CAPÍTULO 6

DICIEMBRE DE 1939 - MAYO DE 1941

En diciembre de 1939 Hitler se trasladó otra vez a su palacete del Berghof.[170] Una tarde, convocó para una reunión en el Berghof a Göring, Hess, Keitel, Funk y a Fritz Todt, el ministro del Reich de Armamento y Munición. En la puerta de la gran sala donde se celebraba la reunión, Linge colgó un letrero que decía «NO MOLESTAR», para que Eva Braun y sus amigas se mantuvieran alejadas de aquella estancia, a la que sólo una cortina separaba del salón contiguo.

Los guardarropas se abalanzaron sobre Göring en el momento en que éste hizo su aparición. Göring nunca acudía a la guardarropía para dejar sus cosas. Como quería dar la impresión de ser un hombre muy atareado, les lanzaba el abrigo, la gorra y el bastón de mariscal a los ordenanzas, mientras pasaba por delante de ellos. Göring se precipitó en la gran sala con grandes y enérgicos pasos de sus piernas, que parecían rodillos, metidas en botas con espuelas. Unos minutos más tarde se presentaron Hess, Funk, Todt y Keitel. Linge comunicó a Hitler que las personas convocadas estaban dispuestas.

Hitler, inmerso en sus pensamientos, bajó los pocos peldaños, seguido de Linge. Delante de la gran sala, Hitler se estiró y entró con paso firme y acelerado. Los asistentes alzaron el brazo para el saludo. Hitler dio la mano de manera afable a Göring, Hess, Funk, Keitel y Todt. Todos se acercaron luego a la enorme mesa de mármol. Hitler inició la reunión explicando que la dirección del conjunto de la industria de guerra sería encargada a Göring. Éste recibiría plenos poderes para asegurar las necesidades económicas de la guerra. Cuando Hitler hubo concluido, se oyó la chirriante voz de Göring. Éste habló sobre el estado del rearme y dibujó la brillante perspectiva de una industria de armamento gigantesca y en continuo crecimiento. Su exposición manifestaba un optimismo sin reparos.

Hitler se apoya con todo el peso de su cuerpo sobre la mesa, de tal manera que los dedos se le doblan. Declara que la situación militar favorable de Alemania y el estado de ánimo triunfalista de las tropas alemanas han de ser aprovechados a fondo. El destino ya dictaría cómo proceder más adelante. La maquinaria militar alemana funciona a todo ritmo y no debe detenerse. Los franceses han de presentarse al combate.

—Al final los sacaremos de su línea Maginot. ¿Cuál es su opinión, Keitel?

Keitel rio, pagado de sí mismo y respondió:

—Esto va a ser como hacer una limpieza a fondo.

—Alemania está totalmente decidida —asintió Göring—. Estamos en condiciones de recoger el guante. Las potencias occidentales han de pagar por habernos declarado la guerra.

El 23 de diciembre de 1939, Hitler abandonó el Obersalzberg para pasar las navidades en Renania e inspeccionar las tropas destacadas en el Rin y en la frontera con Bélgica. El 24 de diciembre, el tren del Führer hizo parada en el andén de mercancías de una pequeña estación en las cercanías de Aquisgrán. Hitler se desplazó con un automóvil hasta el emplazamiento de una unidad militar. Del interior de las casas de la pequeña ciudad llegaba el canto de los niños: se celebraba la más importante de las fiestas religiosas del año. Pero las familias están separadas. Muchos padres y hermanos están sirviendo en el Ejército de Tierra. Están movilizados en Polonia, permanecen en los refugios de la línea Siegfried o se hallan en Renania preparados para entrar en combate.

Una patrulla de las SS recorre con paso lento los catorce vagones del tren de Hitler. También se ha presentado la Policía ferroviaria. Detrás de la locomotora y al final del tren se hallan, respectivamente, dos vagones dotados cada uno con dos piezas de artillería antiaérea de cuatro cañones, que han de servir para repeler un posible ataque desde el aire. Estos vagones continuaron integrados en el tren de Hitler durante toda la guerra. Los soldados de la artillería, cubiertos con gruesos abrigos, miran hacia la oscura y helada noche, al tiempo que se apoyan sucesivamente en uno y otro pie, para entrar en calor.

En la carretera de acceso al tren de Hitler se oyen los potentes motores de los todoterrenos de tres ejes, que se acercan con sus focos atenuados. Linge desciende del vagón. El coche de Hitler sube al andén. De repente, Linge oye un grito. Sobre el guardabarros del segundo coche, que sigue al de Hitler, está sentado Bormann, con la cabeza vuelta hacia atrás, borracho y vociferando una canción que ha hecho furor en los carnavales renanos. Linge abrió la portezuela para ayudar a Hitler a descender del automóvil. Bormann se baja del guardabarros del segundo coche y se dirige tambaleándose hacia donde está el tren. Bormann se cruza en el camino de Hitler.

Mein Führer, éste no es su vagón —balbucea—, no, mein Führer, éste evidentemente no es su vagón. E-e-e-este está más atrás.

Linge explica que están delante del vagón de Hitler.

—Por lo tanto —dice Hitler—, yo estaba en lo cierto, evidentemente, es mi vagón.

Bormann se endereza la gorra, que se le había ladeado, y con mucho esfuerzo logra subir al vagón vecino.

Instantes más tarde, Bormann aparece en el pasillo del vagón de Hitler. Se acerca al compartimento del Führer luciendo una sonrisa estúpida. Lleva consigo un pequeño árbol de Navidad. Eva Braun lo había decorado en el Obersalzberg y había pedido a Bormann que se lo entregara a Hitler el día de Navidad. Bormann da a entender a Linge, mediante muecas, que se trata de una sorpresa para Hitler. De repente el árbol se le cae de las manos. Las nueces y las bolitas de cristal se sueltan de las ramas y se desparraman por el suelo. Bormann se queda aturdido y con los ojos muy abiertos. El miedo lo atenaza.

—Rápido, rápido —murmura a Linge, que acude de inmediato para recoger el arbolito.

A continuación, Bormann se acerca con prudencia al compartimento de Hitler y le entrega a éste una carta de Eva Braun y el arbolito de Navidad. El Reichsleiter nacionalsocialista,[171] que, de lo borracho que está, apenas logra mantenerse de pie, le desea al Führer en el nombre del Partido una feliz Navidad.

El tren de Hitler se dirige a la localidad de Bad Erns. En este balneario está emplazado el regimiento de infantería motorizada del Leibstandarte Adolf Hitler.

Una vez llegado a Bad Erns, Hitler partió en su coche al balneario donde los hombres del Leibstandarte celebraban la Navidad. Le recibió Sepp Dietrich, el comandante de aquella unidad. En el momento en que Hitler entró en la sala, Dietrich ordenó en un tono más bien familiar:

—¡Silencio, compañeros!

Hitler adoptó el mismo aire para demostrar que él y su Leibstandarte conformaban una sólida unión. Hitler, acompañado por Sepp Dietrich, pasó revista a los soldados de las SS, que habían adoptado posición de firmes, y los saludó con el brazo alzado. Luego tomó asiento en una de las mesas. Éstas habían sido cubiertas con un mantel blanco y distribuidas en la sala en un semicírculo. También los oficiales y los soldados del Leibstandarte volvieron a ocupar sus asientos. A los soldados de las SS se les ofrecían golosinas y coñac. Además Hitler les había traído regalos navideños. La sección musical actuaba sobre un escenario levantado delante de las mesas. A la derecha del escenario se alzaba un gran árbol de Navidad, que, festivamente adornado, brillaba con la luz de las velas. Delante del escenario se había colocado una tribuna para los oradores.

