CAPÍTULO 13

ENERO - MARZO DE 1945

El cuartel general de Hitler en Berlín cambió varias veces de emplazamiento. Primero, Hitler lo instaló en la antigua cancillería del Reich, en la Wilhelmplatz. Sobre el edificio no ondeaba su estandarte ya que su presencia allí se quería mantener en secreto. En los años previos, cuando Hitler llegaba a Berlín, siempre se había izado su bandera sobre la cancillería del Reich. Este acto se acompañaba de un redoblar de los tambores de la guardia de honor, que se presentaba para la ocasión en el patio de honor.

El estandarte de Hitler se había confeccionado siguiendo su propio diseño: el centro del paño cuadrado y de color rojo lucía un círculo blanco enmarcado en oro y con una cruz gamada negra; en las cuatro esquinas aparecían unas águilas alemanas bordadas en oro, cada una con su cruz gamada.[370] Hitler había decidido que sólo su Leibstandarte podía llevar esta bandera como estandarte de combate.

En la cancillería del Reich se habían instalado, junto a Hitler, los ayudantes, las secretarias y los médicos, además de Bormann, Fegelein, Otto Dietrich, Hewel y la guardia personal del Führer. Keitel y Jodl se mudaron junto con sus estados mayores al distrito berlinés de Dahlem. Guderian ocupó el cuartel del estado mayor que había sido instalado ya antes del inicio de la guerra, en 1939, cerca de Zossen, a unos treinta kilómetros al sur de Berlín. Dönitz y su estado mayor se encontraban en las cercanías de Oranienburg. Ribbentrop vivía en su propia mansión del barrio de Dahlem. Göring se había refugiado en su pabellón de caza de Karinhall, en medio de un coto, la Schorfheide, a 60 kilómetros al noreste de la capital del Reich. El nombre de ese pabellón, que Göring había mandado construir poco después del acceso al poder de Hitler, pretendía ser un homenaje a su difunta esposa, una sueca de nombre Karin. Con Göring vivían ahora su segunda esposa, de apellido Sonnemann, una antigua actriz, y su hija de siete años, Edda. El estado mayor personal de Göring también estaba instalado en Karinhall.

En Berlín, Hitler convocaba dos reuniones diarias para analizar la situación militar, a las tres de la tarde y a las doce de la noche. Se desarrollaban en el jardín de invierno de la cancillería del Reich. En la sesión informativa del mediodía participaban: Keitel, Jodl, Guderian, Wenck, Buhle, Koller, Winter, Fegelein, el almirante Wagner, del estado mayor de Dönitz, Voss, Bodenschatz, Scherff, Hewel, Otto Dietrich, Christian, Burgdorf, así como los ayudantes de Hitler, Von Below, Von Puttkammer, Borgmann, Johanmeyer y Günsche. También asistían los oficiales del estado mayor operativo de la Wehrmacht, el coronel Waizenegger, el mayor Büchs y el capitán de navío Assmann, además de los ayudantes de Keitel, John von Freyend, el ayudante de Fegelein, comandante de las SS Göhler, el ayudante de Guderian, el mayor Von Freytag-Loringhoven, y en ocasiones también el oficial de Guderian para asuntos especiales, el capitán de caballería Boldt, Bormann y su consejero, el coronel de las SS, Zander.

A petición de Hitler, Bormann y Zander participaron de manera permanente en las sesiones informativas. Ello se debía a que Bormann había recibido la misión de formar la milicia del Volkssturm y de evacuar a la población de los territorios alemanes del este. También Göring y Dönitz acabaron asistiendo a casi todas las reuniones. La situación en el frente oriental era referida por Guderian o Wenck; la del frente occidental, por Jodl o Winter. En las cuestiones relativas a la Luftwaffe informaban Christian o el mayor Büchs, del estado mayor de la Luftwaffe, que ejercía como colaborador de Jodl en el estado mayor operativo de la Wehrmacht. Sobre las operaciones de la Marina de Guerra rendían cuentas el almirante Wagner o el capitán de navío Assmann.

En las conferencias de la noche participaban Fegelein, Hewel y los ayudantes de Hitler. Sobre la situación en los frentes informaban los ayudantes de Hitler, Von Puttkammer, Von Below y Borgmann, por este orden. Las reuniones eran meramente informativas y habitualmente no duraban más de 20 ó 30 minutos. Hitler recibía todos los días del alto mando de la Wehrmacht un breve informe procedente del frente. Este informe llegaba hacia las once de la mañana, mientras el Führer aún dormía. Linge lo colocaba junto a las informaciones de la Oficina Alemana de Noticias, sobre una silla puesta ante la puerta que daba al dormitorio de Hitler. Éste lo recogía de allí.

Fegelein y Günsche recibían, además de los informes del alto mando de la Wehrmacht, noticias diarias de las divisiones de las SS acerca de la situación en el frente oriental. También éstas eran transmitidas a Hitler, pero tomaban un camino diferente al de los canales oficiales: eran transmitidas por los mandos de las divisiones SS directamente a Himmler, quien las revisaba y enviaba a Hitler. Este sistema de comunicación directa con las divisiones de las SS había sido introducido por Hitler en otoño de 1942, con el objetivo de poder verificar los informes que llegaban del alto mando de la Wehrmacht y del alto mando del Ejército de Tierra acerca de los combates que se libraban en cada uno de los sectores del frente. Este procedimiento permitía que Hitler estuviese informado sobre el desarrollo de los combates y la situación en aquellos sectores del frente donde combatían divisiones de las SS antes de que comenzaran los encuentros con los generales.

Hitler recibía además todos los días, después del desayuno, despachos acerca de las destrucciones causadas por la aviación angloamericana en las ciudades alemanas. Estos datos los recogía por toda Alemania la cancillería del Partido, que dirigía Bormann, y Schaub los presentaba al Führer. Esto le comportó el mote de «Julius, alfombra de bombas».

Cuando Hitler llegó a Berlín procedente de Bad Nauheim, también se desplazó a la capital Eva Braun, que había sido llamada desde Múnich.[371] Se instaló en unas habitaciones de la cancillería del Reich contiguas al alojamiento de Hitler. Excepción hecha de una estancia de dos semanas en Múnich, en febrero de 1945, Eva Braun permaneció en Berlín, junto a Hitler, hasta el final.

