—¡Ay, mire! Yo no le digo ni que sí ni que no, a mí esto ni me va ni me viene, a mí que me dejen en paz.

—Bueno, bueno.

Fabián Minguela es un trapacero, Fabián Minguela no es pequeño del todo sino medio pequeño, ningún Carroupo es grande ni fuerte, hay pequeños y medio pequeños mañosos pero también los hay muy trapalleiros y confusos, al lado de don Jesús Manzanedo, Fabián el Moucho es un doctrino, un aprendiz. Don Jesús Manzanedo mata gente por aprecio del orden y también por deleite, las dos cosas, los hay a quienes se les pone gorda dándole gusto al dedo y apretando el gatillo, en cambio Fabián Minguela mata gente para dar coba a alguien, no se sabe a quién, alguien habrá que sonría, siempre pasa, y por miedo, tampoco se sabe a qué, algo habrá que asuste, siempre pasa, el miedo se escapa como una sabandija por la atarjea del terror. Benicia tiene los ojos azules y la voluntad siempre dispuesta, Cidrán Segade, el padre de Benicia, era de Cazurraque, por debajo de los penedos de la Portelina, y también murió en el bululú, cuando el mundo se revuelve los hombres puedan morir a manos de los títeres, esto no pasa si Dios no pierde el mando ni el orgullo.

—¿Me fríes un chorizo?

—Sí.

El agua de la fuente del Miangueiro tiene veneno pero no pudre la carne sino el espíritu, quien bebe el agua de la fuente del Miangueiro loquea y, a lo mejor, hasta mata gente mientras se caga de pavor por la pierna abajo. En la iglesia de las Mercedes hace frío pero esto a Gaudencio no le importa, Gaudencio va a misa todas las mañanas cuando termina de tocar el acordeón, después duerme hasta el mediodía en su cuchitril de debajo de la escalera, no tiene luz pero eso es lo mismo, ¿para qué la quiere?, los ciegos son de buen conformar, a la fuerza ahorcan.

—¿Sabe usted quién era la condesa que puso precio a la cabeza de Benigno?

—Sí lo sé pero no se lo quiero decir. Y además, para que se entere, no era condesa sino marquesa.

El apóstol San Andrés andaba celoso del apóstol Santiago porque le llevaba toda la parroquia.

—A Compostela llegan peregrinos de todas las partes del mundo, hasta del Cipango, de la Tartaria y de la Etiopía, y en cambio a Teixido no vienen ni tan siquiera de Ferrol o de Vivero o de Ortigueira, que están ahí al lado, eso no es justo porque yo también soy apóstol, tan apóstol como los demás.

Nuestro Señor Jesucristo, que venía por el mismo sendero, le dijo,

—Tienes toda la razón del mundo, Andrés, esto hay que arreglarlo, voy a disponer que de ahora en adelante nadie pueda entrar en el cielo sin haber pasado por Teixido.

—Muchas gracias.

Dicho y hecho, Nuestro Señor Jesucristo dispuso que todos los cristianos que quisieran salvar el alma tendrían que haber viajado por lo menos una vez al santuario, en vida o en muerte, y entonces convertidos en animales irracionales, por eso se dice que a San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo. Por el confín de San Andrés de Teixido, en el cabo del mundo, frente a la mar que nadie navega porque las olas son como montes, se ven tropeles de escorpiones, lagartos, sapos y otras alimañas mansas y bravas, hasta víboras y tarántulas peludas, que llevan dentro el ánima de quienes no fueron romeros a su tiempo, así podrán salvarse los avisados por Dios Nuestro Señor.

—¡Qué suerte! ¿Verdad?

Los parvos pasan al lado de la muerte sin verla ni olerla, la ven los ciegos cuando la sienten escapar por el espinazo y la huelen los perros pero no los parvos, los parvos no la distinguen de la vida, Roquiño Borrén se pasó cinco años en un baúl pero sin saber siquiera que estaba mal, cuando lo sacaron al aire hasta sonreía, Roquiño Borrén se muerde las uñas y come el caliche de la pared, se ve que le entretiene. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, tampoco separa la vida de la muerte, la parva de Martiñá no sabe que la muerte borra la vista y por eso le enseña las tetas a las raposas y a las donosiñas muertas, el sacristán la escorrenta a estacazos y pedradas.

—¡Fuera de aquí, marrana! ¡Escapa antes de que te mate a palos!

Benigno Álvarez anduvo huido por los montes de Maceda, entre la sierra de Meda y la de San Mamede (don Merexildo, el cura de San Miguel de Buciños, parece un avispero de moscas, un hormiguero de moscas, una gusanera de moscas, no hay modo de que se le pueda ver si no es rebozado en moscas), iba con Leandro Carro y con Enriqueta Iglesias, la Camarada (el ama del cura de San Miguel de Buciños se llama Dolores y es vieja y manca, Dolores huele a naftalina y bebe licor café abondo), Benigno Álvarez enfermó y murió, le pegaron dos tiros después de muerto, se conoce que no se fiaban, su hermano Demetrio también murió y sus otros dos hermanos, José y Antonio, escaparon a Portugal, los guardiñas los devolvieron por la frontera de Tuy, donde los pasearon en el lugar que dicen Volta de Moura, era la costumbre, a menos de media legua de la ciudad yendo por la carretera de Vigo (al cura de San Miguel de Buciños las mujeres le van detrás, verriondas como cabras, no le dejan vivir, las mujeres son unas leonas que huelen al hombre a mucha distancia); el que libró fue Eulogio Gómez Franqueira gracias a don Manuel, su tío, que era funcionario del ayuntamiento de Cenlle.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, muy bien; mientras me dejen hablar no me matan, eso tenlo por seguro.

Tía Jesusa y tía Emilita no entienden nada de lo que pasa, tía Jesusa y tía Emilita añaden un padrenuestro más al rosario para impetrar que el ángel del bien triunfe sobre la bestia del mal, el propósito queda un poco ambiguo pero quizá sea suficiente, los alacranes y los cuervos caen noche tras noche sobre las tapias del cementerio de San Francisco.

—¿Está Damián?

—Va en Santiago.

—¿Va a caballo?

—No.

—¿Va en bicicleta?

—Sí.

Telma le dice a Concha da Cona:

—Échate a la carretera y no te apartes hasta que lo tropieces, dile que no vuelva por aquí, que lo andan buscando.

El sacristán de Torcela empezó a contar historias de fuegos fatuos, de ánimas del purgatorio y de resucitados que llevaban más de un siglo muertos; el cabo de la guardia civil no se lo creía.

—Eso no es posible, después de un mes ya no resucita nadie y antes, muy pocos, ¡a mí que no me digan!

El sacristán de Torcela le da a Concha da Cona tres cuernos de bacaloura y una botellita de Palmil Giménez llena de aceite de la lámpara del Santísimo.

—Le das esto a Damián y le dices que se meta por el Testeiro, esto no puede durar mucho.

—Dile también que no se olvide de rezar a San Judas.

—No, descuida.

San Judas Tadeo, apóstol glorioso, haz que mis verdugos caigan en un pozo. Concha da Cona es mujer guapa y decidida y toca muy bien las castañuelas, casi como una gitana. San Judas Tadeo, que estás en el cielo, líbrame de males, odios y veneno. Las cosas tienen que volver a lo de siempre, esto no puede seguir manga por hombro.

—Sí, ¿y si sigue?

—No, ya verás como no sigue.

A Policarpo el de la Bagañeira se le hundió la casa cuando fuera de la muerte de su padre, don Benigno Portomourisco Turbisquedo, se reunió tal gentío que la casa partió en dos como una sandía, a Policarpo se le escaparon sus donicelas amaestradas, eran tres, ahora tiene dos, Daoiz y Velarde, que andan por toda la casa, los nombres se los puso Robín Lebozán, las donicelas amaestradas no se escapan mientras no se asustan. Luisiño Parrulo está ya ciego pero aún no le dio la pulmonía, cuando murió Dorotea Expósito, la madre de Policarpo, tuvo que intervenir el cura Furelo porque el marido no quería que la enterrasen en sagrado.

—A esa puta que la quemen con serrín y después que la entierren fuera del cementerio, no se merece otra cosa.

El cura Ceferino Furelo no le hizo caso, el cura Ceferino Furelo siempre demostró buenas inclinaciones, también da de lo que tiene y mira para el que no tiene, la avaricia es pecado mortal. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, quiso completar su servicio doméstico y convocó las dos plazas vacantes, capellán y barragana, se admiten recomendaciones, cuando a mi tío le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas, lo encontró lo más razonable: la puta ladillenta, no importa el nombre, eso es lo de menos porque todas las ladillas son iguales, le pega un ladillazo a Santos Cófora, Leitón, éste se lo pasa a su mujer, Marica Rubeiras, y ésta se lo contagia en el campanario, el picadero no es cómodo ni caliente pero sí discreto y hasta tranquilo, al cura Celestino Carocha, al final le llegan las ladillas hasta las cejas, esto es como el juego de la correlativa, y con un poco de suerte y el tiempo por medio, puede acabar rascándose todo el país; después pasa lo que pasa y vienen las guerras y las calamidades. Mi tío Claudio quiere estar cómodo y tranquilo sus últimos años, ya vivió suficiente tumulto y tantas vicisitudes como el cuerpo aguantó.

—Dios quiso darme casi todo lo que necesito y lo que me falta lo busco con buena voluntad: tengo salud bastante, dinero suficiente, años sobrados, casa propia, hijos a manta, caballo, perro, escopeta, cocinera, dos mozos y la obra de Quevedo impresa por Antonio Sancha en once tomos. Ahora, si encuentro una barragana y un capellán que estén bien, cada uno en lo suyo, me instalo en el salón a leer lo mucho que me falta y a esperar la muerte, con el perro al lado, un vaso de vino delante y la campanilla al alcance. ¿Que quiero tomar café o una copa de aguardiente? Un campanillazo y sube Virtudes, la cocinera. ¿Que quiero que echen más leña al fuego o que me ensillen el caballo? Dos campanillazos y sube Andrés, el criado viejo. ¿Que quiero que me quiten una mancha de la chaqueta o que me limpien los lentes? Tres campanillazos y sube Avelino, el criado joven, que es medio maricón. ¿Que quiero echar un polvo? Toco una copita de ojén con la campanilla y sube la barragana, que para eso le pago. ¿Que quiero salvar el alma? Repiqueteo graneado y sube el capellán a darme la absolución, que mi buen dinero me cuesta. Y cuando cada cual haya cumplido con su oficio, que se vaya otra vez y no moleste, que lo que pasa de escaleras abajo no me importa, por mí que se maten.

—Oiga, don Claudio, ¿y para barragana vale una portuguesa?

—Y tanto, hijo, y tanto, o una china, por mí lo mismo tiene, lo único que miro es que tenga buenas carnes, sea limpia y obediente y hable las dos lenguas, el gallego y el español, lo demás es todo de adorno.

Ahora ya no se estilan esos usos honestos y saludables, ahora la gente se ha hecho como más desbocada y zángana, puede que las cosas tengan cada vez peor arreglo.

—¿Ha oído usted lo de que los moros cruzaron el estrecho de Gibraltar?

—Esa noticia ya es vieja, amigo mío, va usted con retraso.

A Dolores, el ama de don Merexildo, le amputaron un brazo en el hospital a resultas de un carafuncho de índole maligna.

—No crea, con un brazo se puede arreglar una de lo más bien, lo que le pasa a la gente es que está mal acostumbrada y después va todo como va. ¿Que es el fin del mundo? Pues que sea, ¡por mí!

Moncho Preguizas se dejó una pierna en África cuando fue a servir al Rey, sus primas Adela y Georgina andan mucho con yerbas, cualquier día van a ocasionar una desgracia.

—En el Polo Norte no estuve, pero pienso ir, en el Polo Sur tampoco, aún me falta mucho por ver, en el Polo Norte hay focas y en el Polo Sur pingüinos, los pingüinos son confiados y sociables, lo que a mí me gusta es Guayaquil, allí lo pasé muy bien, está lleno de grillos pero eso a mí no me importa.