Sepp Dietrich tomó la palabra para la salutación después de que la banda hubiese atacado algunas marchas. Su triple viva a Hitler lo contestaron los soldados de las SS con un atronador Heil!

A continuación, fue Hitler el que se dirigió a la tribuna de oradores y dijo a los presentes:

—Vosotros, soldados del Leibstandarte, que os halláis en la Muralla del Oeste[172] con el objetivo de conquistar espacio vital para Alemania. Es nuestro derecho vital ir más allá de nuestros estrechos límites. Inglaterra quiere cruzarse en nuestro camino y nos declara la guerra. La verdadera razón no es la campaña de Polonia. La verdadera razón son los plutócratas, que llenos de envidia ven cómo prospera nuestra economía. El pueblo inglés ya ha conquistado un gigantesco espacio vital. ¡Yo acabaré con el dominio inglés! El futuro pertenece a los alemanes, no a los ingleses, que ya manifiestan síntomas de demencia senil. ¡Vosotros, los soldados de mi Leibstandarte, sois los elegidos por el destino, la garantía para la victoria de Alemania!

El discurso de Hitler fue respondido por un aplauso ensordecedor. Una y otra vez se oyeron los gritos de Sieg, Heil! Sieg Heil!

Seguidamente, Hitler volvió a tomar asiento entre la audiencia. La banda de música tocaba alegres marchas mientras a los soldados de las SS se les servía ponche.

Siguieron diversos números humorísticos en los que se ridiculizaba a los miembros del Gobierno inglés. Chamberlain aparecía con una cara estulta y huraña, siempre con el paraguas colgado del brazo.

Hitler se despidió muy emocionado de sus tropas. Desde Bad Erns se dirigió de vuelta al Obersalzberg, donde, junto a Eva Braun, celebró la llegada del año 1940.[173]

A finales de marzo, Hitler dio la orden para que comparecieran en la cancillería del Reich los comandantes en jefe del Ejército de Tierra, de la Luftwaffe y de la Kriegsmarine. En el oeste la situación no había cambiado. Las tropas inglesas y francesas continuaban manteniendo una actitud pasiva. Las «acciones de combate» se limitaban a entonar antes de tiempo el himno de la victoria. «En la línea Siegfried ponemos nuestra ropa a secar», cantaban.

En la reunión con Hitler participaron Göring, Keitel, Halder, Jodl, Brauchitsch, Raeder y el general Falkenhorst. En ella se discutió el plan para la ocupación de Noruega y Dinamarca.[174] Falkenhorst estaba presente porque se le había encomendado el mando de las tropas de ocupación en Escandinavia.

Después de la reunión, Hitler invitó a Göring y Raeder a comer. Los tres almorzaron en el comedor del Führer. De las conversaciones que se mantuvieron en la mesa podía deducirse que Raeder veía con ojos críticos la ocupación de Noruega, porque temía la respuesta de la flota inglesa y preveía importantes pérdidas alemanas. A ello respondió Hitler:

—Si alguna vez la Marina de Guerra alemana ha tenido una razón de ser, es ésta. No permitiré que la flota se oxide en los puertos como en los tiempos de Guillermo II.[175] Prefiero arriesgarme a perderla. Aunque nuestros cruceros sean hundidos, habrán cumplido una importante misión. Escribirán una página gloriosa en la historia de la Marina de Guerra alemana.

Göring apoyó a Hitler y subrayó la necesidad de conquistar Noruega. Este país debía convertirse, según sus palabras, en el portaaviones de Alemania en su lucha contra Inglaterra.

Al final de la comida, Hitler estaba de excelente humor. En un tono relajado contó un episodio de los años anteriores a la toma del poder. Una vez, en 1925, le había llamado la atención un gentío aglomerado alrededor de su coche, que lo esperaba en la estación de Múnich. La gente se reía de un caballo que se comía con toda tranquilidad la paja que asomaba de un asiento roto del automóvil de Hitler. Éste sintió tanto bochorno que prefirió ir caminando a su casa. Todos se echaron a reír con aquella historia.

En los días que siguieron, en abril de 1940, comenzaron las operaciones terrestres de las tropas alemanas en Noruega y Dinamarca. Hitler comía bombones por decenas.

—Esto es alimento para los nervios —explicó a Linge.

El meteorólogo del Ministerio del Aire, un recomendado de Göring, enviaba todos los días a la cancillería del Reich un informe sobre las condiciones atmosféricas. El inicio de la operación en Noruega se había fijado en consonancia con sus pronósticos. Aquel pobre hombre, que no tenía ni la más remota idea de para qué se necesitaban sus informaciones, falleció poco después de la ocupación de Noruega.[176] Hitler bromeaba sobre el asunto:

—Cuando se enteró de para qué servían sus pronósticos, le dio un ataque.

El plan de Hitler resultó un éxito. Noruega y Dinamarca fueron ocupadas.[177] La flota inglesa se presentó ante la costa noruega. A pesar de toparse con una fuerza naval alemana ridículamente débil, formada en su mayoría por buques minadores y torpederos, no entró en combate y regresó a Inglaterra. Cuando más adelante la flota inglesa volvió a presentarse ante las costas de Noruega, tuvo que enfrentarse a unos hechos consumados. Los alemanes pudieron desembarcar sus tropas en Noruega sin que los ingleses les pusieran el menor obstáculo.

Más tarde, los propios ingleses intentaron desembarcar en Noruega.[178] En Trondheim llegó a tierra un número irrelevante de fuerzas, que pronto fueron aniquiladas por los alemanes. Entre las pertenencias de los oficiales ingleses se hallaron instrucciones secretas para la realización de la operación de desembarco. Éstas contenían indicaciones muy precisas, por ejemplo, acerca de la dirección en la que debían marchar los soldados ingleses después del desembarco (hacia la izquierda o hacia la derecha), cómo debían sostener sus armas y otras instrucciones por el estilo. En las órdenes también se describía, y de manera exacta, la impedimenta que las tropas inglesas llevaban consigo. Ésta se componía principalmente de víveres y de aparatos de gimnasia. Cuando Hitler tuvo noticia de todo esto, se echó a reír y comentó con ironía que los ingleses habían desembarcado en Noruega para hacer gimnasia, no para combatir.

La Wehrmacht atacó a Francia en mayo de 1940, una vez culminada la ocupación de Dinamarca y Noruega. El 10 de mayo, el primer día de la ofensiva, Hitler partió de Berlín hacia su cuartel general, bautizado con el nombre de Nido en las Rocas (Felsennest), levantado en un monte junto a la localidad de Euskirchen, en Renania.[179] El búnker de Hitler estaba completamente bajo tierra, sin que pudiera verse en la superficie ningún tipo de elevación. Una red de camuflaje se había extendido sobre el acceso. Las habitaciones de Hitler (su dormitorio y su despacho) se habían amueblado al estilo de un puesto de campaña. En el mismo refugio se instalaron también Keitel, los ayudantes Schmundt y Schaub, así como Linge. A 30 ó 40 metros había un comedor de oficiales construido con paredes de hormigón y 200 metros más allá, detrás de un bosque, se alzaba un barracón para las reuniones, hecho de madera y también cubierto por redes de camuflaje. Aquí se hospedaba Jodl. El terreno, con sus tres edificaciones emplazadas sobre el monte, se rodeaba de una alambrada de espino. El conjunto fue bautizado como Zona Restringida I.

El resto del cuartel general de Hitler se situaba en la aldea junto al pie del monte.

