MARZO DE 1945
En los primeros días de marzo de 1945, Hitler ordenó reunir bajo el mando del general Wöhler una gran cantidad de fuerzas en el área del grupo de ejércitos del sur, incluyendo al 6.º ejército acorazado de Sepp Dietrich. Hitler preparaba una contraofensiva en el área del lago Balatón.
El objetivo estratégico era destruir la gran cabeza de puente que los rusos habían establecido entre los ríos Danubio y Drava, al sudoeste de Budapest, para luego empujar a las tropas rusas hacia la otra orilla del Danubio y reconquistar la ciudad de Budapest.
Mediante esta operación, Hitler pretendía alejar la amenaza rusa de la Alemania meridional y de los campos de petróleo del Balatón. Aquí se hallaban las últimas reservas de crudo de las que aún disponía el Reich, dejando al margen las modestas reservas existentes en Austria y Alemania.[384]
Hitler ordenó preparar con esmero la operación del Balatón.
Para ello mandó presentarse a Sepp Dietrich, cuyo 6.º ejército acorazado incluía divisiones de élite de las SS como las Leibstandarte Adolf Hitler, Das Reich, Totenkopf, Viking, Hohenstaufen, Frundsberg, Hitler Jugend y otras.[385] Hitler ordenó que el ejército acorazado de Dietrich llevara a cabo la operación empleando todas sus fuerzas y la culminara de manera victoriosa, costara lo que costase.
La contraofensiva del lago Balatón fracasó. Tras los primeros días del inicio del ataque, los rusos, asestando duros golpes a los flancos, obligaron a las tropas alemanas a detenerse y a replegarse hacia sus posiciones de partida e incluso las obligaron a retroceder, con enormes pérdidas, en dirección noreste, hacia la frontera austro-húngara.[386]
Hitler sustituyó de inmediato al general Wöhler y lo reemplazó por el general Rendulic, un austríaco que había servido en las fuerzas armadas de su país con anterioridad al Anschluss.[387] Hitler lo había distinguido con la insignia de oro del Partido por su lealtad ilimitada.
El fracaso de la contraofensiva del Balatón conmovió profundamente al Führer. Las esperanzas que había puesto en sus divisiones de las SS se habían frustrado. Hitler se pasaba las sesiones informativas sentado a la mesa con la cabeza gacha y una mirada de incredulidad. Mientras tanto, Krebs, el recién nombrado jefe del estado mayor general, presentaba sus primeros informes y daba cuenta de la retirada del ejército de Sepp Dietrich.
Durante una reunión posterior se supo de un informe de Sepp Dietrich en el que éste afirmaba que, en el curso de los sangrientos enfrentamientos, su ejército estaba sufriendo un enorme número de pérdidas en soldados y carros de combate. Hitler se levantó y gritó:
—¡Mis divisiones de las SS se han olvidado de combatir! ¡Se han convertido en unos cobardes!
Luego se dejó caer en el asiento con la mirada perdida. Su cara temblaba. Tenía que culpar de cobardía precisamente a sus divisiones de las SS, a las que había puesto como ejemplo para toda la Wehrmacht y a las que había honrado con su nombre.
Al término de la reunión, llamó a Günsche a su despacho y le preguntó si Sepp Dietrich había hablado con él de la contraofensiva del Balatón. Günsche respondió afirmativamente. Informó a Hitler de que Sepp Dietrich había expresado su confianza acerca de la futura operación. Sólo lamentaba que su ejército tuviera que luchar en Hungría y no en Pomerania. Dietrich no quería luchar por Hungría sino por Alemania. Hitler refunfuñó:
—Eso se lo ha metido en la cabeza Guderian. Ya me lo imagino.
A continuación le preguntó a Günsche lo que sabía de los comandantes de la división de Sepp Dietrich y de los regimientos del Leibstandarte Adolf Hitler. En su respuesta, Günsche quiso recalcar que Peiper, el comandante del regimiento de blindados del Leibstandarte; Hansen, el comandante del l.er regimiento de infantería motorizada, y Sandig, el comandante del 2.º regimiento de infantería motorizada, servían los tres desde 1933 en el Leibstandarte, que los tres combatían desde el comienzo de la guerra en el frente y que los tres habían sido distinguidos con altas condecoraciones.
Hitler interrumpió a Günsche:
—Bien, bien. Déjeme solo.
Cuando el fracaso de la contraofensiva del Balatón se hizo evidente, Hitler hizo venir a Günsche y le ordenó redactar una directiva para el comandante del 6.º ejército acorazado, Sepp Dietrich. La orden decía que el Leibstandarte ya no era digno de llevar el nombre de Adolf Hitler. Günsche, él mismo miembro del Leibstandarte, se dejó caer abatido en la silla delante del escritorio de Hitler y comenzó de mala gana a redactar la orden. El Führer iba de un lado a otro de la habitación. Después de haber tachado y recomenzado varias veces el texto, al final la hoja incluía las siguientes frases: «Dispongo: considerando que el Leibstandarte no ha cumplido con la tarea que le había asignado y que no ha mostrado el espíritu combativo que yo esperaba de él, que no es digno de llevar el nombre de Adolf Hitler».
Hitler, que había percibido las vacilaciones de Günsche, se acercó a éste y le dijo:
—Déjelo. Ya hablaré yo mismo con Himmler.
Himmler, que no había podido superar su relevo como comandante en jefe del grupo de ejércitos del Vístula, se encontraba aún en Hohenlychen, en el sanatorio de las SS.
Siguiendo órdenes de Hitler, Himmler volvió a participar al día siguiente en las reuniones. Durante la primera, el dictador dio rienda suelta a su ira contra Sepp Dietrich y su ejército. Hitler deliraba:
—¡El Leibstandarte ya no existe! ¡No merece llevar mi nombre! ¡Himmler, usted personalmente irá al encuentro de Sepp Dietrich! Retiro a todas las divisiones sus nombres. ¡Fuera los galones! También los de Dietrich. ¡Comuníquele a Dietrich que si las divisiones de las SS vuelven a retroceder, les quitaré todas las banderas! ¡A los oficiales y soldados les arrancaré todas sus condecoraciones!
Himmler respondió con voz queda:
—A sus órdenes, mein Führer.[388]
Con toda cautela, Göring intentó que Hitler reconsiderara su decisión. Su opinión era que un castigo semejante resultaba demasiado duro para unas divisiones de las SS que habían derramado su sangre en el frente oriental desde el inicio de la guerra. Pero sólo consiguió avivar la irritación de Hitler. Comparó su destino con el de Federico II, que también había castigado a varios regimientos por la cobardía que mostraron durante la guerra de los Siete Años.
—¡Federico el Grande le retiró a sus regimientos el nombre, la bandera y las condecoraciones! Además, no vacilaré en ejecutar a los soldados de las SS si continúan retrocediendo.
A comienzos de abril, dos oficiales de Sepp Dietrich se presentaron ante Günsche, con la intención de recoger su estandarte de combate. Günsche lo había guardado para ellos en el búnker de la cancillería del Reich dada la amenaza de Hitler de retirar las banderas a las divisiones de las SS. El estandarte sólo se exhibía en los desfiles militares. Günsche se lo entregó a los oficiales sin que Hitler se enterara y éstos se lo llevaron a Sepp Dietrich, cuyo estado mayor se hallaba por entonces en las cercanías de Viena.
En las escaramuzas que se produjeron a partir de ese momento en el sector meridional del frente oriental, el grupo de ejércitos del sur, al que pertenecían las divisiones de las SS del 6.º ejército acorazado, fue obligado a retroceder hacia Austria. En Viena, la ciudad que según órdenes de Hitler debía ser defendida hasta el último hombre, estalló un levantamiento de la población contra las autoridades alemanas.[389] El Führer llamó al austríaco Kaltenbrunner, que había sido el jefe de la Policía de Viena antes de que aquél le nombrara jefe de la oficina de seguridad, y le ordenó que acudiera de inmediato a Viena y que aplastara sin miramientos la insurrección. No obstante, el 13 de abril las tropas rusas entraron en Viena y, de esta manera, salvaron de Kaltenbrunner, el carnicero de Hitler, a la población. Se había dirigido a Viena para ejecutar la orden de Hitler, pero luego no volvió a Berlín. Simplemente desapareció. Más tarde llegó a saberse que había preferido huir hacia el oeste, donde estaban los angloamericanos.
