Llueve mansamente y sin parar, llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida, llueve sobre la tierra que es del mismo color que el cielo, entre blando verde y blando gris ceniciento, y la raya del monte lleva ya mucho tiempo borrada.
—¿Muchas horas?
—No; muchos años. La raya del monte se borró cuando la muerte de Lázaro Codesal, se conoce que Nuestro Señor no quiso que nadie volviera a verla.
Lázaro Codesal murió en Marruecos, en la posición de Tizzi-Azza; lo mató un moro de la cabila de Tafersit, según lo más probable. Lázaro Codesal se daba muy buena maña en preñar mozas, también tenía afición, y gastaba el pelo colorado y el mirar azul. A Lázaro Codesal, que murió joven, no llegaría a los veintidós años, ¿para qué hubo de valerle manejar el palo como nadie, en cinco leguas a la redonda o más? A Lázaro Codesal lo mató un moro a traición, lo mató mientras se la meneaba debajo de una higuera, todo el mundo sabe que la sombra de la higuera es muy propicia para el pecado en sosiego; a Lázaro Codesal, yéndole de frente, no lo hubiera matado nadie, ni un moro, ni un asturiano, ni un portugués, ni un leonés, ni nadie. La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal y ya no se volvió a ver nunca más.
Llueve con tanta monotonía como aplicación desde el día de San Ramón Nonato, a lo mejor desde antes aun, y hoy es San Macario, que trae suerte a los naipes y a las papeletas de la rifa. Orvalla despacio y sin parar desde hace más de nueve meses sobre la yerba del campo y los cristales de mi ventana, orvalla pero no hace frío, quiero decir mucho frío; si supiera tocar el violín me pasaría las tardes tocando el violín, pero no sé; si supiera tocar la armónica me pasaría las tardes tocando la armónica, pero no sé. Lo que yo sé tocar es la gaita, no es propio tocar la gaita dentro de las casas. Como no sé tocar ni el violín ni la armónica, y como la gaita no debe soplarse bajo techo, me paso las tardes en la cama haciendo las porquerías con Benicia (después diré quién es Benicia, la mujer que tiene los pezones como castañas), en la capital se puede ir al cine a ver a Lily Pons, la joven y distinguida soprano, en la interpretación del principal papel femenino de la cinta Sueño demasiado, eso dice el periódico, pero aquí no hay cine.
En el cementerio brota el manantial de agua clara que lava los huesos de los muertos, también el hígado extrañamente frío de los muertos; le llaman la fuente del Miangueiro y en ella se mojan las carnes los leprosos, para encontrar alivio. El mirlo canta en el mismo ciprés en el que de noche entona su solitario lamento el ruiseñor. Ahora ya no quedan casi leprosos; no es como antes, que abundaban mucho y silbaban como lechuzas para avisarse de que andaban los frailes de las misiones buscándolos para darles la absolución.
Las ranas suelen despertarse todos los años pasado San José y su canto anuncia que ya viene poco a poco la primavera con sus malas noticias y sus trabajos. Las ranas son animalitos mágicos y medio supersticiosos; cociendo cabezas de rana, cinco o seis cabezas de rana, con la flor del azúmbar, se obtiene un jarabito que levanta el ánimo y cura la desazón de las novias o escozor de virgo. Las ranas son difíciles de amaestrar porque, cuando se tienen ya casi amaestradas, se pierde la paciencia y se les espachurra de un golpe. Policarpo el de la Bagañeira es quien mejor amaestra ranas de todo el país: ranas, mirlos, donosiñas, raposas, de todo. Policarpo amaestra de todo, incluso lóndregas y lobos cervales, cuando había lobos cervales; con el que nunca pudo fue con el jabalí, que es bestia poco juiciosa y que ni atiende ni discurre. Policarpo el de la Bagañeira, a quien le faltan tres dedos de la mano, vive en Cela do Camparrón y a veces se acerca hasta la carretera para ver pasar el ómnibus de Santiago, en el que siempre van dos o tres curas comiendo higos secos. Policarpo perdió los dedos índice, cordial y anular de la mano derecha a resultas de la mordedura de un caballo, pero con el meñique y el gordo se las va arreglando bastante bien.
—No puedo tocar la gaita ni el acordeón pero ¿qué más me da si tampoco sé?
En Orense, en casa de la Parrocha, hay un acordeonista ciego, debe haber muerto ya, sí, claro, ahora recuerdo, murió en la primavera de 1945, justo una semana después de Hitler, que toca javas y pasacalles para que los cabritos estén entretenidos, yo hablo de entonces; se llama Gaudencio Beira y fue seminarista, lo echaron del seminario cuando encegueció, poco antes de que encegueciera del todo.
—¿Y se da buena maña con el fuelle?
—¡Ya lo creo, la mar de buena! La verdad es que es un verdadero artista, todo esmero y limpieza y sentimiento, que toca con mucha hondura y emoción.
Gaudencio, en la casa de putas donde se gana la vida, ejecuta un repertorio de piezas bastante variado, pero hay una mazurca, Ma petite Marianne, que sólo la tocó dos veces, en noviembre de 1936, cuando mataron a Afouto, y en enero de 1940, cuando mataron a Moucho. No quiso volver a tocarla nunca más.
—No, no, yo sé bien lo que me hago, lo sé de sobras; esa mazurca es medio amarga y no puede andarse jugando con ella.
Benicia es sobrina de Gaudencio Beira y medio prima de los Gamuzos, que son nueve, de Policarpo el de la Bagañeira y del difunto Lázaro Codesal. Por el contorno todos somos más o menos familia, salvo los Carroupos, que ninguno se libra de tener una chapeta de piel de puerco en la frente.
Llueve sobre las aguas del Arnego, que pasan moviendo aceñas y espantando tísicos, mientras Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, pasea en cueros por el outeiro Esbarrado, con las tetas mojadas y el pelo hasta la cintura.
—¡Aparta, mala pécora, que estás en pecado mortal y has de arder en la caldera del demonio!
Llueve sobre las aguas del Bermún, que brinca silbando kiries y lamiendo carballos, mientras Fabián Minguela, o sea Moucho, el pájaro de la muerte, afila su navaja en el asperón.
—¡Aparta, aparta, mal cristiano, que ya te pedirán cuentas en la otra vida!
Raimundo el de los Casandulfes piensa que Fabián Minguela pasea por la vida las nueve señales del hijoputa.
—¿Y cuáles son?
—Ten paciencia, ya las irás sabiendo poco a poco.
El mayor de los Gamuzos se llama Baldomero, bueno, se llamaba, porque ya murió, Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, otros le dicen Fernández, es lo mismo, y se le conocía por Afouto porque era muy decidido y no tenía miedo a nadie, ni vivo ni muerto. El día del Apóstol de 1933, en Tecedeiras, que queda en la carretera de La Gudiña a Lalín, antes de llegar a la mámoa de Corredoira, Afouto desarmó a una pareja de la guardia civil, les ató las manos a la espalda y los entregó en el cuartel, con los mosquetones y previo recibo. A él le dijeron que le iban a dar una paliza, después no se la dieron, y a los dos guardias los echaron a la calle, dicen que por modregos y parvallanes; como no eran del país, no se conoce de dónde eran, se marcharon y nunca más se supo. Afouto lleva pintado un tatuaje muy escandaloso en el brazo, una serpiente roja y azul enroscada en el cuerpo de una mujer desnuda.
Afouto nació en 1906, cuando fuera de la boda del rey Alfonso XIII, y casó a los veinte años con Loliña Moscoso Rodríguez, mujer que tenía tanto temperamento que había que sujetarla a palos. Loliña murió de una manera tonta, pisada por un buey espantado que la aplastó contra la puerta de la corte. Loliña era ya viuda cuando murió, llevaba cuatro o cinco años viuda. Afouto no tiene más que hermanos, ninguna hermana. Los padres de los nueve Gamuzos, o sea Baldomero Marvís Casares, Tripeiro, y Teresa Ventela (o Fernández) Valduide, Cachifa, murieron en 1920, en el famoso choque de trenes de la estación de Albares, murieron más de cien, nada más salir medio abafados del túnel del Lazo, que es como una sepultura sin fondo, como una sepultura que no se llena jamás; por el contorno se dijo que a muchos los enterraron vivos aún, para ahorrarse papel de oficio, pero a lo mejor no es verdad.
El segundo Gamuzo es Tanis, a quien llaman Perello porque discurre el mal muy deprisa. Tanis está casado con Rosa Roucón, que es hija de un consumero de Orense. Rosa le da al anís y se pasa todo el día durmiendo; no es mala, todo hay que decirlo, pero se le va un poco la mano en el anís. Tanis cultiva la tierra y cría el ganado, como su hermano mayor y el que le sigue y como su primo Policarpo el de la Bagañeira, el adiestrador de pájaros y ranas y animalitos del monte; también son besteiros de afición o sea por gusto, no de oficio, se dan mucha maña para acosar caballos por el monte y raparlos y marcarlos en el curro entre nubes de polvo, relinchos de las dos clases (de rabia y de espanto) y sudor, mucho sudor. Tanis tiene buen pulso y siempre gana las apuestas a los forasteros.
—Suelte los cuatro reales que perdió, paisano, y bébase una taza con nosotros, que aquí no queremos criar enemigos. Y recuerde siempre lo que voy a decirle, que consuela mucho: viva Dios e cante o merlo, que tras do vran ven o inverno.
A Perello, cuando viene la calor, aún falta, le gusta meterse con Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, los dos en cueros, en la represa del molino de Lucio Mouro, para abusar de sus carnes medio de culebra y medio de gato montés; bueno, abusar, lo que se dice abusar, Tanis no abusa porque ella ni escapa ni se cansa nunca y además aplaude y aturuxa a cada chapuzón y enguilón. La parva de Martiñá no sabe nadar y es muy chistoso verla darse solagos mientras culea al compás del baile.
Benicia tiene los pezones como castañas pilongas, todos lo saben, como maiolas por San Juan, cuando ya van para viejas. Benicia tiene mucho ardor en la sangre y ni se fatiga ni se aburre jamás. Benicia luce los ojos azules y es muy alegre en la cama, muy cabrona. Benicia estuvo casada, bueno, a lo mejor aún sigue casada, con un portugués medio mariqueiro que hacía títeres por ahí adelante, a veces llegaba hasta más allá de León, pero se le escapó al marido y se vino otra vez para el país.
La madre de Benicia es hermana de Gaudencio, el ciego que toca el acordeón en casa de la Parrocha. Benicia Segade Beira tiene muy poderoso el andar y ríe siempre, es como una bendición. Su madre sabe leer y escribir; Benicia, no, a veces las familias van para abajo y entonces ya no las para nadie hasta que se estrellan o descubren un regato con pepitas de oro, ahora ya no debe quedar ninguno. La madre de Benicia se llama Ádega y toca el acordeón casi tan bien como su hermano; la polca Fanfinette la interpreta con mucho primor.
—Yo le vengo a ser de Vilar do Monte, entre el penedo Sarnoso y el outeiro Esbarrado y sé la leche que mamó cada criatura. Usted, don Camilo, viene de peleones y eso se paga. Su abuelo mató a palos a Xan Amieiros, el molinero del regueiro Pedriñas, y tuvo que apartarse catorce años, se apartó al Brasil, usted lo sabe bien. Yo le vengo a ser de Vilar do Monte, más allá de Silvaboa y de Ricobelo, subiendo y bajando cuestas, pero mi difunto, digo Cidrán Segade, le era de Cazurraque, por debajo de los penedos de la Portelina, que ni se saludaban siquiera con los de Zamairos, se conoce que no les daba el viento, ni la gana, ni la voluntad de Nuestro Señor. Le digo esto para que vea que soy de confianza y no forastera, que ahora anda mucho pillo suelto. ¡Así Dios me confunda si no le juro que hasta podríamos ser parientes! Su abuelo se fue para el Brasil hace más de un siglo, cuando Isabel II. Su abuelo tenía amores escandalosos, usted dispense, eso es lo que dicen, con Manecha Amieiros, que era hermana de Xan y de otro que no recuerdo cómo se llamaba, creo que Fuco, sí, se llamaba Fuco y no tenía más que un ojo, no es que hubiera perdido el otro, no, es que no tenía más que un ojo en mitad de la frente, había nacido así. Su abuelo y Manecha Amieiros se veían en una cueva del pinar das Bouzas en la que instalaron un nido de hortensias secas y una lareira para asar chorizos y también para calentarse. Una noche, los dos hermanos de Manecha esperaron a su abuelo en el recodo del Claviliño, armados uno con un machete y el otro con una tranca de hierro, se conoce que para matarlo, pero su abuelo les echó el caballo encima y los derribó. Fuco, el del ojo, soltó la tranca y salió corriendo como un condenado, pero Xan le plantó cara a su abuelo y se pelearon. Xan le pegó a su abuelo un machetazo en el costado, pero don Camilo, que no era muy grande pero sí bravo, aguantó marea y lo tundió con la tranca del hermano, que escapara como un cagón. Según cuentan, el muerto, cuando le fueron a hacer la autopsia, tenía los pulmones que daba gozo verlos, talmente como agua. ¡Debió llevar una buena malleira!
El tercer Gamuzo es Roque; aunque no es cura le dicen Crego de Comesaña, no se sabe por qué. Crego de Comesaña gasta un carallo descomunal, famoso en todo el contorno y del que se habla incluso más allá de Ponferrada, en el reino de León. El carallo de Crego de Comesaña puede que sea tan orgulloso como el del cura de San Miguel de Buciños, que ya saldrá en esta verdadera historia cuando le toque su tiempo. A los viajeros, cuando se les quiere pasmar, se les enseña el monasterio de Oseira, la huella que dejó el demonio en la loma del Cargadoiro, se ven muy bien sus pisadas de cabra, y la pichola de Roque, que es lo que se dice una bendición.
—A ver, Roque, enséñale lo que tú sabes a estos señores, que son un matrimonio de Madrid. Va una copa de peloura.
—Han de ser dos.
—Bueno, dos.
Entonces Roque se desabrocha la bragueta y deja en libertad el mandado que le cae, como una raposa ahorcada, hasta la rodilla. A Roque, aunque debiera estar ya acostumbrado, siempre le azara un poco el trance.
—Usted dispense, señora, pero así le tiene poco lucimiento. ¡Como todavía no cogió confianza…!
La mujer de Roque, o sea Chelo Domínguez la de los Avelaíños, cuando el marido le dice que se espernanque, que va, le ata una servilleta para que no entre todo y así defenderse mejor.
—¡Válgame San Carallán, y que Dios nos coja a todas confesadas, amén, Jesús!
Ádega sabe bien todo lo que pasó, pero lo estuvo guardando durante mucho tiempo.
—Tampoco puede callar, si tenemos la misma sangre.
—No, señor; ni quiero, ¡ya bastante callé! ¿Quiere tomar un traguito de orujo?
—Sí, claro. Muchas gracias.
Da gusto ver caer la letanía llena de mansedumbre, es como una letanía, oír la paciencia del orvallo sobre el campo, sobre el tejado y contra los cristales del mirador.
—Los papeles los robó mi hermano Secundino en el juzgado de Carballiño, bueno, se los dejó robar el escribiente, Xian Mosteirón, le llamaban Coxo de Marañís, que fue carabinero, porque mi hermano, que no miraba los cuartos, le dio cinco pesos para vicios y más otros cinco para obras de caridad, o sean diez. A Afouto lo mató uno que ya está muerto y bien muerto, eso lo sabe usted mejor que yo y no lo digo por nada. Los de Cazurraque son muy gloriosos, por eso las mujeres nos llevamos bien con ellos, las de Vilar do Monte y las de otros lados, porque la mujer, al final, lo que quiere es que le batan las mantecas. Moucho es de más lejos, bueno, su padre, la familia lleva aquí muchos años pero son de más lejos, para mí que son medio maragatos pero esto no podría jurarlo, bueno, es un decir porque a usted no le quiero engañar. Si se lleva de criada a mi nieta Xila, que tiene ya doce años y para mí que aún no empezó con las cochinadas, le regalo los papeles y más las botas del muerto que mató a Afouto, que valen poco, ya lo sé, pero siempre son un recuerdo. Mi hermano Secundino las tenía llenas de tabaco porque le daban mucha risa; don Silvio, el cura de Santa María de Carballeda, de donde era su pariente el santo Fernández, le llegó a decir que si no enterraba las botas en sagrado se iba al infierno. No le hizo ni caso; mi hermano Secundino no le tenía miedo al infierno porque pensaba que Dios era más amigo de la vida y los alimentos que de la muerte y las hambres. Póngase más orujo, que hace mucho frío.
La primera señal del hijoputa es el pelo ralo, Fabián Minguela luce el pelo ciscado y escaso.
—¿Y de qué color?
—Según, eso va en días.
El cuarto y el quinto Gamuzo, o sea Celestino y Ceferino, son gemelos y se fueron curas los dos, estudiaron en el seminario de Orense y, a lo que dicen, salieron algo virtuosos. A Celestino le llaman Carocha y está en la parroquia de San Miguel de Taboadela. A Ceferino le dicen Furelo, y estuvo en la parroquia de San Adrián de Zapeaus, en término de Rairiz de Veiga, ahora lo trasladaron a Santa María de Carballeda, en Piñor de Cea, donde sucedió al finado don Silvio.
Sí; da gusto ver llover como siempre, y siempre llueve; por el invierno y por el verano, de día y de noche, sobre la tierra y sobre los pecados, para los hombres, para las mujeres y para las bestias.