Las tropas alemanas penetraron a marchas forzadas en el norte de Francia, después de atravesar Bélgica y Holanda. Las unidades atacantes aislaron un número considerable de fuerzas enemigas, entre éstas, el cuerpo expedicionario inglés, y lograron envolverlas en un movimiento de tenaza en Dunkerque.[180] Los ingleses retrocedieron a toda prisa, mientras las tropas francesas cubrían su retirada. El cerco en torno a Dunkerque se hizo cada vez más estrecho. Como si se tratara de una batida de caza, la artillería y los carros de combate alemanes disparaban contra los ingleses, que huían en dirección a la costa sin orden y presa del pánico.

En la playa, poco profunda, de Dunkerque los ingleses construyeron puentes auxiliares colocando camiones en el agua. De esta manera pretendían alcanzar sus barcos. Para escapar al infierno de Dunkerque, muchos arrojaron su impedimenta y sus armas, saltaron al agua e intentaron alcanzar los barcos a nado.

El infierno de Dunkerque llegó a su punto álgido con los ataques incesantes de la Luftwaffe, que dominaba sin obstáculos el espacio aéreo. Los pilotos alemanes atacaban a los ingleses no sólo en tierra sino también en el mar. Buques repletos de soldados ingleses se hundieron bajo una lluvia de bombas alemanas.[181]

Todo el armamento y los equipos que el cuerpo expedicionario inglés dejó atrás cayeron en manos de los alemanes. Los británicos abandonaron a sus aliados franceses a su destino para salvar el pellejo. Los franceses lucharon y cayeron por los británicos.[182]

El comandante del cuerpo expedicionario inglés volvió a las islas británicas con los lamentables restos de sus tropas. Allí, Churchill lo condecoró con la orden de Bath, la orden del baño, por la «brillante» victoria que habían obtenido las armas inglesas. En el entorno del alto mando alemán se hicieron muchos chistes acerca de lo adecuada que era la condecoración de Wavell,[183] teniendo en cuenta el baño frío que se había dado en las aguas del canal de la Mancha.[184]

La huida de los ingleses de Francia dio al alto mando alemán la posibilidad de transferir de inmediato importantes contingentes desde el área de Dunkerque al frente del Somme y del Oise. Este envío permitió romper, el 5 de junio, las defensas francesas en la ribera sur de ambos ríos y ocupar París el 14 de junio.

Los prisioneros de guerra se expresaban de manera muy drástica sobre el comportamiento de los ingleses en Dunkerque. Cuando en los campos de prisioneros se encontraban con soldados ingleses los franceses les daban palizas y los insultaban como cobardes, egoístas y traidores. Por este motivo los alemanes se vieron obligados a instalar a los prisioneros de guerra franceses e ingleses en barracas diferentes.

Hitler, que de la euforia estaba fuera de sí, viajó a Dunkerque.[185] A su vuelta contó que en las estancias de los estados mayores que los ingleses habían abandonado a toda prisa había podido encontrar teléfonos de campaña intactos. Lleno de desprecio, explicó a Göring que los ingleses habían abandonado todo su equipo en Dunkerque.

—Sólo pensaron en salvar sus vidas —comentó—. Desde luego, saben tratar a la gente a latigazos, pero en el campo de batalla son unos miserables cobardes.

También Göring estaba muy animado. Mientras ambos esperaban el automóvil en el refugio, explicó a Hitler su última «aventura».

Días atrás había acudido a una taberna en Renania. Toda la clientela se había puesto de pie, excepto dos sacerdotes católicos.

—A esos dos les he dado una buena lección. Los he mandado a un campo de concentración —explicó Göring entre risas—. Además he ordenado poner allí una estaca con una vieja gorra mía. Ahora han de desfilar todos los días por delante de ella y ensayar el saludo nacionalsocialista.

Hitler se rio y dio unas palmadas al hombro de Göring con un gesto benevolente. Al final del encuentro, Göring estrechó la mano de Hitler, levantó su bastón de mariscal, se sentó en el coche y se dirigió al cuartel de su estado mayor.

Antes de que acabara el mes de mayo ya era previsible la derrota total de Francia. En aquellos días Hitler recibió una carta de Mussolini, su aliado del Eje.[186] La misiva escandalizó a Hitler, sobre todo porque Italia, después de haberse mantenido al margen durante meses, ahora quería entrar en guerra a toda costa. Para no tener que repartir el botín con Mussolini, Hitler respondió que de momento no necesitaba a Italia, dado que Francia ya se había rendido a sus pies.

Hitler respondió a la petición de Mussolini diciendo que había que postergar la entrada de Italia en guerra hasta que la Luftwaffe hubiera destruido los aeródromos del sur de Francia, lo que facilitaría las operaciones militares de las tropas italianas.[187] Al poco tiempo, no obstante, y sin tener en cuenta los argumentos «convincentes» de Hitler, Italia declaró la guerra a Francia.[188] Tal era el consenso con el que actuaban los socios del Eje Berlín-Roma.

A Hitler le preocupaba la cuestión de los objetivos ocultos que perseguía Mussolini, dejando de lado el de querer asegurarse su parte en el botín francés.

¿Gibraltar? ¿Malta? ¿O quizá quería la Marina italiana atacar Suez? A finales de mayo, Hitler encargó a Ribbentrop que convocara al embajador italiano, Alfieri, y que lo hiciera ir desde Berlín a Bad Godesberg, al hotel Dreesen. Hitler ordenó que Alfieri fuera recibido como si se tratara de un parlamentario enemigo. El día del encuentro se retiraron incluso los postes de señales en la ruta de Alfieri, para que éste no pudiera averiguar que estaba en Euskirchen, a una hora y media en coche de Bad Godesberg.

En el camino a la entrevista con Alfieri, Hitler parecía irritado. Quería enterarse a cualquier precio de lo que estaban tramando los italianos, porque desde la declaración de guerra, el alto mando italiano no había hecho el menor gesto para intervenir activamente en las acciones bélicas.

La entrevista de Hitler con Alfieri en el hotel Dreesen duró aproximadamente una hora. Desde la estancia donde se celebraba, pudo oírse al poco rato la voz irritada de Hitler, que cubrió a Alfieri con reproches airados. Descargó toda su cólera en él y vociferó que no podía entender por qué Italia actuaba de una manera tan pasiva.

—¿Puede usted explicármelo? ¿Puede usted darme por fin una respuesta clara? ¡Esto no puede continuar así! —gritó.

En su estado mayor se sabía que Hitler no estaba irritado por la pasividad italiana, sino porque Mussolini había declarado la guerra a Francia contraviniendo su voluntad. Alfieri abandonó el hotel consternado y deprimido. Poco después, también Hitler abandonó el lugar.

El Führer mantuvo un silencio enfurruñado durante la cena en el cuartel general. Keitel, Jodl, Bormann, Dietrich, Hewel, Hoffmann, Morell y los ayudantes intercambiaban miradas furtivas. Hoffmann, aquel bufón de la corte, logró poco a poco espantar por fin la tristeza de Hitler.

Keitel, Jodl, Bormann y Hewel se quedaron después de la cena. En su presencia Hitler volvió a airear su enfado y explicó:

—La declaración de guerra, que tanto habíamos necesitado el otoño pasado, la condiciona Víctor Manuel[189] a que Mussolini otorgue al príncipe heredero el mando de las fuerzas armadas. El Duce, evidentemente, se ha negado a esto.

Los presentes eran conscientes de lo que Hitler quería decir. Humberto, el príncipe heredero, era un notorio anglófilo.

Jodl asintió con fervor:

—Por descontado, mein Führer. Usted siempre ha dicho: «¿Por qué el Duce no barre sin más a toda esa dinastía de los Saboya?».

