CAPÍTULO 5

MARZO - NOVIEMBRE DE 1939

El 22 de marzo de 1939, tras la anexión de Checoslovaquia, el puerto báltico de Memel (Klaipeda) fue separado de Lituania e incorporado a Alemania. Todo ello con el consentimiento tácito de las potencias occidentales.[140]

Hitler comentó a Linge, en alusión a la facilidad con la que se había logrado la segregación de Memel de Lituania:

—¡En efecto, Linge! Vive usted tiempos de grandeza. Asuntos como éste los resolvemos ahora como de pasada. ¿Conoce usted aquella fábula del elefante y del ratón, según la cual el elefante aplasta al ratón, así como de pasada? ¡Es una ley de la naturaleza: el más fuerte devora al más débil!

Con la anexión del territorio del Memel, Alemania daba un paso más hacia el este.[141] El amo de este territorio pasó a ser Koch, el Gauleiter de Prusia Oriental, un hombre de pequeña estatura y cara de bulldog, enemigo acérrimo de Rusia. A Koch le gustaba compararse con los caballeros teutónicos medievales y declaraba lleno de orgullo que su Gau [provincia] de Prusia Oriental iba a desempeñar un papel destacado en la expansión alemana hacia el este.

A lo largo de la Edad Media, los caballeros teutónicos habían combatido contra los eslavos, que en aquellos siglos habitaban las riberas del Báltico, y los habían sometido a un régimen de esclavitud.

Ya en el siglo XX, en los tiempos de Hitler, Koch hizo colgar pancartas inspiradas en las gestas de los caballeros teutónicos: ¡Por un espacio vital en el este![142]

Después de la anexión del territorio del Memel, Polonia sería la próxima víctima de la agresividad germana. Para camuflar los preparativos bélicos contra Polonia, Hitler planteó las cuestiones de Danzig (Gdansk) y del corredor polaco.[143]

El 18 de abril, dos días antes del 50 cumpleaños de Hitler, se presentó en la cancillería del Reich Albert Forster, el líder de los nacionalsocialistas de Danzig, un personaje que solía frecuentar la cancillería.

Forster tuvo que esperar, ya que Hitler no solía levantarse antes de las doce o la una del mediodía. Se dirigió a lo que se conocía como habitación de las escaleras, donde trabajaban las secretarias de Hitler. Allí se encontró a Linge y a las secretarias Daranowski y Schroeder.

Forster se extendió sobre las dificultades que tenía que superar como Gauleiter de Danzig.

—¡Si al menos ya estuviéramos en guerra! —exclamó—. Entonces no tendría que estar peleándome con esos malditos polacos. Claro que no quiero ser sólo Gauleiter de Danzig. ¡No! Una vez que hayamos expulsado a los polacos, seré Gauleiter de toda Prusia Occidental.

Al atardecer del 19 de abril se habían reunido en el salón de fumadores de la cancillería del Reich Hess y Forster. Esperaban a que dieran las doce de la noche para felicitar a Hitler, que aquel 20 de abril cumplía cincuenta años.

Hacia la medianoche Hitler apareció en el salón de fumadores. Hess lo felicitó en el nombre del Partido nacionalsocialista. A continuación lo hizo Forster, diciendo:

—En mi persona lo felicita toda la ciudad de Danzig. Mein Führer! Danzig dirige una mirada llena de ilusión hacia su figura y aguarda la hora de la redención.

Hitler agradeció aquellas palabras. Henchido de orgullo declaró:

—Lamento no haber tomado el poder diez años antes. Ahora ya tengo cincuenta años. Ya no puedo postergar mis planes por más tiempo. He de asegurar para Alemania un nuevo espacio vital y nuevas riquezas. Un genio sólo nace una vez cada cien años. Por esta razón, no puedo confiar a mis sucesores el cumplimiento de mis deberes. Quienes me sucedan sólo tendrán una misión: retener en sus manos lo que yo he logrado conquistar. Mañana, con el desfile, demostraré al mundo entero que no temo la guerra.