Mi tío Claudio Montenegro dice que corrió el Grand National de Liverpool en 1909, es capaz, mi tío mete muchas bolas pero también dice verdades que nadie suele creer, montó un caballo tordo, el único de la carrera, Peaty Sandy, n.° 21, mi tío se cayó en el sexto obstáculo y se fracturó una clavícula, a lo mejor es verdad, San Macario trae suerte con la baraja y las loterías pero vale poco para los caballos, Lázaro Codesal gastaba los ojos azules y mi tío Claudio también, las parvas atienden más al sobo que los parvos, cuando les meten mano por el escote se están quietas como culebras.

—¿Va usted a Lalín?

—No, voy a Maceiras, pero si quiere me llego hasta Lalín, a mí tanto me da.

Hace más de una semana que no llueve y las tórtolas se bañan en los regatos con confianza, las escopetas se las llevó la guardia civil. Raimundo el de los Casandulfes habla con nuestra prima Ramona.

—Apuntar no me apunto, esto no tiene ni pies ni cabeza, estuve hablando con Robín y piensa lo mismo, la gente ha perdido la compostura y eso es muy peligroso, el que me preocupa es Baldomero Afouto porque Fabián, aunque tú no te lo creas, es un hijo de puta, perdona, estás muy guapa, Moncha, ¿me das un café?, aquí haría falta que tomase el mando alguien medio decente y con sentido común, la gente ha perdido el respeto a la costumbre, ¡pobre España, con lo bueno que podría ser este país! ¿Tú te acuerdas del ciego Gaudencio, el hermano de Ádega?

—¿El que está en esa casa de Orense, tú ya sabes?

—Sí.

—Sí que me acuerdo, toca muy bien el acordeón.

—Bueno, pues hace dos noches le pegaron una paliza porque no quiso tocar lo que le mandaban. El Moucho anda por Orense triunfando, la culpa no es suya.

—¿Te traigo un poco de coñac con el café?

—Sí, gracias.

—¿Pongo un poco de música?

—No, déjalo.

Marcos Albite está contento porque terminó el San Camilo.

—¿Quieres ver tu San Camilo? Ya lo terminé, no es porque yo lo diga pero es el San Camilo mejor del mundo, dicen que tiene cara de papón, bueno, tú sabes que ésa es la cara que se les pone a los santos cuando van a romper a hacer milagros, ¿quieres que llame a Ceferino Furelo para que lo bendiga?

—Bueno, siempre será mejor.

El San Camilo de palo que me hizo Marcos Albite está muy bien, tiene cara de tonto pero a lo mejor es que es así, lo más probable es que sirva para hacer milagros.

—Muchas gracias, Marcos, es muy bonito.

—¿De veras que te gusta?

—Sí, me gusta mucho.

En Orense, por el verano, hace mucho calor, incluso más que en Guayaquil.

—¿No hay demasiado forastero este año?

—Sí, yo creo que hay demasiado de todo.

Gaudencio guarda cama a resultas de la tunda que le dieron, lo cuida Anunciación Sabadelle, Nunciña, también le llaman Anuncia, que escapó de su casa de Lalín para ver mundo pero no pasó de Orense.

—¿Te duele?

—No, me encuentro ya muy bien, esta noche vuelvo al salón.

—Déjalo para mañana, más vale que descanses un poco más.

A la chapeta de piel de puerco que lleva Fabián Minguela en la frente parece como si le hubieran sacado brillo; Fabián Minguela sigue igual de pálido que siempre y crecer no creció, pero se enseña como más lustroso y elegante.

—¿Tú piensas que podremos encontrarnos con este indeseable en el cielo?

—¡No, mujer! ¡Qué ocurrencia! En el cielo no se puede entrar así como así y menos con la chapeta de piel de puerco en la frente, con esa señal no lo dejan pasar los ángeles, puedes estar tranquila.

La coima portuguesa de Roque Marvís, el hermano menor de Tripeiro y por tanto tío de Afouto, preparó un cocimiento de herba cabreira para que a Afouto no le pasara ninguna desgracia, después no dio resultado, se conoce que le faltó algo; la herba cabreira la traen las golondrinas de Tierra Santa y cuando algún hereje les cuece los huevos con agua mansa para escaldarlos y matarlos, ellas ponen herba cabreira en el nido y los huevos resucitan, si un manojo de herba cabreira se tira al río, nada contra corriente y manda a los encantos que declaren dónde tienen escondido el tesoro; los encantos son valerosos pero obedientes y no dejan nunca de cumplir los mandatos de Dios, los encantos guardan los tres tesoros, los de los moros, los de los godos y los de los frailes, pero los entregan con toda mansedumbre cuando se les lee el Ciprianillo; si el encanto deja de ser un dragón o un culebrón y se convierte en fantasma, entonces se hace encantamento y puede escapar silbando por el aire.

Don Jesús Manzanedo se ríe mucho contando la muerte de Inocencio Solleiros Nande, empleado de banca.

—¡Qué miedo tenía! Cuando le pregunté si se confesaba o no, se echó a llorar, lo tuve un rato de rodillas para que escarmentara.

La versión de don Jesús Manzanedo no es cierta, Inocencio Solleiros se portó como un hombre y murió con mucha dignidad; cuando don Jesús le apuntaba con la pistola y lo tenía de rodillas, con las manos atadas a la espalda y pegándole patadas en los riñones y en los huevos, Inocencio le llamó hijo de puta y le escupió en la cara.

—¡Mátame, si no eres un hijo de puta! —le dijo—, no me matas porque eres un asesino, eso está claro.

Las ranas del condado de Tipperary, en Irlanda, son tan nobles como las de la laguna de Antela y seguramente también vieron verter mucha sangre, cuando se rompen los cauces de la sangre se anega todo en sangre que tarda mucho tiempo en secar, hay hombres que llevan un murciélago colgado del corazón.

Inocencio no murió confesado, tampoco nadie le llevó un cura para que le confesase y le diese la absolución, es mentira lo que anotó don Jesús en su libreta, no, Inocencio no murió confesado, don Jesús es un mentiroso, bien mirado eso es lo de menos, don Jesús tenía una hija, Clarita, a la que dejó el novio porque le entró aprensión, los hay muy mirados, hay gente a quien le aguanta la vergüenza incluso cuando los demás la saldan.

—Me voy a defender a la patria, Clarita, no me escribas porque lo más probable es que me maten nada más llegar.

Cuando mataron al padre, Rosicler se fue para la aldea y no se puso de luto, a las autoridades no les gustaba que se guardase luto por algunos muertos.

Benicia fríe muy bien filloas y escancia el vino en pelota y con muy antigua y pagana sabiduría, el tiempo pasa para todos y yo le hablo de después, ya me entiende.

—Así sabe mejor, ¿quieres que me lo vierta por las tetas?

—Sí, te lo agradezco porque estoy un poco triste.

Los periódicos miran mucho los detalles: Fulano de Tal se negó a recibir los auxilios de la religión y murió desesperado, mientras Mengano de Cual confesó y comulgó con gran fervor, muriendo feliz y resignado. Es costumbre que estas resignaciones y aquellas desesperanzas sucedan en el cementerio de San Francisco, la muerte llama a la muerte. A los Guxindes siempre nos gustó andar a palos en las romerías pero ahora estamos medio idos.

—Yo estoy acojonado, Robín, esto no hay quien lo pare, es como el cólera morbo. ¿Quién podría sujetar a la gente y meter un poco de orden en esta barahúnda?

—¡Yo qué sé!

Al ex ministro Gómez Paradela lo prendieron en Verín, lo rociaron con gasolina y le plantaron fuego; según dice Antonio, nadie sabe quién es Antonio, interpretó una danza macabra para morir.

—¿Y qué fue de Antonio?

—Nadie sabe quién es Antonio, ya le digo, ni el fin que tuvo, puede que le hayan matado a palos, es lo más probable, a éstos siempre acaban matándolos a palos.

Fabián Minguela se trajo a Rosalía Trasulfe de la aldea.

—Y además te callas, tú estás aquí para darme gusto y callar, ¿te enteras?

Rosalía Trasulfe decía a todo amén, Cabuxa Tola no tenía nada de tola.

—Yo estoy viva y Moucho acabó como acabó, para mí tengo que cada cual acaba según haya ido por la vida, a veces no, pero casi siempre sí.

Robín Lebozán tiene a comer en su casa a su primo Andrés Bugalleira, que acaba de llegar de La Coruña.

—En el Círculo de Artesanos quemaron los libros de Baroja, de Unamuno, de Ortega y Gasset, de Marañón y de Blasco Ibáñez, claro; en cambio dejaron a Voltaire y a Rousseau, se conoce que les sonaban menos.

En el periódico se dice: A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y tanta miseria, se están quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda antiespañola y de repugnante literatura pornográfica.

—¿Viste a Esperanza, después de que le mataran al marido?

—No, me mandó decir que no fuera por su casa.

Andrés quería pasar a Portugal.

—Si llevas dinero y puedes alejarte pronto de la frontera, bien, desde Lisboa se va a cualquier parte de Europa, pero si no tienes cuartos ándate con ojo porque los guardiñas devuelven a todo el mundo, los entregan en Tuy, que es mal sitio.

Chelo Domínguez la de los Avelaíños, o sea la mujer de Roque Gamuzo, es la envidia del hembraje del país.

—Que Dios nos coja a todas confesadas, amén, dicen que Roque el de la Cheliño calza un carallo que parece un rapaz de seis o siete meses.

—¡Pero qué dices, mujer! Todos los carallos son iguales.

—¡Ay, eso sí que no, que los hay que da gloria verlos y en cambio hay otros que parecen miñocas!

—Eso depende, mujer, eso depende.

—¿Depende de qué?

—¿De qué va a ser? ¡Pareces parva!

Moncho Preguizas habla con muy añorante nostalgia de su tía Micaela.

—Guardo un recuerdo dorado de la niñez, de las pastillas de café con leche, de las manzanas asadas de postre, de los rosales cuajaditos de rosas rojas, de las pajas que me hacía tía Micaela…, la pobre era muy cariñosa y complaciente, a mí me la meneaba para despertar en mi espíritu el ansia de vivir y la curiosidad por el mundo en torno.

—¡No digas tonterías! A ti te la meneaba porque le gustaba sobarte las partes, les gusta a todas.

Adela y Georgina, las primas de Moncho, bailan tangos con la señorita Ramona y Rosicler.

—¿Quieres que me saque la blusa?

—Bueno.

Tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, está en Madrid, no se sabe nada de ella porque las comunicaciones están cortadas, a lo mejor podemos tener noticias a través de la Cruz Roja, tío Cleto sigue tocando el jazz-band como si tal y tía Jesusa y tía Emilita parecen como anestesiadas, a lo mejor están anestesiadas.

—¡Qué horror, qué ruido! Cleto se pasa el día dándole al bombo para que nos duela la cabeza, nosotras no sabemos por qué no se apunta en los Cruzados de Orense y nos deja en paz.

Tía Jesusa y tía Emilita reciben una hoja de propaganda: Mujer gallega: piensa que nunca puede ser de más actualidad lo que dijo Quevedo: Son las mujeres instrumentos de hacer perder reinos (¡Dios mío qué ordinariez!), en donde se condensa el poder de tu influencia en el mundo.

—¿Tú lo entiendes?

—Pues no mucho, y además a mí me parece que podían haber puesto señoras y no mujeres, ¿qué trabajo les hubiera costado?, para mí que lo que quieren es que hagamos jerseys de punto, ya verás.

Véspora, la perra de tío Cleto, se pasa las noches enteras aullando, se conoce que huele la muerte en el aire, tía Jesusa y tía Emilita, con tantas y tan cautelosas premoniciones, rezan más que nunca, murmuran más que nunca y orinan más y más fuerte y abundante que nunca, la verdad es que lo ponen todo perdido, parece que orinan a destajo y la casa huele que apesta a urinario público.

—Huele a gato.

—¡Sí, sí, a gato! Lo que huele es a vieja meona.

—¡Jesús!

Las alimañas muertas que colgaban de la viña del sacristán se han ido cayendo poco a poco, ahora ya no tienen ni gracia.

—¿Por la competencia?

—Claro.

Dolores, la criada del cura de San Miguel de Buciños, escondió a Alifonso Martínez, celador de telégrafos, cuando lo fueron a buscar no lo encontraron.

—¿No pasó por aquí?

—No, ¡así me muera!

Don Merexildo le dijo a Alifonso,

—Tú aguanta hasta que pase la tempestad y no te asomes ni a la puerta, esto no va a durar toda la vida.