Hitler comenzó a preocuparse realmente por su seguridad en la cancillería cuando las tropas rusas del área de Küstrin y Frankfurt alcanzaron el río Oder y con ello las puertas de Berlín. Temía sobre todo posibles disturbios o incluso una rebelión de la población berlinesa. Por esta razón ordenó instituir un comandante de batalla de la cancillería del Reich, que debía encargarse de organizar la ya reforzada protección del edificio y de todo el distrito gubernamental. En un primer momento, y a propuesta de Burgdorf, Hitler nombró para este puesto al teniente coronel Pick. Pero tres semanas más tarde, y a petición de Hitler, éste fue sustituido por Günsche. Como comandante de batalla de la cancillería del Reich y del distrito gubernamental, Günsche estaba personalmente subordinado a Hitler.
El distrito gubernamental comprendía por aquel entonces, además de la cancillería del Reich, las siguientes calles: Unter den Linden, la Wilhelmstraβe, la Behrenstraβe, la Mauerstraβe, la Wilhelmplatz, la Vossstraβe y la Hermann-Göring-Straβe hasta la Puerta de Brandemburgo.
La vigilancia de la cancillería del Reich, ahora responsabilidad de Günsche, se había encomendado al batallón de guardia del Leibstandarte, al regimiento de guardia de Berlín, perteneciente a la división acorazada Grossdeutschland, al regimiento Feldherrnhalle de las SA, así como a las unidades de la Policía de Seguridad y del Servicio de Seguridad. Además, estaban subordinadas a Günsche varias compañías del Volkssturm y la compañía de escolta del Führer, al mando del teniente de las SS Drobe.[390] Esta compañía había estado destacada en el cuartel del batallón de guardia del Leibstandarte en el berlinés Lichterfelde, pero fue trasladada más tarde hacia la cancillería del Reich. Sus integrantes se instalaron en el salón de los diplomáticos y en otras dependencias de la nueva cancillería.
Cumpliendo órdenes dictadas por Günsche, se levantó un anillo defensivo alrededor del distrito gubernamental consistente en posiciones artilleras fuertemente fortificadas. El paso por la Puerta de Brandeburgo fue cerrado. Sobre la puerta y debajo de la cuadriga se apostaron ametralladoras. Se hicieron aspilleras en los muros que rodeaban el jardín de la mansión de Goebbels, en la Hermann-Göring-Straβe, y se situaron allí mismo nidos de ametralladoras. Asimismo, se levantó una poderosa posición artillera hecha de planchas de cemento y dotada de portillos para ametralladoras en los muros exteriores de los jardines del Ministerio de Asuntos Exteriores, en la misma calle. Los accesos desde la Hermann-Göring-Straβe a los jardines y a los garajes de la cancillería fueron asegurados mediante nidos de ametralladoras. Las ruinas de los bombardeados almacenes AWAG,[391] situados al frente de la nueva cancillería, se hicieron intransitables mediante alambradas y minas. En todas las calles que desembocaban en la Wilhelmplatz había cortafuegos y barreras antitanque, con lo que, si era necesario, se podía cerrar el acceso a la plaza de manera inmediata. También en las ruinas de las casas destruidas en los cruces de Behrenstraβe con Mauerstraβe y de Unter den Linden con Wilhelmstraβe se hallaban posiciones artilleras fortificadas. En los techos de los ministerios se instalaron nidos de ametralladoras. La cancillería del Reich se fortificó con especial diligencia. El balcón que daba a la Wilhelmplatz, donde en los días de «gloria» el Führer había recibido las ovaciones de los nacionalsocialistas berlineses, servía ahora como un puesto de metralletas. Desde allí era posible abrir fuego contra cualquier punto de la Wilhelmplatz y de la Wilhelmstraβe.
En la Vossstraβe, delante de las dos entradas principales a la nueva cancillería, se habían depositado sacos de arena y barreras para bloquearlas de inmediato. Las ventanas del edificio ya habían sido obstruidas. Desde ellas apuntaban una multitud de ametralladoras. En los jardines de la cancillería había lanzagranadas y numerosas reservas de municiones. En los jardines del vecino Ministerio de Asuntos Exteriores se instaló un campo de tiro para Eva Braun y las secretarias de Hitler. Allí podían practicar, por si tenían que enfrentarse con la población de Berlín. El número de guardias destinados a la cancillería se triplicó. En cada una de las entradas y salidas se apostaron soldados de manera permanente.
Günsche debía rendir cuenta a Hitler de todas las medidas que se tomaban. El dictador se mostraba muy satisfecho, pero daba constantemente nuevas instrucciones. En una ocasión, sin embargo, hizo llamar a Günsche y se dirigió a él en un tono irritado:
—Mis damas [las secretarias] se han quejado de las muchas vueltas que tienen que dar cuando van al búnker a tomar el té. También se quejan de que en su trayecto tienen que detenerse en un montón de puestos.
Günsche intentó explicar que al atardecer las guardias eran reforzadas por razones de seguridad. Pero Hitler lo interrumpió enfadado:
—Haga lo que haga, a mí nadie me puede proteger. A mí sólo me protege la providencia.
A pesar de esta «protección de la providencia», Hitler dejó todo como estaba y no ordenó ninguna reducción de las medidas de seguridad.
En aquellos días se trabajaba febrilmente en la fortificación de la capital, al tiempo que se instalaban incontables puntos de resistencia entre el Oder y Berlín. En toda la ciudad se levantaron barricadas, se instalaron barreras antitanque y se excavaron trincheras. La población berlinesa fue obligada a participar en estos trabajos.[392] El mando general fue encomendado a Goebbels, en cuanto comisario para la defensa de Berlín, y a Schach, en cuanto Gauleiter adjunto del Partido nacionalsocialista en la capital. En casi todas las calles se levantaron barreras con las piedras procedentes de las casas bombardeadas. El eje Este-Oeste, entre la Puerta de Brandemburgo y la Siegessäule se había acondicionado como pista de aterrizaje para aviones, y a fin de que alcanzara una anchura de 50 metros, se retiraron las farolas a ambos lados de la avenida. En la Puerta de Brandemburgo y la Siegessäule se instalaron luces de posición para los aviones. Largas columnas de soldados y miembros de las «Juventudes Hitlerianas» y del Volkssturm marchaban hacia los barrios periféricos de la ciudad para ocupar sus puestos de defensa.
Mientras la capital se disponía activamente a su defensa, el régimen hitleriano preparaba su huida. Bormann dio la señal de partida para la evacuación de los más altos cargos del Partido y del Estado. Largas columnas de grandes vehículos negros los condujeron a alojamientos preparados en el área de Salzburgo-Berchtesgaden-Bad Reichenhall, en el sur de Alemania.
Las instituciones gubernamentales habían recibido instrucciones de dejar en Berlín un número reducido de altos cargos, entre diez y quince, que pudieran ser evacuados de la capital por avión en cualquier momento. Mientras se evacuaban las autoridades del Reich, Hitler ordenó a su administrador, Arthur Kannenberg, poner a buen recaudo todos los objetos de valor de la cancillería del Reich y de su propiedad personal. Se llevaron al castillo de Moritzburg, construido en lo alto de una montaña a 15 kilómetros de Dresde, valiosos muebles, tapices, alfombras y cuadros. Walter Erhardt, teniente coronel de las SS en la guardia personal del Führer, se llevó consigo, a un lugar próximo a Stuttgart, esculturas y estatuas que habían sido traídas en su día de Italia. Linge, siguiendo instrucciones de Hitler, hizo transportar en tren la biblioteca personal del Führer hasta Bad Aussee, junto a Salzburgo, donde se habían construido sólidos refugios. Allí mismo, Bormann mandó ocultar el archivo del servicio exterior de la cancillería del Partido, que había estado instalado en la «Casa Parda de Múnich».[393] La biblioteca fue escoltada a Bad Aussee por el teniente general de las SS Adolf Dirr, de la guardia personal de Hitler. Kannenberg en persona se encargó de llevar a Bayreuth la porcelana que se había utilizado en las recepciones gubernamentales y valorada en millones de marcos. Kannenberg no volvió a Berlín.