Más tarde, departió con Hess y Forster hasta altas horas de la noche. La conversación giró en torno a las reacciones que había suscitado en Inglaterra la anexión de Checoslovaquia. Hitler comentó con tono irónico:

—No alcanzo a comprender por qué Londres se sorprende tanto. Tenían que haber previsto que algo así sucedería.

En cuanto a las negociaciones que los ingleses llevaban adelante en Moscú,[144] Forster preguntó:

—¿Qué están negociando tanto? ¿Es que piensan seriamente aliarse con los rusos?

Hess contestó:

—Estas negociaciones son un nuevo truco del Gobierno de Londres para apaciguar a la opinión pública inglesa. Chamberlain y Halifax quieren neutralizar a la oposición de su país. Ni Inglaterra ni Francia se embarcarán en un pacto con los soviéticos.

—Ésta no es la cuestión —comentó Hitler—. Las negociaciones en Moscú son un doble juego. Los ingleses quieren asustarnos con Moscú. Sabemos muy bien cuál es su postura. Quisieran preservar en lo posible la integridad del tratado de Versalles y en el oeste llegar a un acuerdo con nosotros, al margen de Moscú. Francia no merece ni ser tomada en consideración. Hará lo mismo que Inglaterra.

—El mejor antídoto sería darle un buen susto a los británicos —añadió Forster.

Hess aseguró:

—La demostración del poderío bélico de Alemania, mañana durante el desfile, será una advertencia que impresionará a los ingleses.

—Los ingleses son malos actores —concluyó Hitler—. Sus trucos no me impresionan ni lo más mínimo. Con sus maniobras en Moscú quieren hacerme creer que también podrían actuar de otra manera.

Al día siguiente, 20 de abril, Linge despertó a Hitler a las ocho de la mañana. El Führer se puso el uniforme de color pardo del Partido, pero en lugar del cinturón habitual eligió el de gala, dorado, propio del generalato alemán.

Hitler estuvo un largo rato de pie delante del espejo de su dormitorio, deleitándose con su imagen como un pavo presumido. Una y otra vez estiraba su uniforme. Finalmente, adoptó un semblante ceremonioso y descendió las escaleras hacia la antesala.

La cancillería del Reich parece un mar de flores. La antesala está decorada con palmeras y plantas exóticas. Junto a las puertas hay criados ataviados con libreas espléndidas, engalanados con charreteras de plata y condecoraciones en el pecho. En el centro se han alineado los ayudantes y los oficiales de enlace, la guardia personal de Hitler y los pilotos de su escuadrilla de aviones. Además se han presentado los integrantes de la guardia personal, vestidos con su uniforme negro de las SS y la correa recientemente incorporada, que imita a la de la guardia del emperador Guillermo II. Los oficiales del Leibstandarte, al igual que los de la Wehrmacht, lucen charreteras plateadas y el cinturón de su uniforme de gala.

En la antesala, Brückner, el ayudante de Hitler, felicita a éste en nombre de todos los integrantes de su estado mayor personal. En ese momento comienza a tocar una banda militar en el patio de honor.

Linge alcanza a Hitler la gorra con adornos de oro y los guantes. A una señal se interrumpe la música. En el patio de honor se ha presentado una compañía del venerable batallón de honor de la guarnición de Berlín. El comandante, vestido con el uniforme de gala del Ejército de Tierra da la orden:

—¡Presenten armas!

En la puerta aparece Hitler. El comandante del batallón de honor da parte alzando el brazo para el saludo nazi.

La banda interpreta el Deutschland, Deutschland, über alles, y a continuación la canción de Horst Wessel,[145] el himno de los nacionalsocialistas, y también la marcha Badenweiler, la pieza favorita de Hitler. Seguidamente, llegan en dos limusinas Himmler con sus colaboradores más estrechos de la Policía y de las SS. Se presentan con el uniforme de gala de las SS y con casco negro. Hitler recibe sus felicitaciones y sale junto a ellos del patio de honor en dirección a la Wilhelmstraβe. Aquí, de pie en su Mercedes, pasa revista a las unidades de las SS y de la Policía.

