutinario matrimonio, y la risa se convirtió en llanto y rechinar de dientes.

Recomiendo el matrimonio tanto como el divorcio. El primero obedece a que no conoces ni de lejos a la persona a la que le estás poniendo el anillo; el segundo, a que conoces al milímetro a la persona que peleará hasta por los calzoncillos que te regaló. Sin embargo, a pesar de que de esto se deduce que las razones para el divorcio suelen ser más sinceras que las de la boda, sigue costándonos más replantearnos el final que el principio de nuestro compromiso de por vida. Y no es solo una cuestión meramente económica la que te impide apartarte para siempre del camino que te unió a tu pareja. También existe la causa emocional. Esos calzoncillos no los bajarán otras manos de mujer. O esas bragas no las arrancará a bocados ningún hijo de puta que pueda llegar a follar mejor que tú. No me queda duda de que existirán los divorcios amistosos, como tampoco tengo dudas de que existen los marcianos, pero a ninguno de ellos los he visto con mis propios ojos.

Nuestro divorcio empezó de maravilla. Hablábamos del reparto de bienes y en todo momento decíamos aquello de «Si para ti es importante quedártelo, a mí me agradaría mucho que te lo quedaras». Luego fue cuando Utopía decidió hacer público nuestro amor en la maravillosa Internet y tuvo los santos cojones de matizar el día en que nos acostamos por primera vez. Eso significaba, ni más ni menos, que mi, en trámites, exesposa, que no tiene un pelo de tonta, ató cabos y dedujo que yo había estado compartiendo mi miembro con otra mujer mientras el tío de las zapatillas se la zumbaba a ella y los dos fingíamos amarnos en exclusiva. A las pocas horas recibí la llamada de una abogada con voz de más de cincuenta años y un modo de hablar de buitre que sabe que la has cagado y se regocija de tu imbecilidad crónica, de tu extraordinaria habilidad para ser un desastre continuo. Un hijo del desorden. Un apadrinado de la elección incorrecta que evitará que el próximo paso sea seguro.

—¿Javier Fraude?

—Puede…, pero no estoy seguro.

—Hola, mi nombre es Maika Bela y soy la abogada de Alicia, su mujer.

¿Había dicho «Maquiavela» o mi subconsciente ya se había anticipado a dotar a esa voz de un superpoder utilizado para destruir todo aquello que contuviera algo de virilidad?

—¿Sigue mi mujer viva? Porque estoy intentando hablar con ella y no me coge el teléfono. Estoy preocupado. —Mentira, por supuesto, pero tenía que empezar, y rápido, la actuación de hombre leal, desvalido y que simplemente no supo llevar una situación sentimental.

—Sigue viva, sí, pero no está bien. Se ha enterado a través de su Facebook de que usted tenía una amante mientras estuvieron juntos.

—Oiga, la cosa no es así… Es ella la que me ha sido infiel.

—¿Quiere que trate este asunto con usted directamente o prefiere darme el teléfono de su abogado para que lo resolvamos de una manera más igualada?

Podría pensar cualquiera que me estaba haciendo un favor advirtiéndome de que estaba en insuficiencia respecto al conocimiento de la ley, pero yo sabía que no se trataba de eso. Lo que realmente estaba haciendo era amenazarme. Enseñarme sus dientes de abogada, rugiendo con ese estilo distraído con el que ladran los perros que terminan clavándote las mandíbulas en la pantorrilla.

—Abogada. Tengo abogada, no abogado —le contesté guardando una calma aparente.

—Ah, ¿es mujer? —dijo ella volviendo a dar otro bocado.

—¿Le sorprende? Las mujeres también pueden llegar a tener puestos de responsabilidad —le dije mientras me mordía el labio inferior. ¿Qué estaba haciendo? ¿Enrabietar al perro que te tiene cogida la pierna? ¿Por qué tenía esos lapsus? Es de manual que el único camino válido para salir airoso de aquel brete era conseguir su piedad. Darle pena.

Tarde.

—Sé perfectamente que las mujeres estamos capacitadas para eso. De hecho, yo soy la socia fundadora de un bufete que da trabajo a más de treinta abogados, pero ya ve, algunas mujeres todavía cometen errores casándose con hombres que no valen la pena.

Touché. Lo tenía todo a su favor. Era mujer, defendía a una mujer, era vieja, abogada y encima tenía ingenio para la réplica sarcástica.

—Bueno, déjeme su teléfono y mi abogada se pondrá en contacto con usted.

—¿También se tira a su abogada?

No supe hacerme el ofendido. Una vez más, mi maldito ego tuvo que jugármela.

—También. Entre una y otra. Mis pelotas fabrican demasiado esperma —le contesté, quedándome tan ancho.

Silencio.

—Disculpe, no le he entendido bien. ¿Podría repetirme lo que ha dicho?

