—Y además da rabia que le miren a una como a un perchero.

Tía Jesusa tuvo un novio farmacéutico, bueno aún no había terminado la carrera, le faltaban dos asignaturas, Ricardo Vázquez Vilariño, que se le murió en la guerra, se alistó en las Banderas Gallegas y lo mataron el día de año nuevo de 1938 en Teruel, al mismo tiempo que a su jefe el comandante Barja de Quiroga. Tía Emilita también tuvo un novio, Celso Varela Fernández, aparejador, que la dejó plantada y se le fue con una cómica, tía Emilita lo disculpaba,

—Una lagartona, una verdadera lagartona, contra esas mujeres los hombres no tienen ninguna defensa, Celso era bien bueno, pero esa mala pécora lo embaucó con sus artes y sus carantoñas, ¡pobre Celsiño!

Esto que se acaba de decir no es cierto, tía Jesusa y tía Emilita no tuvieron jamás novio, las dos se quedaron desde muy jóvenes para vestir santos de palo. Robín Lebozán se puso ante el espejo y habló con muy medida compostura.

—Yo siempre diré que fueron novios, soy muy caritativo y tampoco quiero cambiar, pero tía Jesusa y tía Emilita podrían haber sido las madres del estudiante de farmacia y del aparejador. Me es igual que la gente se confunda, yo sólo quiero cumplir con los dictados de mi conciencia.

Celestino Carocha, o sea don Celestino, el cura de San Miguel de Taboadela, tiene sus más y sus menos con Marica Rubeiras, la de los Tunos, una casada joven y bien parecida de la aldea de Mingarabeiza cuyo marido lleva los cuernos sin dignidad. Don Celestino se ve con Marica en el campanario, el sitio no es cómodo pero sí tranquilo.

—¿Y ventilado?

—Eso, también ventilado.

Santos Cófora, Leitón, de sesenta y dos años y diez arrobas, al menos, en la romana, pretendía que su mujer, Marica Rubeiras, que no había llegado a la veintena, le guardara fidelidad conyugal.

—¡Qué disparate!

—Hombre, no sé qué decirle, ¡por pretender que no quede!

Leitón no quería ni dar escándalo ni tampoco quedarse sin Marica, claro, pero llevaba tanta rabia dentro que ni sabía lo que discurrir para vengarse.

—Este maldito crego me la paga, ¡como hay Dios que me la paga!

A los familiares de Piñor los barrió la escoba del tiempo, que no se harta jamás de cosechar difuntos. Mi tío Claudio Montenegro, el pariente de la Virgen María, murió de viejo a poco de acabar la guerra; era un tipo curioso que jamás descomponía la figura, ni levantaba la voz, ni se extrañaba de nada, ni siquiera de los eclipses o las auroras boreales, durante la guerra hubo una aurora boreal. Cuando le dijeron que Leitón había ido a Orense a que le pegaran ladillas para vengarse del clérigo Carocha, lo encontró lo más natural.

—Se conoce que éste es un año de mucha ladilla, los campanarios están infestados de ladillas. ¡Que Dios nos proteja!

La abuela Teresa tuvo dos hermanas, Manuela y Pepa, y un hermano, Manuel. Teresa Fernández, Pinoxa, que vivía con su padre ciego, era hija de Manuela, y Claudio Otero, Restra, y su hermano Manuel, Cortador, eran hijos de Pepa. Tío Claudio era padre de dos hijas ciegas y muy desgraciadas y tío Manolo llevó más de media vida borracho; cuando murió tenía cerca de doscientas camisas por estrenar, se las mandaba su hijo Manolito que era dueño de un comercio en Montevideo. Manuela Fernández, Morana, era hija de Manuel y siempre nos quiso mucho porque la abuela le perdonó no sé qué deuda, a lo mejor era un foro. Las familias son como los ríos, que no se cansan nunca de pasar y pasar. La abuela Teresa era sobrina del santo Fernández. Fortunato Ramón María Rey, que después quedó en Ramón Iglesias, o sea el hijo bravo del santo Fernández, casó con Nicolasa Pérez y tuvo siete hijos: Antonio, que casó en Cuba con Josefa Barrera, su hijo José Ramón vive en Nueva York; Hortensia, que casó en Cuba con Julio Fuentes, sus hijos Delia, Maruja y Francisco viven en Nueva York; Mercedes, que casó en primeras con Ildefonso Fernández y en segundas con José Uceda; del primer matrimonio tuvo un hijo, Julio, que vive en Vigo casado con Dolores Ramos (tiene dos hijos, Alfonso, casado con Concepción, no me acuerdo del apellido, que vive en Barcelona, y Mercedes, casada con Maximino Lago, que vive en Vigo) y del segundo tuvo otros cinco: Maruja, casada con Justo Núñez, vive en Orense (tiene dos hijos, Justo y Jorge, que viven en Madrid), Antonio, casado con Aurora del Río, vive en Orense (tiene dos hijos, José Luis, casado con María Luisa González, y Roberto, casado con Elisa Camba), Matilde, casada con Román Alonso (tiene dos hijos, Carlos, casado con Pilar Jiménez, y Álvaro, soltero), José, soltero, que vive en Madrid, y Ramón, casado con Nieves Pereira, que vive en La Coruña. El cuarto nieto del santo Fernández es César, casado con Sara Carballo, ambos fallecidos, tuvo un hijo llamado César, es el único que lleva el apellido Rey, todos los demás se llaman Iglesias; César está casado con Benigna, tampoco me acuerdo del apellido, y tiene dos hijas, Lourdes y Raquel. Sigue Orentino, casado con Luisa Novoa, tiene dos hijas, Carmen, casada con Adolfo Chamorro, y Pilar, casada con Francisco Sueiro. La penúltima es María, viuda de José Dorribo, con cinco hijos: Angelines, casada con José Rodríguez; Rafael, casado con Aurora Pérez; Eulalia, soltera; Luisa, casada con Serafín Ferreiro, y Sara, casada con Arturo Casares. Y la pequeña, Herminia, viuda de Cándido Valcárcel, con cuatro hijos: Antonio, casado con Dolores do Campo, y María del Pilar, Matilde y Antonio, solteros. Las familias son como la mar, que no se acaba nunca y no tiene ni principio ni fin.

Orvalla sobre las familias y las personas y los animales mansos y silvestres, sobre los hombres y las mujeres, los padres y los hijos, los sanos y los enfermos, los enterrados, los desterrados y los viajeros. Orvalla igual que corre la sangre por las venas. Orvalla como crecen los tojos y los maíces, lo mismo que va un hombre detrás de una mujer hasta que la cansa o la mata de hastío, de amor o de calentura. A lo mejor el orvallo es Dios que quiere vigilar a los hombres de cerca, pero esto no lo sabe nadie. Pepiño Xurelo salió del manicomio gracias a los oficios de un médico, un abogado y un juez, ya es sabido que los jóvenes tienen inclinación a experimentos y teorías, que relacionaban las conductas con las hormonas.

—¿Y eso cómo es?

—No sé, yo me limito a apuntar lo que me dijeron.

El médico, el abogado y el juez le preguntaron a Pepiño Xurelo si se dejaría capar (quien quita las gónadas quita el peligro) y él dijo que sí, que bueno, que tanto le daba. Los médicos, los abogados y los jueces dicen emascular.

—¿Y no le hablaron algo del metabolismo y la descalcificación progresiva y dolorosa?

—Puede, no recuerdo bien.

Unos mueren de una manera y otros de otra distinta, en la guerra y en la paz, en la enfermedad, en el accidente y en el descuido, aquí no hay norma fija y tampoco está permitido elegir, no puede haber una regla general. Hay hombres que mueren defendiendo heroicamente un blocao, enarbolando una bandera y gritando patriotismos, pero también los hay a quienes se les para el corazón mientras se masturban con la mente poblada de ensoñaciones, en mi país no hay chumberas, planta hereje propia de tierra de moros: chilabas, higos chumbos, burros, lagartos, cabras y polvo, mucho polvo, no merece la pena venir hasta aquí para morirse. Los moros de la cabila de Tafersit son medio maricones, bueno, son también maricones, a ellos les da lo mismo. Lázaro Codesal tenía los ojos azules y el pelo como el pimentón, Lázaro Codesal se la menea dejando volar a Ádega en cueros, ¡qué bendición de Dios!, por dentro de la cabeza, es su costumbre, para esto de meneársela de memoria no hay como ser joven. Fue lástima que muriera Lázaro Codesal, unos muertos dan más pena que otros y también los hay que producen mucha alegría. Los Carroupos tienen una chapeta de áspera piel de puerco en la frente, es como la marca del ganado que rumia la yerba del veneno.

—¿Tú distingues las yerbas venenosas?

—Sí, señor, por el olor y por el color y algunas también por el sonido, bueno, por el ruido que hacen cuando las bate el aire.

Gorecho Tundas va por el monte arriba con un ataúd a los lomos, una damajuana de petróleo y un saco de virutas.

—¿A dónde vas, Gorecho?

—Voy al monte, a enterrar al Espíritu Santo.

—¡Jesús, qué disparate!

—Bueno, ya lo verás cuando llegue la noche.

Cuando llega la noche Gorecho Tundas busca un sitio cómodo, una cueva llena de helechos en la que aún se rastrean las huellas de la raposa, se mete en el ataúd, se tapa con las virutas, se rocía el petróleo por encima y bien rociado y se planta fuego con un mixto: muere retorciéndose pero sin abrir la boca, se conoce que el Espíritu Santo le da fuerzas. Lo encontró Concha da Cona, que andaba por el monte poniendo lazos a los conejos.

—¿Y cómo estaba?

—Pues hasta guapo, mire, muy quemadiño pero guapo.

La ocurrencia de Gorecho Tundas fue muy celebrada por todos.

—¡La gente ya no sabe lo que discurrir para llamar la atención!

El hombre es un extraño animal que hace las cosas al revés, un animal que se lleva la contraria a sí mismo desde que nace. ¿Te gusta aquella mujer delgadita que va a lavar al río, la de la trenza? ¿Sí? Pues cásate y ya verás lo que es tener que aguantar a una pedorra, las mujeres se vuelven pedorras en cuanto se casan, bueno, al poco tiempo de casarse, nadie sabe a qué será debido, a lo mejor es una ley de la naturaleza. ¿Te gusta aquella mujer llenita que va a comprar pimentón a la tienda, la del pañuelo verde? ¿Sí? Pues mátala con un cartucho de postas o sal corriendo como alma que lleva el diablo, no vaya a ser que se te pegue como una lapa. ¿O como una ladilla? Eso, también como una ladilla, éste es buen año de ladillas. ¿No serán arañitas? ¡No, mujer, pareces tonta, qué han de ser arañitas, está bien claro que son ladillas! ¿Te gusta aquella mujer morena que lleva un cántaro de leche a la cabeza, la de la falda de vuelo? ¿Sí? Pues huye porque lo más probable es que sea un vivero de escorpiones, el hombre es una extraña bestia que juega a confundir. A Lázaro Codesal lo mataron a traición y sin darle salida, tirar a un mozo que se la está meneando tranquilamente debajo de una higuera es un hecho incalificable, un hombre no debe hacer esas cosas, la guerra es la guerra, sí, eso lo sabemos todos, pero en la guerra no se puede tirar al blanco, es una vileza, ni tirar por la espalda, ningún cadáver olió nunca tan mal como el de don Jesús Manzanedo, justo castigo de Dios, sus hijos lo rociaron con agua de colonia pero como si nada.

—¿Va a ir usted al funeral de don Jesús?

—No; yo creo que es mejor que no salve su alma, olía demasiado a muerto.

El aparejador Celso Varela se toma un vermú todas las mañanas en el café La Bilbaína, a veces va también al bar La Superiora, su relación con Marujita terminó hace ya tiempo, aunque dicen que después volvió con ella. En la terraza del café La Bilbaína, un mes o mes y medio antes de empezar la guerra civil, hubo dos muertos a tiros; en el entierro hubo otros dos muertos más y las autoridades suspendieron las fiestas del Corpus. Los ánimos andaban soliviantados y la gente reñía a gritos y a palos, también a tiros, con la gente. Maruja Bodegón Álvarez, Marujita, leonesa de Ponferrada, era la cómica que apartó a Celso Varela de tía Emilita, bueno, cómica no era pero lo parecía. Celso quiso volver con tía Emilita, pero había pasado ya mucho tiempo y no pudo ser, estas cosas se enfrían y cuando se derrumban es muy difícil volverlas a levantar.

—No, no; yo me quedo con mi hermana Jesusa, yo he consagrado mi vida a la oración y a la caridad.

—Bueno, como quieras.

Baldomero Marvís, o sea Afouto, tiene una estrellita en la frente; no todos la ven, pero tener, ¡vaya si la tiene! La estrellita que lleva Afouto en la frente cambia de color, según: unas veces es roja como la espinela; otras, dorada como el topacio; otras verde como la esmeralda; otras blanca como un brillante, y así. Cuando a Afouto se le enciende la estrellita, no importa el color, unas veces es de un color y otras de otro, esto no lo sabe nadie, lo mejor es santiguarse y hacerse a un lado. Afouto manda en los Gamuzos, que son una nube, y en los Guxindes (otros les dicen Moranes), que son todavía más. Si el mundo no anduviera tan revuelto, por estos montes no se movería nadie sin permiso de Afouto, la raya del último monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal, pero las cosas andan desquiciadas y a Afouto le fue a cortar el hilo de la vida un desgraciado de familia venida de afuera, un muerto de hambre. El día en que a Afouto no se le encendió la estrellita, el demonio aprovechó para matarlo a traición. Por estos montes no se puede matar de balde, por aquí el que mata, muere, a veces tarda un poco, pero muere. Loliña Moscoso, la mujer de Baldomero Afouto, mantuvo encendida la llamita de la ley del monte: el que la hace, la paga, ¿no lo hizo?, pues que la pague, nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre. Loliña Moscoso es guapa a lo bravo, cuando se cabrea está más guapa aún. A Afouto había que darle por la espalda y de noche, a Afouto no se le podía entrar de cara porque su mirar pesaba mucho, era un mirar de lobo. A Afouto lo mató un muerto del que nadie quiere acordarse, algunos ni pronuncian su nombre a ver si poco a poco se les olvida; el muerto que mató a Afouto mató también al difunto de Ádega y a diez o doce más, al muerto que mató a Afouto lo acorraló un pariente mío y fue a morir como un caballo viejo en la fuente das Bouzas do Gago. Cuando el lobo ataca, las yeguas forman un redondel con las cabezas para dentro, así defienden mejor a los potrillos, y lo reciben a coces, si le dan bien, lo estoupan. El griñón destronado no tiene defensa, tampoco tiene fuerzas para defenderse, y lo derrotan los lobos, primero lo derrotan y después se lo comen, lo que no quiere el lobo le va bien al raposo, y lo que deja el raposo vale para los cuervos, animalitos que son de resignado conformar, algunos cuervos silban la solfa con buen oído, en Allariz, hace ya algunos años, durante la dictadura de Primo de Rivera, vivía un republicano que enseñaba a los cuervos a silbar la Marsellesa, a lo mejor lo hacía para que rabiase el cura, se llamaba Leoncio Coutelo y era hermano del ciego Eulalio, alto y flaco como una espingarda y picado de viruelas, que tocaba a las señoras en las procesiones, como no veía se guiaba por el olor y no se equivocaba jamás. Ricardo Vázquez Vilariño murió en la guerra, le pegaron un tiro en el corazón (es un decir), esto es lo que tienen las guerras. Por estos montes anduvo el sacamantecas Manuel Blanco Romasanta, el hombre lobo que mató a una docena de frailes y de personas a bocados. Felipiño o Tatelo, tuerto y con seis dedos en cada mano, sabía bien la historia.