A Baldomero Afouto no se le podía entrar de cara porque era bravo como el lobo de la Zacumeira; su hermano Tanis Perello levanta un hombre a pulso y sin abrir la boca; su hermano Crego de Comesaña, o sea Roque, es algo vergonzoso; sus hermanos Celestino Carocha y Ceferino Furelo cantaron misa, según ya se sabe, y juegan bastante bien al chamelo y a la correlativa. Carocha es cazador (conejos y palomas torcaces) y Furelo es pescador (pencas y barbos y, con suerte, alguna trucha). Aún quedan cuatro Gamuzos más.
Ádega es mujer precavida pero también dadivosa, de joven debió haber sido muy hospitalaria y cachonda, muy entera y amiga de la parranda.
—Dicen que el muerto que mató a Afouto mató también a mi difunto y a varios más, una docena más, se conoce que el hijo de puta, usted dispense, le cogió gusto al gatillo; yo no lo sé de fijo pero, cuando mataron al muerto, yo le puse una vela al Santo Cristo de Santa María la Real de Oseira. Hay muertos que dan pena, pero también hay muertos que dan mucha alegría, ¿verdad, usted? Otros muertos dan miedo, los ahogados y los apestados, y otros, en cambio, dan risa, sobre todo algunos ahorcados cuando los menea el viento. Siendo yo moza hubo en Bouza da Fondo un ahorcado tan bien ahorcado que los rapaces se le columpiaban de los pies y él, como si nada; cuando vino la guardia civil apartó a los muchachos porque el señor juez era muy serio, era un castellano muy remirado que se llamaba don León y no aguantaba bromas, lo recuerdo bien. Ahora las costumbres se van perdiendo, eso es cosa de la aviación.
El recuerdo de Lázaro Codesal no se borró aún de las cabezas. Ádega no es la única que sabe las historias. Una noche que bajaba de la Cabreira, bajaba cantando, Lázaro Codesal cantaba siempre, para avisar que iba o que venía, lo paró un marido en la Cruz del Chosco.
—Estoy solo y usted también va de palo.
—Aparte, que no quiero barajas. Yo voy por mi camino.
Las cosas rodaron torcidas y los dos hombres se repartieron más de cien palos, a lo mejor doscientos, Lázaro Codesal deslomó al otro, le ató las manos a la espalda y a su propio palo y lo dejó marchar.
—Váyase a casa, a que lo desate su señora. Y otra vez no se meta con la gente de paz, que después pasa lo que pasa.
Entonces aún se veía la raya del monte; si no es por aquel moro traidor, la raya del monte no se hubiera borrado nunca jamás. Aquí no se dan bien las higueras; si fuera rico, buscaría un sitio donde las higueras fueran sanas y recias y compraría cien higueras en memoria de Lázaro Codesal, el mozo que manejaba el palo mejor que nadie, para que los pájaros se comieran todos los higos. Es lástima no ser rico para hacer cosas, ver mundo, regalar sortijas a las mujeres, comprar higueras… Como no sabes tocar el violín ni la armónica, te pasas las tardes en la cama. Benicia es como una cerda obediente, no te dice que no a nada. Benicia no sabe leer ni tocar el acordeón, pero es joven y hace muy bien filloas; también sabe dar gusto, en su momento, y tiene los pezones dulces, grandes y duros como castañas. Ádega lleva la cuenta de los ahorcados.
—El parvo de Bidueiros, que era hijo bravo del cura de San Miguel de Buciños, no se ahorcó, a ése lo ahorcaron para ensayar. El cura de San Miguel de Buciños se llama don Merexildo Agrexán Fenteira y es muy famoso por sus tamaños; cuando arma, ¡que Dios me perdone!, don Merexildo parece que lleva un pino debajo de la sotana. ¿A dónde va usted con eso, padre cura? ¡A ver si me lo amansa la feligresía, cabrón do demo! (O puta do demo, si le hablaba una mujer). Dispense. Oiga, don Camilo, le quiero dar un poco de chorizo para que lo pruebe, le es de mucha confianza y también reconstituyente. Mi difunto Cidrán tenía tanta fuerza porque se tragaba los chorizos enteros; yo le digo que el muerto que lo mató, si no lo mata como a un raposo, no lo mata. Diga usted que a mi difunto le tiraron por la espalda, no le dejaron ni mirar; si le dejan mirar, el muerto que lo mató y su compañía, si iba en compañía, están aún corriendo.
El cura de San Miguel de Buciños vive rodeado de moscas, a lo mejor es que tiene el gusto dulce.
—¿Y no le molestan?
—Sí, pero se aguanta, ¡qué remedio le queda!
Chufreteiro es el sexto Gamuzo, se llama Matías y sabe algo de cartomancia y también hacer juegos malabares. Matías estuvo de azotaperros en la parroquia de Santa María la Madre de Orense, pero después, cuando espabiló un poco, empezó a trabajar en Carballiño, en la fábrica de ataúdes El Reposo, donde gana un buen jornal. Chufreteiro es muy animado y baila con ritmo, canta con buena voz y sin desafinar y juega al chapó con aprovechamiento (hay meses de ganar hasta mil pesetas y aún más). Chufreteiro es muy pavero y ocurrente y cuenta cuentos de Otto y Fritz poniendo acento alemán. Chufreteiro está viudo; su difunta, Purina, que murió tísica, se conoce que la meiga chuchona le enganchó a modo, era hermana de Loliña Moscoso, la del mayor, en esa familia las hijas no duraban demasiado, se morían antes de hartar a los maridos.
—¿Y dejaban mucho desorden?
—Pues, no: el acostumbrado.
Ádega va a buscar chorizo y más aguardiente, el chorizo y el aguardiente de Ádega son de confianza y alimentan mucho.
—Con el parvo de Bidueiros ensayaron y con mi difunto también, pero de otra manera; siempre hay gente muy mala pero entonces, en aquellos años de la guerra, era todavía peor. Dios los tiene que castigar porque así no pueden quedar las cosas; a muchos mandó llamarlos ya y pocos murieron en la cama y como es mandado, con el hijo mayor cerrándole los ojos. Ya ve usted el fin que tuvo el muerto que mató a Afouto y más a mi difunto. Mucho matar, mucho matar, y al final no acertó a salir vivo del Meixo Eiros; el que vierte sangre se acaba ahogando en sangre. Usted sabe mejor que yo, no lo diga si no quiere, que al muerto que mató a Afouto y a mi difunto lo acorraló su pariente y fue a morir en la fuente das Bouzas do Gago, yo no tengo por qué hablar. A Rosalía Trasulfe le llaman Cabuxa Tola porque es muy descarada, lo fue siempre. Rosalía Trasulfe se desabrochó el escote, se quedó con las dos tetas fuera y le dijo al muerto que andaba matando hombres: venga, mame, a mí no me importa, lo que yo quiero es seguir viva. Y ahora dice: de estas tetas mamó el muerto, es verdad, y por otras partes de mi cuerpo también anduvo, pero la que está viva soy yo y además me lavé todo bien lavado, me lavé las tetas y el coño y hasta la voluntad. ¡Da gusto oírselo decir!
Cada Gamuzo tiene su apodo; esto no siempre pasa, pero, a veces, sí. A Julián Marvís Ventela, o Fernández, o sea a Julián Gamuzo, le dicen Paxarolo porque es listo como el rayo, rápido como la centella y muy ocurrente. Paxarolo tiene una relojería en Chantada, bueno, su señora, ése se fue más lejos pero se colocó bien. Paxarolo casó con chantadina viuda y relojera, Pilar Moure Pernas, relojera por carambola a banda: el primer marido de Pilar, o sea Urbano Dapena Escairón, el propietario de la relojería, falleció de cólico, y el negocio lo heredó el hijo de ambos, el Urbanito, que murió de anemia, siempre fue muy canijo, y entonces la relojería pasó a Pilar, ése es el orden que marca el reglamento. Paxarolo y Pilar tienen cinco hijos y tres hijas, todos sanos y relucientes. Las probabilidades de que Paxarolo llegue a ser el amo de la relojería son escasas, eso es bien cierto, pero a él no le importa, él se conforma con ser relojero consorte y ver que sus hijos comen caliente y pueden seguir estudios.
—A Cabuxa Tola le mamó las tetas el muerto que mató a Afouto, a mi difunto y puede que a doce más, pero el hijo de puta está ahora muerto y ni siquiera enterrado, don Camilo, que una mujer, algún día le diré quién, usted cállese que la que habla soy yo, y Dios quiera que no hable más de la cuenta, robó sus restos del camposanto e hizo con ellos lo que jamás podrá saberse como no quiera decirlo. Hay que estar pegado a la tierra, y más vale ser tierra que agua. Cabuxa Tola no tiene nada de tola y vive aún, pienso que con su hija Edelmira, que casó en Sarria con un guardia civil. Tiene mi edad, uno o dos años más que yo, y fuimos siempre muy buenas amigas. A todas las mujeres nos mamó alguien las tetas alguna vez, para eso estamos, que el gusto no nos lo quita nadie, lo que importa es no guardar el asco: un mozo en el pajar y otro en la cuadra, el cura en la sacristía, un feriante en la lareira, el molinero en el molino, un forastero en el monte, el marido cuando le da la gana…, lo que importa es no guardar el asco. De estas dos tetas, cuando estaba criando a mi hija Benicia y eran dos tetas de verdad y como Dios manda, grandes y duras y llenas de leche, también mamó la culebra, pero mi difunto le partió la cabeza con un sacho y la mató, aquí no hay más que difuntos y el viento famento soplando la Marcha Real en los carballos.
Llueve sobre el cruceiro de Piñor y el chorro de Albarona que vigilan los lobos mientras el carro de bueyes de Roquiño va por la corredoira haciendo cantar el eje para espantarlos. Las lamáchegas se vuelven agua por el invierno y duermen agazapadas en las raicitas de los morodos dulces y escondidos. Las ánimas del purgatorio también beben en la fuente del Miangueiro, como los leprosos, y cuando se aburren vagan con la Santa Compaña por la orilla del río. A Benito Gamuzo le llaman Lacrau; desgarbado como el alacrán sí es, aunque no tiene veneno. Lacrau es sordomudo pero listo; hace muy bien recados y sabe cepillar la madera, criar conejos y freír filloas, fríe filloas casi tan bien como Benicia. Lacrau es soltero y vive en Carballiño con su hermano Matías, trabaja en la fábrica de ataúdes y gana lo suficiente. Una vez al mes, Lacrau va de putas a la capital y no repara en gastos. Con Chufreteiro y con Lacrau también vive el último hermano, Salustio, que el pobre es inocente y furricosiño; la verdad es que se arregla con cualquier cosa y tampoco da ningún trabajo. Chufreteiro no piensa en volver a casarse porque no sabe lo que sería de sus hermanos.
—Así estoy bien y, después de todo, mis hermanos también son de Dios.
Al noveno y último Marvís le dicen Mixiriqueiro porque se pasa la vida quejándose con su vocecita de grillo, a lo mejor es que le duele algo por dentro y no lo sabe decir.
Ádega no quería morirse sin ver el mar.
—Lo malo no es morirse sino que se sepa, lo malo es la risa que da a los que quedan vivos; yo me conformo con haber vivido un día más que el muerto, y llevo ya muchos. El muerto que mató a mi difunto está muerto y bien muerto y yo sigo viva; lo importante es ver como los demás se van muriendo. Ahora, lo que yo quiero es no morirme sin ver el mar, debe ser muy hermoso. Cabuxa Tola me dijo que es por lo menos tan grande como toda la provincia de Orense o, a lo mejor, más aún. El muerto que mató a Afouto y más a mi difunto ya murió, y eso siempre consuela. Hay que estar pegado al agua, y más vale ser agua que aire. Cabuxa Tola se da muy buena maña para amaestrar pájaros y otros animalitos, lo hace tan bien como Policarpo Obenza, el de la Bagañeira: búhos, cuervos…, los búhos son más papones que los cuervos, sapos, cabras, éstas son muy fáciles, garduñas, murciélagos, lo que usted quiera. Cabuxa Tola también sabe pasmar gallinas, capar culebras y hacer bailar el galop a las raposas frotándoles el culo con un pimiento picante partido en dos, los buenos son los de su pueblo, ¡qué risa! Cabuxa Tola vale más que muchos hombres. Todas las mujeres hemos hecho las marranadas alguna vez con un perro, eso es costumbre, cuando se es joven vale todo, o con un inocente, si es baboso, mejor, cuando se tiene a mano y no hace demasiado frío ni se echa a llorar; los hombres buscan una cabra tetona para cogerla bien cogida de los cuernos y restregarse más a gusto, eso va en naturalezas. Bueno, pues Cabuxa Tola hacía con los lobos lo que hacíamos las demás con los perros, y esto no lo cree nadie pero es verdad, que yo lo vi con mis ojos. A Cabuxa Tola le obedecían los animales del monte porque a su madre la preñaron encima de un caballo al galope durante la tormenta de San Lourenciño de Casfigueiro, que cada año mata a un castellano, un gitano, un negro y un seminarista, es una tormenta muy cruel y destrozadora, muy amarga. Cabuxa Tola, con una ocarina que tiene, avisa de que llega el temporal a los animalitos que no tienen defensa: el topo de la tierra, el ciempiés de la silveira, la araña del guisante de olor, el caracol de las nabizas y otros.
Policarpo el de la Bagañeira no se llama Obenza de apellido sino Portomourisco; Obenza se llamaba su abuela, mujer de mucho mando y arranque.
Los Carroupos tienen una chapeta de piel de puerco en la frente, la tienen todos, es como la marca de fábrica o un antojo para señalar malditos. Moucho lleva sangre carroupa en las venas, no es de ley ni de confianza. Los Carroupos no se sabe de dónde salieron, del país no son, a lo mejor vinieron de la Maragatería, más allá de Ponferrada, vinieron escapando del hambre o de la justicia, cualquiera sabe. Fabián Minguela, Moucho, anda siempre afilando y sacándole brillo a la navaja, un día se la van a hacer comer. Los Carroupos no cultivan el campo ni crían ganado, los Carroupos son zapateiros, la gente llama zapateiros a los que trabajan sentados o, por lo menos, sin que les llueva por encima: zapateros, sastres, mancebos de botica, barberos, escribientes y otros oficios para los que no se precisa fuerza ni tierra. La segunda señal del hijoputa es la frente buida, ¿ves la de Fabián Minguela?, bueno, pues una cosa así.
Moncho Requeixo Casbolado, a quien llaman Moncho Preguizas porque no tiene ganas de nada salvo de andar y ver mundo, estuvo en la guerra de Melilla con Lázaro Codesal Grovas, a lo mejor antes no se dijo el segundo apellido, pero libró de la tunda de los moros y volvió con vida, aunque con una pierna de menos. Moncho Preguizas había dado la vuelta al mundo, siempre enrolado en barcos holandeses; lo que más le había gustado era Guayaquil.
—Con una pata de palo, si está bien calibrada, tampoco se vive tan mal, no vayan ustedes a creer. Entre los indígenas de New Titanic, una isla que hundieron los ingleses en el océano Pacífico, la hundieron a cañonazos porque sus habitantes querían implantar el sistema métrico decimal, era signo de distinción el llevar una pata de palo; a mí quisieron hacerme primer ministro, pero les dije que no porque prefería volver al país.
Moncho Preguizas tiene hechuras de explorador a la antigua, es mentiroso, enamoradizo, decidido, zángano y fabulador. En la playa de Bastianiño, según dice Moncho Preguizas, encontró un árbol muy raro, el ombiel, cuyas hojas, cuando llega el otoño y caen al suelo abatidas por la tristeza, se arrugan muy blandamente, igual que si fueran de carne de caracol, y se convierten en murciélagos sin ojos y con una calavera de color colorado pintada en las alas. Si sopla el viento, se pueden levantar y echarlos a vivir y volar; si no, hay que dejarlos pegados a la tierra hasta que se mueren de hambre, porque rematarlos trae desgracia. Si se les deja pegados a la tierra, no pasa nada y el mundo sigue dando vueltas como si tal.
Ádega es buena amiga de Moncho Preguizas, hasta fueron medio novios algún tiempo, ahora hace ya muchos años que no se ven.
—Mire, don Camilo, déjese usted de coñas, que a veces pienso si no está usted de coña. Lo bonito es aguantar un poco y morir después de los muertos cantados y condenados a muerte, de los muertos que llevan la muerte pintada en los ojos, en la frente y en el corazón, de los muertos para los que todo el personal quiere la muerte. Sí, es la ley de Dios: al que vierte sangre, se le envenena la sangre y acaba ahogado en sangre. Y además no tiene escape porque todas las puertas del mundo se le cierran. Hay que estar pegado al aire y más vale ser aire que muerte. La gente se cansó de que los pálidos anduvieran sembrando muertes y, cuando llegó la hora de la venganza, que llega cuando Nuestro Señor dispone pero que llega siempre, por cada pálido muerto, quienes habían llorado pero seguían vivos, plantaron una abeleira, para llevar la cuenta y también para que los jabalíes se alegraran. ¡Aquí hay muchas abeleiras plantadas!, decían los pálidos a los que aún no les había llegado la hora de pagar, ¡vamos a tener que hacer un escarmiento! No, señor, les contestaban, esas abeleiras son bordes; nacen solas, se conoce que para que el jabalí tenga avellanas frescas.
Ádega dice sus últimas palabras con voz ronca. Después traga saliva y sonríe.
—Dispense. ¿Quiere que le toque la polca Fanfinette al acordeón? Yo voy vieja pero todavía me sale regular, ya verá.
