EPÍLOGO DE LOS EDITORES

El «Informe Hitler» se elaboró en los años 1948 y 1949. Desde entonces se han publicado más de mil biografías acerca de Hitler y más de diez mil textos escritos sobre el régimen nacionalsocialista, el genocidio de los judíos europeos y la segunda guerra mundial. Con la minuciosa biografía de Ian Kershaw dedicada al dictador alemán, las investigaciones acerca de la persona de Hitler alcanzaron en 1998 una cumbre provisional.[471] También se han dedicado numerosas biografías al autócrata soviético.[472] Alan Bullock comparó ambas vidas.[473] Anton Joachimsthaler demostró que aún podían desvelarse nuevos detalles de la vida de Hitler, y lo hizo en varios libros.[474] Las posteriores investigaciones realizadas en los archivos rusos, que no sólo conservan las actas de las instancias administrativas soviéticas, los servicios secretos y la Wehrmacht, sino también gran cantidad de piezas de archivo alemanas incautadas, han dado pie a nuevos descubrimientos.

El acceso a los archivos es, sin embargo, restringido: los historiadores occidentales suelen quejarse de que en la actualidad sigue sin estarles permitido realizar investigaciones independientes. En 1999, en su libro Hitlers Ende [El final de Hitler], Joachimsthaler manifestó que los resultados de las investigaciones soviéticas de 1945-1946 «hoy en día permanecen en secreto».[475] Recientemente se han llegado a conocer detalles de estas pesquisas, pero no son accesibles en alemán.

Por ello, en la primera parte de este Epílogo se citan numerosos materiales de estas actas y publicaciones, pues fueron las investigaciones de los servicios secretos soviéticos en los años 1945 y 1946 las que propiciaron la elaboración del texto del NKVD, el «Informe Hitler», destinado a Stalin.

En la segunda parte se reproducen las declaraciones más importantes que acompañan las actas relativas al «Informe Hitler» a fin de documentar la historia de cómo surgió este texto.

La tercera parte del Epílogo aspira a insertar el documento en el contexto histórico y a aportar sugerencias para la interpretación. El «Informe Hitler» no sólo describe la vida del dictador alemán y su política, sino que también proporciona informaciones hasta ahora desconocidas así como nuevas perspectivas. Y las lagunas del documento permiten establecer conclusiones sobre la política soviética de los años 1939 a 1949, y por tanto dedicamos a ellos la cuarta parte del Epílogo.

¿Dónde está Hitler? Testimonios confusos e informes de investigaciones deficientes

Adolf Hitler, Führer y canciller del Reich alemán, se suicidó el 30 de abril de 1945, aproximadamente a las tres y media de la tarde, de un disparo en la sien derecha.[476] Josif Visarionovich Stalin, secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, presidente del Comité Estatal de la Defensa y presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo, recibió la noticia del suicidio de Hitler unas trece horas después, en la mañana del 1 de mayo de 1945. A las cinco de la mañana y cinco minutos, según el horario moscovita, su secretario personal, Alexandr N. Poskrebyshe, grabó el siguiente mensaje:

MÁXIMA URGENCIA, MÁXIMA CONFIDENCIALIDAD. DEL CAMARADA ZHUKOV. AL CAMARADA STALIN. ANTE EL MANDO DEL 8.º EJÉRCITO DE LA GUARDIA APARECE EL JEFE DEL ESTADO MAYOR DEL EJÉRCITO, GENERAL DE INFANTERÍA KREPS, QUE MANIFIESTA: EL 30 DE ABRIL DE 1945 HACIA LAS 15:50 HORAS, HORA DE BERLÍN, HITLER HA PUESTO FIN A SU VIDA SUICIDÁNDOSE.[477]

Cinco horas después de esta primera comunicación, el mariscal Georgi Zhukov envió más detalles y propuestas del nuevo canciller del Reich Joseph Goebbels para iniciar conversaciones de paz. Stalin las rechazó por insuficientes y exigió la rendición incondicional. Parece que Stalin comentó la muerte de su enemigo con las siguientes palabras: «De modo que esto se ha acabado. Es una lástima que no lo hayamos cazado vivo. ¿Dónde está el cadáver?».[478] Cuatro días más tarde Stalin recibió informaciones más concretas. El GRU, el espionaje militar soviético, había hecho apresar e interrogar a los últimos comandantes de la batalla de Berlín, el general Helmuth Weidling; el oficial de enlace de Hitler con la Marina, vicealmirante Hans-Erich Voss, y el piloto de Hitler, Hans Baur. Los tres confirmaron la muerte de Hitler y su incineración en el jardín de la cancillería del Reich.

El jefe del servicio de información militar, mariscal Fiódor F. Kusnezov, transmitió enseguida a Stalin un escrito de cinco páginas «sobre el destino de Hitler, Goebbels, Himmler, Göring». Hitler, según las declaraciones de los cautivos, se habría envenenado junto a Eva Braun y simultáneamente se disparó un tiro. Después, los cadáveres de ambos fueron quemados en el jardín de la cancillería. Los cadáveres de Goebbels, su mujer y sus seis hijos fueron también identificados por el vicealmirante Voss. Sus restos estaban en manos del XXXIX cuerpo de cazadores. Acerca del destino de Himmler y Göring no se tenían datos. Kusnezov transmitió a Stalin las conversaciones de paz con los aliados occidentales y su expulsión del Partido Nacionalsocialista. Göring, según el informe de los servicios secretos, habría intentado arrebatar el poder a Hitler. El dictador alemán habría reaccionado con medidas aún no precisables contra él.[479]

Aquel mismo día, miembros de otro servicio secreto soviético exhumaron de los jardines de la cancillería del Reich los cadáveres del Hitler y su esposa. Los soldados del Smersh (departamento de espionaje militar)[480] del LXXIX cuerpo de artillería del 3.er ejército de choque ya habían descubierto ambos cuerpos el día anterior. Pero supusieron que los restos de Hitler y Eva Braun debían de estar todavía en la cancillería del Reich, por lo que volvieron a enterrarlos nuevamente. En la mañana del 5 de mayo de 1945, los miembros del servicio de espionaje descubrieron el error y, en un cráter causado por una bomba, a unos tres metros de la salida de emergencia del búnker antiaéreo situado bajo la cancillería, desenterraron precipitadamente «dos cadáveres carbonizados» y los restos de dos perros. Todos ellos fueron envueltos en mantas y depositados en dos cajones de munición.[481] En secreto, los miembros del Smersh trasladaron aquellos restos mortales a su nuevo cuartel general en el barrio berlinés de Buch, pues el 5.º ejército había asumido ahora la vigilancia de la cancillería del Reich y en modo alguno habría renunciado a esos preciosos trofeos.[482]

Tres días antes, el 2 de mayo de 1945, el Ejército Rojo había capturado en Berlín a otros miembros del entorno más inmediato de Hitler. El oficial de las SS Otto Günsche, ayudante personal del Führer desde febrero de 1944, se entregó a las tropas soviéticas en los locales de la cervecería Schultheiss, en el Prenzlauer Berg.[483] Al principio, este miembro de las SS se hizo pasar por ayudante del ex comandante de la cancillería del Reich, el general de división de las SS Wilhelm Mohnke. A los pocos días se descubrió la verdad. El 6 de mayo de 1945, los oficiales soviéticos desentrañaron su verdadera identidad y lo separaron en el acto de los otros prisioneros.[484] Sin demora, los miembros del Servicio de Investigaciones Militares (GRU) comenzaron los primeros interrogatorios. Tan sólo dos días después, el jefe del GRU, Kusnezov, envió al jefe de los servicios secretos Lavrenti Beria un primer informe provisional acerca de los interrogatorios.[485]

Aquel mismo día, en el Hospital Militar Quirúrgico nº 496 del barrio berlinés de Buch, una comisión médica bajo la dirección del forense jefe del 1.er frente bielorruso, teniente coronel Faust I. Shkarauski, realizó la autopsia de un total de once cadáveres humanos y de los dos perros: entre ellos los del general Krebs, Goebbels, su mujer y sus seis hijos, ya perfectamente identificados, así como los supuestos restos mortales de Adolf Hitler y de Eva Braun. En sus informes, los forenses registraron como causa probable de todas las muertes: «envenenamiento con una combinación de cianuro». Sólo los animales presentaban claras huellas de disparos de bala, si bien en uno de ellos se encontraron restos de cianuro potásico.[486]

Sin embargo, los oficiales de los servicios secretos del Smersh vacilaron en comunicar los resultados de las investigaciones forenses a la dirección política soviética. La autopsia, las circunstancias del hallazgo de los cadáveres y las declaraciones de los testigos se contradecían entre sí, pues en su mayor parte éstos afirmaban que Hitler se había disparado una bala. Por ello, los oficiales del espionaje interrogaron a otros testigos. Su mayor problema consistía en que todas las personas a las que habían podido capturar hasta el momento y que formaban parte del entorno más cercano a Hitler, conocían los hechos sólo de oídas. El Smersh no podía presentar verdaderos «testigos» del suicidio.[487]

Mientras tanto, aguardaban los resultados de los análisis practicados en las mandíbulas de los dos cadáveres aún no identificados. El 11 de mayo de 1945, el odontólogo Hugo Blaschke y la mecánica dentista Käthe Heusermann afirmaron que los cuerpos en cuestión eran los de Adolf Hitler y Eva Braun. El jefe del departamento de espionaje militar del 1.er frente bielorruso, teniente general Alexandr A. Wadis, informó a Stalin el 27 de mayo de 1945 acerca del resultado de las autopsias practicadas el 8 de mayo de 1945. Según anunció el Smersh al dictador soviético, Hitler y Eva Braun se habían suicidado «ingiriendo una combinación de cianuro».[488]

No deja de ser llamativo el hecho de que Beria transmitiera a Stalin la carta que Wadis le había dirigido, sin adjuntar ningún escrito para el dictador soviético. Sin duda, el jefe del servicio de espionaje temía ser vinculado a los resultados de la investigación del Smersh, dirigido por su rival Víctor S. Abakumov, respecto a la muerte de Hitler.[489] Eran demasiado notorias las contradicciones entre los informes de la autopsia, las conclusiones de la comisión forense y las declaraciones de los testigos. La posibilidad de una muerte por disparo de bala ni siquiera se mencionaba.

Cuando el 16 de junio de 1945 Stalin recibió por fin los informes de las autopsias y los análisis forenses de las pruebas realizadas a los órganos extraídos, Beria se decidió a intervenir, con graves consecuencias en el material investigado.[490] A fin de no llamar la atención del dictador soviético sobre las contradicciones existentes, sustrajo del dossier dos análisis que habían sido elaborados en junio de 1945 por el laboratorio de medicina epidemiológica nº 291. Sus químicos habían examinado un total de treinta órganos y once muestras de sangre para comprobar la presencia de cianuro y de alcaloides en las autopsias efectuadas el 8 de mayo de 1945 en Buch.

