JULIO DE 1944 - ENERO DE 1945
Dada la crítica situación en el frente oriental, Heusinger y Schmundt pidieron a Hitler en repetidas ocasiones que volviera a trasladar su cuartel general a Prusia Oriental, para poder así dirigir las operaciones sobre el terreno. Pero Hitler se resistió. Explicó que no volvería a la «Guarida del Lobo» hasta que hubieran acabado las reformas de su refugio. Hitler sólo aceptó trasladarse nuevamente del Obersalzberg a Rastenburg cuando se le mostraron las fotografías de un búnker ya reformado, bautizado como «búnker de los huéspedes», en el que podía hospedarse de manera temporal. A principios de julio de 1944, dio la orden para el traslado de su cuartel general.[321]
Eva Braun había intentado convencer a Hitler de que permaneciera en el Berghof. Temía que algo le pudiera suceder. Él intentó tranquilizarla:
—No será por mucho tiempo, mi pequeña. Pronto estaré de vuelta.
Hitler y todo el cuartel general despegaron a bordo de diversos aviones del aeródromo de Salzburgo en dirección a Prusia Oriental.
Durante los cinco meses de su ausencia, de febrero a junio de 1944, la «Guarida del Lobo» había cambiado mucho su aspecto. Los búnkeres antiguos, que habían sido cubiertos por una capa de hormigón armado de un grosor de siete metros, y los de nueva construcción sobresalían del bosque como si se tratara de pirámides egipcias. Hitler se instaló en un primer momento en el que se había reservado para los huéspedes, muy bien camuflado. Una vez allí, lo primero que hizo fue visitar el búnker del Führer. Los trabajos en el exterior para reforzar la construcción ya habían concluido. Por aquel entonces la Organización Todt se ocupaba del acondicionamiento de los interiores.
En su interior, el búnker era un verdadero laberinto. Después de acceder a través de la puerta de entrada, había que atravesar dos compuertas para llegar al primero de los dos pasillos transversales que llevaban a las estancias. Las compuertas formaban dos habitaciones separadas con dos puertas acorazadas. En estas estancias prestaban su servicio los soldados de las SS de la guardia personal de Hitler. En el primer pasillo transversal estaban los dormitorios de las secretarias: las señoritas Wolf y Schroeder y las señoras Junge y Christian.
La señora Christian, de soltera Daranowski, se había casado a finales de 1942 con el coronel Christian, del alto mando de la Wehrmacht. Era una persona apasionada y satisfecha con la vida. A Hitler le gustaba mucho su ímpetu independiente y le concedía cualquier deseo. La influencia que ella tenía sobre el Führer quedó de manifiesto, por ejemplo, cuando éste ascendió a su marido a general de división y lo nombró jefe del estado mayor operativo de la Luftwaffe.
Desde el primer pasillo transversal, un corredor tortuoso llevaba al segundo de los pasillos, a lo largo del cual estaban las habitaciones de los ayudantes y de los ordenanzas, además de las de Morell y Linge. Desde aquí, unos corredores conducían en zigzag al despacho y al dormitorio de Hitler. En el búnker se hallaban asimismo el comedor de Hitler y el salón de reuniones. Su dormitorio estaba dotado de tuberías para el suministro de oxígeno. Este oxígeno procedía de dos bombonas, ubicadas en el exterior del búnker porque Hitler temía que estallaran. El contenido de las bombonas de oxígeno era examinado por un laboratorio en Gizyckp. Hitler quería evitar que alguien pudiese mezclar algún gas venenoso en el oxígeno.
Durante la inspección del búnker, el Führer dio la orden de asegurar la entrada con un grueso muro de hormigón y de apostar ametralladoras entre el muro y la entrada para el caso de que los rusos atacasen con paracaidistas. Asimismo, ordenó instalar en el techo nidos de ametralladoras para proteger los accesos. Era evidente que se había convertido en un hombre temeroso. Por esta misma razón, hizo cavar zanjas e instalar ametralladoras delante del búnker de los huéspedes, donde él mismo había estado hospedado por algún tiempo.
A Linge le exigió:
—Pídale a Speer que nos proporcione las nuevas metralletas con las que se está equipando a las tropas. Yo también quiero disponer de un arma.