—Sí, señor, muchas gracias; a mí el que me da miedo es Moucho el Carroupo, dicen que anda por ahí lleno de correajes.

—Déjalo, por la aldea no vendrá, ya verás, conmigo no se atreve.

—¡Dios le oiga!

Mariquiña es de la aldea de Toxediño, en la parroquia de Parada de Outeiro, ayuntamiento de Vilar de Santos, en la Limia, esto fue hace ya mucho tiempo, fue cuando los moros. El cuervo del preso Manueliño Remeseiro Domínguez se llama Moncho, como el primo que murió de la tos ferina, da gusto verlo volar. Mariquiña es una pastora joven, pobre y hermosa, que todas las mañanas lleva a pastar una vaca, dos ovejas y tres cabras al lugar que dicen monte das Cantariñas. El cuervo Moncho está aprendiendo a silbar, sabe ya algunos compases de la mazurca que el ciego Gaudencio no toca más que cuando le da la gana. La madre de Mariquiña es viuda y en su casa sabían bien del color de la miseria y la calamidad. Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro, ahora corren malos tiempos para los maestros, y tiene amores con doña Elvira, la patrona de la fonda donde vive, parece ser que también se acuesta con Castora, la criada. En el monte hay una peña a la que llaman o Peiteador da Raíña que tiene forma de confesionario, con su asiento y su ventanillo, y en ella suele sentarse la reina mora mientras le peinan la trenza y le asoellan los tesoros; los cristianos podían ver la escena desde lejos pero, si se acercaban, desaparecía todo como por ensalmo. A Doroteo, el cabo de la guardia civil que gasta corsé, lo tienen acuartelado desde hace varias semanas, Doroteo se sabe de memoria largos pasajes de En Flandes se ha puesto el sol, de don Eduardo Marquina. Una mañana Mariquiña vio a una mora viejísima y de muy noble aspecto que le llamaba por su nombre.

—Mariquiña.

—Mande, señora.

—¿Quieres catarme los piojos?

Mariquiña, como es respetuosa, le respondió,

—Sí, señora, no faltaría más.

La vieja, que era la misma reina mora del monte das Cantariñas, volvió a dirigirse a la moza,

—¿Me das una cunca de leche?

Y Mariquiña le dijo otra vez lo de antes.

—Sí, señora, no faltaría más.

La vieja le llenó el pañuelo sin explicar de qué y le ordenó que no dijese nada a nadie y que tampoco lo mirase hasta llegar a casa y estar sentadita a la lareira y con la puerta y las ventanas cerradas. Don Claudio y doña Elvira sólo se tutean en la cama, fuera de la cama no se tratan de tú jamás ni aunque estén solos y jugando al parchís. Mariquiña cumplió cuanto le mandara la reina mora y cuando desató el pañuelo lo vio todo lleno de monedas de oro, había lo menos docena y media de monedas de oro. La madre de Mariquiña se sintió muy feliz y por más que preguntó, no supo de dónde saliera aquel caudal. Adrián Estévez, Tabeirón, nada mejor que los peces y las ranas, parece mentira que pueda nadar tan bien y aguanta debajo del agua más que nadie. Al día siguiente Mariquiña volvió al monte y se repitió la escena pero, mientras despiojaba a la reina mora, le dio la tos porque hacía mucho frío.

—No me tosas encima —le dijo la anciana—, mira para otro lado porque no quiero que me bautices con la saliva.

En Ferreiravella, la aldea de Tabeirón, están todos bautizados y pueden escupirse unos a otros sin miedo, por allí son todos cristianos desde hace mucho tiempo, un siglo o más. Mariquiña volvió con su pañuelo otra vez lleno de monedas de oro y a las preguntas de su madre respondía siempre con el silencio, pero una noche que no resistió bien y se fue de la lengua vio cómo se le acabaron la fortuna y la vida, porque el oro se le volvió grava del camino y de su cuerpo y su alma no volvió a saberse nunca más. Cuando los vecinos de Toxediño salieron a buscarla por el monte se oyó una voz de ultratumba que decía: ¡A Mariquiña, por lengoreteira, está na miña barriga fritida con alio e manteiga!

—¡Pobre Mariquiña! Fue peor que lo de Basilio Ribadelo, el arriero de Sobrado do Bispo.

—Pues sí, porque éste quedó pobre pero por lo menos salvó la vida.

Los parientes argentinos de Rosicler que llamaban vitrola a la gramola se fueron a Buenos Aires cuando don Jesús Manzanedo apuntó en su obituario particular a Inocencio Solleiros Nande, n.° 37, 21 oct. 36, empleado de banca, Alto del Furriolo, murió confesado (no es verdad), ellos dijeron que se iban y se fueron, a mí me parece que hicieron bien.

—Esto va a ser una matanza, acá nadie sabe quién va a librar el cuero y quién no, esto va a ser el incendio de Troya, acá no nos quedamos, éste es un pleito entre españoles.

El Alto del Furriolo queda entre Ginzo de Limia y Celanova, la gente resbalaba en la sangre y más de uno se partió un hueso del esqueleto del alma.

—¿Y es verdad que creció la yerba muy deprisa?

—Sí, se conoce que para borrar las pisadas de tanto dolor.

Tía Jesusa se puso enferma de repente, enferma de gravedad.

—¿Llamasteis al médico?

—Sí.

—¿Y qué dice?

—Pues que la pobriña es vieja, está muy gastada, no tiene nada en especial pero va vieja y el corazón se le va parando poco a poco.

—¡Vaya por Dios!

Cuando fui a visitarla encontré todo muy misterioso, la perra Véspora ya no aguanta tanto anuncio de muerte y tío Cleto no toca al jazz-band más que el no me mates con tomate, una vez tras otra, más de cien, quizá quinientas veces al día, al final ni se oye, es como el rumor del viento en los carballos. Tía Emilita y tío Cleto riñen por el sitio que ha de ocupar el cadáver de tía Jesusa en el camposanto, tía Jesusa aún no es cadáver pero se ve que va a serlo de un momento a otro.

—Las sepulturas de la familia están llenas y ahora no podemos meternos en gastos, no está el horno para bollos.

—No, pero tampoco querrás tirar los restos de nuestros padres al río.

—Yo no quiero nada, pero ya me dirás qué hacemos.

Tía Emilita cree en las prebendas de ultratumba y el respeto debido a las virtudes acrisoladas.

—Debes recordar siempre, Cleto, que tanto Jesusa como yo somos solteras. ¡Menos mal que te dejaste a Lourdes en París!

Tío Cleto miró a tía Emilita como si fuera a hipnotizarla.

—¡Pero qué bestia eres, hermana, eres igual que una mula!

Tía Emilita rompió a llorar y tío Cleto salió de la habitación silbando, antes le soltó un pedo, es lo que hacía siempre.

—Ya avisarás si quieres algo.

Las noticias que llegan de todas partes no son muy tranquilizadoras, a lo mejor cuando lo de las plagas de Egipto también las conciencias se nublaron y empezaron a tartamudear.

—Los nacionales hemos tomado Badajoz.

—¿Por qué dices hemos?

—No sé, ¿qué quieres que diga?

Micifú es un zamorano que cayó por Orense sin que nadie le llamase y empezó a dar órdenes a todo el mundo, se conoce que tenía muchas dotes de mando.

—¿No bizquea un poco?

—Puede que sí, ¡pero cualquiera se atreve a mirarle bien mirado!

El nombre de Micifú se lo pusieron por los bigotes, él se llamaba Bienvenido González Rosinos y era perito mercantil. Micifú era bajo de estatura pero muy pinche y apuesto, si no llevaba nadie al lado hasta parecía alto. Don Brégimo Faramiñás tenía rabia a los bajos, a los que clasificaba en dos grandes y muy precisos grupos: aquéllos a quienes pueden picar las gallinas en el culo y aquellos otros que tienen que andar cantando para que no los pisen.

—Ninguno es bueno, ni aquéllos ni éstos, y todos son peores. Los bajos deberían estar prohibidos.

—Sí, señor.

Micifú fue el organizador, instigador y primer jefe de la Escuadra del Amanecer, que operaba con un ritual muy solemne, parecían italianos. A Micifú lo mataron a puñaladas en el portal de la Parrocha, Gaudencio sabe quién fue pero no quiere decirlo y como es ciego puede disimular.

—Yo estoy para tocar el acordeón, ¿cómo voy a enterarme de lo que pasa si soy ciego? ¿No ve que soy ciego?

—Sí, hombre, sí, perdona; anda, sigue tocando.

A Micifú no le dieron más que dos puñaladas, una en la garganta y la otra en el pecho, su agresor tenía mucha serenidad. A Pura Garrote, la Parrocha, no le gustó nada el lance.

—O la gente se calma o cierro la puerta por la noche y aquí no se ocupa nadie más que de día, ésta es una casa decente y yo no admito broncas, ¡pues estaría bueno!

El cadáver de Micifú lo dejaron en la calle, algo más lejos, y las baldosas del portal las baldearon para borrar la sangre. Pura Garrote habló a los compungidos cabritos,

—Y ahora todos a callarse, ¿me entienden?, que lo mejor es que esto se olvide cuanto antes.

—Sí, claro.

Anunciación Sabadelle le dijo a Gaudencio,

—Que Dios me perdone pero yo me alegro de que hayan matado a Micifú.

—Y yo, Nunciña, y yo.

—Y además sé quién fue.

—Olvídate del nombre, ni lo pienses siquiera.

El recuerdo de Micifú duró poco porque los acontecimientos se empujaban unos a otros para hacerse sitio en la memoria.

—¿Me das un café, Nunciña?

—Sí, ahora te lo traigo.

La señorita Ramona mandó ensillar el caballo y salió al monte, en Arenteiro se encontró con la pareja de la guardia civil.

—Buenos días, señorita, ¿a dónde va?

—¿Cómo que a dónde voy? ¡Voy a donde me da la gana! ¿Es que no puedo salir a dar un paseo cuando quiera?

—Sí, señorita, no se lo decía de malas, puede usted ir a donde quiera, eso es verdad, pero ¡como está todo tan confundido!

—¿Y quién lo confundió?

—¡Ay, yo no le sé decir, señorita! A lo mejor es que todo esto que pasa es de natural confundido.

A la señorita Ramona, cuando volvió a su casa, la estaban esperando Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán. Raimundo sonrió para hablar.

—Me han llamado del gobierno civil.

—¿Para qué?

—No lo sé, me ha llamado el gobernador nuevo, el teniente coronel Quiroga.

—¿Y vas a ir?

—Tampoco lo sé, eso es lo que quería preguntarte, ¿a ti qué te parece?

—No sabría decirte, habrá que pensarlo con calma.

En momentos así no se sabe nunca cómo acertar. Raimundo era partidario de presentarse pero Robín, no, Robín trataba de quitárselo de la cabeza.

—Meterte en Portugal sería un error por los guardiñas, ya sabes, pero salir de aquí te es fácil, puedes apuntarte en la Bandera Legionaria Gallega de Barja de Quiroga, yo creo que siempre será mejor la guerra que esto.

El teniente coronel don Manuel Quiroga Maciá, gobernador civil de la provincia y delegado de orden público, llamó a Raimundo para nombrarle alcalde de Piñor de Cea.

—Me honra usted, mi teniente coronel, pero yo tenía pensado alistarme en la Bandera Gallega, estaba a punto de salir para La Coruña.

—Bien, su conducta es digna de encomio, ¿podría usted darme algún nombre de confianza para ese cargo?

—No, señor, así de pronto no se me ocurre nadie.

La radio anuncia que el triunfo del alzamiento es irresistible: En Madrid ya no hay gobierno, el último conjunto de mamarrachos y farsantes que nos traicionaba, huyó en avión a Toulouse. Cedió materialmente sus poderes a los comunistas y su última hazaña ha sido el incendio y destrucción del museo del Prado.

—¡Caray, si esto es así no va a quedar títere con cabeza!

María Auxiliadora Porras, la novia o medio novia que desairó a Adolfito Choqueiro, el primer marido de Georgina, se pasó una semana entera en la cama con Micifú.

—¿Y no te daba reparo?

—¿A mí, por qué? Bienvenido era muy hombre, no muy alto pero sí muy hombre, a mí que me quiten lo bailado, eso que dicen por ahí son habladurías, la gente es muy envidiosa y murmura más de la cuenta.

Tía Emilita se niega a hablar con tío Cleto.

