MARZO DE 1936 - OCTUBRE DE 1937
A finales de febrero de 1936 Hitler mantuvo en la cancillería del Reich diversas entrevistas con Hess, Goebbels, Göring, Blomberg —el ministro de la Guerra— y Neurath, el ministro de Exteriores (este último fue reemplazado en 1938 por Ribbentrop). En estos encuentros se deliberó sobre la remilitarización de la región de Renania.[89]
Blomberg indicó que la remilitarización representaba una empresa arriesgada. Alemania no disponía por aquel entonces de tropas suficientes para el caso de que las potencias occidentales optasen por una respuesta armada.
Un memorándum del estado mayor general alemán que presentó Blomberg contenía las siguientes consideraciones: el estatus de Renania que fijaba el pacto de Locarno[90] representa, desde el punto de vista francés, una condición necesaria para la seguridad de Francia. Además, un territorio neutral en el margen izquierdo del Rin constituye, desde los tiempos de Richelieu, un elemento importante de la política francesa, que aspira a una posición hegemónica en la Europa central.[91]
La remilitarización de Renania representaría por lo tanto un golpe contra los dos pilares de la política exterior francesa: el logro de una situación de seguridad —un objetivo que se había reforzado aún más después de la primera guerra mundial— y la aspiración a la hegemonía militar en la Europa central.
El estado mayor general alemán estimaba como negativa para su país la relación de fuerzas entre Alemania, por una parte, y las potencias occidentales, los aliados del pacto de Locarno, por otra. Tenía el convencimiento de que el Ejército francés por sí solo ya era evidentemente superior a las fuerzas militares de las que disponía en ese momento Alemania.
Neurath, el ministro de Exteriores, por el contrario, subrayaba que la coyuntura exterior era favorable a la remilitarización de Renania, y afirmó:
—Ahora o nunca.
Enfurecido ante la postura de Blomberg y del estado mayor general, el ministro vociferó:
—¡Qué situación más antinatural…! ¡En un Estado nacionalsocialista el Ejército debería ponerse al lado de los que están dispuestos a luchar![92]
A la hora de decidir la remilitarización de Renania, se partió de las siguientes premisas:
Goebbels exclamó con patetismo:
—Mein Führer, nosotros somos un pueblo joven, la hora de los franceses ha quedado atrás y los ingleses se han hecho viejos. El derecho de la juventud nos asiste, es el derecho del más fuerte, el único derecho que vale.
La remilitarización de Renania se inició el 7 de marzo de 1936, un domingo, a primera hora de la mañana.[94] El estado mayor general hizo entrega a Hitler de una muestra de las reacciones de los agregados militares ante los acontecimientos. Se basaba en las conversaciones oficiales mantenidas por el jefe de sección en el estado mayor general, el antiguo agregado militar Rabe von Pappenheim.
De las notas tomadas en las conversaciones mantenidas el 7 de marzo, se deducía que el agregado militar francés, el general Renondeau, al igual que el embajador, François-Poncet, partidario de una política de compromisos frente a la Alemania nazi, estaban ambos sumamente irritados por la decisión alemana. La entrevista entre Renondeau y Pappenheim adquirió formas casi dramáticas.
A la pregunta de Pappenheim de cómo juzgaba él la situación creada, Renondeau respondió que en aquellas circunstancias de máxima tensión dejaban de tener importancia los juicios de los embajadores y de los agregados militares; ahora era el turno de palabra de los gobiernos. A la pregunta siguiente, cómo reaccionaría, en su opinión, el Gobierno francés a la situación creada o qué haría él en el lugar del jefe de Gobierno francés, Renondeau respondió poniéndose de pie y empleando un tono enfático típicamente francés:
—¡Yo, mi querido amigo, les declararía la guerra!
El agregado militar inglés, el coronel Hotblack, inició la conversación con un comentario sarcástico. Dirigiéndose a Pappenheim, afirmó que agradecía al Gobierno alemán «el agradable domingo» que le había deparado con su acción en Renania.[95]
Hotblack reaccionó a los acontecimientos de una manera mucho más relajada. Especialmente destacable resultó su declaración según la cual había que hacer todo lo posible para evitar acciones precipitadas e irreflexivas que luego no podrían ser corregidas. De estas palabras pudo deducirse que en su embajada se estaba considerando la posibilidad de una mediación inglesa.