Linge le dirigió a Hitler una mirada de extrañeza, como si quisiera decirle que él no necesitaba una metralleta, porque los soldados de las SS estaban allí para proteger a su Führer. Cuando Hitler percibió la mirada de Linge, le explicó con ese tono teatral que le era tan propio:
—No vaya a pensar que esperaré sentado en el búnker hasta que me eliminen. Si lo requiere la situación, también yo empuñaré un arma y combatiré. Encárguese usted de que los ordenanzas no olviden hacer prácticas de tiro.
El mismo día que Hitler llegó a la «Guarida del Lobo» se celebró una reunión informativa en la que participaron los integrantes habituales. Heusinger presentó la situación en la zona central del frente oriental.
Hitler estaba sentado junto a la mesa, inclinado sobre ésta. Su mano izquierda, temblorosa, le colgaba sin fuerza. Su mano derecha se desplazaba nerviosamente sobre el mapa. Heusinger anunció que, a pesar de haber concentrado importantes fuerzas procedentes de las divisiones de otros sectores del frente y a pesar de haber realizado contraataques con tenacidad, no se había logrado detener el avance de las tropas enemigas en el área del grupo de ejércitos del centro. Minsk había caído. Los rusos habían cruzado el río Berezina a lo ancho del frente. Sus unidades de reconocimiento avanzaban hacia Vilna y Goradnia y, más al sur, en dirección a Baranovichi y Brets-Litovsk. En un tono apagado, Heusinger añadió que no parecía posible detener a los rusos más allá de las fronteras de Prusia Oriental. Las gruesas flechas rojas dibujadas en el mapa de operaciones mostraban efectivamente que las avanzadillas de los rusos se estaban acercando a la frontera prusiana. El cuartel del estado mayor del grupo de ejércitos del centro se hallaba emplazado en Prusia Oriental, en suelo alemán. Quien fuera hasta entonces comandante en jefe del grupo de ejércitos, el mariscal de campo Busch, había sido destituido por Hitler a causa de su «inmovilismo». Lo había reemplazado por el capitán general Reinhardt, que hasta ese momento había estado al frente del 3.º ejército de aquel grupo de ejércitos.[322]
A pesar de la situación catastrófica en el sector central del frente, y de manera inesperada, Hitler y todo su estado mayor abandonaron Prusia Oriental y volvieron al Obersalzberg. El Führer explicó que se sentía agotado, que en Prusia Oriental hacía demasiado calor y que no toleraba aquel clima. Poco antes, en el Berghof, había afirmado que no soportaba el clima alpino del Obersalzberg. Ahora parecía que otro tanto le sucedía con el ambiente de Prusia Oriental.
Heusinger permaneció en la «Guarida del Lobo» por orden de Hitler. Pero apenas pasados unos días, se presentó en el Berghof e instó a Hitler a que retornara a Prusia. La situación crítica en la frontera requería su presencia, había que tomar las decisiones con rapidez.
Hitler cedió al apremio de Heusinger y regresó allí el 10 de julio.[323] Las reuniones para evaluar la situación se desarrollaron en un barracón situado a una distancia de 50 metros del búnker de los huéspedes, donde residía Hitler, ya que las obras en el búnker del Führer todavía no habían terminado. El barracón tan sólo estaba protegido por una delgada capa de hormigón, de un grosor de sesenta centímetros. A los pocos días del retorno de Hitler a la «Guarida del Lobo», el 20 de julio, durante una reunión, se produjo un atentado contra su persona.