El sacaúntos andaba con dos valencianos, don Jenaro y don Antonio, que también tiraban a lobo cuando perdían el sentido; de esto hace ya muchos años, cien o más, pero por aquí todo el mundo lo sabe. El sacaúntos mató a trece a bocados, nueve mujeres y cuatro hombres. Una noche en que la luna lo echó a lobo mató a Manueliña García, mujer con la que tenía un hijo, Rosendiño, al que también mató. A Manueliña la llevaba a Santander, que queda muy distante, en la mar de Castilla, donde iba a ponerla a servir en casa de un sacerdote, pero en el lugar que dicen Malladavella, en el bosque de la Redondela, le dio el pronto y los mató a los dos, también los medio devoró. Después estuvo tranquilo algún tiempo, tranquilo y distraído, hasta que se le volvió a borrar la luz y mató a Benitiña García, que era hermana de Manueliña, y a su hijo Farruquiño, que aún mamaba y tenía sabor a pescado, a éstos los mató en Corgo de Boy, que queda más allá de las Arrúas, antes de llegar a Transirelos. El sacaúntos no era muy grande, era más bien pequeño y además tenía los dientes podres. El sacaúntos hizo más muertos, Xosefa García era hermana de Manueliña y de Benitiña, aquella sangre se conoce que le tiraba, y murió en el camino de Correchouso. Y su hijo Xosesiño. Y Tonina Rúa y sus dos hijas Peregrina y Marica, que murieron en Rebordechao, a Tonina la quiso mucho el sacaúntos, estaba muy enamorado de ella y le enseñaba las partes cuando se cruzaban por el monte. También mató a otros cuatro: Xila Millarados, que pastaba puercos en Chaguazoso; Chucha Lombao Celmán, a la que atacó según se llega a As de Xarxes; Fuco Naveaus, un mozo que andaba a pájaros por Prado Alvar, y Benitoña Cardoeiros, una vieja que ya no valía para nada.

Felipiño o Tatelo sonríe con gratitud cada vez que alguien le paga un par de copas de aguardiente.

—Que Nuestro Señor se lo premie en la otra vida, amén.

Tanis Gamuzo cría mastines loberos, Kaiser, Sultán, Morito, perros bravos, fuertes y de confianza con los que se puede ir hasta el fin del mundo.

—Con estos animales, un hombre puede ir hasta el fin del mundo y no tiene ni que poner atención siquiera, con la carlanca bien en su sitio, a estos animales no los para ni un león.

Los perros de Tanis Gamuzo tienen el pelo como la seda (la lana es para los carneros) y son de color blanco con manchas castañas en la cara y en el cogote. Tanis se trajo sus perros de León, en Galicia hay perros simpáticos y listos y furabolos —el can de gando, el can de montaña, el can de palleiro, el can de presa—, pero no suelen ser de tan buena casta como los leoneses, se conoce que están más mezclados.

—¿Cuánto quieres por un cachorro de nueve semanas?

—Nada, yo no vendo perros, si me juras que lo has de tratar bien, te lo regalo.

A Tanis Gamuzo le llaman Perello porque discurre muy deprisa, parece una bicicleta, lo mismo el bien que el mal. Rosa Roucón es la mujer de Tanis Gamuzo y le da al anís, se pasa el día chupando anís de una cantimplora. El padre de Rosa Roucón se llama Eutelo o Cirolas y es el consumero de más mala voluntad que hubo jamás en Orense, no se recuerda otro peor.

—Ése va a acabar mal, ya verá, un día le van a meter un hierro por cualquier lado y además sin avisar.

Los paisanos temen a Cirolas y procuran no tener mayor trato con él.

—No es de confianza y tampoco tiene buenas intenciones, lo mejor es pagar el real y marcharse cuanto antes.

El año pasado, en casa de la Parrocha, Cirolas le escupió en la cara al ciego Gaudencio porque no quiso tocar la mazurca Ma petite Marianne.

—Yo toco lo que me da la gana; a mí me pueden escupir y pegar, eso es fácil porque soy ciego, pero lo que no pueden es obligarme a tocar una pieza sí no quiero; vamos, si no me da la gana. Esa música no la puede oír cualquiera y sólo yo sé cuando hay que tocarla y lo que quiere decir.

Marta la Portuguesa se negó a ir a la cama con Cirolas.

—Antes me muero de hambre. ¿Por qué no le escupes a tu yerno, cabrón? ¿Tienes miedo de que te pegue una hostia?

La Parrocha puso a Cirolas en la calle para evitar la bronca.

—Anda, vete por ahí a que te dé el aire, mamón, que eres un mamón, ya volverás cuando te hayas serenado.

Tanis Gamuzo tiene más fuerza que nadie, a él le da la risa la fuerza que tiene, cuando mozo era el terror de las romerías. Si no fuera por el anís, daría gusto con Rosa su mujer: es buena y decente, lo malo es el anís. Sus hijos andan sucios y con las botas rotas, son cinco y todos van a su ser y sin mayores cuidados de nadie. Tanis Perello tampoco se da mucha cuenta, lo suyo es chapuzarse con Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, los dos en porreta, en la balsa del molino de Lucio Mouro, cuando la calor arrecia y la carne busca el refresco y el regodeo saludable. La parva de Martiñá no sabe nadar, cualquier día se ahoga mientras la enguilan a flote y a la sombra de los helechos.

—Sería gracioso, ¿verdad?

—¡Hombre, no! ¡Pobre Catuxa! ¿A ti qué mal te hizo?

A Tanis Gamuzo, Perello, también le gusta columpiarse de las ramas de los carballos, así no se coge nunca la sarna, y pintar molinetes en el aire con el palo de las peleas, que es muy duro y lleva sus iniciales marcadas a punta de navaja.

—¿Quieres que te parta en dos la cachola, como si fuera un níspero?

—No seas papón, Perello, no gastes esas bromas.

—Bueno. ¿Quieres que te pinche el vacío, como si fuera un neumático?

—¡Calla, coño!

Ádega tiene muy pálido el semblante.

—¿Se encuentra mal?

—No, espere que busque un poco de aguardiente.

Ádega no es ya ninguna moza pero aún anda derecha.

—Verá. El muerto que mató a mi difunto ya no descansó más, ni en esta vida ni en la otra, la sangre ahoga a la sangre y nosotros no tenemos por qué perdonar la sangre, es la ley del monte. La familia del muerto que mató a mi difunto no era de por aquí, pero bien sabe Dios que tuvo tiempo de aprender la costumbre. Los papeles en los que se dice de dónde era la familia del muerto que mató a mi difunto —su padre era de Foncebadón, llegando a Astorga— se los dejó robar Coxo de Marañís, el escribiente del juzgado de Carballiño, el que antes fuera carabinero y hubo de quedar rangado en una pelea con los contrabandistas de la parte de Pontedeva, a mi hermano Secundino, eso ya lo sabe usted porque se lo dije bien claro. Usted, don Camilo, es un Guxinde, bueno, un Morán, tanto tiene, y eso se paga, ya lo sé, pero también hay que defenderlo hasta con la vida. Algún día le contaré mejor cómo robé los restos de Moucho, que Dios confunda. ¡Cómo se cabrearon los Carroupos! ¿Hace otra copita de aguardiente?

La octava señal del hijoputa es el pijo fláccido y doméstico, en casa de la Parrocha las pupilas se reían del pirulí de Fabián Minguela.

—¡Parece un angelito de la Purísima! ¡Parece un angelito de la Purísima!

Moncho Requeixo, o sea Moncho Preguizas, es un soñador, puede que tenga mucho de poeta.

—Si quiere le pinto ochos en el suelo con la pata de palo, a mí no se me cae ningún anillo por complacer a una señora.

Moncho Preguizas semeja un caballero en desgracia, un paladín venido a menos y también, ¡vaya por Dios!, hecho de menos.

—Mi prima Georgina, antes de enviudar de su primer finado, el Adolfito, ya se entendía con Carmelo Méndez, con el que casó más tarde, o sea cuando pudo. Mis primas Georgina y Adela siempre fueron muy aficionadas a los pecados, la vida es corta y hay que aprovechar. El casal de macho y hembra de jesusitos curados se me murió pasando el mar Rojo, yo creo que fue mejor porque mis primas se los hubieran comido fritos para darme rabia, bueno, para marear. A tía Micaela, ya sabe, la madre de mis primas, también le gustaba el roce, yo le estoy muy agradecido, cuando era pequeño me dejaba que le metiese la mano por el escote y que le palpara sobos y le hiciera cosquillas por los muslos, pero sin quitarse las bragas, tía Micaela no se dejaba quitar las bragas, en eso era muy supersticiosa. ¿Puedo tomar otro café? Muchas gracias. Mis primas, a veces, bailan el tango con la señorita Ramona y con Rosicler, la de las inyecciones, y mi prima Georgina, cuando se calienta, pide permiso para desnudarse. ¿Me puedo sacar la blusa? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar el sostén? Haz lo que quieras. ¿Me puedo sacar las bragas? Haz lo que quieras. ¿Te gusto, Moncha? Cállate, tía puta, y túmbate en la cama. ¿Apago la luz? No.

Moncho Preguizas aflauta un poco la voz cuando cuenta el diálogo entre las mujeres.

—¡Qué raras son las mujeres!, ¿verdad, usted?

—Hombre, según.

En el cementerio mana la fuente de agua milagrosa que borra la alfolesía sin tener que quemar la ropa a pedazos, es mejor que el agua bendita porque la bendice Dios antes de salir de la tierra, cuando todavía va por los conductos de la tierra entre topos vagabundos, cagulos cegatos y malas intenciones; le llaman la fuente del Miangueiro y su agua, si se usa bien fría, alivia las llagas de la lepra, ni las seca ni las cura pero las alivia.

—A mí me parece que todas las mujeres van al cielo derechas.

—A mí no; yo pienso que más de la mitad se condenan y acaban ardiendo en el infierno: unas por putas, otras por avaras y otras por asquerosas, las hay muy asquerosas, las francesas y las moras sin ir más lejos.

Llueve por encima del tejado de casa de la señorita Ramona, también alrededor, sobre los cristales de la galería, llueve sobre los rododendros y el ciprés y los mirtos del jardín que llega hasta el río, está todo mojado y la tierra tiene más agua que tierra, tres suicidas en algo más de diez años tampoco son demasiados: una vieja con más dolor del que pudo aguantar, un viajante de comercio que perdió hasta la hijuela jugando al cané (y eso haciendo trampas), una mocita a la que no le acababan de crecer las tetas.

—Tú y yo somos parientes, por aquí somos todos parientes menos la yerba tarela de los Carroupos. Si quieres, pido que nos hagan chocolate, ¿por qué no te quedas a cenar?

Don Brégimo, el difunto padre de la señorita Ramona, tuvo en vida muy buena mano para interpretar foxtrots y charlestones en el banjo.

—Mi padre fue muy bueno, ya lo sé, pero tenía venas, yo creo que era medio lunático, a mí que no me digan pero los tangos son mucho mejores y acompañan más.

Zalacaín el aventurero, de Baroja, es una novela muy bonita, tiene mucha acción y sentimiento, no recuerdo a quién se la presté, esto es lo que tiene prestar libros, que te quedas sin ellos, Robín Lebozán devuelve los libros, a lo mejor no se la presté a nadie y está en cualquier armario, la verdad es que esta casa anda manga por hombro.

—¿Por qué no te quedas a cenar conmigo? Tengo una botella de aguardiente de manzana que me mandaron de Asturias.

Nadie atiende a la prudente marcha del mundo que rueda y rueda mientras orvalla sin principio ni fin: un hombre denuncia a otro hombre y después, cuando aparece muerto en la cuneta o a las tapias del cementerio, se le hace raro que le remuerda la conciencia; una mujer cierra los ojos para meterse una botella llena de agua templada por donde quiere y a nadie le importa; un niño cae por las escaleras y se mata, todo pasó en un abrir y cerrar de ojos; Rosicler sigue empeñada en meneársela al mono, cada día que pasa tose más, ¡mira que son teimas! Todos los Carroupos lucen una chapeta de amarga piel de puerco en la frente, a lo mejor tienen un abuelo jabalí del monte, cualquiera sabe. El ciego Gaudencio toca la mazurca Ma petite Marianne cuando quiere, no cuando se lo mandan, una cosa es ser ciego y otra muy distinta no tener voluntad, el repertorio de Gaudencio es variado, la gente es caprichosa y a veces no sabe ni lo que pide, ¿no ve usted que esa mazurca no se puede tocar más que en determinados y muy solemnes trances?, esa mazurca es como una misa cantada, que quiere su tiempo y lugar y también su lujo. El acordeón es instrumento sentimental y sufre cuando se le lleva la contraria, la gente ha perdido el respeto a todo, se conoce que vamos camino del fin del mundo. A Policarpo Portomourisco Expósito, el de la Bagañeira, le faltan tres dedos de la mano, se los segó un griñón en los montes del Xurés, un día que fue al curro con los parientes. Policarpo el de la Bagañeira vive en Cela do Camparrón, el piso de arriba de su casa se hundió cuando fuera de la muerte de su padre y entonces se le escaparon tres donosiñas amaestradas, obedientes y bailonas. Policarpo el de la Bagañeira se las arregla bien con el dedo pequeño y el gordo de la mano derecha, a todo se acostumbra uno, Policarpo sube de vez en cuando hasta la carretera, en el ómnibus de Santiago siempre van dos o tres curas comiendo avellanas y pan de higo, tienen cara de brutos, van mal afeitados y se ríen por lo bajo con mucho misterio y complicidad, antes de la guerra los curas que viajaban en ómnibus comían chorizo y regoldaban y se peían con estruendo y entre grandes carcajadas. Don Mariano Vilobal fue el cura más famoso por sus ventosidades tanto por arriba como por abajo, en toda la provincia no había quien le igualara, don Mariano murió a poco de empezar la guerra, se subió al campanario a arreglar la campana, se le fue un pie y se partió la nuca contra las sepulturas del atrio. Don Mariano, cuando comía bien, era capaz de estarse tirando regüeldos y pedos durante seis horas o más.

—¡Éste por los infieles!

—¡Pare ya, don Mariano, que se va a herniar!

—¿Herniarme yo? ¡Ni que fuera maricón! ¡Y este otro por los protestantes, menudos cabrones! ¡Muera Lutero!

Los mejores chorizos del mundo (bueno, es un decir, a lo mejor también hay otros de calidad) son los de Ádega.

—Mi difunto tenía tan buena color porque se tragaba los chorizos enteros, les quitaba el cordel y se los tragaba enteros. ¡Pobre Cidrán, que en paz descanse, cómo le gustaban mis chorizos! A veces me decía: me salen todos por la punta del carallo, Adeguiña, mejor para ti, ¿verdad? El muerto que mató a mi difunto jamás comió tan buenos chorizos, el muerto que mató a mi difunto era un muerto de hambre medio forastero.

Ádega hace los chorizos con mucha regla y fundamento, lo primero es que el cerdo sea del país y criado al uso del país, con millo y un cocimiento muy espeso de coellas, patatas, harina de millo, pan reseso, habas y todo lo que pueda cocer y sea de sentido; también conviene que el cerdo tome el aire y haga gimnasia por el monte y hoce la tierra en busca de miñocas y otros animalitos. Se le debe sacrificar con herramienta de hierro dulce, no de acero, y según la costumbre conocida, es decir, con mala leche, con venenoso regosto y a traición, nadie tiene la culpa. La zorza de primera se hace con raxo bien picado, también con la paíña y el costillar teniendo cuidado con el hueso, mucho pimentón dulce, el pimentón picante que admita, sal, ajos muy machacados y el agua necesaria más bien justa; se amasa con paciencia y se le deja posar durante un día entero. A la mañana siguiente se prueba la zorza, cruda y pasada por la sartén, para catar el gusto y añadirle lo que le falte, siempre le falta algo. Al tercer día se amasa de nuevo y al cuarto se le embute en tripa, la más noble de todas es la cular, y se atan con un cordelito los chorizos según el tamaño a que se les quiera. Se ahuman en la lareira durante dos o tres semanas hasta que queden tiesos, que la rigidez y la dureza son señal de buena cura, y ya valen para comer; la leña de carballo es la que da el mejor humo y el más saludable. Se cuelgan los que se han de comer pronto y se guardan en unto, después de haberlos limpiado bien limpios, los que se quieren conservar.