A continuación, vuelve a la cancillería del Reich. Allí hacen su aparición Göring, Hess, Goebbels, Ribbentrop, Neurath, Keitel y otros grandes de la Alemania de Hitler. Göring va cubierto de medallas de la cabeza a los pies. A las innumerables condecoraciones ha añadido hoy la más alta, otorgada por el rey de Suecia: una ancha cadena dorada que lleva sobre los hombros. De su cuello cuelga la orden del Toisón de Oro que le ha concedido Franco por la ayuda que la aviación alemana ha prestado en la lucha contra la República española.[146] Todos felicitan a Hitler y le aseguran de manera solemne su lealtad.

A continuación llegó la hora de los regalos para el Führer. Los obsequios de los grandes empresarios, las maquetas de carros de combate, cañones, aviones y barcos de guerra, además de una maqueta de la línea Siegfried[147] con iluminación eléctrica ocupan un lugar prominente. Éstos debían dar cuerpo al espíritu propio del «Tercer Reich». Hitler apreciaba mucho los presentes y se pasaba horas enteras entretenido con ellos. A continuación, Hitler abandona junto a toda su corte la cancillería del Reich y se dirige hacia la Puerta de Brandemburgo.

Su limusina blindada de color negro lleva el estandarte del Führer con la cruz gamada y las cuatro águilas, una en cada esquina.

Las tropas han formado para el desfile detrás de la Puerta de Brandemburgo. Hitler, de pie en el coche, se estira todo lo que le permite su estatura y, con el brazo alzado, pasa revista a las fuerzas colocadas a lo largo del Tiergarten. Las tribunas se han levantado en la plaza que se extiende ante la Universidad Técnica. Allí Hitler desciende del coche. Los diplomáticos y agregados militares presentes se levantan de sus asientos.

Hitler, Göring, Hess, Goebbels, Ribbentrop, Neurath, Keitel y los ayudantes de Hitler ocupan sus puestos en la tribuna, debajo de un baldaquino de terciopelo rojo y guarnecido de franjas doradas.[148]

El desfile comienza. Hitler da unos pasos hacia delante. El batallón de estandartes inaugura la parada. Llegados ante Hitler inclinan sus banderas. Todos los presentes se ponen de pie. La banda interpreta el Deutschland, Deutschland, über alles y la canción de Horst Wessel, el himno nacionalsocialista. Al batallón de estandartes le sigue la infantería. Los soldados marchan en filas rectas y vestidos con uniformes de camuflaje.[149] A continuación siguen los regimientos de la Luftwaffe y las unidades de la infantería de Marina.[150] Los paracaidistas, con su uniforme de campaña y casco de acero, causan una gran sensación; es la primera vez que se les puede contemplar en un desfile.

A continuación, una inmensa columna de la infantería motorizada ocupa el ancho entero de la calle. La artillería pesada produce un gran estruendo. El ruido de los motores se confunde con el sonido de una unidad de trompetistas. Tras una breve pausa, aparece la caballería. Seguidamente, los carros de combate. Por último, resuena por encima de las cabezas de los asistentes una escuadrilla de aviones de último modelo, nunca vistos en Europa.

Los ojos de Hitler brillan con un sentimiento de triunfo. Emocionado, regresa a la cancillería del Reich. Le sigue una larga columna de coches con los huéspedes invitados al banquete que se ha de celebrar en la cancillería del Reich. Han sido invitados ministros, los Reichsleiter y Gauleiter, los jefes de las SS y de las SA, los jefes de las escuadrillas de aviones y de las unidades motorizadas del Partido nacionalsocialista, así como los representantes del alto mando militar.

La víspera, Hitler había recibido las felicitaciones de los visitantes privados. Entre ellos las de una mujer, ya no muy joven, de estatura mediana y cabello teñido de castaño. Era la estrella cinematográfica Leni Riefenstahl, cuya fama comenzaba a declinar. Desde 1931, aquella mujer admiraba a Hitler con pasión. A cambio obtuvo importantes contratos para filmar los congresos del Partido nacionalsocialista y los Juegos Olímpicos celebrados en 1936 en Berlín.

