BREVE ANEXO HISTÓRICO

ABADÍA FEMENINA DE CLAIRETS: en el actual departamento del Orne (Francia). Situada al borde del bosque de Clairets, en el territorio de la parroquia de Masle, su construcción, decidida por carta en julio de 1204 por Geoffroy (Godofredo) III[294], conde del Perche, y su esposa, Mathilde de Brunswick[295], hermana del emperador Otón IV, duró siete años, terminándose en 1212[296]. Su dedicación fue firmada también por un comendador templario, Guillaume d’Arville, del que no se sabe gran cosa. La abadía estaba reservada a las monjas de la Orden del Císter, las monjas bernardas, que tenían derecho de alta, media y baja justicias.

BONIFACIO VIII (Benedetto Gaetani): hacia 1235-1303. Cardenal y legado en Francia, fue elegido papa con el nombre de Bonifacio VIII. Fue virulento defensor de la teocracia pontificia, que se oponía al derecho moderno del estado. Fue, igualmente, autor de leyes contra las mujeres y sospechoso, sin que existan pruebas de ello, de practicar la brujería y la alquimia con el fin de conservar su poder. La hostilidad manifiesta contra Felipe el Hermoso comenzó en 1296. La escalada no se debilitó ni siquiera después de su muerte, pues Francia trató de que se abriese un proceso contra su memoria.

VERDUGO: en contra de lo que pudiera creerse, los verdugos de oficio no han existido siempre. Antes se las «arreglaban» designando a un individuo que tenía que ejecutar las sentencias (el señor, el juez o, a veces incluso, el casado más reciente o el último llegado a la población, etc.). Dado que todo el mundo podía ser llamado para que prestara sus servicios, que se trataba de un cometido ocasional, quienes fueran encargados de ello no se veían condenados al ostracismo, como ocurrió más tarde. Fue en el siglo XIII, o quizá incluso en el XII, cuando se encomendó a una sola persona la aplicación de todas las sentencias.

Lo menos que se puede decir es que reina la incertidumbre acerca del encuadramiento de este oficio, y ello hasta la Revolución, más o menos. Por otra parte, esa misma incertidumbre reina en cuanto al origen del término francés bourreau («verdugo»). Algunos dicen que se deriva del señor Richard Borel, que había obtenido su feudo en 1261, quedando a su cargo el ahorcamiento de los ladrones de las esquinas. Otra etimología hace remontar el término a la profesión de bourrelier («guarnicionero»), que ejercían conjuntamente numerosos verdugos, así como la de boucher («carnicero»).

Sin duda, hay que ver en parte en esta falta de claridad el hecho de que esta profesión estuviese tan deshonrada que nadie quisiera oír hablar de ella. Lo que, en cambio, es cierto es su condición de parias, detestados por la sociedad, aunque fuesen indispensables, sobre todo a causa del considerable número de ejecuciones y de torturas insufribles, pero también porque evitaban a los buenos cristianos mancharse las manos de sangre. No es fácil de comprender por qué podían ser tratados con esta dureza, este desprecio, hasta el punto de que estuvieran excluidos de las poblaciones hasta el siglo XVIII, salvo los que residieran en la plaza del patíbulo. Tenían prohibidos los espectáculos, sus hijos no podían tratarse con los otros, ni siquiera en la escuela, se negaban a servirles en las posadas y lo más frecuente era que tuviesen que llevar una pieza de tejido sobre su ropa, marca infamante destinada a señalarlos frente a los demás. Eran «no ciudadanos» y hubo que esperar hasta 1789 y a la intervención del conde de Clermont-Tonnerre para que empezase a considerárselos parte de la sociedad. Esta intervención tenía por objeto lograr la elegibilidad de los judíos, los protestantes y los comediantes. Monsieur de Clermont-Tonnerre deseaba que se añadiese a los ejecutores.

En la Edad Media, era el único cargo no honorífico. A pesar del hecho de que no existiera una auténtica organización de su profesión y los candidatos fueran muy raros, los verdugos se beneficiaban de privilegios que permitían a algunos de ellos enriquecerse considerablemente, aunque sus «intervenciones» estuviesen escasamente remuneradas. Igualmente, a causa de su rareza. A menudo se reclutaba a condenados a muerte, a cambio de la gracia. Dado que solo podían casarse entre ellos, su cargo se hizo, en la práctica, hereditario, al no poder salir ningún miembro de la familia del círculo vicioso. Así, el cargo de verdugo pasaba de padre a hijo. Se crearon auténticas dinastías de ejecutores, como los Jouënne en Normandía. Es interesante señalar que, aunque estaban excluidos de todo, la mayor parte de ellos sabían leer y escribir perfectamente, algo poco habitual en la población general.