—Mi difunto tenía tanta resistencia porque se tragaba los chorizos enteros, les quitaba el cordel, a veces ni se lo quitaba, echaba la cabeza para atrás, abría la boca y se tragaba los chorizos enteros, hubo día de tragarse cinco chorizos enteros sin respirar y sin esganarse.

Llueve sobre las aguas de los regatos de más acá de las leiras de Catucha y de Sualvariza mientras por el aire vuela la fantasma de un niño que acaba de morir, ¡angelitos al cielo! Los niños, cuando mueren, ni se dan cuenta, se mueren y en paz, lo malo son los mayores con lo que alborotan y con los gastos que producen, que si médicos, que si boticarios, que si curas, que si ataúd de los buenos, que si lutos, que si misas cantadas y rezadas, que si ahora hay que abrir el testamento y empiezan las riñas… Marujita Bodelón, la ponferradina que había tenido relaciones con el aparejador Celso Varela, el antiguo novio de tía Emilita, no es cómica pero lo parece, también parece la querida de un joyero. Marujita va teñida de rubia y se da sombra en los ojos.

—¿Y se pinta la boca en forma de corazón?

—No, ¿por qué?

—¿Y fuma delante de los hombres?

—Tampoco.

Marujita tiene muy buena planta y anda con poderío y mandando, en eso se le ve la casta, Marujita es algo pechugona, a los hombres les suelen gustar las mujeres algo pechugonas, y tiene las piernas largas y el culo remangado, lo que no tiene es bonita la voz, habla como una urraca. Marujita sí fuma delante de los hombres y también se pinta la boca en forma de corazón, Michel, el rey de los lápices labiales. Celso Varela se gastó unos cuartos que no tenía en darle caprichos, un vermú, una caja de bombones, un bolso, unos pendientes, cada vez más, y acabó sin una perra y debiendo dinero, Marujita correspondía con sus favores y además le cortaba las uñas y le lavaba la cabeza.

—¿A que te doy más gusto que esa cursi?

A Ricardo Vázquez Vilariño, el novio de tía Jesusa, lo mataron cuando ya casi era farmacéutico, le faltaban dos asignaturas.

—También podían haber matado a otro, ¿verdad, usted?, en eso tuve muy mala suerte.

—Mujer, no sé lo que decirle, peor suerte tuvo su novio.

—Sí; eso sí.

Gorecho Tundas va por el lindero del otro mundo con una caña de pescar al hombro.

—¿A dónde vas Gorecho?

—Voy a Belén de Judea, a pescar al Niño Jesús.

—¡Santo Dios, qué disparate!

—Bueno, ya lo verás cuando amanezca.

Orvalla, mientras el día nace, orvalla por encima de Gorecho Tundas que, sentado en una piedra del río, pesca truchas con mucha aplicación, parece como si estuviera muerto.

—¿Estás muerto, Gorecho?

—Sí, llevo ya más de seis horas muerto y nadie me hace caso. Al Niño Jesús se lo llevaron a Egipto subido en un burro, se conoce que no le probaba el país.

La gente cree que los Guxindes y los Moranes somos los mismos pero no es así, la gente se confunde con esto de los parentescos, todos venimos de Adán y Eva (tía Emilita dice que las de Ponferrada, no, que las de Ponferrada descienden del mono y gracias), no todos los Guxindes son Moranes pero sí todos los Moranes somos Guxindes, la cosa no está muy clara, pero ¡qué vamos a hacerle!, la verdad es que no está claro casi nada, los Moranes somos menos que los Guxindes, podríamos ser más, pero somos menos, Moranes somos los Portomourisco, los Marvises, los Celas y los Faramiñás, los otros también son parientes pero no Moranes, la importancia de unos y de otros es la misma y todos estamos bien alimentados. En las Manufacturas del Más Allá, la fábrica de ataúdes de los abuelos, trabajaba un italiano, nadie sabe cómo llegó hasta aquí, ya se murió, al que mis primos le pegaron el culo con lacre y se lo cosieron con bramante y después lo dejaron atado a un árbol cerca de la aldea de Carballediña, más allá de los frailes de Oseira. Olvidé ya cómo se llamaba pero lo que sí recuerdo es el cabreo que le entró cuando lo soltaron, la verdad es que tampoco tenía por qué aguantar bromas molestas. El esqueleto de la pobre tía Lourdes no se podrá recomponer hasta el día del Juicio Final porque en París la echaron a la fosa común. Tío Cleto toca el jazz-band de oído, lo hace muy bien, y cada 11 de febrero, que es la onomástica de su difunta, atruena al mundo con toda la herramienta al tiempo: el tambor, el bombo, los timbales, el pandero, el triángulo y los platillos, a lo mejor hay más; por don Jesús Manzanedo, aquel malvado con estudios que anduvo matando gente, no mandan tocar la música ni sus hijos.

—¿Tú crees que Cabuxa Tola se atrevería a hacer las marranadas con un carnero?

—¡Anda! ¿Y qué malo tiene? Peor es acostarse con Fabián el Moucho, ¡y ya ves! Una mujer, si sabe comerse el asco, puede resistir mucho, vamos, puede resistir toda la vida.

La novena señal del hijoputa es la avaricia, Fabián Minguela es pobre pero podría ser rico con lo que lleva ahorrado.

—¿Y qué hizo con lo que ganó?

—Nadie lo sabe, a lo mejor no ganó tanto como dicen.

Hablando de música, don Brégimo Faramiñás Rocín fue buen amigo de don Faustino Santalices Pérez, éste era natural de Bande, admiraba mucho su sabiduría y la maña que se daba para cantar romances y tocar la zanfona.

—¡Ésa sí que es arte distinguida y no esta trapallada del banjo! ¡Si yo supiera tocar el instrumento como el amigo Faustino, tiraba con el banjo por la ventana!

A don Brégimo lo que más le gustaba oír era el romance de don Gaiferos.

—Yo no sé cómo sería la Edad Media, toda llena de frailes pedichones, caballeros sarnosos, trovadores tísicos y peregrinos que andaban a la rapiña, todos de un lado para otro y sin confesar, esto fue hace ya muchos años, pero lo más probable es que fuera mejor que la Edad Contemporánea, a pesar de la radio y los aeroplanos y otros inventos, también es muy bonito el romance de Don Sancho.

Doña Pura Garrote, la Parrocha, se envuelve en un mantón de Manila durante las tormentas, en cuanto brillan los primeros lóstregos y empiezan a rodar los truenos, la Parrocha busca su mantón, a cada cual le da el miedo a su manera, se arrebuja cabeza y todo encima de una cama, es mejor que sea de madera que no de hierro, y aguanta a oscuras, quieta como una difunta, con los ojos cerrados y desgranando en voz baja la letanía de Nuestra Señora, hasta que se va el peligro; a ella, que siempre mira tanto por lo suyo, en estos momentos podrían desvalijarla sin que se diera cuenta. El mantón de la Parrocha es muy famoso, cuando doña Pura era joven se hizo lo menos veinte fotos de arte desnuda y con el mantón puesto; con una teta al aire y un florero, con las dos tetas fuera y ante un telón representando a las pirámides de Egipto, con las piernas cruzadas y tendida sobre un canapé, con las posaderas reflejándose en un espejo, con la escultural y mórbida espalda al descubierto y la torre Eiffel sirviéndole de fondo, etc., se las hacían en Studios Méndez, en la calle de Lamas de Carvajal, y a Méndez, que era el dueño, le pagaba en especie, ¡qué horror, cuánto tiempo ha pasado! El mantón de Manila de la Parrocha es de color crema y de fleco ancho y tiene lo menos trescientos chinos bordados con toda la gama del arco iris, cada uno con su carita de marfil, el canónigo don Silverio dice que son de celuloide pero no es verdad, son de marfil, unos paseando, otros haciendo equilibrios, otros resguardándose del sol con una sombrilla y así sucesivamente.

—¿Cuánto valdrá el mantón de Manila de la Parrocha?

—No sé, para mí que un dineral; puede que sea el mejor mantón de Manila de toda la provincia de Orense.

A Pepiño Pousada Coires le dio la meningitis y ya no levantó jamás cabeza, morir no murió, es cierto, pero quedó algo tocado y además se le puso pinta de xurelo, a Pepiño le dicen Xurelo porque parece un xurelo. Pepiño Xurelo trabaja en la fábrica de ataúdes El Reposo, es ayudante de electricista y también se da habilidad con los embalajes; a lo que dicen, Pepiño Xurelo es mariqueiro, bueno, es maricón del todo, lo que más le gusta es palpar niños, a Simonciño o Pucho no lo dejaba en paz ni a sol ni a sombra, con los sordomudos es más fácil propasarse, eso no tiene ni mérito siquiera. Pepiño Xurelo tuvo la ocurrencia de casarse y su señora, la Concha da Cona, se le acabó escapando, es lo más natural y de sentido común. Pepiño Xurelo salió de la cárcel porque se dejó capar, a la ciencia se le debe tributo. Pepiño Xurelo no mejoró con la operación, los médicos, los abogados y los jueces dicen emasculación, que hace más fino y equilibrado, y además le dolían los huesos y la cabeza.

—¿Te duelen los huesos, Pepiño?

—Sí, señor, un poco.

—¿Y la cabeza?

—Sí, señor, también.

—¡Pues no te toca más que aguantar!

—Sí, señor, ya veo.

A Pepiño Xurelo le pusieron hormonas para que mejorase pero no mejoró, a lo mejor se las pusieron para experimentar.

—¿Y no pasaba miedo?

—Sí, mucho miedo; sólo se le quitaba si podía arrimarse a un niño y tentarle el culo. Cuando lo cogió la guardia civil le decía al sargento del puesto: Fue Simonciño que me enseñó el pipí para que se lo tocase, yo no quería tocárselo.

El bramar del eje del carro de bueyes que va por la corredoira se mete en los oídos y cuando ya no se oye, todavía se oye; al eje del carro de bueyes siempre le contesta otro, si falla le responde el eco y si el eco duerme, le habla Dios con sus violines. Benicia tiene los pezones como castañas, de duros y de color, Benicia es sobrina de Gaudencio, el acordeonista ciego de casa de la Parrocha.

—Gaudencio, te doy una peseta si tocas una mazurca.

—Según cuál.

Benicia no sabe ni leer ni escribir, ni falta que le hace; Benicia es alegre y va repartiendo vida por donde pasa.

—¿Quieres echar un pulso? Si ganas, te dejo mamarme las tetas, pero si pierdes, me tienes que dejar tirarte del carallo hasta que pidas papas, ¿hace?

—No.

Benicia es una herramienta inventada para gozar pero también para hacer gozar. Benicia, en cuanto ahorra unos pesos, le compra un regalo a alguien: una cafetera, una caja de puros, un cinto, a los hombres hay que cuidarlos mucho.

—¿Quieres que bailemos un tango?

—No; estoy cansado, métete aquí otra vez conmigo.

Benicia recibe la visita de Ceferino Gamuzo, Furelo, el cura de Santa María de Carballeda, todos los primeros y terceros martes de mes, nada se pierde con el orden.

—¡Ay, don Ceferino! ¡Cada día que pasa me da usted más gusto! ¡Que Dios me perdone! ¡Apriete sin miedo!

A Benicia le gusta cocinar desnuda.

—¿Y no le salta el aceite?

—No, ya tiene cuidado.

Benicia se da muy buena mano tanto para freír truchas como para guisar bertós rellenos de un picadillo de lomo, un poco de jamón, un diente de ajo, perejil, cebolla, especias y huevo, es plato fino y también de mucho fundamento. El clérigo Furelo es pescador y trata a Benicia con mucha cortesía, los pescadores suelen ser correctos. Benicia tiene los ojos azules y es como un molino de agua, que no se para jamás.

—¿Me haces un sitio a tu lado?

—Sí.

Benicia cuenta que San Roldán, cuando anduvo por el Barco de Valdeorras, por Petín y más por Rubiana matando sarracenos, se encontró con dos hermosísimas moras, mismo subiendo la sierra de Encina de Lastra, a las que no pudo dar alcance a pesar de que las persiguió con el caballo al galope, tan al galope que lo reventó; desesperado ante la huida de las bellas, San Roldán les echó la maldición y las dos se convirtieron en los Seixos Brancos, en las dos piedras de blanquísimo cuarzo que aún guardan el camino, una a cada lado.

—En los Seixos se me apareció la fantasma de San Roldán y aunque quise escapar no pude, bueno, tampoco quise porque estaba tranquila y a gusto. San Roldán hablaba un poco raro, para mí que no las tenía todas consigo.

—Y San Roldán, ¿te habló en castellano o en gallego?

—A mí me parece que me habló en latín pero se le entendía bien, no crea.

Ádega, la madre de Benicia, sabe muchos cuentos del país, muchos misterios, también toca el acordeón con limpieza y buen gusto, lo que mejor le sale es la polca Fanfinette.

—Su abuelo tuvo unos amores muy sonados que acabaron en sangre, Manecha Amieiros era una real hembra, su abuelo sabía elegir, bien plantada, con las piernas largas y el pelo como la seda, dicen que daba gusto verla, su abuelo mató a palos a Xan Amieiros, hermano de Manecha, eso es lo de menos, eso pasa a veces cuando dos hombres se pelean y no hay quien los separe a tiempo, lo mató en el recodo del Claviliño, pero se portó muy bien con Manecha, la moza se fue a la capital de España, puso una fonda y prosperó. Su abuelo anduvo unos años por el Brasil, antes de marchar le dijo a su novia formal, o sea la que después sería su abuela, ¿tú me esperas, Teresa? Ella le dijo que sí, que bueno, y entonces él se fue al otro lado de la mar. Anduvo de americano catorce años y a la vuelta se casó, no le había escrito ninguna carta a la novia, pero la palabra es la palabra. ¿Le pongo un poco de aguardiente?

La madre de Roquiño Borrén, el parvo al que tuvieron cinco años metido en un baúl de lata de colores, azul ultramar, color de oro, naranja, verde lechuga, no cría buenos sentimientos. La madre de Roquiño Borrén supone que los parvos tienen más de croios del monte que de personas y aun de bestias.

—Si Dios los hizo así será por algo, ¿no?

La madre de Roquiño Borrén, cuando se quema, o se le derrama el aceite, o se corta pelando patatas, le arrima una tunda al parvo para buscar consuelo.

—¿Para qué miras, parvo, más que parvo?

La madre de Roquiño Borrén se llama Secundina y gasta más mala leche que nadie.

—¡Ay, hija, qué cruz me mandó Nuestro Señor con este parvo de mis pecados! Prepárate, Roquiño, que has de cobrar, ¡ya verás, ya!

La madre de Roquiño fuma cuando no la ve nadie, fuma las colillas que recoge en la taberna de Rauco, es amiga de Remedios, la patrona, le lava la ropa, le ayuda en la matanza y le hace recados, también fuma hojas de magnolia. Secundina tiene un perro que come las colillas podres y está siempre borracho y como medio ido, el animalito también recibe lo suyo cuando al ama le da la vena. Dicen que Roquiño es así porque a su madre, por las noches, cuando lo estaba criando, le mamaba las tetas una culebra y el pobre pasó mucha necesidad; no digo que no pero a mí me parece que ya vino parvo al mundo, eso se les suele notar en la mirada.

—¿Tú sabes para qué vale un patacón?

—Sí, señor, vale para las picaduras de las avispas.

Eutelo o Cirolas lleva el pelo cortado estilo cepillo, es cejijunto y gasta la frente estrecha, la verdad es que tiene mucha pinta ruin.

—Eutelo, me dijeron que Marta la Portuguesa no quiso acostarse contigo porque le escupiste a Gaudencio.

—El que diga eso es un hijo de puta, don Servando, usted dispense.

Don Servando no permitía que le hablasen con malas palabras.

—¡Repórtate, Cirolas de mierda, que te arrimo un bastonazo que te escoño!

Eutelo se reportó porque don Servando era diputado provincial, Eutelo sabía medir bien las distancias.

—Eutelo, llégate al estanco y tráeme un librillo de papel de fumar.

—¿Bambú?

—Mejor Indio Rosa.