La ofensiva rusa, que había comenzado el 12 de enero del 1945 a lo largo del río Vístula, se amplió en los días siguientes hacia todo el frente, desde el mar Báltico hasta los Cárpatos. Pocos días más tarde se conquistó Varsovia, la capital de Polonia, considerada uno de los bastiones clave de la defensa alemana.[372]

Poco tiempo después de la caída de Varsovia, los soviéticos rompieron el sistema defensivo escalonado en profundidad, que los alemanes habían levantado en el sur de Prusia Oriental. Después de intensos combates, se produjo la ocupación de ciudades como Olstyn (Allenstein), Majevo (Tannenberg) e Ilawa (Deutsch-Eylau). Al mismo tiempo, las tropas rusas arrollaron las defensas alemanas en el margen occidental del Vístula, a la altura de Sandomierz, y avanzaron en dirección a las zonas industriales de la Alta Silesia.

En estas circunstancias, Guderian anunció a Hitler en una reunión que el Ejército Rojo había alcanzado la bahía de Danzig, y que los ejércitos que allí combatían, el 3.er y el 4.º del grupo de ejércitos del norte, habían quedado cercados. La mayor parte de las fuerzas del grupo de ejércitos del norte se hallaban en este cerco de Prusia Oriental, uniendo su destino a los ejércitos 16.º y 18.º del grupo de ejércitos de Curlandia, que desde el otoño de 1944 estaban inmovilizados en el Báltico. Guderian indicó que el aprovisionamiento del grupo de ejércitos sólo era posible por vía marítima y superando grandes dificultades, de modo que propuso evacuar las unidades del grupo de ejércitos de Curlandia por mar y emplearlas en Pomerania contra los rusos.

Según el plan de Guderian, el ataque debía iniciarse desde Pomerania en dirección sur. Para ello había previsto emplear al grupo de ejércitos de Curlandia, a la 6.ª división acorazada de las SS de Sepp Dietrich, que, como era sabido, estaba siendo trasladada desde el frente occidental, y al 3.er ejército, destacado en Pomerania. Mediante esta operación, Guderian pretendía aislar a las tropas rusas que avanzaban hacia el bajo Oder y levantar a lo largo de la antigua frontera germano-polaca una poderosa línea de defensa. Guderian opinaba que las unidades mencionadas (en total se trataba de unas cuarenta o cuarenta y cinco divisiones, con unos mil seiscientos tanques) eran suficientes para llevar a cabo esta operación. No había tiempo que perder. Según Guderian, había que volver a expulsar a los rusos de Alemania lo más rápidamente posible. Hitler, que había escuchado la exposición de Guderian con creciente impaciencia, respondió empleando un tono cortante:

—Guderian, yo ya sé que hay que expulsar a los rusos lo antes posible. No es necesario que usted me lo recuerde.

A pesar de ello, Hitler rechazó de manera categórica la propuesta de Guderian de trasladar las tropas del grupo de ejércitos de Curlandia desde el Báltico hacia Pomerania. Justificó la decisión asegurando que ello permitía sujetar a las fuerzas rusas, que de otra manera hubieran podido ser empleadas en los combates de Prusia Oriental, Polonia y Silesia.

En otoño de 1944, cuando la situación del frente oriental aún se presentaba favorable a los alemanes, Guderian había propuesto que el grupo de ejércitos de Curlandia avanzara desde el Báltico hasta Prusia Oriental, siguiendo el curso del río Memel. Hitler había rechazado la propuesta, porque creía que las tropas alemanas en el Báltico eran un medio de presión contra Suecia. Hitler consideraba que mientras las fuerzas alemanas permaneciesen en el Báltico, Suecia no claudicaría ante las presiones británicas y continuaría suministrando minerales a Alemania.

Sin embargo, en esta ocasión Guderian no estaba dispuesto a ceder.

Había traído consigo a la reunión informativa al general Gehlen, jefe de la sección de ejércitos extranjeros del este en el alto mando del Ejército de Tierra, contraviniendo todas las normas establecidas. Gehlen era responsable de los servicios de información encargados de observar a las fuerzas armadas de los estados de la Europa oriental, incluida la Unión Soviética y ahora tenía que apoyar ante Hitler la propuesta de Guderian de emplear el grupo de ejércitos de Curlandia. Con la ayuda de datos que su servicio de información había reunido, Gehlen intentó demostrar a Hitler que las tropas destacadas en Curlandia no estaban reteniendo una cantidad significativa de fuerzas rusas. Al contrario, el Ejército Rojo había retirado desde aquel punto una notable proporción de unidades. Estas unidades habían sido localizadas ahora en el área donde combatían las tropas rusas que se dirigían al bajo Oder. Los argumentos de Gehlen provocaron la cólera de Hitler, que gritó que no toleraba aquella manera de proceder del estado mayor general. Prohibió a Guderian que volviera traer a Gehlen en el futuro y mencionar tan sólo la posibilidad de retirar las divisiones del grupo de ejércitos de Curlandia.

—A sus órdenes, mein Führer —respondió Guderian y guardó silencio.

Hitler declaró, en referencia a los combates en Prusia Oriental, que toda ciudad, toda aldea y toda casa debía ser transformada en un bastión inexpugnable. Gritando, hasta quedarse sin voz, afirmaba que era el deber de los alemanes luchar de tal manera que el miedo hacia los rusos, existente entre las tropas y la población, acabara por transformarse en miedo de los rusos hacia los alemanes.

El miedo a los rusos era, de hecho, notable. La retirada desordenada de las tropas alemanas provocó el pánico entre la población y arrastró a la gente a una huida en masa hacia el interior de Alemania. Las caravanas de refugiados, ancianos, mujeres y niños se desplazaban por las carreteras y los caminos de Prusia Oriental, y se amontonaban ante las barreras antitanques, que sólo disponían de estrechos y sinuosos pasos. Muchos, sobre todo los niños, murieron congelados en el camino a causa de las severas heladas.