Leni Riefenstahl se ha quedado de pie, a unos metros de distancia de Hitler, y lo mira fijamente con los ojos muy abiertos. De sus labios escapa un grito penetrante: «¡Aaah!». Y a continuación, visiblemente conmovida, se tapa la cara con las manos. Cuando consigue tranquilizarse, balbucea con voz apenas audible:

Mein Führer!

Se abalanza sobre su ídolo y le tiende un enorme ramo de claveles que sostiene con ambas manos. Hitler recibe las flores con un aire de autocomplacencia y se las entrega a Linge. Seguidamente le ofrece su brazo y la guía al salón de música.

Una vez que Leni Riefenstahl se hubo marchado, Hitler recibió a su hermana, Angela Hitler, casada con el profesor Hammitzch, de Dresde. A la muerte de su primer marido, un tal Raubal, Angela había trabajado en un primer momento como ama de llaves de Hitler en el Obersalzberg. Él la había despedido porque había abogado por una de las víctimas de la masacre que siguió al golpe de Röhm el 30 de junio de 1934.[151] Desde entonces, Hitler recibía a su hermana sólo una vez al año, precisamente el día de su cumpleaños.

El 21 de abril Hitler partió de Berlín al Obersalzberg para encontrarse con Eva Braun.[152]

Llegado allí, supo por boca de Bormann que, durante su viaje, Wibizek y Sander, los «leales» ordenanzas de las SS, habían robado algunas maquetas de las que le habían regalado a Hitler con ocasión de su cumpleaños. Hitler ordenó detener a ambos y gritó enfurecido:

—¡Quiero ver en un campo de concentración a estos sinvergüenzas! ¡A la cantera! ¡Eso, que piquen piedra! ¡Y que no vuelvan a salir de ahí!

Hitler permaneció en el Obersalzberg durante todo el verano. Las horas las pasaba, como de costumbre, en compañía de Eva Braun y de sus amigas. No obstante, se retiraba con frecuencia para leer novelas de serie negra o de aventuras. Esta literatura barata motivó que uno de los encargados de la calefacción, que trabajaba en el palacete de Hitler, fuera enviado a un campo de concentración durante el verano de 1939. Este operario estaba montando en el despacho de Hitler una estufa con azulejos que la artista muniquesa Stork, una amiga de Eva Braun, había decorado con escenas de la historia del Partido Nacionalsocialista. El hombre comentó con otros obreros que trabajaban en el Berghof lo «profundo» que era el contenido de los libros de la biblioteca de Hitler. Esto llegó a oídos del Servicio de Seguridad, y por orden de Hitler, el empleado acabó desapareciendo en el campo de concentración de Dachau.

Llegó el 29 de agosto de 1939. En la cancillería del Reich dominaba una atmósfera belicista. Los íntimos de Hitler saben que la guerra contra Polonia está decidida y que el ataque de las tropas alemanas contra aquel país puede iniciarse en cualquier momento. A la guardia personal de Hitler se la arma con metralletas. La «columna del Führer», formada por pesados todoterrenos de la marca Krupp,[153] que el estado mayor de Hitler utiliza usualmente para asistir a las maniobras, se ha enviado a la frontera de Alemania con Polonia. Hitler seguirá desde allí, dentro de unos pocos días, el desarrollo de las operaciones militares en Polonia.

Los embajadores de Inglaterra y Francia, Henderson y Coulondre, han solicitado en vano una entrevista con Hitler. Éste ha ordenado remitirlos a Ribbentrop.

—No deseo recibirlos —decía—. Que Ribbentrop se encargue de ellos. No tengo la intención de resolver la cuestión de Polonia negociando con polacos, ingleses y franceses.[154]

El 31 de agosto Hitler ordenó de manera imprevista convocar el Reichstag. En la noche del 1 de septiembre dictó a las secretarias en su despacho el discurso que iba a dar en el Reichstag y con el que quería declarar la guerra a Polonia. A esa hora, en realidad, la guerra ya había comenzado, porque en la noche del 1 de septiembre, las tropas alemanas penetraron en Polonia.[155]

El 1 de septiembre, hacia las diez de la mañana, después de que Morell le hubiera inyectado su estimulante, Hitler se dirigió a la sesión del Reichstag, que se celebraría en el edificio de la antigua ópera Kroll.[156]

Aquella jornada, por primera vez Hitler llevaba, en lugar de su uniforme pardo del Partido, un traje gris, que Linge había encargado sólo unos días antes.