A Fina lo que más le gusta es que la monten a lo bravo, para este oficio lo mejor es un cura de mediana edad, ni joven ni viejo, Celestino Carocha, el cura de San Miguel de Taboadela, es un verdadero artista en esto de domar mujeres en la cama, Antón Guntimil, el difunto de Fina Ramonde, el pobre tatexo al que mató un mercancías en la estación de Orense, jamás pudo con su mujer.

—El franciscano de las misiones calzaba un carallo doble que el tuyo, papón, que eres un papón.

Fina prepara muy bien el conejo estofado, a Celestino Gamuzo no le importa que esté con el mes.

—Tanto tiene, ya sabes que no te soy aprensivo.

Los franceses son católicos pero a su manera, no como nosotros los españoles, a tía Lourdes le pegaron las viruelas y después la echaron a la fosa común, después de muerta, claro, los franceses no se andan con rodeos y van a lo suyo. Tía Lourdes murió durante el viaje de novios, del tálamo nupcial a la tumba fría, parece el título de una novela de Ponson du Terrail, cada uno muere cuando y donde Dios quiere, los franceses le contagiaron las viruelas y tío Cleto no tuvo más remedio que enviudar.

Manueliño Remeseiro Domínguez empolló un huevo de cuervo en el sobaco, todo es cuestión de estarse quieto para que no escache, Manueliño Remeseiro Domínguez está encerrado en la cárcel porque mató a uno de un palo, mire usted que se reparten palos en las romerías, bueno, pues uno, se conoce que el que va envenenado, produce la desgracia.

—¿Y siembra la calamidad?

—Eso, sí, señor. Y siembra la calamidad. Nadie sabe nunca por dónde van a salir los designios de la divina providencia, que son siempre caprichosos y mudadizos.

Se hizo un silencio y don Claudio Dopico Labuñeiro preguntó,

—Oiga, eso que acaba de decir, ¿a quién se lo copió usted?

—¡Anda, qué pregunta! ¿Y a usted, qué coño le importa?

Manueliño Remeseiro Domínguez, cuando el cuervo salió del cascarón, lo cuidó muy esmeradamente y ahora el animalito le hace mucha compañía.

—¿Cómo se llama el cuervo?

—Moncho, como un primo mío que murió de la tos ferina. ¿Le gusta?

—Sí, es un nombre muy bonito, lo que no sé es si pega.

—¡Anda! ¿Y por qué no?

Por las mañanas, Moncho se cuela por la reja del ventanillo y sale volando.

—Da gusto verlo batir las alas; parece mismamente el demonio, de lo listo que es.

Por las tardes, poco antes de la puesta de sol, Moncho vuelve a la celda, no se equivoca nunca, y se le posa a Manueliño en la cabeza o en el hombro.

—¿Y viene siempre?

—Sí, señor, yo creo que tampoco sabría ir a ningún otro sitio, y además siempre me trae algún regalo, un cristal, un caracol, una castaña…

Manueliño está enseñando a silbar a Moncho, ya sabe algunos compases de Ma petite Marianne, la mazurca que el ciego Gaudencio sólo toca en las ocasiones muy señaladas.

—¿Quieres tocar esa mazurca, Gaudencio?

—¡Calla, larchán!

Moncho también sabe decir ya algunas palabras, a Manueliño le gustaría que supiese saludar: buenos días, don Cristóbal; buenas tardes, doña Rita; buenas noches, Castora, que usted lo pase bien. Mamerto Paixón, un conocido de Manueliño, tiene un cuervo que se sabe los partidos judiciales de Orense por orden alfabético: Allariz, Bande, Carballiño, Celanova, etc. Es más fácil enseñar a hablar a un cuervo que aprender su lenguaje, los cuervos adivinan la lluvia, la enfermedad y la muerte, y hablan con setenta y tantos graznidos distintos, uno para cada sensación.

—Ahora lo que me gustaría es criar un jilguero, cantan la mar de bien, pero ¿de dónde saco yo un huevo de jilguero?

Adrián Estévez, natural de Ferreiravella, término municipal de Foz, es un buzo muy famoso, en la ría de Foz encontró un submarino alemán posado en el fondo y con todos los tripulantes muertos. A Adrián Estévez le llaman Tabeirón por lo valiente que es y lo bien que nada. Tabeirón es amigo de Baldomero Afouto y quiere que le acompañe a la laguna de Antela.

—En Sandias tengo un pariente que sabe fijo dónde cae la ciudad de Antioquía, como es de allí lo tiene que saber, yo voy contigo, en el agua no me meto pero voy contigo, la única condición que te pongo es que no mates ranas porque son primas mías, tú puedes reírte, no me importa, pero las ranas de la laguna de Antela son primas mías, te lo puedo jurar.

Baldomero Afouto tiene un tatuaje en el brazo que representa una mujer desnuda con una serpiente enroscada todo alrededor, la mujer es la buena suerte y la serpiente quiere decir las tres potencias del alma.

—No lo entiendo.

—Tanto tiene.

Tabeirón quiere bucear la laguna de Antela, esquivando las manchas de sangre de los romanos de Decio el Gallego y de los galeses del rey Artús, para robar las campanas de Antioquía.

—Ya sé que tienen tres maldiciones pero me compensa, las campanas de Antioquía valen una fortuna.

Una noche mientras trinaba el ruiseñor, plañía la lechuza y las estrellas titilaban en mitad del cielo, Tabeirón se echó al agua, iba completamente desnudo y llevaba la cruz de Caravaca pintada con almagre sobre el pecho.

—¿No se te borrará?

—No, no creo, esto aguanta mucho.

En la orilla se quedó Afouto con una escopeta, nadie más le acompañó. Tabeirón salía cada minuto o minuto y medio a tomar aire y después volvía a hundirse.

—¿Aguantas?

—Por ahora, sí, ¡mientras no me dé el frío!

A los cien solagos, a Tabeirón le dio el frío y tuvo que desistir.

—Las campanas no están hondas pero sí muy bien sujetas, en el badajo de la más grande hay un lobo ahorcado, ¡mira tú que es ocurrencia!, los peces lo llevan ya medio comido. Tú no digas a nadie por dónde anduvimos.

—Descuida.

A la criada muda y sin nombre de los Venceás la mataron los perros, fue un caso de desgracia. La criada muda y sin nombre de los Venceás puede que fuera portuguesa, por la pinta lo parecía, y preparaba el licor café mejor que nadie y con tanta ciencia como cariño. Dorinda, la madre de los Venceás, sintió mucho la muerte de la criada, a los ciento tres años se necesita ya que a uno le hagan algunas cosas.

—¿Nos llegamos a Orense, a quitarnos el frío en casa de la Parrocha?

—Bueno.

La criada muda y sin nombre de los Venceás, allá por los años del gobierno del maragato don Manuel García Prieto, el yerno del santiagués don Eugenio Montero Ríos, bueno, no era maragato sino astorgano, es casi igual, tuvo un hijo con un cabo de la guardia civil que gastaba corsé y se llamaba Doroteo.

—¿De dónde era?

—No sé; él decía que de la parte de Celanova, o sea de Ramiranes, pero para mí que era de Asturias y no lo quería decir, ya sabe usted que hay gente muy maniática.

Doroteo hacía gimnasia sueca y recitaba La canción del pirata, de Espronceda, con muy buena voz: Con diez cañones por banda, viento en popa a toda vela…, Doroteo no era aficionado a frecuentar tabernas ni romerías y, cuando estaba franco de servicio, se quedaba en la casa cuartel leyendo versos de Espronceda, de Núñez de Arce, de Campoamor y de Antonio Grilo. Al cabo Doroteo también le gustaba el trato carnal con las mujeres, como suele decirse, había elegido a la criada de los Venceás porque era discreta y no se iba de la lengua, bueno, no se iba de la lengua porque era muda más que porque fuera discreta, pero esto es igual. El bigote de Doroteo, un bigote a lo kaiser muy orgulloso y de buena traza, llamaba mucho la atención a las mujeres. La muda estaba coladita, lo que se dice coladita por Doroteo y, cuando lo sentía encima y escarbándole, prorrumpía en unos extraños gruñidos de complacencia y regalo.

—¿Como una rata?

—Pues, no; más bien como una oveja.

El hijo de Doroteo y la muda tiene ahora un taxi en Allariz y se defiende bien y a satisfacción, su señora es comadrona y sus tres hijos estudian en Santiago: la hija, farmacia, un hijo, magisterio, y el otro, medicina. Manueliño Remeseiro Domínguez tuvo peor fortuna y ahora se ve privado de libertad, en esta vida unos tienen más suerte que otros.

—¿Cuándo sale?

—Depende.

Por los montes de Agrosantiño anda una raposa que no mata más que pollitos tomateros, las gallinas no le gustan, se conoce que las ve viejas.

—¡Coño, qué raposa más señorita! ¡Antes eran más bravas y de mejor conformar!

—Sí; antes, sí.

Don Claudio Dopico Labuñeiro vive en la fonda de doña Elvira y, a lo que dicen, está liado con ella pero en secreto, don Claudio también tiene que ver con Castora, la criada a la que a su vez obsequia don Cristóbal.

—¿Obsequia?

—Bueno, usted ya me entiende.

El cabo Doroteo, además de recitar poesías, toca el arpa, los valses son las piezas que mejor se le dan. A Manuel Blanco Romasanta, el sacaúntos que se convertía en lobo y mataba a la gente a bocados, lo libró de morir en garrote el médico chino, que no era ni médico ni chino sino hipnotizador e inglés, se llamaba Mr. Philips y estaba de profesor de electrobiología en Argel; el médico chino escribió una carta que armó gran revuelo al ministro de justicia español y la reina Doña Isabel II, al enterarse de los avances de la ciencia, indultó al reo. Los lobos aguantan mal el cautiverio y Manuel Blanco Romasanta, al año de estar cautivo, murió de la tristeza que ocasiona la falta de libertad, hay personas que son muy sensibles al encierro y reaccionan hasta con la muerte, a los gorriones también les pasa. En la parroquia de San Verísimo de Espiñeiros, en Allariz, se estuvo diciendo una misa por el alma del hombre lobo todos los 29 de febrero, o sea en cada año bisiesto, hasta que se perdió la costumbre con la guerra civil. La campana de San Verísimo de Espiñeiros es tan noble y agradecida que toca a gloria cuando le da el sol, la gente que no lo sabe se confunde.

—Tío Cleto.

—Dime, Camilito.

—¿Me das diez reales?

—No.

—¿Y seis?

—Tampoco.

La casa de mis tíos está en Albarona, toda cubierta de yedra y de guisante de olor, es una casa espaciosa y de buen ver, ahora casi en ruinas.

—¿Te acuerdas de aquel mirlo que le robaba la comida al ciego de Senderiz? Era el peor ciego del mundo y Dios lo castigó mandándole un pájaro que le robase la comida, a poco se muere de hambre.

Don Claudio Dopico Labuñeiro es maestro de escuela y, según parece, se entiende con doña Elvira, la patrona, algo de esto ya quedó dicho.

—Castora es una puta, ya lo sé, pero tiene treinta años menos que yo y eso manda mucha fuerza, no la echo a la calle porque así te tengo sujeto, ¿tú me querrás siempre?

—Mujer, siempre, siempre, lo que se dice siempre… ¡cualquiera sabe!

Doña Elvira y don Claudio sólo se tutean en la cama, conviene guardar las apariencias. A don Claudio no le resulta fácil acostarse con Castora, doña Elvira los tiene muy vigilados a los dos, lo que sí puede es palparle las tetas y el culo cuando se cruza con ella por el pasillo.

—Estése quieto, don Claudio, ¿qué saca usted con esto?, ya tendrá todo cuando llegue el domingo.

Don Claudio y Castora se ven los domingos por la tarde en un almacén de coloniales que hay en la carretera de Rairo, el dueño es amigo de don Claudio y le da la llave, tienen hasta una cama turca y un aguamanil. A don Cristóbal, doña Elvira lo deja más suelto porque tampoco está enamorada de él.

—¡Usted sí que tiene suerte, don Cristóbal, que para acostarse conmigo no tiene más que empujar la puerta!

—¡Calla, mujer, no seas descarada! ¡Tú atiende a lo tuyo!

Mamerto Paixón, el amigo de Manueliño Remeseiro Domínguez, iba para futbolista pero se desgració con un invento que hizo y tuvo que dejarlo.

—¿Y no pensaste nunca irte cura?

—No, señora, nunca jamás.

Moncho Preguizas es muy mentiroso, los cojos suelen ser muy troleros, los hay que no, pero ésa es la regla general.

—Mi prima Georgina, aún en vida de su primer marido, el Adolfito, se bañaba desnuda en la balsa del molino de Lucio Mouro, lo mismo que Catuxa Bainte, había una trucha que se le quedaba mirando para las tetas y ni se movía del sitio hasta que mi prima se marchaba a lo que fuese, mi prima siempre tuvo las tetas de muy buen ver, lo raro es que una trucha se le quedara mirando igual que un quinto.

El Adolfito Penouta Augalevada, alias Choqueiro, había sido novio de María Auxiliadora Porras, quien lo dejó porque iba para muerto.

—Éste va para muerto, a mí que no me digan, no hay más que tocarle las manos.

Moncho Preguizas también había visto, subidas en una piedra de la orilla, a una donicela y una liebre deleitándose e incluso regodeándose en la contemplación de las tetas de su prima.

—¡Hay que ver cómo son los animalitos, qué instinto tienen!

María Auxiliadora Porras argumentaba su decisión con muy sólidos principios.

—Ése va para muerto, no hay más que mirarle lo apagada que tiene la piel, no hay más que tocarle las manos, yo se lo dejo a Georgina, ya será ella la que se ponga de luto, a mí no me desvirga un muerto, bueno, ningún muerto, no me da la gana.

—Pero, María Auxiliadora, ¿tú estás virgo?

—¡Calla, mamón! ¿A ti, qué leche se te da?

—¡Repórtate, María Auxiliadora! ¡No me levantes la voz!

Adolfito Choqueiro casó con Georgina y no duró demasiado, por voluntad de Dios hubiera durado más pero aguantó mal los cuernos y se ahorcó de la barra de colgar los trajes en el armario, algunos dicen que lo mató su esposa con un cocimiento de yerbas, cualquiera sabe, cuando el juez abrió la puerta del armario y se le vino el muerto encima y bamboleándose, se pegó un susto considerable.

—¡Joder, con esta mierda de muerto! ¡Qué forma de recibirle a uno!

Carmelo Méndez acompañó a Georgina en las diligencias y cuando el juez se distraía le metía mano.

—Estate quieto, Méndez, ya jugaremos cuando se lleven al finado.

—Como gustes, amor mío, ya sabes que siempre hago lo que tú mandes, ya sabes que no tengo más voluntad que la tuya.

Moncho Preguizas hablaba con mucho cariño de sus primas Georgina y Adela y de la madre de ambas.

—Para mí era como una madre, tía Micaela siempre fue muy buena conmigo, muy complaciente, cuando era pequeño me regalaba las aventuras de Dick Turpin y me la meneaba en cuanto nos quedábamos a solas. A mí me saltaba el corazón en el pecho cuando me decía: ¿Te gusta, marrano?

Al entierro de Adolfito fue mucha gente, como era un chisgarabís tenía simpatías. El personal del acompañamiento hablaba del Celta de Vigo y de lo buena y apetitosa que estaba la viuda.

—¡Pues anda que la hermana!

—No hay por qué comparar, son distintas pero están las dos como es mandado.

Moncho Preguizas quedó cojo en tierra de moros, de Melilla volvió con una pata de palo y muerto de risa.

—¿De qué te ríes, desgraciado?

—Me río de que peor hubiera sido que me pusieran de palo el alma.

Por casa de mi familia anduvieron rodando durante años y años tres boinas carlistas blancas y con el borlón de hilo de oro que fueron de don Severino Losada, un tío de mi madre que llegó a coronel carlista y que anduvo peleando por las comarcas de Órdenes y Arzúa, a un lado y a otro del río Tambre, entre el valle de Dubra y la tierra de Melide, mismo por donde al acabar la última guerra civil levantaron partida los guerrilleros Manuel Ponte y Benigno García Andrade, Foucellas; hay paisajes a los que va bien el olor de la pólvora y el color de la sangre. Las tres boinas de don Severino se las pateó tío Cleto en los carnavales y acabaron apolillándose, en mi familia lo normal es que las cosas se apolillen; en mi familia, el aburrimiento y la desidia se cultivan como dos bellas artes.