El agregado militar americano, el mayor Truman,[96] y su ayudante, el mayor Crockett, que habían mostrado siempre una gran comprensión por la política interior, exterior y sobre todo militar de la Alemania de Hitler, expresaron su aprobación de las medidas tomadas en Renania y felicitaron a Pappenheim por ellas.
Al mismo tiempo, manifestaron su preocupación por las posibles respuestas de las otras potencias. Según ellos, los estados firmantes del pacto de Locarno no consentirían que Alemania rompiera de forma unilateral los compromisos que había adquirido, por una cuestión de principio y sin entrar a considerar las implicaciones político-militares de la decisión germana. Al igual que el agregado militar inglés, también Truman declaraba que para rebajar la tensión era necesaria la intervención de un mediador externo.
Pappenheim tuvo la impresión de que, en el asunto de la mediación, Truman transmitía la opinión de Dodd, el embajador americano en Berlín. De las palabras de Truman cabía inferir que la remilitarización de Renania era un asunto que no preocupaba excesivamente al embajador americano. Tan sólo le chocaba «que aquel acto de fuerza de los alemanes contraviniera el principio del carácter inviolable de los pactos».
Los agregados militares de los países más pequeños, que aún consideraban a Francia como una potencia vencedora, con uno de los ejércitos más poderosos, mantenían la opinión de que aquella nación no podía aceptar ni aceptaría sin luchar la ocupación de Renania.
El agregado belga, el general Schmit, se mostró muy irritado. Declaró con mucho énfasis que las potencias occidentales no iban a tolerar que Alemania rompiera de manera unilateral el pacto de Locarno. De manera especial destacó que la remilitarización de Renania era contraria a los intereses vitales belgas. Schmit concluyó la entrevista con Pappenheim con amenazas apenas disimuladas.
Al atardecer del 7 de marzo había concluido la remilitarización de Renania con el empleo de una fuerza militar ridículamente modesta. Desde el punto de vista militar el conjunto de la operación no fue más que una fanfarronada. A la frontera occidental (Aquisgrán, Tréveris, Saarbrücken) sólo se enviaron tres batallones. Seguidamente, como parte de las fuerzas de ocupación, varias unidades de Policía destacadas en el margen izquierdo del Rin se pusieron a las órdenes de dichos batallones.[97]
Unos días antes, y siguiendo instrucciones de Hitler, unos soldados de civil, originarios de Renania, habían sido enviados allí de vacaciones. Cada uno de estos soldados llevaba en su maleta el uniforme y el arma personal. Tenían la misión de desfilar el 7 de marzo por las ciudades y los pueblos, para enfrentar a los franceses con el hecho consumado de que «las tropas alemanas habían ocupado un país enemigo».
Al mismo tiempo, Goebbels anunciaba por la radio al pueblo alemán y al resto del mundo:
—Las tropas alemanas están cruzando los puentes del Rin en interminables columnas. Las escuadrillas de aviones, en sucesión inacabable, oscurecen los cielos…
Hitler y Göring escucharon el discurso de Goebbels a través de un receptor de la marca Siemens en el salón de música. Hitler dio unas palmadas en el hombro a Göring y le dijo:
—Göring, lo cierto es que nos gusta la aventura.
Inglaterra asumió el papel de mediadora. El estado mayor general alemán informó a Hitler de que el agregado militar, Hotblack, exigía de Alemania un «gesto conciliador» para que, de esta manera, Francia pudiera «guardar la cara» ante el resto del mundo. También el agregado militar americano, Truman, recomendó un «gesto» de esta índole con una insistencia impropia de él.
El informe del estado mayor general concluía que de las entrevistas mantenidas con Truman podía deducirse que su embajador, quizás incluso el estado mayor general norteamericano, le había encargado la misión de apoyar el papel mediador de Inglaterra, haciendo uso de sus contactos militares.