Las tropas soviéticas tomaron las ciudades de Tilsit, Gusev e Insterburg después de fuertes combates. El Ejército Rojo logró romper el sistema defensivo escalonado en profundidad levantado en los lagos de Masuria. En la costa báltica, las tropas alemanas se aglomeraron en una estrecha y arenosa lengua de tierra y en la península de Samland. Su situación allí era desesperada. Hitler reaccionaba siempre con las mismas palabras a los informes que le llegaban al cuartel general:

—¡Hay que resistir y no retroceder!

Cuando las unidades alemanas se vieron aisladas en el istmo de Curlandia y en la península de Samland, Hitler llamó a su ayudante, Johannmeyer, para que se trasladara en avión al frente de Prusia Oriental, a fin de hacer una observación detallada y redactar un memorándum al respecto. Hitler quería verificar las informaciones procedentes de los mandos de los ejércitos alemanes de Prusia Oriental. En primer lugar, porque en general no daba crédito a las malas noticias y, en segundo lugar, porque sospechaba que de manera deliberada se exageraba la situación para poder evitar así los duros enfrentamientos con los rusos.

Johannmeyer confirmó a su vuelta que las tropas de Prusia Oriental se hallaban en una situación muy delicada. Asimismo explicó que los soldados se apiñaban, mezclados con miles de refugiados y ganado, en una estrecha banda de la costa, donde cada disparo de la artillería rusa provocaba un enorme número de víctimas. Hitler le respondió:

—No voy a retirar de allí ni a un solo soldado. Tengo que mantener hasta el final la plaza fuerte de Königsberg. Mientras la ciudad esté en nuestras manos puedo seguir diciéndole al pueblo alemán que Prusia Oriental es nuestra y no de los rusos.

Cuando Johannmeyer aseguró que la población huía en masa de Prusia Oriental, y que ello provocaba la muerte de muchos seres humanos, Hitler exclamó:

—No puedo pararme a considerar este tipo de hechos.

Königsberg quedó rodeada a principios de abril de 1945 por un estrecho cerco ruso. Hitler recibió el parte de que la artillería del Ejército Rojo estaba reduciendo a escombros la ciudad. A pesar de ello, ordenó al comandante de la plaza fuerte de Königsberg, el general Lasch, que resistiera. El 9 de abril, Königsberg fue tomada por las tropas rusas y el general Lasch fue hecho prisionero. Hitler lo hizo condenar a muerte en rebeldía.[373]

En cambio, ni tan sólo llegó a considerar la posibilidad de exigir responsabilidades al jerarca del Partido, Koch, al que había considerado el alma de la defensa de Königsberg. Al contrario, mientras en la ciudad aún se luchaba ferozmente, Hitler le ofreció la posibilidad de retirarse a la ciudad portuaria de Pillau, para que así pudiera escapar a tiempo de los rusos. Cuando Königsberg ya se hallaba cercada por las tropas rusas, Koch envió un telegrama desde Pillau al Gauleiter de Breslau, Karl Hanke, en el que le comunicaba que en ningún caso abandonaría la ciudad a los rusos y que la batalla de Königsberg sería un ejemplo de la lucha que el pueblo alemán llevaba a cabo en su fe ilimitada en el Führer. Karl Hanke, otro jerarca que nada tenía que envidiar a Koch, telegrafió de vuelta, sin perder un instante, que tampoco él entregaría Breslau, una ciudad que en aquel momento también se veía asediada por las tropas rusas. Para insuflar valor al pueblo alemán, Goebbels ordenó que se leyeran por radio los telegramas de estos dos «líderes populares», y darlos así a conocer a la población.

Koch y Hanke lograron abandonar los respectivos escenarios bélicos sin sufrir un solo rasguño, mientras que innumerables soldados tuvieron que dar su vida en Königsberg y en Breslau.[374]

Hitler y Bormann deliberaron desde finales de enero y principios de febrero repetidamente sobre cuál iba a ser el destino del Partido, dada la catastrófica degradación de la situación en el frente oriental. Hitler se mostró de acuerdo con la propuesta de Bormann de retirar de las líneas de batalla a los cuadros jóvenes del Partido nacionalsocialista, en su mayoría militantes de las «Juventudes Hitlerianas» que estaban al mando de unidades del Volkssturm, para enviarlos al oeste de Alemania. En primer lugar fueron trasladados hacia el oeste los alumnos de las Ordensburgen (las escuelas para la élite de la oficialidad nacionalsocialista) y de las Escuelas Adolf Hitler de Pomerania y Silesia. Era necesario preparar a estos jóvenes para las futuras tareas de mando en el Partido. Se les quería preservar para que el Partido pudiera continuar existiendo en el futuro. Bormann los instruyó para que pasaran a la clandestinidad, se comportaran lealmente con los angloamericanos y procuraran hacerse con puestos en la Administración. En cuanto al primer punto, debían retirarse al Allgäu, en los Alpes bávaros, al área de Bad Tölz-Lenggries. Entre aquellos que habían de dirigir las organizaciones ilegales de las «Juventudes Hitlerianas» en el oeste de Alemania, estaban el jefe de las Escuelas Adolf Hitler, el jefe superior administrativo de zona Petter, y el jefe de la formación militar de las «Juventudes Hitlerianas» Schlünder.[375]

Al mismo tiempo que se trasladaba a los jóvenes cuadros del Partido nacionalsocialista hacia el oeste de Alemania, Hitler ordenó que Koch, Förster y Greiser, Gauleiter de Prusia Oriental, Danzig y Poznan (Posen) respectivamente, se retiraran junto con sus estados mayores en la misma dirección.

En una reunión secreta, mantenida en la cancillería del Partido, situada en la Wilhelmstraβe, y en la cual participaron Petter, Schlünder y los colaboradores más estrechos de Bormann (el secretario de Estado, doctor Klopfer, el Oberbefehlsleiter[376] del Partido nacionalsocialista, Friedrichs, y el consejero de Bormann, Müller), éste declaró en referencia al traslado de los cuadros del Partido hacia el oeste de Alemania:

—Nuestra salvación está en Occidente. Allí nuestro Partido podrá continuar existiendo. La consigna de hacer frente al bolchevismo nos lo garantiza.[377]

Antes de su partida hacia el oeste de Alemania, el jefe superior administrativo de zona Kurt Petter visitó en marzo de 1945 a Günsche en la cancillería del Reich, para despedirse. Günsche era amigo de Petter desde comienzos de los años treinta, cuando ambos coincidieron en las «Juventudes Hitlerianas». Petter recalcó que sólo éstas podían conferir un futuro al Partido, porque las viejas generaciones se habían burocratizado y el pueblo las detestaba. Petter se dirigió a Bad Tölz, pasando por Sonthofen, para asumir la dirección de los grupos de las «Juventudes Hitlerianas» transferidas hacia allí desde el este de Alemania.