—Yo soy muy señora y no tengo por qué dirigirle la palabra a un marrano sin principios, que Dios me perdone pero mi dignidad me impide hacerlo. ¡Pobre Jesusa, se hubiera merecido una muerte más respetuosa!

Con tía Jesusa aún de cuerpo presente, tío Cleto, acompañándose del jazz-band, pronuncia discursos: ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la salvación y la independencia de España!

—Yo no sabía que tu tío Cleto era tan patriótico.

—No, no lo es, es según le da.

A la vuelta del cementerio tío Cleto, conmigo y con mi prima Ramona delante, le dijo a tía Emilita,

—Quisiera hablar contigo, Emilia, y pedirte perdón por las ofensas que haya podido hacerte. ¿Me perdonas?

—Claro que te perdono, Cletiño, ¿no perdonó el Señor a los judíos que lo crucificaron?

—Gracias, Emilia, y ahora escucha. No hay que dramatizar demasiado, ¿me entiendes?

—No.

—Bueno, es igual. No hay que dramatizar demasiado, en las familias es mejor confesar la derrota que seguir luchando, ¿confiesas tu derrota y te rindes?

Tía Emilita se puso primero colorada, después pálida y después se cayó al suelo con un desmayo, se dio una costalada cumplida. Mientras mi prima Ramona y yo la atendíamos, tío Cleto subió a su casa y se puso a tocar el jazz-band; antes, según costumbre, ventoseó de modo seco, tajante y prolongado.

Raimundo el de los Casandulfes se alistó en las Banderas Gallegas, en La Coruña había mucho fervor nacional: el niño J. T., un cabrito y cinco latas de calamares en su tinta, es fusilado el gobernador civil don Francisco Pérez Carballo; la Sra. de T., mamá del anterior y admiradora del glorioso ejército español, una salchicha, un salchichón y una docena de chorizos, es fusilado el comandante de las fuerzas de Asalto don Manuel Quesada; don J. T., marido de la anterior y padre del primero, cuatro gallinas, seis docenas de huevos y cuatro hojas de bacalao, es fusilado el capitán de las fuerzas de Asalto don Gonzalo Tejero; I. A., una caja de dulce de membrillo de Puente-Genil, es fusilado el alcalde de La Coruña don Alfredo Suárez Ferrín; una señora amiga de la paz, cinco botellas de vino de Rioja tinto y cinco latas de aceite, es fusilado el almirante don Antonio Azarola Grosillón; A. S., tres conejos y tres pollos, es fusilado el general don Rogelio Caridad Pita; un patriota, una caja de mantecados de Astorga, es fusilado el general don Enrique Salcedo Molinuevo. Raimundo el de los Casandulfes está triste.

—Aquí va a haber muchos crímenes, ya los está habiendo, y mucha estupidez, pero lo peor va a ser la marcha atrás que vamos a dar todos, que va a dar el país, ¡pobre España!, lo peor de estos estallidos es el triunfo de la vulgaridad, hay momentos en los que el hombre se siente orgulloso de su vulgaridad y presume de burro y de ignorante, son los tiempos peores y también los más dramáticos y sangrientos, los mediocres no perdonan y disfrazan a Dios a su imagen y semejanza, lo visten de clown o de alabardero, podemos retroceder cien años pero hay que callar, no merece la pena querer llevarle la contraria a las mareas, nadie pudo jamás llevarle el pulso a la resaca. Que sea lo que Dios quiera.

Hace buen tiempo y el paisanaje anda confundido, el sol revuelve el aire que respiramos y unta la atmósfera de un pringue raro y poco saludable; a la señorita Ramona le preocupa la marcha de Raimundo pero aún más el que los restantes hombres nos quedemos.

—¿Queréis que tiren al blanco con vosotros? Esto se va a poner inhabitable para los hombres, ¿te acuerdas de aquello que dijo no sé quién de que el hombre es un lobo para el hombre?, parece como si se hubiera levantado la veda del hombre, las mujeres nos defenderemos mejor, ¿por qué no te vas tú también?

—No, Moncha, de momento me quedo, ya veré si aguanto, el Moucho es un hijo de puta, lo sabes tan bien como yo, pero conmigo no se atreve.

—No estés muy seguro, éstos se crecen con el desbarajuste, son todos iguales y se apoyan unos a otros.

—Bueno, ya me defenderé.

En la taberna de Rauco la gente bebe el vino en silencio, es muy amargo ver que nadie se fía de nadie.

—¿Tú crees que Cabuxa Tola está a gusto con Fabián?

—Yo no creo nada, eso es cosa de ellos.

La señorita Ramona está más guapa que nunca, con sus ojos hondos y negros y su pelo tirante, se conoce que la tristeza le añade encanto, también lleva el traje ceñido.

—¿Qué va a hacer Robín?

—Está dudando, yo no soy el único indeciso, estamos todos dudando y sin saber qué hacer, esto empieza a durar ya demasiado.

La señorita Ramona sacó del aparador una botella de vino de Oporto y una honda caja de galletas.

—¿Quieres una copa?

—Sí, gracias.

—Perdona que no te ponga un plato para las galletas, sácalas de la lata, hay algunas de coco muy ricas.

La señorita Ramona se sentó al piano.

—¿Qué quieres que toque?

—Lo que tú quieras, lo que me gusta es verte.

La señorita Ramona sonrió con un mohín de muy graciosa coquetería, pocas veces estuvo tan hermosa, ¡y mira que la conozco bien!

—¿Te estás declarando?

—No, Moncha, ¡qué ocurrencia! Yo no quiero hacer desgraciada a ninguna mujer y menos a ti, yo no sirvo para casado y a lo mejor ni para tener novia siquiera, lo más probable es que no sirva para nada.

—¡No digas tonterías! ¿Estás seguro de que me ibas a hacer desgraciada?

La señorita Ramona tocó el Vals de las olas.

—Es un poco cursi pero bonito, ¿verdad?

—Sí, muy bonito.

Por detrás de los ojos, o sea por dentro de la cabeza, me voló como un ramalazo triste y poco resignado.

—Moncha.

—Qué.

—¿Tú crees que tirarán al blanco conmigo?

Maruja Bodelón, la ponferradina de Celso Varela, el ya lejano novio de tía Emilita, todo prescribe, se bajó el dobladillo de la manga y se dejó el pelo a su color.

—No hay por qué andar provocando, las autoridades tienen razón, las españolas en algo nos tenemos que distinguir de las francesas o las inglesas, en la decencia sin ir más lejos.

Celso Varela no entendía nada pero guardó silencio, las tormentas en el corazón del hombre se visten a veces de baches muy poco inspirados.

—Aquí lo mejor es callar, ya se irán calmando los ánimos cuando Dios disponga.

—Sí, ¿y si no se calman?

—No sé, entonces habrá que ir pensando en la emigración o en cortársela. ¡Qué tristeza da ver al mejor país del mundo, bueno, uno de los mejores, desangrándose por las cunetas!

A Fina la Pontevedresa le llaman Porca Marina, esto de los motes marcha por cauces muy raros, los motes se inventan solos y nacen como el pan de sapo; Porca Marina es graciosa y está siempre alegre.

—¿Es verdad que lo que más te gustan son los curas?

—¡Ay, sí, señor, que le están buenísimos, da gusto con ellos! ¡Usted me obliga a ser descarada!

Porca Marina se acuesta con Celestino Carocha, también le prepara estofado de conejo, conejo encebollado y conejo a la cazadora.

—A los hombres hay que darles bien de comer para que no se desinflen.

Antón Guntimil, el difunto de Fina Porca Marina, no estuvo jamás inflado, nació con poco aliento y murió yéndose como un suspiro.

—El pobriño valía poco, la verdad es que no me duró casi nada, cualquier otro me hubiera de durar más.

A Resurrección Penido le llaman Lódola porque es como un pajarito, Lódola es puta triste, le salva que es joven y complaciente.

—¿Y tiene las tetas duras?

—Eso dicen.

A Lódola le impresionó mucho la muerte de Micifú, fue ella quien descubrió el cadáver.

—¿Y no oíste gritar?

—No, señor, no oí nada, para mí que murió sin abrir la boca, pobriño.

Lódola vino de la aldea de Reporicelo, parroquia de Santa Marina de Rubiana, en El Barco, cuando llegó iba descalza, tenía frío y no hablaba una sola palabra de castellano, a Lódola la protege Marta la Portuguesa, que tiene muy buenos sentimientos, muy buenas inclinaciones.

—¿Usted cree que una mujer se mete puta por gusto? ¿No será que no tiene a dónde ir porque la escorrentan de todas partes como si fuera gafenta? ¿Usted cree que la comida cae de los árboles y es para quien la coja?

Las gemelas Méndez Cotabad, Mercedes y Beatriz, estuvieron muy malas con la tos ferina, les dio cuando ya eran mayorcitas y tuvieron que mandarlas al monte a respirar aire puro, también les dieron caldo de mochuelo y las llevaron a que medio las abafase el humo del tren, las llevaron a Carril.

—Beatriz ha vuelto a romper las gafas.

—¿Y Mercedes?

—También.

—Bueno, que no pasen de ahí las desgracias, manda a Pontevedra a comprar otras.

Don Jesús Manzanedo y Micifú le cortaron el hilo de la vida, ese alambrito misterioso que sujeta la sangre, a muchos desgraciados a quienes Dios volvió la espalda, Dios no interviene en los pleitos de este mundo, se ve enseguida, por eso se dice que el hombre está dejado de la mano de Dios; por aquí por Orense, también por Pontevedra y puede que por otros sitios, llaman claudiados a los asesinados sin formación de causa, esto es, a los paseados.

—¿Claudiados?

—Sí.

—¿De ciruelas claudias?

—Pues, la verdad, no sé.

Maximino Segán, que es de Amoeiro, terció en la conversación.

—Yo sí lo sé, los pálidos se decían unos a otros ¿esta noche vamos a claudias? y ya era sabido: esa noche iban a buscar gente para matarla.

A los condenados a muerte por los tribunales militares se les fusila en el Campo de Aragón, al lado del cementerio de San Francisco. Lódola es como un suspirito, Lódola prefiere los soldados porque adivina que encierran menos veneno.

—¿Vas a volver mañana?

—No, mañana estoy de imaginaria.

Los claudiados se quedaban donde podían, no todos llegaban al Alto del Furriolo, esto en Orense, no sigo con los demás sitios porque tampoco se trata de sembrar el país de cruces. Raimundo no conocía a mucha gente en La Coruña pero pronto hizo amigos, la Bandera Gallega salió el día de San Agustín y regresó, medio diezmada, poco después de los Fieles Difuntos, los que tuvieron peor suerte se quedaron por el camino, lo malo de las guerras es que cortan las vidas antes de madurar, eso es ir contra la ley de Dios. En algunos rincones de Galicia se llama papaventos a la cometa, papar significa tragar, engullir, deglutir, en Portugal al papaventos le dicen papagayo, ¿los niños coruñeses de hace dos siglos volaban cometas en el monte que es hoy la calle del Papagayo? Raimundo el de los Casandulfes es algo pariente de don Juan Naya, uno de los hombres que mejor se saben la historia de La Coruña, podía haberle preguntado, en Galicia todos somos parientes o algo parientes o al menos parientes de parientes. También pudiera ser que por allí naciese, en tiempos idos, la flor del amaranto o amarante, que en portugués y en gallego arcaico también quería decir papagayo. Hoy la calle del Papagayo es una cuesta putera de tanta confianza como buen acougo, Raimundo suele darse una vueltecita por las noches, va en busca de un poco de conversación. De casa de la Mediateta echaron una vez a un primo de Raimundo que es artillero de segunda en el regimiento 16 ligero, que queda mismo detrás, porque tiró un piano por el balcón, se pusieron de acuerdo cinco o seis artilleros amigos, uno era cabo, y tiraron el piano por el balcón, ¡qué bestias!, ¡menos mal que no pasaba nadie por la calle!, el general Cebrián les quitó el permiso y los devolvió al frente. Si la Mediateta se entera de que Raimundo es primo del artillero Camilo, estos padroneses siempre fueron medio arroutados, también lo echa a patadas y con viento fresco. En casa de la Apacha, los más respetuosos con la regla dicen la Apache, está de pupila la pequeña de las siete Alontras, Doloriñas Montecelo Trasmil, de veintiún años, que todavía convalece de su operación de apendicitis, ya va mejor. Las Alontras son siete, Inesiña, contra soberbia, humildad, tiene un cordón de pelitos que le llega al ombligo, parece un hormiguero; Rosiña, contra avaricia, largueza, es pechugona y culona, más vale tener que desear; Mariquiña, contra lujuria, castidad, bizquea un poco, hasta le hace gracioso; Carmina, contra ira, paciencia, no dice a nada que no, pero no por puta sino por respeto; Ritiña, contra gula, templanza, está siempre muerta de risa y pega saltos cuando la trincan porque tiene cosquillas; Ampariño, contra envidia, caridad, es tímida como una flor pero si se arranca hay que sujetarla a palos, y Doloriñas, contra pereza, diligencia, sabe leer y escribir y las cuatro reglas: dos son de Betanzos, dos de Cambre, tres de La Coruña y las siete de la vida. En la calle del Papagayo también ejercen sus artes reconfortadoras las furcias y las hurgamanderas de las ramerías de la Ferreña, pregunte usted por Fátima la Mora; de las Campanelas, pregunte usted por Pilar la Maña y de la Tonaleira, pregunte usted por Basilisa la Parva, que es la puta más puta de todo el mundo: todos los morriñentos lupanares, todos los gimnásticos y amorosos burdeles dichos, son de mansa y próvida saudade y alegría, la vigilancia jode de balde porque el orden es el orden. Raimundo el de los Casandulfes se hizo amigo de Doloriñas Alontra y como es educado y se sabe comportar, la encargada lo deja pasar a la cocina. La señorita Ramona manda llamar a Robín Lebozán.