En la segunda quincena de marzo de 1945 los rusos aplastaron a las unidades alemanas de Pomerania. Conquistaron las ciudades portuarias de Danzig y Gdingen, ambas importantes puertos de submarinos y bases de abastecimiento en el mar Báltico. Sólo en la península de Hela, la estrecha lengua de tierra frente a la bahía de Danzig, se mantenían aún algunas unidades alemanas. El frente germano-soviético transcurría por aquel entonces siguiendo la línea Stettin-Küstrin-Frankfurt-Guben. Hitler repetía en las sesiones evaluativas, a la vista de esta situación:
—Todo depende de nuestra capacidad de mantener el frente del Oder.
Burgdorf sugirió que Hitler se desplazara al frente del Oder para insuflar ánimos a las tropas alemanas. El Führer dudó. En su búnker se sentía más seguro. A finales de marzo se decidió finalmente a acudir al Oder, pero no con los soldados de las primeras líneas. Según un plan elaborado por Burgdorf, visitaría primero el estado mayor del comandante del 9.º ejército, el general Busse, cuñado de Burgdorf, en el área de Küstrin-Frankfurt. Luego visitaría el estado mayor del general Huebner, que estaba al mando de una división de granaderos del pueblo[394] integrada en el 9.º ejército de Busse. La visita de Hitler tenía que explotarse a fondo para la propaganda y el lema que se utilizó fue: «¡El Führer en persona visita el frente del Oder!». Frentz, el reportero gráfico en el cuartel general de Hitler, y los fotógrafos de Hoffmann se encargarían de las fotos y las películas correspondientes.
La salida de Hitler se produjo el 27 de marzo por la mañana, a una hora en la que no había que temer ataques aéreos sobre Berlín.[395] El Führer abandonó su búnker con aire cansado y paso inseguro. Su rostro estaba pálido y se le notaban las arrugas. Bajo los ojos tenía grandes bolsas. La mano izquierda le temblaba más de lo habitual. Las derrotas infligidas por el Ejército Rojo en el frente oriental desde el comienzo de la ofensiva del Vístula el 12 de enero de 1945 le habían afectado mucho. Ahora parecía un anciano carente de fuerzas. La columna de seis grandes vehículos todoterreno estaba preparada. Junto a los vehículos esperaban Bormann, Burgdorf, Fegelein, Morell, Stumpfegger, Hewel, Lorenz y los ayudantes de Hitler. Éste se acercó a ellos arrastrando los pies y les dio un flojo apretón de manos. A continuación, Linge le ayudó a subirse a su gran y cómodo todoterreno. Solo, ya no habría podido hacerlo. Junto a él subieron al vehículo Bormann, Burgdorf, Fegelein y Linge.
Bormann, Burgdorf y Fegelein mantenían una estrecha amistad y últimamente eran inseparables. Por ello, en el estado mayor de Hitler les llamaban «el trébol». La columna se puso en marcha cuando Linge tomó asiento detrás de Hitler. La salida se mantuvo rigurosamente en secreto. El día previo, el ayudante de Hitler, el coronel Johannmeyer, había inspeccionado la ruta que iban a seguir. A Busse y Huebner se les había anunciado la visita de Hitler bajo estricto secreto.
La capota del vehículo estaba cerrada. Atrás quedaban los tiempos en los que Hitler se desplazaba triunfalmente por Berlín, de pie en el coche descubierto y a la vista de su pueblo. Ahora se había subido el cuello del abrigo de cuero forrado y se había acercado lo más posible al conductor. El vehículo de Hitler era seguido por otros dos. En uno viajaban los soldados de su escolta personal y en el otro, los ayudantes y Morell. En los otros automóviles iban Stumpfegger, Hewel y Lorenz, que tenía que escribir para la prensa el reportaje sobre «la visita de Hitler al frente». Cerraba la columna un vehículo de recambio. El nerviosismo del Führer fue en aumento a medida que la columna dobló por Unter den Linden, cruzó la Alexanderplatz y se dirigió por la Frankfurter Allee hacia los barrios obreros del nordeste de Berlín. Desasosegado, se removía en su asiento. Los músculos de su cara temblaban. En el coche se hizo un silencio sepulcral. Los ataques de cólera de Hitler eran temidos. De repente lanzó sus guantes de seda grises a Linge, sentado en el asiento trasero y le espetó:
—¡Deme unos guantes más cómodos, por favor! ¡Éstos aprietan y me cortan la circulación!
Linge le alcanzó otro par de guantes del mismo tamaño. Hitler se los puso y consideró que le sentaban bien.
—¿Por qué no me dio primero éstos? —regañó a Linge.
Entonces volvió a hacerse el silencio en el coche. El viaje duraba aproximadamente una hora y media. Linge ayudó a Hitler a bajar del coche cuando la columna se detuvo delante de la gran hacienda en la que estaba instalado el estado mayor del general Busse, el comandante del 9.º ejército. Busse lo saludó al lado de sus colaboradores. Puestos de pie, estiraron el brazo derecho para el saludo fascista. Hitler intentó transmitir una sensación de vitalidad. Los fotógrafos de Hoffmann y Frentz dirigieron hacia él sus objetivos. El Führer estrechó la mano a cada uno de ellos.
A continuación, Busse lo guió hasta la habitación más grande de la casa, donde lo esperaban varios oficiales del mando. Hitler los saludó con un apretón de manos. Acto seguido, se acercó a una gran mesa sobre la que estaban desplegados los mapas de las operaciones del frente del Oder. Hitler adoptó una pose para los fotógrafos. Apretó el brazo izquierdo contra su cuerpo para que la mano no temblara. El general Busse se puso junto a él para explicarle la situación en su sector del frente. En el lado opuesto se colocaron Bormann, Burgdorf y Fegelein. Los ayudantes de Hitler, sus médicos, Hewel, Lorenz y los soldados de las SS de su guardia personal se agruparon, junto a los oficiales del estado mayor de Busse, alrededor de la mesa. Todo estaba dispuesto para retratar a Hitler «junto a los soldados del frente del Oder».
Busse dio parte a Hitler: las posiciones alemanas en el margen occidental del Oder dominaban todo el margen oriental del río. La profundidad de los dispositivos defensivos oscilaba entre los quince y los veinte kilómetros. El Führer preguntó a Busse por la cantidad de municiones que tenía para la artillería y las baterías antiaéreas empleadas en los combates de tierra.
Hitler no quedó satisfecho con la respuesta de Busse. Dijo que se ocuparía de que su ejército recibiera la mayor cantidad posible de municiones. Pasada media hora, el dictador continuó su viaje hacia el estado mayor de Huebner, a veinte minutos en coche, cerca de Wriezen. El general le expuso brevemente la situación en el sector correspondiente a su división. A Hitler, sin embargo, apenas le interesaba lo que decía Huebner. Había ido a visitarlo sobre todo para encargarle que investigara las circunstancias por las que no se había hecho volar el puente de Remagen, que cruzaba el Rin. Este hecho había permitido a los americanos atravesar el río sin problemas.[396] Huebner era conocido como un leal seguidor de Hitler, que lo condecoró con la cruz de caballero y permaneció más de una hora en su estado mayor.[397] A continuación, regresó a Berlín y hacia las cinco de la tarde estaba otra vez en su búnker.