—Mussolini no tiene una tarea fácil con ellos —respondió Hitler—. Las fuerzas armadas apoyan al rey, la Iglesia está de su lado, la corte sólo está preocupada por las intrigas y en el Partido Fascista hay demasiados arribistas.

Jodl opinó que los italianos al menos deberían ponerle difíciles las cosas a la flota inglesa en el Mediterráneo.

—Le he preguntado a Alfieri —continuó Hitler— acerca de los planes de Italia. Hemos estado esperando todo este tiempo un ataque del Ejército italiano. El embajador se quedó sin habla. Estaba claro que no tenían ningún plan serio. A mi pregunta categórica de por qué los italianos permanecían tan pasivos, Alfieri respondió con insolencia que en el frente estaba lloviendo.

Keitel intervino escandalizado:

—Pero ¿qué está tramando Mussolini?

También Bormann se hizo oír con exclamaciones asombradas y despreciativas.

Al final de la conversación, Hitler comentó que la pasividad de los italianos también tenía su lado bueno, pues permitía refrenar las ambiciones respecto a Francia.

A principios de junio, el cuartel general de Hitler fue trasladado de Euskirchen a Brüly-de-Pesche, al norte de Rocroy y cerca de la frontera franco-belga.[190] Por indicación de Hitler, este cuartel general se conoció como «Desfiladero del Lobo» (Wolfsschlucht). De esta manera, la palabra Wolf (lobo), el apodo de Hitler, se utilizó por primera vez como nombre de uno de sus cuarteles generales.

El «Desfiladero del Lobo» se hallaba en medio de un pequeño bosque. Este cuartel general se había edificado a toda prisa y tenía un carácter provisional. Hitler vivía en una barraca de madera aislada, donde también estaban instalados Brückner, Schmundt y Linge. Al lado se encontraba un refugio de hormigón de un solo compartimento. El comedor estaba a unos ochenta o cien metros de la estancia de Hitler. Keitel, Jodl y Bormann, así como el resto del estado mayor, se habían instalado en la escuela y en las viviendas previamente evacuadas de aquella aldea francesa. Las reuniones de análisis militar se celebraban en el edificio de la escuela. Allí tenían también sus cuarteles los estados mayores de Brauchitsch y Göring.

Por aquellos días, el chófer de Himmler se mató de forma accidental mientras manipulaba sin precaución una metralleta en el interior del vehículo.[191] Este miembro de las SS fue sepultado en la aldea belga de Brüly-de-Pesche. Durante el funeral, Himmler proclamó:

—Ahora descansa en tierra alemana. Esta tierra será nuestra para siempre.

En la primera quincena de junio de 1940 se presentó en el cuartel general el Reichsleiter Amann, respondiendo a una invitación de Hitler. El antiguo sargento había sido durante la primera guerra mundial el superior de Hitler en el regimiento List.[192]

Wiedemann, otro antiguo camarada del regimiento List, llegó al cuartel general después de Amann. Wiedemann había emigrado a América y en 1933 Hitler lo había llamado para que volviese a Alemania. Como testigo ocular de los «hechos heroicos» de Hitler durante la primera guerra mundial, se le encomendaba cantar las glorias de éste por todo el país.

Junto a Amann y Wiedemann, Hitler quería visitar lo que habían sido las posiciones del regimiento List.[193] En un todoterreno de la marca Krupp y acompañados por un convoy de escolta salieron del cuartel general. La columna de automóviles de Hitler recorrió a toda velocidad las carreteras francesas, cruzó ciudades y aldeas, pasando por delante de ruinas, sepulturas recién cavadas y campos surcados por las granadas. Los refugiados que retornaban se apartaban cuando veían aparecer la columna de Hitler y sus sirenas ululantes. También se encontraron con grupos de agotados prisioneros de guerra franceses.

Con la ayuda de mapas, Hitler intentó hallar los lugares donde el regimiento List había combatido o donde había estado acuartelado. En las cercanías del Chemin-des-Dames, dio la señal de parar. Todo el grupo descendió de los vehículos. El Führer atravesó con rapidez los campos y se detuvo junto a unas trincheras medio derruidas. Señaló unos fosos llenos de basura y alambre de espino oxidado, manifestando algo parecido a una alegría por el reencuentro. Recordó lleno de orgullo que en aquel lugar él había servido como correo. Hitler revivió literalmente. Hacía tiempo que no se le veía así.

Al atardecer del 15 de junio de 1940, se recibió en el cuartel general de Hitler la noticia de que se esperaba que el Gobierno francés hiciera una propuesta de armisticio. La noticia procedía del embajador alemán en Madrid, Von Stohrer, con el cual había contactado el encargado de negocios francés en la capital española. La noticia corrió como un reguero de pólvora por todo el cuartel general. Todos se felicitaron mutuamente y citaban a Hitler, que había asegurado que el vagón estacionado en el bosque de Compiégne, en el que los alemanes habían solicitado el armisticio en 1918, sería ahora el lugar del triunfo alemán. Hitler dio la consigna de celebrar este acontecimiento por todo lo alto. Al poco rato, todo su estado mayor estaba ebrio.

En virtud de la información procedente de Madrid, el alto mando de la Wehrmacht comenzó a elaborar sin demora un proyecto de pacto de armisticio. La exigencia central era la capitulación incondicional de Francia. El acuerdo que había que firmar preveía la ocupación de todo el país y el desarme de sus ejércitos. Los soldados y los oficiales serían hechos prisioneros y la totalidad del armamento debía ser entregado a Alemania como botín de guerra. Hitler no aprobó este proyecto.

El 17 de junio, el dictador expuso a Keitel y Jodl las líneas maestras de un nuevo proyecto para las condiciones de la rendición francesa. En esta ocasión expresó las siguientes reflexiones: Inglaterra intentará impedir que el Gobierno francés firme un acuerdo de paz y tratará de convencerlo para que continúe las hostilidades. Esto encaja con la propuesta de Churchill de formar una alianza anglo-francesa sobre la base de una unificación jurídica de amplio alcance de los dos países. Por esta razón resulta importante para la política germana abrir una brecha entre Francia e Inglaterra. Esto no es posible lograrlo con la capitulación sin condiciones de Francia y la ocupación de todo su territorio. Con ello corremos el peligro de que el Gobierno francés rechace el armisticio, huya al norte de África y continúe desde allí la guerra al lado de Inglaterra. Por tanto, hay que construirle al Gobierno galo un puente de plata, para que los franceses puedan aceptar las condiciones de la paz. El objetivo de todo ello es sacar a Francia de la guerra (junto con sus colonias, si es posible) y aislar a Inglaterra.

Las negociaciones entre los gobiernos alemán e italiano dieron comienzo el 16 de junio en Roma, una vez que se hubo recibido la petición oficial de un alto el fuego por parte del Gobierno francés. En Roma se acordó que Hitler y Mussolini se entrevistarían el 18 de junio en Múnich para pactar las condiciones del armisticio francés.

La tarde del 17 de junio, Hitler voló junto con Keitel, Ribbentrop y su séquito personal a Frankfurt am Main, donde lo esperaba su tren particular. Después de haber llegado a Múnich el 18 de junio por la mañana, Hitler y sus acompañantes se desplazaron al edificio del Führer de la Königsplatz en medio del júbilo de la población.

En el transcurso de aquella misma mañana, Mussolini fue recibido por Hitler en la estación central de Múnich. Hitler y Mussolini conversaron en el despacho del primero después del almuerzo. En esta misma estancia se había celebrado, apenas dos años antes, el 29 de septiembre de 1938, la «histórica» conferencia entre Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier. Las consecuencias de la conferencia de Múnich son ahora conocidas: Hitler ha ocupado Checoslovaquia, el territorio del Memel, Polonia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega y ha aplastado a Francia. El resultado: decenas de miles de caídos en los campos de batalla, ruinas, hambre y miseria.