Mientras que las autopsias numeradas del uno al once, es decir, las correspondientes a la familia Goebbels, al general Krebs y a los dos perros, revelaron la presencia de entre 9,72 y 12,9 miligramos de ácido prúsico por kilogramo de material orgánico, en «el material de las autopsias n.os 12 y 13 no se hallaron compuestos de cianuro».[491] Supuestamente, estos números correspondían a Adolf Hitler y a su esposa. Para poder mantener la versión —hasta entonces aceptada— de la muerte de Hitler por envenenamiento con cianuro potásico los documentos que contradecían tal teoría, por el momento, no se entregaron a Stalin. El dictador se dio por satisfecho con los resultados de la investigación del Smersh.[492]

Por entonces, Günsche ya había sido entregado al departamento de prisioneros de guerra e internos del NKVD. Los primeros en interrogarle, a mediados de mayo de 1945, fueron el subjefe de la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos (GUPVI), teniente general Amajak S. Kobulov y su director del departamento operativo, el teniente general Fiódor K. Parparov. Las declaraciones de Günsche y del ex director del Servicio de Seguridad de Hitler, el teniente general de las SS Johann Rattenhuber, interrogado al mismo tiempo, se transmitieron de inmediato al jefe de los servicios secretos, Beria. Como estas informaciones todavía no estaban plenamente confirmadas, Beria vaciló en hacerlas llegar a Stalin.[493]

El 18 y el 19 de mayo de 1945 Kobulov y Parparov prosiguieron los interrogatorios. También ahora lo único que les interesaba eran las cuestiones relativas a la muerte de Hitler: «¿Cuándo se decidió a morir?», «¿quién comprobó su muerte?», «¿quién esparció la gasolina sobre el cadáver?, ¿quién encendió el fuego?». Poco tiempo más tarde, Günsche fue trasladado en avión a Moscú, donde lo encerraron en las dependencias para interrogatorios de la cárcel del NKVD, la Butyrka.

El director del servicio personal de Hitler, el teniente coronel de las SS Heinz Linge, también había llegado a Moscú. En la noche del 1 al 2 de mayo de 1945, las tropas soviéticas lo habían detenido en la estación de metro de Seestraβe, después de que hubiera escapado de la cancillería del Reich. Lo llevaron —aún sin reconocerlo— a un campo de prisioneros de guerra cerca de Poznan, en donde se descubrió su verdadera identidad. Al poco tiempo, el NKVD lo trasladó a la Lubianka, en donde, en noviembre de 1945, comenzaron los interrogatorios. Como en el caso de Günsche, los agentes de los servicios secretos se interesaron en exclusiva por los detalles concernientes a la muerte de Hitler.[494]

Ya hacía un mes que habían comenzado a aflorar las primeras dudas en la dirección del espionaje soviético acerca de la versión vigente sobre el suicidio del dictador alemán. Los servicios de información ingleses y norteamericanos habían hecho llegar a mediados de noviembre de 1945 al representante del NKVD en la zona de ocupación soviética de Alemania, el capitán general Iván A. Serov, materiales de investigación que hacían pensar que el suicidio se había producido mediante un disparo de bala.[495] Al mismo tiempo, los aliados solicitaban poder analizar los resultados de las investigaciones soviéticas.

Mientras que el jefe de los servicios secretos, Beria, y sus ayudantes Sergéi N. Kruglov, Vsevolod N. Merkulov y Bogdan S. Kobulov estuvieron de acuerdo en permitir el acceso de norteamericanos y británicos al material secreto, el jefe del Smersh, Abakumov, presentó numerosas objeciones y solicitó una conversación personal con el jefe del NKVD. Abakumov comprendió que los aliados occidentales iban a advertir los puntos débiles de las investigaciones, en gran parte realizadas por él, y que la versión acerca del suicidio del dictador alemán que había entregado a Stalin iba a despertar muchos reparos. Por tanto, se negó a entregar las actas. Beria vio entonces una oportunidad para poner en dificultades a su rival ante Stalin. En diciembre de 1945, el jefe del NKVD ordenó iniciar una nueva investigación sobre las circunstancias exactas que rodearon la muerte de Hitler.[496]

A finales de 1945 comenzaron en Moscú nuevos interrogatorios relacionados con el final del Führer. En esta ocasión, Hans Baur, el antiguo piloto del dictador alemán, también tuvo que responder a las preguntas del NKVD.[497] Beria quería establecer la verdad acerca de todo aquel asunto, pues insistentes rumores hacían temer que Hitler había escapado en el último momento de las manos del Ejército Rojo y que estaba oculto en el extranjero. Al mismo tiempo, Beria pretendía desentrañar cómo se había suicidado realmente Hitler. Los interrogatorios de Linge y Baur, así como la comparación de sus declaraciones con las de las personas más cercanas a Hitler y ahora prisioneras del Smersh, movieron a la jefatura del NKVD a iniciar a comienzos de 1946 una operación que recibió el nombre de Mito. Su finalidad era realizar una «escrupulosa y estricta comprobación de todos los factores» relacionados con el suicidio de Hitler el 30 de abril de 1945.[498]

Beria confió la puesta en marcha de esta operación a la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos. A mediados de febrero de 1946 éstos entregaron un «plan de medidas de la agencia de investigación para el esclarecimiento de la desaparición de Hitler». Este plan preveía, además de la formación de una comisión especial de cinco personas al mando del teniente general Julius K. Klausen, trasladar a la prisión de la Butyrka a todos los prisioneros del NKVD que habían formado parte del entorno más próximo al Führer. Esto supuso trasladar a Linge, Baur y sus acompañantes, como el ex telefonista de la cancillería del Reich, el cabo Rochus Misch, desde la Lubianka al centro de investigación de detenidos del NKVD.[499]

El propósito de estas medidas era compulsar la totalidad de los interrogatorios y declaraciones de los arrestados, dado que los servicios secretos habían descubierto una serie de contradicciones en el relato de la muerte de Hitler. Los prisioneros eran rigurosamente aislados y su interrogatorio constituía tan sólo una parte del plan, pues, asimismo, la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos había propuesto «atribuir a cada uno de los prisioneros interrogados una célula propia de investigación en la respectiva celda».[500]

Esta barroca denominación de la burocracia del espionaje soviético no designaba otra cosa que un espía común y corriente. Para no tener que confiar sólo en las simples declaraciones, se instalaron en cada celda aparatos de escucha electrónicos. Los diferentes departamentos de la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos recibieron también la orden de entregar a la comisión especial el conjunto de todas las actas recogidas hasta entonces sobre el suicidio de Hitler. Asimismo, los campos de prisioneros de guerra del área circundante a Moscú recibieron instrucciones de encontrar entre sus internos a más prisioneros que hubieran pertenecido a la guarnición del refugio antiaéreo del Führer en los últimos días del Tercer Reich.

En el campo de prisioneros de guerra nº 297, en Moshaisk, se descubrió la presencia de los alféreces de las SS Hans Hofbeck y Josef Henschel, antiguos colaboradores del Servicio de Seguridad del Reich y que habían pertenecido a la guardia de la cancillería del Reich. Ambos fueron llevados sin demora a la Butyrka.[501] Pero la búsqueda de otros testigos en los campos de la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos resultó infructuosa.[502]

Llama la atención que el NKVD no hiciera ningún intento para entrar en contacto con sus rivales, el Smersh o el espionaje militar del GRU. La Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos no solicitó al Comisariado del Pueblo la autorización para interrogar a los testigos allí presos, por ejemplo a Hans Rattenhuber, ni tampoco pidió la entrega o la copia de las actas conservadas en el GRU acerca del final de Hitler.

Aquí se manifiestan dos características que más tarde adquirirán una enorme importancia en el «Informe Hitler». La primera es el estricto secretismo en todo lo relativo a las investigaciones. Además de Beria, jefe de los servicios secretos, los únicos que tenían conocimiento de la operación Mito eran el ministro del Interior, Kruglov, el jefe de los servicios secretos soviéticos en la zona de ocupación soviética, capitán general Iván A. Serov, el director de la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos, teniente general Mijaíl S. Krivenko, su ayudante Amayak Kobulov, y el director de la administración operativa del GUPVI, teniente general Víctor A. Drosdov. La segunda es la estricta separación y rivalidad de las instituciones de la dictadura estalinista. Interesado en mantener una estructura de poder compartimentada, Stalin se aseguró de que sus servicios secretos evitaran cualquier contacto mutuo y de que la práctica totalidad de la información se concentrara por completo en su persona.

Para conservar el secreto de la operación Mito, los nuevos prisioneros de la Butyrka recibieron nombres en clave. El NKVD bautizó a Baur como Isvostschik, que en ruso significa «trillador»; a Linge le otorgaron una denominación bastante explícita: Lacayo. Rochus Misch aparecía en las actas con el calificativo de Telefonista; Han Hofbeck era el Gendarme; Josef Henschel, el Guardia y a Erich Rings, un radiotelefonista de la cancillería del Reich que había transmitido el testamento del Hitler lo llamaban el Teletransmisor.[503]

Los interrogatorios del NKVD comenzaron a mediados de febrero de 1946 y, acompañados de las torturas habituales —golpes, privación del sueño y alimentos, amenazas de represalias contra los familiares y simultáneos ofrecimientos de recompensas en caso de colaboración—, enseguida dieron los resultados esperados. La resistencia inicial de los testigos se quebró muy deprisa. Un medio notablemente efectivo fue, asimismo, la privación, a los interrogados, de la categoría de prisioneros de guerra decretada el 27 de febrero de 1946 y su consiguiente degradación a la de criminales de guerra.

Muchos de ellos se desmoronaron anímicamente cuando se les despojó de sus uniformes y se les hizo vestir con la indumentaria propia del presidio, o cuando sus raciones de comida se redujeron a los niveles soviéticos usuales.[504] No menos efectivo se reveló el espionaje hecho por los «compañeros de celda». Éstos suministraron a los interrogadores del NKVD las informaciones esperadas con la consabida eficiencia alemana. Por lo general las «citas» con sus superiores soviéticos tenían lugar simultáneamente con los interrogatorios. Con ello, los agentes no se limitaban a comprobar las posibles contradicciones con las declaraciones realizadas o con confesiones espontáneas de los prisioneros. De modo extraordinariamente preciso, observaban a la vez el efecto que tenían los métodos de amedrentamiento empleados por los interrogadores.

Por ejemplo, el 20 de febrero de 1946 el agente B-III aportó la siguiente información sobre Baur: «Teme mucho las represalias y ser maltratado en los interrogatorios. También le preocupa la herida de su pierna, la suerte de su familia y el tiempo que tendrá que permanecer todavía en presidio. Cuando piensa en las torturas lamenta no haberse suicidado».[505] No es de extrañar que, efectivamente, a los pocos días, el oficial que le hacía las preguntas golpease a Baur.

