PREFACIO DE LOS EDITORES

Cuando el 30 de abril de 1945, poco antes de las tres y media de la tarde, Hitler se suicidó en el refugio subterráneo de la cancillería del Reich, las vanguardias del Ejército Rojo se encontraban a un par de centenares de metros de distancia. Hitler no quería, en modo alguno, caer en sus manos. Al final de su vida, la más horrenda obsesión que lo unía a los bolcheviques era verse metido en una jaula sobre la Plaza Roja y linchado cruelmente por un populacho enardecido.

Josif Visarionovich Stalin, por el contrario, no se había podido librar aún del trauma que le había provocado Hitler con el ataque alemán a la Unión Soviética el 22 de junio de 1941, y por ello dudó de la veracidad de la noticia del suicidio del dictador. Creía que Hitler podía haberse fugado y haber solicitado asilo en algún lugar secreto entre los aliados occidentales, a quienes él suponía la intención de continuar la guerra, ahora contra la Unión Soviética. Los informes acerca de la muerte de Hitler resultaban muy contradictorios, y cuantos más supuestos cadáveres de Hitler iban apareciendo, tanto más crecía la inseguridad de Stalin. Se sabía con certeza que una serie de altos funcionarios del régimen nazi habían logrado huir. Insatisfecho con las investigaciones soviéticas, a finales de 1945 Stalin ordenó al Comisariado del Pueblo de Asuntos Internos (NKVD) reconstruir los últimos días en los sótanos de la cancillería del Reich y establecer definitivamente la muerte de Hitler.

Para llevar a cabo la operación Mito (nombre en clave de la misión), se nombró un grupo de trabajo compuesto por oficiales de alta graduación comandados por el comisario del pueblo Sergéi Kruglov. Los funcionarios del NKVD reunieron todos los materiales disponibles acerca de Hitler y su régimen. Los oficiales del departamento de asuntos de prisioneros de guerra investigaron en los campamentos buscando colaboradores del dictador, a los que sometieron una y otra vez a interrogatorios. También el Ministerio del Interior (MVD), el sucesor del NKVD, estuvo involucrado en la operación Mito. Y en repetidas ocasiones Stalin recabó datos acerca de la marcha de las investigaciones mediante su representante en el Consejo de Ministros, el antiguo ministro del Interior y jefe de los servicios secretos, Lavrenti P. Beria.

El 29 de diciembre de 1949, el dictador recibió una especie de informe definitivo de 413 páginas, escrito a máquina, que relataba la vida de Hitler desde 1933 hasta 1945, titulado «Informe Hitler». Tras su lectura, Stalin lo depositó en su archivo personal, el Archivo del Secretario General. Este ejemplar se conserva hoy en día en el Archivo Personal del Presidente de Rusia, y no está en disposición de ser consultado por investigadores extranjeros.

En 1959, el sucesor de Stalin, Nikita S. Jruschov, consideró oportuno intervenir en el violento debate que se desarrollaba en la República Federal de Alemania acerca de Hitler y la segunda guerra mundial. Impartió órdenes que permitían a una serie de historiadores fieles al Partido acceder a determinados materiales de las actas de la operación Mito. De este modo, se hizo una copia del «Informe Hitler» para la Comisión Ideológica del Secretariado del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, que fue entregada el 20 de abril de 1959 al secretario del Comité Central Leonid Iljitschov. El documento no permitió alcanzar la meta que se pretendía conseguir, pues la versión de la historia de la segunda guerra mundial que proporcionaba el «Informe Hitler» no se correspondía con la propaganda del Partido. Además, muchos episodios relativos a la diplomacia de la Alemania nacionalsocialista, a las acciones bélicas en el frente germano-soviético y al hundimiento del Tercer Reich aparecían caracterizados de un modo inusual. Todo ello fue razón suficiente para que el acta permaneciera bajo cerrojo. El secretario Iljitschov la congeló y la incluyó en el inventario de actas del departamento general.