En febrero de 1945, mientras en el frente oriental (en Curlandia, Prusia Oriental, Pomerania, Silesia, Bohemia y Hungría) se libraban crueles combates, que devoraban casi todas las reservas alemanas, las tropas angloamericanas avanzaron hacia territorio alemán y entraron en él en la zona comprendida entre Aquisgrán y Tréveris, es decir, en un sector del frente muy debilitado después de que el 6.º ejército acorazado de Sepp Dietrich hubiera tenido que trasladarse.

El fuerte contraste existente entre la guerra en el este y en el oeste se reflejaba asimismo en las conferencias informativas de Hitler. A diferencia de las explicaciones de Jodl acerca del frente occidental, las de Guderian siempre se desarrollaban de manera tormentosa y provocaban una y otra vez la ira de Hitler. Dado que el frente occidental había quedado notablemente debilitado por el traslado de las tropas hacia el este, Hitler no podía sino registrar como inevitables los informes de Jodl sobre el avance de las tropas angloamericanas en suelo alemán. Pero se tranquilizaba con el hecho de que los angloamericanos serían detenidos en el obstáculo natural que representaba el Rin. Por esta misma razón, reaccionó de manera relajada al comunicado de Jodl, según el cual el traslado de las divisiones al frente oriental había provocado un notable incremento del número de soldados que desertaban hacia las posiciones de los angloamericanos. Las deserciones se explicaban por el terror que provocaba la batalla encarnizada contra el Ejército Rojo. Cuando una división subía a los vagones para ser transferida hacia el este, se daba la circunstancia de que trenes enteros, incluso compañías enteras, decidían optar por la huida y acababan pasándose al enemigo.

Al final de todos los meses, Speer, el ministro de Armamento y Producción Bélica, y Saur, su lugarteniente, informaban a Hitler acerca de la producción de armas y equipos de todo tipo. En ocasiones, estas cifras eran transmitidas a Hitler por teléfono y él las introducía personalmente en unas tablas. La mayoría de las veces, el dictador tenía consigo a un ayudante que seguía las conversaciones mediante unos auriculares y que también tomaba sus notas. A continuación, se contrastaban las cifras y se las comparaba con las que se habían recibido el mes anterior.

Los resúmenes de enero y febrero de 1945 aseguraban que la industria bélica alemana estaba produciendo a toda máquina, con la excepción de las fábricas de la Alta Silesia, ocupada por el Ejército Rojo. Esto se explicaba por el hecho de que los aviones angloamericanos bombardeaban sobre todo las empresas aeronáuticas, las refinerías de petróleo y los aeródromos. Se atacaban desde el aire las fábricas de aviones Messerschmitt de Augsburgo, las de Focke-Wulf en Bremen-Hemelingen, las de Heinkel en Rostock, las industrias aeronáuticas de Neustadt (Viena), que producían cazas propulsados a reacción, las fábricas de la BMW, donde se fabricaban motores de aviones, las de rodamientos de Schweinfurt y Ratisbona, así como talleres menores que producían aviones enteros o partes de éstos.

En el cuartel general de Hitler se tenía el firme convencimiento de que los angloamericanos pretendían destruir sobre todo la industria aeronáutica germana, porque la Luftwaffe representaba una de las armas más poderosas que los alemanes podían emplear contra ellos. Y en cambio, no parecían tener interés alguno en bombardear las industrias donde se fabricaban las armas que los germanos podían emplear en sus combates terrestres en el frente del este.[378]

También se intensificaron los ataques de los pilotos angloamericanos contra las ciudades alemanas. A Hitler le traía sin cuidado que los bombardeos las redujeran a escombros. En una ocasión declaró:

—Entre las ruinas resulta más fácil hacerse fuerte y defenderse.

En otra ocasión dejó caer:

—Para reemplazar las ciudades destruidas construiré otras muchas, más bellas cuando termine la guerra. En realidad debería agradecer a los angloamericanos el trabajo que me ahorran derrumbando los barrios de las ciudades que yo ya quería reformar.

Respecto a los ataques a Berlín, Hitler comentó en una ocasión:

—¡Espero que bombardeen de una vez el Ayuntamiento de Berlín! Como arquitecto, ese edificio siempre me ha repugnado. Si los anglosajones lo respetan será probablemente porque quieren hacerme rabiar —aseguraba riendo.

En febrero de 1945, Hitler se entrevistó en repetidas ocasiones con Speer. Ambos deliberaban sobre lo que debía hacerse con las industrias del oeste de Alemania en el caso de una ocupación angloamericana. El Führer, ante la retirada de las tropas de los territorios alemanes del este, había dado la orden de arrasarlo todo, para que nada quedara en manos de los rusos. En cuanto al oeste, en cambio, exigió preservar las industrias en su totalidad. Las instrucciones de Hitler obligaban a los empresarios a permanecer en sus puestos una vez que se hubiera ocupado el oeste de Alemania. La preservación de todas aquellas empresas, pensaba Hitler, era un buen punto de partida para que los directivos alemanes pudieran restablecer sus tradicionales relaciones amistosas con los magnates de la industria angloamericana. A ello se asociaban unas esperanzas muy determinadas. El Führer opinaba que la situación en el frente oriental había de llevar de manera inevitable a un pacto militar entre Alemania, Inglaterra y Estados Unidos para hacer frente a la amenaza bolchevique. En un contexto como aquél, la mediación de los empresarios podía desempeñar un papel decisivo.