De este modo transcurrió su visita al frente. Con ella se realizó todo un montaje de propaganda en la prensa y la gran pantalla. Con titulares como «El Führer, con sus soldados del frente del Oder» se publicaron fotografías que mostraban a los oficiales del estado mayor de Busse y al jerarca del Partido, Bormann; al zorro de la Gestapo, Fegelein; al diplomático Hewel, al charlatán de la Kurfürstendamm, Morell, además de los oficiales de las SS y soldados de la guardia personal de Hitler y sus ayudantes.
Hitler había ordenado a Huebner la misión de formar y presidir un «tribunal militar volante». Huebner tenía que trasladarse al frente occidental para averiguar por qué no se había volado el puente de Remagen durante la retirada de las tropas alemanas hacia el margen oriental del Rin y castigar a los responsables. Huebner debía dar parte sólo a Hitler en persona. En el frente la situación era la siguiente: el 1 de marzo de 1945 los angloamericanos habían alcanzado el Rin al norte y al sur de Düsseldorf. Después de haber atravesado el 15 de marzo el río Mosela, al oeste de Coblenza, avanzaban también entre dicha ciudad y Bonn hacia el Rin. Con el fin de detener el ulterior avance se hicieron saltar por los aires todos los puentes que cruzaban el Rin. Pero el puente de Remagen fue una excepción.
En el curso de una reunión informativa, Jodl informó a Hitler de que aquella construcción había caído en manos de los americanos, lo que les permitió alcanzar el margen oriental sin encontrar resistencia.[398] Jodl comunicó que el puente había sido preparado para su voladura, sin embargo, en el momento en que los americanos comenzaban a pisarlo, falló el detonador eléctrico. Hitler, que hasta ese momento había estado escuchando a Jodl en calma, al oír las últimas palabras, saltó de su asiento y exclamó a voz en grito:
—Pero ¿no había ordenado yo que se volaran los puentes del Rin a tiempo? ¡El puente de Remagen se dejó a los americanos de manera intencionada! ¡Esto es sabotaje y traición!
Hitler lanzaba miradas furiosas. Era la primera vez que se enfadaba tanto durante uno de los informes de Jodl sobre la situación en el frente occidental. Cuando se levantó del asiento, Keitel, que se hallaba a la izquierda de Hitler, había retrocedido asustado. Dönitz, Bormann, Krebs, Burgdorf, Koller, Christian y los ayudantes rodeaban la mesa en silencio. Jodl quiso responder, pero Hitler se dirigió súbitamente a Keitel y le exigió investigar y determinar quién era el culpable de que el puente de Remagen no hubiera sido destruido. La investigación reveló que el puente seguía en pie porque en el margen occidental todavía se hallaban restos de tropas alemanas que lo necesitaban para su retirada. No obstante, cuando las unidades norteamericanas iniciaron su persecución, falló el detonador eléctrico. El comandante del puente, responsable de su voladura, había caído más tarde en combate. Éste era el resultado de la investigación ordenada por Keitel.
Hitler no se lo creyó. Afirmaba que se estaba descargando toda la culpa en el comandante del puente muerto. Por ello Huebner recibió la misión de realizar una segunda investigación. Se desplazó por tanto al frente occidental y al poco tiempo informó a Hitler de que su investigación había evidenciado, sin ningún género de duda, que los oficiales de las unidades de ingenieros y de las baterías antiaéreas, que se suponía que tenían que defender el puente de Remagen, habían huido al acercarse los americanos y ni tan siquiera habían intentado su voladura. Algunos oficiales incluso habían acabado por pasarse al enemigo. A los restantes (un total de diez), Huebner los había condenado a muerte y los había hecho ejecutar en el acto.[399]
La caída del puente de Remagen en manos de los norteamericanos tuvo importantes consecuencias para el futuro desarrollo de los combates en el frente occidental. El grupo de ejércitos B, al mando del mariscal de campo Model, tuvo que concentrar la mayor parte de sus fuerzas en la cabeza de puente que los americanos establecieron al este de Remagen. El resultado fue que no quedaron más que fuerzas relativamente reducidas para los demás sectores del frente, en torno a Düsseldorf y a Bonn. Los norteamericanos aprovecharon la debilidad de estos sectores del frente para forzar el cruce del Rin junto a la ciudad de Düsseldorf y en otros puntos. El frente alemán del Rin se venía abajo y los angloamericanos penetraban profundamente en Alemania sin verse envueltos en duros combates. El grupo de ejércitos de Model corría el peligro de quedar aislado. Hitler celebró una reunión extraordinaria con Keitel y Jodl para tratar de este asunto, a la que también asistió Günsche, como ya era habitual. Keitel consideraba urgente una decisión respecto al Ruhr. Jodl mostró, con ayuda del mapa, que el grupo de ejércitos B, que todavía se hallaba junto al Rin, corría el riesgo de verse aislado por las tropas angloamericanas.
—Mein Führer —continuó Jodl—, hemos de decidir ahora y sin falta si Model y su grupo de ejércitos han de retirarse al interior del territorio alemán. Ello significaría, no obstante, sacrificar la región del Ruhr.
Hitler vaciló con la respuesta. Entonces ordenó:
—Que Model se retire al Ruhr y que permanezca allí.
La orden dada por Hitler a Model de limitarse a permanecer en el Ruhr sin defenderlo resultaba extraña. El estado mayor personal de Hitler suponía que éste quería llegar a un acuerdo con los angloamericanos y contra los rusos. Por esta razón resultaba importante para Hitler conservar las industrias del Ruhr como sustento de su economía de guerra. Si el grupo de ejércitos de Model hubiera entrado en combate, habría sido imposible evitar graves daños a las industrias de la región.[400] Además, el Führer quería preservar en el oeste el grupo de ejércitos de Model, con sus 300.000 ó 350.000 hombres, para tener así una baza adicional a la hora de entablar negociaciones con los angloamericanos.
Al poco tiempo, a principios de abril de 1945, el grupo de ejércitos de Model quedó, efectivamente, aislado en el Ruhr. El mariscal de campo, que en contra del deseo de Hitler, no quería poner fin a los combates, se disparó un tiro en el momento en que se cerró el cerco.[400] Las tropas angloamericanas prosiguieron su avance al sur y al norte del Ruhr, cruzaron el río Weser y alcanzaron a mediados de abril el río Oder a la altura de la ciudad de Magdeburgo, sin apenas oposición.
A mediados de marzo de 1945, Hitler comenzó a convocar las juntas con sus generales a las dos o las tres de la madrugada. La medida se debía a que todas las noches se realizaban bombardeos sobre Berlín, que se prolongaban de manera habitual hasta la medianoche. Esto impedía a los consejeros del alto mando del Ejército de Tierra y del alto mando de la Wehrmacht estar en las sesiones.
Conforme la situación en el frente se agravaba, la presentación de los informes en las reuniones nocturnas dejó de corresponder a los ayudantes de Hitler y pasó a los oficiales del estado mayor, al mayor Friedel, del alto mando de la Wehrmacht, así como al teniente coronel Von Knesebeck y a Hermani, del alto mando del Ejército de Tierra, alternativamente.
El 13 ó el 14 de abril se reunieron hacia las tres de la madrugada en la antesala del salón de juntas del búnker del Führer Burgdorf, Zander, Johannmeyer, Günsche, Hermani y Friedel. Había un gran silencio en el búnker, como siempre por las noches. Sólo se escuchaba con nitidez el zumbido de los ventiladores. Hermani y Friedel extendieron los mapas con las operaciones de los frentes occidental y oriental que habían traído consigo. Los otros participantes aún conversaban en la antesala. Minutos más tarde, Hitler salió de sus habitaciones, donde acababa de cenar en compañía de Eva Braun y las secretarias. Intercambió unas palabras con Burgdorf y se dirigió luego al salón de reuniones. Tras saludar a Hermani y Friedel, tomó asiento junto a la mesa donde se extendían los planos.