—Jesusa.

—Dime, Emilita.

—¿Te acuerdas de aquel rosario de plata, bendecido por el Papa León XIII, que nos trajo nuestra santa madre de Roma?

—¡Huy, vete tú a saber! Hace siglos que no lo veo, lo más probable es que se haya perdido.

—Claro.

Tía Jesusa y tía Emilita, a fuerza de rezar sin tino, murmurar sin descanso y orinar sin orden, han perdido el uso de la esperanza, la fe las reconforta y la caridad la ignoran. Tío Cleto, como se aburre como una ostra, se pasa el día vomitando en la bacinilla o detrás de la cómoda.

—¡Qué alivio!

La perra de tío Cleto se llama Véspora y se alimenta de lo que el amo convulsamente vomita o dulcemente regurgita, que de ambas formas arroja tío Cleto. Véspora, a veces, hace los extraños y camina dibujando los jeribeques de la borrachera, se conoce que algunos días el vómito de tío Cleto le resulta algo fuerte. Tío Cleto tiene muy buena mano para tocar el jazz-band, sólo le falta ser negro, para esto de tocar de oído el jazz-band o lo que sea, la flauta, la bandurria o lo que sea, va bien ser viudo, le añade cierto interés a la interpretación.

—No lo entiendo.

—¡Anda! ¿Y por qué lo había de entender? Hay muchas cosas que no se entienden, amigo mío, y ante eso no toca sino aguantarse.

—Ya me hago cargo.

Los restos del santo Fernández y de sus siete compañeros mártires (no hay por qué poner aquí los nombres, que lo hagan sus parientes) reposan en el convento español de Tierra Santa, en el barrio cristiano de Bab Tuma, en Damasco, casi todos los datos que vienen en las enciclopedias están equivocados pero esto es lo de menos porque fue un santo de poca importancia, en nuestra familia no tenemos otro. El P. Santisteban, S. J., era un pardillo que sorbía rapé y le acababa con la cascarilla a las tías.

—¿Otra tacita, don Obdulio? Esto siempre reconforta.

—Por complacer, mis buenas amigas, por complacer…

El P. Santisteban, S. J., no conocía la misericordia.

—El día del Juicio Final los justos recibiremos nuestra recompensa entre alegres y saludables risas mientras los condenados caerán en la horrible caldera en la que arderán entre espantosos tormentos hasta la consumación de los siglos, ¿me pasa una galletita, amiga Jesusa?, que Dios se lo pague. Y nosotros les diremos henchidos de razón: ¿No queríais gozar de las galas del mundo corrupto y de los deleites de la carne pecadora? ¡Pues ahí tenéis vuestro premio! ¡Arded, malditos, y sufrid mientras nosotros nos solazamos con la bienaventuranza eterna!, ¿me sirve un culín de cascarilla, amiga Emilita?, que Dios se lo pague.

El P. Santisteban, S. J., no es muy distinguido para jesuita, parece un escolapio, y además no huele demasiado bien, vamos que hiede a chotuno o sea a macho cabrío.

—Lo que le pasa es que vive como un verdadero santo y descuida el aseo personal, él está ajeno a los respetos humanos.

—Claro, lo más probable.

—¡Y tan probable, mi buena amiga, y tan probable!, porque, decidme, ¿de qué vale aromatizaros la carne mortal y los ropajes perecederos con mirra y almizcle, si perdéis el alma?

—¡Anda, pues es verdad!

—¡Y tanto que es verdad! Atendamos al gran negocio de la salvación del alma y demos de lado a las pompas y vanidades de este bajo mundo.

—Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero…

En 1935 no hubo ningún accidente en L.A.P.E., Líneas Aéreas Postales Españolas, habiendo recorrido en seis años de servicio un equivalente a 126 veces la vuelta al mundo. Mamerto Paixón inventó una máquina de volar a la que puso Anduriña de nombre, parecía un murciélago con pedales y piñón fijo pero le puso Anduriña.

—Le llamo así porque es el pájaro que mejor vuela, da gusto verlo planear, ¿se da usted cuenta, señorita Jesusa, de que si Dios quiere muy pronto andaré yo por los aires como una anduriña? Lo mejor será que me tire del campanario de San Xoan de Barrán para coger pulo.

—¡No lo hagas, Mamertiño, que igual te deterioras!

—No, señorita, ya verá usted como no.

El domingo de pascuiña del año 1935, después de misa mayor, Mamerto se asomó al campanario de San Xoan, se calzó las alas de su máquina voladora y, ¡zas!, se lanzó al vacío, pero en vez de salir volando cayó a plomo sobre el santo suelo. Había venido mucha gente a verlo, habían venido hasta de Carballiño, de Chantada y de Lalín, de todas partes, y cuando Mamerto hubo de escarallarse se armó un revuelo considerable, todo el mundo corriendo de un lado para otro.

—¡Calma, calma! —predicaba don Romualdo, el cura—. Está recién confesado y comulgado y se va al cielo derecho, ponedle una piedra de almohada y dejadlo expirar en paz y en gracia de Dios. ¡Preparado como en este momento no volverá a estarlo nunca!

—¡Hombre, no! ¡Es mejor llevarlo a Orense, a ver si lo pueden salvar en el hospital!

—Haced lo que gustéis, yo declino toda responsabilidad en tan irreflexivas decisiones.

Don Romualdo era muy mirado en el hablar pero los feligreses lo oían como quien oye llover. A Mamerto Paixón lo envolvieron en una manta y lo llevaron a Orense en el taxi de Reboredo, que vino enseguida; llegó casi agonizante, pero hubo suerte en la operación y a los pocos días empezó a mejorar.

—¿Quedó algo de la Anduriña?

—Poco, ¿por qué?

—Por nada, porque estoy deseando ponerme bueno para probar otra vez, yo creo que fue un fallo de la transmisión.

—Bueno, déjate de parvadas que ya libraste de buena, no se puede andar tentando a Dios todos los días.

Doña María Auxiliadora Mourence, viuda de Porras, la madre de la moza que no quiso casarse con Adolfito porque iba para muerto, era una dama gorda, muy gorda, con juanetes y de andar renqueante que tenía isócronamente acompasados sus reflejos, características y exhalaciones varias, el orden es el orden, a saber: dos pasos, cinco latidos del corazón, pluma resbalona, pausa, golpe de tos, pedorrera en cascada, tic de hocico, pausa, flato medio abortado, lamento suspirador, solo de hipo, pausa, y así hasta el día siguiente, el mes que viene, el año próximo y Dios mediante. La famosa escofina Losada destruye por encanto y sin dolor callos, ojos de gallo y uñas gordas.

Por debajo del Miño, o sea al sur y a medio andar desde Orense a Castrelo, entre el valle de la Rábeda y el Ribeiro, quedan los castros de Trelle, donde viven los moros muertos; Trelle es lugar del municipio de Toen, parroquia de Santa María dos Anxos. En Galicia aún viven muchos moros, lo que pasa es que no se ven porque están muertos y encantados y andan por debajo de tierra. En los castros de Trelle habita la morisma más rica de toda la comarca, está gobernada por el mago Abd Alá el-Azziz ben Meruán, el Portugués, valí de Monforte, que es tuerto, pelirrojo y leproso pero que tiene la facultad de convertir en oro todo lo que quiere: una piedra, un escarabajo, una amapola, una esclava, lo que sea; los castros de Trelle están llenos de piedras, de escarabajos, de amapolas y de esclavas de oro. Basilio Ribadelo, arriero de Sobrado do Bispo, carretaba el vino de los moros por la noche, para que no lo viesen los cristianos, y recibía en pago unas lajas de pizarra que por el camino se le iban volviendo de oro; los moros hicieron jurar a Basilio que no diría nada a nadie bajo la condición de que, si no respetaba su palabra, las lajas retornarían a su miserable condición. Casilda Gorgulfe, su mujer, estaba asustada con tanta riqueza.

—Eso viene del contrabando —le dijo al marido—, no me lo niegues; te han de pillar los carabineros y te han de aspar a tundas, ya verás.

—No, mujer —le respondió Basilio—, ese dinero lo gano honradamente, lo que pasa es que no te puedo decir cómo.

Casilda insistió e insistió y suplicó y amenazó y rogó y Basilio, agobiado por los denuestos y las zalamerías, acabó confesándole la verdad.

—Pero no digas nada a nadie porque, si los moros se enteran, ya no volverán a pagarme ni un solo ochavo.

Casilda, contra la prudencia, se fue de la lengua, los moros acabaron sabiéndolo y a Basilio, en justo castigo, ya no volvieron a abrirle las puertas de los castros jamás. Basilio le arreó mil palos a la mujer, pero la fortuna se le escapó para siempre y acabó muriendo, al andar de los años y cuando Dios quiso, en la arriería y la pobreza.

—¿Me das un coñac?

—Sí, claro.

La bata de la señorita Ramona es muy elegante, abriga poco y es muy elegante.

—Me gustaría estar completamente desnuda pero tengo frío.

—No, mujer.

La señorita Ramona piensa que la vida es breve y la vejez, no más que una costumbre.

—Y muy incómoda, Raimundiño, no lo dudes. Una mujer es vieja a los veinticinco años, un hombre dura más, un hombre puede durar hasta los treinta y a veces hasta los treinta y cinco. ¿Me das un beso? Hoy estoy como triste, no sé lo que me pasa… Si piensas que soy una golfa te equivocas, Raimundiño, el perro me da tanto gusto como tú, por lo menos, pero a ti te quiero más, ¡pobre Wilde! Los hombres sois muy caprichosos, tú eres más caprichoso que nadie pero me compensa darte todos los caprichos que pueda, las mujeres estamos más solas que los hombres, por eso hay más tortilleras que maricas, si supiese que no iba a pasar frío me metía en la cama en porreta y no me levantaba en un mes.

Raimundo el de los Casandulfes se calló.

—¿Quieres ponerme más coñac?

—Sí, claro.

—¿Me invitas a cenar espárragos de lata?

—Te agradezco mucho que me lo pidas, Raimundiño.

Todo el mundo dice que doña Rita Freire, la dueña de la fábrica de galletas El Bizcocho Inglés, tiene encoñado a su segundo marido pero no es verdad, a don Rosendo Vilar Santeiro no lo encoña nadie, él va a lo suyo, encoñamiento incluido, lo que sí es más cierto es que doña Rita está encaprichada, debería decirse encarallada, con don Rosendo, sus buenos cuartos le cuesta el que la monte dos veces al día, doña Rita es una leona que no se cansa de bregar en la cama, a veces ni llega a la cama, cualquier sitio es bueno.

Luisiño Bocelo, el criado capón de don Benigno, murió en la guerra pero de muerte natural, primero quedó ciego y después le dio la pulmonía y murió. A Luisiño Bocelo le llamaban Parrulo pero de buenas, no de malas.

—¡Parrulo!

—Mande, don Benigno.

—Ponte a la pata coja y aguanta hasta que no puedas más.

—Sí, señor.

Ádega se sabe bien sabida la crónica del monte.

—Con el parvo de Bidueiros se les fue la mano y el pobriño murió como un criminal, con la horca no se pueden gastar bromas porque tampoco tiene marcha atrás, al parvo de Bidueiros lo ahorcaron sin mala intención pero lo ahorcaron, a él tanto le da lo de la intención, su padre, el cura de San Miguel de Buciños, se portó bien con el muerto, le dijo tres misas y lo enterró en sagrado.

A Eutelo o Cirolas le dejan entrar en casa de la Parrocha pero no le permiten confiarse.

—O te ocupas o te vas, aquí no puede venirse de tertulia.

Su yerno, Tanis Gamuzo, ni le habla.

—Mi suegro es un mierda, si no fuera por Rosa ya le habría partido la cara hace tiempo, con estos tipos no se pueden tener confianzas, les das la mano y te toman el brazo, como suele decirse.

Marta la Portuguesa prefería pasar hambre que no ir al catre con Cirolas.

—Antes me muero de necesidad y pidiendo limosna. Eutelo es un cabrón que me revuelve las tripas, un asqueroso.

El primer marido de doña Rita fue un comerciante alto, gordo y blando que se pegó un tiro con una escopeta, de harto que estaba. El primer marido de doña Rita se llamó en vida don Clemente, le decían Abundancia, don Clemente Bariz Carballo era de la aldea de Monteveloso, en la parroquia de Santa Eufemia de Piornedo, municipio de Castrelo, en el país del Riós, al sur de la peña Nofre, y ganó muchos cuartos con el wólfram, la verdad es que de poco le valieron. Don Clemente se fue hartando poco a poco, que es la peor manera, y un día que ya no pudo más cargó la escopeta con postas de lobo, se sentó bien sentadito y cómodo en una butaca de la sala, se metió los dos cañones en la boca, apretó el gatillo y se saltó la cabeza en cien pedazos, el más grande era como una ciruela claudia, los sesos se le quedaron pegados en la lámpara, hubo que limpiarla con sidol. Don Clemente y doña Rita tuvieron siete hijos, eran todos pequeños aún; doña Rita, cuando enviudó, andaba por los treinta y dos o treinta y tres años y tenía ganas de pelea, si el cuerpo pide pelea es como si se tiene sed. Doña Rita encontró consuelo con su director espiritual, don Rosendo Vilar Santeiro, presbítero, con el que ya se entendía desde algún tiempo atrás.

—¿Por qué no cuelgas la sotana, Rosendo, y nos casamos como Dios manda?

—¿Pero cómo me voy a casar, desgraciada, si estoy ordenado de mayores? ¿Es que no lo sabes?

—¡Anda, qué gracia! Pero conmigo bien que te saltas el voto de castidad, ¿no?

Don Rosendo se ponía furioso.

—¿Pero qué tendrá que ver el culo con las cuatro témporas, alma de Dios?

Los mastines de Tanis Gamuzo, León, Mariñeiro, Zar, son valerosos, leales y obedientes, con ellos se puede ir por el camino con los ojos cerrados, que no se arriman ni el lobo ni el jabalí. Tanis también cría perrillos de carea, listos, juguetones y revoltosos, capaces de hostigar a las bestias del monte si se saben con las espaldas guardadas, Tanis conoce mucho de perros, los cuida bien, los educa y les saca partido.

—Otros vicios son peores, ¿no cree usted?

—¡Y tanto, hijo, y tanto!

En la taberna de Rauco discuten Raimundo el de los Casandulfes, Robín Lebozán y un castellano que gasta unas tarjetas de visita con la cruz de Calatrava y su nombre en letra de bulto: Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro.

—¿Era noble?

—Eso nos creíamos todos hasta que se lo llevó esposado la pareja porque había hecho una estafa a una estanquera de Orense.

—¡Vaya por Dios!

—Como lo oye; su verdadero nombre era Toribio Expósito, lo de Toribio de Mogrovejo es como se llamaba el santo, no él, Santo Toribio de Mogrovejo, obispo en Lima del Perú, por cuyo celo se difundió por la América hispana la fe y la disciplina eclesiástica.

—¡Toma!

—Ya lo ve usted, esas precisiones me las dio el secretario.

—Ya, ya…

—Lo de Bustillo del Oro era su pueblo, en la Tierra del Vino, en Zamora, parece ser que estaba reclamado por varios juzgados.

—¿Y por diversos delitos?

—Lo más probable.

A lo que íbamos, Toribio de Mogrovejo, Raimundo el de los Casandulfes y Robín Lebozán se enzarzaron en una discusión muy elevada, los demás guardaban silencio porque ni se atrevían a opinar. Las posturas eran las siguientes: Toribio de Mogrovejo creía en Dios y en los curas, era el mejor pensado, Raimundo el de los Casandulfes creía en Dios (él prefiere decir el Sumo Hacedor) pero no en los curas, eso parece de masones, y Robín Lebozán, se conoce que para que la conversación no decayera, creía en los curas pero no en Dios.

—¡Qué dislate!

—Y tanto.

La disputa fue interrumpida por la pareja, era más de la una de la madrugada. Toribio de Mogrovejo se puso pálido cuando la guardia civil le espetó,

—¿Es usted Toribio Expósito?