El espía adjudicado a Linge, «Bohemio», aventuraba incluso una interpretación psicológica: «Linge tiene buena memoria, su enfermedad nerviosa y su inocencia son fingidas. Durante las sesiones no es sincero y pretende dar a entender que sus declaraciones no pueden ser sometidas a ningún examen, porque la única persona que puede confirmar sus palabras es Bormann».[506] Al día siguiente, este espía instó al oficial interrogador a que se empleara con mayor dureza, pues eso iba a dar resultados: «Linge empieza a tener pánico y si se lo interroga unos días más sin contemplaciones dirá la verdad».[507]

Sólo en el caso de Günsche el espía fue incapaz de ganarse la confianza del prisionero. El oficial de las SS desconfió tanto de su «compañero de celda» que éste no pudo sonsacarle ninguna información de valor.[508]

Como ya sucediera con anterioridad, en los interrogatorios realizados desde mediados de febrero hasta finales de marzo de 1946, los agentes de los servicios secretos se interesaron ante todo por las circunstancias exactas que rodearon el suicidio de Hitler y por los detalles de su vida personal y su estilo al frente del poder. Apenas concedieron importancia a las víctimas políticas del régimen nacionalsocialista, a la conducción de la guerra al margen del derecho internacional o al asesinato sistemático de los judíos. No preguntaron por la industria bélica alemana, no se interesaron por el desarrollo de cohetes ni por las investigaciones germanas acerca de la bomba atómica.[509] En su lugar, los oficiales del espionaje subrayaron en los protocolos de los interrogatorios e informes de los espías las revelaciones en que se afirmaba que «Hitler tenía muchos amigos extranjeros, por ejemplo en Argentina», o que «las mujeres desempeñaban una función importante en su vida y que el dictador había dado instrucciones a sus íntimos para que incineraran su cadáver».[510]

En un principio, los interrogatorios parecieron confirmar la versión de que Hitler se había suicidado de un disparo de pistola, a lo que se había añadido la ingestión de veneno. Para obtener una certeza definitiva, se dispuso un viaje a Berlín a comienzos del verano de 1946 para realizar una inspección en el lugar de los hechos. Al mismo tiempo, los oficiales de la operación Mito pidieron una nueva autopsia del cadáver que había encontrado el Smersh. Y para verificar las declaraciones hechas en Moscú, los internos de la Butyrka también viajaron a la ciudad alemana.[511]

En mayo de 1946 llegaron a la antigua capital del Reich los miembros de la operación Mito. Los prisioneros fueron encerrados en el presidio del NKVD en el distrito Lichtenberg, donde los sometieron a nuevas sesiones de preguntas, mientras una comisión especial volvía a examinar el sótano de la cancillería del Reich y el jardín. Junto a Klausen, formaban parte de ella el coronel de la milicia N. S. Osipov y el médico forense Piotr S. Semenovski.[512] Los dos últimos fueron los responsables de que por primera vez se hiciese una investigación criminal técnica de las circunstancias de la «desaparición» de Hitler. De modo particularmente minucioso, el criminalista y el médico forense examinaron los restos de sangre hallados en el despacho del dictador en el búnker de la cancillería del Reich, así como en la escalera que conducía al jardín.

Su análisis fue categórico:

«El elevado número de salpicaduras y regueros de sangre sobre el sofá llevan a pensar que la herida estuvo acompañada de un profuso derramamiento de sangre, que obliga a considerarla mortal. En el momento de la lesión, el sujeto debía de estar sentado en el extremo derecho del sofá, junto a uno de los brazos […]. La distribución de las salpicaduras y regueros de sangre en el sofá, así como su aspecto característico, testimonian que la lesión estaba ubicada en la cabeza y no en el pecho o en el vientre […]. Esta herida en la cabeza fue causada por un disparo de bala y no por un golpe con algún objeto contundente. Prueba de ello es que ni en el respaldo del sofá ni sobre éste ni tampoco en la orilla de su respaldo aparecen salpicaduras de sangre. Después de la herida, la víctima perdió la conciencia y permaneció un tiempo inmóvil, sentada con la cabeza inclinada hacia el brazo derecho del sofá».[513]

Los hallazgos efectuados en unas excavaciones posteriores que se realizaron en el jardín de la cancillería del Reich el 30 de mayo de 1946 confirmaron este informe. En el mismo lugar en el que, un año antes, los colaboradores del Smersh habían desenterrado los cadáveres de Hitler y Eva Braun, un médico forense descubrió ahora dos fragmentos de un cráneo masculino: se trataba de unos pedazos del hueso parietal derecho e izquierdo. El hueso parietal izquierdo presentaba un deterioro que según el forense Semenovski correspondía a un balazo. Más tarde constató que «la trayectoria que siguió la bala fue de abajo hacia arriba, de derecha a izquierda, hacia atrás». Hitler se había disparado él mismo, tal como lo testimoniaban las declaraciones de Linge y Günsche.[514]

Para verificar de forma concluyente la tesis de la ingestión simultánea de cianuro potásico habría sido precisa una nueva autopsia de los cadáveres. Pero el Smersh negó el permiso. A pesar de los intensos esfuerzos, la comisión especial de la operación Mito fue incapaz de persuadir a los servicios del espionaje militar para que entregase los cuerpos de Adolf Hitler y Eva Braun, unos cuerpos que ya habían sido examinados. Por ello los oficiales del NKVD no quisieron dar por establecido un informe definitivo y renunciaron también a informar a Stalin sobre los resultados de sus investigaciones posteriores.[515] Con ello quedaban abiertas las puertas para nuevas especulaciones y para los rumores que circularon más adelante y que hablaban de un «suicidio provocado únicamente por envenenamiento» o de un «tiro de gracia» (según se optara por Linge o por Günsche), aunque en realidad se trataba de maniobras conscientes para desorientar a la opinión pública.

En los años inmediatos al final de la guerra, la Unión Soviética presentó diferentes versiones de la muerte de Hitler en función de sus necesidades políticas tácticas; incluso se llegó a afirmar que Hitler no había muerto, sino que, tras haber conseguido huir, se encontraba bajo custodia de los ex aliados.[516] Lev Besymenski, el principal promotor de las versiones del envenenamiento y del tiro de gracia, publicó en 1968 y 1982 unos libros de gran éxito dedicados a la muerte de Hitler,[517] pero en 1995 tuvo que pedir excusas por haber difundido «mentiras deliberadas». Aunque el historiador ruso pretendía hacer un «acto de contrición», también repartía responsabilidades: en la Unión Soviética el acceso a los archivos estaba políticamente controlado y los agentes de la KGB le habrían dictado sus textos.[518]

En cualquier caso, los historiadores más competentes de Gran Bretaña, Estados Unidos y la República Federal de Alemania no habían concedido credibilidad a las tesis de Besymenski.[519] También el «Informe Hitler», redactado para Stalin, se basaba en las investigaciones del año 1946. ¿Por qué habrían tenido que mentir los redactores de las declaraciones de Linge y Günsche en un texto destinado al dirigente soviético?

Informaciones para Stalin. La génesis del «Informe Hitler»

Terminada la operación Mito en el verano de 1946, hubo que esperar a marzo de 1948 para que el asunto se reanudara. En ese mes, Amajak Kobulov recibió la noticia de que el oficial alemán Gerhard Boldt había publicado un libro titulado Die letzten Tage der Reichskanzlei [Los últimos días de la cancillería del Reich], en el que describía los últimos diez días del Gobierno de Hitler.[520] Kobulov exigió al teniente general Klausen que terminara de sistematizar el material de la operación Mito y lo entregara al KI (tras esta abreviatura se ocultaba el comité de información, que desde 1947 coordinaba el servicio de espionaje soviético. Al mismo tiempo el subjefe de la Administración Central de Prisioneros de Guerra e Internos indicaba que era importante «recluir a Baur, Günsche y Linge en una celda y proponerles que escribiesen un extenso documento sobre los últimos días de Hitler».[521]

Acababa de nacer la idea del «Informe Hitler», pero los oficiales del NKVD no podían estar seguros de que esta iniciativa iba a encontrar acogida en el Politburó del Partido Comunista, el único destinatario posible de un proyecto de esta envergadura. El 27 de abril de 1948 lanzaron un primer globo sonda. Stalin, Molotov, Beria, Zhdanov, Malenkov, Mikoyan, Kaganovich, Voznesenski y Bulganin, es decir, el núcleo dirigente de la Unión Soviética, recibieron un documento elaborado por Günsche sobre la ofensiva de las Ardenas y los intentos alemanes de acordar un tratado de paz por separado con los ex aliados. El dictador soviético debió de leer el documento con interés, pues no lo remitió al archivo del Partido sino que lo depositó en su archivo personal en el Kremlin.[522]

Enseguida se decidió retirar a Baur del «plan de redacción» y contar sólo con Linge y Günsche para la elaboración del informe.[523] Como lo demuestran las memorias de Baur, publicadas en 1956 en la República Federal de Alemania, éste no podía aportar gran cosa sobre la desaparición de Adolf Hitler y Eva Braun. Además, tampoco tenía muchos conocimientos que añadir a una descripción adecuada de la política de Hitler.[524]

Para su participación en el «Informe Hitler», al principio trasladaron a Günsche y a Linge a una sección especial del hospital penitenciario de la Butyrka. Más adelante, en agosto de 1948, se los trasladó, por razones de seguridad, al «puesto especial del MVD», una villa próxima a Moscú, en donde debían continuar su «actividad de escritores». En este «puesto especial» del espionaje soviético, los dos antiguos oficiales de las SS dieron informes orales y escritos a lo largo de meses: al comienzo, sobre los últimos días de Hitler; luego, y de forma creciente, sobre su vida privada, y por último, también sobre sus decisiones políticas y militares. Los interrogadores trabajaron desde 1945 hacia 1935, el año en que Linge había ingresado en la escolta personal del Führer. Al final se completó el conjunto con los acontecimientos políticos de los años 1933 y 1934, pese a que ni Linge ni Günsche disponían de datos de primera mano. El resultado de todo ello fue una detallada biografía de Hitler que, en opinión de los oficiales del NKVD, respondía a las expectativas de Stalin.[525]

Los responsables de la redacción fueron los oficiales del NKVD —ahora convertido en MVD—, el teniente general Fiódor Parparov y el mayor Igor Saleyev. Vigilaban el desarrollo del trabajo, proponían las cuestiones principales y agregaban explicaciones o informaciones complementarias contextuales.[526] Como se ha dicho más arriba, ya habían efectuado los interrogatorios de 1945 y 1946, hablaban perfectamente alemán y traducían las declaraciones de los prisioneros al ruso. Al final, se hicieron cargo de la elaboración y la simplificación del texto para facilitar su lectura.[527]

Los oficiales de los servicios secretos contaron especialmente con la colaboración de Linge. Aunque en sus memorias éste afirmó más tarde que no había sido particularmente cooperativo,[528] las anotaciones soviéticas sugieren algo distinto: «Durante el trabajo, Linge se comporta de forma positiva y declara voluntariamente». Revisiones subsiguientes permitieron comprobar que Linge quería disminuir su responsabilidad en el entorno del servicio personal de Hitler y alcanzar así una rápida liberación. Linge consideraba sus notas como «su salvación».[529]

Por el contrario, Günsche se mostró más reservado: «Günsche se comporta de modo extraordinariamente negativo. Elude hacer declaraciones verídicas, intenta influir sobre Linge en este sentido y no duda en amenazarlo». Según el juicio final de Parparoy y Saleyev, «Günsche es un hitleriano convencido y un enemigo potencial de la democracia y de la Unión Soviética».[530]

Los trabajos en la biografía de Hitler a cargo del NKVD-MVD duraron más de año y medio, en gran medida porque interrogadores e interrogados no se ponían de acuerdo en la descripción de determinadas cuestiones; por ejemplo, la colaboración entre el Reich alemán y la Unión Soviética desde 1939 hasta 1941. Además, los antiguos oficiales de las SS no tenían respuesta para todas las preguntas. Al final, los interrogadores optaron por cambiar la estructura del libro.

