Nogent-le-Rotrou, octubre de 1305
A unas leguas de allí, en Nogent, aprovechando el barullo del final del mercado, una pesada silueta arrinconada bajo el porche de una bella casa, con la capucha de su muceta[259] echada sobre el rostro, estudiaba la multitud de pequeños idiotas que se había abatido sobre el montón de desechos abandonados por los comerciantes, esperando descubrir allí algo con lo que sobrevivir. ¿Niña o niño?
Poco importaba. Una víctima, simplemente.
La última fue un niño. ¿Una niña, entonces? El o la que se dejara engañar con más facilidad. Ahora bien, ¡barriga vacía no tiene oídos! Un medio de «seducción» que se había revelado muy eficaz hasta ahora. ¡Qué no habrían hecho estos polizones[260] para llenarse un poco la panza, con la esperanza de llevarse a casa, además, un trozo de pan o un pedazo de queso para los otros!
Más tarde. Esta noche quizá.
La silueta abandonó la sombra protectora, dio unos pasos y se quitó la muceta antes de responder afablemente a los saludos de algunos transeúntes.