—Servidor.

—Dése preso.

Toribio no opuso resistencia, se dejó esposar y se perdió en la noche, con un guardia civil a cada lado, por la carretera abajo.

—Hace frío…

—Eso se quita andando.

Doña Rita se propuso que don Rosendo no se le escapara vivo y lo consiguió, el que la sigue la mata. Doña Rita empezó a atacar al cura por el estómago, por el rijo ya lo tenía bien sujeto, por la vanidad y por la avaricia, don Rosendo era glotón, cachondo, vanidoso y avaro.

—Toma este reloj de oro del imbécil de mi difunto, más vale que lo lleves tú que eres más hombre.

—Gracias, le mandaré grabar la fecha en que me lo regalas.

Doña Rita un día se descaró.

—No me voy a andar con rodeos, ¡qué cáspita!, si cuelgas los hábitos y te vienes a vivir conmigo, te doy un millón de pesos. Tú dirás.

Don Rosendo le dijo que sí, que claro, no faltaría más, cobró el millón de pesos y se fue a vivir con la viuda. El escándalo que se organizó fue mayúsculo, pero don Rosendo sonreía.

—La crítica pasa y el dinero queda en casa; Rita y yo somos muy felices y en cuanto pueda arreglar mi situación, nos casaremos. ¿Qué más quiere Nuestro Señor que ver a sus criaturas felices?

En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó crece la mandrágora, el macho y la hembra, que se le notan sus atributos en la raíz a la que está atado un perro, la mujer que toca la mandrágora queda preñada, a veces basta con que la huela, y el perro aúlla cuando quiere que alguien se duerma para decir la verdad: Me acuso de haber matado con un hacha al caminante que se adornaba el sombrero con margaritas y la barba con mariposas de cien colores, lo maté porque me miraba mal y me hacía trampas a las siete y media, nada me importa que me ahorquen porque sé que Dios me perdonará los pecados, al muerto lo quemé con camelias para que no me guardara rencor. El verdugo levantó la horca en el camposanto de Santa Rosiña, mismo encima del más tierno brote de la mandrágora para que los ahorcados la alimentaran con el semen que da la vida, la sangre que la mantiene y le da fuerzas y la saliva que la unta y la cuenta. Luisiño Parrulo tenía los ojos delicados y don Benigno mandó que se los curasen con la raíz de la mandrágora batida con aceite y vino.

—¿Y curó?

—No, señor; cegó.

Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes del hombre, todo hombre que pase por su lado será amado por las mujeres hasta el fin, hasta que los sobresaltos lo maten de amor y los curas lo entierren de caridad. A Toribio de Mogrovejo y de Bustillo del Oro la guardia civil lo llevó en conducción ordinaria hasta Ponferrada; tardaron nueve días porque cae algo distante, subiendo y bajando cuestas. Si en la raíz de la mandrágora se figuran las partes de la mujer, toda mujer que pase por su lado será amada por un enano barbilindo y con la pelambrera revuelta al que llaman Mandrágoro, que se alimenta de ortigas y de sémola y que habla sin abrir la boca.

—¿Me amas, hermosa mujer?

—¡Cállate, baboso! ¡Así te mueras!

Antes de arrancar la mandrágora de la tierra hay que pintarle tres círculos con la espada todo alrededor, mientras una puta canta salmodias y un fraile motilón baila el cancán subiéndose la sotana hasta las vergüenzas. También puede arrancarse atándole una cuerda a la raíz y obligando a un perro hambriento a que tire de ella sin respirar; cuando la planta grita de dolor, el perro muere de espanto.

—No lo entierres, deja que se lo coman los cuervos.

Doña Rita tenía a don Rosendo preso por el paladar y el pijo, o sea por las papilas del gusto y la delicada bellota del otro gusto.

—¡Móntame que para eso te pago, cabrón! ¿Te gusta estar bien alimentado, verdad, y que te soben las partes? Anda, acuesta a los niños y vuelve pronto, no te olvides de darles la bendición.

—Descuida…

Braulio Doade, uno de los criados de la señorita Ramona (los cuatro son muy viejos y están medio ciegos y medio sordos, también bronquíticos y reumáticos), anduvo paseándose por las Filipinas cuando aún eran españolas, Braulio Doade fue siempre muy pinche y peripuesto.

—¿Recuerda usted aquel famoso bando del general don Camilo Polavieja en la isla de Mindanao diciendo que iba a capar a todos los moros a quienes cogiera con las armas en la mano?

—No, no recuerdo, ¿no se lo estará usted inventando?

Cuando murió Braulio Doade estaba tan consumido que casi ni pesaba.

—¿Le mandamos decir alguna misa, señorita?

—¡Psche! Yo creo que con un padrenuestro le basta y le sobra.

Los puercos hozan la trufa del monte con sabiduría y los perros levantan la raíz de la mandrágora con los dientes, el perro debe ser negro y después morir, las dos cosas.

—¿Queréis que convirtamos a los hombres en puerco espines y a las mujeres en miñocas?

El diablo vende su ungüento para volar en la feria de los santos Dionís y Leonís, en San Roquiño de Malta, ¡si Mamerto Paixón lo hubiera sabido!, lo vende una bruja con licencia, a lo mejor es el mismo diablo disfrazado, y hasta que sale el sol lo da a mitad de precio para que los pobres puedan gozar de sus virtudes.

—¡A volar como los pájaros del cielo y las benditas ánimas del purgatorio! ¡El que quiera volar, que vuele!

El ungüento, también hay pomada, que es más espesa, se prepara cociendo unto de niño moro o sin bautizar en agua de rosas y en un caldero de cobre; cuando el agua merma lo bastante se mezcla el poso con menstruo de viuda, polvo de huesos de ahorcado, orina de mujer y raíz de mandrágora y de las tres plantas de Belcebú: el beleño, que ayuda a volar por los aires y quita los dolores de muelas, de cabeza y de oídos; la belladona, con la que se pintan los ojos las mujeres y los cómicos, y la manzana de espinas sepulcrales, espinas fantasmales, espinas infernales, que suelta el manantial de los dulces sueños de la muerte. En San Roquiño también se vende el elixir de la larga vida y el jarabe de las malmaridadas, a real el trago.

—¿Quiere borrar los cuernos de la conciencia y quiere que se le caiga el lunar del adulterio?

Un día que don Rosendo pegó gatillazo, doña Rita le arreó tal somanta que tuvieron que intervenir los obreros de El Bizcocho Inglés con el encargado a la cabeza, Casiano Areal fue siempre muy responsable.

—¡Cálmese, señorita! ¡Por Dios se lo pido, que lo va a matar! ¡Si don Rosendo no puede, ya seguiremos alguno de nosotros! ¡Cálmese, señorita, que vamos a tener un disgusto! ¡Tápese las tetas, dispensando, que puede pillar una pulmonía!

En el camposanto de Santa Rosiña de Xericó juegan a las chapas el guardia civil Fausto Belinchón González, natural de Motilla del Palancar, en la Mancha de Cuenca, y tío Cleto, la cosa es increíble, pero cierta porque yo la vi.

—Las ruindades también tienen su encanto, Camilito, lo malo no es pisar la mandrágora sino empezar a rodar y rodar por la cuesta abajo, mira Rita Freire, que es joven y con posibles y va camino de morir suplicando.

Los lobos mataron en una noche tres vacas y sus terneros en el monte de San Cristobo, nadie pensó que andaban por allí. Tanis Gamuzo salió a buscarlos con sus perros y una escopeta y a la noche siguiente mató dos lobos, uno pesaba cerca de cinco arrobas, no era el lobo de la Zacumeira pero poco le faltaba; al perro Kaiser se lo dejaron malherido y tuvo que rematarlo de una cuchillada, eso siempre da pena. Tanis mandó curtir las pieles de los dos lobos y, con tres más que tenía, se los dio a Anunciación Sabadelle, la pupila de la Parrocha.

—Toma, para que le hagas un cobertor a Gaudencio, esto es de mucho acougo.

Cuando los primos de La Coruña me mandaron las farias se las llevé a Marcos Albite.

—Lo prometido es deuda.

—Gracias, ya estaba un poco harto de mascar tabaco portugués, la baba lo pone todo perdido, me vas a acostumbrar mal.

Catuxa Bainte le trajo a Marcos Albite un cuartillo de vino de la taberna.

—Hoy estoy como quiero, hay pocos días así.

El hombre cambió la voz.

—Perdone que le haya tuteado delante de la gente, bueno, la verdad es que Catuxa no cuenta demasiado, no cuenta casi nada.

A mí me pareció que aquél era buen momento.

—Lo mejor sería que nos tuteásemos, antes de la guerra nos tuteábamos, tú también eres un Guxinde, tú eres tan Guxinde como yo.

—Sí, eso sí, pero yo soy un Guxinde pobre, un Guxinde que no vale para nada…

Catuxa trajo dos vasos de vino, uno para Marcos Albite y otro para mí, el mío daba gusto verlo de limpio.

—¿Quiere que le lave la lata de los meos?

—Sí.

Marcos Albite acarició las farias.

—¿Te gustan más que las brevas?

—No sabría decirte.

Por el cielo voló como un relámpago de esperanza, a lo mejor era una paloma de dulce.

—Yo no me fío ni de Dios, antes aún me defendía, ¡pero lo que es ahora, metido en esta caja de muerto con ruedas!

Canta el eje del carro de bueyes que va dando tumbos por la corredoira y su chirrido ahuyenta al lobo y alerta a la raposa, el mundo es una caja de resonancia y la piel de la tierra es como la badana del tambor, igual que el parche del tambor. Marcos Albite pintó de nuevo la estrellita y sacó brillo a las tachuelas de sus iniciales.

—Te tengo casi acabado el santo, es un San Camilo de sete estralos, ya verás, la semana que viene te lo doy, sólo me falta arrimarle un poco de lija.

Feliciano Vilagabe San Martiño tardó en casar, fue novio de Angustias Zoñán Corvacín durante veintitrés años, y su matrimonio duró poco, no llegó a hora y media; cuando los novios salieron de la parroquia, ella le dijo,

—¿Vamos un momento al camposanto con mi mamá, a dejar el ramo en la sepultura de mi papá?

Y él le respondió,

—Id vosotras, yo aguardo aquí.

Cuando Angustias volvió, Feliciano se había marchado con viento fresco; de la taberna de Rauco salió Remedios, la patrona, y le dio un sobre a Angustias.

—Ten, Feliciano dejó esto para ti.

Angustias abrió el sobre, toda nerviosa, dentro venía un papelito escrito con letra redondilla: Vete a la mierda. De Feliciano nunca jamás volvió a saberse nada, parecía como si se lo hubiera tragado la tierra, alguien dijo que lo habían visto en Madrid de cobrador de autobuses.

—¿Y qué hizo Angustias?

—¿Y qué iba a hacer? Primero esperó, ya estaba acostumbrada a esperar, esperó cuatro o cinco años, y después se fue monja, para ir de puta ya no reunía condiciones, para eso las piden más tiernas, vamos, menos talludas.

Los Vilagabe son muy señoritos, siempre lo fueron, valían para poco, ésa es la verdad, pero siempre fueron muy señoritos y remilgados, muy propios y particulares en sus gustos y aficiones. Angustias, por el contrario, era una cursi corriente y llena de ricitos que cogía el cuchillo de un modo horrible, se le disparaba el dedo meñique al levantar la taza y decía cocreta y pocillo.

—Eso es muy doloroso.

—Sí, mucho, eso es peor que el adulterio; el adulterio se da con frecuencia en las mejores familias y en cambio lo de Angustias no pasa sino entre gente de medio pelo, ahora anda todo manga por hombro.

—¿Y por qué no la plantó de novia?

—¡Yo qué sé! Dice que a la pobre la anduvo entreteniendo durante muchos años.

—¡Anda, peor hubiera sido que la anduviera aburriendo!

—Pues también es verdad, mire usted por dónde.

La señorita Ramona siempre dijo que Angustias era un mueble de pino.

—Es como una mesa de noche de pino del país y a lo mejor, ni eso. Angustias fue siempre muy cortita, es la verdad, hay mujeres que ni pertenecen siquiera a la especie humana, Angustias es ganado, es como una vaca marela.

Cada cual se defiende como puede, Feliciano Vilagabe salió escapando, en esto no se sabe nunca cómo acertar porque cada caso tiene sus características especiales.

—¿Se acuerda usted de Medardo Congos, aquel veterinario pontevedrés que calzaba un alza de a palmo y hacía trampas en el tute?

—Sí, ¿no voy a acordarme?

—Bueno, pues ése hizo lo contrario, ése no escapó, se le escapó la mujer y él dio un banquete a más de cien personas para celebrarlo, se gastó un dineral. No creo que mi esposa se atreva a volver después de esto, decía a los amigos, ¡si vieran ustedes la paz que dejó cuando se fue!

Medardo Congos había heredado de su padre, que fue torrero de faro, una jaula con una gaviota disecada dentro.

—Se llama Dulce Nombre, en recuerdo de una novia que tuvo mi buen padre antes de matrimoniar con mi santa madre, que en paz descansen ambos, aquéllas eran costumbres patriarcales y no las de ahora, que son la leche y el relajo.

—¡Repórtese, Congos!

—Dispense.

Teresita del Niño Jesús Mínguez Gandarela, la huida esposa del veterinario, lleva el pelo a lo garçón y fuma delante de los hombres.

—¡Qué descaro! ¿Y a dónde se fue?

—Pues no muy lejos, se fue a Sarria con un zurupeto que baila muy bien el tango y el foxtrot, se conoce que estaba harta de la cojera del marido; la verdad es que hay mujeres que ni las piensan.

Raimundo el de los Casandulfes y yo vimos a nuestra prima Ramona paseando entre los árboles del jardín, iba muy elegante, tan solitaria y altiva debajo de su paraguas, llevaba el perrito Wilde al lado, Raimundo y yo la miramos durante tiempo y tiempo sin decirle nada, ¿para qué? Nuestra prima Ramona llegó hasta el río, estuvo un rato con los ojos clavados en la corriente y después se volvió, siempre muy despacio, hasta la casa. Yo me fui y Raimundo hizo como que llegaba entonces.

—Toma tu camelia de siempre.

—Muchas gracias.

—¿Saliste de paseo?

—No, me llegué hasta el río a ver pasar el agua, hoy hace años que se ahogó mi madre.

—¡Es verdad!

Nuestra prima Ramona sonrió con tristeza.

—¡Cómo pasa el tiempo, Raimundiño! Cuando murió mi madre yo era una chiquilla, tenía trece años y sentí que el mundo se me caía encima, el mundo no se cae jamás encima de nadie.

—No.

—Todos envejecemos y con los años se nos quitan muchos humos y muchas soberbias.

—Sí.

—También muchas manías.

—También.

Nuestra prima Ramona estaba rara, Raimundo la veía bellísima.

—Déjame sola, tengo ganas de llorar.

Teresita del Niño Jesús, en Sarria, cuando se arrimó a Filemón Toucido Rozabales, notario sin los papeles en regla, se comportó de modo ejemplar, se conoce que para confundir al paisanaje.

—Hay que organizar tres asociaciones: el ropero de los pobres, la gota de leche y el fomento de las vocaciones tardías.

—Claro. Y le pedimos la bendición a Su Santidad para que nada nos falte, las cosas hay que hacerlas bien desde el principio.

—También podríamos fundar un patronato para llevar a las jóvenes descarriadas al buen camino del que nunca debieron apartarse.

—Naturalmente. Y otro para la integración de los gitanos en la sociedad cristiana y española y en el seno de nuestra sacrosanta religión católica.

A doña Asunción Trasparga de Méndez le llaman Choniña la Dulce porque está casada con el dulcero Méndez, Filomeno Méndez Vilamuín. Choniña la Dulce preguntó tímidamente,

—¿Y nos llegarán los cuartos?

—¡Ay, hija, qué aguafiestas!