Al principio, los oficiales del NKVD pensaron ofrecer una relación completa de la política y la conducción de la guerra alemana titulada «Castillos en las nubes». A ojos de los soviéticos, esta expresión era una metáfora adecuada de las ambiciones del régimen de Hitler, los «castillos en las nubes» rusos no son otra cosa que los «castillos en el aire» alemanes [o españoles]. Pero dadas las pomposas residencias en las que había habitado el dictador alemán, en realidad el título se ajustaba muy bien al hecho de que el Berghof, con toda la infraestructura renovada, tenía dimensiones propias de un castillo, y lo mismo cabía decir de la cancillería del Reich. En última instancia, no obstante, el título pareció demasiado lírico; y en realidad, el resultado final no pretendía ser una visión de conjunto de la política alemana sino un texto sobre Hitler.

Aquel texto era, de hecho, una biografía del dictador alemán desde 1933 hasta 1945. Estilísticamente tenía el carácter de un dossier, la forma externa correspondía a unas actas y estaba encuadernado como un libro. Stalin recibió el «Informe Hitler» —que a lo largo de sus 413 páginas contenía la vida del Führer— el 29 de diciembre de 1949, de manos de su ministro del Interior, Sergéi Kruglov. Se trataba de un ejemplar único, y los otros miembros del Politburó no tuvieron acceso a él,[531] aunque Stalin permitió a algunos de ellos leer el documento. Tras la lectura, derivó el «Informe Hitler» a su archivo personal.[532]

Pese a que el dictador soviético no escribió ninguna anotación en sus páginas, y a que tampoco se permitió ninguna nota marginal,[533] a partir de otras fuentes cabe reconstruir lo que pudo interesarle de forma especial. Stalin, que desconfiaba profundamente de su entorno, había subrayado en el libro de notas de Bormann, cuya traducción había llegado a sus manos el 22 de junio de 1945, todos aquellos pasajes concernientes a la expulsión de antiguos camaradas del partido y colaboradores íntimos de Hitler: «El 29 de marzo […] Guderian es relevado del mando», «¡el 30 de marzo […] el doctor Dietrich despedido por el Führer!». «¡El 25 de abril Göring es expulsado del partido!», «el 28 de abril […] Fegelein degradado», «el 29 de abril […] matrimonio de Adolf Hitler con Eva Braun […], los traidores Jodl, Himmler y generales]», «el primero de mayo: intento de evasión».[534]

Terminado el informe, Linge y Günsche continuaron detenidos en el «puesto especial nº 5», a disposición de nuevos interrogatorios. Una vez que la seguridad del Estado ya no les necesitó, un tribunal militar del MVD de la región de Ivanovo los condenó, el 15 de mayo de 1950, a veinticinco años de trabajos forzados por participación en crímenes de guerra. Como primer día de cumplimiento de la pena se fijó el 6 de abril de 1950, en el momento de su traslado al centro de detenidos nº 48, en Ivanovo, cerca de Moscú.[535] Poco tiempo después el MVD trasladó a Linge al penal nº 476 de Sverdlovsk y el 8 de octubre de 1955 fue entregado a la República Federal de Alemania.[536] Günsche estuvo recluido en el mismo penal. Sin embargo, se había comportado de modo mucho más agresivo que Linge y durante su reclusión, en numerosas ocasiones fue condenado a penas adicionales por propaganda antisoviética y por negarse a ejecutar trabajos.[537] Por último, en diciembre de 1955, el MVD entregó a Günsche al Ministerio del Interior de la República Democrática Alemana, y dio plena libertad a los funcionarios germano-orientales para que procedieran con él según su criterio.[538]

Hechos e interpretaciones. Sobre el contenido del «Informe Hitler»

Los oficiales del NKVD habían sido formados en la ideología marxista-leninista y tenían una idea estricta de cómo había que interpretar la historia. La redacción del «Informe Hitler» se apoyaba en las declaraciones de personas cuya ideología no compartían. Además, estaban obligados a satisfacer el voyeurismo de su jefe, Stalin. Pese a esta visión triplemente sesgada de la dictadura nacionalsocialista y de la segunda guerra mundial, es indudable que los autores —todos ellos miembros de los servicios de la seguridad del Estado soviético— trataron de registrar la historia tal como aconteció en realidad. Pues el acercamiento marxista a la historia o el uso de fuentes ideológicamente sesgadas no impide necesariamente la búsqueda de la verdad histórica.[539]

Tampoco el interés especial en determinadas cuestiones se oponía por completo a la búsqueda de la verdad, ni tampoco la selección de los temas llamados a suscitar la atención del destinatario colisionan con los intereses del lector actual. Sólo gracias a que Stalin quiso acumular compulsivamente datos personales sobre su rival,[540] disponemos hoy de estas informaciones. La mirada al hombre Hitler era también indispensable porque coincidía con la visión de la historia centrada en la personalidad que caracterizaba a Stalin.[541] Sólo la ciencia histórica marxista-leninista de la era posestalinista rompió los vínculos entre la persona de Hitler y la dictadura nacionalsocialista.[542] En 1948 y 1949, cuando se estaba elaborando el «Informe Hitler», se tenía por significativa la relación entre la vida del dictador y las épocas de su dictadura. Ascenso, culminación y decadencia: en estas fases era posible articular tanto la vida de Hitler como la dictadura nacionalsocialista.

A la hora de considerar a Hitler como persona privada, los autores destacaban tres aspectos. Sus hábitos con respecto a la comida y la bebida, las enfermedades y la vida en común con Eva Braun. Lo que les importaba no eran las descripciones imparciales, sino dejar constancia de su creciente hundimiento corporal y mental. Hitler no sólo no filmaba, sino que detestaba el humo de tabaco en su presencia.[543] Esto se menciona por primera vez al relatar una escena en el búnker berlinés, en un momento en que Hitler daba la impresión de estar psíquicamente ausente e incluso desorientado. Tampoco se alude explícitamente en el «Informe Hitler» a la extrema sobriedad de Hitler respecto al alcohol. Lo cierto es que antes de 1931, en las reuniones del partido, Hitler bebía cerveza en abundancia, hasta siete jarras, pero habitualmente, uno o dos vasos en la cena. Como bebida digestiva, tomaba de forma ocasional coñac o algún aguardiente de fruta. Los autores del «Informe Hitler» aluden a esta sobriedad sólo cuando Hitler la abandona. Citan una declaración de Linge según la cual, después de la batalla de Stalingrado, «en cada almuerzo y cena» Hitler bebía «una considerable cantidad de licores o de coñac», pero silenciaban que la bebida nunca le hizo perder el control y que enseguida podía dejar de beber.[544]

Sólo marginalmente se alude en el texto a la dieta vegetariana de Hitler,[545] aunque en ésta cabía descubrir una de las causas de sus frecuentes enfermedades, que por otra parte eran de enorme interés para el NKVD y para Stalin. En cualquier caso, los oficiales soviéticos registraron los bruscos cambios entre la abstinencia y la gula en los hábitos alimentarios de Hitler, algo en lo que también repararon otros testigos. Friedelind Wagner relataba que en Bayreuth, Hitler comía sopa de fideos todos los días, y a veces cenaba el mismo plato, pero que también se comía hasta un kilo de bombones al día.[546] Ernst Hanfstaengel, que estuvo a su lado durante muchos años, calificaba de «incomprensible» el «vegetarianismo culinario y la gula» de Hitler.[547] En el «Informe Hitler» se describe al dictador como alguien que, sometido a una gran tensión nerviosa, consumía grandes cantidades de hidratos de carbono («bombones por decenas»).

Las revelaciones de Linge describen los desmayos y trastornos de Hitler. Los oficiales del NKVD relatan minuciosas impresiones que dan cuenta de su creciente deterioro físico. Hitler aparece como un hombre desgastado, decrépito. Sólo en una ocasión mencionan el humor negro con el cual alude al declive físico. En este contexto se hace también una referencia al médico de cabecera de Hitler, Theodor Morell, a quien los oficiales del NKVD califican sin ambages de «charlatán» y del cual únicamente cabe decir lo peor.[548] Si tenemos en cuenta los numerosos casos de mal uso de medicamentos que aparecen consignados en el «Informe Hitler», esta opinión no parece desencaminada.

La prescripción de gotas oftalmológicas con un contenido de cocaína no puede considerarse un error de tratamiento o un abuso en el consumo de droga, como se sugiere en el «Informe Hitler».[549] Pero el caso de las «inyecciones estimulantes» que le suministraba es distinto. Morell le inyectaba un medicamento que él mismo preparaba: Vitamultin, que contenía dosis extremadamente elevadas de pervitina y de cafeína.[550] Está justificado hablar de dependencia, pues Hitler consumía este estimulante de forma regular, y al día podía recibir hasta cuatro inyecciones de Vitamultin. La decadencia física y mental, extraordinariamente rápida entre 1942 y 1945, puede atribuirse a este abuso de medicamentos.[551] Sin embargo, el médico de las SS Ernst Günther Schenck, quien en los días finales trabajó en el hospital militar de la cancillería del Reich y después escribió una biografía médica de Hitler, expuso la tesis de que el deterioro de Hitler «no era consecuencia de una dependencia de la pervitina, sino la expresión de un desgaste absoluto y del agotamiento humano». Schenck añade, además, que Hitler sufrió el fatal desarrollo de un síndrome de Parkinson, enfermedad que puede atribuirse a la arterioesclerosis, aunque no se descarte como causa la ingesta de psicofármacos y anfetaminas (en el caso de Hitler, la pervitina).[552] También el psiquiatra Frederick (Fritz) Redlich, huido de Viena en 1938 y más adelante profesor en la Universidad de Yale, en su biografía médica de Hitler habla «inequívocamente» de síndrome de Parkinson, pero no lo atribuye al consumo de psicofármacos. Redlich analizó con sumo detalle las consecuencias psíquicas y físicas del abuso de la pervitina y llegó a la conclusión de que esta sustancia fortaleció la agresividad de Hitler, aunque la adicción no fue la causa de su política criminal.[553]

Morell, el médico de cabecera del dictador, no aceptó la evidencia del diagnóstico hasta comienzos de 1945. La falta de cooperación de Hitler a lo largo de los años sólo sirvió para reforzar los errores en el diagnóstico en que incurrió repetidamente Morell. Hasta ese momento el dictador no aceptó tomar medicamentos que retardaran su decadencia física y mental. No obstante, es probable que con la prescripción de anfetaminas Morell tuviese la esperanza de reducir los temblores corporales de Hitler.[554] Redlich, que no pudo conocer ni las declaraciones de los prisioneros en manos de los soviéticos ni, por descontado, el «Informe Hitler», determinó, en su diagnóstico a distancia, que hasta el final de la guerra ni la inteligencia ni la memoria de Hitler sufrieron menoscabo.[555] El biógrafo Werner Maser determinó, basándose en las manifestaciones de distintos testigos, que Hitler mantuvo «hasta el final de sus días la claridad y coordinación de su mente».[556] Esta tesis ha mantenido su vigencia hasta el presente, sobre todo porque con ella se explica la incondicional lealtad del entorno de Hitler.[557] A fin de cuentas, esta versión de una inquebrantable salud mental abría el terreno para las elevadas especulaciones de toda una serie de ensayos que exponían la nostalgia del pueblo por el «crepúsculo».[558]

La aparición de nuevas fuentes obliga a replantearse otra vez la cuestión de las enfermedades de Hitler. Las declaraciones de Linge y Günsche son, en este aspecto, coincidentes: a menudo hablan de las ausencias mentales del dictador, incluso de desorientación y de absoluta indiferencia por cuanto le rodeaba. Según el «Informe Hitler», algunas de sus supuestas explosiones de cólera jamás ocurrieron y pertenecen al reino de la fantasía.

