Los partisanos mantenían una casa segura a pocos kilómetros tierra adentro desde el Lago Ladoga, una choza de trampero largo tiempo deshabitada en una colina densamente poblada de alerces. Llegamos finalmente allí una hora antes del alba, el cielo variando pacientemente de negro a gris y cayendo una ligera nieve mientras el aire se despejaba. Todo el mundo parecía pensar que la nieve era un buen presagio, ya que cubría nuestras huellas e indicaba un día más cálido.
Durante el camino hacia la cabaña habíamos pasado a lo largo de un risco desde el que pudimos ver otro pueblo en llamas. El fuego era silencioso, las casitas que se derrumbaban incendiadas lo hacían sin quejarse, nubes de chispas ascendían al cielo. Desde lejos parecía hermoso, y pensé que resultaba extraño que la violencia intensa sea a menudo tan agradable a la vista, como las balas trazadoras por la noche. Al pasar por delante del pueblo, oímos el estallido de armas de fuego, a no más de un kilómetro de distancia, seis o siete ametralladoras disparando a la vez. Todos sabíamos lo que significaban aquellos disparos y todos seguimos caminando.
La choza del trampero parecía haber sido fabricada a martillazos, partiendo de viejas planchas de madera y clavos oxidados, por un hombre con poca destreza para la carpintería y ninguna paciencia para el trabajo. La puerta colgaba ladeada de sus goznes. No había ventanas, sólo un tubo que salía del tejado para dar salida al humo. Y carecía de suelo, tan sólo tierra endurecida. En su interior, el olor a mierda humana era casi insoportable. Las paredes mostraban estrías como producidas por garras, y me pregunté si los fantasmas de todos los zorros y martas despellejados seguían atormentando el lugar, ansiosos por desollar vivos a sus ocupantes cuando las velas se apagaran.
Hacía tanto frío afuera que el interior ofrecía sólo un refugio del viento y no aumentaba el calor. Korsakov eligió a un desafortunado hombre para salir al exterior y hacer el primer turno de guardia. El partisano del uniforme de esquiador finlandés se quitó la mochila e instaló una pequeña «estufa burguesa», llenándola de residuos de madera que habían dejado en la cabaña anteriormente. Cuando la estufa estuvo encendida, todos nos agrupamos tanto como pudimos, trece hombres y una mujer… O doce hombres, una mujer y un muchacho, si teníamos que ser sinceros. Me pregunté, por centésima vez aquella noche, qué aspecto tendría ella sin aquellos sucios leotardos, su pálida piel tensa sobre la filigrana azul de sus venas. ¿Tenía pechos o era plana como un muchacho? Sus caderas eran tan estrechas como las mías, estaba completamente seguro de eso, pero incluso con su corto cabello y su cuello manchado de barro, había algo innegablemente femenino en aquel orgulloso saliente labio inferior. ¿La codiciaban los otros hombres del grupo, también, o todos la veían como la veía Korsakov, un francotirador, sin sexo, con una vista misteriosa? ¿Eran todos idiotas o lo era yo?
El hedor de la mierda me hacía lagrimear, pero pronto el humo de la estufa enmascaró lo peor de la peste, y el fuego y nuestro calor corporal hicieron la cabaña bastante confortable. Habiendo llegado a aquel punto en que podía dormirme en cualquier parte, y con la chaqueta de la marina heredada de mi padre extendida debajo de mí y mi bufanda doblada como almohada, por una vez me deslicé en la inconsciencia segundos después de descansar la cabeza.
Un momento más tarde, Kolya me daba con el codo.
—Eh —susurró—. Eh, ¿estás despierto?
Yo mantuve los ojos cerrados, esperando que me dejara en paz.
—¿Estás enfadado conmigo? —quiso saber.
Su boca estaba cerca de mi oído, permitiéndole susurrarme directamente dentro de mi cráneo sin preocuparse de los otros. Yo quería darle un puñetazo para hacerle callar, pero no quería que él me lo devolviera.