Cuanto Teresita del Niño Jesús se sintió segura, poco a poco se siente seguro todo el mundo, es la ley natural, empezó a olvidarse de las asociaciones benéficas, ¡a la mierda los pobres!, ¡esto de la gota de leche es una leche!, ¡al que le den a destiempo las ganas de irse cura, que se joda y baile!, ¡las jóvenes descarriadas a disfrutar, que la vida es corta!, ¡los gitanos, con la cabra y la mona!, iba diciendo que cuando Teresita del Niño Jesús empezó a sentirse segura, rompió a putear con entusiasmo. Toucido procuraba tranquilizarla un poco pero con dudoso resultado.

—Tú haz lo que quieras, Teresita, pero no alborotes ni des tres cuartos al pregonero, no veo la necesidad de la fornicación a bombo y platillo y a la vista de todo el mundo, dando escándalo y pregonando la vida disoluta, piénsalo y ya verás como tengo razón, yo soy un hombre moderno, tú lo sabes, pero la paciencia también tiene sus límites.

—¡Claro! Perdóname una vez más, Filemón, amor mío, es que no puedo evitarlo, tú no me dejes sola nunca. ¿Me vas a llevar a bailar?

A Teresita del Niño Jesús le gusta lucir pamela y jugar al diábolo.

—Pero ¿tú crees que tienes edad?

—¡Anda! ¡Y por qué no!

Teresita del Niño Jesús fabula más deprisa de la costumbre.

—Me gustaría que te hubieran cortado las dos piernas como a Marcos Albite, vida mía, para cogerte en el colo y ponerte a hacer pipí a la puerta de la calle con la pichola fuera, para que viera todo el mundo lo mucho que te quiero y lo bien que te cuido, te tengo como a un marqués.

—¡Calla, mujer! ¡Qué disparate!

—No es ningún disparate, rey mío, ¡a ti sí que te quiero y no a Congos!

—Bueno, muchas gracias, ¿por qué no duermes un poco?, estás algo excitada.

Choniña la Dulce es hacendosa y mira por la economía doméstica.

—¿Y no le gusta el bureo?

—¡Mujer, eso sí! ¡Eso nos gusta a todas!

Choniña la Dulce se entiende con dos empleados de la dulcería de su marido, el hojaldrista y el oficial de pala, se deben respetar siempre las categorías y denominaciones profesionales, los dos tienen el fornicio alegre y jacarandoso, pero como es discreta ninguno sospecha que sus encantos no los goza en exclusiva sino en comandita.

—¡Soy toda tuya, amor! ¡A nadie podría querer como a ti te quiero!

Robín Lebozán se sienta en la mecedora y lee en voz alta todo lo que antecede.

—¡Ya lo creo que me gané un café y un coñac! Si encontrase chocolatinas, es ya algo tarde, se las llevaría a Rosicler para que engordase un poco. ¡Mira tú que es manía eso de meneársela al mono de Moncha! ¡A las mujeres no hay Dios que las entienda!

Robín Lebozán tiene muy buena facha, de casta le viene al galgo, en su casa llevan lo menos cinco generaciones comiendo caliente.

—A las cosas no hay que darles demasiada importancia, la gente defiende más el escalafón que la verdad porque ésta es siempre relativa.

Robín Lebozán lía un pitillo.

—Este tabaco trae más palos cada día que pasa, en fin, ¡qué vamos a hacerle!

Robín Lebozán mira por la ventana, los maíces están mojados y por el camino sube un mozo en bicicleta.

—Sí, Poe tiene razón, nuestros pensamientos son lentos y marchitos, también monótonos, y nuestros recuerdos son traidores y marchitos y están oxidados como navajas, se conoce que son así, debe ser su naturaleza.

Azorín estrena La guerrilla en el teatro Benavente, de Madrid, con éxito lisonjero, la costumbre es estrenar con éxito lisonjero, ¡qué estupidez!

—Se vive con el pensamiento, el recuerdo es como el guiderope de los globos, que va arrastrando.

Ramona Faramiñás tiene una radio de siete válvulas marca Telefunken que le costó mil pesetas, la pone poco pero es muy buena, de lo mejor que hay. Policarpo el de la Bagañeira es capaz de amaestrar todo lo que le echen, bueno, todo no, con el jabalí no puede, el jabalí no tiene juicio y es incapaz de entender, tampoco le da la gana, el jabalí es como si tuviera los sesos de estopa o de piedra pómez. Cuando las cosas comienzan a estar confusas, lo mejor es enconcharse y esperar a que escampe. A Policarpo el de la Bagañeira le faltan tres dedos de la mano derecha, se los arrancó un caballo una vez que fue al curro, hace un par de años o tres, quizá más, quizá cuatro o cinco. Hay días que parece como querer salir el sol, después se vuelve atrás y todo sigue como estaba. Robín Lebozán no quiere escribir un diario porque tampoco quiere reconocer que el hombre es bestia muy hirsuta y gregaria, muy aburrida y aficionada a advenimientos y milagros, lo peor de los golpes de timón muy fuertes es que desequilibran los gustos y los pulsos e incluso las conciencias, el jabalí trota siempre por el mismo sendero y por eso se le puede matar a cuchillo, Policarpo el de la Bagañeira lleva matados catorce o quince, uno se le escapó malherido pero como no lo encontró no lo cuenta, no da lo mismo que se muera un barbero temblón que un general de caballería lleno de condecoraciones y soberbias, Robín Lebozán tiene lecturas y muy buena memoria y se sabe los Episodios Nacionales de corrido. Lázaro Codesal murió en Marruecos sin pena ni gloria, también sin comerlo ni beberlo, en la posición de Tizzi-Azza, esto es lo malo que tienen las guerras, que enseguida empiezan a oler a rancio o a alcanfor, tanto tiene. Gaudencio Beira toca el acordeón muy bien, lo mejor que sabe, Gaudencio Beira es ciego y lleva ya varios años tocando el acordeón en la casa de putas de Pura Garrote, la Parrocha, los cabritos más jóvenes le llaman doña Pura. Benicia es sobrina del ciego Gaudencio y según dicen tiene los pezones como castañas, yo no lo sé. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, es como una mata de tojo con sus flores doradas, cada rincón del mundo tiene su medido equilibrio y su pirueta serena, no es prudente querer cambiar nada, a Catuxa Bainte le gusta pasear por el monte con las tetas mojadas, hace bien. Baldomero Afouto, va ya para dos o tres años, desarmó a una pareja de la guardia civil, Baldomero Afouto lleva tatuada en el brazo una mujer desnuda con una serpiente enroscada todo alrededor, a las mujeres les impresiona mucho, Afouto no cumplió aún la treintena pero no le anda lejos, sus padres murieron en un choque de trenes, no aplastados sino asfixiados. Tanis Perello tiene todavía más fuerza que su hermano Afouto y que nadie, Tanis Perello es capaz de derribar a un buey de un puñetazo. Ádega es la madre de Benicia, Ádega toca el acordeón casi tan bien como su hermano, la pieza que mejor le sale es la polca Fanfinette, el marido de Ádega, digo, de su hija Benicia, se llama Apóstol Braga Mendes y puede que se haya vuelto a Portugal, por aquí no asomó y Ádega, quiero decir Benicia, ignora si sigue casada o está ya viuda, la verdad es que tampoco le importa demasiado. Acaba de morir el rey Jorge V, descanse en paz, le sucede en el trono el príncipe de Gales. Ádega es la memoria de la tierra hasta donde alcanza la vista, después ya viene el reino de León, el confín de Portugal, el extranjero y la tierra de moros, la raya del monte se borró hace ya mucho, nadie recuerda por dónde iba. Por primera vez es derrotada nuestra selección de fútbol en territorio nacional: España 4-Austria 5. También ha muerto Rudyard Kipling, están pasando cosas muy raras y desorientadoras, es como si se hubiera perdido el buen concierto de las esferas.

—¿Qué dice?

—Lo que oye: es como si se hubiera perdido el buen concierto de las esferas, lo dijo el padre Santisteban el año pasado, en el sermón de las Siete Palabras.

Ádega habla bien el castellano y sabe quitar o mal do aire a las criaturas: Señore mío Don Cristo, sanador de mi dolencia, no atopo cosa de gusto, ni nada que me adivierta, sólo me falta Don Cristo pan y vino de tu mesa. Entra el médico divino por la puerta del dolor, pidiendo a Dios su destino, dándole aliento y amor, junto a la cama se sienta y le dice: —Meu irmán, ¿de qué mal enfermo estás?— Estou cheo de pecados, mi cuerpo es como una lepra. —Toma, come de mi pan, de mi sangre también bebas y con esto, meu irmán, ya te podrás poner bueno. Xan Amieiros midió mal las distancias y murió a palos, con siete palos bien dados, uno en cada sentido y dos mismo en el alma, se puede matar a un hombre, es cuestión de acertarle. Manecha, en cueros, parecía una potra y además no tenía frío nunca, su hermano Fuco gastaba sólo un ojo pero corría como un ciempiés, el abuelo se apartó al Brasil y se hizo una fotografía que pone por detrás: F. Villela, Photographo de A Casa Imperial do Brazil, 18 Rúa do Cabugá 18, Pernambuco, en la foto está muy bien, va de bigote, corbata de lazo y bastón, y se apoya en el respaldo de una silla con elegancia, también lleva los pantalones algo arrugados, si el abuelo no hubiera tundido a golpes a Xan Amieiros, a lo mejor nosotros seguíamos corriendo caballos por estas trochas.

—Lo más probable. Y Manecha Amieiros no hubiera tenido un nieto subsecretario.

—Eso.

Apóstol Braga se curó la epilepsia con el vinagre de los cuatro ladrones, que lleva ajo, mostaza del diablo y resina. A Roque Gamuzo le llaman Crego de Comesaña porque sí, porque crego no es, la fama de las vergüenzas de Roque Gamuzo y de sus fieros calibres llega hasta muy lejos, dicen que hasta Aragón o más, hasta Cataluña y el mar Mediterráneo. Ádega no suele contar lo que pasó pero lo conoce bien, ya lo creo que lo conoce bien, mejor que nadie, para mí tengo que algunas de las cosas que dice se las oyó a Robín Lebozán.

—Los gallegos hubiéramos arreglado esto en menos de una semana pero ¡qué quiere!, se metieron quienes usted sabe, Raimundiño dice que los aventureros, los patriotas, los jugadores de ventaja, los mesías y los mártires de la China y del Japón, y ya ve usted cómo acabó todo: con el país ahogado en sangre, con el personal famento y merdento y con la gente sin atreverse a mirar los unos para los otros; la mirada hay que poder mantenerla sin tener que bajar la vista ni cambiar los ojos para otro lado, quiero decir sin que le dé la vergüenza y sin miedo a que le adivinen a uno los resabios más escondidos, las cosas las entendieron mal, no se trataba de azuzar a nadie contra nadie sino de echar agua al fuego de los malos propósitos, hay que dejar vivir a la gente a su aire y esto no se supo hacer, tampoco se quiso consentir, los escribientes de las oficinas no fueron cómplices pero a lo mejor sí fueron encubridores, el miedo no es buen consejero y las navajas y las pistolas se esconden siempre en los bolsillos miedosos. Usted, don Camilo, viene de gallos del monte, de gallos bravos y peleones, y ésos a veces no mueren en la cama, no les da tiempo, pero no importa porque de algo tienen que morir los hombres, aquí en el país no han de quedar para semilla, descuide. Su abuelo y Manecha Amieiros se veían en la cueva del pinar das Bouzas, su abuelo vivió mejor que usted, con más fundamento, usted es más alto y va bien vestido, hasta lleva corbata de seda y reloj de oro, pero su abuelo vivió mejor que usted, era pequeño de estatura pero valiente como un león y vivió mejor que usted y que nadie.

Es difícil que alguien pueda tener las nueve señales del hijoputa, siempre han de faltar un par de ellas.

—¿Y el Moucho tiene todas?

—Puede que sí.

Xila pesca truchas buceando el río, las coge con la mano cuando se aculan en un hoyo o debajo de una piedra, eso está prohibido por la ley pero no importa, Xila es nieta de Ádega y tiene la mirada viva, el andar gracioso y saltarín, doce años y buena salud, su abuela dice que aún no empezó con las cochinadas, puede que sí y puede que no. Los curas deben tener hijos para escapar de la lujuria y también para confesar a las mujeres sin decir parvadas, los curas han de ayudar a la gente en vez de asustarla, bueno, ¡que hagan lo que quieran, allá cada cual con su conciencia! Celestino Carocha y Ceferino Furelo son curas y además tienen buenas intenciones, buenas inclinaciones, Celestino y Ceferino son hermanos gemelos, Celestino es cazador y Ceferino pescador, los curas y los toreros no llevan bigote, son muy respetuosos.

—Era yo rapaza cuando en Bouza da Fondo se ahorcó un ahorcado tan bien y con tanta limpieza que los chiquillos se le columpiaban de los pies, estuvieron columpiándose un día entero, hasta que llegó don León y mandó a la guardia civil que los escorrentase.

Ádega es hermana del ciego Gaudencio y tía o medio tía de los Gamuzos y de Lázaro Codesal, fue lástima que Lázaro muriera porque era muy decidido, muy echado para adelante, y si no que se lo pregunten al marido que le salió al paso en la Cruz del Chosco. La raya del monte la borraron los moros para poder decir a los cristianos: hasta aquí llegan las higueras y de aquí no pasan, es la ley de Mahoma que nadie puede desobedecer. No hace falta tocar ninguna música, ni de oído ni de solfa, Benicia es igual que una perra salida y sabe cantar tan bien como el jilguero, Benicia tiene las tetas pequeñas y los pezones grandes, Benicia le aguanta bien las embestidas al cura de San Miguel de Buciños, que vive rodeado de moscas, que va envuelto en moscas, a lo mejor las cría debajo de la sotana.

—Usted empuje sin miedo, don Merexildo, que la cona de una servidora es de primera, usted páselo bien.

A Cidrán Segade, el difunto de Ádega, o sea el padre de Benicia, lo tuvieron que matar sin mirarle a la cara, de haberlo mirado ni lo matan, no se hubieran atrevido.

—¿Usted cree que los que andan matando gente les miran a la cara?

—Habrá de todo, digo yo. Después de muertos, sí, y tampoco es seguro; aún de vivos, depende.

Lucio Segade, el hermano de Cidrán, que tuvo muchos hijos varones, decía que había que estar siempre mirando para ellos para que no descarriasen.

—Déjese de coñas, si los muchachos son pitañosos y no pueden aguantar la luz, o sudan más de la cuenta, o tienen las manos temblonas, o se pasan todo el tiempo rascándose, lo mejor es tirarlos por un barranco abajo, lo que aquí hacen falta son personas de carne y hueso y no fantasmas, si los hombres fuesen más hombres no habría tanto criminal.

Purina Moscoso, la mujer de Matías Gamuzo, Chufreteiro, murió tísica, era muy lánguida y espiritada y murió tísica, Chufreteiro no tiene hijos y mira por sus hermanos Benito, que es sordomudo, y Salustio, que es inocente, Chufreteiro juega muy bien al billar, hasta podría hacer exhibiciones.

—¿Y a las damas?

—También, y a las cartas y al dominó, Chufreteiro juega bien a todo.

Casimiro Bocamaos Vilariño y Trinidad Mazo Luxilde, su mujer, se llevan como el perro y el gato, se llevan a matar, no se separan por los hijos, ninguno de los dos quiere quedarse con ellos, Casimiro es el sacristán de Santiago de Torcela, también hace de enterrador, cría dos vacas y unos cerdos que tiene y sacha las leiras, Casimiro anduvo por medio mundo pero no se le dieron bien las cosas y volvió, Trinidad casó muy joven y tuvo quince hijos, Trinidad está medio ida, se conoce que la maternidad no le prueba, lo que pasa es que cuando se dio cuenta ya no había remedio. A Trinidad le gustaría vivir donde no la viera nadie y morir sin avisar.

—Si te quedas con la tropa de chiquillos me voy sola al monte, a mí no me da miedo.

—No, los hijos los tuviste tú, los hijos son más tuyos que míos y yo bastante hago con no echarme otra vez a rodar por el mundo abajo y mandaros a todos a la mierda.

Robín Lebozán piensa a veces en los sucesos.