Episodios de este tipo han dado pie a espectaculares escenas cinematográficas, como mostró de forma indiscutible el largometraje del productor alemán Bernd Eichinger El hundimiento, filme del año 2005 nominado al Oscar. Un ejemplo elocuente de ello lo representa el ataque de delirio que le provocó la traición de Fegelein. El espectador escucha los gritos de un Hitler desaforado: «¡Traición!», «¡Fegelein!, ¡Fegelein!, ¡Fegelein!». Y el guión prosigue: «Hitler golpea la mesa con el puño. Su rostro enrojece, a punto de reventar».[559] Lo cierto es que, en realidad, el comandante de batalla del barrio gubernamental tuvo que obligar a Hitler a llevar a su cuñado ante un consejo de guerra. Otras escenas de la película también son inventadas, o están basadas en testimonios sin contrastar y poco seguros. El encuentro en el que Speer se despidió de Hitler fue a todas luces menos emotivo de lo que la película da a entender. A la secretaria Traudl Junge no la salvó ningún joven, como también se narra en el filme, sino que la violaron repetidas veces, y a lo largo de varios meses fue la «prisionera personal» de un oficial de alto rango de los servicios secretos soviéticos. Tampoco la cronología de la película, que debería respetar la exactitud histórica, se corresponde con la realidad. Hitler aparece una y otra vez como el motor de los acontecimientos, pero no fue Hitler quien exigió los ejércitos de Steiner y Wenck, sino que lo hicieron Keitel, Krebs y Burgdorf. Quienes dirigieron la guerra durante los últimos días fueron los generales de Hitler, no el propio Hitler.[560]

Pero a los interrogadores soviéticos les interesaba muy especialmente no sólo el estado de salud de Hitler. Ya en el otoño de 1945, habían preguntado a los prisioneros por la conducta sexual de Hitler. Linge fue presionado con intensidad para que hiciese revelaciones al respecto. Pero también el piloto de aviación Baur y Günsche tuvieron que informar sobre este punto. Los oficiales del NKVD no tardaron en abordar las relaciones de Hitler con Eva Braun. En las actas de los interrogatorios, como también más tarde en el «Informe Hitler», la denominan abiertamente «amante» o «compañera de lecho» del Führer, algo que más tarde confirman las gráficas descripciones de Linge sobre agradables tardes con champán, bombones y afrodisiacos. También les resultó plausible a los oficiales soviéticos que Hitler mantuviera en secreto sus relaciones por razones políticas. Su boda con Eva Braun al final de sus días confirmaba para ellos este hecho. Las especulaciones sobre la idiosincrasia de las relaciones de la pareja resultaban superfluas.

Desde el punto de vista soviético, las despreciativas observaciones de Hitler sobre los homosexuales en las SA eran un indicio de que sus inclinaciones eran «normales», a lo que podía sumarse la descripción del informal trato mutuo en el Berghof o los cotilleos referidos a la sobrina de Hitler, Angela. Se tenía en cuenta que muchas de estas descripciones se basaban en testimonios de oídas, como ilustra el empleo erróneo del apelativo cariñoso Nicki, en lugar de Geli, para Angela Raubal. En el informe destinado a Stalin no se incluyó, en cambio, una información basada en el «informe de espionaje» del agente infiltrado en la celda de Baur, «Cazador». El 25 de diciembre de 1945, en las actas, éste aseguró a su superior que «hacia el final de la guerra, Eva esperaba un hijo de Hitler».[561]

Los defensores de la tesis de la homosexualidad de Hitler —reprimida o latente— no van a dejarse convencer de lo contrario por este dato conservado en los archivos soviéticos.[562] Antes ya habían rechazado el testimonio de ex amantes del dictador por no considerarlos dignos de credibilidad,[563] y habían puesto en duda las investigaciones de diversos biógrafos de Hitler.[564] Por otra parte, la afirmación de Baur acerca del embarazo de Eva Braun tampoco puede ser valorada como una demostración inequívoca de una relación sexual con Hitler o de su libido, pues el historiador Anton Joachimsthaler, que investigó detalladamente el entorno personal de Hitler, considera no sólo posible sino incluso probable que Eva Braun mantuviera relaciones con su cuñado, el oficial de las SS Hermann Fegelein.[565] Pero las conclusiones de la historiografía alemana y de las fuentes contemporáneas tanto alemanas como soviéticas permiten asegurar que la conducta sexual de Hitler era más bien moderada;[566] también hablan de una reducción de su libido,[567] pero muy poco de una tendencia homosexual.

Aunque Stalin y el aparato de seguridad soviético se interesaron por la vida privada de Hitler, pusieron claramente el acento sobre sus técnicas a la hora de ejercer el poder político. Pese a todo, los oficiales del NKVD se prohibieron a sí mismos nombrar explícitamente unas diferencias que saltaban a la vista. Con respecto a su entorno más próximo, también Stalin procedía según el principio de que «las convicciones cambian, pero el miedo permanece».[568] Hitler puso en práctica este principio con los pueblos sobre los que se impuso, pero a su entorno personal lo tenía por fiel, o al menos leal. Por esta razón, los oficiales del NKVD tenían mucho interés en mostrar que al final la confianza de Hitler fue decepcionada. En el informe se dedica mucho espacio a los pasajes sobre la supuesta «traición» de los generales de la Wehrmacht y de la dirección de las SS.

Especialmente incompresible era, desde el punto de vista de los redactores soviéticos, la magnanimidad con que Hitler trataba a los altos mandos del Ejército de Tierra. «Hitler mantuvo siempre que los únicos culpables de sus derrotas eran los generales», escriben, «pero nunca obligó a ninguno a rendir cuentas.» Los oficiales del NKVD no podían entender que les diera de baja y les concediera después altas condecoraciones. Por el contrario, durante las purgas de 1937-1938, Stalin hizo ejecutar a miles de oficiales de alta graduación y reforzó de este modo la lealtad. Incluso durante la guerra, hizo ejecutar a generales que, en su opinión, habían fracasado.[569]

Su informal estilo de gobierno también tenía mucho que ver con la técnica hitleriana de poder. Quitó protagonismo al consejo de ministros y preparaba todas las decisiones importantes en diálogos personales con los ministros, para acabar tomando por sí solo las decisiones finales. En esta gestión tuvo el apoyo de la cancillería del Reich, dirigida con eficacia por el ministro Lammers, y la no menos eficiente cancillería del Partido, presidida por los dirigentes del Partido Nacionalsocialista Hess y Bormann.[570] Además, Hitler aprovechó las emergentes rivalidades de la doble estructura de partido y poder ejecutivo, a fin de aumentar la eficiencia de ambos y asegurar el control recíproco. Este antagonismo en las funciones del poder se resolvía sólo en el puesto clave que ocupaba el «Führer», de hecho, omnipotente.[571] En el «Informe Hitler», esta posición de poder se aborda singularmente en la relación que mantuvo con los mariscales de campo y con los generales. Los otros dignatarios con funciones en el aparato del Estado aparecen sólo como receptores de órdenes, aunque tampoco se las describa como carentes de responsabilidad personal. Y se describe adecuadamente la forma que tenía Hitler de encomendar tareas a terceros.

El punto de vista específicamente soviético se refleja en la frecuente alusión a los patrocinadores del partido nazi. El hecho de atribuir a diversos industriales una gran relevancia no parece, mirando las cosas retrospectivamente, erróneo en modo alguno. La selección de los personajes —Krupp, Kirdorf, Poensgen, Schroeder, etcétera— tampoco era, en absoluto, equivocada.[572] Su calificación de «monopolistas» correspondía a la ideología marxista-leninista impuesta y usada por los oficiales del NKVD y Stalin, según la cual las empresas industriales y financieras unificadas en monopolios «penetran todos los ámbitos de la vida pública».[573] Los autores del NKVD renunciaron, sin embargo, a precipitar este modo de ver las cosas al conjunto del «Informe Hitler» y se ajustaron, más bien, a los hechos históricos. El ministro de Armamento, Albert Speer, subrayó en varias ocasiones que los grandes industriales nunca llegaron a dominar el Estado, y retrospectivamente juzgó: «Algunos de ellos lo ayudaron, pero nunca fueron más que ayudantes».[574]

Esta función subordinada de los industriales se mostró también por el hecho de que ninguno de ellos formó parte del entorno íntimo de Hitler, así como tampoco ningún militar de alto rango ni funcionario. En los cuarteles centrales del Führer o en el Berghof era posible encontrar con frecuencia a Albert Speer, Heinrich Himmler o a los generales comandantes en jefe, pero con la excepción de Speer, los contactos se limitaban a relaciones de trabajo. Al círculo informal pertenecían únicamente antiguos miembros del Partido, los ayudantes de las respectivas armas de la Wehrmacht, las secretarias y los directores de la cancillería del Partido, Hess y, más tarde, Bormann.