A la primera parte de la entrevista entre Hitler y Mussolini asistió un pequeño séquito de colaboradores; por parte alemana: Keitel y Ribbentrop, y por parte italiana, Ciano. La segunda parte de la entrevista la celebraron Hitler y Mussolini a solas. Acabada la reunión, el Führer acompañó al Duce a la estación y éste abandonó Múnich. Aquella misma tarde Hitler volvió a su cuartel general.

En el tren, después de la cena, Hitler informó de los resultados de su entrevista con Mussolini. Expuso las exageradas pretensiones de los italianos. Italia pedía que Francia le cediera Saboya, el territorio alrededor de Niza, la isla de Córcega y Túnez. Con ello los italianos querían asegurarse su hegemonía en el Mediterráneo. Hitler dijo al respecto que había logrado calmar el fervor de Mussolini. También se mostraba satisfecho por el hecho de que Mussolini hubiera transigido.

Hitler se hallaba otra vez en Frankfurt am Main al mediodía del 19 de junio. Desde esta ciudad voló a su cuartel general en Brúly-de-Pesche. Una vez allí, Hitler y Keitel dieron inmediatamente la orden de preparar el «lugar del armisticio», en el bosque de Compiégne, para las negociaciones con Francia. A comienzos de junio de 1940, cuando comenzaba a vislumbrarse la derrota militar francesa, Hitler ya había anunciado el propósito de firmar el nuevo armisticio en el mismo lugar donde Alemania había tenido que aceptar su capitulación el 7 de noviembre de 1918.[194] Con ello se pretendía anular de manera pública la humillación de 1918.

El 20 de junio se acabó de redactar el pacto con Francia. Hitler en persona dictó el preámbulo del documento. Dicho texto tenía, a su entender, un objetivo doble: por una parte, debía preparar psicológicamente a los franceses para que aceptasen las condiciones alemanas, puesto que en él se rendía tributo a la valentía y la «heroica lucha» de las fuerzas armadas francesas. En segundo lugar, Hitler justificaba en el preámbulo las exigencias alemanas con la necesidad de continuar la guerra contra Inglaterra, razón por la cual lo esencial del tratado no se dirigía contra Francia sino contra las islas británicas.

Al atardecer del mismo día, Günsche recibió de Hitler la orden de estar presente en las negociaciones en el bosque de Compiégne y de encargarse de su seguridad personal. Günsche debía estar de pie junto a la pared de cristal que dividía en dos el vagón. Era una forma de poder hacer bien visibles desde todos los rincones los casi dos metros de estatura del oficial alemán. Además, Günsche tenía la orden de disparar contra cualquier miembro de la delegación francesa que se dirigiera a Hitler en un tono inconveniente.

El inicio de las negociaciones en el bosque de Compiégne se fijó para la mañana del 21 de junio. Sin embargo, tuvo que ser retrasado ya que la delegación francesa no había podido llegar a tiempo a París, pues las carreteras se hallaban atascadas por las tropas y los refugiados.

Keitel y Jodl se dirigieron la mañana del 21 de junio desde el cuartel general de Hitler al que ya se conocía como «lugar del armisticio».

Aquel lugar histórico había sido guarnecido expresamente para las negociaciones. El vagón en el que después de la derrota alemana se había firmado el acuerdo de paz con Francia procedía de una sala del museo que los franceses habían construido expresamente para albergarlo. Se le puso en el mismo lugar donde estuvo estacionado en noviembre de 1918, sobre unos raíles que aún se conservaban en el centro de la estación. La vía donde había estado el vagón de la delegación alemana estaba ahora vacía.

En el interior del vagón no se cambió nada. Se trataba de un coche comedor común y corriente de la Sociedad Internacional de Coches Cama. Uno de los compartimentos había sido convertido en una sala de reuniones, habilitada con una gran mesa y sillas dispuestas a su alrededor.

Delante de la alameda que llevaba al «lugar del armisticio» se veía un monumento triunfal erigido por los franceses y que representaba un águila alemana caída. Este monumento se ocultó con banderas adornadas con la cruz gamada. En la alameda se había apostado una guardia de honor. La cancillería, la centralita telefónica y la estación de radio se instalaron en tiendas de campaña en medio del bosque.

Al mediodía hicieron acto de presencia Göring, Brauchitsch, Raeder, Ribbentrop y Hess, a los que Hitler había convocado para asistir a la ceremonia de la entrega de las condiciones del armisticio. Finalmente, apareció el propio Hitler. Adoptando una pose de estadista pasó revista a la guardia de honor, visitó el monumento que ocultaban las banderas con la cruz gamada y se detuvo ante la placa conmemorativa que relataba la victoria de los franceses sobre los alemanes en 1918.

Cuando se anunció que la delegación francesa ya estaba en camino procedente de París, Hitler, Göring, Brauchitsch, Raeder, Ribbentrop, Keitel, Hess y Jodl subieron al vagón. Todos ocuparon sus asientos junto a la mesa.

Un sector de la mesa para la delegación francesa. Günsche, con casco de acero, la pistola cargada y enfundada, tomó posición junto a la puerta que daba acceso al compartimento vecino. A su derecha, de pie, estaba el intérprete Schmidt.

Hacia las dos del mediodía llegó la delegación francesa, en compañía del general alemán Von Tippelskirch. La integraban el general Huntziger (como jefe de la delegación); el general Parisot, del Ejército de Tierra; el general Bergeret, de la Aviación; el vicealmirante Le-Luc, de la Marina y el embajador Noel.

La delegación francesa descendió de los coches a la entrada de la alameda y fue conducida al vagón, pasando por delante del monumento disimulado y la guardia de honor. Cuando los militares franceses entraron en el furgón, Hitler y sus acompañantes se levantaron en silencio de sus asientos. Los franceses se detuvieron con espanto. No habían esperado encontrarse con un desfile de toda la cúpula alemana. Sin decir una sola palabra y con semblante severo, Hitler les indicó que tomaran asiento con un breve gesto de la mano.

Keitel se puso en pie en cuanto todos se hubieron sentado. Con calma se colocó su monóculo y dio comienzo a la lectura del preámbulo. El intérprete Schmidt traducía al francés.

A continuación, Keitel entregó al jefe de la delegación francesa, el general Huntziger, el texto del tratado y también un mapa de Francia donde se habían dibujado las líneas de demarcación entre la zona ocupada y la zona no ocupada del territorio francés. Con ello concluía la entrega formal de las condiciones del armisticio. Hitler, Göring, Brauchitsch, Raeder, Ribbentrop y Hess se levantaron de sus asientos y abandonaron el vagón. Sólo se quedaron Keitel y Jodl, para llevar las negociaciones con la representación francesa, además de algunos colaboradores y el traductor Schmidt.

La banda entonó el himno alemán en el momento en que Hitler descendió del coche. Keitel y los otros alemanes que se habían quedado en el furgón saltaron de sus asientos y alzaron el brazo para el saludo fascista. Keitel cantó el himno y los otros alemanes del vagón lo imitaron. También los franceses se levantaron de sus asientos. Un miembro de la misión francesa tenía lágrimas en los ojos. Hitler no esperó los resultados de las negociaciones, sino que aquel mismo día se trasladó en avión a su cuartel general.