—He dicho que también me tiro a mi abogada. Llevo años tirándome a todo lo que lleva faldas y se mueve. Mis pelotas fabrican demasiado esperma. He de soltarlo o podrían reventar —añadí jactándome de mi ira y mi furia.

—Gracias, es que no le había dado a grabar. Muy bien, señor Fraude, espero la llamada de su abogada.

JODIDO. ¡ESTABA COMPLETAMENTE JODIDO! Me temblaban las piernas de pensar cómo se iba a poner Rebeca.

Rebeca no solo era mi abogada, también era mi amiga, como ya les comenté, y, para colmo de funciones, mi conciencia represora. Tengo varias conciencias. La mayoría de ellas sufrían hasta hoy de amnesia o tartamudeaban, con lo que me ha resultado muy difícil seguirles el hilo de sus explicaciones, pero a Rebeca la sigo perfectamente. Es clara, concisa, y no parca en palabras; mejor dicho, en insultos. Ahora tenía que explicarle todo esto. Tenía que elaborar un plan que me hiciera parecer que la trampa que me había puesto Maquiavela era insalvable. Difícil, sí, pero ya les he dicho que tengo cierta capacidad para inventar cosas. Podrían pensar que utilizando mi mirada —la que me permite hacer en los culos de la gente «sopicas»—, Rebeca sería plastilina para mis argumentos. Pues no. Tiene una especie de inmunidad a mi poder. No se cree nada de lo que le cuento. Quizá he sobreutilizado mi virus apiadatorio demasiado con ella y sus anticuerpos han hecho su papel. Así que me puse a rezar a mi Dios para que me potenciara la imaginación.

—¿Rebeca? Soy Javier.

—Hola, Javier —me dijo, como siempre, como cantando. Es una mujer extremadamente feliz, tanto como inquisidora a la hora de mis meteduras de pata.

—Oye, mira, me ha llamado la abogada de Alicia.

—¿No estabas llevando tu divorcio con ella directamente? ¿Qué ha pasado?

Aquí es donde Rebeca empezaba su castigo por mi crimen. Seguro que ya sabía lo del mensaje de Utopía en mi Facebook, pero esperaba que mi corazón envejeciera unos años por la tensión de saber si había sido descubierto. Esperaba que me humillara públicamente reconociendo mi terrible don de joderla allá donde se podía haber hecho bien.

—Bueno…, es que… han pasado algunas cosillas…

—¡¿Cómo?! —dijo utilizando un tono teatral de «lo sé desde hace tiempo y me hago la sorprendida para demostrarte que aunque me haga la tonta yo no lo soy porque el único gilipollas que hay en esta conversación eres tú»—. ¿Han pasado cosillas?

Silencio con cierto balbuceo por mi parte.

—¿O has vuelto a hacer de las tuyas y lo que era algo sencillo se va a convertir en otro camino tortuoso hacia el infierno? —añadió.

—¿Lo dices por lo del Facebook? —dije, como restándole importancia a la anécdota que me iba a arruinar completamente.

—¡¿Cómo has consentido que esa niñata pusiera semejante comentario sabiendo que tu Facebook lo puede ver todo el mundo?!

—Bueno, ya me conoces, no me gusta interferir en las acciones de la gente. Creo que todos tenemos derecho a hacer lo que tengamos que hacer. En todo caso, ella es libre de poner lo que quiera, ¿no? Yo sería, por ejemplo, libre de haberlo borrado…, por ejemplo, ¿me entiendes, Rebeca?

—Claro que te entiendo, Javier. Lo que vienes a decir es que yo soy libre de llamarte imbécil y tú libre de asumirlo, ¿a que sí?

—Yo no lo hubiera dicho mejor —dije en un intento de ser simpático y que mi aceptación de culpabilidad la debilitara un poco. Trascurrió un silencio largo. Supongo que toda mi culpabilidad pasó lentamente a modo de documental de La 2 por mi cabeza. Luego dije—: ¿Rebeca?

—¿Qué te he dicho yo del Facebook, Javier?

—Uf, me has dicho muchas cosas, Rebeca…

—¿Alguna que no sea cierta, Javier?

—Rebeca, ¿por qué no dejamos de usar el vocativo? Me pones nervioso.

Rebeca siempre me advirtió de lo indiscreto del Facebook, de que mi ambición de ególatra egotista me acarrearía problemas serios, de que mis comentarios sobre mi vida no le importaban a nadie más que a mí, y de que cualquiera podría usar toda mi información para hacerme daño.

—¿Te pones nervioso tú? Es curioso, te ponen nervioso las cosas que no tienen importancia. —Volvió al ataque.

—Bueno, ya vale. Entiendo lo que me quieres decir. Verás, hay algo más que debo decirte.

—¿Más? Pues espero que sea mejor.

No tuve pelotas para continuar. Le dije que me estaba entrando otra llamada y que ya la llamaría luego… Pero tardé tres días en hacerlo. Mi imaginación estaba de su parte y no colaboraba para encontrar una explicación a mi error con Maquiavela.