Es destacable el hecho de que las personas que habían estado junto a Hitler antes de 1933 fueron paulatinamente reemplazadas. Con el tiempo, el dictador se rodeó de personas intelectualmente inferiores a él y que no tenían posiciones de responsabilidad. En el «Informe Hitler», el Berghof aparece ante todo como un lugar de fiestas privadas, no como sede del Gobierno. Los irregulares horarios de trabajo de Hitler refuerzan esta impresión, pero pese a su «naturaleza bohemia», el dictador subordinaba sus días disciplinadamente a las tareas diarias de administración, a veces hasta caer en el agotamiento más extremo.[575]

Hitler aprovechaba las comidas en grupo para relajarse, pero a menudo también ensayaba en ellas ciertas alocuciones retóricas. En los años previos a la guerra, solía escuchar a sus interlocutores y los interrogaba con cuestiones precisas. Más tarde, el único que hacía monólogos era él. A las personas que lo rodeaban, esos monólogos les parecían dignos de pasar a la posteridad.[576] Consideradas retrospectivamente, estas exteriorizaciones no son sino testimonios notables de la visión del mundo del dictador. Es obvio que intentaba impresionar a sus oyentes, aunque su educación era bastante precaria y fue más bien el fruto de lecturas personales. Su excelente capacidad receptiva[577] le servía de mucho, no carecía de originalidad, pero a menudo sus manifestaciones y observaciones carecían de la estructura que sólo una educación sistemática puede proporcionar.[578]

Para el «Informe Hitler», los oficiales soviéticos escogieron —entre las anotaciones de Linge y Günsche— declaraciones políticas características del Hitler. Por ejemplo, presentaron a Stalin la reacción de Hitler al tratado naval anglo-alemán de 1935, sus reflexiones sobre la posibilidad de romper la alianza de Francia e Inglaterra en 1940 y las opiniones del dictador sobre otros jefes de Estado. La selección de estas declaraciones se ajustaba, por lo demás, a la decisiva coyuntura política de 1948-1949.

Sin duda, a Stalin le interesaban ante todo aquellos países en los cuales la Unión Soviética actuaba ofensivamente, como Hungría y Rumanía, o los estados con respecto a los cuales no estaba decidido el curso a seguir, por ejemplo, Italia.[579] En el trasfondo de la incipiente guerra fría, adquirieron importancia las apreciaciones sobre la política británica de apaciguamiento. Stalin observaba con sarcasmo la retirada de los antiguos aliados. En consecuencia, los autores concedieron gran importancia a los episodios que apuntaban a la posibilidad de una acción conjunta de Gran Bretaña y Alemania, o a una conducción tibia de la guerra por parte de los británicos.

Entre estos temas no sólo destacaban el pacto de Múnich para el reparto de Checoslovaquia en 1938 o la fracasada invasión británica de Noruega, sino también las negociaciones de Himmler con una delegación inglesa para una paz por separado y la «traición» del grupo de ejércitos dirigido por el teniente coronel Félix Steiner, al parecer, vinculada con esas negociaciones.

Particularmente detallado es el relato de la reacción de Hitler ante el vuelo de Rudolf Hess a Escocia, que además contradice la versión que Linge ofreció más tarde. En las memorias que éste publicó en la Alemania Federal, escribió que Hitler, después de escuchar que alguien llamaba a su puerta, la abrió rápidamente, ya vestido y afeitado.[580] Esta descripción encontró acogida en la literatura científica especializada.[581] En el «Informe Hitler», Linge había descrito la situación de modo diferente: el Führer respondió con «voz adormilada» y habría estado «sin afeitar». El hecho de estar vestido explica que necesitara sólo «unos minutos» para abandonar el despacho, que estaba ubicado junto al dormitorio. La tesis de que Hitler estaba al corriente del supuesto «recado» de Hess pierde así uno de sus fundamentos más importantes.

Los interrogadores se interesaron asimismo por la tensa relación entre Hitler y sus generales. Después del interrogatorio de Linge y Günsche, llegaron a las mismas tesis que defienden los historiadores militares de Occidente.[582] Los oficiales soviéticos observaron que el pacto entre el régimen nacionalsocialista y el cuerpo de oficiales de formación prusiana se iba tornando más frágil después de cada derrota.[583] Interpretaron el atentado contra Hitler del 20 de julio de 1944 como una prueba inequívoca de su creciente deslealtad.[584] Los interrogadores de la seguridad del Estado —como supervivientes de las purgas estalinistas— quisieron reconstruir en su texto la magnitud de la conspiración. Una y otra vez preguntaban a Linge y Günsche quién era entonces leal a Hitler y quién había intervenido en la preparación del atentado. Y no les sorprendió que en la conjura estuviesen implicados los más altos oficiales. En la Unión Soviética, incluso determinados miembros del Politburó del Partido Comunista habían sido declarados «enemigos del pueblo» y ejecutados.

El texto entregado a Stalin sugiere un claro desprecio hacia Hitler por no haber realizado una «purga» completa entre la oficialidad. Los miembros del NKVD no renunciaron a reproducir la expresión de Hitler, según la cual la «providencia» lo había salvado.[585]

Pese a que la selección de escenas pertenecientes a la segunda guerra mundial parece artificial desde el punto de vista contemporáneo, el «Informe Hitler» brinda una vívida imagen del dictador como caudillo militar. Hay en sus páginas una detallada evocación de sus reacciones ante ciertos acontecimientos de la guerra. Las batallas de Stalingrado, Kursk y el Oder se describen con exactitud. Y puesto que no se ha conservado casi ninguna de las actas de las reuniones informativas sobre el curso de la guerra que se reproducen en este documento, los informes de Günsche representan una fuente única.[586] Sin embargo, ante la intensa y continua investigación de más de cincuenta años dedicada a todos los aspectos de la segunda guerra mundial, sería erróneo afirmar que el «Informe Hitler» obliga a una revisión completa de los conocimientos actuales sobre la materia.[587]

La consideración de Hitler como jefe militar nos lleva a replantear determinados acontecimientos y decisiones. Por ejemplo, resulta sorprendente la ligereza con la que Hitler —en una situación estratégica muy incierta— declara la guerra a Estados Unidos. No menos asombrosa es la actitud irreflexiva ante la invasión aliada en Normandía así como sus magníficas relaciones con el comandante supremo de la Luftwaffe, Göring, que se mantuvieron intactas hasta los últimos días de la guerra. En contraste con esta indiferencia, se describen frecuentes cambios de humor después de las victorias o derrotas en el frente oriental, lo cual pone de manifiesto que Hitler no estaba en condiciones de dirigir aquella campaña bélica como exigían las difíciles circunstancias del momento. El «Informe Hitler» muestra que, tras la derrota de Stalingrado como muy tarde, perdió la mirada objetiva sobre los problemas estratégicos y puso el éxito táctico por encima de todo.

El texto también refleja, retrospectivamente, una sorprendente carencia de realismo. Hitler creía, por ejemplo, que los batallones, regimientos y divisiones, cuyos movimientos seguía en los mapas del estado mayor, disponían de la misma fuerza de combate que al comienzo de la guerra.[588] Atribuía el fracaso de los ataques, contraataques y maniobras de tenaza a la incompetencia de los comandantes y oficiales del estado mayor. A menudo les reprochaba falta de diligencia o cobardía, incluso a veces los culpaba de sabotaje. El relevo de los jefes militares se sucedía, por tanto, en intervalos de tiempo cada vez más cortos; a veces incluso iban unidos a violentos arranques de cólera por parte de Hitler. Algunas de estas diferencias entre Hitler y los militares de alto rango se describen memorablemente en el «Informe Hitler», como las que antecedieron al relevo de Guderian como jefe del estado mayor.

Los abundantes libros de memorias escritos por altos oficiales coinciden en esta imagen: Hitler se veía intelectualmente sobrepasado por el mando supremo de la Wehrmacht. El escritor militar británico Basil Liddel Hart opinaba en 1948, es decir, en la misma época del «Informe Hitler», que el dictador alemán tenía «el sentimiento natural que caracteriza al genio, pero al mismo tiempo una tendencia a cometer errores elementales».[589] Uno de estos errores elementales fue sin duda la orden de detener la ofensiva el 24 de mayo de 1940, que permitió la retirada de Francia de las unidades británicas. Por otro lado, ni los generales aliados ni tampoco Hitler habían contado con el notable éxito operativo del Corte de Hoz, el atrevido plan Manstein para cruzar el Mosa hasta la costa del canal.[590]

Otro de los errores que decidieron la guerra fue la negativa a invadir Inglaterra. Hitler pospuso en varias ocasiones la operación Lobo de Mar porque no quería correr el riesgo de un fracaso.[591] Pero resulta imposible saber si la conquista de las islas británicas era realmente imposible o si el Führer temía, por razones de política interna, un alto número de bajas.

También la jefatura militar alemana cometió errores fatales en la conducción de la guerra contra la Unión Soviética. Hay que considerar como una de las causas de la derrota de Stalingrado la dispersión de las fuerzas en los grupos de ejércitos A y B para el ataque simultáneo en el Volga y el Cáucaso.[592] La dirección de la ofensiva alemana en el verano de 1942 al Cáucaso estuvo dictada por la escasez de materias primas. Sin la conquista de los campos petrolíferos de esa región, a Hitler le parecía imposible continuar la guerra.[593]

Pero también los aliados cayeron en faltas de apreciación que tuvieron como resultado derrotas graves. Francia renunció en septiembre de 1939 a lanzar una ofensiva contra el Reich alemán pese a que ya le había declarado la guerra. En 1940 no se bombardeó a las tropas alemanas que avanzaban en las Ardenas.[594] En 1941, la disposición ofensiva de las tropas soviéticas en el límite fronterizo acordado en 1939 causó la pérdida de más de tres millones de soldados. El descalabro militar de la Unión Soviética parecía sólo una cuestión de tiempo.[595] Por su parte, los aliados occidentales acometieron en 1943 y 1944 varios intentos de desembarcos terrestres en Italia, el sur de Francia y Normandía, en los que diferentes errores pusieron en peligro el éxito de estas operaciones.[596]

La victoria de la coalición contra Hitler se basó, en último término, en la superioridad económica de Estados Unidos y la Unión Soviética. Cuanto más se prolongaba la guerra tanto mayor se hizo la pujanza de sus industrias bélicas. En cualquier caso, la investigación histórica ha llegado a esta constatación a finales del siglo XX y no es extraño que el «Informe Hitler» no la contemple.

La afirmación de que la campaña de bombardeos de los aliados occidentales tuvo un efecto decisivo en la guerra estaba vedada en 1948 y 1949 por motivos de actualidad política: desde el punto de vista de Stalin y los oficiales soviéticos, este reconocimiento habría disminuido los méritos de la victoria del Ejército soviético. Pero resulta incuestionable la influencia de los bombardeos sobre la industria bélica alemana, pese a que entre enero de 1942 y mayo de 1943 su producción aumentó más del doble y disminuyó notoriamente en el último cuarto de 1944.[597] Algunos sectores, como la industria aeronáutica, ya habían sido atacados con anterioridad de forma muy efectiva por los bombarderos aliados. Desde 1943 apenas eran posibles las operaciones combinadas aeroterrestres de las fuerzas alemanas. La Wehrmacht era tan incapaz de vencer en la batalla de Normandía como en la ofensiva de las Ardenas debido a la superioridad de la fuerza aérea aliada.