Cuando Hitler hubo partido, Keitel instó a los franceses a que tomasen nota del texto del pacto de cese de las hostilidades. El jefe de la delegación, Huntziger, pidió a Keitel poder comunicarse por teléfono con el Gobierno francés en Burdeos. Al principio, Keitel reaccionó con evasivas, porque temía que las negociaciones fueran a retrasarse. Declaró que los representantes franceses debían tener los poderes para negociar con autonomía. Huntziger confirmó que ellos tenían esos poderes, pero recalcó que las condiciones del armisticio decidían sobre el destino del pueblo francés, razón por la cual consideraba necesario informar de ellas al Gobierno de su país. Al mismo tiempo, señaló que en 1918 a la delegación alemana se le había concedido la autorización para consultar con su Gobierno.

Keitel cedió.

Huntziger entró en comunicación con el comandante en jefe francés, el general Weygand, en Burdeos. El intérprete Schmidt estuvo presente en la conversación. Lo primero que Weygand preguntó a Huntziger fue dónde se encontraba. Éste replicó:

—Ya te lo puedes imaginar.

A lo que Weygand respondió:

—Pobre amigo mío.

A continuación Weygand se hizo informar acerca de las condiciones de paz. Huntziger le comentó que eran duras, para luego pasar a enumerarlas punto por punto. Weygand prometió que daría una respuesta clara inmediatamente después de informar a Pétain. Las negociaciones en el vagón continuaron.

En el curso de éstas, Huntziger preguntó a Keitel qué condiciones pensaba plantear Italia. Expresó su temor de que las pretensiones italianas fueran duras e injustas.

Keitel contestó con evasivas y explicó que no conocía las demandas italianas. Las negociaciones entre italianos y franceses se iniciarían en cuanto se firmara el tratado franco-alemán. Visiblemente agitado, Huntziger respondió que Francia en realidad no necesitaba un alto el fuego con Italia, pues, de hecho, éste se había mantenido en vigor desde la declaración de guerra italiana. En el caso de que las exigencias italianas lesionaran el honor de Francia, su Gobierno haría caso omiso de éstas. El tono del general Huntziger se hizo especialmente severo, subrayando cada una de sus palabras:

—No lo vamos a consentir.

Se produjo entonces una situación embarazosa. En el «lugar del armisticio» del bosque de Compiégne hizo su aparición inopinadamente el agregado militar italiano en Berlín. Éste comenzó a interrogar a un oficial alemán sobre la marcha de las negociaciones. Hubo que hacer más de un esfuerzo para evitar que el general italiano fuera visto por la delegación francesa.

Al atardecer del 22 de junio, Keitel dio un ultimátum a los franceses. En un escueto escrito exigió a Huntziger que le comunicase en el plazo de una hora si la delegación francesa estaba dispuesta a aceptar las condiciones del armisticio. De lo contrario, los alemanes darían por finalizadas las negociaciones y reanudarían las hostilidades con toda su intensidad. De inmediato, Huntziger transmitió el contenido de la carta a Pétain, en Burdeos. No había pasado ni media hora cuando Huntziger declaró que la delegación francesa estaba dispuesta a firmar el tratado de paz.

El 24 de junio, Hitler invitó a Keitel, Jodl, Bormann, Hewel, así como a sus ayudantes y a otras personas del cuartel general, a una velada en el comedor de oficiales. El Führer estaba de un humor excelente. Se declaró satisfecho del curso que había tomado la guerra y se mostró optimista en cuanto al futuro comportamiento de Inglaterra:

—Los problemas de la Europa occidental se están solucionando y a nosotros sólo nos queda acabar con la Rusia soviética —declaró frotándose las manos.

A medianoche, los invitados de Hitler escucharon por radio el discurso de Goebbels, el cual se mezcló, al principio y al final, con un estrépito propio de los campos de batalla. La audiencia creía que se trataba de una transmisión directa desde el frente, pero aquellos ruidos de fondo procedían en realidad de los estudios radiofónicos de Berlín.

En octubre de 1940, Hitler decidió entrevistarse con Franco para negociar una participación de la España franquista en la guerra. El encuentro con Franco se celebró en el tren de Hitler en la estación ferroviaria de Hendaya, en las cercanías de Biarritz.[195] La entrevista duró unas cuatro horas y en ella tomaron parte Hitler, Keitel, Franco, Serrano Súñer —ministro de Exteriores español— y el intérprete Schmidt.

En esta reunión se trató de la conquista de Gibraltar, el enclave británico, según un plan elaborado por el estado mayor general alemán con el nombre cifrado Isabella/Félix.[196] A continuación se tomaron las decisiones siguientes:

La creación de dos estados mayores: un estado mayor táctico, que estaría bajo el mando del general alemán Lanz, y un estado mayor encargado de los abastecimientos, dirigido por el general alemán Jaenecke.

El envío al Marruecos español de cincuenta oficiales alemanes, vestidos de civil y provistos con pasaportes falsos y visados españoles. El estado mayor general alemán les había encargado la misión de comprobar si la red de carreteras del área de Gibraltar era apta para las unidades motorizadas y la artillería alemanas.

Una división española comandada por el general Asensio ensayó en las cercanías de Algeciras el asalto a Gibraltar.

Unidades de artillería alemanas en Francia ensayaron al noroeste de la ciudad de Besançon el bombardeo de enclaves similares a la roca de Gibraltar. El estado mayor general español envió al estado mayor general alemán fragmentos de rocas del peñón de Gibraltar para que fueran analizadas en la oficina de armamento (Heereswaffenamt) del alto mando del Ejército de Tierra.

Lleno de entusiasmo, Keitel describió una inmensa pieza de artillería fabricada por la empresa Krupp y que tenía un alcance de casi doscientos kilómetros.[197] Hitler había decidido ponerla a disposición de Franco para el bombardeo de Gibraltar.

El plan Isabella/Félix debía ejecutarse en enero o febrero de 1941. Pero Hitler rechazó la operación poco tiempo después y renunció también a la participación abierta de España en la guerra, porque había decidido atacar a la Rusia soviética en el plazo más breve posible.[198]

Hitler explicó que la entrada de España en la guerra hubiera hecho necesario defender la larga línea de costa de la península ibérica contra las maniobras de desembarco de los angloamericanos, lo que habría involucrado a un importante número de fuerzas alemanas. Además, Alemania se habría tenido que comprometer a asumir el suministro a España de material bélico, combustible y alimentos. Una vez tomada la decisión de atacar la Unión Soviética según la operación Barbarroja, parecía evidente que Hitler no quería crear un nuevo teatro de operaciones en la península ibérica.[199] Le parecía más oportuna una «neutralidad benévola» por parte de España.

La España de Franco, fingiendo ser neutral, autorizó la reparación y el suministro de los submarinos y de los demás navíos de guerra alemanes en los puertos españoles. España apoyó a la Luftwaffe, que tenía la misión de atacar a los barcos angloamericanos en el Atlántico, poniendo a su disposición aeródromos y estaciones de radio.

En cuanto a la economía bélica, los suministros de wolframio y molibdeno procedentes de la península desempeñaron un importante papel para la industria de guerra alemana. Además, España ayudó a eludir el bloqueo económico impuesto a Alemania, importando desde América materias primas deficitarias que, luego, enviaba al Reich. De los informes del almirante Canaris, el jefe del servicio de contraespionaje en el alto mando de la Wehrmacht, sobre la ayuda que las autoridades españolas proporcionaron a los servicios de información alemanes, se desprende que el contraespionaje había levantado bases de apoyo en varios lugares de España con el consentimiento del Gobierno de Franco.

El espionaje alemán transmitía desde España hacia Berlín información valiosa sobre la distribución de las tropas del Ejército de Tierra y la Marina ingleses, sobre las actividades de los servicios secretos británicos y americanos en España y en el Marruecos español, sobre las relaciones existentes entre círculos ingleses y americanos con las más altas autoridades de la Francia de Vichy y sobre el clima político que reinaba entre las tribus árabes en el Marruecos francés.