—Las matanzas están organizadas para la desilusión y el remordimiento y, a menos remordimiento, más desilusión, es lo de siempre, repásese la historia desde el imperio romano hasta nuestros días, las matanzas no arreglan nada y estropean muchas cosas durante mucho tiempo, a veces estrangulan dos generaciones o más y siembran el odio por donde pasan.

Robín Lebozán quiere que la señorita Ramona lea el Quijote.

—Déjame en paz, a mí me gustan más los versos, el Quijote es muy aburrido.

—No, mujer.

—Sí, a mí me gustan más los versos de Rosalía y de Bécquer.

—¿Tú sabes que hace ahora cien años que nació Bécquer?

—No, no lo sabía.

A la taberna de Rauco llegan noticias muy confusas, un viajante de comercio cuenta fantasías increíbles, sublevación de generales y movimiento de tropas en Marruecos, la radio también da informaciones que no se entienden bien y con frecuencia suenan marchas militares y pasodobles toreros, la frontera que los separa no es fácil de señalar, esto que se oye ahora no sé lo que es, esto otro es Los voluntarios, ¿qué bonito, verdad? Chufreteiro gana un buen jornal en la fábrica de ataúdes El Reposo, él da muchas gracias a Dios porque se puede ganar la vida honradamente. A Rosalía Trasulfe le llaman Cabuxa Tola pero es muy amarga y cuerda y va siempre con el sentimiento por delante.

—Es verdad que me acosté con el muerto, ¡qué pasa!, pero mira cómo acabó, tú sabes bien cómo acabó, a quien anda haciendo el mal al final lo cazan, ¡vaya si lo cazan!, que hable Ádega si quiere, siempre fue buena amiga y mujer muy cabal y de confianza.

No es bueno que deje de llover de repente, por aquí no deja de llover de repente casi nunca, deja de llover poco a poco, casi sin que se dé cuenta nadie de si llueve o no llueve, el sordomudo Benito Gamuzo, Lacrau, va de putas una vez al mes y no mira para el dinero, él se gasta lo que sea preciso, para eso trabaja, Benitiño Gamuzo suele estar muy contento, las cosas le van bien, tiene salud y le sobra siempre una peseta, a Benitiño Gamuzo se le conoce la alegría en que gruñe como las donicelas y sonríe, es una lástima que no pueda hablar porque lo más seguro es que pudiera contar cosas muy divertidas, en cambio a Salustiño Mixiriqueiro, el hermano parvo, parece como si siempre le estuvieran doliendo los oídos. A Ádega, después de la guerra, la llevaron a ver el mar, la llevaron a Vigo.

—¿Y eso que se ve enfrente es América?

—No, eso que se ve enfrente es Cangas.

—¡Pues vaya!

Ádega fue a la playa de Samil pero no se bañó, ella es de tierra adentro y no tiene costumbre, el bando que regula los bañadores es muy preciso: el traje debe ser de tela no transparente y cubrir el cuerpo sin ceñirlo, los de las mujeres llegarán hasta la rodilla, o bien enteros o compuestos de blusa y falda, usarán además pantalones que deberán llegar asimismo hasta la rodilla, el escote será de modo que nunca pueda separarse del cuerpo, las mangas irán tan ceñidas que en ninguna ocasión un movimiento brusco descubrirá la axila, queda terminantemente prohibido tumbarse en la arena aun llevando el cuerpo cubierto con albornoz, no obstante estará permitido sentarse.

Cabuxa Tola también sabe amaestrar pájaros y bestias, unos animales son más fáciles que otros, esto pasa siempre, a su madre la preñaron a caballo en la tronada de San Lourenciño de Casfigueiro, a las hijas engendradas así les obedecen todos los animales sin dejar ni uno, a los hijos, no, ésos salen corrientes y depende de la habilidad. Fabián Minguela gasta chapeta de piel de puerco en la frente, parece como si llevara un parche, y tiene el pelo ralo y la frente buida, vamos, que se le ve bastante que es un hijoputa, el mayor castigo que arrastran estos sujetos es que se les nota la condición por más que quieran disimularla, todos los zapateiros trabajan sentados pero gracias a Dios no todos son Carroupos, los hay muy decentes y respetables.

—¿Y de dónde salieron?

—Eso no lo sabe nadie.

A Moncho Requeixo Casbolado, o sea Moncho Preguizas, lo que más le gusta de todo el mundo es Guayaquil.

—Es todavía mejor que Ámsterdam, distinto pero mejor, ¡ya lo creo!, en Guayaquil tuve una novia que me sacaba brillo a la pata de palo dándole con cera rebajada con trementina, se llamaba Flor de Oro Cotocachi López y era muy linda, algo tetona pero muy linda, no sé lo que habrá sido de ella, lo más probable es que se haya muerto, allí se muere todo el mundo.

Una vez hace ya mucho tiempo las gemelas Méndez Cotabad, siendo aún niñas, no volvieron a casa hasta pasadas las nueve de la noche, a las dos se les habían roto las gafas y las dos traían el delantal sucio de moras y las trenzas llenas de gavilanes de cardo, la madre les riñó mucho, las bañó, ¡traéis hormigas hasta en la barriga!, y las acostó sin cenar.

—Así os servirá de escarmiento. Y que no se entere vuestro padre porque os daría un par de azotes a cada una.

Beatriz le había dicho a Mercedes,

—¿Vamos a moras y morodos?

Y Mercedes le respondió,

—Vamos.

Después se distrajeron y se les echó la noche encima, la cosa tiene fácil explicación.

—¿Reñiste a las gemelas?

—¡Claro! Les dije que tú no sabías nada y las acosté sin cenar.

—¡Mujer, dales por lo menos un plátano y un vaso de leche!

En la playa de Bastianiño, según dice Moncho Preguizas, encontró unas almejas muy raras y con la concha de cristal de roca color caramelo, las curuchetas curuchiñas, que no se pueden comer porque son muy venenosas pero que si se les da aliento, se abren y de ellas sale volando una meiga pequeñita y difícil de cazar porque corre mucho y vuela muy alto, sin embargo los de Lugo sí saben cazarlas, a los de Orense se nos da peor, las secan en la lareira y después, cuando crecen y llegan al tamaño de las mujeres, las ponen a servir. Ádega fue medio novia de Moncho Preguizas, después lo dejaron.

—Al que vierte la sangre Dios le corta la sangre y lo degüella o lo hace morir echando sangre por la boca, Dios no perdona al criminal y aunque se esconda debajo de las piedras lo encuentra siempre, Dios tiene mucha memoria y para eso inventó el infierno.

Raimundo el de los Casandulfes encuentra a Fabián el Moucho muy engallado.

—No vayas a hacer ninguna barrabasada, Fabián, mira que por aquí nos conocemos todos bien, esto es muy pequeño.

—Yo hago lo que me da la gana y a ti no te importa.

—Bueno.

Raimundo le dice a nuestra prima Ramona que anda preocupado porque las cosas están tomando mal cariz.

—Baldomero Afouto no quiere esconderse, para mí que se equivoca, la gente con un arma en la mano siempre acaba haciendo disparates, lo mejor sería mandarlo a Cela, a casa de los Venceás, pero no quiere ir, ya hablé con él y no quiere ir, tú sabes que Cela está mismo en la raya de Portugal.

Los lulús tienen mala vejez, espelexan demasiado, el perro Wilde está ya viejo, Raimundo le regaló a nuestra prima Ramona un galgo ruso que atiende por Zarevich.

—¿No habrá que cambiarle el nombre?

—No, mujer, no creo, vamos a ver qué pasa.

El gato King tampoco es ya ningún niño, como está capado tiene poco desgaste y aguanta bien los acontecimientos, el guacamayo Rabecho se pasa el día subiendo y bajando por la percha, los colores de la pluma no le brillan demasiado, se conoce que esta luz le va mal, el loro no tiene nombre, se llamaba Rocambole pero de repente se quedó sin nombre, ¡cosas que pasan!, el loro cuando no tiene frío dice lorito real, lorito real, para España y no para Portugal, es un loro que varía poco, también sabe la letanía del Santo Rosario.

—Yo creo que las mujeres tendrían que ir a las guerras, sería la forma de acabar con las guerras, las mujeres están más con los pies en el suelo que los hombres, tienen más sentido común, son más listas y prácticas y pronto verían que las guerras son un disparate en el que se pierde todo: la razón, la salud, la paciencia, los ahorros y hasta la vida, en las guerras todos pierden algo y nadie gana nada, ni siquiera el que gana la guerra.

—Te veo muy pesimista.

—No, mujer, lo que estoy es preocupado.

—¿Quieres que apague la radio?

—Sí, pon unos discos en la gramola.

—¿Tangos?

—No, valses.

El murciélago es musaraña de mucho instinto y acomodo, los murciélagos llegan hasta donde nadie se atreve a llegar, los murciélagos tienen un pie en el aire de la tierra, como los demonios que andan a la caza de almas, y el otro en el aire del infierno, como los demonios que andan a la administración de almas, los murciélagos a veces llevan un vampiro en el corazón.

—Siga.

Bueno, seguiré, los enfermos, los presos y hasta los muertos son siempre los mismos, ¡allá usted con sus manías, sus remordimientos de conciencia, sus atriciones y contriciones y su dolor de corazón! La muerte cuelga de las vigas más altas y a oscuras, más enmohecidas y apolilladas, da grima ver a la muerte balanceándose como un ahorcado sobre una mancha de aceite que parece la península Ibérica.

—¿Quieres bailar?

—Después.

Los pálidos anduvieron sembrando muertes con la regadera de la muerte pero, cuando Dios quiso, también empezaron a morir y quienes habían llorado pero seguían vivos, el hombre es animal que aguanta mucho, sembraron una abeleira por cada pálido muerto para que el jabalí tuviera siempre avellanas frescas. El mono Jeremías está cada vez más tísico y vicioso, tampoco toda la culpa es suya, la señorita Ramona se siente incapaz de defenderlo del asedio de Rosicler.

—Te dije mil veces que no se la menees más al mono, ¿no ves que el pobre tose sin parar?

La tortuga Xaropa lleva meses escondida, hasta que llegue el calor no se enseñará, y el caballo Caruso aguanta bien, es la única bestia no morriñenta de toda la casa, Etelvino lo saca todas las mañanas a que estire un poco la musculatura, también lo cepilla. Por las tardes, en cuanto se pone el sol, doña Gemma le dice a su marido,

—Dame un poco de anisado, Teodosio, que estoy que no aliento. Y tú mete la cabeza en una bolsa de hule y si no puedes respirar, pues mira, ¡peor para ti!

Doña Gemma no es simpática ni generosa pero sí sucia y beata, váyase lo uno por lo otro, doña Gemma tuvo un pasado tumultuoso pero ahora lee Los gozos de las madres. Meditaciones para la mujer cristiana, por el Rvdo. P. Zaqueo Mantecón, Pbro., Huelva, 1920. Doña Gemma sufre prurito anal que combate con baños de asiento de camomila.

—Para mí tengo que el anisado no te prueba, Gemma, eso te tiene que irritar el ojete.

—¡Tú, calla!

—Bueno, como quieras, el picor es tuyo. ¡Qué horror, qué modales!

A don Teodosio, en la pila bautismal le pusieron Casiano pero después, cuando lo del sacramento de la confirmación, le cambiaron el nombre. Doña Gemma y don Teodosio viven en Orense, en la plaza de San Cosme, en el piso donde murieron los padres de ella, la casa está infestada de cucarachas, parece la selva, y el retrete lleva más de diez años atorado, hay que echar dos cubos de agua y ayudarse con una escoba, las baldosas de la galería pintan rayas, ángulos y cruces, cada baldosa tiene cuatro rayas y cuatro ángulos y cada ángulo está formado por dos rayas que al prolongarse dibujan tres ángulos más, uno al norte (o al sur), otro al este y otro al oeste, don Teodosio procura no pisar raya, ni ángulo, ni cruz y, claro es, marcha siempre escorado y en zigzag, cuando don Teodosio va a casa de la Parrocha pasa directamente a la cocina.

—¿Está Visi?

—Está ocupada, don Teodosio, no creo que tarde porque lleva ya un buen rato con don Ezequiel, el del Monte de Piedad, ¿quiere usted que le llame a la Ferminita?, don Ezequiel es un poco pesado.

—No, no, prefiero esperar, muchas gracias.

—Como guste, usted manda.

Gaudencio toca el acordeón con tristeza, las notas no le salen tan limpias como de costumbre, Gaudencio lleva unos días triste y medio preocupado.

—¿No se habrá vuelto loca la gente?

—No sé, muy cuerda no parece estar.

Doña Gemma es natural de Villamarín, sus padres tenían una fábrica de sifones y gaseosas, Espumosos Vilela, y otra de lejía, La Sobreirana, y se defendieron bien y con holgura hasta que don Antonio, el cabeza de familia, inventó el jugo de carne Excavacón, extracto carne vacuno concentrado, y la inspección de sanidad le cerró la fábrica porque usaban perros y lagartos, eso le llevó a la ruina. En casa de la Parrocha tienen innúmeras consideraciones con don Teodosio.

—¿Quiere usted que le llame a Marta la Portuguesa para que se vaya calentando?

—¡Mujer, muy agradecido! ¡Usted siempre tan detallosa y amable!

—¡No diga, don Teodosio! Lo único que servidora desea es complacer a los buenos amigos.

Visi es de Penapetada, en la Puebla de Trives, pero habla con acento andaluz, todavía no le sale demasiado bien pero ya irá aprendiendo. La Parrocha tiene tres colecciones muy valiosas, una de abanicos, otra de sellos y otra de monedas de oro, se las dejó en testamento don Perpetuo Carnero Llamazares, del comercio de la ciudad de León, por los entresijos de las ramerías se cuelan sucesos muy raros, es una pena que esa historia se quede sin escribir, la Parrocha no tiene pensado el destino que dará a las colecciones cuando muera.

—¡Si me diese con alguien de confianza para nombrarlo heredero universal! Hijos no tuve y mis sobrinos no quieren saber nada de mí, ¡peor para ellos! A un señor no se lo puedo dejar, claro, ni al cabildo tampoco, ¡menudo lío!, al final acabaré dejándoselo a las niñas, que lo vendan todo y se repartan los cuartos; a mí me gustaría que me enterrasen con los abanicos, el mantón de Manila y las monedas de oro, con los sellos no, pero acabarían robando la sepultura.

—Eso no lo dude.

A Gaudencio le piden pasodobles, muchos pasodobles, los caballeros gritan ¡viva España! y piden pasodobles, muchos pasodobles, mientras las mujeres ríen, unas con cachondeo y otras con resignación.

—Quítate el sostén.

—No me da la gana.

Rómulo y Remo, los cisnes del estanque de la señorita Ramona, se llegan hasta el río por las mañanas, a veces pescan algún pez que engullen entero, empiezan a digerirlo antes de haberlo matado. Si dejara de llover de golpe nos quedaríamos todos muy desorientados, don Jesús Manzanedo también era buen cliente de la Parrocha, cuando empezó a hacer de hiena en las madrugadas don Teodosio dejó de saludarlo, no le retiró el saludo, no es eso, sino que lo fue dejando de saludar poco a poco, en esto hay un matiz.

—¿Ha oído usted algo, Pura? ¿Ha oído lo que se anda diciendo por ahí?

—Yo soy ciega y sorda, don Teodosio, yo ni sé nada ni quiero saber nada, para mí que la gente ha loqueado toda al tiempo, no hay otra explicación, ¡que Dios nos coja confesados!

A Gaudencio se le secó la garganta.

—¿Me traes una gaseosa?

—Sí.

Don Jesús Manzanedo es muy cuidadoso, el orden es el orden, y apunta las muertes en una libreta, número en su cuenta particular, fecha, nombre y apellidos, profesión, lugar e incidencias, casi nunca hay incidencias: n.° 37, 21 oct. 36, Inocencio Solleiros Nande, empleado de banca, Alto del Furriolo, murió confesado. Inocencio Solleiros Nande era el padre de Rosicler, ¡también es ocurrencia ponerle Rosicler a una hija!

—¿Pero usted cree, doña Arsenia, que es razón bastante para mandarle a uno para el otro mundo?