En 1991 se procedió a la apertura de los archivos del Partido, y los historiadores extranjeros obtuvieron la posibilidad de acceder a las actas del Partido Comunista de la Unión Soviética. Dado que el «Informe Hitler» había sido incluido en el departamento general y que lo habían clasificado con una nomenclatura que no revelaba su identidad en los catálogos del Archivo, el acta nº 462.ª permaneció largo tiempo oculta. Finalmente, la sistemática investigación de los materiales del departamento general, llevada a cabo por Matthias Uhl en el programa de un proyecto de investigación del Institut für Zeitgeschichte sacó el «Informe Hitler» a la luz del día. Un colega ruso que tenía acceso al Archivo del Presidente comparó la copia y el original y confirmó la autenticidad del acta. El acta nº 462.ª es una copia idéntica del Informe del NKVD de 1949.

La base más importante para el manuscrito del grupo de trabajo del MVD la constituyen las declaraciones y anotaciones de dos hombres que habían vivido día a día y a lo largo de los años en un entorno muy cercano a Hitler: Heinz Linge y Otto Günsche. Hitler les encomendó a ellos la incineración de su cadáver (y el de su esposa Eva). Desde 1935 Linge formaba parte de la escolta personal del Führer y en 1939 asumió el cargo de ayuda de cámara de Hitler. Por su parte, Günsche también se integró desde 1936 en la escolta personal y en 1943 Hitler lo promovió al cargo de ayudante personal. Tras una breve estancia en el frente, a partir de febrero de 1944 volvió a ejercer de ayudante personal de Hitler. En la noche del 3 de mayo de 1945, Heinz Linge y Otto Günsche cayeron en manos de los soviéticos.

Durante cuatro años, desde 1946 a 1949, Linge y Günsche informaron sobre Hitler. Los interrogadores preguntaban una y otra vez acerca de los hábitos cotidianos del dictador, sobre su relación con los dirigentes de la Wehrmacht[50] o detalles acerca de acontecimientos en el cuartel general del Führer. Las enormes dudas que aún suscitaba el suicidio de Hitler hicieron que, en 1946, se les trasladara a Berlín, donde Linge y Günsche tuvieron que reproducir nuevamente y con toda exactitud el transcurso de las últimas horas de la vida de Hitler y señalar el lugar preciso donde tuvo lugar la cremación. A su regreso, los oficiales del MVD los obligaron, a ellos y a otros antiguos colaboradores del Führer, a redactar un informe sobre lo que recordaban de aquellos acontecimientos. Al mismo tiempo se aumentó la presión sobre aquellos prominentes prisioneros, pues acababan de perder su estatus de prisioneros de guerra regulares. La Fiscalía estatal amenazó con acusarlos de criminales de guerra si se negaban a poner por escrito sus recuerdos.

Probablemente fue Linge el primero que se declaró dispuesto a escribir sus «memorias». Su celda individual estaba repleta de micrófonos, y él fue humillado y en varias ocasiones golpeado. Su interrogador lo escuchaba con una paciencia inagotable, y, según le confesó Linge más adelante, «estuvo a punto de llevarle a la desesperación». El tratamiento que recibió Günsche debió de ser parecido. En cualquier caso, a comienzos de 1948 se declaró dispuesto a escribir un texto sobre las conversaciones entre ingleses y alemanes acerca de la paz, que fue inmediatamente entregado a Stalin.

Los oficiales de aquella comisión extraordinaria integraron después esos escritos en las actas de la operación Mito, y pusieron a los autores a disposición de un tribunal especial que condenó a Linge y Günsche a veinticinco años de trabajos forzados. En 1955 fueron liberados con los últimos prisioneros de guerra de las cárceles soviéticas. Linge viajó a la República Federal de Alemania. Günsche fue llevado a la República Democrática Alemana y entregado al Ministerio de la Seguridad del Estado. Para él, como para muchos otros condenados por tribunales soviéticos, se abrieron en 1956 las puertas del presidio de Bautzen.