Aquel día Hitler había abandonado el búnker de los huéspedes hacia la una del mediodía para dirigirse a la conferencia habitual. Hacía mucho calor. Se habían abierto todas las ventanas del salón de reuniones, situado a la izquierda de la entrada. Al comenzar la sesión se hallaban allí presentes, además de Hitler, Jodl, Korten, Heusinger, Warlimont, Fegelein, Scherff, Bodenschatz, Voss, Brandt, Schmundt, Günsche, Von Puttkamer, Borgmann, Von Below, John von Freyend —el ayudante de Keitel—, Waizenegger —colaborador de Jodl—, Büchs, Assmann, así como Sonnleithner, el enviado del estado mayor de Ribbentrop, que aquel día sustituía a Hewel.[324]
Heusinger inició la reunión explicando la situación en el frente oriental. Ésta era más o menos la siguiente en su tramo central: Vitebsk, Orsha, Maguilov, Babrujsk y Minsk estaban ya muy por detrás del avance de las tropas rusas. Vilna, la capital de Lituania, había caído en manos rusas tan sólo unos días antes. Las avanzadillas blindadas de los rusos se acercaban a Siauliai y Jelgava. Resultaba imposible restablecer el frente alemán. En todas partes se abrían brechas. Las tropas enemigas estaban junto a las fronteras de Prusia Oriental. Pocos días antes de esta reunión se había iniciado además una potente ofensiva soviética contra el grupo de ejércitos del norte de Ucrania.
Heusinger explicó que la nueva ofensiva se estaba llevando a cabo en un frente de unos doscientos kilómetros de anchura. Las tropas rusas habían logrado abrir profundas brechas en las líneas defensivas alemanas. Además, habían roto en toda su profundidad la plaza fuerte Prinz-Eugen, al este de Lvov.[325]
—Los combates se han desatado en las vías de acceso a Lvov —informó Heusinger.
En ese momento entraron en la estancia Keitel, acompañado de Buhle y del coronel del estado mayor general Von Stauffenberg.
Stauffenberg servía como jefe del estado mayor general del comandante en jefe del ejército de reserva, el general Fromm. Estaba destinado en la Bendlerstraβe, en Berlín, donde se había instalado el estado mayor de Fromm. Stauffenberg sólo se presentaba en el cuartel general en las ocasiones en que había que dar parte sobre la situación del ejército de reserva. Stauffenberg había luchado en su día con las fuerzas de Rommel en África. Allí había sido herido en el brazo izquierdo y había perdido un ojo y tres dedos de la mano derecha.
Heusinger continuó con su informe. Hitler estaba de pie, con la parte superior de su cuerpo muy inclinada sobre la mesa, estudiando el mapa del frente oriental. Tal y como se llegó a saber más tarde, Stauffenberg llevaba una cartera que contenía una bomba de relojería. Al entrar, la colocó debajo de la mesa donde se desplegaban los mapas de las operaciones. A continuación, volvió a abandonar la estancia, con el pretexto de hacer una llamada telefónica. Por aquel entonces, los participantes en las reuniones evaluativas podían presentarse en la sala sin que sus carteras fueran revisadas y podían entrar en las estancias vecinas si así lo deseaban.
Heusinger continuaba exponiendo su informe cuando se produjo una potente explosión en el salón de reuniones. Günsche y John von Freyend, que estaban apoyados en el marco de una ventana abierta, fueron alcanzados por la onda expansiva y lanzados al exterior. Cuando Günsche recuperó la conciencia, vio salir gruesas nubes de humo de las ventanas de aquella estancia y oyó los gemidos de las víctimas que se hallaban en el interior. Corrió hacia la entrada. Algunos soldados de las SS de la escolta personal de Hitler, que habían estado haciendo la guardia, también corrieron en dirección al barracón. Llegado a la puerta, Günsche se topó con dos individuos ennegrecidos que se tambaleaban y que, apoyándose uno en el otro, intentaban salir del barracón. Eran Hitler y Keitel. Sus ropas colgaban hechas jirones. Hitler apareció con el cabello revuelto y chamuscado. Su cara, sucia de hollín, estaba llena de manchas rojas. Günsche puso su brazo bajo la axila izquierda de Hitler y exclamó:
—¡Gracias a Dios, mein Führer, está usted vivo!
Keitel y Günsche sostuvieron a Hitler y lo llevaron a su búnker. Hitler había perdido la voz casi por completo. Luchando por respirar, graznaba una y otra vez:
—¿Qué…?, ¿qué ha sido eso?
Keitel y Günsche sentaron a Hitler en un sillón en el comedor del búnker. Éste exclamó entre resuellos:
—Un atentado…, una bomba… ¿Qué ha sido esto? ¡Qué suerte! Estoy vivo… Ha sido la mano de la providencia.