—No —dije—. Anda a dormir.
—Lamento haberte mentido. Aunque pensé que íbamos a morir, eso no importaba. Fue una equivocación por mi parte.
—Gracias —le dije, y me di la vuelta, esperando que entendiera la insinuación.
—¿Te gusta el título, sin embargo? ¿El podenco del patio? ¿Sabes lo que significa?
—Por favor… Por favor, déjame dormir.
—Lo siento. Duerme, naturalmente.
Pasaron treinta segundos en silencio, pero yo no podía relajarme, porque sabía que él estaba completamente despierto, mirando al techo con fijeza, esperando hacerme otra pregunta.
—¿Quieres saber la verdad, no? ¿Sobre el motivo por el que dejé el batallón?
—Puedes contármelo mañana.
—No había estado con una chica en cuatro meses. Mis pelotas estaban repicando como un par de campanas de iglesia. ¿Crees que bromeo? Yo no soy como tú. Yo no tengo tu disciplina. Follé con mi primera chica tres días después de correrme por primera vez. Tenía doce años, no tenía un solo pelo en mis partes, pero se la metí a Klava Stepanovich ahí abajo en la sala de calderas, boing, boing, boing.
—¿Boing, boing, boing?
—Te lo digo. Me entra esa especie de ansia. Paso una semana sin ello y no puedo concentrarme, mi cerebro no funciona, voy andando por las trincheras empalmado hasta aquí.
La cálida respiración de Kolya se me metía en el oído, y yo traté de alejarme, pero estábamos todos juntos apretados en el suelo de tierra, como cigarrillos en un paquete.
—Teníamos prevista una fiesta para Nochevieja todo el batallón. Había vodka, alguno iba a cantar; oí un rumor de que alguien había encontrado algunos cerdos escondidos en un granero en algún lugar e íbamos a asarlos. Un asunto que dura toda la noche, ¿verdad? Así que yo hice mis cálculos. Eso es bueno, que lo celebren con su vodka y sus cerdos; yo tengo otros asuntos. Estábamos a menos de una hora de Piter en coche. Yo tenía un amigo que entregaba mensajes a los cuarteles generales. Iba a ir a la ciudad para tres o cuatro horas. Perfecto. De manera que subí con él, me dejó en el edificio de una amiga …
—¿Sonya?
—No, una chica llamada Yulia. No era la muchacha más hermosa del mundo, ni siquiera era bonita, realmente. Pero escucha, Lev, esta chica ya me la ponía dura cuando limaba sus uñas. Su minino era mágico. Realmente lo era. Vivía en el quinto piso y durante el camino de subida me iba preparando. Había decidido ya la posición…, simplemente echarla sobre el respaldo del sofá, el culo al aire, y meterla profundamente. De todas formas, no sé si tú la tienes bastante grande, pero si no es así, ésa es una buena posición para ti. Te puedes meter hasta el final. En cualquier caso, llegué a su apartamento; empecé a desabrocharme el cinturón, llamé a la puerta y abrió una vieja. Apenas más alta que una enana, la mujer aquella, y tiene pinta de tener doscientos años. Le digo que soy un amigo de Yulia y ella dice: «Dios me perdone, Yulia murió hace un mes». ¡Dios me perdone! ¡Joder! Así que le doy mi pésame a esa bruja, le regalo un trozo de pan porque apenas es capaz de sostenerse en pie y corro escaleras abajo. El tiempo se está agotando. Hay otra chica que vive cerca, una de las bailarinas de que te hablé. Un poco la reina del hielo, pero las mejores piernas de Piter. Tengo que encaramarme por encima de una verja para llegar a su edificio, casi me clavo un pincho de hierro por el culo, pero lo consigo, llego a la puerta de su apartamento y llamo: «¡Soy yo, Nikolai Alexandrovich, déjame entrar!». La puerta se abre, su gordo marido, de ojos de rata, mirándome fijamente con desafío. El mierda ese nunca está en casa, excepto esta