Dado que el Reichstag había sido convocado con tan poco margen de tiempo, muchos de los diputados que no residían en Berlín no pudieron acudir. Sus escaños fueron ocupados por miembros de las SS de las guardias personales de Hitler y Göring. Éstos desempeñaron el papel de diputados y «votaron» a favor de la guerra contra Polonia.

Los nacionalsocialistas reunidos en la ópera Kroll prepararon a Hitler una aparatosa bienvenida. Hitler pronunció su discurso una vez que Göring, que presidía la sesión, la hubo inaugurado.

Hitler se presentó como amante de la paz, culpó a los polacos de haber atacado a Alemania y declaró que ahora estaba obligado a conducir una lucha por la supervivencia del pueblo alemán.

Durante su discurso, Hitler miró en varias ocasiones y como por casualidad hacia el palco donde habían tomado asiento los diplomáticos extranjeros. En el viaje de regreso a la cancillería del Reich, Hitler comentó a sus ayudantes que había disfrutado observando cómo se alargaban las caras de los ingleses y franceses durante su discurso.

Las palabras de Hitler y la declaración de guerra de Alemania a Polonia desataron tumultuosas ovaciones en el Reichstag. En el palco de los diplomáticos los embajadores de Japón e Italia aplaudieron con fuerza. Para manifestar su consentimiento, los diputados, junto a la guardia personal de Göring y Hitler, se levantaron de sus asientos. Göring constató «unanimidad».

En el camino de la ópera Kroll a la cancillería del Reich, un gran número de personas a lo largo de Unter den Linden y la Wilhelmstraβe expresaron a Hitler su entusiasmo por la declaración de guerra a Polonia.

Hitler regresó agotado y completamente sudado a la cancillería del Reich, como siempre que pronunciaba un largo discurso. Se dio un baño caliente y tomó una dosis de Ultraseptyl, el narcótico que le había recetado Morell.[157]

Al atardecer del mismo día Ribbentrop le leyó a Hitler las notas de los embajadores de Inglaterra y Francia. En éstas se exigía el cese inmediato de las hostilidades contra Polonia y la retirada de las tropas alemanas. Hitler comentó al respecto:

—Ya veremos si acuden en auxilio de Polonia o si vuelven a escurrir el bulto.

La mañana del 3 de septiembre Henderson y Coulondre hicieron entrega a Ribbentrop de sendas notas en las que se declaraba que Inglaterra y Francia se hallaban en estado de guerra con Alemania.[158] Hitler tuvo un ataque de ira. Con espuma en la boca corrió de un lado a otro del jardín de invierno y vociferó en presencia de Ribbentrop, Hess, Goebbels, Himmler y otros que se habían reunido allí:

—Los polacos son una pandilla lastimera de bocazas incapaces de hacer nada. Eso lo saben los ingleses tan bien como nosotros. Estos caballeros británicos saben bien lo que es el derecho del más fuerte. En lo que concierne a las razas inferiores, ellos han sido nuestros maestros. Resulta un insulto que quieran presentamos a los checos y a los polacos como comunidades soberanas, esa gentuza que no está ni un ápice por encima de los sudaneses o los hindúes. Y ello sólo porque en esta ocasión no se trata de los intereses de Inglaterra sino de los de Alemania. Toda mi política frente a Inglaterra partía de la base de que ambas partes reconocían lo que está dado por naturaleza, y ahora quieren ponerme en la picota. Esto es una canallada inaudita.