—Tuve carta de Raimundo, dice que le van a dar permiso.

—Me alegro.

Robín tiene cara de preocupación.

—Moncha.

—Qué.

—No me apunto, ya llamarán mi quinta. Y además te voy a decir un secreto.

—¿A mí?

—Sí. Y a nadie más. Si Fabián Minguela viene por la aldea lo mato, lo que andan diciendo de él es cierto.

La señorita Ramona tardó unos instantes en hablar.

—Serénate, Robín, a ver qué dice Raimundo cuando llegue. ¿Hablaste con Cidrán Segade?

—Sí.

—¿Y con Baldomero Afouto?

—También.

—¿Y qué piensan?

—Que el Moucho no vale nada, pero que puede ser peligroso porque es traidor y además va en cuadrilla.

—¿Con quiénes?

—No sé, no los conozco, no son de por aquí, yo no los había visto nunca.

—¿Lo sabe la guardia civil?

—Dicen que ellos no quieren saber nada, que no es cosa suya.

—¿No? ¿Y de quién es entonces?

—¡Yo qué sé!

El pan es sagrado, hay cosas sagradas que cuando el mundo se revuelve no se respetan, el sueño, el pan, la soledad, la vida, el pan no se puede echar al fuego ni tirar, el pan hay que comerlo, si se pone reseso se echa en agua y se lo comen las gallinas, si se cae al suelo se coge, se besa y se le pone donde no lo puedan pisar, si se da de limosna también se besa, el pan es sagrado, es como Dios, y en cambio el hombre es un ridículo pito cairento y milagrero ahíto de pretensiones.

—Es todavía peor.

—Sí, es verdad: es todavía peor.

La señorita Ramona cerró las contras.

—Todo esto es muy raro, yo no entiendo nada de lo que pasa, a lo mejor somos muchos los españoles que no entendemos nada de lo que pasa, ¿para qué tanta sangre?

La señorita Ramona para de hablar de cuando en cuando.

—Puede que sea noble la guerra con los extranjeros si se meten en casa, los franceses en el siglo pasado, por ejemplo, no sé, yo no soy hombre, las mujeres siempre pensamos diferente, puede que sea noble pelear por el territorio con los extranjeros, ¡pero por un pensamiento que a lo mejor es mentira y entre españoles! Esto es cosa de locos.

—Sí, yo creo lo mismo, pero no lo digo, tampoco lo digas tú.

—No, no, ¿qué voy a decir?, yo me callo como un muerto, yo lo único que quiero es que esto acabe cuanto antes. La gente que cree a ciegas es muy peligrosa, los hay que no creen pero lo fingen, eso es todavía peor, la fe es el sacacorchos de la conciencia, el abrelatas que destapa la conciencia…, lo único que quiero es que pronto le veamos el fin a esta locura.

—Pues aún va a durar.

—¿Tú crees?

—¡Y tanto que lo creo! Todo el mundo está muy exaltado y nadie quiere atender a razones.

La señorita Ramona acerca un cenicero a Robín Lebozán.

—No me eches la ceniza en el suelo.

—Dispensa.

La señorita Ramona no puede ocultar su preocupación.

—Sí, la verdad es que estas luchas a ciegas son traidoras y cabezonas y se envenenan pronto, también son confusas, ¿tú entiendes algo de lo que pasa?, y ponen a la gente nerviosa y de mal humor, un hombre nervioso y de mal humor es peor que un alacrán.

—En fin, ¡que Dios nos tenga de la mano!

Ahora es como en los tiempos antiguos, cuando se iba a pie a Tierra Santa y los hombres se guiaban por el color de los ojos de las mujeres y de las nubes, por el sabor de las frutas del camino y de cada flor con su abeja, por el olor de los yermos y las praderas, vamos hacia el norte, vamos hacia el sur, vamos bien, vamos mal, estamos perdidos y jamás encontraremos nuestra casa, etc. A la cuadrilla de Martiño Fruime le sorprendieron los sucesos cuando andaba a segar por Belinchón, en tierras de Cuenca. ¿Te acuerdas de aquellos versos Castellanos de Castilla, de Rosalía de Castro? En la cuadrilla de Martiño Fruime formaban nueve hombres y seis mujeres, una parió en la era, también iban tres niños de seis o siete años. Cuando empezaron los sucesos Martiño Fruime habló a su gente.

—Ya sabéis lo que pasa, yo pienso que lo mejor es volver al país, por aquí se van a matar todos, no va a quedar ni uno.

—Bueno, pero dicen que en Galleira mandan los fascistas.

—¿Y a nosotros qué más nos da? El país es el país y la chaira es la chaira, mande quien mande.

—Sí; eso, sí.

Guiados por la estrella Polar, andando de noche y a la luz de la lourenza de gaurra y durmiendo de día, también cruzando dos frentes de guerra, la cuadrilla de Martiño Fruime llegó desde más allá del Tajo hasta la aldea de Nespereira, en la parroquia de Carballeira, en Nogueira de Ramuín, el pueblo de los afiladores y el de ellos, los segadores que iban como rosas y volvían como negros, ¡bendito sea Dios!

—¿Tú siempre creíste que llegábamos vivos?

—Sí.

El primer cabrito que se ocupó con Doloriñas Alontra después de que la operaron de apendicitis fue don Lesmes Cabezón Ortigueira, practicante de medicina y cirugía menor y uno de los jefes de la milicia cívica Caballeros de La Coruña, que es como un somatén político y patriótico.

—¿Te duele el sitio?

—Sí, señor.

—Pues aguanta marea que para eso te pago.

—Sí, señor.

Según rumores, don Lesmes tuvo que ver con los paseos del campo de la Rata y los asaltos a las logias Renacimiento Masónico y Pensamiento y Acción, tú te ves arrastrado por las muertes del prójimo y de repente te ves rodeado de muertos, te das cuenta de que también estás matando y asolando.

—¿Tú sabes algo?

—¿Yo qué he de saber?

Don Lesmes va muy de tapadillo a casa de la Apacha, su posición le obliga a guardar las formas, a Doloriñas le dijo que se llamaba don Vicente y era sacerdote.

—No se lo digas a nadie, hija mía, la carne es flaca y pecadora, tú a lo tuyo.

—Sí, señor.

Una noche don Lesmes armó un escándalo de pronóstico porque se reventó una cañería mientras estaba dale que dale y, claro es, se asustó.

—¡Sabotaje, sabotaje! —rugía don Lesmes mientras se abrochaba los pantalones—. ¡Esto es un atentado! ¡Aquí va a haber que hacer un escarmiento! ¡Esto es un antro de rojos!

La Apacha le paró los pies.

—Oiga, usted, don Lesmes, con todo respeto, aquí de rojos nada, ¿se entera?, aquí somos todas tan nacionales como el que más y yo la primera, en ese terreno no admito que haya la menor duda, ¿me oye bien?, ¡la menor duda!, y si no se reporta llamo por teléfono a don Óscar, que es buen amigo mío, y ya se las entenderá usted con él, aquí en mi casa la gente se desahoga pero no conspira, ¿se entera?

Don Lesmes recogió velas.

—Dispense, usted, es que creí que era una bomba, compréndalo.

Raimundo el de los Casandulfes no sabe quién es don Óscar pero tampoco pregunta, ¿para qué?, lo que pueda pasar en las casas de putas, ¿a quién le importa?, los nacionales hemos tomado Toledo, ¿por qué dices hemos?, y hemos liberado el Alcázar, Raimundo el de los Casandulfes nota que le laten las sienes, a lo mejor tiene calentura. Franco es designado Generalísimo de los Ejércitos de Tierra, Mar y Aire, y Robín Lebozán dice que no se apunta, ya llamarán su quinta, cada cual sigue su camino y va a su andar, la señorita Ramona monta a caballo, come galletas y piensa, piensa siempre, los nacionales nos presentamos ante las puertas de Madrid, ¿por qué dices nos presentamos?, cuando Raimundo el de los Casandulfes llega a la aldea encuentra rara a la señorita Ramona.

—¿Qué te pasa?

—Nada, ¿por qué?

—No, creí que te pasaba algo.

Puriña Córrego, la más vieja de las criadas de la señorita Ramona, apareció muerta una mañana, sobre la frente tenía una culebrilla que salió escapando, parecía un lápiz.

—¿Cómo fue?

—Pues que se murió de vieja, a todo el mundo le toca tarde o temprano, algunos ni siquiera llegan a viejos.

De tiempos del padre, a la señorita Ramona ya no le quedan más recuerdos que Antonio Vegadecabo y Sabela Soulecín.

—Y el loro.

—Bueno, claro, y el loro.

Fabián Minguela, Moucho, no va a sacar de sus casas ni a Cidrán Segade ni a Baldomero Afouto, no se atreve, Fabián Minguela se quedó a una carreiriña de un can, primero de la casa de Cidrán Segade y después de la de Baldomero Afouto, a verlos venir, mandó a diez hombres a que los prendieran y se los llevaron atados, Cidrán Segade los recibió a tiros, se entregó cuando le quemaron la casa, nadie vino ni al ruido de los disparos ni al resplandor del incendio, la señorita Ramona sujetó a Raimundo el de los Casandulfes y a Robín Lebozán, que estaban en su casa, a Ádega le dieron un culatazo en la cara y la dejaron sin conocimiento y atada a un árbol, Baldomero Afouto también tiró de escopeta y tuvo mejor puntería porque mató a uno, Baldomero Afouto se entregó cuando cogieron a Loliña, su mujer, y a sus cinco hijos, les tuvieron que tapar la boca con un saco porque mordían.

—¡Dios, qué gente!

Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, que va a matar a Afouto, sonríe como un conejo a sus prisioneros, los dos van con las manos atadas a la espalda, los dos tienen los ojos cruzados de venitas de sangre y los dos guardan silencio.

—¡Andando!

A Fabián Minguela le brilla la chapeta de piel de puerco que se le pinta en la frente. El guacamayo de la señorita Ramona es animal de otros aires y otras decoraciones, aquí parece medio triste y aburrido. Fabián Minguela gasta el pelo ralo; a la luz de la luna, el muerto que mató a Afouto es como un muerto.

—¿A que nunca creías que ibas a estar así?

Ni Cidrán Segade ni Baldomero Afouto abren la boca. ¿Qué más da que al parvo de Bidueiros lo ahorcaran sin mala intención? Fabián Minguela tiene la frente como las tortugas, puede que peor, desde que empezó todo esto no se oyen cantar los ejes de los carros en cuanto la luz se pone.

—¿Te das cuenta de que llegó la mía? ¡Ya iba siendo hora!