A sugerencia de Speer, Hitler forzó a los empresarios de las regiones ocupadas por las tropas angloamericanas a retirar de sus maquinarias los componentes esenciales para su funcionamiento. A la hora de negociar con los angloamericanos, podían volver a colocar dichas piezas, para así demostrarles su buena disposición. Speer viajó aquellos días por las zonas industriales del oeste de Alemania con directivas de ese tipo, dadas por Hitler. Éste recomendó a Speer que se hiciera acompañar por personajes de probada lealtad: el doctor Vögler, el presidente del consejo de dirección del Consorcio del Acero; el doctor Rohland, jefe del comité central de tanques, y Geilenberg, el director general de la industria metalúrgica del Reich.

A finales de febrero, las tropas soviéticas habían avanzado en el área de Küstrin-Frankfurt-Goben hasta alcanzar el río Oder, con lo cual se hallaban a tan sólo unos ochenta o noventa kilómetros al este de Berlín. En aquellos combates se conquistaron, rodearon o cercaron importantes ciudades situadas entre los ríos Vístula y Oder: Torun (Thorn), Pila (Schneidemühl), Bydgoszcz (Bromberg), Poznan y otras más. Estas ciudades se hallaban junto a importantes nudos estratégicos. Los alemanes las habían declarado plazas fuertes. Todas las reservas aún existentes y todas las fuerzas capaces de ofrecer resistencia fueron lanzadas hacia el Oder, con el fin de detener a los rusos.

Hacia allá se dirigieron el ejército de reserva, navíos de guerra y los batallones del Volkssturm procedentes de Berlín y de su entorno. Se tomaron medidas especiales para estabilizar el frente. En éste se había abierto una brecha y el alto mando unificado había quedado destruido a consecuencia de la huida precipitada de las tropas alemanas ante las duras embestidas de los rusos. En este contexto, Hitler designó a Himmler comandante en jefe del recientemente formado grupo de ejércitos del Vístula. El Führer esperaba que Himmler, con su falta de escrúpulos y su crueldad, lograría restablecer el frente entre el mar Báltico y Silesia.[379]

En la retaguardia se formaron comandos especiales de las SS, al mando, entre otros, del general de Policía y teniente general de las SS Von dem Bach-Zelewski y Jeckeln, además de Skorzeny, para detener la marea de soldados en fuga. Estos comandos abrían fuego contra los soldados que pretendían huir del frente y los obligaban a volver a las líneas de combate. Si los que huían eran oficiales o funcionarios del Partido que habían sido incorporados al Volkssturm, se les colgaba en el acto.

Entre el río Oder y la ciudad de Berlín se levantaron a toda prisa fortificaciones escalonadas en profundidad, con varias líneas de contención y un sinfín de barreras antitanque. En estas tareas se obligó a colaborar a toda la población local, así como a los habitantes de Berlín. La movilización de estos trabajos correspondió a Stürtz, el Gauleiter de Brandemburgo.

Al comandante del 6.º ejército acorazado, Sepp Dietrich, se le encargó fingir un intercambio de mensajes de radio ficticios al oeste del Oder, en el área de Fürstenberg-Bad Saarow. Su ejército, que por orden de Hitler marchaba desde el frente occidental hacia Hungría, se hallaba por aquel entonces en el sector meridional del frente oriental. Dietrich organizó este intercambio de falsos mensajes con la ayuda de varios oficiales de su estado mayor. Mediante este envío de órdenes e informes apócrifos desde una unidad a otra del 6.º ejército acorazado se quería dar la impresión de que el ejército estaba localizado junto al río Oder. La treta perseguía un doble fin: engañar a los rusos acerca de la importancia real de las tropas alemanas en el Oder y disimular el traslado del 6.º ejército acorazado hacia Hungría.

A mediados de febrero, Hitler se mudó a su búnker antiaéreo. Le acompañaron Eva Braun y Morell, sin cuyas inyecciones el Führer ya no era capaz de pasar un solo día. El conjunto de su estado mayor personal permaneció en la cancillería del Reich. Hitler había ordenado la construcción de aquel refugio antiaéreo en los jardines de la cancillería del Reich, el búnker del Führer, en 1943.

Su refugio antiaéreo habitual, situado debajo del salón de los diplomáticos de la cancillería del Reich, que había utilizado hasta poco antes de que se iniciaran los ataques aéreos contra Berlín, ya no le parecía suficientemente seguro. Hitler quería estar a más profundidad; por ello el nuevo búnker se hundía tres metros más bajo tierra. Desde el búnker antiguo se accedía al nuevo por una escalera de caracol que acababa en una pequeña cámara con una puerta acorazada. Detrás de ésta comenzaba el amplio pasillo del búnker del Führer, que se dividía en dos mitades. En la primera de estas mitades, junto a la pared derecha, varios armarios guardaban el equipamiento para la protección antiaérea (trajes antigás, cascos de acero, máscaras antigás, extintores). Una puerta en esta pared llevaba al cuarto de máquinas, donde se hallaba la instalación para la ventilación. Una segunda puerta daba acceso a seis estancias comunicadas entre sí. Se trataba de la centralita para las comunicaciones telefónicas y telegráficas, donde había un telefonista de la guardia personal de Hitler; la habitación de Morell; la estancia de los primeros auxilios, donde se hallaba también el lecho del médico de turno de Hitler, el doctor Stumpfegger; el dormitorio de Linge y el dormitorio para los ordenanzas; finalmente, una sala de descanso. En la pared izquierda de la primera mitad del pasillo había una mesa rectangular con sillones, por encima de la cual colgaba un reloj. Junto a la mesa, se alzaba una cabina telefónica desde la cual el telefonista de turno anunciaba las llamadas que los presentes realizaban al exterior.

Una puerta en la pared izquierda del pasillo llevaba a los servicios, donde también se le había hecho un hueco a Blondi. Su apareamiento con el perro de la señora Troost no había dado «resultados». Por esta razón, a finales de enero, Blondi fue nuevamente apareada, esta vez con el perro del Reichsleiter Alfred Rosenberg, el ideólogo del Partido nacionalsocialista. Hitler mandó instalar un radiador en el rincón reservado a Blondi. A principios de abril, por fin, se produjo el tan esperado y jubiloso acontecimiento: el animal dio a luz ocho cachorros, de los cuales sobrevivieron tres. Hitler bautizó al más fuerte de ellos con su propio sobrenombre, Wolf. A lo largo de abril de 1945, Hitler podía pasarse horas enteras sentado en un sillón del búnker, jugando con Wolf, su perro favorito.