Ádega aún toca el acordeón con fundamento y buen estilo.
—Lo hace usted muy bien.
—No, desde que mataron a mi difunto no consigo tener paz en la cabeza, y así no hay quien toque bien ni el acordeón ni nada. Yo toco sin gusto, toco igual que una pianola… ¿Me deja llorar? Enseguida termino.
Ádega lloró dos o tres lágrimas.
—Cuando mataron al muerto que mató a mi difunto creí que iba a respirar con más alegría, pero no. Antes, odiaba, y ahora desprecio; en eso se me van las fuerzas. Antes estaba callada y ahora hablo, a lo mejor más de lo debido. Lo del acordeón es como beber agua de la fuente; algunos días se tiene sed y otros, no. Yo creo que lo único que sé hacer bien es despreciar; me costó mucho trabajo aprenderlo pero ahora desprecio como Dios, podría jurárselo. Lo importante es saber que puede dolerle a una la cabeza, aunque no le duela. Yo soy de esta tierra y de aquí no me echa nadie; cuando muera me convertiré en la tierra que da de comer a los tojos, me convertiré en la flor de oro del tojo, y mientras tanto, ¡pues mire!
Ádega se quedó en silencio y escanció otras dos copas de aguardiente, una para ella y otra para mí.
—Saudiña.
Por detrás de la casa de la señorita Ramona el jardín llega hasta el río, con sus juncos y sus helechos, su balsa, sus barbos y sus suicidas; tres suicidas en once años tampoco son tantos. Esta tierra no da demasiados suicidas: algún anciano sin amparo, alguna moza en desamor, alguna casada a la que come el aburrimiento y llena de congoja el remordimiento, nadie sabe si la madre de la señorita Ramona se ahogó queriendo o sin querer.
—Tú y yo somos primos de Raimundo el de los Casandulfes, tú por parte de madre y yo de padre. Tú y yo somos parientes de parientes y a lo mejor, si rascas un poco, también resultamos parientes. Por aquí, sobre poco más o menos, somos todos parientes menos los Carroupos, que vinieron volando desde el otro mundo y ahora crecen como el pan de lobo.
La señorita Ramona representa unos treinta años, quizá alguno más, y tiene el porte altivo y un poco caprichoso, también seguro y un si es no es distante y tímido y con misterio. La señorita Ramona tiene los ojos grandes y negros como el azabache de Compostela y es morena de tez, a lo mejor es medio mejicana, los Casandulfes tienen una abuela o bisabuela mejicana. La señorita Ramona tuvo tres novios pero se quedó soltera por dignidad. La señorita Ramona compone poesías, interpreta sonatas al piano y vive con dos criados carcamales y dos criadas brujas que heredó de su padre, don Brégimo Faramiñás Jocín, que era espiritista y aficionado a tocar el banjo y que murió de comandante de intendencia. Los servidores de la señorita Ramona son cuatro calamidades, lo que se dice cuatro fiascos, pero tampoco puede echarlos de casa a que se mueran de hambre y de miseria.
—No; seguid ahí hasta que os vaya enterrando, lo probable es que ya no duréis mucho.
—Gracias, señorita, que Dios le premie su caridad.
La señorita Ramona también heredó de su padre un Packard negro, muy solemne, y un Isotta-Fraschini blanco, muy elegante, no los saca jamás de la cochera, la señorita Ramona sabe conducir, es la única mujer del contorno que tiene carnet de conducir, pero no los saca jamás de la cochera.
—Gastan demasiada gasolina, déjalos que se oxiden.
En la sala de la señorita Ramona están colgados dos retratos de don Fernando Álvarez de Sotomayor, uno de ella vestida con el traje del país y el otro de su madre con mantilla española.
—Se parecen mucho, ¿verdad?
—No sé, a tu madre no llegué a conocerla.
—Bueno, es igual, todos los cuadros se parecen mucho.
Raimundo el de los Casandulfes es hijo de Salvadora, la hermana menor de mi madre, y tiene estudios y muy buena planta. Raimundo, cuando va a visitar a nuestra prima la señorita Ramona, le lleva siempre una camelia blanca de regalo.
—Toma, Moncha, para que veas que te quiero y que te recuerdo siempre.
—Te lo agradezco mucho, Raimundiño, no tenías que haberte molestado.
La señorita Ramona tiene un perro lulú, un gato de Angora, un guacamayo descomunal y de cien colores, un loro verde, un mono tití, una tortuga y dos cisnes, en el estanque del jardín nadan dos cisnes, a veces se acercan hasta el río pero siempre vuelven. La señorita Ramona es muy amiga de los animales, los únicos que no le gustan son los que sirven para algo: las vacas, los cerdos y las gallinas; hacen excepción los caballos, la señorita Ramona tiene un caballo alazán, puede que de veinte años.
—Los caballos son como los hombres, hermosos y vacíos, algunos son nobles de sentimientos.
Menos el loro, todos los animales de la señorita Ramona tienen nombre: el perro se llama Wilde y duerme con ella; el gato, King; el guacamayo, Rabecho; el mono, Jeremías; la tortuga, Xaropa; el caballo, Caruso, y los dos cisnes, Rómulo y Remo. El gato está capado porque una noche que la carne le pidió carne, se fue de casa y no volvió hasta la mañana siguiente: sucio, triste y herido. La orden de la señorita Ramona fue tajante.
—¡Pobre animalito! Esto no puede volver a pasarle, que lo capen.
Y claro es, lo caparon y ya no volvió a escaparse, ¿para qué? El guacamayo es azul, blanco y rojo, como la bandera francesa, con algunas plumas verdes y amarillas. El guacamayo vive sobre una percha y sujeto a una cadena suficiente; el guacamayo baja y sube y se descuelga y trepa, siempre harto y digno, por el pie de la percha sin demasiado entusiasmo y con gesto de muy resignado aburrimiento. El mono se masturba y tose, la tortuga se pasa la vida durmiendo y los cisnes navegan su hastío con elegancia. En casa de la señorita Ramona, el único animal no señalado por el dedo de la murria es el caballo.
—No te rías de mí, Raimundiño. Lo malo no es que esté sola, toda la vida estuve sola y llevo ya mucho tiempo acostumbrada…, lo malo es que me paso los días con la mente ida y pensando en los viosbardos, como si estuviera perdiendo la razón. Cada día que pasa estamos todos un poco más lejos, y también un poco más hartos, de nosotros mismos. ¿Tú no crees qué debo irme a vivir a Madrid?
Llueve a Dios dar sobre los pecadores y la tierra se pinta con el manso y blando color del cielo que no rompe el vuelo del pájaro, aún falta. Como no sé tocar ni el violín ni la armónica y como no encuentro la llave del armario donde guardo la colección de sellos, me paso las tardes metido en la cama con Benicia, leyendo poemas de Juan Larrea y oyendo tangos. Benicia estuvo el otro día en Orense y me trajo una cafetera de regalo; es muy práctica y hace las tazas de dos en dos, una para mí y otra para ella.
—¿Quieres más café?
—Bueno.
Benicia tiene el pecar saludable y alegre y los pezones grandes y oscuros, también duros y dulces. Benicia tiene los ojos azules y es mandona y atravesada en la cama, jode con mucha sabiduría y despotismo. Benicia no sabe ni leer ni escribir pero ríe siempre con mucha seguridad.
—¿Quieres que bailemos un tango?
—No, tengo frío; ven aquí.
Benicia guarda siempre calor, aunque haga frío; Benicia es una máquina de dar calor y gusto, me alegro de no saber tocar ni el violín ni la armónica.
—Dame un beso.
—Sí.
—Sírveme una copa de aguardiente.
—Sí.
—Fríeme un chorizo.
Benicia es como una cerda obediente, jamás dice que no a nada.
—Quédate esta noche conmigo.
—No puedo, va a ir a verme Furelo Gamuzo, el cura de San Adrián, bueno, ahora de Santa María de Carballeda, va todos los primeros martes de mes.
—¡Vaya!
A Lázaro Codesal lo mató un moro a la sombra de una higuera, disparándole a traición con una espingarda y cuando más ajeno estaba a que había de morir tan deprisa. Lázaro Codesal, cuando le entró la muerte por un oído, tenía en la cabeza la figura de Ádega desnuda y espatarrada, tomando el solecico en un ribazo; todos hemos sido jóvenes alguna vez. En la fuente del Miangueiro, donde hoy se lavan las bubas los leprosos, crece aún la higuera de las ramas que se trocaron lanzas para que los Figueroas rescataran de la morisma a las siete doncellas de la torre de Peito Burdelo. Hoy día ya nadie se acuerda de la historia. La Marraca, la leñadora de la pradera de Francelos, de ella habla un amigo de Ádega en un libro que escribió, tuvo doce hijas; ninguna llegó doncella a los diez años y todas se ganaron la vida con el coño maturrango. A una, a la Carlota, la conoció Elvirita, la del café de doña Rosa, en Orense, en casa de la Pelona. El agua clara de la fuente del Miangueiro no se puede beber, no la beben ni los pájaros, porque lava los huesos de los muertos, los bofes de los muertos, las miserias de los muertos, y arrastra mucho dolor.
El ciego Gaudencio es muy bien mandado y no se cansa jamás de tocar el acordeón.
—¡Un pasodoble, Gaudencio!
—Lo que usted mande.
El ciego Gaudencio vive mismo donde el trabajo, en casa de la Parrocha, así se ahorra el hospedaje, en un jergón puesto en el ropero de debajo de la escalera; el cuchitril de Gaudencio es caliente y acogedor. No tiene luz, es cierto, pero tampoco la necesita; a los ciegos les es igual tener luz que no tenerla.
—¿Y no notarán algo?
—No sé, yo creo que no.
Por las mañanas, cuando termina de tocar la música, a eso de las cinco o cinco y media, Gaudencio se llega a oír misa a las Mercedes, en la calle de la Amargura, y después se acuesta hasta el mediodía. Cuando murió, las putas le compraron una corona de flores y le mandaron decir unas misas; al entierro no pudieron ir porque no les dejó la policía.
—Su abuelo se apartó unos años al Brasil, es cierto, cuando fue que matara a Xan Amieiros y escorrentara a Fuco, pero a Manecha le dio cincuenta mil reales contantes y sonantes —y entonces eso era una fortuna—, otros tantos en acciones del ferrocarril M.Z.A. y una carta de presentación para don Modesto Fernández y González, el autor de La hacienda de nuestros abuelos, que se firmaba Camilo de Cela y escribía artículos en La Ilustración Española y Americana y en La Correspondencia de España. Manecha se fue a Madrid y abrió la fonda La Orensana, en la calle de San Marcos, y como era dispuesta y limpia y el trabajo no le asustaba, pudo ahorrar y prosperar y acabó casándose con un funcionario de la Diputación, don León Roca Ibáñez, al que dio ocho hijas, que todas casaron bien, y dos hijos, uno se hizo aparejador y el otro procurador de los tribunales. Un nieto de don León y Manecha e hijo del segundo matrimonio de Marujita, su cuarta hija, llegó a subsecretario con la República y murió en Barquisimeto, Venezuela, en 1949. Fue diputado de Izquierda Republicana y se llamó en vida don Claro Comesaña Roca, el Amieiros le quedaba ya en cuarto lugar. Manecha fue siempre bien parecida y bien plantada y sus hijos y nietos, aunque quizá no tanto, también tenían buena presencia. Una hija del subsecretario y por tanto biznieta de Manecha, la Haydée Comesaña Bethencourt, fue Miss Barquisimeto allá por los años 50.
Hay parvos con suerte y parvos en desgracia, esto pasa desde que el mundo es mundo y pasará siempre. A Roquiño Borrén, parvo en desgracia, lo tuvieron cerca de cinco años metido en un baúl, se conoce que para que no molestara a nadie; cuando lo sacaron parecía una araña pálida y peluda.
—A él tanto le tiene. ¿No ve que es parvo?
—Mujer, no sé…, a lo mejor le hubiera gustado estirar el espinazo y tomar un poco el aire.
—¡Puede! ¡No le digo que no!
La madre de Roquiño Borrén piensa que los parvos ni sienten ni padecen.
—¡Como son parvos…!
Antes aún se les podía llevar por las romerías, pero ahora hay mucha hambre y la gente no quiere ni verlos, ahora se divierten con otras cosas, murmuran en voz baja y recuentan pesares, también en voz baja, aquí no hay por qué levantar la voz. De la viña del sacristán cuelga una guirnalda de alimañas ahorcadas, parecen garabatos, estragándose bajo la lluvia y apestando a carroña podre. Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, cuando no la ve nadie, se acerca hasta la viña del sacristán a enseñarle las tetas a la salvajina muerta.
—Toma, toma, que todo se lo ha de comer la maldición. San Judas Tadeo, apóstol glorioso, haz que mis penas se vuelvan en gozo. Toma, toma, que todo lo ha de borrar la lluvia. San Judas Tadeo, que estás en el cielo, haz que mis penas encuentren consuelo. Toma, toma, que todo lo ha de borrar el viento.
A la parva de Martiñá suele escorrentarla el sacristán a pedradas.
—¡Largo de ahí, parva de la mierda! ¡Vete a que te mire las tetas el diancre y deja en paz a las personas decentes!
La parva se guarda las tetas y ríe a carcajadas. Después se marcha, por el camino abajo y envuelta en el aliento de la lluvia, siempre riendo y mirando, cada tres o cuatro pasos, para atrás.
Catuxa Bainte es parva cándida, no maldita lela pasmona, y vive de la casualidad y también de la inercia, morirse de hambre es muy difícil; a veces tose y escupe un poco de sangre, pero todos los años mejora cuando llega San Juan y las nubes se van yendo, poco a poco, del cielo. Catuxa Bainte debe andar por los veinte o veintidós años y lo que más le gusta es bañarse en los vivos cueros en la poza del molino de Lucio Mouro.
El cura de San Miguel de Buciños va por la vida envuelto en una nube de moscas, lo menos mil moscas le andan siempre alrededor haciéndole compañía, se conoce que tiene las carnes dulces y la materia de los granos de mucho alimento. Al cura de San Miguel de Buciños, un día que fue a Orense a quitarse una foto, tuvieron que dejarlo a oscuras lo menos media hora para que las moscas se amansaran y se durmieran.
—¿Y por qué no les echaron matamoscas?
—No sé, a lo mejor es que no se estilaba.
El cura de San Miguel de Buciños vive con un ama vieja y manca que huele a naftalina y se emborracha, casi a diario, con licor café.
—Dolores.
—Mande, don Merexildo.
—Este pan está reseso, cómelo tú.
—Sí, señor.
A Dolores, hace ya años, le salió un carafuncho, a lo mejor era una postema maligna, en un brazo y el médico, para evitar complicaciones de la salud, la mandó al hospital a que se lo cortasen y, como es natural, se lo cortaron.
—Con un brazo de menos se las arregla una la mar de bien, la gente es muy rosmona, se conoce que no tiene costumbre de trabajar.
El cura de San Miguel de Buciños es grande como un buey y regüelda como un león.
—Los hombres que somos como manda Dios no tenemos por qué andar con disimulos y lerias y monsergas, eso pega más a cómicos y criqueiros.
—Sí, señor, a ésos les pega más.
Al cura de San Miguel de Buciños le gusta comer y beber con fundamento.
—Y ayuno durante toda la cuaresma como ordena la Santa Madre Iglesia, ¿por qué no dicen eso?
—Es lo que uno se pregunta, ¿por qué no lo dicen?
Al cura de San Miguel de Buciños también le gustan otras cosas que no hay por qué hablarlas, la carne es flaca y el que esté limpio de pecado que tire la primera piedra.
—Lo que hay en el país son muchos verballoas que no conocen la vergüenza.
—Sí, señor, y que hablan sin licencia de Dios y disparatan y levantan falsos testimonios.
Según dicen, don Merexildo Agrexán, el cura de San Miguel de Buciños, va ya por los quince fillos da silveira.
—¿Y él qué culpa tiene si las mujeres no le dejan en paz?
Al cura de San Miguel de Buciños las hembras le van detrás como perras salidas; se cuentan unas a otras sus calibres y no le dan sosiego ni a sol ni a sombra.
—Dispense, don Merexildo, ¿por qué las aguanta?
—¿Y por qué no las había de aguantar? ¡Pobriñas, que lo único que quieren es consuelo!
El piso de arriba de la casa de Policarpo el de la Bagañeira, en Cela do Camparrón, se hundió cuando la muerte de su padre, se vino abajo del personal que había. ¡Dios, de la que libramos! Muertos no hubo, pero se rompieron muchos huesos y muchas cabezas y se abollaron no pocos ánimos y voluntades. Se conoce que las vigas cedieron, porque el suelo partió en dos y acabamos todos en la cuadra y rebozados en estrume. Al finado hubo que recomponerle la postura porque al pobre, puede que de andar por los aires, se le salió todo de su sitio.
—Fuera no puedes ponerlo, que se moja, ¿no ves que se moja?, arrímalo a la pared.
A Policarpo, con el desbarate que se armó, se le escaparon tres donosiñas amaestradas que obedecían como doctrinos y bailaban al son del pandero.
—Eran unos animalitos de primera, otros así no los volveré a encontrar jamás.
El padre de Policarpo murió de noventa años a resultas de una borrachera, el viejo tenía afición al vino y no le debía hacer demasiado mal cuando duró tanto; ahora los jóvenes aguantan menos pero antes, cuando había que trabajar de veras, los hombres se alimentaban de vino y de tabaco y además eran capaces de encararse con el jabalí y rajarlo de arriba a abajo con el cuchillo.