En la elaboración del «Informe Hitler» participaron varios oficiales, traductores y traductoras. El jefe de la comisión, el teniente coronel Fiódor Karpovich Parparov, controlaba regularmente el avance del trabajo y redactó el texto definitivo. Su cualificación para llevar a cabo la redacción del texto está fuera de cualquier duda. Había estudiado Derecho y trabajaba desde 1926 para el servicio soviético de información del extranjero. Adquirió experiencia en el frente bélico de Alemania, donde —camuflado como un comerciante de Costa Rica— logró obtener numerosas fuentes de información en el partido nazi y el Ministerio de Asuntos Exteriores. La más productiva fue para él la agente Elsa o Juna, que en la actualidad continúa sin haber sido identificada. Se trataba de la esposa de un alto diplomático alemán, perteneciente al círculo más próximo a Joachim von Ribbentrop, más tarde nombrado ministro de Exteriores.

Tras una corta estancia en Turquía y en Holanda, Parparov fue atrapado por el molino de las purgas estalinistas. Ciertamente, sus informes sobre Alemania no armonizaban con las premisas políticas del pacto entre Hitler y Stalin. Poco después del ataque de la Wehrmacht, fue rehabilitado e interrogó desde fines de enero de 1941 a prisioneros de guerra alemanes en cuanto miembro de la 4.ª Administración del Comisariado del Pueblo de la Seguridad del Estado. Su prisionero más importante fue el mariscal de campo Friedrich Paulus, a quien, tras largas conversaciones a lo largo de semanas, lenta y tenazmente, logró ponerlo del lado de la Unión Soviética y prepararlo como testigo de cargo en el principal juicio de Núremberg por crímenes de guerra.

Pese a que el conocimiento de la lengua alemana que tenía Parparov puede calificarse de excelente, la transformación de las actas de los interrogatorios y las anotaciones de Linge y Günsche en el «Informe Hitler» fue una tarea ciertamente difícil. Ya en la traducción al ruso, Parparov tuvo que atender a dos exigencias contrarias: el texto tenía que parecer auténtico, es decir, tenía que dar cuenta de lo expresado hasta el detalle con exactitud y en lo posible con las palabras de Linge y Günsche, pero también debía adaptarse a los hábitos de lectura y las expectativas de la persona que lo había ordenado: Josif Stalin. En medio de estos dos polos, Parparov tejió un estilo propio de exposición, una curiosa mezcla de autenticidad y de acartonado ruso de oficina en el que se adivinan claramente la presión y las expectativas a las que estaba sometido.

Pero si el carácter de la letra y la arquitectura del texto denotan inequívocamente el origen del material, también resulta patente que los autores del NKVD a menudo no pueden evitar la tentación de decorar con colores abigarrados las situaciones dramáticas o de elevada emotividad. La más escandalosa contravención contra las reglas de una información sobria y objetiva se encuentra al comienzo mismo del documento. La referencia a una escena decisiva de 1933, elaborada según exigencias de pura dramaturgia, es obviamente falsa. Su función consistía tan sólo en presentar la figura de Hitler y destacar el papel esencial de su guardia personal, el Leibstandarte [regimiento] Adolf Hitler de las SS. Pero después de 1935, el texto adopta el carácter del relato de un testigo ocular. Para numerosas situaciones en años posteriores, sobre todo conversaciones a solas con Hitler, las revelaciones de Linge o Günsche constituyen la única fuente. Revelan deliberaciones sobre el estado de la situación, de las que ya no existe ninguna otra acta y relatan circunstancias que otros testigos contemporáneos callan a sabiendas ante los tribunales o en sus memorias. Registran asimismo con exactitud la decadencia física y espiritual del dictador, sin haber tenido conocimiento de los informes médicos.