Afouto tiene apagada la estrellita de luz que se le encendía en la frente —unas veces era roja como el rubí, otras azul como el zafiro o violeta como la amatista o blanca como el diamante— y el demonio aprovechó para matarlo a traición, no le faltan ya sino un par de cientos de pasos. Fina la Pontevedresa es como un molinillo de moler café, a Fina la Pontevedresa lo que le gusta es el meneíto y bailar el son cubano Muévete, Irene, su marido murió por falta de condiciones, el tren lo aplastó porque no tenía condiciones. Los hombres de Fabián Minguela dejaron a su compañero muerto en la cuneta, antes le quitaron la cartera con el documento, la noche tiene mil ruidos y mil silencios que empujan el ánimo de los caminantes y resuenan como el eco en su corazón. Fabián Minguela va pálido, bueno, no va más pálido que otros días, es que es así.

—¿Tienes miedo?

Pepiño Pousada Coires, Pepiño Xurelo, va todas las mañanas a misa a pedir por la misericordia.

—¿Verdad, usted, que una de las obras de misericordia es enterrar a los muertos?

—Sí, hijo.

Pepiño Xurelo está muy asustado y medio adivina una lucecita que le da la razón. A Fabián Minguela le crece la barba por parroquias, cuatro pelos aquí, otros cuatro allá.

—Me parece que ya no vas a tener tiempo de hacerme trampas a la garrafina. ¿No quieres hablar?

A lo mejor Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, está en el frente tirando tiros o llevando las cuentas en la oficina de la compañía, matar aún no lo mataron. Las manos de Fabián Minguela parecen babosas, los enfermos de aire de difunto no las tienen más húmedas ni frías ni blandas, difuntiños todos, dádeme o aire que a vos non vos fai falta.

—¿Quieres rezar el Señor mío Jesucristo?

Fabián Minguela mira siempre para otro lado, como los sapos de San Modesto que son tres pero parecen ciento.

—¿Te cagas?

Fabián Minguela habla en falsete, como las siete virgos treintañeras de las Sagradas Escrituras.

—Pídeme perdón.

—Suéltame las manos.

—No.

Fabián Minguela, el muerto que mató a Afouto, se palpa las partes, a veces tarda más en sentírselas.

—Te digo que me pidas perdón.

—Suéltame las manos.

—No.

Eutelo o Cirolas, el suegro de Tanis Perello, está más manso desde que empezó el barullo, hay gente que se dispara y gente que se contiene. Fabián Minguela, el muerto que también mató a Cidrán Segade y puede que a otros diez o doce, no quiere seguir gastando la suela de las botas, se queda un par de pasos atrás y le pega un tiro en la espalda a Baldomero Afouto; ya en el suelo, le da otro tiro en la cabeza. Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, alias Afouto, hace un esfuerzo y muere sin un solo quejido, tarda en morir pero muere con dignidad y sin dar ni calma ni consuelo ni alegría a quien lo matara. Fabián Minguela le dijo a Cidrán Segade,

—Tú sigue, a ti aún te falta media hora.

El cadáver de Baldomero Afouto quedó en la curva de Canices, el primero que lo vio fue un mirlo, a la incierta luz de la mañana, desde la ponla de un carballo, los pájaros, cuando el día nace, pían como locos durante unos minutos y después callan, se conoce que van a lo suyo, Baldomero Afouto está tendido de bruces, con sangre en la espalda y en la cabeza, también tiene sangre en la boca, sangre y tierra, y lleva tapado el tatuaje, los gusanos pronto empezarán a comerse a la mujer y la culebra, la donosiña que chupa la sangre al muerto se escapa de repente como si alguien la asustase a propósito. Las noticias corren como lagartos.

—¿Como un reguero de pólvora?

—Pues, sí, o aún más deprisa todavía.

Por la tarde, cuando llegó la noticia a casa de la Parrocha, el ciego Gaudencio estaba interpretando al acordeón la mazurca Ma petite Marianne. Gaudencio ni abrió la boca y estuvo tocando la misma pieza hasta la madrugada.

—¿Por qué no varías un poco?

—Porque no, esta mazurca se la dedico a un muerto que todavía no se enfrió del todo.

La vida sigue pero no igual, la vida nunca sigue igual y con el dolor por medio, menos aún.

—¿Son ya las ocho?

—No, todavía no, hoy el tiempo pasa más despacio que nunca.

La mazurca Ma petite Marianne tiene unos compases muy pegadizos, muy bonitos, no se cansa uno de oírla.

—¿Por qué no varías un poco?

—Porque no quiero, ¿no te das cuenta de que es una mazurca de luto?

A Xiao Paxarolo, el hermano del muerto Baldomero, lo que más le gusta es mamarle las tetas a Pilarín, su esposa, hay matrimonios muy bien avenidos, como debe ser.

—¿Verdad que me vas a dar de mamar, amor mío?

—Ya sabes que te pertenezco toda entera, ¿por qué me preguntas lo que ya sabes?

—Porque me gusta oírte las cochinadas, vida mía, a las viudas os va de lo más bien.

Pilarín ensayó un gesto coqueto.

—¡Jesús, qué tonto!

Por la comarca hay muchas serrerías funerarias, mucha afición, como las cosas sigan así, dentro de poco todos estos pinares acabarán embalando muertos.

—Comprando al por mayor, ¿hacen rebaja?

—Sí, señora, muy substanciosa rebaja, cada vez más, al final casi salen de balde.

Cuando tío Rodolfo el Ventilado se enteró de que su primo Camilo se había casado con una inglesa mandó imprimir un papel de cartas con el membrete en inglés, a él no le fastidia nadie.

—Este Camilo siempre fue muy fantástico, ¡mira tú que ir a matrimoniar con una extranjera habiéndolas del país!

Tío Cleto se pasa el día vomitando, al lado de la mecedora tiene un balde para vomitar con mayor comodidad y aseo.

—¿Sabéis algo de Salvadora?

—No, no tenemos ni una sola noticia, la pobre sigue en zona roja, ¡Dios quiera que no le pase nada entre tanto crimen!

Tío Cleto vomita surtido, unas veces de un color y consistencia y otras de otro.

—En la variedad está el gusto, ¿verdad, usted?

—Pues no crea, la otra tarde el ciego Gaudencio se empecinó con una mazurca y no había quien le hiciese cambiar, se conoce que le cogió el gusto.

—Puede.

Los restos del santo Fernández y sus compañeros mártires se conservan en Damasco, en el convento español de Bab Tuma, ahora se llama église latine, rue Bab Touma, en una urna de cristal en la que se ven las calaveras y las tibias, los peronés, etc., puestos con mucho orden y armonía, los franciscanos siempre tuvieron buen gusto para la presentación de las reliquias, en el convento venden unas tarjetas postales en francés muy aparentes.

—¿Usted sabe que Concha da Cona canta como los propios ángeles?

—Sí, algo me habían dicho.

Ahora han prohibido el anuncio de las Pilules Orientales, desarrollo, firmeza y reconstitución de los pechos, para mí que hicieron bien porque la mujer española debe conformarse con las tetas que Dios le dio, ni más ni menos, a Xiao Paxarolo le gustan con las tetas grandes pero para eso ya tiene a Pilarín.

—Quítate las tetas por el escote.

—¡Ay, no, que todavía no se durmió Urbanito!

El cadáver de Cidrán Segade apareció antes de llegar a la aldea de Derramada, más o menos a media hora de andar desde la curva de Canices, tenía los ojos abiertos y un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que era la costumbre, y estaba aún recién frío; Ádega todavía sangra por la nariz y por las cejas, también por la boca, del culatazo que le dieron, Ádega le cerró los ojos a su difunto, le lavó la cara con saliva y también con lágrimas, lo cargó en el carro de bueyes y lo llevó al camposanto, entre ella y Benicia le cavaron la sepultura y lo enterraron hondo y envuelto en una colcha de lino sin estrenar, la mejor que guardaba, Dios sabía bien para qué, desde que había creado al mundo, eso está siempre escrito. De rodillas sobre la tierra y mientras las burbujas del aire todavía le escapaban al muerto por entre los pliegues de la mortaja, Ádega y Benicia rezaron un padrenuestro.

—Ése que está muerto ahí debajo es tu padre, Benicia, te lo juro, ¡así Dios me dé fuerzas para que pueda ver muerto a quien lo mató!

El distante chirriar del eje de un carro semejaba la voz de Dios diciéndole que sí, que le daría fuerzas para ver muerto a quien mató a Cidrán, ella no quería decir su nombre sino verlo muerto y con los despojos ciscados.

—¿Escuchas, Benicia?

—Escucho, madre.

Ceferino Furelo, uno de los dos hermanos curas de Baldomero Afouto, dijo una misa por el alma de Cidrán Segade.

—Lo que no puedo es decir por quién la digo, Ádega, lo prohíben de Orense.

—No importa, a Dios no le obliga el reglamento.

Raimundo el de los Casandulfes piensa que los españoles nos hemos vuelto locos todos.

—¿De repente?

—Eso no lo sé, a lo mejor ya viene de antes.

Raimundo el de los Casandulfes está deseando que se le acabe el permiso, la verdad es que ya no le falta mucho.

—El frente es menos criminal, no se puede decir pero allí no se asesina, hay menos veneno, también hay veneno, sí, pero no es tan descarado. Esta catástrofe viene de las ideas y malas mañas de la ciudad azotando el campo, mientras la gente no vuelva a meterse en sus casas todo andará revuelto, es un castigo de Dios.

El P. Santisteban, S. J., pronuncia unos sermones heroicos, solemnes y deslavazados que tienen muy buena acogida entre las señoras, esto es muy peligroso; el P. Santisteban, S. J., cree en la eficacia del fuego purificador, esto es también muy peligroso. A Fortunato Ramón María Rey, el hijo que el santo Fernández metió en la inclusa, le empezaron a llamar Ramón Iglesias y perdió el millón de reales que su padre le dejara en herencia, en esta suerte de asuntos hay que andar más espabilados.

—¿Y a dónde fueron a parar los patacones?

—¡Vaya usted a saber! Lo más probable es que se los hayan repartido entre quienes pudieron hacerlo, todo el mundo tiene que vivir, la gente saca sus recursos de donde puede.

A tío Cleto le da mucha grima todo lo que pasa, los nervios disparados no son más que un síntoma de mala educación, con el P. Santisteban a la cabeza, perdonad, hermanas, lo siento pero esto es así, el P. Santisteban es un ordinario, un patán, el P. Santisteban es un cochero de punto con sotana y también con la cachola llena de caspa y de viento, a partes iguales, si pudiera nos confesaba a todos, nos daba la absolución y cuando estuviéramos bien maduritos y en gracia de Dios nos mandaba para el otro mundo a tocar el arpa. El P. Santisteban es un desaprensivo que os chupa la cascarilla.

—Si no queréis oírlo, taparos la cabeza con la almohada.

La señorita Ramona acaricia la nuca a Robín Lebozán; los dos están sentados en un banco de piedra y, mientras cae la tarde, la bacaloura vuela con su coraza de charol, el jilguero canta en las hortensias y el ciempiés se escurre por los tronquitos del rosal de pitiminí, esto es la paz en medio de la guerra.

—Estoy muy triste, Robín, muy deprimida, estoy deseando que me preguntes algo para no contestarte.

Robín sonrió con un punto de amargura.

—¿Te doy un beso?

Y la señorita Ramona sonrió también y no habló pero se dejó besar.

—Yo estoy tan triste como tú, Monchiña, y muy asustado. Esto es horrible pero si la guerra se torciese para los nacionales iba a ser peor todavía, no me preguntes por qué, no sabría decírtelo, bueno, no quiero decírtelo.

Robín Lebozán y la señorita Ramona se besaron despacio y sin demasiado arrebato, también se acariciaron con muy fría y delicada y mimosa condescendencia.

—Vete, no te quedes esta noche conmigo.

—Como quieras.

Desde este momento ya nadie le llamará jamás por su nombre. El Moucho Carroupo ríe y ríe pero no es verdad, al Moucho Carroupo no le remuerde la conciencia, a lo mejor sí le remuerde la conciencia y no lo sabe, pero tiene miedo, tres miedos, al pecado, a la soledad y a la oscuridad, por eso va siempre armado, Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, le lava las partes con agua de herba namoradeira y está harta de dos cosas, puede que de más, claro, pero al menos de dos cosas: de dormir con la luz encendida y de que se acueste con ella con el correaje puesto.

—Sí, con el correaje puesto y la pistola al cinto, a veces también con botas.