Hitler no hizo concesión alguna, aunque proporcionó a las potencias occidentales lo que él llamó unos «tranquilizantes». En un discurso pronunciado ante el Reichstag presentó a Francia y Bélgica la oferta hipócrita de cerrar con Alemania un pacto de no agresión de veinticinco años de vigencia.
La patraña de Renania resultó ser todo un éxito.
Cuando la remilitarización hubo culminado, Hitler viajó a Renania para mostrarse ante el pueblo como un sencillo ciudadano, vistiendo un desgastado abrigo de cuero. A continuación se desplazó a Múnich para encontrarse con su amante, Eva Braun.
Eva Braun era la hija de un maestro de escuela. Antes de conocer a Hitler, había trabajado en el taller fotográfico de Hoffmann. Después de que la sobrina de Hitler, Nicki, se suicidara de manera tan misteriosa, Hoffmann presentó a Eva Braun a Hitler. Eva Braun, que entonces contaba veinte años de edad, se convirtió en su amante. Éste ordenó construirle una mansión en la Wasserburger Straβe, no lejos de su propia residencia muniquesa,[98] aunque raramente la visitaba allí, pues prefería recibirla en su casa de la Prinzregentenplatz, para que así el pueblo alemán no se enterara de su relación.
Llegado a Múnich, Hitler hizo llamar a Eva Braun. Mientras ésta acudía a la cita, conversó en dialecto bávaro con su ama de llaves, Anni Winter, la cual le contó los chismes más recientes de la ciudad. Hitler se deleitaba escuchándola. Esta persona taimada tenía una gran influencia sobre el dictador y ejercía un importante papel en el reparto de los cargos estatales de Baviera. Mediaba entre Hitler y los amigos que codiciaban puestos, títulos y distinciones. Anni Winter protegía sobre todo a los elementos criminales de su círculo de compañeros del Partido.
Eva Braun llega con una pequeña maleta. Es una persona de aspecto deportivo: figura esbelta, buen color de cara. Viste con gusto. Sube con agilidad las escaleras. Linge le abre la puerta. Cuando Hitler oye la voz de su amante se dirige apresuradamente a su encuentro. Hace una broma sobre el nuevo sombrerito de Eva Braun. Hitler la lleva a su despacho, donde se ha servido chocolate caliente y té, coñac, bombones, fruta y champán. Durante horas, los dos caminaban por la habitación, cogidos de la mano. A continuación Hitler lee la prensa vespertina, mientras Eva se acomoda junto a la chimenea y come golosinas, picando un poco de aquí y de allá. De esta manera suelen pasar el tiempo cuando están juntos. Pasada la medianoche, Hitler se retira a su dormitorio, donde, como de costumbre, Linge ha preparado un poco de fruta, té y estimulantes, recetados por su nuevo médico personal, el doctor Morell. Eva, por su parte, se dirige a la habitación dispuesta para ella o bien Linge la acompaña a su domicilio.
Morell es un charlatán con bata blanca, que suministra preparados de hormonas a los personajes de la vida disipada de la Kurfürstendamm.[99] Hoffmann, con quien había entablado amistad desde el día que Morell lo trató de una enfermedad venérea, lo había recomendado a Hitler, quien no tardó en concederle el título de profesor y le honró con la insignia de oro del Partido por sus «méritos destacados en la investigación de las hormonas sexuales».[100] Morell proporcionaba a Hitler inyecciones estimulantes y éste llegó a considerarlo su salvador, sobre todo durante los años de la guerra, cuando ya no podía vivir un solo día sin aquellas inyecciones.
La relación que Hitler mantenía con Eva Braun era a todas luces anormal. En el Berghof era habitual ver a la muchacha con ojos llorosos y expresión torturada. Por las noches se retiraba a una hora temprana, mientras Hitler acostumbraba mantener conversaciones de poco alcance con sus colaboradores más estrechos hasta altas horas de la madrugada. La camarera se la encontraba muchas veces deshecha en lágrimas. Y cuando Hitler se ausentaba, ella, literalmente, regresaba a la vida, se comportaba con soltura y alegría, incluso bailaba. En el entorno de Hitler se decía que Eva Braun vivía presa en una «jaula de oro» y que estaba condenada a una vida de renuncia en tanto que compañera de cama de Hitler.