Los autores del «Informe Hitler» no se equivocaron al poner el acento en la guerra germano-soviética. También los historiadores alemanes han llegado en sus análisis a la conclusión de que la segunda guerra mundial se resolvió en el frente oriental. Andreas Hillgruber escribía en 1965:

«La gran invasión de los aliados occidentales en 1944 no llegó hasta que el destino de vastas zonas del centro, el este y el sudeste de Europa ya estaba sellado. Políticamente, llegó por lo menos con dos años de retraso; militarmente, cuando la Wehrmacht ya estaba decisivamente debilitada y paralizada en su libertad de movimiento».[598]

Uno de los factores esenciales que acentúan la importancia de los acontecimientos en el frente oriental es sin duda el del número de víctimas.[599] Las cifras que manejan los investigadores rusos más recientes hablan de 11,27 millones de bajas militares por el lado soviético.[600] De los 4,2 millones de soldados alemanes muertos antes del 31 de enero de 1945, 1,83 millones perecieron en el frente germano-soviético. Desde entonces hasta el 9 de mayo de 1945, desaparecieron 1,4 millones de miembros de la Wehrmacht y las SS en los enfrentamientos con tropas soviéticas.[601] Otros 3,1 millones de alemanes acabaron prisioneros de las tropas soviéticas entre 1941 y 1945.[602]

Estas cifras revelan la crueldad de la guerra germano-soviética. Aunque el texto se centra en las personas, el «Informe Hitler» también da cuenta de esta circunstancia. Pero sólo en pocos pasajes se insinúa que la campaña contra la Unión Soviética era una guerra de exterminio fundada en motivos racistas y que provocó 18,4 millones de víctimas civiles.[603] Esta guerra de exterminio fue dirigida ante todo por las SS, pero también por una Wehrmacht políticamente adoctrinada.

Ya el 13 de marzo de 1941, en la directriz nº 21 de la operación Barbarroja las SS recibieron atribuciones especiales «para la preparación de la administración política», que se fundamentaban en «la lucha definitiva entre dos sistemas políticos antagónicos». A los oficiales de la Wehrmacht Hitler les impuso la tarea de asegurar «el empleo del país» para «las exigencias de la economía alemana». La Wehrmacht y las SS tenían que coordinar sus acciones, lo que significa que las SS no estaban supeditadas a la Wehrmacht sino que constituían un poder paralelo.[604] Como en muchos otros casos, Hitler había creado estructuras dobles que estimulaban las rivalidades y que al mismo tiempo eximían a las instituciones de asumir responsabilidades.[605] Pero los procesos políticos del Partido Comunista de la Unión Soviética, es decir, de Stalin, también contribuyeron a la radicalización de la guerra.[606]

La propaganda alemana utilizó las agresiones cometidas contra los soldados alemanes y la población civil[607] en los últimos meses de la guerra para promover una movilización efectiva de todas las reservas. El 28 de febrero de 1945, en un discurso radiado, el ministro de Propaganda Joseph Goebbels llamó a luchar contra «un enemigo sediento de sangre y vengativo».[608] Y a comienzos de 1945 el Gauleiter Paul Giesler exigía en el periódico Münchener Feldpost que un «odio» hasta entonces desconocido penetrara en cada corazón alemán: «Hay que abrir todas las compuertas al odio. Nuestros sentimientos llenos de desprecio han de golpear al enemigo como una oleada de fuego que lo abrase».[609] En el «Informe Hitler» esta propaganda aparece desfigurada, pero en lo esencial, se ajusta a la realidad.

El Panzerbar, «el órgano de lucha para los defensores del Gran Berlín», impreso en el Ministerio de Propaganda, publicaba sobre todo llamamientos a la resistencia y mentiras sobre la situación real de la guerra. «Berlín es el rompeolas del torrente rojo», proclamaba el Panzerbar del 25 de abril de 1945. Simultáneamente tenía que aceptar que en el Oder, con la ayuda de una colosal concentración de material, los bolcheviques habían podido abrir unas pocas franjas de territorio «el frente Oder-Neisse». «Resistimos con firmeza», titulaban el 25 de abril.

En la primera página, impreso en letras gruesas, el lector, bajo el titular UN FÉRREO llamamiento, se encontraba con una cita de Ulrich von Hutten: «Quizá yo muera, pero jamás seré un siervo ni veré a Alemania en la servidumbre».[610] La reducción de la obra poética de Ulrich von Hutten a esta divisa sería sólo un detalle marginal si no fuera porque una división de los granaderos del pueblo también había sido bautizada pocos días antes con el nombre del humanista. Junto a estas unidades formadas apresuradamente, combatían en los últimos meses no sólo las tropas regulares de la Wehrmacht y las SS, sino también las unidades del Volkssturm, creadas el 26 de septiembre de 1944 por orden de Martin Bormann. En provincias, el mando de esta milicia recaía en los Gauleiter del partido nazi; mientras que la dirección suprema estaba en manos de Bormann y Heinrich Himmler, en su función de comandante del ejército de reserva. Todos los varones entre los 16 y los 60 años de edad fueron alistados; de ellos, aproximadamente doscientos mil murieron o se cuentan como desaparecidos.[611] El «Informe Hitler» censura moralmente el Volkssturm. Con la perspectiva del tiempo, esta última forma de resistencia alemana aparece como un puro sinsentido militar.

Pese a su mísero armamento, estas unidades, destinadas a la muerte, retrasaron algunas semanas la victoria del Ejército Rojo. Aunque por breve tiempo, frenaron el avance del «enemigo rojo del mundo», o «el asalto mongol», como expresó Goebbels en su alocución a los berlineses del 24 de abril de 1945. Las fuerzas armadas soviéticas lograron sitiar Berlín hacia finales de abril, pero no pudieron ocupar la totalidad del territorio alemán que les correspondía según los acuerdos de la Conferencia de Yalta. Fueron los miembros de las Juventudes Hitlerianas, como aquellos muchachos a los que Hitler condecoró con la cruz de hierro el 20 de marzo de 1945 en el jardín de la cancillería del Reich, los que alentaron la voluntad de resistencia que Goebbels había proclamado. Un gran número de ellos no ponían en cuestión ni la verdad de la propaganda ni la capacidad de liderazgo de Hitler.[612]

Pero también los soldados más veteranos continuaron luchando hasta el suicidio de Hitler, aun estando desilusionados y convencidos de que la guerra estaba perdida.[613] Habían caído en la trampa moral de un patriotismo desaforado que asumió como divisa dos versos del poema «Despedida de un soldado», que Heinrich Lersch escribiera en 1914. Su mensaje central, «Alemania vivirá, aunque nosotros tengamos que morir», podía leerse en numerosos monumentos en honor de los caídos en la primera guerra mundial; todos los escolares aprendían y analizaban la frase en las clases de lengua alemana.[614] Para la generación que participó en la primera guerra mundial, la certeza de la inferioridad del individuo respecto de la sociedad era tan evidente como la voluntad de morir por conceptos abstractos como «pueblo», «Alemania», «pabellón» u «honor».[615]

El general Ernst Udet, uno de los pilotos de guerra más celebrados de dicha contienda, amigo de Göring y de Leni Riefenstahl, había escrito en 1935 en sus memorias que su vida «se ha transformado en algo secundario», dentro del «torrente de nuestro destino común». Y vinculaba su fascinación por la muerte con una profesión de fe hacia Adolf Hitler: «Habíamos tenido que guardar nuestros pabellones. El Führer nos los devolvió. Para los antiguos soldados la vida ha recuperado su valor».[616]

Por eso carece de importancia saber si los protagonistas del «Informe Hitler» realmente sentían repugnancia por los esfuerzos insensatos de la defensa final que se describe en el texto. En 1961, el historiador Percy Ernst Schramm, coautor y posterior editor del Kriegstagebuchs des Oberkommandos der Wehrmacht [Diario de guerra del alto mando de la Wehrmacht], expresó el veredicto de la historia, que coincide con el veredicto de los supervivientes: «Hitler supo antes que nadie que la guerra estaba perdida […], echó sobre sus espaldas la imperdonable responsabilidad de haber prolongado ese conflicto».[617]

Decenios más tarde, más de uno de aquellos promotores de esa lucha desesperada seguía pensando que las incontables víctimas estaban justificadas. No se trataba tan sólo de prolongar tres días más la vida de Adolf Hitler, explicó cínicamente el antiguo dirigente de las Juventudes Hitlerianas, Artur Axmann, sino de que «la lealtad no desapareciera de la faz de la tierra».[618]

Omisiones. Los errores de motivación política en el «Informe Hitler»

Hitler sabía usar con mucha habilidad los esquemas mentales del pueblo alemán y movilizaba grandes masas aludiendo a problemas políticos reales o de supuesta candente actualidad.[619] Como orador poseía capacidad de sugestión, tanto en conversaciones privadas como en reuniones de masas. Su voz tocaba directamente los centros de percepción emocional y proporcionaba un espectáculo de carácter único en una época en que los medios de comunicación de masas eran rudimentarios.[620]

A Friedelind Wagner, la única crítica de Hitler entre la familia Wagner, sus discursos, al margen de la «voz desentonada» y «afectivamente exagerada», le parecían una «tempestad que deja sin aliento, que sume a los seres humanos en el aturdimiento y la excitación».[621] Ya en 1931, la revista norteamericana Vanity Fair, especializada en el arte teatral, lo había incluido entre los mejores oradores de la época. Y ese mismo año, el Berliner Illustrierte, un periódico muy popular y de enorme influencia, lo consideró uno de los «tribunos del momento presente», junto a Mussolini, Stalin y el Mahatma Ghandi.[622]

En el «Informe Hitler» se alude a que el dictador ensayaba sus discursos y al deleite que le provocaba contemplar su figura «ante el espejo, como un pavo real».[623] A pesar de la relevancia que tuvieron para su éxito, las páginas del informe no mencionan sus dotes retóricas.

Por otra parte, Hitler supo formar un partido que se reveló como un instrumento adecuado para la construcción de su poder personal. El Partido Nacionalsocialista de los Trabajadores de Alemania, que en 1933 ya contaba con más de un millón de militantes, era, desde el punto de vista sociológico, un «partido popular de protesta».[624] Después de 1933 se transformó en un partido de Estado y, con ello, en el dueño del poder ejecutivo.[625] En su particular uso del poder, Hitler unía ideología y terror con elementos carismáticos, pero renunció a una revolución social.[626]

Stalin, por el contrario, carecía de carisma personal y sólo pudo conseguir éste mediante un sistemático culto de la personalidad.[627] Asumió el poder tras luchas internas del partido, y como dictador era un virtuoso en el manejo de la burocracia y de los aparatos del terror. Dio forma a una revolución que hizo realidad el sistema mundial del comunismo.

Con el fin de no resaltar demasiado las diferencias entre ambos dictadores, los autores recortaron los textos de Linge y Günsche de tal manera que el talento de Hitler para el caudillaje de las masas apenas se hizo visible. Los incontables y multitudinarios mítines del partido nazi sólo se citan de pasada y no se habla de los efectos sobre el auditorio. En cambio, se concede un amplio espacio a las apariciones de Hitler en privado, pero el documento lo muestra muy escasamente como un anfitrión agradable. La mayoría de las veces se destacan sus sarcasmos, su cinismo, su tendencia a alegrarse ante la desgracia ajena y sus expresiones perversas.