vez. Un hombre del Partido, por supuesto, generalmente está en las oficinas calculando nuevas regulaciones para el ejército, pero esta noche decide quedarse en casa y torturar a su mujer en Nochevieja. «¿Quién eres tú? ¿Qué es esto?», me dice, indignado, como si yo de alguna manera le hubiera insultado llamando a su puerta y exigiendo el conejo húmedo de su mujer en una fuente. Yo quería pegarle en su culo lleno de hoyuelos, pero eso hubiera sido el final para mí, así que le hice un saludo, al maldito civil, le dije que había llamado a la puerta equivocada y desaparecí. Ahora estoy jodido. La única otra chica que conozco en aquella parte de la ciudad es Roza, pero es una profesional, y no llevo dinero. Pero soy un buen cliente, quizás confíe en mí, quizás acepte cualquier clase de comida que le deje a cambio, ¿no? Está a un par de kilómetros de distancia. Estoy corriendo ahora, sudando, la primera vez que sudo desde octubre. No me queda mucho tiempo antes de que mi amigo tenga que volver. Llego allí sin aliento, subo los cuatro tramos de escaleras hasta el apartamento de Roza; la puerta no está cerrada; entro me encuentro con tres soldados esperando en la cocina pasándose una botella de vodka. Puedo oírla gimiendo en la otra habitación, y aquellos imbéciles borrachos están cantando canciones campesinas y dándose palmadas en la espalda mutuamente. «No te preocupes», —dice último de la cola—. «Iré rápido».
»Les ofrecí dinero para que me dejaran saltarme la cola, excepto que no tenía dinero y ellos no estaban tan borrachos que fueran a aceptarme un pagaré. Les dije que tenía que volver al batallón y uno de ellos dijo: “¡Es Nochevieja! ¡Todos estarán borrachos! Mientras estés ahí por la mañana, todo irá bien”. Eso no me sonó mal, y ellos seguían pasándose la botella, así que bebí con ellos y pronto estaba cantando sus malditas canciones campesinas más alto que todos ellos. Y una hora más tarde finalmente conseguí yacer con Roza. Es una chica dulce… No me importa lo que la gente diga de las putas, ella me dejó entrar por el resto del pan que llevaba en el bolsillo, y no era mucho. Pero dijo que su minino le dolía, así que me la chupó, en vez de eso. Quince minutos más tarde, yo estaba listo otra vez y ella sonríe y dice: “Oh, os adoro a vosotros, los jóvenes”, y me deja entrar en ella muy lentamente, muy suavemente. Y luego otra vez, media hora más tarde. Debo de haber esparcido al menos un litro de semen dentro de ella, al norte y al sur, por todas partes.
Yo tenía la incómoda sensación de que Kolya se estaba excitando otra vez mientras me contaba la historia.
—Así que te perdiste el viaje de vuelta en coche.
—Oh, lo perdí por varias horas. Pero no estaba preocupado, ya encontraría otro coche que se dirigiera al batallón. Conozco a la mayor parte de estos chicos que entregan mensajes; no sería una jugada difícil. Deberías haberme visto saliendo de la casa de Roza. Un ser humano diferente del que había entrado en ella. Relajado, una gran sonrisa en mi cara, un poco de euforia en mi zancada. Salgo por la puerta principal, estoy prácticamente dando saltos por la acera y una patrulla de la NKVD, cuatro de esas sucias zorras, me detienen. El hombre me pide mis papeles LOA. Yo no tengo papeles LOA, le digo. Estoy entregando mensajes para el general Stelmakh… Ese hombre está planeando una batalla, necesita fusiles, necesita morteros, no tiene tiempo de firmar algunos LOA manchados de mierda. Stelmakh es uno de tu tribu, creo. ¿Sabías eso?
—¿Esta historia termina alguna vez? ¿Vas a seguir hablando durante el resto de mi vida?