—¡Qué tiempos!
—¿Usted cree que fueron mejores de verdad?
El padre de Policarpo se había pateado una fortuna en vivir a su aire. El padre de Policarpo se llamara en vida don Benigno Portomourisco Turbisquedo y había venido al mundo en una familia de posibles; que después quedara sin un patacón, es ya otra cosa. Don Benigno estaba lleno de manías y veía traiciones por todas partes. Don Benigno pensó siempre que la mujer es la más puta y desleal de todas las hembras, incluida la culebra. Don Benigno casó con Dorotea Expósito, la Bagañeira, una criada guapa y lánguida y no poco misteriosa que había en casa de su madre, con la que tuvo un solo hijo vivo, el último, Policarpo, todos los demás, hasta once, fueron abortos, o sea fetos. Dorotea era mujer de mucha hermosura y don Benigno, en sus aprensiones, no veía más que cuernos y torpes licencias por todos lados.
—Esto me pasa a mí por pailán y confiado. ¿Quién me manda andar redimiendo coños de la inclusa? ¡Esa mujer es tan puta como su madre, de la que nadie supo nada jamás! Hay cosas que es mejor no saberlas porque duelen mucho en el sentimiento.
Don Benigno era más celoso que un japonés y sólo por sospechas, porque nunca pudo descubrir lo que imaginara, dio muy mala vida a Dorotea, la tuvo doce años metida en una habitación a pan y agua, desde que nació Policarpo hasta que harta de aguantar miserias, se sacó la vida cortándose las venas con un vidrio, ¡qué horror, cómo puso todo! Cuidando y vigilando a Dorotea había un ex seminarista tatexo y pintado de pecas, Luisiño Bocelo, Parrulo, a quien don Benigno, cuando lo tomó a su servicio y le puso al corriente de la obligación, capó con un fouciño para evitarle malos pensamientos y deslealtades. Al comienzo, al mozo le dio algo de rabia pero después, cuando vio que la cosa ya no tenía remedio, pensó que no era para tanto y se fue conformando.
—Más vale así; el que quita la ocasión, quita el peligro, y además en esta casa se come caliente.
Don Benigno no quería que enterrasen a su señora en sagrado y tuvo que intervenir Ceferino Furelo, el cura de Santa María de Carballeda, para evitar el escándalo. En Túnez se celebran solemnes funerales por la princesa Lella Jenaina, esposa del bey Achmed Pacha.
—Bueno, para mí tanto tiene.
Ceferino Furelo, o sea Furelo Gamuzo, iba todos los primeros y terceros martes de mes a visitar a Benicia, llegaba de noche y se iba antes de amanecer para guardar las formas, a nadie le debe importar la vida de nadie y si es cura, menos aún; los curas también son hombres y nada tiene de malo el que el hombre necesite de la mujer. Benicia es ardorosa en la cama, le gusta la pelea.
—¡Ay, don Ceferino, qué gusto me da usted! ¡Apriete, apriete, pártame que ya me viene! ¡Ay, ay!
Benicia guarda siempre el debido respeto a don Ceferino y no lo tutea jamás.
—Acerque aquí, que le lave el carallo. ¡Sabe usted mucho, don Ceferino! ¡Y está usted cada día más joven!
—No, mujer…
Don Ceferino, cuando los diezmos y primicias, bueno, ahora no hay diezmos y primicias, cuando la feligresía le regala algo, un par de pollos, unos huevos, unos chorizos, una cesta de manzanas, o cuando él pesca unos peces, siempre le lleva una parte a Benicia.
—Todos tenemos que comer y Dios Nuestro Señor castiga la avaricia, ése sí que es un pecado mortal malo. Además, lo que hay en España es de los españoles.
Benicia es de natural agradecido.
—¿Quiere usted que me quite una teta por el escote?
—No; después.
Moncho Requeixo, o sea Moncho Preguizas, el conmilitón de Lázaro Codesal en la campaña de Melilla, habla siempre con mucho aplomo.
—Antes, en las familias había más respeto y miramiento y aseo. Mi prima Georgina, a la que usted conoce bien conocida, mató a su primer marido con un cocimiento de la flor de San Diego o yerba belida y mantuvo a raya a su segundo purgándolo todos los sábados con olivillas, que no son olivas, cuidado, que son otra cosa. Alcánceme la pata de palo, por favor, está en el perchero, que quiero coger un poco de tabaco. Gracias. Mi prima Adela, que es hermana de Georgina, se pasa la vida mascando yerba de cura y semillas de alharma, que por aquí no se da, yo le traje una lata hace ya años y ahora la cultiva ella en unos tiestos, las hojas del ombiel parecen bolsas vacías, o sea, bolsas de los cojones vacías, tienen mucho misterio. La madre de mis primas, bueno, mi tía Micaela, que era hermana de mi madre, me la meneaba todas las noches en un rincón de la lareira, mientras el abuelo contaba lo del desastre de Cavite. Antes, en las familias, había más unión y comedimiento.
Moncho Preguizas, en el archipiélago de las Cáticas, donde estaba la desaparecida isla de New Titanic, descubrió un pájaro en forma de rosita albardera, con piel en vez de plumas, con piel de color verde brillante, al que los indígenas llamaban jesusito curado, nunca supo por qué, y usaban para mandar mensajes a las amantes, las esposas no servían y las novias tampoco, sólo las amantes. Moncho Preguizas se trajo un casal de estos pajaritos para el país, pero se le murieron por el camino, no aguantaron la navegación por el mar Rojo.
Las parvas hacen las licencias mejor que los parvos porque no se distraen. Catuxa Bainte es parva, ya es sabido, si no no le llamarían la parva de Martiñá, pero con el carallo en su sitio se bambolea con mucho fundamento.
—¿Y usted cómo lo sabe?
—¿Y a usted qué le importa?
Llueve sin misericordia alguna, a lo mejor llueve con mucha misericordia, sobre el mundo que queda de la borrada raya del monte para acá, lo que pasa más allá no se sabe y tampoco importa. Orvalla sobre la tierra que suena como la carne creciendo, o una flor creciendo, y por el aire va un ánima en pena pidiendo asilo en cualquier corazón. Tú te acuestas con una mujer y cuando pare un hijo, a lo mejor es una hija que se te escapa dentro de quince años con un leonés vagabundo, sigue lloviendo sobre el monte como si tal. Estamos en la mitad de todo, el principio es la mitad de todo, y nadie sabe lo que falta para el fin. Dos perros acaban de amarse bajo la lluvia y ahora esperan, mirando uno hacia el este y otro hacia el oeste, a que la sangre del organismo vuelva a su ser.
—¡Mira tú que si tuvieras trabones, como Wilde!
—No seas descarada, Moncha.
La señorita Ramona, de postre del sobresalto, se toma una onza de chocolate.
—Dios te lo pague, Raimundiño, me has hecho muy feliz.
La señorita Ramona se queda unos instantes pensativa y después ríe.
—¡Mira tú que si la pichola tuviera cuatro marchas, como los autos!
—No seas descarada, Moncha.
La señorita Ramona, la melena suelta y las tetas al aire y un poco caídas, mira para su primo Raimundo que, sentado en la mecedora, lía un pitillo.
—¡No, tonto! Las mujeres desnudas podemos hablar lo que nos dé la gana; lo que se dice en la cama, no cuenta. ¡Ya callaré cuando me vista!
A Marcos Albite Muradas le faltan las dos piernas y vive en un cajón con cuatro ruedas, pintado de naranja; en la proa lleva una estrellita verde de cinco puntas y sus iniciales, M.A.M., dibujadas con tachuelas de color de oro. A Marcos Albite le mordió un raposo rabiado en las piernas, después le dio un paralís, más tarde se le volvieron podres y al final se las hubieron de cortar a cercén, todo por este orden. Marcos Albite tiene cara de estar muy harto, el aburrimiento harta a cualquiera y la desgracia también. Marcos Albite tiene la voz opaca y salmodiadora, cuando habla parece un pandero hendido.
—Mire usted, yo le estuve loco nueve años, durante nueve años perdí la memoria, el entendimiento y la voluntad, también la libertad. En esos nueve años se murieron mi madre, mi mujer y mi hijo, uno detrás de otro; las piernas me las cortaron después. Mi madre se ahorcó en el desván, a mi mujer la mató un mercancías y mi hijo murió de garrotillo, quizá hubiera podido salvarse con suerte y algo de dinero…, yo no me enteré de nada porque a los locos no hay por qué explicarles nada, con ser locos ya cumplen.
El eje del carro de bueyes es la gaita de Dios que ronca por la corredoira espantando meigas y ánimas del purgatorio, el eje del carro de bueyes es también el corazón del mundo y de la soledad. A Marcos Albite le llevé seis farias de la fábrica de La Coruña.
—Son muy aromáticas, ya verás, y tiran de lo más bien.
—Muchas gracias, es el mejor regalo que me han hecho en mi vida.
Marcos Albite talla la madera con mucho estilo, hace unas vírgenes y unos santos muy aparentes.
—¿Quiere que le haga un San Camilo y se lo lleva de recuerdo?
—Bueno.
—Oiga, ¿San Camilo gastaba barba?
—Pues la verdad, no sé.
Durante la cuaresma siempre baja un poco la clientela en casa de la Parrocha. Gaudencio, durante la cuaresma, no toca el acordeón, por respeto.
—No cuesta ningún trabajo ser respetuoso y, lo que yo digo, tampoco hay por qué ofender a Dios.
En Orense, durante la cuaresma, suele hacer mucho frío, a veces hasta nieva, y del Miño sube la humedad como si fuera vaselina. A Gaudencio le gusta la voz de la Anunciación Sabadelle, es muy melodiosa, también le gusta palparle las tetas elásticas y las crujientes cachas. ¡Qué bendición!
—Esta noche, como no venga alguien de dormida, espérame, que ya llegaré.
Anunciación Sabadelle nació en Lalín, se escapó de su casa para correr mundo pero no llegó demasiado lejos; ahora no se atreve a volver por si su padre le parte la cara. Anunciación es aseada y muy cariñosa. Cuando se levanta de la cocina, la encargada le pregunta,
—¿Dónde vas?
—Voy a ordeñar a Gaudencio, el pobre me da pena; esta noche está todo muerto, muy muerto y aburrido…
—Anda, vete; ya te avisaré si te buscan.
Gaudencio se lava bien sus partes y la espera sentado en el camastro y fumando un pitillo, a la luz de una vela que no ve. Después, cuando termina de hacer sus títeres rijosos y casi domésticos, le da siempre las gracias.
—Muchas gracias, Anuncia, que Dios te lo pague.
A las cinco y media de la mañana Gaudencio va a misa a las Mercedes, su misericordiosa coima prefiere no acompañarle.
—No; vete solo, yo tengo frío. Aquí me encontrarás cuando vuelvas, no tardes mucho y vete con cuidado.
Puede que Anunciación le tenga algo de cariño a Gaudencio, cosas más raras se ven todos los días.
Hace ya muchos años, durante la República y poco antes de que Afouto desarmara a la pareja de la guardia civil, los Gamuzos, los tres mayores y unos amigos, fuimos al curro a los montes del Xurés, que quedan más allá de la Limia, en la raya seca de Portugal, fuimos a cambiar de aires y a estirar un poco las piernas y también a ayudar a unos parientes Marvises que vivían, medio de milagro y medio de contrabandear con los portugueses, en Briñidelo, en la parroquia de San Pelayo de Arauxo, en Lovios, o sea Fondevila.
—Nosotros ni rapamos ni marcamos como los pontevedreses de Sabucedo, pero también le somos de fiar.
En aquella descubierta hubo de perder los tres dedos de la mano Policarpo Portomourisco Expósito, el de la Bagañeira; un minuto de mala suerte puede echarlo todo a rodar, pero tampoco se para el mundo. Moncho Preguizas gastaba ya pata de palo, ingenio que, si es de buen material y está bien calibrado, ni se nota. Tanis Gamuzo, Perello, siempre tuvo fuerza, mucha fuerza. Tanis era capaz de derribar un caballo de un puñetazo en la frente o en el pescuezo, se conoce que le cortaba la circulación de la sangre. Su hermano Roquiño, Crego de Comesaña, ganaba apuestas enseñando lo que usted sabe, puesto sobre la mesa le viene a dar cuarenta patacones y eso sin sacudir y, si no lo cree, va la cena de todos. Brégimo Faramiñás era ya cadete de intendencia y le correspondía el don: don Brégimo Faramiñás Jocín, concertista de banjo, parecía un negro yanqui, la afición a los espíritus le vino después. Ni el ciego Gaudencio era ciego, que aún estaba en el seminario; ni a Marcos Albite le habían cortado las piernas, que ni tan siquiera había ido al manicomio, y Cidrán Segade, el garrido mozo que después dejara viuda a Ádega, no estaba todavía difunto sino vivo y bien vivo y recién casado.
—¿Falta alguien?
—¿Y quién ha de faltar?
Baldomero Gamuzo, Afouto, presidía las reuniones sin camisa para que se le viera bien el tatuaje y el mando: la mujer significa la fortuna y la culebra representa la voluntad, está bien claro, la culebra se enrosca alrededor de la mujer, o sea, la voluntad sujeta a la fortuna y el hombre triunfa en la vida.
—¿Estamos todos?
—¿Y por qué no hemos de estar?
Los zapateiros no montan a caballo. A Fabián Minguela, Moucho, no le dejamos venir al curro; los Carroupos tienen todos una chapeta de piel de puerco en la frente, eso vale para encender mixtos, sí, pero no para hacerse al monte detrás de los caballos ni para andar como si tal cosa entre nosotros todos. Además, los Carroupos no son del país, bastante hacemos con no escorrentarlos a palos. Y si crían mala sangre, pues que críen lo que quieran, que el mundo da muchas vueltas y la última palabra siempre está por decir. La tercera señal del hijoputa es la cara pálida, ¿como los muertos?, sí, o como Fabián Minguela.
—Hasta el Xurés tenemos tres días de camino que todos conocemos, tres días no matan a ningún hombre.
En el fondo de la laguna de Antela duerme, sepultada bajo las aguas, la ciudad de Antioquía, que paga por los siglos de los siglos sus pecados nefandos. Un amo no puede darse gusto a la carne con la carne del pastor de sus cabras, aunque después lo estrangule con el cinto, porque eso lo prohíbe la ley de Dios; tampoco un lobo puede montar a una cierva, ni una mujer coronar de flores a otra mujer desnuda, preñada o leprosa. Los muertos de Antioquía piden perdón volteando las campanas la noche de San Juan, pero ni les llega ni les llegará nunca porque están condenados por toda la eternidad. El que cruza la laguna de Antela pierde la memoria, no sé si yendo de aquí para allá o viniendo de allá para aquí, y al rey Artús, cuando andaba a la busca del Santo Grial, los soldados se le volvieron mosquitos; la laguna de Antela está llena de mosquitos, también hay ranas y culebras de agua.
—¿Pero no queda a un lado, según vamos?
—Sí, por ahí podemos estar tranquilos.
El viaje hasta Briñidelo fue divertido y cómodo y se pudo hacer sin novedad mayor; en Mourillones, al segundo día de marcha, Moncho Preguizas tuvo un altercado en una taberna, tampoco fue ninguna batalla campal, pero medió Tanis Perello y allí no pasó nada irremediable.
—Hay gente que no se divierte más que mareando, lo mejor es que les dé un poco el aire.
El curro del Xurés es pobre pero también agarimoso y de buen acougo. Al curro del Xurés no vamos más que la familia porque tampoco merece la pena llevar a nadie. La provincia de Orense es la que menos caballos monteses tiene de toda Galicia; también hay algunos en la sierra de Quinxo y en los montes de Faro de Avión y de Suido, apoyados ya en tierra pontevedresa. Los parientes Marvises se pusieron muy contentos y nos sacaron un aguardiente fino y de confianza, destilado con mucha sabiduría. Los caballos del Xurés lucen bigotes, todos los caballos del monte son bigotudos y tienen mucho genio y voluntad. Por el Xurés llaman curro al curro, o sea, al calvero donde se encierra el bestiaje, y también a la persecución, encierro, derribo, rapa y marca de la grea; en otros sitios, a la baraja de maniobras le dicen rapa, rapa das bestas. Los Marvises de Briñidelo son Segundo, Evaristo y Camilo, los tres hijos de Roque, el hermano menor de Tripeiro, que casó con moza del lugar y después acabó separándose; Roque no quiso volver a Piñor y ahora vive arrimado a una portuguesa en Espérelo, en la parroquia de San Fiz de Galez, en Entrimo, que tampoco queda lejos. Roque se lleva bien con los hijos y a la mujer le manda todos los años dos pollos por Santa Rosa, se los lleva la portuguesa. El mando del curro se lo dimos a Afouto.
—A ti te va más esto de mandar, nosotros vamos detrás y hacemos lo que nos digas.
—Bueno.
A la mañana siguiente, todavía de noche, salimos al monte los besteiros, en otros lados les llaman bestelleiros, allá cada cual, todos limpios y descansados; nuestros caballos también habían comido, bebido y descansado bien, al calor de la cuadra. El secreto es acurrar con calma y mucha paciencia, para que las bestias no se asusten y se desperdiguen; al principio hay que ir situando los animales, hablándoles poco a poco y dándoles y ofreciéndoles sosiego, ¡to, caballo!, ¡quieto, curriño!, ¡tranquilo, famento!, que ya se les podrá azuzar a gritos y a palos más tarde, cuando el día llegue y una vez que las bestias hayan enfilado la corredoira que las vacía en el curro.