Hermani comenzó con el parte del frente oriental. Informó acerca de los preparativos para el ataque soviético a lo largo del río Oder, en el área de Küstrin-Frankfurt. Habló de los combates defensivos que se producían en el sector del frente del grupo de ejércitos del centro en Silesia y Bohemia. Finalmente, relató los fuertes enfrentamientos en la región del grupo de ejércitos del sur, al oeste de la línea Viena-Sankt Pölten y junto a Brno, en Checoslovaquia.
El parte del frente occidental corrió a cargo de Friedel, quien informó de que en Turingia los americanos habían continuado avanzando hacia el este y que habían ocupado las ciudades de Weimar y Jena. Hitler, que hasta el momento había estado escuchando en silencio y aparentemente distraído, preguntó de pronto:
—¿Y qué ha sido del campo de Buchenwald?
Buchenwald, uno de los mayores campos de concentración en Alemania, estaba en las proximidades de Weimar. Friedel no pudo responder a esta pregunta. Los otros intercambiaron miradas de complicidad y se encogieron de hombros. Hitler se puso de pie.
—¿Dónde está Fegelein? —preguntó.
Günsche respondió que Fegelein ya se había ido a dormir. Hitler se puso frenético:
—¿Que se ha ido a dormir? Que venga de inmediato. Bueno… —añadió—, déjelo. Hablaré con Himmler. ¡Comuníqueme con él!
Con voz somnolienta, Himmler le preguntó a Günsche:
—¿Qué ha sucedido?
Günsche, sin embargo, ya había pasado el teléfono a Hitler, al tiempo que se colocaba los auriculares.
Con tono preocupado, Hitler repitió la pregunta a Himmler: ¿qué había sido de los prisioneros del campo de Buchenwald? Himmler le respondió que los prisioneros más «destacados» habían sido ejecutados, pero que el resto no había podido ser trasladado por razones técnicas.[402] Hitler se puso aún más pálido. Soltando un gallo preguntó:
—¿Cómo? ¿No se han trasladado? ¿Técnicamente imposible? ¿Por qué no se les ejecutó en su momento? ¡Se echarán contra los nacionalsocialistas con todas las ganas del mundo! —A lo que añadió—: ¡Himmler, ocúpese de que sus hombres no se pongan sentimentales! ¡Esperaba más de usted![403]
A continuación tiró el auricular sobre la mesa y abandonó la habitación.
El día a día de Hitler transcurría durante la primera mitad del mes de abril más o menos de la manera siguiente.
Hacia la una o la una y media del mediodía lo despertaba Linge. El Führer se había recluido en su búnker, que ya no pensaba abandonar. La sesión informativa del mediodía ya no se celebraba en la nueva cancillería del Reich sino en el búnker del Führer. Estas sesiones comenzaban hacia las cuatro de la tarde y se prolongaban hasta las seis o las siete. Las sesiones nocturnas, por su parte, se convocaban hacia las dos o las tres de la madrugada, dependiendo de la duración de los bombardeos aéreos sobre Berlín, y se prolongaban aproximadamente una hora. Antes de que comenzaran, Hitler solía tomar el té en su despacho en compañía de Eva Braun y de las secretarias.
Éstas se turnaban por parejas cada noche, lo que les permitía dormir más horas. Las conversaciones durante el té giraban en torno a chismes diversos. Se hablaba de los ayudantes de Hitler, por ejemplo; de la relación amorosa de Schaub, o del administrador de Hitler, Kannenberg, al que los bombardeos aéreos provocaban un miedo atroz. Otro tema de conversación eran las recetas de diversos platos y, evidentemente, los perros de Eva Braun y Hitler, Blondi y Wolf.
Hitler sufría insomnio y esto prolongaba las reuniones hasta las cinco o las seis de la mañana.
Hitler parecía envejecido y agotado. Su cabello se había vuelto gris. Caminaba encorvado y arrastrando los pies. Estaba inusualmente nervioso e intranquilo, se irritaba con más rapidez que de costumbre y tomaba decisiones contradictorias.
A principios de abril se añadió una nueva dolencia al temblor de la mano izquierda. Su ojo derecho comenzó a dolerle. Hitler se hizo tratar por el profesor Löhlein, un conocido oftalmólogo de Berlín. A partir de entonces, todas las mañanas y todas las noches Morell tenía que administrarle una solución de cocaína en el ojo para aliviarle el dolor.[404] Hitler comentó, con respecto a esta nueva dolencia:
—Ahora soy capaz de ponderar realmente lo que debió de sufrir Federico el Grande cuando, durante la guerra de los Siete Años y bajo el peso de las preocupaciones, se le cayeron los dientes. En mi caso, los que sufren con el peso de la guerra son mi mano izquierda y mi ojo derecho.
Cuando hablaba de la guerra, siempre recalcaba que había que luchar hasta el final. Decía:
—No pienso abandonar el combate cinco minutos antes de las doce. Continuaré luchando.
En cuanto a la eventualidad de que los rusos conquistaran Berlín, comentó:
—En la guerra de los Siete Años los rusos llegaron hasta Berlín. A pesar de ello, Federico el Grande no se rindió.
En el estado mayor de Hitler ya no se hablaba ni de victoria ni de derrota. La situación anímica colectiva podría describirse así: «O ganamos la guerra, y entonces todo estará bien, o la perdemos. Entonces… que venga el diluvio».
Hitler se aferraba a la esperanza de poder mantener el frente a lo largo del río Oder. El intento de reforzar esa línea reclamaba ahora toda su atención. Siguiendo el lema de «Berlín se defiende en el Oder», proclamado por él y por Goebbels, se enviaron al frente las últimas reservas penosamente reunidas. Se retiraron de la defensa de Berlín 120 baterías antiaéreas pesadas y se las trasladó al Oder, donde debían emplearse en los combates terrestres contra el Ejército Rojo. En su decisión de continuar la lucha hasta las últimas consecuencias, Hitler se sintió respaldado por una declaración de Harry Truman, el presidente de Estados Unidos, con ocasión de la toma de posesión de su cargo. Éste había proclamado que el «escenario bélico de América no estaba en Europa sino en el lejano oriente». Hitler interpretó estas palabras de una manera particular: la América de Truman no lo atacaría por la espalda, siempre que continuara luchando contra el bolchevismo.[405]
En los primeros días de abril, Hitler había ordenado presentarse a tres Gauleiter de Austria: Hofer, de Innsbruck, Uberreither, de Klagenfurt, y Eigruber, de Linz.[406] Deliberó con ellos en presencia de Bormann. Se trataba de levantar un «bastión alpino» («Alpenfestung») en la alta montaña austríaca, como «último baluarte» para la prosecución de la guerra.
El «bastión alpino» debía incluir, además de las montañas austríacas, el área de Salzburgo-Bad Reichenhall-Berchtesgaden. Bormann y Keitel habían realizado los preparativos técnicos para instalar aquí el conjunto del aparato de Gobierno alemán: el cuartel general de Hitler, el alto mando de la Wehrmacht, el alto mando del Ejército de Tierra, la cancillería del Partido, todos los ministerios del Reich y otras oficinas nacionales. Se construyeron refugios, se tendieron líneas telefónicas y se construyeron depósitos de abastecimiento subterráneos. Una gran parte del parque móvil de Hitler ya había sido desplazada al Obersalzberg. Su tren particular estaba estacionado en una vía muerta en un bosque cercano a Múnich. La escuadrilla de aviones de Hitler, compuesta de quince aparatos Focke-Wulf 200 y Junker 52,[407] estaba preparada para despegar en el aeródromo de Gatow, situado a 20 kilómetros al oeste de Berlín. Bormann comenzó a repetir cada vez con mayor frecuencia que el cuartel general de Hitler tenía que ser trasladado lo más rápidamente posible al Obersalzberg. Pero el Führer rechazaba todas estas propuestas.
—Mientras se mantenga el frente del Oder, pienso permanecer en Berlín —aseguraba.