En cuanto Francia hubo capitulado, el alto mando alemán dio la orden de preparar el desembarco en Inglaterra, siguiendo lo previsto en la operación León Marino.

La Marina de Guerra recibió la orden de procurarse y mantener preparados los medios necesarios para el desembarco. Con este fin, se ordenó a los comandantes de todos los ejércitos reunir la totalidad de navíos disponibles.[200] Las tropas realizaban maniobras de desembarco. Al alto mando del Ejército de Tierra le fueron adscritos oficiales de la Marina en calidad de asesores. En aquellos días se mantenían concentradas en el oeste las dos flotas aéreas: las de los mariscales de campo Sperrle y Kesselring. En el momento de elaborar la operación León Marino, el alto mando alemán defendía el punto de vista de que el factor principal de un desembarco exitoso era la superioridad de la aviación alemana sobre la inglesa. Hitler y sus generales compartían la idea de que la superioridad de la flota naval inglesa era compensada por la superioridad de la Luftwaffe. Se consideró una gran ventaja que la aviación alemana pudiera operar contra la flota inglesa en el canal de la Mancha, cuya extensión entre Calais y Dover apenas alcanzaba los treinta kilómetros.[201]

Hitler retrasó la fecha del inicio del desembarco una y otra vez, porque tenía la esperanza de forzar a Inglaterra a un tratado de paz con la mera amenaza de una invasión. En su opinión, después de la derrota de Francia y del golpe que los ingleses habían recibido en Dunkerque, bastaría la amenaza de un asalto a las islas, junto con los ataques de los submarinos y los bombardeos de la aviación, para obligar a los ingleses a pedir la paz.

A este respecto, Hitler dijo que si Churchill se ponía testarudo, él forzaría a Inglaterra a arrodillarse. Pero antes, tenía que acabar con la Rusia soviética. Cuando en el otoño de 1940 se reforzaron los preparativos para el ataque contra Rusia, se utilizó la operación León Marino para disimular el cercano ataque a Rusia y el reagrupamiento de la Wehrmacht en dirección este. Hitler dio la orden de continuar durante todo el invierno los preparativos para la operación León Marino, y dar así la impresión de que la invasión de Inglaterra se llevaría a cabo en la primavera de 1941.

Al día siguiente de su entrevista con Franco, el tren de Hitler se detuvo en una pequeña estación ferroviaria, a 50 kilómetros al norte de Tours, en el sur de Francia.[202] Aquí estaba previsto celebrar un encuentro con el jefe del Gobierno de Vichy, Pétain, y con su primer ministro, Laval. Hitler renunció a la arrogancia con la que se había enfrentado a los franceses en Compiégne, porque quería demostrar su deseo de colaborar con el Gobierno de Vichy en clave política. Se dirigió al encuentro de Pétain y Laval en su automóvil.

Después de haber recorrido un trecho del camino, Hitler descendió del coche y los esperó. Al poco rato, aparecieron Pétain y Laval, este último con su inevitable corbata blanca.

Hitler trató al anciano Pétain de la misma manera que había tratado en su día a Hindenburg. A Laval, por su parte, lo trató como a un aliado. Con amabilidad, el Führer le ofreció a Pétain subirse con él a su automóvil. Pétain, un hombre ya frágil, pero que hacía esfuerzos por mantenerse erguido y actuar con energía, aceptó la oferta. Hitler subió a continuación. Laval y Keitel les siguieron en un segundo vehículo. Todos se dirigieron a la estación donde estaba detenido el tren de Hitler. Una compañía alemana rindió honores ante Pétain y Laval. Hitler, acompañado de sus huéspedes franceses, pasó revista a la guardia. A continuación subieron al tren. En el vagón salón de Hitler se celebró una entrevista en la que, además de Pétain y Laval, estuvieron presentes Keitel y el traductor Schmidt. El asunto del que se trató fue la inclusión de la totalidad de la industria francesa en la economía de guerra alemana. También se discutió la cuestión del apoyo que el Gobierno de Pétain podía dar a Alemania en la guerra que ésta libraba contra Inglaterra. La entrevista se prolongó unas dos horas.

A continuación, Pétain, Laval y Hitler volvieron a pasar revista a la guardia de honor. A la hora de despedirse, Hitler estrechó la mano del militar francés durante un largo rato. En la cara de Laval se dibujó una sonrisa amable. Después de la despedida, Hitler volvió a su vagón. Estaba de un humor espléndido. Durante la cena, se mostró especialmente orgulloso de que durante la entrevista Laval lo hubiera comparado con Napoleón. En lo que se refería a la guerra contra Inglaterra, Laval aseguró a Alemania todo el apoyo de Francia. Pero asimismo declaró que no había que olvidar al que era el enemigo común (la Unión Soviética), y que era preciso dirigir a tiempo los cañones contra ese enemigo. Con ello quería aludir a la campaña rusa de Napoleón en 1812 y dio a entender a Hitler que éste lograría lo que Napoleón en su momento no había sabido culminar. Hitler describió a Laval como un político hábil y un leal amigo de los alemanes. En tono de broma, añadió que era mejor que no se le hiciera un examen de su pureza racial: como europeo meridional típico, no era probable que superase un examen de ese tipo.

Según Hitler, Pétain se había comportado como un «héroe caído», algo que le había agradado sobremanera.

El tren del Führer partió a medianoche y llegó a Múnich después de atravesar toda Francia.

En marzo de 1941 Hitler se entrevistó con Göring en su residencia de la Prinzregentenstraβe de Múnich. A continuación, el dictador expresó su intención de dirigirse al edificio del Führer, y ofreció a Göring la posibilidad de acompañarlo. No se habían desplazado juntos en coche desde el atentado contra Hitler en la cervecería de Múnich en noviembre de 1939. Ambos habían tomado de manera conjunta esta medida preventiva con el fin de evitar que se pudiera eliminar al mismo tiempo al Führer I y al Führer II.

De camino al edificio del Führer los acompañaba Linge. En el coche la conversación entre Hitler y Göring giró en torno a la guerra contra la Rusia soviética. Por lo visto, continuaban un debate que ya habían iniciado anteriormente en la residencia de Hitler. Éste decía que aquella guerra no podía demorarse más. Göring, en cambio, opinaba que primero había que asegurar la retaguardia frente a los ingleses. Hitler declaró de manera categórica que la guerra contra los soviéticos ya estaba decidida y que con Inglaterra «se arreglarían las cuentas más adelante, en el caso de que el terco de Churchill no recapacitara».

A lo largo de marzo y abril se llevaron a cabo a marchas forzadas los preparativos para el asalto contra la URSS. Importantes contingentes de tropas emplazadas en Francia, Bélgica, Holanda, Dinamarca y Noruega, preparadas para la invasión de Inglaterra según lo previsto por la operación León Marino, fueron transferidas al este, hacia las proximidades de la frontera soviética. Divisiones acorazadas de élite que habían participado en la ocupación de Yugoslavia y Grecia fueron reagrupadas a toda prisa y se dirigieron hacia el este, donde debían encabezar el ataque por sorpresa contra el enemigo ruso.[203]

En mayo de 1941 Hitler volvió al palacete del Berghof procedente de Mönichkirchen, una localidad situada al sur de Viena, donde había estado supervisando las operaciones de las tropas alemanas en Yugoslavia y Grecia.[204]

El 11 de mayo, hacia las diez de la mañana, se presentaron en el vestíbulo del despacho de Hitler su ayudante, Albert Bormann, hermano de Martin, junto al ayudante de Hess, el alto oficial de las SA Pintsch, que sostenía en sus manos un sobre blanco sellado. Albert Bormann pidió a Linge que despertara a Hitler y que le informara de que Pintsch traía una carta urgente de Hess. Linge llamó a la puerta del dormitorio.