Doce o trece hombres a caballo y persiguiendo, aún a la media luz del alba, a cien bestias salvajes y ciegas de pavor, a lo mejor no llegan a cien, es trance que se vive con el corazón en la garganta seca.
—¡Córtales por ahí!
—¡Arréales para abajo!
—¡Cuidado, que se te vuelve!
A Policarpo no le dio tiempo de tener cuidado y el griñón se le volvió y, de un mordisco, le llevó los dedos de una mano, le dejó dos. Policarpo se apretó la herida bien fuerte con el pañuelo, metió lo que le quedaba de mano en el bolsillo y aguantó; un minuto de desgracia puede echarlo todo a perder, pero el sol sigue su camino como si nada. Policarpo se fue quedando atrás y volvió a Briñidelo donde la madre de los Marvises le hizo una cura con la receta de siempre: hojas de herba concheira, boñiga fresca de vaca, orina de mujer, telarañas, tierra y azúcar, todo bien lamido por un perro.
Con el ganado en el curro, lo mejor es no darle agua en un día o dos y esperar a que calme. Después se apartan las yeguas preñadas, se separan las paridas de su rastra, se sueltan los caballos débiles o defectuosos, ya se encargarán de ellos los lobos (ahora los mandan al matadero), y se derriban, rapan y marcan los que merece la pena. Con tres o cuatro hombres fuertes y con un poco de valor, Afouto, su hermano Tanis, Cidrán y Camilo, el menor de los primos Marvises, la faena no es difícil, basta con no distraerse. Don Brégimo Faramiñás tocaba el banjo sentado en la cerca de piedra ya verde por el paso del tiempo, Gaudencio miraba —entre atónito y envidioso— las piruetas y los alardes de sus compañeros, y Moncho Preguizas, a caballo entre los caballos, arreaba palos a los caballos con su pata de palo de primera calidad. Crego de Comesaña, Marcos Albite, Segundo y Evaristo Marvís y yo, mirábamos alrededor, atendíamos el fuego, bebíamos vino de la bota y esperábamos a que pasase el tiempo para empezar la rapa.
—¿Y Policarpo?
—Fue a Briñidelo, se conoce que se lastimó. La rapa se hace como se puede, allí no se esmera nadie, y el caso es acabar rápido y cuanto antes. Cada animal deja, uno con otro, la libra de crin, puede que algo menos; la crin larga y limpia, cogida en mazos, vale lo que la canal de ternera. Crego de Comesaña se me quedó mirando.
—Aquí te venimos a ser todos Guxindes, bueno, todos igual, no, unos más que otros; aquí todos gastamos los dientes separados, es lo que se estila en la familia, tenemos más de siete pies de alto y pesamos de las cinco arrobas para arriba. ¡Todavía aguanta la raza! ¡Arde o eixo!
Marcos Albite acostumbra a mascar tabaco portugués.
—Lo malo es la baba, que lo echa todo a perder; pero mascar tabaco es más saludable que fumar, no se queman los pulmones.
Los potros se marcan con un hierro ardiendo, como todo el ganado, la señal de los Marvises de Briñidelo es la L del apellido de la madre, Rosa Loureses, y un nisco en cada oreja. Los animales débiles o lastimados, quiero decir aquellos que ha de matar el lobo o el hambre o el frío, que todos los años son más de mil, ni se marcan siquiera, ¿para qué? Y a los enaniños bravitos, los ponis castaños, hay alguno negro y alguno tordo, que no levantan más de dos varas del suelo, no se les puede encerrar porque al medio día de cárcel enqueixelan y mueren de tristeza. Cidrán Segade canta con buena voz cuando está cansado, se conoce que el ejercicio le hace bien a los pliegues del fuelle y a las cuerdas de la garganta.
Cuando Robín Lebozán terminó de escribir lo que antecede, lo leyó en voz alta y se levantó.
—Yo creo que me gané un café y un coñac. Y además, esta noche he de visitar a Rosicler, le he de llevar chocolatinas para que engorde un poco.
Rosicler es enfermera, pone muy bien las inyecciones, a la señorita Ramona siempre le está poniendo inyecciones de hierro, de hígado y de cal, para que coja fuerzas. La señorita Ramona toma vino Deschiens, anemia, debilidad, agotamiento, y sellos de Fitikal, medicación recalcificante intensiva. Según dicen Rosicler tiene más de un apaño, lo lleva todo con mucha discreción, aquí no hay por qué pregonar nada. A veces, Rosicler y la señorita Ramona, cuando no las ve nadie, bailan juntas y se acarician con delicadeza y mucho mimo; el perro Wilde también se deja acariciar y mimar, es muy cariñoso y obediente.
—No te vayas, Rosicler, quédate un poco más.
—¿No va a venir esta noche tu primo Raimundo?
—¿Y a ti qué más te da? Raimundo bien puede con las dos.
—Sí, eso es cierto… ¡tampoco sería la primera vez que nos derrota!
—Calla, Rosicler, no seas puta.
—Soy lo que quiero, Monchiña. Y además, no me gusta que me llames puta, así, en frío.
—Dispensa.
Rosicler cenó con la señorita Ramona y se quedó hasta muy tarde en su casa.
—¿Te vas a ir ahora, tan de noche?
—Sí; hoy me toca ponerte los cuernos con Robín.
—Pero, mujer, ¿no escarmientas?
—No.
Al padre de Rosicler lo pasearon en Orense durante la guerra civil, lo mató el abogado don Jesús Manzanedo, que se hizo muy famoso haciendo muertes, la verdad es que a nadie se le ocurre ponerle Rosicler a una hija, el que juega con fuego en él perece; a las niñas hay que ponerles nombres de vírgenes o de santas, no nombres laicos y de dudoso gusto: Rosicler, Amanecer, Aurora…, bueno, Aurora sí vale, Atmósfera, Venus, ¡qué disparate! El padre de Rosicler era cajero de un banco y el pobre pagó con la vida su mala cabeza.
—¿Usted cree, doña Arsenia, que las cosas son así como dice?
A Lázaro Codesal lo mató la mala suerte, también la confianza, de los moros no se debe uno fiar porque son arteros de sentimiento y de carácter, nadie sabe cómo se llama el moro que mató a Lázaro Codesal mientras se la estaba meneando debajo de una higuera y con la imagen de Ádega en cueros en el pensamiento, pero esto no importa. Lázaro Codesal se daba mucha maña para tirar piedras con honda, tenía muy buena puntería.
—¿A que no le das a aquella palomilla del telégrafo?
—¿Que no?
Lázaro Codesal rodaba la honda y, ¡zas!, la palomilla del telégrafo salía por el aire en cien pedazos.
—¿A que no le das a aquel gato negro?
—¿Que no?
Lázaro Codesal volteaba la honda y, ¡zas!, el gato negro salía cagando centellas y con la cabeza partida en dos.
—¿No sería el demonio?
—No creo; el demonio anda ahora poco por aquí.
La raya del monte se borró cuando mataron a Lázaro Codesal, desde aquel día desgraciado ya nadie volvió a verla, para mí que se la llevaron a muchas leguas, a lo mejor más allá de las portillas de la Canda y el Padornelo, en el camino de la Sanabria. No midió las distancias el marido que le salió al paso a Lázaro Codesal en la Cruz del Chosco, ¡Dios, qué tunda llevó por descarado! Los cornudos no han de ser descarados sino, antes bien, recatados, prudentes y temerosos de Dios, no es fácil ser cornudo con dignidad y eficacia.
—Yo voy a mi paso y por mi camino; aparte a un lado, que no le ando a buscar pelea.
Y el otro no se apartó y, claro es, lo devolvieron a su casa deslomado y atado y más corrido que una mona. Moncho Requeixo estuvo con Lázaro Codesal en la guerra de Melilla pero volvió vivo, cojo pero vivo.
—No sé lo que habrá sido de mi pierna, supongo que la habrán tirado; yo creo que cuando a uno le cortan una pierna se la deben devolver, bien salada en sal gorda, para que pueda llevársela de recuerdo.
A Moncho Preguizas se le habían muerto sus dos pajaritos mensajeros, macho y hembra, cuando fuera de navegar el mar Rojo; el jesusito curado es avecica soñadora y poco resistente que sólo vale para llevar noticias de amor y, en cuanto se le saca de sus islas, suele morir de pena y de catarro. El ciego Gaudencio volvió de misa aterido de frío.
—Está helando, Anuncia, para mí que esto es el fin del mundo.
—No, hombre, ven aquí, métete en la cama, espera a que te traiga un café caliente.
Llueve sin dar respiro ni al cielo ni a la tierra desde hace más de doscientos días con sus noches y la raposa del Xeixo, que es ya vieja y reumática y dicen que está aburrida de vivir, tose sin entusiasmo a la entrada de su raposera. Si supiera tocar el salterio, como los antiguos, ahora ya ni hay salterios, me pasaría las tardes tocando el salterio, pero no sé. Si supiera tocar el banjo, como don Brégimo Faramiñás, me pasaría las horas muertas tocando el banjo, eso siempre acompaña, pero no sé. Lo que yo sé tocar es la gaita, lo propio es tocar la gaita al aire libre, al pie de un carballo, mientras los mozos aturuxan al mundo y las mozas esperan, con el respirar entrecortado, a que lleguen la noche y sus dulces y agotadoras complicidades. Como no sé tocar ni el salterio ni el banjo, y como la gaita no va bien en las casas, me paso las tardes en la cama haciendo las porquerías con quien puedo, a veces solo; lo que no consigo es doblarme por la mitad y alcanzármela con la boca, casi llego pero no, al final no llego, puede que no llegue nadie, he de preguntar. Benicia es muy alegre pero no se cansa jamás, y eso también aburre. Benicia hace muy bien filloas y tiene los pezones como castañas, es gracioso verla haciendo filloas con las tetas al aire.
—Benicia.
—Qué.
—Alcánzame el periódico y dame un vaso de vino.
—Voy.
Las ranas de la laguna de Antela son más antiguas que las demás ranas de Galicia, León, Asturias, Portugal y Castilla; ranas tan históricas e ilustres ya no quedan más que en los ríos Var y Touloulore, en la Provenza, en el lago Balatón, en Hungría, y en las charcas de los condados de Tipperary y Waterford, en Irlanda. Nuestro Señor Jesucristo viene de la paloma y su Santísima Madre, de la azucena y su capirote virginal. De una rana de la laguna de Antela que se llamó Lirota vienen nueve familias distintas, todos parientes, a saber: los Marvises, los Celas, los Segades, los Faramiñás, los Albite, los Beiras, los Portomourisco, los Requeixos y los Lebozans; al racimo de toda la tropa le llaman los Guxindes, que todos van a un aire y juntos mandan carallo de fuerza.
Es reconfortador ver escanciar vino a Benicia en pelota, mientras el cielo llueve sobre la tierra y también sobre los corazones lastimados y horros y ansiosos.
—Échate vino por las tetas.
—No me da la gana.
Según el fraile benedictino Arnaldo Wion en su obra Lignum vitae, Venecia, 1595, San Malaquías, obispo de Armagh de Irlanda, lo dejó dicho bien a las claras en su cuenta de los papas, que concluirá, Dios mediante, en el año 2053, con la vuelta del Cristo: «La laguna de Antela la secará el hombre y en ese punto, en el lugar del agua vivirán la calamidad y la enfermedad. Y cuando ya no haya agua, el hombre escarbará el suelo buscando el mineral y en ese punto, en el lugar de la tierra vivirán el hambre y la muerte».
A los Guxindes nos gusta andar a palos en las romerías, ¿qué malo tiene?, y bailar el suelto en los atrios y cementerios y también el agarrado cuando se presenta la ocasión. Yo no sé tocar ni el violín, ni la armónica, ni el salterio, ni el banjo, yo no sé tocar más que la gaita y para eso mal. Gaudencio tocaba el acordeón en casa de la Parrocha, tocaba valses y pasodobles, y a veces algún tango para entretener a los maromos; lo que no quería tocar era la mazurca Ma petite Marianne, sólo la tocó en 1936, cuando lo de Afouto, y en 1940, cuando lo de Fabián Minguela, el Carroupo Moucho. Nunca más quiso.
—¿Y entretenía a la clientela?
—Yo creo que sí, Gaudencio siempre fue muy esmerado en la solfa.
Su hermana Ádega también toca el acordeón, lo suyo es la polca: Fanfinette, Mon amour y París, París.
—El muerto que mató a mi difunto no anduvo nunca más en la vida derecho y ya ve usted cómo terminó. El muerto que mató a mi difunto no era Guxinde, ¡que el Santo Apóstol me perdone!, que era forastero, y esto nos pasa a nosotros por hacer la caridad con vagabundos, que si cuando su padre vino pidiendo limosna por amor de Dios lo hubiéramos mallado bien malladiño, él no acabara derramando la sangre de quien le dio de comer; después, cuando se olvidan las cosas, yo no las olvido, ¡allá cada cual!, se habla mucho, por eso conviene recordarlas. Usted, don Camilo, viene de Guxindes, bueno es un Guxinde, y mi difunto también, y eso se paga. Pero también se cobra y a mucho orgullo, que el hombre es hombre hasta después de muerto y las mujeres quedamos para verlo y contárselo a los hijos. Le voy a decir una cosa que todo el mundo sabe, usted, no, porque no para aquí, pero ya se la dejé medio dicha, recuerde: al muerto que mató a mi difunto lo desenterré, fui una noche hasta el camposanto de Carballiño a robar el muerto, me lo traje para casa y eché la carroña al cerdo que después comí, los lacones por un lado, los chorizos con la cabeza por otro, y así hasta el final. Los Guxindes se alegraron y se callaron, y los Carroupos se cabrearon pero se callaron también porque si hablan, van detrás; es la ley de Dios y yo creo que éstos se acabarán marchando del país, algunos se fueron ya, unos a Suiza, otros a Alemania, por mí se pueden morir todos en el fin del mundo, comidos por los chinos.
—¿No le queda matanza con gusto a Moucho?
—¡Dónde va ya!
La cuarta señal del hijoputa es la barba por parroquias, Fabián Minguela es barbilucio a suspiros. Con Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, estuvo acostándose de balde al menos cuatro años Fabián Minguela, el muerto que iba sembrando muertos por donde pasaba. A Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, le estuvo tocando el culo y mamando las tetas y arreando palizas, al menos desde 1936 hasta 1940, el muerto que mató a Afouto, al difunto de Ádega y puede que a una docena más.
—Y además te callas, porque te puedo mandar adonde mandé a otros y no volvió ninguno, tú lo sabes bien.
A Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, la preñó el muerto tres veces y las tres fue a abortar a casa de la partera Damiana Otarelo, la Pataca, fue a que le hurgase con el perejil.
—Llevo muchos años buscándome la vida sola y no de puta, y no quiero un hijo de un hijo de puta. A lo mejor, Dios hace que esto acabe algún día.
Rosalía Trasulfe, Cabuxa Tola, lo repite siempre.
—Anduvo por toda mí, es bien cierto, anduvo por donde quiso andar, pero le estoy viva y me lavé bien lavada. Moucho era como los gusanos de los muertos, que no comen ni viven más que en la muerte.
El cajón de Marcos Albite parece una berlina, menos música tiene de todo.
—Ahora voy a tener que repintarlo, la estrellita está medio borrada pero las tachuelas aún valen; cuando loqueé me era todo lo mismo pero ahora no, ahora me importa que las cosas vayan bien y como Dios manda que vayan. La pintura verde es bonita, bien lo sé, pero cuando resesa, desmerece.
Marcos Albite lo pasa bien en su cajón, está un poco harto, sí, el aburrimiento harta a cualquiera, pero lo pasa bien, hay otros que lo pasan peor.
—Le voy a hacer un San Camilo de arde carallo, la gente se va a quedar de un aire con el San Camilo.
A Policarpo el de la Bagañeira lo tuvimos que traer desde Briñidelo en unas angarillas porque no podía con su alma con lo de la mano, el mordisco del marañón lo desniveló y tenía calentura.
—¿Mucha?
—Bueno, tampoco demasiada.
Rosa Loureses, la madre de los Marvises de allí, no lo dejaba marchar.
—Tiene la misma sangre que mis hijos y en esta casa no molesta, por el monte puede ponerse peor. Tenéis que dejarlo dormir por lo menos dos días.
—Bueno.
La gente del curro, o sea los Guxindes, nos esparramamos por Briñidelo, por Puxedo y por Cela, los Marvises quedaron en casa de sus primos y Policarpo también, Cidrán Segade y su cuñado Gaudencio, el que iba para ciego, dormían en la lareira de Urbano Randín, alimañero, contrabandista y bizco, más bizco que nadie.
—No le mires a la cara, Cidrán, que los virollos confunden el sentimiento.
Don Brégimo se instaló en casa del ciego Pepiño Requiás, quien le dejó la cama por una peseta, Marcos Albite y Moncho se fueron a Puxedo, a casa de las Laurentinas, y Robín Lebozán y yo nos llegamos a Cela, a visitar a mis parientes Venceás.
—Quedar aquí los dos, esta casa es amplia y nos hacéis compañía.
Los Venceás vivían con su madre, Dorinda, de ciento tres años de edad y quejándose siempre de frío, y con una criada que hacía el licor café mejor que nadie.
—¿Cómo se llama esa mujer?