La primera mitad del pasillo estaba separada por otra puerta acorazada de la segunda mitad, la denominada antesala del salón de reuniones. La puerta estaba custodiada por un oficial de la guardia personal de Hitler. La antesala era el lugar donde los asistentes a las sesiones solían esperar la llegada del Führer. De las paredes colgaban grandes y valiosos cuadros, en su mayoría paisajes italianos. A lo largo de la pared derecha se alineaban entre doce y dieciséis sillones frente a un banco con almohadones. Delante de éste se había instalado una mesa amplia y rectangular con varias sillas también con almohadones. A la izquierda y derecha del banco había otras dos puertas acorazadas. La puerta izquierda llevaba a las habitaciones privadas de Hitler y Eva Braun, la derecha daba acceso al salón de reuniones.

Delante de las habitaciones de Hitler había un pequeño vestíbulo. Una mampara colocada detrás de la puerta del vestíbulo impedía que los asistentes a las reuniones pudieran ver el interior de las habitaciones de Hitler y Eva Braun.

Detrás de la doble puerta del vestíbulo se hallaba el despacho de Hitler, tapizado con una gruesa y mullida alfombra. En el despacho, a la derecha de la puerta, había un gran escritorio con un sillón. Sobre la mesa podía verse una gran lámpara de bronce, un juego de escritorio, un teléfono, un atlas y una lupa. Encima del escritorio colgaba un retrato de Federico II, pintado por Menzel, en un marco oval. Hitler sentía un gran aprecio por esta pintura. En la pared de enfrente había un sofá y delante de éste una mesa con tres sillones tapizados con seda estampada. Encima del sofá colgaba un bodegón y a su derecha podía verse una mesita de té y a la izquierda un aparato de radio. En la pared derecha había un cuadro especialmente valioso de Lucas Cranach.

En esta pared se abría una puerta que conducía al dormitorio de Hitler, también cubierto por una alfombra. Esta habitación albergaba una cama con su mesita de noche, un armario ropero, una mesita con ruedas para el té, una caja fuerte, en la cual el Führer guardaba documentos secretos, un armario con libros y una bombona de oxígeno. A la izquierda del despacho, una puerta daba acceso al cuarto de baño que compartían Hitler y Eva Braun. Desde allí se llegaba al vestidor de Eva Braun, así como a su sala de estar y dormitorio, que contenía a la derecha una tumbona tapizada de oscuro, una mesita redonda y un sillón. Una lámpara de pie bañaba la estancia con una luz amortiguada. Delante de la pared frontal se hallaba la cama de Eva Braun, un armario para la ropa y un cajón para su perro. El suelo estaba cubierto por una alfombra de estampados oscuros. De las paredes colgaban cuadros con flores. Una segunda puerta conducía al vestíbulo desde el dormitorio de Eva Braun.

En el salón de reuniones se alzaba a la izquierda una mesa de gran tamaño, con lámparas y teléfonos. Encima de ella, un juego de escritorio, un atlas, una lupa, lápices y las gafas de Hitler. Delante de la mesa había varios sillones, además de una tarima acolchada. Un banco igualmente acolchado se extendía a lo largo de las demás paredes. A la derecha de la entrada se veía un receptor de radio y otro teléfono.

La compuerta y la puerta acorazada permitían la salida al vestíbulo. Después de atravesar la compuerta, se llegaba a dos salidas de emergencia que llevaban a los jardines de la cancillería del Reich. De la primera salida subía una escalera de caracol revestida de losas. Por encima de esta salida se había construido una torre de forma cúbica y gruesas paredes de hormigón. Un guardia del Servicio de Seguridad vigilaba el acceso al refugio antiaéreo de Hitler desde esta torre. En el exterior, delante de la entrada, prestaba servicio otro hombre armado, miembro de la guardia personal del Führer.

Desde la segunda de las salidas de emergencia se ascendía a la superficie por una escalera de incendios metálica. Esta salida estaba protegida por una torre cilíndrica y cubierta por una cúpula. En ella se habían instalado diversos nidos de ametralladoras y puestos de observación. También esta torre la vigilaban soldados de las SS de la guardia personal de Hitler y una línea telefónica la comunicaba con el búnker.

El suelo, la cubierta y las paredes laterales del búnker del Führer estaban construidos con un hormigón de gran resistencia y de tres metros de espesor. El techo se había reforzado además con gruesas vigas de hierro. Pero, en opinión de Hitler, esto no era suficientemente seguro. Por esta razón mandó cubrir el búnker con una capa de grava de un metro de espesor, en la que se introdujeron unas mallas muy apretadas, hechas de acero. El acceso al búnker desde la cancillería del Reich se construyó en forma de zigzag y se aseguró mediante pesadas puertas acorazadas, siguiendo órdenes de Hitler.

El dictador sólo abandonaba el búnker para participar en la sesión informativa del mediodía y para el almuerzo. Cuando a principios de febrero de 1945 una bomba destruyó el jardín de invierno de la antigua cancillería del Reich, los encuentros con los generales se trasladaron al despacho de Hitler en la nueva cancillería del Reich. El Führer llegaba hasta allí atravesando los jardines. Si alguna de estas reuniones coincidía con alguna alarma aérea sobre Berlín, entonces la mantenían en el búnker. La sesión informativa de la noche se producía siempre en el búnker.

Hitler comía en compañía de Eva Braun y de sus secretarias desde que había vuelto de Bad Nauheim el 12 de enero de 1945. Ya no se invitaba a otras personas.

Por aquel entonces las relaciones entre Hitler y Göring se enfriaron de manera visible. Esta circunstancia se ponía de manifiesto en el curso de las conferencias para evaluar la situación militar. Fue Hitler el que propició este distanciamiento. Le reprochaba a Göring con frecuencia creciente (y en ocasiones en voz alta) que la Luftwaffe no estaba cumpliendo con sus tareas. En ocasiones, Hitler podía llegar a ser grosero: «¡La Luftwaffe está repleta de bocazas!», «¡La Luftwaffe debería morirse de vergüenza! ¡Los aviones enemigos se pasean por Alemania como si estuvieran en su casa!», «Si la Luftwaffe no es capaz de luchar en el aire, que al menos luche en tierra», «Las informaciones acerca del número de aviones enemigos derribados son falsas», «Muchos de mis pilotos no se merecen las condecoraciones que les he otorgado».