Existieron verdaderas bourrelles («mujeres verdugo»), como lo atestigua una ordenanza de san Luis, aunque el nombre se atribuyese igualmente a las esposas de los verdugos. Su tarea consistía en pegar y azotar a las mujeres condenadas. A mediados del siglo XVIII, hubo un tal monsieur Henri, verdugo de Lyon, que resultó ser una mujer, Marguerite le Pestour. Fue encarcelada después de haber ejercido durante más de dos años en la ciudad. Liberada con bastante rapidez, se casó. Confesó que «ejecutaba con placer a las personas de su sexo, pero con mucha pena a las que no lo eran».

CARLOS DE VALOIS (1270-1325): único hermano de padre y madre de Felipe el Hermoso*. El rey le manifestó durante toda su vida un afecto un poco ciego y le confió misiones que estaban por encima de las posibilidades políticas y diplomáticas de este excelente jefe militar. Carlos de Valois, padre, hijo, hermano, cuñado, tío y yerno de reyes y de reinas, soñó toda su vida con una corona que nunca consiguió. En 1303, recibió de su hermano los condados de Alençon y del Perche en propiedad, convirtiéndose en Carlos I de Alençon. Aunque percibía grandes cantidades de dinero de los señores, del rey, de sus tierras y se endeudaba con la Orden del Temple, Carlos de Valois siempre corrió tras el dinero, gastando sin tasa, hasta labrarse una reputación de saqueador en Sicilia. Cuando fue suprimida la Orden del Temple, parece que había afirmado que esta última le debía dinero y que Felipe el Hermoso le concedió un noveno de los bienes de los templarios, una suma colosal. Sin embargo, Carlos de Valois fue, sin duda, quien llegó a convencer al rey, su hermano, de que abandonara su deseo de llevar a cabo un proceso póstumo contra la memoria del papa Bonifacio VIII.

Parece que Carlos I de Valois no estuvo en absoluto implicado en los asuntos de sus tierras del Perche, dejando actuar al gran baile, rodeado de sus lugartenientes y de los altos funcionarios de justicia o de finanzas, por intermedio de una asamblea en la que se sentaban igualmente el vizconde del Perche, representando la castellanía de Mortagne, y el vizconde de Bellême, representando las de Bellême, de La Perrière y de Ceton, que solo tenían funciones de menor importancia, sin olvidar a los dignatarios eclesiásticos. La castellanía de Nogent-le-Rotrou no formaba parte de esta propiedad, habiendo sido donada como compensación a uno de los descendientes del conde de Rotrou cuando se extinguió la línea directa.

CLEMENTE V, BERNARD DE GOT (hacia 1270-1314): fue primero canónigo y consejero del rey de Inglaterra. Sus reales cualidades de diplomático le permitieron no enfadarse con Felipe el Hermoso* durante la guerra franco-inglesa. En 1299 se convirtió en arzobispo de Burdeos, sucediendo en 1305 a Benedicto XI* y adoptando el nombre de Clemente V. Parece seguro que Felipe el Hermoso hizo mucho a favor de la elección de Bernard de Got para ocupar la Santa Sede. Temiendo verse enfrentado a la situación italiana, que conocía mal, Clemente V se instaló en Aviñón en 1309. Contemporizó con Felipe el Hermoso en los dos grandes asuntos que los oponían: el proceso contra la memoria de Bonifacio VIII y la supresión de la Orden del Temple. Consiguió apaciguar la hostilidad del soberano en el primer caso y se las arregló para circunscribir el segundo. Clemente V es conocido por su prodigalidad con su familia, incluso lejana. Gastó sin medida los dineros de la Iglesia para hacer construir en su lugar de nacimiento (Villandraut) un castillo suntuoso que fue terminado en seis años, un tiempo récord en aquella época, prueba de los medios puestos a disposición de la obra.

GUILLAUME DE NOGARET (nacido hacia 1270 y muerto en 1313): este doctor en Derecho Civil enseñó en Montpellier, ingresando en el consejo de Felipe el Hermoso* en 1295. Sus responsabilidades se ampliaron rápidamente. Participó, de manera más o menos oculta al principio, en los grandes asuntos religiosos que agitaban a Francia. A continuación, Nogaret salió de las sombras y desempeñó un papel determinante en el asunto de los templarios* y en la lucha del rey contra Bonifacio VIII. Nogaret era un hombre de vasta inteligencia y de una fe inquebrantable. Su objetivo era salvar a la vez Francia y la Iglesia. Se convirtió en canciller del rey, para ser apartado a continuación en beneficio de Enguerran de Marigny, antes de recuperar el sello en 1311. Parece que monsieur de Nogaret fue un hombre austero y probo, a pesar de que sus funciones le habrían permitido amasar una notable fortuna.