Tras las deliberaciones con los Gauleiter austríacos, Hitler se reunió con Ferdinand Schörner, el comandante en jefe del grupo de ejércitos del centro en el frente oriental, para hablar de la construcción del «bastión alpino». Schörner era íntimo amigo de Bormann, Burgdorf y Fegelein, y ciegamente leal al Führer. Por ello había recibido la insignia de oro del Partido. Hitler lo llamaba su mejor general y hacía caso de sus consejos. En dicha reunión estuvieron presentes, además de Hitler y Schörner, Burgdorf, Fegelein, Günsche y el jefe de la sección de operaciones en el estado mayor de Schörner, el coronel del estado mayor general, Von Trotha. Schörner presentó a Hitler un plan para el rescate de la ciudad de Breslau, en Silesia, que estaba cercada por los rusos. La propuesta de Schörner levantó el ánimo de Hitler hasta las nubes. Satisfecho y con aprecio, le dio al general unas palmadas en el hombro. A continuación, se entrevistó con él en privado durante otras tres o cuatro horas. En el curso de la entrevista lo ascendió a mariscal general de campo. En el estado mayor de Hitler se llegó a saber que, durante la reunión, Schörner le había expuesto su plan de proseguir la lucha en los Alpes. Hitler le ofreció a Schörner el puesto de comandante de su último baluarte, el «bastión alpino».
En aquellos días se volvió a ver quiénes eran los generales más leales a Hitler: Keitel, Jodl, Krebs, Koller, Greim, Wenck, Busch, Kesselring y Dönitz.
En los círculos dirigentes del Partido, los más próximos a Hitler eran Bormann, Goebbels, Ley y Axmann, el líder de las «Juventudes Hitlerianas».
En la persona de Bormann confluían todos los hilos de la dirección del Partido. Los cargos del Partido, los Reichsleiter y Gauleiter del partido nazi, estaban personalmente subordinados a Bormann, que mantenía líneas radiofónicas y telegráficas propias con los Gauleiter en los territorios de Alemania que ya habían sido ocupados por las tropas angloamericanas. Con los territorios en manos de los soviéticos no se mantenía este tipo de contactos, ya que, como se ha dicho, todos los órganos dirigentes del Partido habían sido previamente trasladados al oeste de Alemania. Gracias a estas comunicaciones, Bormann estaba informado de todos los sucesos políticos y militares. De todos los miembros de la dirección del Partido, le correspondía sólo a él transmitir esta información a Hitler. Algunos reportes que Bormann recibía de los territorios ocupados por los angloamericanos en el oeste de Alemania aseguraban que las autoridades de la ocupación no perseguían a los miembros del partido nazi, sino que incluso dejaban a algunos de éstos en sus cargos. A la hora de comunicar este hecho a Hitler, Bormann subrayaba asimismo lo acertada que había sido la decisión de enviar a los cuadros jóvenes del Partido desde el este hacia el oeste de Alemania, porque allí existía la posibilidad de mantener vivo el Partido.
Bormann hizo cuanto pudo para conservar en sus manos la dirección del Partido nacionalsocialista. Con ello aspiraba a ocupar un lugar destacado en el entorno de Hitler.
Por este motivo, Bormann exigió a los ayudantes del Führer que no permitieran que ningún miembro de la dirección del Partido accediera a Hitler sin su consentimiento previo. La medida la justificó indicando que el Führer estaba sobrecargado con los asuntos militares. Bormann también era competente para el reclutamiento del Volkssturm y para la evacuación de la población de los territorios alemanes del este. Cuando aludía al tema del final de la guerra, siempre insistía en que se llegaría a un acuerdo militar entre Alemania y las potencias occidentales para continuar conjuntamente la guerra contra el bolchevismo.
Goebbels, el máximo propagandista del Partido nacionalsocialista y comisario de la defensa de Berlín, adquirió una enorme influencia sobre Hitler. Sobre todo en los años finales de la guerra, gozaba de plena confianza. Goebbels era el vocero de Hitler en todo lo que se refería al engaño del pueblo alemán. Con palabras mendaces, llamaba a continuar hasta la victoria final una guerra que, de hecho, ya estaba perdida.
Fue precisamente Goebbels quien, en aquellos días y con la amenaza de severas represalias, obligó a la población de Berlín (hombres, mujeres y jóvenes) a participar en la construcción de las instalaciones defensivas. Hizo pública una orden que mandaba fusilar o colgar a todo aquel que izara una bandera roja o blanca cuando un soldado ruso pisara las calles de Berlín. Esta orden la debían ejecutar en el nombre de Hitler los funcionarios del Partido que pertenecían al Volkssturm, que en Berlín estaba bajo el mando de Goebbels.[408]
Entre los hambrientos berlineses, obligados a estos trabajos forzados, circulaba un chiste amargo: «Se ofrece gran retrato de Hitler (grosses Hitler-Bild) a cambio de pan pequeño de Wittler» (kleines Wittler-Brot) (Wittler era el propietario de una gran panadería de Berlín).[409]
En aquellos días, Goebbels volvió a ponerse su viejo y andrajoso abrigo de cuero, con el que había caminado por las calles de Berlín antes de la toma del poder de Hitler. Con ello quería presentarse ante la población de la capital como un «hombre del pueblo».
Goebbels apoyó a Hitler en su decisión de continuar la guerra bajo cualquier circunstancia. Para ello llegó a utilizar argumentos ridículos como el que sigue: después de las elecciones presidenciales del año 1933, el partido nazi había perdido muchos votos y se hallaba en una situación crítica, mientras que los comunistas habían ganado un número considerable de votos. A pesar de todo, según Goebbels, el partido había acabado haciéndose con el poder. También en la presente guerra llegaría el milagro y el nacionalsocialismo acabaría obteniendo la victoria.
Estas reflexiones de Goebbels impresionaban a Hitler. También él acabó repitiendo:
—Yo he derrotado el comunismo en Alemania. A los bolcheviques rusos también los aplastaré.
Entre los miembros de la guardia personal de Hitler circulaba a este respecto el siguiente chiste: Zarah Leander es invitada a la cancillería del Reich para cantar: Sé que algún día habrá un milagro… (en aquellos días interpretaba ese tema en una película romántica alemana).[410]
Goebbels no retrocedió ante nada para obligar al pueblo alemán a seguir derramando su sangre en la guerra. Con este fin desempolvó incluso ejemplos de la época napoleónica. El director cinematográfico Veit Harlan tenía que dirigir una película en color que iba a titularse Kolberg. El filme trataba de la ocupación napoleónica de Alemania y de cómo las tropas francesas sitiaron durante meses la ciudad de Kolberg (Kolobrzeg), en Pomerania. Sin éxito, porque la guarnición prusiana y la población civil no se rindieron, a pesar de los grandes sacrificios y las privaciones atroces. La película tenía que mostrar a los soldados y a la población berlinesa cómo se luchaba contra las tropas rusas en plena ofensiva.
Kolberg no se exhibió en las salas de cine, porque los rusos lograron romper el frente del Oder y a continuación Alemania capituló. Con todo, Goebbels organizó un preestreno en su mansión de la Hermann-Göring-Straβe para los oficiales del regimiento de guardia Berlín y los jefes de las «Juventudes Hitlerianas», que comandaban las unidades de la lucha antitanque del Volkssturm compuestas por adolescentes. Goebbels invitó también a Axmann, a Günsche, al coronel Streve, el comandante de batalla del estado mayor de Hitler, así como al teniente coronel Bärenfanger, el comandante de uno de los distritos de Berlín. En total, había presentes ochenta personas. Tras la proyección, Goebbels pronunció un discurso sobre los principios. La película, explicó, debía mover a los berlineses a seguir el ejemplo de Kolberg. Aun en el caso de que no quedara en la ciudad piedra sobre piedra, sus habitantes tenían la obligación de defender sus ruinas con uñas y dientes.