—Aquel pequeño y glorificado policía que me está interrogando lleva un bigotito a lo Hitler. Uno pensaría que cualquiera que llevara en Rusia un bigote a lo Hitler se lo habría afeitado a estas alturas, pero no, aquel malsano bastardo piensa que le da un buen aspecto. Me pregunta por qué estoy entregando mensajes del general Stelmakh a un edificio de apartamentos del barrio de Vyborg. Decido que un poco de verdad nunca hace daño, decido apelar a la humanidad del hombre. Le hago un guiño, le digo que me he procurado un poco de distracción mientras esperaba mi viaje de vuelta al Cuartel General de Stelmakh. Uno se imagina que me sonreiría, me daría un golpecito en la espalda y me diría que estuviera mi LOA en orden la próxima vez que dejara el batallón. Había estado en el frente cuatro meses, mientras aquel bigotudo enano andaba por ahí en Piter arrestando soldados por traer un poquito de comida a casa de sus padres, una bolsa de arroz. Ése fue mi error. Apelar a la humanidad de un burócrata. Hizo que sus hombres me pusieran las esposas, luego me brindó su sonrisa de superioridad y me dijo que el general Stelmakh estaba en Tijvin, a doscientos kilómetros de distancia, y acababa de ganar una importante batalla.
—No deberías haber dicho Stelmakh. Eso fue estúpido por tu parte.
—¡Por supuesto que fue estúpido! ¡Mi polla estaba todavía húmeda!
Varios partisanos murmuraron a Kolya que cerrara la boca, y éste bajó la voz.
—Mi cerebro no funcionaba bien. No podía creer que aquel hombre me estuviera acusando. ¿Comprendes lo rápido que cambian las cosas? Yo era un soldado con buena reputación por la tarde, y allí estaba, cinco horas después, acusado de deserción. Pensaba que me iban a fusilar allí mismo en la calle. Pero me llevaron a Las Cruces. Y entonces me encontré contigo, mi pequeño y melancólico hebreo.
—¿Cómo murió Yulia?
—¿Qué? No lo sé, supongo que de hambre.
Nos quedamos callados durante varios minutos, escuchando cómo dormían los hombres que nos rodeaban, algunos de ellos en silencio, otros haciendo ruidos ásperos y nasales y otros produciendo una especie de gorgoteo como el viento en una chimenea. Yo traté de distinguir la respiración de Vika de la de los demás, sintiendo curiosidad de ver qué sonido producía por la noche, pero era imposible decirlo.
Yo me había enfadado con Kolya por mantenerse despierto con su interminable charla, pero en el silencio me sentí repentinamente solo.
—¿Estás dormido? —pregunté.
—Hum… —murmuró, ya grogui, el rápido durmiente, contada su historia, navegando ya en sus sueños.
—¿Por qué está oscuro por la noche?
—¿Qué?
—Si hay miles de millones de estrellas, y la mayor parte de ellas es tan brillante como el Sol, y la luz viaja eternamente, ¿cómo es que no está todo brillando siempre?
No esperaba realmente una respuesta. Me imaginé que soltaría un bufido y me diría que me durmiera, o me daría alguna respuesta adecuada, como «Está oscuro por la noche porque el sol se ha puesto». En vez de eso, se incorporó y me miró fijamente. Podía ver su ceño fruncido a la parpadeante luz de la estufa de burgués.
—Es una excelente pregunta —dijo.
Pensó en ella un poco más, atisbando en la oscuridad fuera del círculo de luz de la estufa. Finalmente, hizo un gesto negativo con la cabeza, bostezó y volvió a echarse en el suelo. Diez segundos más tarde estaba dormido, roncando, el zumbido de sus inhalaciones seguido del silbido de sus exhalaciones.
Yo estaba aún despierto cuando el guardia de fuera entró, terminando su turno, despertó a su sustituto, volvió a llenar la estufa con algunas ramitas que había reunido y se estiró en el círculo de cuerpos apretujados. Durante otra hora escuché cómo estallaban los nudos de la madera, pensando en las luces de las estrellas y en Vika, hasta que caí dormido y soñé con un cielo del que llovían chicas gordas.