El Moucho Carroupo sonríe a alguien, ni él sabe a ciencia cierta a quién, y envidia casi todo, así no se puede vivir, cuando se tiene miedo y se da coba sin mayor vergüenza y se pone uno de color verde como los lagartos, se acaba en el crimen, primero se guarda silencio, después se cría el resentimiento que crece como el cardenillo de los calderos de cobre y al final se saca a la gente de las casas y se siembra la noche de hombres muertos con un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre. Cuando una puta hace versos a la Virgen María es que hubiera querido ser la Virgen María, casi nadie es quien quisiera ser.

—Parrocha, ¿me fías una dormida?

—Sí, hijo, pasa. Y no me hables de Baldomero Marvís, que ya lo sé.

Baldomero Marvís, Afouto, era valiente como el tigre de Singapoore o el lobo de la Zacumeira, tuvieron que matarlo por la espalda y con las manos atadas porque de frente y suelto no se hubieran atrevido; su segundo hermano, Tanis Perello, es fuerte como el toro de la isla de San Balandrán, a quien le sonaban las turmas en medio de la galerna, y listo como el lagarto de la reina Lupa, que sabía la tabla de multiplicar y también las capitales de Europa, Tanis Perello si no marra el viaje puede pasmar al santo buey del portal de Belén —y también a la mula si la coge a modo— de una piña en la frente. Tanis Gamuzo cría mastines loberos, a Kaiser lo tuvo que rematar porque el lobo se lo dejó malherido en una pelea. Tanis Gamuzo es soldado del 2.° batallón del regimiento de infantería Zaragoza número 12, está destinado en la caja de recluta.

—¿Recuerda usted a don Jenaro y don Antonio, los dos valencianos que anduvieron de lobos con Manueliño Blanco Romasanta?

—No, señor, a ésos no los alcancé.

A Leoncio Coutelo, el republicano de Allariz que había enseñado a un cuervo a silbar la Marsellesa, lo claudiaron para que escarmentase. Y al ciego Eulalio también, por tocón y poco respetuoso; éste era hermano del anterior. Etelvino está con Tanis Perello en la caja de recluta, es asistente del teniente coronel Soto Rodríguez.

—Aquí lo que importa es que pase el chaparrón y después Dios dirá.

A los perros de Tanis los cuida Policarpo el de la Bagañeira que es inútil total y tiene buena mano para los animales, también saca a estirar las patas al caballo Caruso, al que la guerra separó de Etelvino.

Lista de mozos excluidos totalmente del servicio militar: Ramón Requeixo Casbolado (Moncho Preguizas), amputado de la pierna derecha, José Pousada Coires (Pepiño Xurelo), graves alteraciones cerebrales, Gaudencio Beira Bouzoso, ciego, Julián Mosteirón Valmigallo (Coxo de Marañís), cojo, Roque Borrén Pontellas, oligofrénico, Mamerto Paixón Verducedo, parapléjico por fractura de vértebras dorsales, Marcos Albite Muradas, amputado de ambas piernas, Benito Marvís Ventela, o Fernández (Benitiño Lacrau), sordomudo, Salustio Marvís Ventela o Fernández (Mixiriqueiro), oligofrénico, Luis Bocelo Cepamondín (Luisiño Parrulo), castrado ciego, éstos son los que recuerdo ahora de memoria, quizá haya algún otro; Robín Lebozán Castro de Cela clasificado apto para servicios auxiliares pero no lo mandaron llamar.

—¿Mejor para él, verdad usted?

Es como un castigo de Dios, lo más seguro es que hayamos ofendido a Dios con nuestros pecados, por aquí el campo era el bazar del cielo y ahora, con esta zurra bárbara y dolorosa y ciega, lo están convirtiendo en el asilo del limbo.

—¿O en la casquería del purgatorio?

—Puede que sí, no va usted nada descaminado, la verdad es que no nos dejan más que la ruina de la carne.

A Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, es un suponer, le pegaron un tiro en el corazón, es un decir, ¿cuántos muertos habrá habido ya, sumados nacionales y rojos? Eutelo o Cirolas, el suegro de Tanis Gamuzo, es un mierda al que ni merece la pena saludar.

—Eutelo.

—Mande.

—Vete a la mierda.

—Sí, señor.

Eutelo está muy asustado y la paga con las putas de la Parrocha, lo que pasa es que no le dejan.

—¿Por qué no escupes en la cara a tu yerno, cabrón?

Marta la Portuguesa no puede ver a Eutelo, siente por él un odio africano.

—Es muy fácil escupirle a un ciego, ¿verdad? ¿Por qué no le plantas cara a un hombre que pueda defenderse? ¿Tienes miedo a que te den dos hostias?

A pesar de lo que le había dicho la señorita Ramona, Robín Lebozán se quedó con ella.

—Te prometo no molestarte, Moncha, pero cada día que pasa me espanta más la soledad.

—Y a mí, esta casa es demasiado grande para una mujer sola.

La señorita Ramona puede que esté un poco más delgada.

—Es la ley de la tierra, Robín, y algún desgraciado se la está saltando, tú sabes quién digo, por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco pero muere, ¡vaya si muere! Aún quedan hombres capaces de hacer cumplir la ley, en nuestras familias se respeta la ley, Robín, y la costumbre, también la costumbre, pero si los hombres se muriesen todos ahí están Loliña Moscoso y Ádega Beira para vengar a sus difuntos, las dos muy bravas y decentes. Y si ellas se muriesen también, quedaba yo, te lo juro, que Dios me perdone, no te lo digo para presumir.

Rosa Roucón, la mujer de Tanis Perello, le da al anís, hay otras cosas peores.

—Dicen que uno que no quiero decir hace filloas con sangre de hijo de Dios, todos somos hijos de Dios, él se condenará y así se le atraviese el alimento en la garganta y muera esganado, amén, Jesús. Ése que no quiero decir coge un azumbre de sangre de hijo de Dios, que me lo dijo quien lo viera, se ríe mucho, dos cuartillos de leche, cuatro cucharadas soperas de harina y otras tantas de azúcar de lustre, sal, canela y tres huevos batidos, este caldo se llama el amoado, unta de grasa de cerdo la sartén, lo fríe en hojuelas muy finas y cuando está ya en el plato le pone miel de fror do Espíritu Santo, ¡así el Apóstol Santiago le mande la culebra y más el escorpión!

Catuxa Bainte no sabe nadar, flota de milagro cuando se baña en cueros y muerta de risa en la balsa del molino de Lucio Mouro.

—¡Se te han de meter las zamezugas por el culo y más por la cona, condenada!

—¡No, que aprieto!

—Sí, tú fíate…

El molinero Lucio Mouro, silvestre flor de romería, apareció muerto en el camino de Casmoniño en la mañana de San Martín, tenía un tiro en la espalda y otro en la cabeza, se conoce que es la costumbre, y una flor de tojo en la gorra de visera. Catuxa Bainte lo enterró sin mayor ceremonia.

—¿Era algo tuyo?

—Sí, era el amo del agua.

En cada rincón del monte hay una mancha de sangre, a veces vale para dar de comer a una flor, y una lágrima que la gente no ve porque es igual que el rocío, las miñocas huelen por debajo de la tierra, las toupas también, y los vagalumes apagaron ya sus linternas hasta el año que viene, este año va a ser muy triste la navidad.

—¿Cuándo llega el año que viene?

—No lo sé, me imagino que a su tiempo debido, como siempre.

A Lucio Mouro ya se le había curado el empinxe que le saliera en un pie, se lo curó Catuxa Bainte bendiciéndoselo con ceniza y hablando las palabras de la costumbre, empinxe, rubinxe, vaite de ahí, que o bispo sagrado pasóu por eiquí, e a cinza do lar correu tras de ti, fue lástima que mataran a Lucio Mouro ahora que ya le había sanado el empinxe. Moncho Preguizas tiene sus dudas sobre la razón de cada cual.

—A mí que no me digan pero, con tanto tumulto, a lo mejor acabamos peor, la gente es muy orgullosa y esto no puede ser bueno para el país, yo me callo porque no quiero líos.

—Haces bien; ahora, en cuanto te descuidas, te buscan las vueltas y te empapelan, a mí me da muy mala espina tanto papeleo pero no hay más que aguantar.

Moncho Preguizas tiene mucho de poeta de la añoranza, de bardo elegiaco.

—¡Qué graciosa mi prima Georgina! Cuando se le ahorcó el marido y mientras el juez ordenaba el levantamiento del cadáver, Carmelo Méndez le metía mano, a la viuda, claro, no al juez, ¡qué necedad! ¿Te acuerdas de Carmelo Méndez, lo bien que jugaba al billar y las volutas de humo que hacía cuando fumaba puros? Bueno, pues lo mataron en el cerco de Oviedo, me enteré el otro día, le dieron mismo en la sien.

El verano pasado hubo ranas en la fuente del Miangueiro, nadie sabe de dónde pudieron salir, en las fuentes de los camposantos no suele haber ranas, no es costumbre, mosquitos, sí, los mosquitos están en todos lados, don Brégimo, que en paz descanse, el padre de la señorita Ramona, interpretaba foxtrots y charlestones subido en la tapia del camposanto, ¡qué irreverencia!, don Brégimo tocaba el banjo con mucha maestría.

—La gente quiere que los muertos se aburran, pero lo que yo digo: ¿por qué se han de aburrir los muertos?, ¿no tienen ya bastante con estar muertos? Hay muertos de las dos clases, aburridos y divertidos, no deben confundirse, ¿es verdad o no?

—Sí, señor, ¿no ha de ser verdad?

Don Brégimo era amigo de filosofías y otros entretenimientos de la conversación.

—Cuando la vida muere, la muerte nace y empieza a vivir, esto es como el juego de la correlativa, en Orense había un registrador de la propiedad que jugaba muy bien a la correlativa, se murió de un cólico cerrado, estuvo sin cagar lo menos un mes, la vida de la muerte dura hasta que muere de viejo y de hambre el último gusano del muerto, ¿es verdad o no?

—Sí, señor, claro que es verdad, salta a la vista.

Don Brégimo dejó mandado en su testamento que le dijeran una sola misa rezada, ninguna cantada, y que dispararan veinte pesos de foguetes de luceiría, que dan para mucho, la noche que estuviera de cuerpo presente; la gente lo pasó bien mientras él dormía los iniciales instantes del sueño eterno entre cuatro blandones.

—¡Qué guapo está de uniforme!

—Sí, a los muertos se les debía amortajar a todos de uniforme.

—No sé, a mí me parece que eso sería jugar a confundir, también quedan bien cuando los visten de fraile e incluso de paisano, de gallego o de baturro quedan de broma y además está prohibido, bueno, lo más probable es que ahora esté prohibido, hay muertos que quedan bien de cualquier manera, en cambio hay otros que son una calamidad, vamos, una mierda.

—¡Repórtese, Soutullo!

Florián Soutullo Dureixas fue guardia civil del puesto de Barco de Valdeorras, era buen gaitero y entendía mucho de apestados, tísicos, leprosos, agonizantes, moribundos, muertos y aparecidos, también tenía conocimientos sanadores, conocimientos mágicos, e imitaba los más diversos sonidos con la boca: el zureo de la paloma, el maullido del gato, el rebuzno del asno, el cuesco de una señora, el balido de la oveja, etc., a Florián Soutullo lo mataron en el frente de Teruel, fue visto y no visto, llegó, le pegaron un tiro en el entrecejo y murió de repente, a lo mejor condenó su alma porque no le dieron ni tiempo para hacer un acto de contrición, le quedaba una cajetilla por la mitad y se la fumó el páter, un curita palentino que le cogió el gusto a fumarse el tabaco de los muertos. Policarpo el de la Bagañeira va ahora mucho por casa de la señorita Ramona, le saca a pasear el caballo Caruso y le hace recados.

—¿Vas a ir a Orense?

—¡Si me lo manda!

—No, mandártelo no te lo mando; pero si vas a cualquier cosa, dímelo, que a lo mejor te hago un encargo.

—Bueno.

Don Mariano Vilobal, el cura zullenco, se cayó del campanario y se desnucó, hay épocas amargas, las guerras púnicas, la gripe del 18, la campaña del Rif, hay tiempos de dolor que parecen señalados por el dedo de la muerte, don Mariano, cuando iba por el aire, se tiró el último pedo de su vida.