Goebbels ofreció una cena para los invitados antes de la proyección. El acto puso de manifiesto toda su hipocresía. Para demostrar que en tiempos de guerra la escasez también afectaba a su persona, todos los invitados debían traer consigo, para poder cenar, los sellos que se pegaban en las cartillas de racionamiento. Como se advertía en las invitaciones, los sellos habían de entregarse en la guardarropía. La cena, como correspondía, constaba de una pequeña cantidad de pan y patatas, además de un reducido pedazo de carne, así como sucedáneo de cerveza, la misma que se obtenía a cambio de los sellos de las cartillas de racionamiento. Pero cuando la mayor parte de los invitados ya se habían marchado y sólo quedaba el séquito más próximo (Axmann, Streve y Günsche), el cuadro cambió por completo. Goebbels abrió la despensa y la bodega de par en par. En presencia de su esposa y de la esposa del escenógrafo del Reichstheater, Von Arendt, que se alojaba en la mansión de Goebbels, se sirvieron todo tipo de exquisiteces, champán y cócteles. Goebbels perdió literalmente el sentido de los límites. El aspecto serio que había mostrado como comisario de defensa del Reich ante los oficiales invitados se había esfumado. Ahora irradiaba alegría. Ya no se habló más de la guerra.
Comenzó a explicar episodios de su vida antes de la llegada al poder en 1933. Por ejemplo, cuando inmediatamente después de la victoria de Hitler echó a los empleados de una mutua local, todos socialdemócratas, y los hizo sustituir por matones de las SA. El asunto terminó mal. Los hombres de las SA permanecían sentados en sus mesas de trabajo con grandes cigarros entre los labios, coqueteaban con las secretarias y bebían licor. Todo el trabajo se lo cargaban, con amenazas de palizas, a los pocos empleados antiguos que quedaban. Entre risas, Goebbels explicó que durante un tiempo había tolerado aquella situación, pero que al final se vio obligado a intervenir para evitar la bancarrota de la mutua. Pero no resultó fácil sacar de allí a aquellos tipos de las SA. No estaban dispuestos a retirarse de sus puestos sin presentar antes batalla. Las fuerzas policiales enviadas para echarlos recibieron una paliza horrible. A Goebbels le enviaron una carta de protesta con un ultimátum para que les devolviera su empleo, a no ser que quisiera recibir él mismo una paliza. Si él había llegado a ser ministro, ¿por qué no podían ellos ser empleados en una mutua de seguros? Goebbels añadió, sin dejar de reír, que finalmente logró tranquilizarlos ofreciéndoles otros puestos con buen sueldo y poco trabajo.
En abril de 1945 también Ley trató de hacerse pasar por un gran caudillo. Hizo su aparición en el frente del Oder, visitó la retaguardia, inspeccionó pequeñas fábricas de armamento, apeló a los Kreisleiter y a los Obergruppenleiter[411] del Partido nacionalsocialista para que ofrecieran una tenaz resistencia frente a los rusos. Ley enroló a mujeres, muchachas y muchachos pertenecientes a organizaciones nacionalsocialistas en una «tropa» a la que dio el sonoro nombre de cuerpo de voluntarios Adolf Hitler.[412] Ley llamaba frecuentemente al Führer, lo visitaba en el búnker y le relataba el trabajo «titánico» que estaba llevando a cabo para frenar a las fuerzas soviéticas. En una ocasión le dijo incluso que había conocido al inventor de unos «rayos mortales». Tanto esto como las acciones no resultaron ser más que pompas de jabón.[413]
En realidad, Ley, un hombre de 55 años, pasaba la mayor parte del tiempo en su enorme y lujosa mansión del barrio de Dahlem, en compañía de su amante, una bailarina de 18 años.[414] Después de sus juegos amorosos, redactaba artículos de prensa, en los que exhortaba al pueblo alemán a seguir a su Führer. A los soldados les exigía luchar contra los rusos hasta la última gota de sangre. Estos llamamientos a la población hambrienta y sufriente los redactaba la amante de este alto cargo del Partido y a continuación se publicaban en el Angriff, el periódico nacionalsocialista de mayor difusión en Berlín.
Ley era químico de profesión y había trabajado hasta el triunfo electoral de Hitler en el consorcio químico IG-Farben, de la ciudad de Leverkusen. Hitler lo nombró líder del Frente del Trabajo Alemán (Deutsche Arbeitsfront), que ocupaba el lugar de los sindicatos obreros, suprimidos por los nacionalsocialistas. Le consideraba un auténtico dirigente obrero, aunque todo el mundo sabía que era un borracho y un pervertido. Su esposa se divorció de él arguyendo bigamia. Su segunda mujer, con la que Ley tuvo tres hijos, se mató de un tiro en el año 1943 en la hacienda que él poseía en Waldbröl, cerca de Essen, por culpa de los excesos de su marido.[415] A pesar de todo, Ley era un protegido de Hitler, quien aseveraba:
—Ley conoce a los obreros y sabe cómo tratarlos.
En marzo y abril de 1945, Hitler estrechó sus relaciones con Artur Axmann, el jefe supremo de las «Juventudes Hitlerianas». Axmann había dirigido la sección berlinesa de esta organización antes de que Hitler alcanzase el poder. En 1940 relevó a Baldur von Schirach en la jefatura. Axmann era amigo de Goebbels y Hitler le tenía mucho aprecio. Durante la guerra había estado en el frente con una división de las SS y había perdido el brazo derecho como consecuencia de una grave herida. También Axmann tenía que haber marchado junto con los otros jóvenes cuadros del partido nazi hacia el oeste de Alemania, la zona ocupada por los americanos e ingleses. Allí le esperaba la tarea de colaborar en el trabajo clandestino de los grupos dispersos de las «Juventudes Hitlerianas» y en la reconstrucción del Partido nacionalsocialista. Pero Axmann, por deseo propio, permaneció en Berlín. Dijo que sólo partiría de allí si Hitler abandonaba la capital alemana.
En los meses de marzo y abril, Axmann dedicó cada vez más esfuerzos a la movilización de las «Juventudes Hitlerianas» para el Volkssturm y a la formación de tropas destinadas a luchar contra los blindados rusos. Estas tropas se componían de adolescentes destinados a luchar en el frente del Oder y más tarde también en los combates contra el Ejército Rojo en la ciudad de Berlín. Axmann quería demostrar a Hitler que la juventud estaba con él y que se sentía dispuesta a sacrificarse por su persona. Axmann engañaba a la juventud alemana fingiendo que la locura de continuar la guerra era un servicio a favor del pueblo alemán. Intentaba convencer a los adolescentes de que Hitler y Alemania eran una misma cosa y que dar la vida por Hitler significaba dar la vida por Alemania.
Axmann llevó a muchachos de entre 14 y 16 años a los jardines de la cancillería del Reich, donde los presentó a Hitler como «combatientes». Escenificó esta ceremonia como un espectáculo de aires míticos. Hizo presentarse a veinte chicos en formación militar. En el momento en que Hitler salió del búnker, Axmann dio parte en tono brioso: —Mein Führer, los muchachos se han presentado.
Como si fuera un desfile militar, Hitler, con el brazo alzado, pasó revista a los adolescentes y exclamó:
—Heil, muchachos.
Los chicos respondieron:
—¡Heil, mein Führer!
Hitler estrechó la mano de cada uno de los chicos. Pronunció una breve alocución en la que les dio las gracias por su «activa lucha» y en la que recalcó que Alemania triunfaría inevitablemente. Axmann los había dispuesto de tal manera que los más jóvenes habían quedado en el lado izquierdo. Era una imagen espantosa, si se consideraba que estos chicos, de mejillas sonrosadas, iban a ser enviados a combatir contra los carros de combate rusos, ante los que les esperaba una muerte segura. Hitler, con grandes aspavientos, les colgó a los muchachos la cruz de hierro sobre el pecho y al más pequeño le acarició las mejillas. A continuación, los volvió a saludar con el brazo alzado:
—Heil, muchachos.
Axmann vociferó:
—A nuestro querido Führer: Sieg Heil! Sieg Heil! Sieg Heil!
Axmann le organizó a Hitler este desfile de adolescentes en abril de 1945 en los jardines de la cancillería del Reich.[416] Después de la ceremonia, el Führer volvió a retirarse a su búnker y Axmann envió a su «tropa» a sus posiciones en el frente.