Hacia las ocho de la tarde la columna de coches de Hitler se dirigía a toda velocidad a la estación. Hitler se subió a su tren, convertido ahora en cuartel general del Führer, y se dirigió al teatro de guerra polaco.[159]

Hitler y su estado mayor se instalaron en el campo de maniobras de Gross Born, en Pomerania, junto a la frontera con Polonia.[160]

Las operaciones bélicas contra el país vecino se llevaron a cabo siguiendo el plan que había elaborado Halder, el jefe del estado mayor general alemán.[161] A las tres semanas de iniciarse guerra en Polonia, sólo quedaban las ruinas de Varsovia, aldeas y ciudades calcinadas, campos arrasados, prisioneros de guerra y una población que sufría hambre y miseria.[162] El Gobierno polaco había dejado a la población en la estacada y se había trasladado a Londres.[163]

Los soldados de las SS de la escolta personal de Hitler se creían los amos de la situación, al igual que el resto de fuerzas alemanas. Sin embargo, debían estar alerta ante los actos desesperados que los patriotas polacos podían llevar a cabo de manera individual.

A pesar de las medidas represivas tomadas por las fuerzas de castigo germanas, el pueblo polaco no se rindió y luchó por su independencia. Un día, cuando Hitler volvía de una inspección en Polonia a su cuartel general de campaña, un grupo de patriotas polacos tiroteó los vehículos de la columna del Führer en la que circulaban los soldados de las SS pertenecientes a la guardia personal de Hitler. A raíz de este incidente, Högl, el jefe de la sección policial en el estado mayor de Hitler, celebró una reunión en la que se trató de la necesidad de reforzar la protección de Hitler. A la reunión asistió también el barón Von Alvensleben, el jefe del estado mayor de Himmler. Tras el encuentro, Von Alvensleben invitó a Högl, Linge y otros miembros de las SS del estado mayor de Hitler a visitar un campo de concentración cerca de Gross Born, para echar una ojeada a las «bestias polacas».

El comandante del campo, un mayor, los guió por las barracas donde los polacos yacían amontonados en medio de la suciedad.

Los presos cuya cara no gustaba a Von Alvensleben eran azotados en el acto por los soldados de guardia. En esto participaba también Von Alvensleben en persona. El aristócrata y latifundista daba patadas a los prisioneros medio desmayados a causa de los golpes, al tiempo que gritaba que «a estas bestias hay que tratarlas así, para que se enteren de quién es su amo». A la hora de la despedida, el comandante les rogó que volvieran a visitarlo. Él se encargaría de organizar nuevos «espectáculos entretenidos».

En la Polonia ocupada por los alemanes se levantó una administración colonial dirigida por el gobernador general Hans Frank. Frank era un viejo cómplice de Hitler de los años de la fundación del Partido nacionalsocialista. Abogado de profesión, había defendido a Hitler cuando éste fue acusado en noviembre de 1923 de organizar el golpe nacionalsocialista en Múnich. Antes de 1933, Frank había defendido a miembros de las SA procesados por asesinar a comunistas y otros alemanes de izquierda. Después del acceso al poder de Hitler, Frank fue nombrado por sus «méritos» presidente de la Academia de Derecho Alemán (Akademie für Deutsches Recht). La actividad de Frank en Polonia consistió sobre todo en celebrar orgías en el castillo real de Cracovia y en organizar el asesinato en masa de seres humanos en los campos de concentración de Auschwitz y Majdanek.

Volviendo de la campaña de Polonia, el tren especial de Hitler se detuvo en una estación. Había en ésta un tren hospital estacionado en una vía muerta. Hitler expresó el deseo de visitar a los heridos. Recorrió los vagones que ocupaban los soldados heridos y puso una cara de fingido pesar. Hitler no volvió a visitar durante toda la guerra un hospital de campaña o un tren enfermería. Lo justificaba diciendo que un jefe de tropas no podía darse el lujo de sentimentalismos.