Göring guardaba silencio frente a estos reproches. Su única reacción consistió en dejar de llevar sus condecoraciones, al menos durante algún tiempo. Cuando durante las reuniones se hablaba de las operaciones de la aviación militar, Göring se alejaba con gesto ostensible de la mesa o abandonaba la estancia.

En cierta ocasión, un Hitler rojo de rabia presentó a Göring un artículo de prensa en el que se aseguraba que este último pasaba todo el tiempo en la Schorfheide, cazando jabalíes. Hitler le dijo a gritos que, si ya no tenía otra cosa que hacer que dedicarse a cazar jabalíes, al menos se preocupara de que esto no apareciera en los periódicos.

El Führer relevó a Göring de la responsabilidad de construir los aviones de reacción y encomendó este cometido a Himmler. Éste transfirió la dirección de la producción al ingeniero y teniente general de las SS Kammler, que desde otoño de 1944 era el responsable de la producción de cohetes y comandaba una unidad especial dotada con misiles balísticos V-1 y V-2.[380]

En la misma medida en que Hitler se distanció de Göring, se acercó a Goebbels. Pronto se entabló entre ambos una relación muy estrecha. Goebbels no participaba en las conferencias informativas, pero Hitler le hacía venir todos los días y deliberaba con él durante horas sobre todos los asuntos. En los últimos meses de la guerra, Goebbels logró convertirse en el asesor más próximo a Hitler.

A finales de febrero de 1945, el profesor Von Eicken, un especialista otorrinolaringólogo, operó al Führer de sus cuerdas vocales. Eicken había detectado una fístula, provocada por lo mucho que gritaba Hitler.[381] La intervención transcurrió sin complicaciones. Hitler, sin embargo, tuvo que guardar silencio durante una semana, pues de lo contrario corría el riesgo de perder la voz de manera definitiva. Durante aquellos días, fueron los ayudantes los que acudían al búnker y le presentaban la situación en el frente. El Führer escribía sus indicaciones y órdenes en las hojas de un cuaderno de notas.

En el área del grupo de ejércitos del Vístula, en Pomerania, el Ejército Rojo avanzaba a lo largo y ancho del frente en dirección al curso inferior del Oder. En ese mismo momento, unas veinte divisiones alemanas se hallaban en la franja costera que separaba Danzig de Stettin, de entre cincuenta y cien kilómetros de extensión.

En una reunión informativa de comienzos de marzo, Hitler hizo una evaluación de la situación en el frente. También a él la situación a lo largo del Oder y en Pomerania le parecía crítica en extremo, pero concluyó que se había presentado la posibilidad de asestar un golpe a los rusos. Hitler explicó:

—Los rusos no continuarán su ofensiva más allá del río Oder en dirección a Berlín, porque su flanco derecho se halla muy amenazado por las tropas alemanas concentradas en Pomerania. Mientras esta amenaza no haya sido anulada, no hay por qué temer un ataque a Berlín. Esto quiere decir que importantes fuerzas rusas estarán sujetas en Pomerania durante algún tiempo. Eso nos da la posibilidad de abrir una brecha en las líneas rusas destacadas en el área al sur de Stettin y de atacar seguidamente la retaguardia enemiga en el curso inferior del Oder. Esta operación abrirá a las tropas alemanas en Pomerania un espacio que les permitirá atacar las posiciones rusas al sur de Danzig, romper las líneas enemigas y avanzar a continuación en dirección a Schneidemühl y Poznan.

Guderian se opuso al plan de Hitler. Explicó que el Ejército Rojo había alcanzado el curso inferior del río Oder y que estaba a 90 kilómetros de Berlín. Por ello intentarían con toda seguridad conquistar la capital del Reich lo antes posible. El plan del Führer, por lo tanto, estaba condenado a fracasar desde un principio. Había que concentrar todas las fuerzas en el Oder y resistir allí. Hitler se puso fuera de sí por esta réplica y se dejó arrastrar por un ataque de furia. Era la primera vez que amonestaba a Guderian:

—¡Guderian, guarde silencio! —vociferó—. Los rusos no serán tan tontos como lo fuimos nosotros cuando estábamos frente a Moscú y queríamos conquistarla de inmediato. Recuerde que fue usted, Guderian, el que pretendió entrar el primero en Moscú con su ejército. ¡Usted debería saber mejor que nadie cómo acabó aquel asunto!

Guderian empalideció. Himmler, que según el plan de Hitler, debía dirigir la operación, apoyó a Guderian. Se hizo entonces un silencio sepulcral. Sólo se oía la respiración pesada del dictador. Después de una breve pausa, éste dijo que su evaluación de la situación era la única correcta y que sólo un diletante o un principiante podía llegar a una conclusión diferente. Ordenó que se retiraran las tropas del curso inferior del Oder y que se formaran dos grupos de choque. Éstos debían atacar avanzando, respectivamente, desde el área al sur de Stettin y desde la cabeza de puente en el margen oriental del Oder, entre Küstrin y Frankfurt. A continuación, les correspondía romper el frente y hacer retroceder a las tropas soviéticas. El golpe principal lo debía llevar a cabo el grupo que avanzaría desde Stettin.

En las conferencias que siguieron, Guderian advirtió una y otra vez de que los datos proporcionados por los servicios de información alemanes indicaban que los rusos estaban concentrando un gran número de fuerzas en el curso inferior del río Oder. Este hecho sugería que tenían la voluntad de seguir adelante con la ofensiva contra Berlín.

Hitler insistió en que se llevara adelante su plan.

El contraataque de las tropas alemanas, emprendido desde el área de Stettin, tal como lo había ordenado el Führer, quedó detenido en los primeros días, incapaz de hacer frente al fuego de la artillería enemiga.

