Una de las pocas victorias que le quedarán a Armstrong después de la sentencia de la USADA y su corroboración por parte de la UCI y la Agencia Mundial Antidopaje, será el Campeonato Mundial de Ruta de 1993 en Oslo. No fue una victoria cualquiera; apenas tenía veintidós años y, aun así, consiguió imponerse al grupo de favoritos, encabezado por Miguel Induráin.
Lance era la estrella del Motorola, la referencia del ciclismo estadounidense tras la desaparición del 7-Eleven y el declive de Greg LeMond y Andrew Hampsten. Su trayectoria prometía ser meteórica, pero los éxitos no continuaron a la velocidad que él esperaba. Según el atestado de George Hincapie, compañero durante más de una década y su escudero más fiel en la carretera y fuera de ella, Armstrong dijo basta en la Lieja-Bastogne-Lieja de 1995, cuando se dio cuenta de que todo el mundo iba a otra velocidad. «Parecemos idiotas, estamos haciendo el ridículo», dijo, indignado y herido en su orgullo, y decidió buscar ayuda por otro lado.
El año 1995 fue precisamente el del último Tour de Francia ganado por Induráin y aquel en el que se dice que Bjarne Riis rozó el 60 por ciento de valor de hematocrito, señal de una preocupante barra libre en materia de EPO. Riis sería el ganador al año siguiente y, ya retirado, reconocería en 2007 haber abusado de todo tipo de sustancias dopantes durante su estancia en el Telekom, equipo al que llegó tras triunfar en el Gewiss, cuyo responsable médico era el italiano Michele Ferrari.
Ferrari era una joven promesa que había empezado su carrera profesional como ayudante del doctor Francesco Conconi, una eminencia en su país. Conconi y Ferrari colaboraban con la Federación Italiana de Atletismo, y del atletismo pasaron al ciclismo sin aparente dificultad, algo parecido a lo que pasó en España con Eufemiano Fuentes. Los métodos de Ferrari quedaron bien claros cuando, en 1994, comparó la EPO con el zumo de naranja. «Ninguna de las dos sustancias es mala de por sí, solo si se abusa de ellas.»
El informe de la USADA no entra en si el equipo Gewiss Bianchi abusaba de la EPO o del zumo de naranja en 1994, pero el caso es que Berzin, Argentin y compañía se marcaron un Giro de Italia espectacular mientras Giorgio Furlan arrasaba en carreras cortas. Entre los clientes particulares de Ferrari, siempre según testimonios del informe de la USADA, estaba Tony Rominger, otra de las estrellas de la época y a quien David Millar señala en su libro Pedaleando en la oscuridad como el primero que le habló claro sobre la necesidad de doparse para competir. «Es imposible ganar una carrera de tres semanas sin EPO», le dijo Rominger a Millar cuando ambos compartían habitación en el Cofidis a finales de los años noventa.
Ferrari pasó de colaborar con el Gewiss a hacerlo con el Carrera de Marco Pantani, según afirmaría el ciclista Filippo Simeoni a los carabinieri. Su lista de clientes en el pelotón era para entonces ya numerosa e incluía a medio US Postal, como sabemos por la declaración de los distintos testigos de la USADA y los recibos adjuntos con pagos a cuentas suizas por parte del propio Armstrong, Rubiera, Hamilton, Landis, etc.
¿Cuándo empezó la colaboración Armstrong-Ferrari? Es difícil saberlo, porque la investigación de la USADA parte de 1998. Hincapie la retrasa hasta el citado 1995, año en el que Armstrong, después de la decepción de Lieja, gana una etapa en el Tour y la Clásica de San Sebastián. A finales de 1996, el tejano descubre que tiene cáncer y en 1997, durante su tratamiento en un hospital de Indiana, reconoce a los médicos —según testimonio de Betsy Andreu, mujer de su compañero de equipo Frankie, que estaba con él en la habitación— haber tomado EPO, testosterona y cortisona, entre otras sustancias dopantes, a lo largo de su corta carrera.
Lo cierto es que, cuando Armstrong vuelve al ciclismo en 1998 —ficha por el US Postal porque nadie en Europa confía en su recuperación y Cofidis ha cancelado su contrato en un feo gesto—, lo que se encuentra no le parece suficiente. Según varios de sus compañeros de equipo, Armstrong considera al doctor Pedro Celaya —español, por supuesto— y al director deportivo Johnny Weltz —antiguo corredor de la ONCE— demasiado tímidos a la hora de afrontar el tema del dopaje, y recomienda a los dueños del equipo cambios contundentes que no tardan en llegar; en enero de 1999, recién retirado también como corredor de la ONCE, llega Johan Bruyneel y, junto con él, el doctor Luis del Moral, quien, según Hamilton, no se andaba con chiquitas a la hora de pinchar todas las agujas que hicieran falta.