El aniversario del golpe nacionalsocialista que Hitler había organizado en Múnich en 1923 se celebró el año 1939 en medio de un ambiente belicista. No obstante, ni los ingleses ni los franceses, que se hallaban en estado de guerra con Alemania, habían emprendido nada que pudiera interpretarse como una acción bélica contra Alemania.[164]

Para su encuentro con los «viejos combatientes» en la cervecería de Múnich, Hitler no escogió la camisa parda que siempre llevaba en esa ocasión, sino su traje militar de color gris, sobre el cual se colocó la medalla de la orden de la sangre. El evento comenzó esta vez con una hora de antelación, ya que Hitler tenía que volver de inmediato a Berlín.[165]

Hitler pronunció un breve discurso ante los reunidos en la taberna. Explicó lo feliz que se sentía liderando la lucha del pueblo alemán. En medio de atronadores gritos de Heil!, Hitler abandonó la reunión y se dirigió a la estación, donde su tren ya estaba preparado.

Por el camino, poco antes de llegar a Núremberg, se recibió una comunicación radiofónica que decía que tras la partida de Hitler se había producido una explosión en la cervecería. No se anunciaron más detalles.

En la estación de Núremberg el alcalde Liebel y el prefecto de la Policía de la ciudad, Martin, aguardaron con angustia la llegada del tren de Hitler. Ambos subieron a su vagón. Allí los recibió Linge. Martin pidió a Linge que informara de inmediato al Führer de que le traía una noticia urgente. Hitler, que acababa de enterarse de la comunicación radiofónica recibida, salió al pasillo y preguntó a Liebel y Martin sin demora:

—¿Qué ha sucedido?

Mein Führer —respondió Martin—, acabo de recibir de Múnich la noticia de que se ha cometido un atentado contra su persona. Más o menos una hora después de que usted abandonara la reunión de la cervecería, se ha producido allí una fuerte explosión. Las personas que aún se encontraban en la sala han quedado sepultadas bajo el techo, que se ha desplomado.[166]

Hitler empalideció. Tratando de tomar aire preguntó:

—¿Dónde está Himmler?

Martin respondió que Himmler se había quedado en Múnich y que estaba dirigiendo personalmente las investigaciones. Hitler se alteró todavía más y ordenó que Himmler permaneciera en Múnich hasta que se hubiera capturado a todos los criminales implicados en el asunto. A continuación, ya más calmado, añadió:

—Dígale que proceda sin miramientos y que erradique hasta el último integrante de la banda.

Liebel y Martin volvieron a bajar del tren. La noticia del atentado fallido contra Hitler se difundió rápidamente por todos los vagones. El Führer fue felicitado por su milagrosa salvación y él respondió diciendo que estaba bajo la especial protección de la providencia.

Las investigaciones permitieron descubrir que junto a una columna delante del estrado de la cervecería desde el cual Hitler pronunció su discurso se había colocado un artefacto criminal. Los camareros declararon que en los días previos al atentado, en varias ocasiones se había visto en la cervecería a un hombre que les resultaba desconocido. La descripción de su persona fue enviada sin demora a todos los pasos fronterizos, lo que llevó finalmente a la detención de un tal Elser, en el momento en que éste pretendía cruzar la frontera con Suiza. En el curso de los interrogatorios, Elser confesó que había colocado la bomba en la cervecería. Lo había hecho sin cómplices y lo que pretendía era matar a Hitler para cambiar el régimen político en Alemania. Hitler no llegó a creerse que Elser hubiera actuado solo, a pesar de no haber indicios de lo contrario, y dio la orden para que se procediera a detenciones masivas.[167]

El Servicio de Seguridad opinaba que el atentado contra Hitler tenía que ser obra de los servicios secretos ingleses. Por ello, los colaboradores de este organismo idearon un intercambio de mensajes con una emisora de los servicios secretos ingleses, emplazada en Holanda, en los que se presentaron como un grupo de resistencia antifascista en Alemania.

En el curso de esta operación, el Servicio de Seguridad logró atraer al capitán Best, un agente del espionaje inglés, a la frontera germano-holandesa. Allí los hombres de la seguridad alemana asesinaron a los desprevenidos guardas de frontera holandeses, secuestraron a Best y lo trasladaron a territorio alemán.[168] Los interrogatorios de Best no permitieron probar la participación de los servicios secretos ingleses en el atentado de Elser contra Hitler. Best desapareció en un campo de concentración. Elser, sin embargo, fue empleado para la construcción de artefactos explosivos en la sección de sabotajes del Servicio de Seguridad.[169]