En mayo de 1937, Hitler se desplazó a Múnich para visitar una feria agrícola.[101] Durante la jornada se le acercó el capitán Albrecht, oficial de enlace con la Marina de Guerra,[102] para transmitirle un informe. Hitler interrumpió el acto y volvió a su residencia de la Prinzregentenplatz. Una vez allí, desapareció con Albrecht en su estudio. Ambos esperaban la llegada del comandante en jefe de la Marina de Guerra, el almirante Raeder.
Hitler estaba muy nervioso. La aviación de la República española había atacado el acorazado de bolsillo Deutschland, que operaba en aguas españolas proporcionando apoyo a Franco.[103] Hitler decidió vengarse. Después de una conversación con Raeder, de una media hora de duración, la guardia personal de Hitler recibió la orden de preparar el vuelo de regreso a Berlín.
Aquel cálido atardecer de mayo tres limusinas llevaron a Hitler desde el aeródromo de Tempelhof a la cancillería del Reich. Hitler no entró en el edificio por la entrada principal, como era su costumbre, sino pasando por el parque junto a la Göringstraβe. Su vuelta a Berlín había de permanecer en secreto. Von Blomberg, Göring y Raeder, que también había volado a Berlín, y algo más tarde también Von Neurath, todos entraron por el jardín de invierno.
Allí celebraron una reunión.
Hitler maldice con furia al comandante del Deutschland[104] y le reprocha su falta de energía, porque, a pesar de disponer de una defensa antiaérea de primera, no ha logrado derribar un solo avión enemigo. Antes de acabar la reunión se despachan mensajes radiotelegráficos cifrados a los barcos de guerra que navegan en el Mediterráneo. Estos buques llevaron la muerte a la población de Almería, la ciudad portuaria española.[105] Hitler pide a Linge que extienda un gran mapa de la península ibérica sobre la mesa del jardín de invierno. Este mapa suele estar extendido en su despacho y Hitler sigue sobre el mismo el curso de la guerra civil española.
Hitler, convencido de ser todo un caudillo militar, explica a Blomberg, Göring y Raeder los pasos que según él son necesarios para culminar el cerco de Madrid. Hitler critica y censura a Franco:
—Es un completo inútil desde el punto de vista militar. Un sargento común y corriente, nada más. ¿Para qué le he enviado yo a Faupel? ¿Dónde tiene éste sus cinco sentidos? Ha sido completamente incapaz de imponerse a Franco.
Hitler había enviado a Faupel a Burgos en el otoño de 1936, pretendidamente como su embajador, pero en realidad como asesor militar en el estado mayor de Franco. En los años posteriores a la primera guerra mundial, el veterano general había trabajado como instructor en Perú, donde había acumulado experiencia en situaciones de guerra civil.
La intervención de Hitler en la guerra civil española se remontaba a julio de 1936, mientras asistía a los festivales Wagner de Bayreuth.
Las antiguas sagas germánicas, protagonistas de las obras de Richard Wagner, se adecuaban a la perversa idea de Hitler acerca de la pureza de la raza aria. Ésa era la razón por la que también mantenía relaciones cordiales con los parientes del músico. Winifred, la nuera de Wagner, llamaba a Hitler Wolf, lobo. Eso a él le gustaba mucho: las comparaciones con animales sedientos de sangre le impresionaban.
Durante una de las últimas jornadas del festival, Hitler recibió en secreto al conde Welczeck, el embajador alemán en España, que lo visitaba en compañía de representantes de la Falange Española.[106]
A continuación, la aviación alemana, la «Lufthansa»,[107] comenzó a bombardear las ciudades de la República española y a transportar las unidades marroquíes de Franco hacia España. Mientras esto sucedía, Hitler, admirador entusiasta de Wagner, disfrutaba escuchando La valquiria, en compañía de un selecto grupo de europeos y americanos, que también asistían al festival de Bayreuth.
Pero Franco no logró derrotar al Ejército de la República española, ni siquiera con la ayuda de las tropas procedentes de Marruecos. Sus fuerzas no fueron suficientes para conquistar Madrid, aunque pudo ocupar los suburbios de la capital.