Comoquiera que sea los redactores soviéticos asumieron los pasajes dedicados al Leibstandarte Adolf Hitler y, que, obviamente, fueron escritos por Günsche. Su lealtad incondicional para con su «Führer», resuena con toda claridad incluso después de que Hitler hubiera retirado al Leibstandarte su nombre a finales de marzo de 1945, tras la fracasada ofensiva del lago Balatón.[628] Resulta notable la porfiada reacción de Wilhelm Mohnke, el último comandante del barrio gubernamental, quien en abril de 1945 manifestó a Günsche: «El Führer ya no quiere saber nada más de su Leibstandarte, pero ahora le demostraremos que todavía puede contar con él». Los oficiales del NKVD no investigaron cómo pudo generar Hitler semejante grado de fidelidad.[629]

Mientras que estas deficiencias del Informe Hitler son comprensibles e incluso tolerables, resulta escandaloso que los interrogadores del NKVD no hicieran ni el menor esfuerzo por explicar las causas del genocidio judío en territorio alemán. Pues sólo en los territorios de la Unión Soviética ocupados por la Wehrmacht entre los años 1941 y 1945 se asesinó a 2,1 millones de judíos. Está además fuera de toda duda que el número de víctimas judías del régimen nacionalsocialista supera con mucho los cinco millones. Si se cuentan también los muertos en guetos y en campos de concentración a causa del hambre y la falta de higiene, la cifra de víctimas del Holocausto supera, con toda seguridad, del límite de los seis millones.[630]

Sin embargo, los agentes soviéticos no intentaron ni reconstruir las órdenes de Hitler para ejecutar el asesinato de los judíos, ni tampoco describir su visión antisemita del mundo. Tanto Linge como Günsche habrían podido ofrecer datos al respecto. Sólo en un pasaje se vincula a Hitler con la construcción de cámaras de gas. En el «Informe Hitler» se afirma que el dictador se habría interesado «personalmente» en su desarrollo. Incluso habría opinado sobre modelos y proyectos que le presentó Himmler y habría ordenado que a los constructores «se les prestase el máximo apoyo». Las investigaciones históricas habían sostenido, hasta el presente, que Hitler había confiado a las SS la ejecución del genocidio y que él quiso involucrarse lo menos posible en los detalles.[631]

El biógrafo de Himmler, Richard Breitmann, se refiere en estos términos al empleo de camiones y cámaras de gas: «No sabemos con cuánta celeridad Himmler informó al Führer sobre las nuevas posibilidades de exterminar a seres humanos en el este».[632] Que Hitler tuvo que estar al corriente de las cámaras de gas y de la capacidad de las nuevas instalaciones para el exterminio, se deduce de la instrucción de Himmler del 18 de septiembre de 1941. Hitler desea, como se asegura en la carta del comandante supremo de las SS, que la deportación de los judíos del Reich alemán y del Gobierno General de los Territorios Polacos Ocupados sea lo más rápida posible. Durante dos días Hitler y Himmler habían hablado al respecto durante horas en la Guarida del Lobo.[633]

Pero es fácil explicarse el silencio ante el Holocausto en el «Informe Hitler». Antes y durante la segunda guerra mundial, los órganos de la seguridad del Estado habían asesinado a numerosos judíos o los habían hecho ejecutar después de juicios ficticios como enemigos políticos. La cifra debe de alcanzar las decenas de miles de víctimas, pero no ha sido precisada.[634] A partir de 1947 aumentaron la intensidad y el volumen de las persecuciones, que se habían interrumpido durante algún tiempo. Además, no tenían una motivación política, sino que adquirieron un decidido carácter antisemita.

El responsable de las represalias era el MVD, el organismo que sucedió al NKVD. Los oficiales de la Seguridad del Estado se encargaron de reunir los cargos contra «sionistas» y «cosmopolitas», a los que también ejecutaban sin juicio previo, tan sólo por orden directa de Stalin o Beria.[635] La elaboración del «Informe Hitler» coincidió con la época más intensa de la política antijudía de la Unión Soviética. Ante el manifiesto antisemitismo de Stalin, no era recomendable explicar con mucho detalle el asesinato de los judíos.[636]

Otro tabú lo constituía el pacto germano-soviético de los años 1939-1941. En el «Informe Hitler» se alude sólo a una parte de este acuerdo, el pacto de no agresión. No se describen ni su nacimiento ni las consecuencias. Y en el relato de la invasión alemana de Polonia, los redactores soviéticos ni siquiera recuerdan que su país también atacó a los polacos. El plan de trabajo del «Informe Hitler» contemplaba originalmente la posibilidad de ocuparse de este tema.[637] Pero los oficiales del NKVD responsables del libro, el teniente general Parparov y el mayor Saleyev, rechazaron la idea. Demasiado bien sabían los dos agentes de los servicios secretos, en parte gracias a su propia experiencia en la represión durante las purgas estalinistas, lo que era políticamente oportuno para el núcleo de la dirección política soviética.[638]

Probablemente no era el «reparto de la presa» con Hitler lo que había que silenciar, pues la Unión Soviética obtuvo partes de Polonia y Rumanía así como la entrada a los estados bálticos y a Finlandia. El mando soviético podía estar seguro de tener las manos libres para el caso de una guerra contra Japón en toda la frontera de Mongolia y Manchuria.[639] Un análisis del pacto de no agresión en el «Informe Hitler» habría despertado el recuerdo de alguno de los más graves errores de cálculo de los dirigentes soviéticos.

En principio, la aceptación de las propuestas alemanas para el reparto de Europa pareció racional. En la lucha por conquistar los favores de la Unión Soviética, Hitler había ofrecido a Stalin mucho más que a las potencias occidentales. Para el Politburó resultaba obvio que aquello sólo podía tratarse de una alianza a corto plazo. Nikita Jruschov, sucesor de Stalin, recordó después las palabras de éste: «En realidad, todo esto es un juego, el de quién sorprende y engaña a quién».[640]

Con el pacto, el Reich alemán obtuvo ventajas imprevistas. Momentáneamente, pudo limitar su voluntad de autarquía, sin tener que realizar por ello un cambio en los planes económicos. El comercio a gran escala de petróleo y metales no ferruginosos resultaba vital para la industria armamentística germana. Gracias a los suministros de petróleo, evitó la reducción de combustibles fruto de la campaña de Francia.[641] Pero los jerarcas alemanes eludieron una dependencia demasiado grande de la Unión Soviética y evitaron cualquier forma de chantaje.[642]

Stalin se equivocó también en la apreciación del inevitable estallido inmediato de una guerra entre las potencias «imperialistas» de Alemania, Francia e Inglaterra. Contaba con un debilitamiento, no con un fortalecimiento del potencial militar alemán, y esperaba poder aprovecharse de las disputas. Contempló con grandes reservas los nuevos sondeos de Gran Bretaña para establecer un pacto militar.[643]

También el ataque alemán contra la Unión Soviética se vio precedido por una serie de decisiones equivocadas de Stalin. En consecuencia, los acontecimientos del verano de 1941 fueron tratados de modo muy sucinto en el «Informe Hitler». En cualquier caso, los miembros de la seguridad del Estado renunciaron a reproducir la fórmula propagandística del «asalto traidor». Los oficiales del servicio de espionaje sabían mejor que nadie que Stalin ya conocía la fecha de invasión a comienzos del verano de 1941. El dictador ruso rechazó, denigró con observaciones obscenas y calificó como desinformaciones las noticias al respecto que le transmitieron sus servicios de espionaje.[644] Sobrevalorando las posibilidades propias e infravalorando al mismo tiempo al enemigo alemán, la dirección soviética diseñó planes propios para una ofensiva. A causa de esto, se ha discutido extensamente si, desde el punto de vista alemán, el ataque fue más bien una contraofensiva. La idea ha cosechado tanta aceptación como rechazo.[645]

Lo cierto es que en los límites del territorio definido en 1939 se encontraban frente a frente dos potencias mundiales extraordinariamente bien armadas, y cuyos intereses imperiales resultaban antagónicos. Tanto la Unión Soviética como el Reich alemán eran estados ideológicamente estructurados, totalitarios, que en los últimos años habían iniciado una serie de guerras de agresión y que consideraban inevitable el enfrentamiento militar. Ambos estados habían desarrollado minuciosos planes de ataque e intentaban anticiparse a sus rivales. El concepto de guerra preventiva parece tener motivaciones políticas y resulta por tanto una caracterización inadecuada de la guerra germano-soviética.[646]

La conquista de la Rusia europea para la creación de un imperio colonial era una aspiración natural de Hitler desde 1933, al margen de todos los virajes tácticos. En su concepción del mundo, la conquista de «espacio vital en el este» ocupaba un lugar central. Ya en 1927, en Mi lucha, calificaba a Rusia como una futura región colonial, pues el régimen bolchevique estaba a todas luces «maduro para el desastre».[647] El enfrentamiento contra la Unión Soviética, pese a ser una necesidad estratégica determinada por el curso que adquirieron los acontecimientos bélicos, fue, en última instancia, una guerra de conquista.[648]

Sin embargo, Hitler adoptó la decisión del ataque de modo intuitivo. Como han demostrado estudiosos actuales, los oficiales del estado mayor alemán no conocían con exactitud ni la fuerza del enemigo ni tampoco su posición. Tampoco existía una valoración estimativa de la capacidad combativa del Ejército Rojo.[649]

Los redactores soviéticos no sólo «abreviaron» las declaraciones de Linge y Günsche referidas al comienzo de las hostilidades, sino que también guardaron silencio sobre los éxitos iniciales de la Wehrmacht contra las fuerzas armadas de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Pese a que las tropas soviéticas eran superiores en número y estaban bien equipadas, hacia finales de 1941 más de 3,8 millones de sus soldados habían caído prisioneros de los alemanes.[650]

En el «Informe Hitler» no aparecen descripciones muy exactas acerca del desarrollo de la guerra y de la actuación de Hitler como comandante supremo de la Wehrmacht hasta el momento en que la ofensiva alemana se atascó. Sus reacciones ante la derrota a las puertas de Moscú y el infructuoso bloqueo de Leningrado se reproducen de forma muy gráfica. Las descripciones subsiguientes dan la impresión de que una y otra vez se eliminan pasajes completos acerca de los éxitos de los ejércitos alemanes. Hasta el momento de la batalla de Stalingrado el texto semeja una colección de episodios sueltos.

Pero con independencia de las interpretaciones que hoy pueden calificarse de erróneas o de las omisiones motivadas por la política, el «Informe Hitler» proporciona un elocuente retrato del dictador alemán. Ofrece una descripción de su actividad política y militar notablemente detallada. Su absoluta carencia de escrúpulos y su voluntad exterminadora sin límites se reflejan sin ambages. El capítulo dedicado a los últimos días en el búnker del Führer es estremecedor. Narra la voluntad de Hitler de prolongar su vida hasta el último momento, aunque ello suponía conducir al pueblo alemán a la catástrofe. Que el «Informe Hitler» se redactara específicamente para el dictador soviético, Stalin, no disminuye en absoluto su fuerza.