Se oyó cómo Hitler preguntaba con voz somnolienta:

—¿Qué sucede?

Linge se lo comunicó, a lo que el Führer respondió:

—Ahora mismo salgo.

Unos minutos más tarde, Hitler salió sin afeitar de su despacho, que colindaba con su dormitorio. Se dirigió a Pintsch, lo saludó y le exigió la carta de Hess. Con la misiva en la mano descendió deprisa las escaleras a la gran sala. Linge, Pintsch y Bormann aún estaban bajando la escalera cuando Hitler hizo sonar el timbre. En el momento en que Linge llegó a la gran sala, se encontró con el Führer junto a la puerta y con la carta abierta en la mano.

—¿Dónde está ese hombre? —gruñó.

Linge fue a buscarlo y cuando lo tuvo delante, Hitler le preguntó:

—¿Está usted informado acerca del contenido de esta carta?

Pintsch asintió. Al salir de la estancia, Linge pudo ver cómo Pintsch y Hitler se acercaban a la gran mesa de mármol. Unos minutos más tarde volvió a sonar el timbre. Linge entró en la estancia. Hitler continuaba de pie al lado de la mesa. Junto a él estaba Pintsch. Hitler dijo:

—Que se presente Högl.

Högl, el jefe de la sección policial en el estado mayor de Hitler, no tardó en presentarse. Hitler le ordenó detener a Pintsch. Högl, que conocía bien a Pintsch, obedeció. Como se pudo saber más tarde, Pintsch, consternado, informó a Högl de que estaba convencido de que Hess volaba a Inglaterra con el conocimiento y el consentimiento de Hitler. Por esta razón no comprendía en absoluto la razón por la que se le detenía. Ya a finales de enero de 1941 Hess había dicho confidencialmente a Pintsch que, por decisión de Hitler, tenía la intención de volar a Inglaterra para cerrar las negociaciones iniciadas en agosto de 1940. Hess había informado a Pintsch de que en aquel mes y por iniciativa del duque de Bedford y otros influyentes políticos ingleses, se había celebrado en Ginebra un encuentro de plenipotenciarios británicos con el profesor Albrecht Haushofer, que había sido enviado por Hess para mantener unas entrevistas previas con los ingleses.

Los ingleses habían declarado en el transcurso de estas conversaciones que su país estaba dispuesto a iniciar negociaciones de paz con Alemania. Como condición previa exigían la ruptura del pacto de no agresión que Alemania había firmado con la Unión Soviética en 1939. Hess había explicado a Pintsch que Hitler y él mismo estaban dispuestos a aceptar estas condiciones, pero que Hitler había querido retrasar las negociaciones hasta después de la ocupación de los Balcanes.

Tras la detención de Pintsch, Hitler ordenó llamar a Martin Bormann, que por aquel entonces era el jefe del estado mayor de Hess. Al poco tiempo se supo que Hitler lo había nombrado su representante en el Partido, en sustitución de Hess. Las personas que conocían bien a Bormann sentían que detrás de esa cara afligida que mostraba a todo el mundo, se ocultaba la profunda satisfacción por ver llegado su momento. «¡Qué hipócrita!», murmuraban los soldados de las SS de puertas adentro. «Un vegetariano que se alimenta de jamón ahumado», así calificaban al recién nombrado sucesor de Hess. Bormann imponía a Hitler su régimen vegetariano, pero luego, en su casa, devoraba grandes cantidades de grasientos embutidos.

Hitler mandó a Göring y Ribbentrop presentarse en el Berghof después de la conversación con Bormann. Entretanto, se hizo comparecer al jefe de prensa, Dietrich. El Führer le ordenó que le informara de todo cuanto en Inglaterra se escribiera sobre el vuelo de Hess. Al mismo tiempo, le prohibió realizar ante la prensa comentario alguno acerca de aquel asunto.

La tarde del 11 de mayo, Hitler se reunió en el Berghof con Göring, Ribbentrop y Bormann. Estuvieron deliberando largo tiempo. En varias ocasiones hicieron venir a Dietrich para preguntarle si había llegado alguna novedad de Inglaterra.

Pero nada se decía de Hess.

A última hora de la tarde, Dietrich anunció que, según una noticia de la radio inglesa, Hess había saltado en paracaídas en un remoto lugar del norte de Inglaterra. Al policía que lo detuvo le explicó que había venido para visitar a su amigo, el duque de Hamilton.

De manera atropellada Hitler preguntó si los ingleses habían comunicado algo acerca de las intenciones de Hess. Dietrich respondió que nada se había dicho de eso. En vista de ello, Hitler ordenó a Dietrich que el vuelo de Hess se presentara en la prensa alemana como la acción de un «demente». Desde el entorno de Hitler se filtró el rumor de que la decisión de declarar a Hess perturbado mental se había tomado en la reunión que Hitler acababa de mantener con Göring, Ribbentrop y Bormann.

Cuando desde Londres llegó la noticia de que el duque de Hamilton negaba conocer a Hess, Hitler dijo sin pensárselo:

—¡Qué hipócritas! ¡Ahora ni tan sólo quiere admitir que lo conocía!

En los comentarios sobre el vuelo de Hess que se hacían a escondidas en el estado mayor de Hitler, se aventuraba que aquél había llevado consigo un memorándum con las condiciones para un acuerdo de paz con Inglaterra. Hess lo había formulado y Hitler lo había confirmado.

El punto principal era que Inglaterra dejaba las manos libres a Alemania frente a la Rusia soviética, mientras que Alemania garantizaba a Inglaterra la conservación de sus posesiones coloniales y la hegemonía en el Mediterráneo.

Además en el texto se recalcaba que la alianza entre «Alemania, la gran potencia continental» e «Inglaterra, la gran potencia marítima», les aseguraría a ambas el dominio sobre el resto del mundo.

Se supo asimismo que Hess había estado ocupado desde febrero de 1941 en la elaboración de las propuestas políticas y económicas que debían ser la base de las negociaciones con los ingleses. En esta tarea también habían participado: Bohle, el jefe de la sección de asuntos exteriores del Partido nacionalsocialista; Jagwitz, el consejero en el Ministerio de Economía del Reich; el general Karl Haushofer, y Alfred, el hermano de Hess, que ejercía como delegado de Bohle.

El ayudante Pintsch, que había sido detenido por orden de Hitler, fue entregado a la Gestapo en Berlín. Allí se le exigió que declarara que en los días que precedieron al vuelo había detectado en Hess síntomas de perturbación mental.

Pintsch fue puesto en libertad después de haber prometido a la Gestapo que guardaría silencio sobre todo lo relacionado con el vuelo de Hess a Inglaterra. Eran órdenes de Hitler, según le aseguró la Gestapo.

Una vez en libertad, Pintsch, que tenía el rango de general, fue degradado al rango de soldado y enviado al frente a servir en una compañía de castigo. Al parecer, se pretendía de esta manera quitar de en medio a un testigo de un asunto tan delicado. Pero Pintsch logró sobrevivir y en 1944 Hitler tuvo a bien ascenderlo al grado de teniente.

La esposa de Hess no fue detenida y continuó residiendo en su hacienda. Hitler ordenó pagarle una notable suma de dinero. La mujer siguió manteniendo una correspondencia epistolar con su esposo. Martin Bormann revisaba estas cartas.