En una reunión mantenida en la cancillería del Reich en julio de 1937, se adoptó la decisión de incrementar la ayuda militar a Franco. Se pusieron a su disposición numerosas unidades de aviones y carros de combate. La Luftwaffe operaba en los cielos de España con el nombre de Legión Cóndor y al mando del general de aviación Hugo Sperrle, quien más tarde, durante la segunda guerra mundial, fue ascendido a mariscal de campo.
Además del apoyo que prestaron la Luftwaffe y las unidades motorizadas, Alemania suministró a Franco de manera regular armas, municiones y otro material bélico. Las armas eran despachadas en barcos civiles en un muelle apartado del puerto de Hamburgo y cuyo acceso estaba vigilado por la Policía. De esta manera se camuflaban los suministros. Los buques navegaban hasta las costas españolas escoltados por navíos de guerra alemanes que se mantenían a cierta distancia.
Para organizar la ayuda militar y técnica prestada a Franco y para coordinar las diferentes ramas de las fuerzas armadas que operaban en España, se creó en el alto mando de la Wehrmacht alemana un estado mayor especial «W». Su jefe era el general Jaenecke.[108]
Jaenecke daba cuenta personalmente a Hitler del desarrollo de la contienda española y de las experiencias que las tropas alemanas iban acumulando en su lucha contra la República. Durante la presentación de los informes, Hitler insistía en intensificar al máximo la lucha contra el Gobierno legítimo. Hitler prometía proporcionarle a Franco toda la ayuda necesaria para que pudiera ocupar el conjunto del territorio español lo antes posible.
Transcurrió el verano de 1937. Alemania impulsaba de manera febril su rearme. Para el otoño de aquel año se habían programado maniobras de todas las ramas de la Wehrmacht, dotada ahora con nuevo armamento. En el curso de aquéllas iban a probarse por primera vez y a gran escala los efectivos y las unidades que estaban prohibidas en virtud del tratado de Versalles: artillería pesada, blindados, cañones antitanques, unidades motorizadas, aviación y artillería antiaérea.[109]
«El frente, al este»: con este lema se realizaron aquel año las maniobras de otoño en Mecklemburgo y Pomerania.[110] La finalidad era simular el enfrentamiento de dos contendientes en el área del Báltico. Esta eventualidad desempeñaba un papel esencial en el plan elaborado por el alto mando alemán para un escenario de guerra en el este. Era evidente que se consideraba a la Rusia soviética como un futuro adversario. Aquellos ejercicios pretendían demostrar la potencia militar de Alemania, recobrada después de la ruptura del tratado de Versalles. Con la presencia de Mussolini en aquella exhibición se quería destacar de manera especial la importancia militar del Eje Berlín-Roma, pactado un año atrás.
El carácter hostil de las maniobras, tanto en términos políticos como militares, era tan evidente que Inglaterra no pudo minimizarlo.
A pesar de ello y poco antes del comienzo de las maniobras, el mayor Haig, el adjunto del agregado militar inglés en Berlín, comunicó al estado mayor general alemán que el jefe del estado mayor general británico había expresado su interés por ser invitado a las prácticas militares de otoño. El deseo del jefe del estado mayor general británico fue cumplido y éste recibió una invitación para asistir a los ejercicios de la Wehrmacht alemana. Ello dio lugar a una situación hilarante: en septiembre de 1937 se encontraron sobre un campo de maniobras militares alemán, uno junto al otro, Hitler, Mussolini y el representante autorizado del estado mayor general británico, el mariscal de campo Montgomery-Massingberd.[111]
Hitler y Mussolini se mostraron radiantes y adoptaron una actitud triunfal.[112] También Montgomery-Massingberd parecía satisfecho, probablemente porque todos tenían puesta la mirada en el este, hecho que dejaba a salvo los intereses británicos.
En el entorno de Hitler se constataba con agrado que la asistencia a las maniobras de un representante del estado mayor general británico en calidad de huésped de Hitler era una prueba irrefutable de que Inglaterra no sólo aceptaba sino que incluso veía con buenos ojos el rearme de la Wehrmacht alemana.
Con ello, Inglaterra le prestó un pésimo servicio al resto del mundo.