—No lo sabemos, la pobriña es muda y, claro, no nos lo dijo. No es de por aquí, por su pinta parece portuguesa pero a lo mejor no es de ningún lado, papeles no tiene, lleva ya mucho tiempo con nosotros, más de cincuenta años, y nunca hizo mal a nadie. En la aldea le llamamos la muda pero no de mote, es que es así.
La muda hacía el licor café con seriedad, apunte si quiere; en una olla de barro se echa lo que sigue: una olla de aguardiente de orujo de fina calidad; dos libras de café tostado, en grano; cuatro libras de azúcar cande; dos puñados de nueces, peladas, claro, y un poco padexadas para que suelten la substancia, y las mondas de dos naranjas amargas. Durante dos semanas se revuelve todo bien revuelto con una varita de avellano: cien veces siguiendo la marcha de las agujas del reloj, cuando nace el día, y otras cien al revés, cuando viene la noche; después se filtra con papel de estraza, se embotella y se deja reposar por lo menos un año. Hay quien pone el licor en unos frascos bocudos bien tapados con cera, y también hay quien no filtra y lo echa todo a madurar en un bocoy de duelas de carballo, eso va en gustos. La muda se pone muy contenta cuando Robín y yo festejamos el trago chascando la lengua; a la muda, se conoce que con la alegría, se le escapan unos pedos graciosos, atiplados y prolongados.
Loliña Moscoso Rodríguez, la mujer de Baldomero Gamuzo, bueno, Baldomero Marvís Ventela, o Fernández, Afouto, lleva a sus cinco hijos relucientes, parece que les saca brillo. En cambio los de Rosa Roucón, la de Tanis Perello, que son otros cinco, andan con el culo al aire y las velas colgando, cada una es como Dios la hizo y el anís tampoco se reparte de balde.
—¿Quieres una copita de anís?
—¿Será hora?
Chelo Domínguez la de los Avelaíños, o sea la señora de Roque, el vicario de San Carallás bendito en la Tierra, pasa escocida por este valle de lágrimas.
—No te quejes, Cheliño, que más vale tener que desear.
—Sí, eso dicen.
Chelo Domínguez tiene buena mano para la cocina, la empanada de raxo le sale muy bien, y el lacón, al que parte en tres o cuatro cachos y dora en las brasas antes de cocerlo, y los callos, que pueden ser de ternera y no de cordero, y la miolada con costilletas, esto de la cocina tiene tanta defensa como arrebato.
—¿Usted piensa que los japoneses son muy celosos?
—¿Por qué me lo pregunta?
—No, por nada; lo había oído decir.
Don Benigno Portomourisco Turbisquedo se pasó la vida diciendo que había de durar más de cien años, pero se murió a los noventa, después de haberse bebido más vino del que hubo de caberle en el cuerpo.
—¿Y dice usted que nadie lo vio nunca borracho?
—¿Cómo había de decirle tal cosa? A don Benigno lo vio borracho todo el mundo, él tampoco se escondía, no vaya a creer.
Don Benigno tenía planta de alabardero, aunque al final andaba ya un poco encorvado.
—¡Parrulo!
—Mande, don Benigno.
—Ponte en la parra y no entres hasta que estés pingando.
—Sí, señor.
Luisiño Bocelo, Parrulo, era un capón manso y obediente que valía para descargar en él el mal humor.
—¡Parrulo!
—Mande, don Benigno.
—Bájate los calzones, que quiero darte dos palos en el culo.
—Sí, señor.
A Luisiño Bocelo, Parrulo, cuando estaba en el seminario, sus compañeros le meaban la cama y después pasaba mucho frío.
—¡Parrulo!
—Mande, don Benigno.
—¿Le llevaste ya el pan y el agua a la señora?
El segundo marido de Georgina, la prima del cojo Moncho Preguizas, también se le acabó muriendo.
—Tengo que apurarme un poco porque ya no soy ninguna moza, aquí por estos andurriales siempre hace falta un hombre; las mujeres, aunque seamos viudas dos o tres veces, no debemos estar solas jamás.
Moncho habla siempre con cariño de su tía Micaela, la madre de Georgina.
—Siempre fue muy buena para conmigo, cuando era muchacho me la meneaba todas las noches; antes, las familias estaban más unidas.
Adela y Georgina son hermanas, pero no se parecen mucho salvo en la inclinación al vino, la afición al tabaco y la propensión al catre.
—¡Para lo que una ha de vivir!
—Di que sí, mujer, que en este mundo no hemos de quedar para simiente.
A Adela y Georgina les gusta mucho que la señorita Ramona les ponga tangos de Carlos Gardel en la gramola: Flor de durazno, Melodía de arrabal, Cuesta abajo.
—¡Cómo me gustaría ser hombre para bailar el tango maltratando!
—¡Mujer, qué ocurrencia!
Adela y Georgina, una noche del otro año, bailaron tangos con la señorita Ramona y Rosicler.
—¿Me puedo sacar la blusa?
—Haz lo que quieras.
Mi tía Salvadora, la madre de Raimundo el de los Casandulfes, vive sola en Madrid, no quiere saber nada de la aldea.
—¿Ni de los parientes?
—No; tampoco de los parientes.
Por parte de mi madre me quedan aún cuatro tíos: tía Salvadora y tío Cleto, viudos, y tía Jesusa y tía Emilita, solteras. Tío Cleto se pasa las horas muertas tocando la batería o sea el jazz-band.
—¿Pero cuántos años tiene?
—No sé, setenta y seis o setenta y ocho. Tía Jesusa y tía Emilita gastan su tiempo en rezar , en murmurar y en orinar, las dos tienen incontinencia de orina. Tía Jesusa y tía Emilita no se hablan con tío Cleto, bueno, no es que no se hablen, es que se aborrecen, se odian a muerte y sin disimulo mayor.
—Los hombres, el mejor para ahorcado. Cleto se pasa el día tocando el bombo y los platillos para molestarnos, nada más que para molestarnos. ¡Como sabe que padecemos de jaqueca!
Mis tíos viven los tres en la misma casa, ellas abajo, que es más húmedo, y él arriba, que es más seco. Tío Cleto, cuando se aburre, vomita, se mete los dedos en la boca y devuelve las tripas donde mejor le pilla, en una palangana o detrás de los muebles, se conoce que encuentra mucho deleite en arrojar. A tío Cleto, en París, durante el viaje de novios, se le puso mala la mujer y la dejó en el hospital con el argumento de que a él los enfermos le daban mucho asco, se enteró de que había enviudado por una carta del cónsul.
—La pobre Lourdes no duró mucho, ésa es la verdad, pero ¡en fin!, yo hice lo que pude, la dejé en un buen hospital y con todo pagado, hasta el entierro, fue un caso de mala suerte.
Mis abuelos estaban en buena posición, eran dueños de una tenería y una fábrica de ataúdes, Manufacturas del Más Allá, pero mis tíos se patearon la herencia y ahora están sin una perra y viviendo de milagro.
—Yo no sé lo que es peor, si el hambre o la mugre; los hombres prefieren la mugre pero las mujeres nos quedamos con el hambre, a lo mejor hay alguna golfa que no.
Las alimañas ahorcadas en la viña del sacristán están cada día más cativas y podres. La parva de Martiñá le enseña las tetas a la raposa difunta mientras come avellanas.
—¡Fuera de ahí, maldita parva, que tú sola arrastras más pecado que Sodoma y Gomorra! ¡Tápate las miserias y reza el Señor mío Jesucristo, que todos nos hemos de condenar por tu culpa obscena!
El sacristán, un día, le acertó a Catuxa Bainte con una pedrada entre las dos tetas y le hizo echar sangre por la boca; el sacristán se moría de risa.
—¡Dios, qué bien le di! ¡A poco más le esmago los pulmones!
Catuxa Bainte, la parva de Martiñá, chapuzándose en la balsa del molino de Lucio Mouro, parecía una cordera huérfana y desorientada, también angélica y sin mancha de pecado original.
—¿Está fría el agua?
—No, señor; no mucho.
Cuando se ve venir una nube de moscas, ya se sabe: va dentro el cura de San Miguel de Buciños, que debe tener las carnes de confitura.
—Dolores.
—Mande, don Merexildo.
—Este vino se volvió vinagre, bébelo tú.
—Sí, señor.
Dolores empina el codo sin mayor remilgo, casi todo le va bien. Dolores, con su brazo de menos, pierde el equilibrio cuando se ajuma.
—Hay días que todo va torcido, se conoce que el personal carga más a un lado que a otro.
Don Merexildo tiene mucho renombre por sus alborotadas corpulencias y sus pétreas tiesuras; de no haber sido sacerdote, hubiera podido ganarse la vida enseñando sus bienaventuranzas por las romerías.
—¡Pasen, señoras y señores, a contemplar el auténtico órgano del Anticristo, el más descomunal cipote, dicho sea con perdón, de toda la península Ibérica! ¡No se empujen, que hay sitio para todos y el material no desmerece con el paso del tiempo!
Pero, claro, hay ciertas cosas que los sacerdotes no pueden hacer por eso de los respetos humanos.
—Dolores.
—Mande, don Merexildo.
—Estas manzanas están podres, cómelas tú.
—Sí, señor.
—¡Y otra vez que me saques las manzanas podres, te las he de meter por el culo!
—Sí, señor.
El rey Carol de Rumania visita Belgrado, le acompaña el príncipe heredero Miguel. Luisiño Bocelo, el criado capón propiedad de don Benigno, y Dolores, la criada manca del corral del cura de San Miguel, eran dos criaturas que parecían señaladas por el dedo de la ira que hace obedecer a coces, que es un dedo engarabitado, sarmentoso y tirando a seco.
—¿Y las coces han de ser en mitad de la barriga?
—O donde se tercie, tanto da.
Voy a apuntar en un papel que tengo que pedir más farias a mis primos de La Coruña para regalarle a Marcos Albite, he de corresponder al San Camilo de palo, lo más probable es que sea una obra de arte. Cuando fuera del curro del Xurés, Marcos Albite y yo nos hablábamos de tú, después vino la guerra y empezaron a pasar sucesos y a atropellarse cosas y ahora nos decimos unas veces de tú y otras de usted, según nos da, delante de la gente solemos tratarnos de usted, yo le digo más veces de tú que él a mí. He de acordarme de pedir más farias a mis primos de La Coruña, Marcos Albite es buen rapaz y en su cajón se tiene que aburrir a modo.
—La estrellita ya casi ni se ve, tengo que pintarla de nuevo; la pintura verde hace muy bien, todo el mundo lo dice, pero se estropea igual que las demás y hay que darle otra mano.
Gramola es más que gramófono, más lujoso y también más moderno, la gramola no tiene bocina, la voz le sale por unas rendijas que van a los lados. Rosicler tiene unos parientes argentinos que llaman vitrola a la gramola, el fonógrafo es todavía más antiguo que el gramófono. La gramola que le regaló Raimundo el de los Casandulfes a nuestra prima es marca Odeón modelo Cadet. Para la música que se siente en el alma, Claro de luna, Para Elisa, una polonesa de Chopin, lo mejor es el piano, en cambio para la música que se escucha sobando y medio dejándose ir, va mejor la gramola, tiene más misterio y más veneno. Al Vals de las velas, que queda a medio camino, lo mismo le cuadra el piano que la gramola. El piano es pequeño, de palo santo y con el teclado de marfil, la señorita Ramona lo heredó de su madre, que lo tocaba con mucho gusto e incluso con buen estilo. El invierno pasado, la señorita Ramona le dijo a Rosicler una tarde que las dos estaban ya cansadas de bailar juntas,
—No se la menees al mono, da gusto pero trae mala suerte, además está tísico.
—¡Pobre Jeremías!
El piano de la señorita Ramona es marca Cramer, Beale and Co. y tiene dos candeleros de plata, de adorno; antes la gente vivía mejor que ahora.
—Bueno, pero también las personas se morían antes.
—No estoy tan seguro.
Robín Lebozán solía llevarle chocolatinas a Rosicler.
—Toma, para que se te conserven las tetas duras, las tetas duras es lo que más dura me la pone.
—¡Calla, cochino!
Robín Lebozán le presta libros de versos a la señorita Ramona. Rosalía, cuando escribió En las orillas del Sar, vivía ya en La Matanza, frente a la estación del The West y más cerca del otro río, del Ulla. En las orillas del Sar está en castellano y Follas novas en gallego, los dos muy hermosos e inspirados. En las orillas del Sar lo publicó poco antes de su muerte, Rosalía no duró mucho, no llegó a los cincuenta años. Robín Lebozán supone que Rosalía no vino al mundo en Santiago, como dicen los libros, sino en Padrón, de donde se la llevaron recién nacida para aliviar el dolor de su madre, deshonrada por un presbítero; si llegan a saber que, andando el tiempo, aquella niña habría de convertirse en el más grande poeta del país, quizá no se hubieran andado con tantas prisas y tan escasos miramientos; a poco más, la matan.
—¡Qué burros eran!
—Bueno, mujer, también corrían otros tiempos.
Robín Lebozán piensa que Rosalía tuvo amores con Bécquer, pero eso no lo puede demostrar. Bécquer era de la misma edad que Rosalía, más o menos, pero murió aún más joven, la verdad es que no aguantaban casi nada. A la señorita Ramona le gustaba mucho la poesía Aires da miña terra, de Curros, que era de Celanova, en el camino del Xurés, y tío abuelo de Robín.
—A lo mejor, de ahí te nace la afición a los libros.
—¡Puede!
Vento mareiro, de don Ramón Cabanillas, está muy bien; éste le viene a ser de Cambados, en la ría de Arosa, y vive en buena salud, aún no llevamos medio siglo XX, me alegro porque cada vez quedan menos poetas, ahora no hay más que futbolistas y militares. Rosicler también tiene afición a la poesía, aunque no tanta. Raimundo el de los Casandulfes tararea Corazón santo mientras se afeita.
—¿No sabes otra cosa?
—¿Por qué lo dices?
—No, por nada…
En la taberna de Rauco ponen muy bien los callos, mejor que el pulpo. Raimundo y nuestra prima no duermen toda la noche juntos más que cuando van de viaje, por la Pascua florida estuvieron en Lisboa; Raimundo cuando va a visitar a nuestra prima, le lleva siempre una camelia blanca.
—Toma, Moncha, para que veas que te sé el gusto y que no me olvido nunca de ti.
A Rosicler, Raimundo le regala chocolatinas, a cada una lo suyo. Fabián Minguela, Moucho, juega al chamelo en la taberna de Rauco; los Carroupos tienen mal perder, se les encrespa la chapeta de piel de puerco de la frente y no miden las palabras. Tripeiro, el padre de los Gamuzos, decía siempre que quien no sabe perder, no sabe acabar, o sea que quien mal pierde, mal acaba, esto es: con la cabeza partida en dos en la cuneta o con un pinchazo en mitad del vientre, en el monte donde vive el lobo de la Zacumeira o en cualquier lado. A Raimundo le gusta andar a caballo por el monte, hay mañanas que sale a pasear con la señorita Ramona, si no llueve demasiado; Caruso, el caballo de nuestra prima, es viejo pero todavía resiste.
—¿Tú crees que Cabuxa Tola se atrevería a hacer las cochinadas con el lobo de la Zacumeira?
—¡Jesús, qué ocurrencias!
El forastero vio que Moucho el Carroupo no tenía a nadie detrás. La quinta señal del hijoputa está en las manos, que son blandas, húmedas y frías, Fabián Minguela tiene las manos como babosas.
—No me gusta levantar la voz pero si no paga lo que lleva perdido, le parto la boca.
El gato de la taberna de Rauco no se llama de ninguna manera, la patrona le dice michino y él ya entiende. Mientras Moucho saca los cuartos, el forastero acaricia al gato y ni mira siquiera.
—Deje el dinero encima de la mesa, ya vendré a buscarlo si me da la gana.
Moucho se la tuvo que envainar porque nadie salió en su defensa, tampoco la tenía ni se la merecía. Fabián Minguela, Moucho, trabaja sentado como todos los Carroupos, los zapateiros no montan a caballo ni cultivan la tierra. Moucho es sastre y también trapichea con artículos de mercería, carretes de hilo, botones de celuloide y de metal, medias de algodón, pañuelos y otras pobrezas, los Carroupos no son de por aquí, Dios sabrá de dónde salieron.
—Deje el dinero bien a la vista, los pesos, las pesetas y los patacones, que todos lo vean, y después váyase. Patrona, empiece a sacar vino, digo si no molesto, que yo no quiero molestar a nadie.
Moucho, los domingos, se peina con fijador Omega y gasta corbata de lacito color verde brillante y pañuelo de crespón a juego, que se sujeta con un imperdible para que no se lo roben.
—¡Qué pituco!
—¡Ya lo creo, de lo más que hay!
La sexta señal del hijoputa es el mirar huido, Fabián Minguela no mira por derecho ni en la oscuridad. El loro de la señorita Ramona es más viejo que nadie, el loro de la señorita Ramona come cacahuetes y recita la letanía del Santo Rosario, virgo potens, ora pro nobis, virgo clemens, ora pro nobis, virgo fidelis, ora pro nobis, aquí hay demasiado virgo, esto es como tener en casa a las adoratrices llevando al buen camino a las jóvenes descarriadas. Los cuatro criados de la señorita Ramona son los siguientes: Braulio Doade, 82 años, natural de Camposancos; Antonio Vegadecabo, 81 años, natural de Cenlle; Purina Córrego, 84 años, natural de los Baños de Molgas, y Sabela Soulecín, 79 años, natural de San Cristóbal de Cea. El loro es más viejo que el mayor de todos y allí no se muere nadie: virgo prudentissima, ora pro nobis, virgo veneranda, ora pro nobis, virgo predicanda, ora pro nobis, aquí hay virgos demás, esto es como tener en casa a los jesuitas desbravando mozos pajilleros de buena familia. Los cuatro criados de la señorita Ramona están medio ciegos y medio sordos, unos más que otros, y también bronquíticos y reumáticos, todos por un mismo estilo; la verdad es que ninguno vale para nada, pero tampoco se les puede mandar a freír puñetas, así sin más ni más, a que se los coman los lobos y la piojera.