—¡Va por los protestantes! ¡Muera Lutero!

Los últimos segundos del que va a morir y lo sabe se estiran como si fuesen de goma y admiten muchos más recuerdos de lo que se piensa.

—¿Y si el que va a morir no lo sabe?

—Entonces es igual, el tiempo no se anda con juegos.

Una vez, en casa de la Parrocha, Nunciña Sabadelle se acostó con el muerto Bienvenido González Rosinos, Micifú, y cuando terminaron le hizo una pregunta muy cabrona.

—¿Te corriste?

—¿Es que no lo notaste?

—Dispensa, estaba distraída.

Micifú era medio flamenco y presumido y no caía bien a las mujeres de casa de la Parrocha, cuando apareció muerto ninguna le lloró. ¡Ciudadano gallego, ya ha nacido el nuevo día de la unidad y la grandeza de España!

—¿Qué dices?

—Nada, es que me acordé de tío Cleto tocando el jazz-band.

Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le acabó el permiso lo mandaron al frente de Huesca, la señorita Ramona le preparó bien toda la ropa.

—¿Vas a echar instancia para alférez provisional?

—No, ¿para qué? Si te toca, te matan igual de oficial que de soldado, en el frente se dice que las balas llevan tarjeta, si hay una para ti te alcanza aunque te metas debajo de las piedras.

—Sí, eso también es verdad.

Don Jesús Manzanedo murió con las carnes podridas y hediondas, lo que es peor, y además con mucho miedo a la otra vida.

—Le estuvo bien empleado por miserable y asesino.

—Bueno, eso es otra cosa.

Facundo Seara Riba, sargento de intendencia, es muy buena persona, cuando se trata de hacerle un favor a un paisano no hay que decírselo dos veces.

—¿A ti que te parecen los moros?

—A mí unos cabrones, ¡qué quieres! ¿Te figuras al valí de Monforte, el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán rascándose la lepra entre todos estos hambrientos piojosos y apedreándolos con monedas de oro hasta descalabrarlos? Bueno, me callo, lo mejor es estar callado.

A Raimundo el de los Casandulfes le pegaron un tiro el día de San Andrés, la suerte fue que le dieron en una pierna y no le llevaron por delante la femoral, aquel día se repartieron pocos tiros, muy pocos, pero basta con que salga el de uno por la boca de fuego del fusil que dispara el cabrón de enfrente, si te da en la cabeza ya tienes bastante, en la confianza está el peligro y como aquel día no pasaba nada, Raimundo el de los Casandulfes se confió y le dieron, bueno, se confiaron todos pero le dieron a él.

—¿Y hubieran podido matarlo?

—Claro, en cuanto le hubieran dado un poco más arriba.

El ciego Gaudencio no toca su mazurca más que en otros casos, aquí en el frente hay menos hiel y la buena suerte siempre puede darte un escape. Don Clemente Abundancia, bueno don Clemente Bariz Carballo, del comercio, no aguantó los cuernos con los que le adornaba doña Rita, su señora, la que se entendía con su director espiritual, o sea el presbítero don Rosendo, y se pegó un tiro en la boca, y eso que todavía estábamos en paz, lo puso todo perdido.

—¿Es verdad lo que dicen de que los sesos se le quedaron pegados en la lámpara?

—Pues, sí, parece ser que sí.

Raimundo el de los Casandulfes rodó por dos o tres hospitales de campaña, eran pequeños y malos, no tenían más que vendas y tintura de yodo, hasta que lo llevaron a Miranda de Ebro donde le extrajeron la bala, aquello estaba lleno de italianos, y después a Logroño, la escuela de Artes y Oficios, allí lo trataron bien e hizo algunos amigos, las sábanas tenían manchas de sangre pero eso tampoco importa, no hay que ser maniáticos.

—¿Tú de dónde eres?

—De Elorriaga, en las afueras de Vitoria, mi padre es de telégrafos.

A Moncho Preguizas le podaron una pata en tierra de moros, la verdad es que en todas partes cuecen habas.

—¿A ti qué te parecen los moros?

—¡Qué quieres que te diga! A mí no me trataron bien pero tampoco me parecen peores que los cristianos.

Moncho Preguizas siempre fue muy ecuánime, algo fantasioso pero muy ecuánime.

—¿Pero tú dónde dejaste la pata de carne y hueso, desgraciado?

—En Melilla, lo sabes tan bien como yo, me lo has oído cien veces, pero yo digo que lo que importa es volver, por aquí también están tirando a dar con muy mala sangre, los que andan dejando muertos por ahí no son moros.

Raimundo el de los Casandulfes estaba en la sala 5. a, había veinticuatro camas y un chubesqui que no se apagaba ni de día ni de noche, menos mal porque en Logroño, durante el invierno, hace mucho frío. En la sala 5. a se ocupaban de los heridos dos monjas y dos enfermeras, las cuatro jovencitas, a las órdenes de sor Catalina que era una riojana emprendedora y de armas tomar.

—Porque cuando yo digo a rezar el rosario es que hay que rezar el rosario, ¿te enteras?

—Sí, hermana.

A Adrián Estévez Cortobe, Tabeirón, el buzo que quiso robar las campanas de Antioquía, en la laguna de Antela, lo mataron en el frente de Madrid, le mecharon el cuerpo de metralla.

—¿Tú crees que tuvo mala suerte?

—¡Hombre, no sé lo que decirte! ¿A ti qué te parece?

Mamerto Paixón no fue a la guerra pero inventó una máquina voladora y a poco más se escoña definitivamente.

—Para mí que fue un fallo de la transmisión, estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez.

A los pocos días Raimundo el de los Casandulfes se encontró con la inesperada compañía de su primo el artillero Camilo.

—¿Y tú?

—Pues ya ves, que me dieron.

—¿Dónde?

—En el pecho.

—¡Vaya por Dios!

Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, encabezó con diez pesetas una suscripción para comprar armas en el extranjero.

—Si todos los españoles ponemos dos duros cada uno, sale un verdadero dineral.

Basilisa la Parva, la de la Tonaleira, es madrina de guerra del pobre Pascualiño Antemil Cachizo, cabo del regimiento de infantería Zamora n.° 8, le escribe todas las semanas y le manda chocolate y tabaco, al cabo Antemil lo mataron pero Basilisa la Parva, como no lo sabe, le sigue mandando chocolate y tabaco, alguna semana va también algún chorizo, a alguien aprovechará porque aquí nada se pierde. En la sala 5. a, Raimundo el de los Casandulfes y su primo son los únicos que tienen cepillo de los dientes particular.

—¿Y pasta de los dientes?

—Sí, tienen un tubo de Perborol a medias.

Una mañana sor Catalina se presentó con un cepillo de los dientes en la mano y habló a la zurrada tropa.

—A ver si os enteráis, que sois muy brutos, ¡que Dios me dé paciencia! Esto de la higiene es muy importante, tenéis que estar todos bien limpios para que se mueran los microbios, ¿os enteráis?, y como los únicos que tienen cepillo de los dientes son estos dos gallegos, vergüenza debía daros, ¡dos gallegos!, pedí al coronel un cepillo para esta sala y me lo concedió, aquí lo tenéis.

Sor Catalina mostró a todos el cepillo, que era de color caramelo.

—¿Lo veis bien?

—Sí, hermana.

—Bueno, pues desde esta tarde, mientras pasamos el rosario, os voy a lavar los dientes a todos empezando por una esquina y acabando por la otra.

La perra Véspora murió de un entripado, se conoce que tío Cleto había vomitado la noche anterior alimentos muy indigestos y alcohólicos y el animalito no pudo resistirlo. En cambio Zarevich, el galgo ruso de la señorita Ramona, está lucido y elegante, da gusto verlo.

—¿Estás seguro de que no debo cambiarle el nombre?

—Mujer, no sé…, no le llames nada.

Alifonso Martínez libró el pellejo escondido por el cura de San Miguel de Buciños, nadie sabía dónde estaba, bueno, salvo Dolores, el ama de don Merexildo, el Moucho tampoco se hubiera atrevido a plantarle cara a un sacerdote.

—¿No asomó por aquí?

—No; hace un siglo que no lo veo.

Raimundo el de los Casandulfes y su primo el artillero Camilo tenían las camas juntas, una al lado de la otra y separadas por la mesilla de noche, el bacín era para los dos; se murió uno que se llamaba Aguirre, le dio un vómito de sangre y se murió, y aprovecharon para pedirle permiso a sor Catalina y hacer el cambio.

—¿Quién le robó el chisquero a Aguirre?

—Yo no fui, hermana, se lo puedo jurar.

Había sido Isidro Suárez Méndez, que siempre le robaba todo a los muertos, los cuartos, el chisquero, la petaca, el reloj, las fotos, pero yo no tenía por qué acusarlo, sor Catalina hubiera sido capaz de echarlo a la calle.

—Te creo, gallego, eres poco de fiar pero te creo.

Sor Catalina era más mujer que la pobre Angustias Zoñán Corvacín, la recién casada a la que su marido abandonó a la hora y media de matrimonio y, claro es, se metió monja.

—¿Y qué fue de ella?

—No lo sé, nunca más se supo, a lo mejor murió de anemia.

—Sí, lo más probable.

—También puede que le haya picado un tábano y esté coja.

—También.

Por el hospital van las señoritas de Frentes y Hospitales a socorrernos, les llaman margaritas en honor de la esposa de Don Carlos VII, el Marqués de Bradomín visitó a la real pareja en su corte de Estella, lo cuenta Valle-Inclán en Sonata de invierno; las margaritas reparten escapularios y cajetillas entre la tropa herida, también calcetines de lana, camisetas de abrigo, jerseys y otras prendas, y botellines de coñac Tres Ceros, de Osborne, Tres Copas, de González Byass, y Tres Cepas, de Domecq, rascan como aguarrás, la verdad es que nos tratan como si fuésemos los pobres de la Conferencia de San Vicente de Paúl. Las margaritas van de camisa caqui y boina roja porque son carlistas, claro, es más frecuente llamarles requetés, su jefa, doña María Rosa Urraca Pastor, a lo mejor es Rosa María, no sé, queda un poco talluda pero al artillero Camilo le gusta mucho.

—Está muy buena y a mí me recuerda al general Silvestre, a don Manuel Fernández Silvestre, el del desastre de Annual.

—No será por el mostacho.

—No; es por el porte, por los andares.

Casiano Areal, el encargado de la fábrica de galletas El Bizcocho Hispano, antes El Bizcocho Inglés, era el único que podía sujetar a doña Rita cuando se arrancaba.

—Mire usted, Casiano, que Dios me perdone, pero si mi esposo vuelve a dar gatillazo después del mucho dinero que me costó, le juro a usted que lo mato, ¡como hay Dios!

—Repórtese, señorita, tenga un poco de tranquilidad y alimente bien a don Rosendo, eso es muy importante para que dé juego, prepárele yemas batidas con jerez.

Tres margaritas visitaron la sala n.° 5, en una cesta llevaban los regalos.

—Soldadito, te voy a condecorar con un escapulario del Sagrado Corazón para que te preserve de todo mal, mira lo que dice: Detente, bala, el Corazón de Jesús está conmigo.

El artillero Camilo se puso pálido, se le escapó todo el color de la cara.

—No, no, muchas gracias, condecore usted a otro, se lo ruego, se lo pido por favor, yo llevaba uno prendido con un imperdible en la guerrera y aún no hace un mes me lo sacaron por la espalda, se lo digo con todo respeto, señorita, pero para mí que el Sagrado Corazón es gafe.

La margarita se sulfuró, parecía como si le hubieran puesto banderillas de fuego.

—¡Irreverente, que menosprecias al Sagrado Corazón de Jesús! ¡Rojo!

Sor Catalina tomó cartas en el asunto y defendió al artillero Camilo, a ella no le tocaban a su tropa.

—¡Largo de aquí, tísica, descarada! ¡Fuera! ¡Con mis mozos no se mete nadie! ¿Se entera usted? ¡Largo de aquí! ¡Y no vuelva a entrar en la sala sin pedir permiso!

Sor Catalina era mujer templada y valerosa, de muy difícil lidia, para ella los soldados heridos éramos dos cosas, sagrados y de su propiedad; esto regía sólo para los españoles porque sor Catalina no admitía ni italianos ni moros.

—No, no, a ésos que los cuiden sus monjas si las tienen, aquí no quiero mezclas.