ISABEL DE VALOIS (1292-1309): hija del primer matrimonio de Carlos de Valois con Margarita de Anjou. Su padre la casó a la edad de cinco años con el nieto de Juan II de Bretaña, con el fin de sellar la paz entre Francia y el ducado de Bretaña. Falleció doce años más tarde, sin haber tenido descendencia. Su esposo, Juan III, que se convirtió en duque de Bretaña en 1312, contrajo matrimonio otras dos veces, sin haber conseguido dejar un heredero.

JUAN II DE BRETAÑA Y EL DUCADO (1239-16 de noviembre de 1305): hijo de Juan I el Rojo y de Blanca de Navarra, casado con Beatriz de Inglaterra y, por tanto, cuñado de Eduardo I de Inglaterra, se convirtió en duque de Bretaña en 1286. Su abuelo, Pedro I Mauclerc, había acrecentado considerablemente el número de territorios sometidos a su dominio. El hijo de Mauclerc, Juan I el Rojo, padre de Juan II, prosiguió esta expansión. Más retorcido que su padre, Juan I halagó tanto a los ingleses como a los franceses con el fin de preservar su ducado, por el que hizo mucho en los planos político, administrativo, financiero y militar. Su hijo, Juan II, no tenía su categoría ni la de su padre, y pronto se encontró en la órbita de Felipe el Hermoso. Prudente, piadoso y buen administrador, dejó, sin embargo, la Bretaña muy saneada. Murió el 16 de noviembre de 1305, aplastado por la caída de un muro en Lyon, cuando tiraba de la mula del papa Clemente V, tras la consagración de este. Le sucedió su hijo Arturo. Su nieto Juan (futuro Juan III) contrajo matrimonio con Isabel de Valois a fin de sellar la paz entre Bretaña y Francia.

ORDEN DEL TEMPLE: creada en Jerusalén, hacia 1118, por el caballero Hugo de Payens y algunos otros caballeros de Champaña y de Borgoña. Fue organizada definitivamente por el concilio de Troyes en 1128, estando inspirada su regla —es decir redactada[297]— por san Bernardo. La orden estaba dirigida por el gran maestre[298], cuya autoridad estaba respaldada por los dignatarios. Las posesiones de la orden eran considerables (3.450 castillos, fortalezas y casas en 1257). Con su sistema de transferencia de dinero hasta en Tierra Santa, la orden se convirtió, en el siglo XIII, en uno de los principales banqueros de la cristiandad.

Tras la caída de Acre —que, en el fondo, le fue fatal—, el Temple se replegó, sobre todo en Occidente. La opinión pública terminó por considerar a sus miembros como aprovechados y perezosos. Diversas expresiones de la época dan testimonio de ello. Así, on allait au Temple[299] cuando el destino era el burdel. Cuando Jacques de Molay, gran maestre, rechazó la fusión de su orden con la del Hospital, los templarios fueron detenidos el 12 de octubre de 1307. Siguieron las investigaciones, las confesiones (en el caso de Jacques de Molay, ciertos historiadores piensan que no fueron obtenidas bajo tortura), las retractaciones. Los investigadores, versados en el arte de la retórica, no tuvieron grandes problemas para obtener declaraciones incriminatorias de templarios que, en buen número, eran campesinos o pequeños señores. Por ejemplo, algunos no percibieron la diferencia religiosa crucial entre «idolatrar» y «venerar»[300] siendo, sin duda, acusados de idolatría.

Clemente V, que temía a Felipe el Hermoso por otros motivos, como el proceso póstumo que exigía el soberano contra la memoria de Bonifacio VIII, decretó la supresión de la orden el 22 de marzo de 1312. Jacques de Molay reiteró sus confesiones y fue enviado a la hoguera, con otros, el 18 de marzo de 1314. Algunos templarios lograron huir a tiempo, sobre todo en Inglaterra y en Escocia.

Parece cierto que las investigaciones sobre los templarios, el embargo de sus bienes y su redistribución a los hospitalarios costaron mucho dinero a Felipe el Hermoso, gastos que no le rindieron beneficios, prueba de que los móviles del soberano eran ante todo políticos, hasta el punto de que la Orden del Hospital, tan rica como la del Temple, no fue molestada.

FELIPE IV EL HERMOSO (1268-1314): hijo de Felipe III el Atrevido y de Isabel de Aragón. Tuvo tres hijos de Juana de Navarra, los futuros reyes: Luis X el Obstinado, Felipe V el Largo y Carlos IV el Hermoso, así como una hija, Isabel, casada con Eduardo II de Inglaterra. Felipe era valiente, un excelente jefe militar. Era igualmente conocido por ser inflexible y duro y no soportar la contradicción. Dicho esto, escuchaba a sus consejeros, a veces demasiado, sobre todo cuando eran recomendados por su esposa.

La historia retendrá de él, sobre todo, su papel fundamental en el asunto de los templarios*, pero Felipe el Hermoso fue ante todo un rey reformador, uno de cuyos objetivos era sacudirse las injerencias pontificias en la política del reino.