Sabemos, sin embargo, por los pagos que demuestra la USADA y los testimonios de Hamilton, Hincapie o Vande Velde, que Ferrari era la man loi era lo que mecía las decisiones farmacológicas del equipo. Desde el principio se establecieron dos categorías en el Postal: un «equipo A» que recibiría la EPO para el Tour de 1999, con el surrealista método de contratar a un motorista que siguiera la caravana etapa a etapa con la EPO en una nevera, para esquivar así los controles de la UCI, junto con un «equipo B» que se tendría que conformar con un tratamiento más modesto de parches y bolitas misteriosas. Entre los «chicos A» estaban, por supuesto, Armstrong y sus escuderos Hamilton y Kevin Livingstone, los escaladores del equipo.
La exitosa experiencia estuvo a punto de venirse abajo cuando la UCI informó al US Postal de que Armstrong había dado positivo por cortisona en el mismísimo prólogo. Según el testimonio de Emma O’Reilly, masajista personal de Armstrong, y de varios corredores del equipo aquel año, la reacción fue de pánico. «¡Vaya lío, vaya lío!», afirmaba Del Moral en perfecto español mientras buscaba maneras de solucionar la papeleta. Tras horas de reunión con los comisarios de la UCI y el Tour, deseosos de que 1999 no fuera una reedición del escándalo constante de 1998, Del Moral firmó una receta de cortisona para una supuesta rozadura con los pedales, la fechó días antes del prólogo y la pasó a la inspección médica de la UCI, que la consideró válida y anuló el positivo por prescripción facultativa. Antes del Tour, los corredores y sus médicos pueden presentar una lista de productos que han de tomar por necesidad terapéutica, y queda en manos de la comisión determinar si se establece una excepción o no. Generalmente, es así. Otra cosa es que te suceda durante la carrera, como le pasó a Jonathan Vaughters cuando le picó una avispa en un ojo dos etapas antes de llegar a París y se tuvo que retirar, sabedor de que una inyección de cortisona conllevaría un positivo en el análisis.
Hay consenso entre los testigos en que la cortisona nunca estuvo en la lista de medicamentos que el US Postal entregó en el dossier médico de Armstrong antes del Tour.
La exhibición se repitió en 2000, aunque sin motorista de por medio y añadiendo transfusiones sanguíneas por recomendación de Ferrari, un método ya utilizado en los años ochenta y que consiste en extraer sangre rica en oxígeno, congelarla y reinyectarla cuando el cansancio empieza a aparecer a lo largo de la competición, generalmente en las jornadas de descanso, lo que explicaría muchas exhibiciones y desvanecimientos en las etapas inmediatamente posteriores. Por entonces, no había manera de averiguar quién corría con una autotransfusión, pero los métodos de detección de EPO sí que iban avanzando cada vez a mayor velocidad, irónicamente dirigidos por el doctor Conconi, que aprovechaba los experimentos, según la justicia italiana, para dopar a sus clientes.
Tras el segundo triunfo de Armstrong en París, llegó uno de los momentos cumbre en la relación entre el US Postal y Ferrari. Según aseguran varios de los entonces miembros del equipo, el doctor apareció por la concentración de Austin en el invierno de 2000-2001 y fue presentado a todos por el propio Bruyneel, quien, sin pudor alguno, detalló las tarifas y los tratamientos que ofrecía Ferrari y recomendó a todos los corredores seguir sus órdenes, que serían después ejecutadas por Del Moral y Pepe Martí, el «cuidador» del equipo.
La detención de Ferrari meses después y su procesamiento penal en Italia hicieron que la relación con Armstrong viera la luz pública. Lance, como siempre, empezó negándolo. En una entrevista con el mencionado David Walsh, cuando el periodista le preguntó si trabajaba con Ferrari, Armstrong se limitó a contestar: «¿Si he podido alguna vez consultarle algo? Puede ser, la carrera secreta como una relación enfermiza y de total dependencia con el médico italiano. Poco después, ante la evidencia, Armstrong confesó ser cliente habitual de Ferrari pero negó haber recibido sustancia dopante alguna, y en cualquier caso anunció el cese inmediato de su relación profesional.
Sin embargo, la USADA ha demostrado mediante recibos bancarios que los pagos directos a Ferrari continuaron hasta 2006, con el corredor ya retirado, y se mantuvieron a través de su hijo hasta al menos 2010, cuando Armstrong ya corría en el RadioShack, aún con Bruyneel como director deportivo.
Como en Italia estaba más que vigilado, Ferrari prefería visitar a sus clientes durante estancias especiales en diversas localidades como Saint-Moritz, el Teide… o Puigcerdà, cerca de Girona, donde, sorprendentemente, medio pelotón internacional fijó su residencia entre 1997 y 2002.