Lo que diferencia el «Informe Hitler» de otros escritos semejantes es la situación existencial, de inmediato peligro vital, en que surgió. Por un lado, Linge y Günsche siempre debían andarse con cuidado, pues cualquier imprecisión podía reportarles una acusación de falsedad. Por otra parte, puesto que estaban en celdas individuales separadas entre sí, tampoco podían coordinar su «estrategia de defensa» o sus declaraciones. A su vez, los interrogadores buscaban eliminar todas las inexactitudes memorizadas en interrogatorios realizados a lo largo de los años y preguntaban a Linge y Günsche una y otra vez acerca de los mismos hechos.

Lo que Linge y Günsche relataban se cotejaba con las declaraciones de otros prisioneros. Si se tiene en cuenta que ni los interrogadores ni los interrogados disponían de anotaciones, el resultado es tanto más impresionante. En el «Informe Hitler» se refieren los acontecimientos y las fechas con exactitud en la mayor parte de los casos, las escenas se describen correctamente e incluso los documentos se reproducen con precisión. Cuando se comparó un documento que Günsche había memorizado con el original publicado, se comprobó que en la reproducción, en lugar de la palabra erfolgt [«sucedió»], Günsche había empleado la palabra erhalte [«recibió»] y übernehmen [«asumir»] en lugar de übernehmen muss [«debe asumir»]. Linge y Günsche recordaban también con gran precisión las frases de Hitler. El cotejo con los discursos publicados y con sus escritos, o con informes de otros testigos de la época, mostró discrepancias, pero ninguna inexactitud grave.

La especialidad de Linge residía en la memorización de situaciones cotidianas, estados de ánimo y en la caracterización del entorno íntimo que rodeaba al dictador alemán. De él procede la mayor parte de aquellos pasajes que parecieron interesar más a Stalin y que se pueden calificar como los comadreos de la corte de Hitler. Günsche, como experimentado hombre del frente de batalla, disponía de un notable conocimiento y entendimiento militar. Los acontecimientos que él rememora aparecen de modo particularmente frío. Por ejemplo, describe el arresto y la ejecución del cuñado de Hitler, Hermann Fegelein, sin la menor emoción, pese a que había sido precisamente él quien había convencido a Hitler de la necesidad de presentarlo ante un consejo de guerra.

Aunque los miembros del NKVD cambiaron el texto y el contenido de las declaraciones sólo en casos excepcionales, su influencia se refleja a todas luces en la terminología empleada. El documento pone de manifiesto el angustiado esfuerzo de los autores por satisfacer desde un inicio e incondicionalmente las exigencias de Stalin ante un manuscrito semejante, incluso la voluntad de adaptarse en la mayor medida posible al estilo del secretario general y jefe supremo de las fuerzas armadas. Si Stalin hubiese desaprobado el texto, o sin tan sólo éste hubiese dejado preguntas sin responder, las consecuencias para sus autores habrían sido imprevisibles. Los pasajes que resultaban incompatibles con la doctrina de Stalin se eliminaron. Por ejemplo, en la redacción definitiva tan sólo figuran dos alusiones, disimuladas, al pacto entre Hitler y Stalin de 1939. El celo de los autores se muestra también en que el nombre de las personas que entran en acción, sus funciones y todos los datos importantes para entender el conjunto a menudo se repiten (como se hacía cuando se citaban discursos o publicaciones de Stalin) y aparecen entre paréntesis o en notas a pie de página algunos —a menudo superfluos— detalles sobre Alemania o la política de aquel país. El esfuerzo por aclararle la lectura a Stalin obligó a redundancias insólitas para el lector de hoy.

Llama la atención el escaso empleo de las denominaciones oficiales para las instituciones nacionalsocialistas. Los conceptos que los interrogados debían de usar son reemplazados a menudo por circunloquios. Con frecuencia se habla de la guardia personal de Hitler, pero nunca se menciona por su nombre oficial el Führer-Begleitkommando (el cuerpo de escolta personal del Führer) y raramente se alude al Leibstandarte (su regimiento personal de las SS). El Nationalsozialistische Deutsche Arbeitspartei (Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores) no aparece nunca con su propio nombre ni con la correspondiente abreviatura (NSDAP), sino sólo como Partido nacionalsocialista (el adjetivo en minúscula). Cuando se usan términos oficiales, las más de las veces aparecen entre comillas: «Tercer Reich» «Casa Parda», «Wolfsschanze» («Guarida del Lobo»), «Juventudes Hitlerianas» o Volkssturm («asalto del pueblo»).