Albert Speer, el ministro de Armamento y Producción Bélica, se contaba entre las personas que en aquellos momentos estaban más cercanas a Hitler. El acercamiento entre Hitler y Speer se explicaba sobre todo por la intención del dictador de firmar un pacto militar con Inglaterra y Estados Unidos contra la Unión Soviética, para lo que quería aprovechar las relaciones que mantenían los empresarios alemanes.
Speer también conservaba la amistad con Eva Braun. Él era el único ministro que podía estar presente cuando Hitler mantenía conversaciones íntimas con Eva Braun. En los últimos días de abril, cuando Berlín estaba completamente cercado por las tropas rusas, Speer propuso evacuar a Hitler y a Eva Braun a bordo de un aparato del tipo Fieseler-Storch. El 22 de abril, Speer se dirigió en coche a Hamburgo. Desde allí organizó el suministro desde el aire de las tropas sitiadas en Berlín con armas y munición. Los aviones lanzaban su carga sobre diferentes puntos de la capital del Reich o aterrizaban en la pista instalada en el eje este-oeste, entre la Puerta de Brandemburgo y la Siegessäule.
Las relaciones de Hitler con Himmler empeoraron de forma creciente con el deterioro de la situación en el frente oriental. Todo comenzó con la derrota de Pomerania y se enfriaron todavía más cuando Hitler amonestó a las divisiones de las SS del 6.º ejército acorazado por el fracaso en el Balatón.
Himmler y su puesto de mando de campaña estaban instalados en un tren especial que llevaba el nombre en clave de Estiria. Este tren estaba estacionado en una vía muerta en Hohenlychen, cerca de la ciudad de Mecklemburgo, a cien kilómetros de Berlín. Himmler ya sólo se presentaba si Hitler lo reclamaba. Por iniciativa propia, ya no se dejaba ver. A oídos de Günsche llegó que Himmler mantenía a su disposición, cerca de su cuartel general de campaña y no lejos de Berlín, varias brigadas con piezas de artillería de asalto y diversos regimientos de reserva de unos 15.000 o 20.000 hombres, y que según las órdenes del Führer habrían tenido que ser desplazados al frente del río Oder. Günsche se lo comunicó a Hitler, el cual llamó a Himmler y le gritó:
—¡Himmler, no le permito que haga lo que le dé la gana! ¿Para qué quiere usted un ejército privado? ¡Haga el favor de cumplir con mis órdenes!
Después de dejar a Hitler, Himmler llamó a Günsche y le musitó:
—¿Cómo se atreve usted a informar de eso al Führer? Tiene suerte de no ser uno de mis subordinados.
A partir de entonces, Hitler dejó de convocar a Himmler. Hasta la conquista de Berlín por el Ejército Rojo, Himmler sólo volvió a aparecer una única vez, con ocasión del cumpleaños de Hitler, el 20 de abril. Tres días antes del suicidio de Hitler, el 27 de abril, se supo que Himmler había entablado, por su propia cuenta, negociaciones con el conde sueco Bernadotte, un hombre al que se consideraba un intermediario de los angloamericanos. En las negociaciones preliminares con Bernadotte, Himmler se había mostrado dispuesto a aceptar las propuestas de los ingleses e iniciar las negociaciones para un tratado de paz por separado, al margen de Hitler. Himmler mantenía tropas a su disposición para eliminar a Hitler en el caso de que las negociaciones con Bernadotte acabaran de manera favorable.[417] Göring ya sólo aparecía para las conferencias informativas. Hitler ya no lo invitaba a su lado como tiempo atrás.
Una noche de comienzos de abril, Günsche tropezó con Goebbels en el salón comedor de la cancillería del Reich. Éste, que acababa de entrevistarse con Hitler y estaba ahora cenando, invitó a Günsche a sentarse con él. Goebbels daba la impresión de estar abatido. Preguntó a Günsche acerca de las medidas de seguridad que había decidido para el distrito gubernamental. Günsche le informó de las diferentes posiciones artilleras, de las barreras antitanque y de los otros obstáculos que había mandado levantar. Goebbels le escuchaba con mucha atención y dijo que había constatado con satisfacción que también su mansión estaba protegida por diversas posiciones artilleras. A continuación, elogió la voluntad de los berlineses de defender su ciudad y declaró con ese patetismo que le era tan propio:
—Defenderé Berlín de la misma manera que lo conquisté en 1933 para el Führer.
Goebbels añadió que muchos miembros de la dirección del Partido abandonaban como ratas el barco que naufragaba. Entre ellos, Göring.[418] A la Luftwaffe de éste correspondía la culpa principal en los fracasos de las tropas alemanas. A ello respondió Günsche que la dirección de las «Juventudes Hitlerianas» ya había preguntado en varias ocasiones por qué Hitler no destituía a Göring, quien, según una resolución del Reichstag, era el primer sucesor de Hitler. Günsche informó a Goebbels de una carta que Kurt Petter, el jefe superior administrativo de zona de las «Juventudes Hitlerianas», había enviado a Hitler.
Petter dirigía en el Allgäu a los grupos clandestinos de dicha organización juvenil que habían sido evacuados hacia allí desde el este de Alemania. En el nombre de dicha formación, Petter declaraba que no consideraban a Göring el sucesor de Hitler. Expresó esta circunstancia con las siguientes palabras:
—Mein Führer, le hablo en nombre de las «Juventudes Hitlerianas» y le declaro con toda solemnidad que esta organización rompe sus relaciones con Göring y que no está dispuesta a reconocerlo como su sucesor.
Günsche le dijo a Goebbels que había entregado la carta de Petter a Hitler, quien a su vez la había leído sin decir nada, limitándose a un gesto de rechazo.
Cuando Günsche guardó silencio, Goebbels replicó que el Führer se mostraba demasiado titubeante en el asunto de Göring y que no tomaría medida alguna. Günsche respondió que si Hitler no se decidía a quitar de en medio a Göring, entonces alguien debería tomar la iniciativa con urgencia.
—Doctor —dijo Günsche—, yo creo que se haría un gran servicio al Führer si se colocaran unas minas antitanque debajo del coche de Göring y se le hiciera volar por los aires.
Goebbels calló durante unos instantes. Entonces se levantó y respondió en voz baja:
—Señor Günsche, yo no he oído nada. No quiero tener nada que ver con ese asunto.
A continuación, estrechó amigablemente la mano de Günsche y salió a paso lento y cojeando de la habitación. Era evidente que Goebbels no tenía nada que objetar al asesinato de Göring, pero no quería verse envuelto en el asunto.
También en la relación de Hitler con Ribbentrop se había producido un enfriamiento manifiesto. La razón era la siguiente: Hitler le reprochaba no haber proseguido con la energía necesaria su plan para lograr una paz por separado con ingleses y americanos. Hitler decía con ironía:
—Ribbentrop ya está demasiado cansado. ¡Se ha dormido!
Ribbentrop tenía la costumbre, cuando estaba de pie hablando con alguien, de cerrar los ojos y echar la cabeza hacia atrás, como si flotara en otra esfera. Entonces preguntaba de manera repentina:
—¿Qué es lo que acaba de decir?
Esto hacía que Hitler constatara con enfado:
—Este tipo se duerme de pie.
El reproche de Hitler de que Ribbentrop era incapaz de preparar el terreno para un acuerdo con los angloamericanos también echó por tierra la reputación de su lugarteniente, Hewel. Esto se hizo evidente a partir de la ruptura de las conversaciones de Estocolmo del otoño de 1944, en las que se había negociado con los ingleses una paz por separado.[419] Desde entonces, Hitler guardó una distancia cada vez mayor con respecto a Hewel. A diferencia del pasado, cuando Hewel se movía en el ambiente más inmediato a Hitler, almorzaba con él y participaba en las tardes del té, ahora sólo acudía a las reuniones informativas. Al margen de estas ocasiones, Hitler ya no permitía que se acercara a su persona.