—Es una carga de caridad, ya lo sé; lo que da pena es pensar que a estas ruinas también les dio un vuelco alguna vez el corazón en el pecho, por causa de amor, antes de la pérdida de las colonias, ¡qué disparate! Cuando el loro vino de Cuba ya era viejo, lo que no sé es cómo se acostumbró a este clima.
Ádega lleva la cuenta de los muertos, alguien tiene que ser el notario de las muertes que van segando las vidas sin darse jamás un punto de descanso.
—El parvo de Bidueiros no se ahorcó, que lo ahorcaron para ensayar, no lo hicieron con mala intención pero se les fue la mano; el demonio hace que a veces, en un descuido, se ahorque a alguien que no se quería ahorcar, todo es cuestión de desgracia, al parvo de Bidueiros lo ahorcaron para ensayar, lo ahorcaron de broma pero él se murió en serio, se conoce que lo pillaron distraído.
A Roque Gamuzo le llaman Crego de Comesaña por broma, también por broma ahorcaron al parvo de Bidueiros y después lo hubieron de enterrar, el escribiente del juzgado no sabía qué poner en el papel.
—¿Qué pongo en el papel?
—Ponga lo que quiera, no fue más que un caso de desgracia, el pobre parvo tuvo siempre mucho desnivel y desventura, los hay que nacen con buen pie y los hay que no, eso es todo.
Don Merexildo Agrexán Fenteira, cura de San Miguel de Buciños, le rezó tres misas a su hijo el parvo de Bidueiros sin decir a nadie la intención.
Chelo Domínguez dio seis varones a Roquiño Gamuzo, su marido.
—¿Y calzan la carallada de su padre?
—Pues, sí, parece que no hay queja.
Chelo lleva a sus hijos muy aseados y elegantes, está muy orgullosa de ellos.
—Y además, tengo razón para estarlo, pocas mujeres tienen siete hombres tan hombres alrededor, Roque y los niños, da gusto verlos.
Tía Lourdes, la mujer de tío Cleto, murió enseguida, no pasó de la luna de miel. Tía Lourdes murió en París porque los franceses, que se lavan poco, le pegaron las viruelas; Ádega no cree que ése fuera el mal que la llevó al sepulcro.
—No puede ser porque la señorita Lourdes, que en paz descanse, nació en año bisiesto, todo el mundo sabe que los que nacen en año bisiesto libran de las viruelas.
—¿Pero ésa es una regla fija?
—¡De lo más fijo que hay!
Cuando tío Cleto volvió habiéndose dejado a tía Lourdes en el camino, los abuelos, que aún vivían, se mostraron muy compungidos.
—¡Pobre Lourdes, qué desconsuelo habrá dejado en el corazón de Cleto! La finada valía poco, ésa es la verdad, pero podía haber durado más tiempo. Aquí en la fábrica le hubiéramos dado el ataúd que la esposa de un hijo se merece, arca inglesa n.° 1 en nogal con herrajes de bronce. ¡Pobre Lourdes, qué pronto fue llamada por Nuestro Señor a su presencia!
A tía Lourdes la echaron a la fosa común porque tío Cleto dejó pagado el entierro, sí, pero no la sepultura, en esto los franceses son muy mirados y el cónsul dijo que a él ni le iba ni le venía; morir en el extranjero es siempre desairado porque no se conocen los usos.
—¿Los franceses son católicos?
—Sí, yo creo que sí, bueno, son católicos a su manera; los que son protestantes son los ingleses y los alemanes.
—Ya.
Los dos Gamuzos gemelos, Celestino Carocha, cazador, y Ceferino Furelo, pescador, son curas en San Miguel de Taboadela y en Santa María de Carballeda, ésta en término de Piñor; Furelo estuvo antes en San Adrián de Zapeaus, en Rairiz de Veiga, el pueblo del famoso guerrillero Celso Masilde, Chapón, que anduvo con la partida del Bailarín hasta 1948, en que cayeron todos en una emboscada. Este Bailarín no tiene nada que ver con Esteban Cortizas, el otro Bailarín, armador de motoras de pesca y jefe local de Falange en Mugardos, donde los maquis lo mataron a tiros en 1946. Chapón también hizo la guerrilla por la comarca de Órdenes, con Benigno García Andrade, Foucellas, jefe de la IV Agrupación, a quien agarrotaron en La Coruña en 1951. Furelo va a visitar a Benicia todos los primeros y terceros martes de mes, el orden es el orden; Benicia tiene el joder alegre pero es muy respetuosa, siempre trata de usted a Furelo, bueno, a don Ceferino, y cuando se despide de él le besa la mano.
—Usted siga bien, don Ceferino, ¿disfrutó?
—Sí, hija, que Dios te lo pague, disfruté mucho.
Los curas también son de Dios, como las arañas, las flores y las niñas que salen pegando brincos de la escuela, y Dios sabe perdonar los pecados.
—¡Apriete, don Ceferino! ¡No se retire! ¡Ay, ay!
Benicia tiene los ojos azules y los pezones como castañas, Benicia no sabe ni leer ni escribir pero va por la vida adivinándolo todo: el amor y el aburrimiento, la vida y la muerte, el gusto y el asco, lo que se dice todo. Raimundo el de los Casandulfes, en la cama, se da más arte que Furelo, se conoce que pasó por la universidad, eso siempre se nota; en Santiago, cuando estudiante, aprendió muchas habilidades en las casas del Pombal, en la Macana, en la Portuguesa y en Mamá Lola, una buena iniciación siempre predispone. Furelo es pescador y a Benicia suele llevarle alguna trucha.
—Toma, cuando hayamos…, bueno, tú ya me entiendes…, vas y fríes una para mí y otra para ti.
—Sí, don Ceferino, lo que usted guste.
Carocha es cazador, Carocha sacia su sed en otros abrevaderos.
—Fina.
—Mande, don Celestino.
—Te traigo un conejo para que nos lo comamos mañana noche.
—Es que le estoy con el mes, don Celestino.
—Tanto tiene, ya sabes que no te soy muy mirado.
Fina es viuda, morenita y cimbreña; Fina tiene treinta o treinta y dos años y es pontevedresa, divertida y libidinosa, vino hasta aquí hace algún tiempo y se quedó, de apodo le llaman la Pontevedresa y también Porca Marina, nadie sabe por qué.
—Oiga, ¿eso de libidinosa no queda un poco fuerte?
—Puede.
Dicen que Fina mató al marido a disgustos pero no es verdad, los cornudos resisten como leones. Fina mostró siempre mucha inclinación por el clero, se conoce que era su natural, en cuanto veía un cura que no fuese muy viejo, se le alegraban las pajarillas.
—Son muy hombres y además, como no tienen agobios, montan muy a lo bravo, da gusto con ellos.
Fina no es tan respetuosa con don Celestino como lo fuera Benicia con don Ceferino, también lo trata de usted pero a veces, en medio de la refriega, se olvida.
—¡Pero qué cachonda me pones, cabrón…! Dispense, don Celestino, que Dios me perdone, es que me quita el aliento.
Nadie sabría repetir la canción que rechina en el eje del carro de bueyes que va por la corredoira avisando a la muerte para que escape, el lobo aúlla y el jabalí rebudia pero la silveira no se asusta jamás, se ve que es de carne brava y montesina.
—¿Disfrutó?
Orvalla con fe, esperanza y caridad sobre el maíz y el centeno, sobre la virtud y el vicio en compañía, también el vicio a solas, sobre la vaca mansa y el raposo montes, a lo mejor orvalla sin fe, ni esperanza, ni caridad y no lo sabe nadie, tampoco atiende nadie, orvalla con devoción mientras el mundo sigue su rodar: un hombre presta a usura, una mujer se frota la conacha con un conejo muerto, un niño se muere de un entripado de ciruelas claudias, Robín Lebozán regala chocolatinas a Rosicler quien se empeña en seguir meneándosela al mono Jeremías, una niña se muere coceada por un caballo, Arquímedes dijo aquello de dadme un punto de apoyo, etc. Orvalla con equilibrio, también con aburrimiento sobre el mundo, más allá de la raya del monte ya no queda nada, todo lo borró Nuestro Señor cuando mataron a Lázaro Codesal en tierra de moros. El difunto marido de Fina se llamaba Antón Guntimil y anduvo siempre mal de salud, era enfermizo y delicado y además tatexo, le costaba mucho trabajo arrancar a hablar. Fina lo trataba desconsideradamente y se reía de sus debilidades, en esto no se portaba bien.
—Y para que lo sepas, que pareces papón: al franciscano de las misiones se le ponía más gorda que a ti, lo menos el doble. Sabía poco, bueno, eso es verdad, nadie nace sabiendo, pero tenía con qué aprender.
A Antón se le subió la sangre a la cabeza y le pegó un palo a la mujer, le pegó en las costillas; a él le dieron un sartenazo en mitad de la cara.
—¿Tienes bastante, cornelas do demo?
Fina se marchó levantando una cacha como si fuera a ventosear, pisando fuerte y dando un portazo. ¡Qué modales!
—Ya me vendrás a buscar, si quieres.
La casa de la señorita Ramona está fuera de la aldea de Mesós do Reino, según se viene de Lalín a mano izquierda. Mesós do Reino es caserío de población reciente. Antes, a este grupo de casas le decían Mesós de Moire porque, cuando fuera de construir la carretera general Zamora-Santiago, la N-525, los primeros en poner algunos establecimientos y posadas eran del vecino lugar de Moire, también en término de Piñor, que queda a mano derecha, yendo hacia Castilla. El nombre de Mesós do Reino —y aun Mesones del Reino— le vino después y no guarda relación ni con el Reino de los Cielos, ni con el de Galicia, ni con el de España. El nombre se le puso porque el comerciante más fuerte del contorno se llamaba José Blanco García, de apodo Don José do Reino. La casa de la señorita Ramona no es muy antigua, no tendrá más de doscientos años, pero encierra mucha nobleza y misterio, muchas historias de pasiones, enfermedades y calamidades. La familia de la señorita Ramona es importante, por lo menos para el país, y en las familias importantes siempre están pasando desgracias. La madre de la señorita Ramona se ahogó en el río Asneiros, que tampoco lleva tanta agua, nunca se supo si queriendo o sin querer. El jardín de la señorita Ramona, con sus laureles y sus hortensias, llega hasta el río, en el que se puede resbalar y perder pie; a veces, Rómulo y Remo, los dos cisnes del estanque, se llegan hasta el río, la gente dice que arrastran la mala suerte. A Antón, el marido de Fina, lo mató el tren delante de todo el mundo en la estación de Orense.
—¿Cómo no se apartó?
—¿Y yo qué sé? El pobre no discurrió nunca mucho.
Fina ya le guisaba conejos a don Celestino en vida del marido. Fina siempre procuró complacer a los sacerdotes y ser amable con ellos. La casa de mi madre, bueno, ahora es la casa de mis tíos, está en Albarona, en la parroquia de San Xoan de Barran. Tío Cleto, cuando no duerme, toca la batería y bebe coñac de barril, lo compra, casi siempre al fiado y en espera de mejores tiempos, en la taberna de Rauco. Tía Jesusa y tía Emilita, cuando no rezan, murmuran.
—¿Y orinan?
—¡Uf, un horror! Tía Jesusa y tía Emilita llevan lo menos veinte años orinándose por ellas.
A mí me parece que tía Lourdes tuvo suerte quedándose enterrada en París, la verdad es que esto nunca se sabe; a los abuelos les hubiera gustado que muriese en Galicia, es la costumbre.
—Era poquita cosa, salta a la vista, pero otras que tampoco valen demasiado, aguantan más. ¡Vaya usted a saber los ataúdes que gastan los franceses! ¡A lo mejor son de cartón piedra!
Tía Jesusa y tía Emilita no le dirigen la palabra al hermano más que para preguntarle si cumplió con el precepto.
—¡Iros a la mierda! ¡Yo baso mi conducta en el libre albedrío!
—¡Jesús, qué modales!
Tía Jesusa y tía Emilita, cuando se cruzan con él, miran para otro lado y entonces tío Cleto silba para darles rabia.
—¡Ay, santo Dios, santo Dios! ¿Qué habremos hecho nosotras para tener que cargar con semejante cruz?
Mis tíos no se hablan, se enzarzaron en una discusión sobre el sitio que habría de ocupar cada cual en el cementerio y acabaron insultándose gravemente, en voz baja, eso sí, pero gravemente. Tío Cleto, cuando ya las tenía muy nerviosas, les soltó un pedo descomunal, un cuesco demoníaco y retumbador, y entonces tía Jesusa y tía Emilita rompieron a llorar con desconsuelo.
—¿Como si fuera el fin del mundo?
—Pues, sí, una cosa así.
Tío Cleto toca la batería de oído, lo hace bastante bien, y se anima silbando y canturreando, tío Cleto no teme a la soledad porque la espanta con el bombo y los platillos. Tía Jesusa y tía Emilita meriendan cascarilla con bollito maimón, que es barato pero de muy fino paladar. Fabián Minguela, Moucho, no puede entrar en estas casas: ni en la de los tíos, ni en la de la señorita Ramona, ni en la de Raimundo, ni en la de ningún Guxinde; aunque no hubiera pasado nada —y pasaron muchas cosas—, es mejor que se quede fuera. Y no es porque sea forastero, que más lo es el que le mandó poner los cuartos encima de la mesa cuando perdió la partida de chamelo, y nadie le mandó callar ni lo echó fuera; aquí no se tiene nada contra los forasteros. La séptima señal del hijoputa es la voz de flauta, Fabián Minguela tiene la voz atiplada de las esposas del Cordero que cantan en el coro de la catequesis. Don Jesús Manzanedo fue un asesino famoso, a pesar de tener el don; ahora lo más probable es que esté ardiendo en los infiernos para toda la eternidad y por los siglos de los siglos, amén. Don Jesús murió en la cama, sí, eso es verdad, pero con el cuerpo podrido y oliendo a muerto, los hijos se apartaban porque no podían con el olor y se ponían agua de colonia en el pañuelo, también murió con muchos dolores en la carne, tantos como remordimientos en el alma. Dios castiga sin palo y sin piedra y del Moucho, ¡no haberse metido!, no quedan ni los restos mortales, tampoco los guardaron bien.
—¿Hace frío?
—No mucho, cualquier mañana hace más frío que hoy.
Benicia es una máquina de dar calor y compañía, también deleite, mira lo que te decimos: como te queremos bien, todos nos alegramos de que no sepas tocar ni el violín ni la armónica, Benicia es como un molino que no se detiene jamás.
—¿Me alcanzas el periódico?
—¿Para qué lo quieres?
—La verdad, para nada, ya lo leí.
Benicia es dulce como una loba parida, lo que le gusta es repartir el bien.
—¿Me haces un sitio en la cama?
—Bueno.
Benicia puede contener la respiración durante más de un minuto y estallar después, es muy raro, guarda la respiración y tú la montas como si estuviera muerta, las muertas están frías pero ella no, ella quema como el fuego; cuando resucita de golpe y respira con más ansiedad que nadie, se arranca y te destroza las partes y la nuca, te da bocados en la nuca hasta el ánima bendita, hay que andar muy atento.
—Ciérrame las contras, que quiero dormir un poco.
A la señorita Ramona, de niña, la llevaron a los baños de mar porque tenía muy mala color, fueron a Cambados, en la ría de Arosa, donde vivían sus primos los Méndez Cotabad, que eran muchos y muy simpáticos y cariñosos, eran nueve y andaban siempre alborotando, pescando cangrejos y comiendo pan con miel, las dos pequeñas eran gemelas, Mercedes y Beatriz, con sus trenzas y sus gafitas, eran más malas que un dolor y se paseaban por los tejados sin que nadie les riñera.
—¿Para qué? Esas chiquillas no se caen aunque las empujen.
En Cambados, entre la pleamar y la bajamar hay lo menos tres metros, quizá cuatro, y cuando bajan las aguas, los pesqueros se quedan varados sobre la lama del fondo, rodeados de cangrejos vivos, gaviotas busconas y gatos muertos, también hay casi siempre una gallina muerta. En Cambados vivían mismo en la línea del mar, en la fonda La Perla de Cuba, sucesores de Viuda de Domínguez; doña Pilar, la patrona, ponía muy bien. A la señorita Ramona, por aquellos años, siempre le llamaban Monchiña, ahora no se lo llaman más que a veces. A Monchiña la llevaban todos los días a las siete de la mañana, hay que aprovechar bien el tiempo, a La Toja, en Cambados no se puede uno bañar, la llevaban en la motora que hace la travesía, que es muy bonita y emocionante, con la proa cortando la mar y la estela a popa, que hace tan romántico, a veces se ven delfines; de La Toja vuelven en el viaje de las cuatro de la tarde. El tiempo bueno para los baños es después de que la Virgen del Carmen bendice las aguas, o sea pasado el 16 de julio. A Monchiña le daban tres tandas de nueve baños cada una, dejándole descansar tres días entre una y otra, con los baños tomaba emulsión Scott, reconstituyente de la sangre y del sistema nervioso. Antes de la temporada de baños, a Monchiña la purgaban tres días seguidos con agua de Carabaña para limpiarle bien el intestino y que los baños le probaran, después le dejaban tomar un boliche de gaseosa para quitar el gusto. La señorita Ramona recuerda aquellos tiempos con pavor, es más duro ser niña que ser mujer.