El uso de apellidos de personas sin sus respectivos nombres, rango o títulos nobiliarios sugiere distanciamiento. Lo mismo acontece con el uso de «castillo» (Schloss) para designar el Berghof de Hitler. El término es adecuado para aludir a la residencia dados su tamaño y la amplia infraestructura construida en el Salzberg, pero con toda seguridad ni Günsche ni Linge hicieron uso de ella. En lugar de la fórmula usual y habitual de «saludo alemán» o «saludo de Hitler» se usó «saludo fascista». También la caracterización de Ernst Kaltenbrunner, jefe del Servicio de Seguridad del Partido Nacionalsocialista (SD o Sicherheitsdienst), como «matarife» debió de haber sido agregada al texto por el equipo de redacción que dirigió Parparov.

Por último, sorprende igualmente un recurso estilístico empleado casi siempre con torpeza. A fin de hacer más liviano el informe y crear cierta tensión, los redactores cambian a veces abruptamente la forma temporal. Si el conjunto de la narración acontece en imperfecto, de pronto salta al presente cuando se quiere destacar de modo especial una escena. Ello puede suceder de modo disperso dentro de un mismo párrafo, y a veces no es fácil descubrir la lógica que subyace al relato.

La lista de intervenciones en la redacción y de peculiaridades estilísticas podría prolongarse. Pero estos pocos ejemplos deberían bastar para hacer plausible la convicción de los editores de que toda simplificación y alisamiento ulterior del texto habría adulterado el carácter del documento histórico de un modo inaceptable. La traducción de Helmut Ettinger del ruso al alemán respeta el original. La autenticidad del «Informe Hitler» no se funda tan sólo en lo que transmite, sino también en la forma y el modo en que se llevó a cabo. Los rasgos de estilo reflejan tanto la complicada historia de su origen como el complejo entorno político, y hay que contemplarlos, y aceptarlos, como un componente esencial del documento.

El «Informe Hitler» contiene los relatos de dos oficiales de las SS que mantuvieron una relación cotidiana con Hitler, sin que por ello estuvieran humanamente cerca de él. Le admiraban y eran convencidos nacionalsocialistas, pero, como la mayoría de sus contemporáneos, no entendían las metas que perseguía el dictador. En sus recuerdos acentúan con mayor énfasis algunos juicios disidentes, pero nunca niegan su proximidad a Hitler. El «Informe Hitler» constituye un documento tan único como singular: durante más de cuatro años, y partiendo del material aportado por dos comandantes de las SS, un colectivo de autores de los servicios secretos del Ministerio del Interior soviético elaboró la biografía de Hitler, hasta adaptarla a los hábitos de lectura de Stalin.

El texto del acta nº 462.ª de los archivos del Partido Comunista de la Unión Soviética no sólo proporciona numerosos detalles de la política de Hitler, hasta ahora desconocidos, sino que también nos brinda un retrato auténtico de cómo acontecían las cosas realmente en el entorno del dictador alemán. Más allá de eso, en este documento se refleja del modo más expresivo la disputa entre el Führer del Gran Reich alemán y aquel otro personaje que, por un tiempo, creyó poder dividirse Europa con él, y al que más tarde Hitler obligó a un enfrentamiento en una guerra de exterminio que costó la vida a millones de seres humanos. El documento dibuja, por decirlo así, la quintaesencia del antagonismo entre Hitler y Stalin, una oposición en la cual numerosos historiadores, desde Alan Bullock hasta Richard Overy, han visto la clave para entender la historia del siglo pasado.

Matthias Uhl y Henrik Eberk, Berlín, Halle, 3 de enero de 2005