Hitler sufrió un nuevo ataque de cólera. En presencia de todos los asistentes abroncó a Guderian como si se tratara de un colegial. A grito limpio lo acusó de haber hecho fracasar el ataque de manera premeditada. También le echó en cara a Himmler que se hubiera dejado convencer por Guderian.

Hitler se puso aún más furioso cuando, en los días siguientes, las tropas rusas avanzaron contra las unidades alemanas en Pomerania en lugar de dirigirse a Berlín. Insistía en que tenía razón y que él era el único capaz de adivinar las intenciones del enemigo. Para probarlo, hizo traer las actas de las reuniones en las que se había debatido sobre las intenciones de los rusos. Hitler se las entregó a Goebbels para que éste las estudiase. Goebbels se las llevó consigo y las devolvió más tarde acompañadas de una nota manuscrita: «Mein Führer, ¿por qué no destituye usted a estos generales tan incompetentes?».

La relación entre Hitler y Guderian quedó en entredicho desde aquellos días. Himmler fue relevado del mando supremo del grupo de ejércitos del Vístula y sustituido por el capitán general Heinrici.[382] Enfurecido y dolido, Himmler se retiró a Hohenlychen, un sanatorio de las SS que dirigía el general de división de las SS Gebhardt. Le comunicó a Hitler que estaba indispuesto. El teniente general de las SS Kaltenbrunner, el jefe del Servicio de Seguridad y de la oficina central de seguridad del Reich, asistiría desde entonces y de manera permanente a las reuniones con los generales. Sin embargo, Kaltenbrunner no decía palabra y se limitaba a escuchar en silencio.

Hitler no dedicó ni un comentario a esta presencia de Kaltenbrunner en las sesiones informativas. En su entorno se sospechaba que Hitler, que se sentía cada vez más inseguro, pretendía con ello transmitir una advertencia a los demás participantes de aquellas sesiones.

A mediados de marzo de 1945, en la antesala del despacho de Hitler en la nueva cancillería del Reich se habían reunido los habituales de la sesión informativa del mediodía. Esperaban a que Hitler hiciera su aparición. Los ordenanzas de las SS servían bebidas alcohólicas y un refrigerio. Guderian tomaba un coñac tras otro. Se diría que, ante la perspectiva de la reunión, bebía para darse ánimos.

Mientras tanto, el Führer, acompañado por Linge, se dirigía desde el búnker a su despacho, atravesando los jardines de la cancillería. Hitler ordenó a Linge que hiciera pasar a los reunidos. Los soldados de las SS de su guardia personal abrieron las puertas del despacho de par en par. Göring fue el primero en entrar. Le siguieron Dönitz, Keitel, Jodl, Guderian, Kaltenbrunner y los demás. Hitler se hallaba de pie junto a la gran mesa de mármol y le estrechó la mano a cada uno de ellos.

Guderian dijo algo a Hitler, mientras los ayudantes, Johannmeyer y Günsche, así como el adjunto de Guderian, Von Freytag-Loringhoven, extendían los mapas del frente oriental sobre la mesa. Hitler, con toda probabilidad, percibió el aliento a alcohol de Guderian y retrocedió un paso. Sin responderle, tomó asiento junto a la mesa de los mapas. Guderian, que a causa del coñac no estaba en condiciones de guardar el equilibrio, tuvo que aferrarse a la mesa.

Con la lengua algo pesada, Guderian informó sobre la situación en el frente oriental, comenzando por el grupo de ejércitos del sur. Algunos de los asistentes sonreían maliciosamente a hurtadillas, dándose codazos mientras escuchaban al general. De sus palabras se deducía que el contraataque del grupo de ejércitos del sur contra las cabezas de puente rusas de los ríos Danubio y Drava, al sur del lago Balatón, avanzaba muy lentamente. Guderian comunicó además que los potentes ataques de los rusos en Silesia y Bohemia contra el grupo de ejércitos del centro habían sido rechazados, con la excepción de algunas irrupciones. En esta área se estaban desarrollando unos combates encarnizados y ambos bandos estaban sufriendo un alto número de bajas. En el área del grupo de ejércitos del Vístula, el Ejército Rojo, avanzando desde Koszalin (Köslin) a Kolobrzeg (Kolberg), había roto el frente en dirección al Báltico, con lo que habían dividido en dos las unidades alemanas en Pomerania. Guderian añadió que las bajas eran muy numerosas y que todos los reservistas habían sido enviados al campo de batalla.

—Sería oportuno trasladar al grupo de ejércitos de Curlandia hacia el Oder —opinó.

Hitler se levantó de un salto en cuanto oyó estas palabras. Su cara estaba muy roja. Arrojó los mapas al suelo, golpeó la mesa con sus puños y gritó que Guderian se equivocaba desde hacía tiempo en su valoración de la situación en el frente oriental.

—¡Usted no supo valorar la situación ante Moscú durante el invierno de 1941! —gritó Hitler—. ¡Usted no supo interpretar la situación a lo largo del río Vístula, junto a Varsovia, en enero de 1945! ¡Usted hizo construir fortificaciones entre el Vístula y el Oder, reteniendo con ello a decenas de miles de soldados, en lugar de enviarlos al frente! ¡Y, por último, tampoco sabe usted interpretar correctamente la situación en el frente del Oder!

La cara de Guderian adquirió la palidez de un cadáver. Intentó tomar aire y se llevó la mano al pecho. Con la voz descompuesta comenzó:

Mein Führer, usted no puede hablarme de este modo. Nadie se ha esforzado más que yo por detener a los rusos, suponiendo que…

Hitler dio por terminada la reunión. Todos abandonaron la sala. Guderian se quedó solo.

Desde aquel día, Guderian no volvió a aparecer ante Hitler. Había sido destituido como jefe del estado mayor general del ejército.[383] Ocupó su puesto el general Krebs, que pocas semanas atrás había reemplazado al general Wenck como jefe de la sección de operaciones del alto mando del Ejército de Tierra, después de que éste hubiera resultado herido en un accidente. Con anterioridad, Krebs había sido jefe del estado mayor del mariscal de campo Model, al que se parecía mucho en su dinamismo y sus gestos vivaces. Krebs mantenía una estrecha amistad con Burgdorf y también con Goebbels y Bormann.