—Lo que más me gusta es que me metas en la cama, Raimundiño…, y no me metes en la cama desde hace una semana o más, de niña me aburría mucho, me aburría siempre, y ahora voy camino de vieja, ya no me falta nada para ser vieja. Ponte más coñac y dame otro poco a mí. ¿Por qué no me llevas otra vez a Lisboa?
Raimundo el de los Casandulfes no se explica cómo pudieron pegarle el ladillazo que le pegaron, el otro día pasó por Orense y se entretuvo un rato en casa de la Parrocha, es cierto, pero allí las mujeres suelen cuidarse. Raimundo no le dijo nada a nuestra prima Ramona, es difícil de explicar y además a las mujeres les suele dar mucho asco todo esto, les da como reparo; Raimundo se pone Ladillol, el parasiticida más eficaz y de efectos más rápidos, el más económico, también son recomendables el Aceyte Inglés, todos saben para lo que es, no mancha, huele a lavanda y sin molestias mata instantáneamente toda clase de parásitos, y el Aceite Brujo, tiene la ventaja de que no mancha siendo al mismo tiempo su olor muy agradable, Raimundo eligió el Ladillol porque es del país.
—Estoy preocupado porque a veces tengo como palpitaciones, me va el corazón muy deprisa.
—¿No será que fumas más de la cuenta?
—No sé, puede que sí.
Al general don Rogelio Caridad Pita, jefe de la XV Brigada, lo fusilaron en La Coruña al empezar la guerra, más adelante se hablará un poco de esto; su hijo Paco, en 1941 o quizá en 1940, llegó de América para establecer contacto con la guerrilla pero fue detenido por las autoridades. Los Marvises de Briñidelo, Roque y sus tres hijos, Segundo, Evaristo y Camilo, anduvieron con la partida de Bermes y libraron con suerte porque pudieron volver vivos a casa. Estos parientes de la comarca de la Cela, al lado de la Padrenda, las dos con el río Limia por medio, no son ni gallegos ni portugueses y su lengua más tiene de portugués que de gallego, el español ni lo hablan ni lo entienden, la frontera no está muy guardada y el contrabando de ganado marcha bien, los niños en este confín van a la escuela en Paradela, al otro lado de la raya de Portugal, mis primos los Marvises de Briñidelo llegaron hasta Asturias con la partida de Bermes.
A Marcos Albite no le rodaron bien las cosas, sin piernas también se vive pero es mejor tener piernas para poder andar de un lado para otro y pegarle patadas a las cosas. Marcos Albite, metido en su cajón de ruedas, mea en una lata de pimientos, la parva de Martiñá se la lava en el regato para que no coja color, la parva de Martiñá tiene muy buenas inclinaciones.
—¿Y usted piensa que va a seguir la lluvia mucho tiempo?
—Mujer, no sé; a mí también me gustaría que saliese el sol, no creas.
Pepiño Xurelo trabaja en El Reposo, en la misma fábrica de ataúdes que Matías Marvís, Chufreteiro. Pepiño Xurelo es ayudante de electricista y está siempre con la boca abierta, o es tonto o respira mal por la nariz. A Pepiño Pousada Coires le dicen Xurelo por la pinta. Pepiño Xurelo pasó la meningitis de niño y quedó ya escorado para siempre. Ahora se habla mucho de la cuestión sexual, del problema sexual: eso es mismo de la cuestión sexual, a lo mejor eso viene del problema sexual, etc.
—¿Usted cree?
—No, yo no; pero no me negará que se dice mucho.
Lo que le pasa a Pepiño Xurelo es que le gusta sobar niños, a otros les gusta sobar mujeres gordas y tetonas, primero les regala caramelos y después, en cuanto se confían, les acaricia el culo y los muslos y el pipí, hubiera hecho un buen lego de colegio de pago. La verdad es que los padres de Pepiño, como lo veían medio lelo, no le hicieron nunca demasiado caso.
—Ése se las arregla solo, ya verás; estos chiquillos así tienen mucho instinto, son como culebras.
—¿Tanto?
—¡Ya lo creo! ¡Y más aún!
Pepiño Xurelo creció a su aire y dejado de la mano de Dios y, cuando le llegó la hora, contrajo matrimonio como todos y tuvo dos hijas, las dos tontas y muertas antes de cumplir el año. Su mujer (por más esfuerzos que hago no consigo recordar cómo se llamaba, lo tengo en la punta de la lengua pero no me acuerdo) se le escapó con un vendedor ambulante, natural de Astorga, con el que todavía sigue. Cuando a Pepiño Xurelo se le fue la señora y recobró su libertad, un aura de beatitud le iluminó el semblante.
—¡Hay que joderse, qué bien se está solo!
A Pepiño Xurelo lo cazaron un mal día haciendo las cochinadas con Simonciño o Pucho, sordomudo de seis años de edad, lo tenía medio estrangulado, y lo metieron primero en la cárcel y después en el manicomio; por el camino le fueron pegando tortas y patadas y correazos, también algún palo, pero no con mala intención, tan sólo para entretenerse y pasar el rato. Cuando se enteró su mujer…, un momento, se llamaba Concepción Estivelle Gresande, ahora lo recuerdo, sí, no hay duda, Concepción Estivelle Gresande, le llamaban Concha da Cona, dijo que no quería saber nada, que le era igual y que por ella podía morirse o acabar leproso.
—Yo no le tengo rabia, se lo puedo jurar, lo que pasa es que me es lo mismo; por mí puede acabar leproso y hasta morirse que no me he de poner de luto, descuide.
Concha da Cona, desde que se fugó con el astorgano, estaba muy guapa y alegre, ¡buena diferencia!
—Las mujeres suelen mejorar con el cambio.
—¡Anda! ¡Y los hombres!
Matías Chufreteiro se las arregla bien y no piensa volver a casarse.
—Si tuviera hijos tendría que mirar por ellos, pero como no los tengo… Purina era buena, sí, pero andaba siempre delicada y contando sus calamidades; lo malo de las mujeres no es que estén enfermas, todas están enfermas, ya se sabe, lo malo es que te cuentan su enfermedad y eso no lo aguanta ni Dios.
Matías Chufreteiro es aficionado al baile, al naipe y a la prestidigitación, también juega al billar y al dominó, cuenta cuentos con gracia, bebe copitas de anís dulce y le gustan las galletas de coco y las pastillas de café con leche. Con Matías viven sus dos hermanos pequeños: Lacrau, que es sordomudo y listo, y Mixiriqueiro, que anda delicado de salud y es inocente. Benitiño Lacrau va de putas una vez al mes, para eso trabaja y gana su buen dinero; Salustiño Mixiriqueiro casi no se mueve y se distrae suspirando. Purina fue muy guapa, guapa a lo lánguido, no como su hermana Loliña, la de Afouto, que era guapa a lo bravo, por aquí por el país hay muchas mujeres guapas de las dos clases, a Loliña la aplastó un buey contra la pared. A Julián Paxarolo también le llamaban Xiao. La mujer de Xiao Marvís Ventela, o Fernández, la relojera de Chantada, Pilar Moure Pernas, se tiñe de rubio, como está gordita se le ve mucho, y gasta caucholín, se tiene que rebozar de polvos de talco para que no se le pegue a la piel que está siempre un poco húmeda, claro, el caucholín lleva unos agujeritos; el primer marido de Pilar era muy celoso y no le dejaba ni teñirse ni llevar caucholín.
—No, no, una mujer decente tiene que ir a su ser, se empieza tiñéndose de rubio y llevando caucholín y no se sabe hasta dónde se puede llegar.
—¡Pero, hombre, si mi hermana Milagros también lo lleva!
—¡Allá su marido! A mí no me importa nada lo que haga tu hermana Milagros, a mí me importa lo que hagas tú.
Cuando Urbano Dapena, el primer marido de Pilar Moure, falleció de cólico, fue cólico miserere y expiró vomitando heces fecales, la recién viuda respiró de alivio; hay muertos que, con su óbito, llevan mucha paz a las familias. Urbanito, que asistió a la muerte de su padre, la criatura se escondió detrás de la cortina para ver todo bien, le preguntó a la madre,
—Mamá, mamá, ¿por qué papá cagaba por la boca?
Pilar Moure, tan pronto como se cumplieron los plazos que marca la ley, casó con Paxarolo.
—¿Me vas a dar de mamar, Pilarín?
—Lo que tú mandes, rey mío, ya sabes que soy toda tuya, ahora sólo falta arreglar los papeles, pero mis tetas y mi cuerpo entero te pertenecen.
—¡Caray!
Pilar se tiñó de rubio y se compró el caucholín antes de contraer segundas nupcias, hay algunas cosas, incluso muy íntimas, en las que el legislador ni entra ni sale. El nene Urbanito subió al cielo cuando andaba ya por el segundo hermanastro, se conoce que su madre y su nuevo marido no perdían mayormente el tiempo. Urbanito murió de anemia, se le cayó la paletilla siendo muy pequeño y de nada le valió que le dieran a comer flores de romero con pan de maíz y piojos alimentados por la madre.
—¿Qué no haría una mujer por su hijo?
—Sí, eso también es verdad.
Pilar Moure paría con mucha naturalidad y sin mayor esfuerzo.
—A esto no hay que echarle teatro, las mujeres estamos para esto, para traer hijos al mundo, y la cosa tampoco tiene tanto mérito.
El santo Fernández no era santo, era beato. Mi pariente el santo Fernández nació en el lugar de Moire, parroquia de Santa María de Carballeda, término de Piñor, el día del Apóstol de 1808, a poco de renunciar Carlos IV a la corona de España. La enciclopedia Espasa dice que nació en Cea, provincia de León, lo que no es verdad, y en el artículo que dedica a don Modesto Fernández y González, el que se firmaba Camilo de Cela, lo hace natural de Carballeda de Avia, lo que tampoco es verdad; Carballeda de Avia queda al lado de Rivadavia y muy lejos de aquí. El santo Fernández era hijo de mis tatarabuelos don Benito, médico, y doña María Benita, sus labores, que casaron el 26 de mayo de 1794, al año de la ejecución de Luis XVI de Francia. El Espasa también yerra cuando le llama fray Juan Santiago; era fray Juan Jacobo, que quiere decir lo mismo pero es diferente, nombre que le puso su padre en honor de Rousseau. Mi tatarabuelo fue enciclopedista y por casa anduvieron rodando ocho o diez cartas de d’Alembert y tres o cuatro de Diderot hasta que mis tías Jesusa y Emilita las quemaron, al empezar la guerra civil, porque el P. Santisteban, S. J., un verdadero santo, les dijo que eran dos herejes impíos y les aconsejó que las destruyeran para el mejor aseo de su conciencia.
—El Enemigo Malo recurre a mil argucias para incitarnos al vicio y alejarnos de la senda verdadera.
—Sí, padre.
—Y, además, según observo, esas cartas están escritas en francés. ¡Desechad de vosotras la ocasión del pecado!
—Sí, padre.
El P. Santisteban, S. J., sorbió un pellizco de rapé, estornudó tres veces, ¡Jesús, Jesús, Jesús!, se sonó con estruendo, saboreó el último traguito de cascarilla, se terció el manteo con muy sabio ademán y adoptó un aire solemne, tribunicio y senatorial.
—¡Arrojadlas a las llamas!
—¿A cuáles, padre?
—¡A las que sean!
—Sí, padre.
El insigne religioso dominico santanderino Rvdo. P. Daniel Avellanosa, predicador general y miembro de la Sociedad Geográfica, pronosticó que el número 25.888 sería, como así sucedió, el del premio mayor de la lotería de Navidad. Cuando a Raimundo el de los Casandulfes se le quitaron del todo las ladillas, la señorita Ramona respiró.
—Creí que ya no me querías, Raimundiño, pensé que ya no te gustaba, ¡qué malos días me hiciste pasar!
—No, tonta, es que tenía muchos problemas y preocupaciones.
—¿No me los puedes decir?
—No; ésas no son cosas de mujeres, no las sabríais entender.
—¿Es algo de política?
—Dejemos esto, lo importante es que estamos otra vez juntos.
Ádega se sabe bien sabida la historia de los Guxindes, hay quien les dice Moranes, que es casi lo mismo.
—Su pariente el santo Fernández era hermano de su bisabuela Rosa. A su pariente el santo Fernández lo martirizaron los infieles en Damasco, lo tiraron desde lo alto del campanario y tardó varias horas en morir. Su pariente el santo Fernández murió confesando la religión católica, los infieles le decían ¡abjura de tu fe, perro cristiano!, y él les respondía ¡no me sale de los cojones, mi fe es la verdadera! Su pariente el santo Fernández fue siempre muy templado. Antes de irse mártir, su pariente el santo Fernández tuvo varios hijos, dicen que once, cada vez que venía a España preñaba a alguna; a los hijos, para reconocerlos cuando hiciera falta, los marcaba al fuego debajo de la tetilla izquierda con una sortija de hierro que tenía. Me acuerdo muy bien de uno, el más pequeño, Fortunato Ramón María Rey, al que su pariente el santo Fernández echó en la inclusa de Santiago con tantas pesetas como días tiene el año, para que un ama lo criase. A Fortunato, cuando su padre subió al cielo llamado por Nuestro Señor, lo trajo para Orense un tal señor Pedro, de las montañas de los Peares, lo llevó a una aldea que no me recuerdo cómo se llama, si Moura o Lourada. El chiquillo salió de Santiago llamándose Fortunato Ramón María Rey pero creció con el nombre de Ramón Iglesias, con lo que perdió la herencia de un millón de reales que le dejara su padre el santo Fernández para cobrar a la mayoría de edad; en esto de las herencias, sus parientes fueron siempre muy descuidados, bueno, unos más que otros, claro.
Tío Cleto es muy higiénico y aprensivo, se pasa el día frotándose las manos con alcohol y tiene los nudillos en carne viva.
—¿Qué trabajo cuesta guardar unas normas elementales?
—Pues, sí, verdaderamente.
Tío Cleto va siempre de guantes, hasta toca el jazz-band de guantes, por dentro les da polvitos de seroformo para que no se le peguen a los nudillos descarnados.
—Vivimos rodeados de miasmas y nuestro deber es defendernos de las infecciones que nos acechan: el cólera, la lepra, el tétanos, la gangrena, el muermo, ¿para qué seguir?
Tío Cleto exonera el vientre al aire libre y de cara al viento (para escupir hace al revés) y se limpia el trasero con las más tiernas hojas del cogollo de una lechuga recién cortada.
—Serán siempre pocas todas las precauciones que nos tomemos.
—Puede.
Tía Jesusa y tía Emilita rezan el rosario completo, el de los quince misterios, al final se quedan dormidas de aburrimiento. Tía Jesusa y tía Emilita se aburren como ostras, también están medio anestesiadas, lo único que les distrae un poco es considerar lo mal que se porta tío Cleto con ellas, en fin, allá él, ¡él se condenará!
Tía Jesusa y tía Emilita hablan con voz de flauta de sacristía, parece que van a predicar los ejercicios espirituales.
—¡Muchas cuentas tendrá que dar a Dios nuestro pobre hermano el día del Juicio Final!
—Bueno, todos, quién más, quién menos, hemos de vernos en apuros en semejante trance.
—Por eso conviene prepararse para bien morir, Camilito, tú no te confíes. ¡Acuérdate de Fleta, que se murió de repente y sin confesión!
—No, no; descuida, tía, yo ya estoy bien atento.
Las tías no conocían a Pepiño Xurelo, oyeron hablar de él pero no lo conocían. Hay personas que pasan por la vida llamando la atención, aunque no quieran, y otras en las que nadie repara por más que se esfuercen. Concha da Cona estaba cada día más guapa y alegre, a las mujeres jóvenes se les ponen las carnes muy lozanas cuando enviudan, la naturaleza es muy sabia y suele barnizar el dolor de cachondería para permitirnos seguir viviendo. Concha da Cona toca las castañuelas como una gitana.
—¿Dónde aprendiste?
—En mi casa, con un poco de paciencia; esto de tocar las castañuelas es como respirar, al final sale solo.
Concha da Cona canta cuplés con gusto y con buena voz. Concha da Cona es una máquina de vivir, al contrario de Pepiño Xurelo que es una máquina de morir, hay cosas que no tienen buen arreglo. Concha da Cona tiene el mirar altivo y descarado, a lo mejor es hija de un conde o de un general, la sangre de las familias que llevan algún tiempo comiendo caliente es algo que no se puede ocultar. Concha da Cona duerme toda estirada, ésa es otra señal de confianza.
—¿Se da usted cuenta de que tiene el pelo como la seda y de que anda balanceándose un poco? Concha da Cona, de haber tenido instrucción, hubiera podido llegar muy lejos, a patrona de casa de huéspedes, a peluquera, a dueña de una mercería o a algo por el estilo, pero Concha da Cona no sabe ni leer ni escribir y tiene que aguantarse.
—¡Paciencia, hermana!
—Eso es, paciencia y salud para seguir barajando.
Concha da Cona, una temporada que anduvo por lejanas ciudades (Valladolid, Bilbao, Zaragoza), fue modelo de pintor, lo dejó porque pasaba mucho frío sin salir de pobre, para eso no merece la pena enseñar las tetas.