Llevado por la alegría, apretó una y otra vez las manos de Keitel y de Günsche. Su segundo cirujano, Hasselbach, que sustituía a Brandt, se precipitó en la estancia. Le seguían Bormann, Morell y Linge.
Hasselbach y Morell examinaron a Hitler. Comprobaron que tenía una contusión en el brazo derecho y daños en los tímpanos. Además, descubrieron heridas en ambas piernas provocadas por las astillas de madera que habían saltado cuando reventaron las planchas del suelo.
Poco a poco, el Führer volvió en sí. Recuperada el habla, expresó la sospecha de que se trataba de una bomba de relojería. Seguramente la habían colocado allí los operarios encargados de las obras del cuartel general, con el fin de eliminarlo. Hitler ordenó levantar de inmediato los suelos de su búnker, porque temía que también allí pudieran haberse colocado artefactos explosivos.
La bomba había herido además a otros miembros de la reunión: al teniente general Schmundt, ayudante personal de Hitler y jefe de la oficina de personal del Ejército de Tierra; al jefe del estado mayor general de la Luftwaffe; al coronel del estado mayor general Brandt, colaborador de la sección de operaciones del estado mayor general del ejército; al general de división Scherff, encargado especial del Führer de la historiografía militar; al general del aire Bodenschatz, el oficial de enlace de Göring con Hitler; al vicealmirante Voss, representante permanente de Dönitz; al teniente coronel del estado mayor general, Borgmann, ayudante de Hitler en el Ejército de Tierra; y a Berger, el taquígrafo. A todos ellos los llevaron al hospital militar de Karlshof, cerca de Rastenburg. Schmundt, Korten, Brandt y Berger murieron a consecuencia de las heridas. Heusinger, Warlimont, Jodl, Buhle, Fegelein, Von Puttkamer y Von Below no sufrieron más que leves magulladuras.
Himmler hizo acto de presencia en la «Guarida del Lobo» una media hora después del atentado e inició las investigaciones. El telefonista en el cuartel general, el sargento primero Adam, al que los participantes en las reuniones solicitaban las llamadas telefónicas, abordó a Linge más o menos una hora después de la explosión. Adam explicó que había visto cómo Stauffenberg había abandonado el salón de reuniones pocos minutos antes de producirse la explosión. También informó de que a continuación se había dirigido hacia su automóvil. Linge transmitió todo ello a Hitler de inmediato. Éste hizo llamar a Adam. Después de que éste repitiera su declaración, Hitler preguntó:
—¿Quién es ese Stauffenberg? ¿De dónde viene?
Linge respondió que Stauffenberg servía en el estado mayor general del ejército de reserva de Fromm. Al oír esto, Hitler exclamó:
—¡Stauffenberg es el autor del atentado! ¡Que se le detenga de inmediato!
Resultó que Stauffenberg ya había abandonado el recinto del cuartel general, a pesar de que se había mandado cerrar la salida después de la explosión. Había logrado salir y conducir su coche de vuelta a Berlín con el pretexto de que llevaba un cometido urgente de Hitler para Fromm. Dos horas después del atentado, Hitler llamó a Goebbels a Berlín.
Por éste supo que el distrito gubernamental estaba rodeado de soldados y que no podía abandonar su ministerio. Mientras Hitler hablaba con Goebbels, entró en el despacho de éste el comandante del regimiento de guardia de Berlín, el mayor Remer, cuyos soldados habían acordonado el distrito gubernamental. Remer se presentaba para informar de que había recibido esta orden del comandante de la ciudad de Berlín, el teniente general Hase. Hitler hizo que Remer se pusiera al teléfono y le dijo:
—¡Remer, escúcheme usted! ¡He sobrevivido! ¡Cumpla usted tan sólo mis órdenes!
Hitler ordenó a Remer que marchara con su regimiento a la Bendlerstraβe, donde se ubicaba el estado mayor del general Fromm, y que aplastara la sedición. Después de haber hablado con Goebbels y Remer, Hitler nombró a Himmler comandante en jefe del ejército de reserva en sustitución de Fromm. Himmler acató la orden y se desplazó de inmediato a Berlín, con la intención de eliminar el foco de conspiradores.
Antes de que Himmler llegara a Berlín, se habían producido en la Bendlerstraβe los siguientes sucesos: Stauffenberg había oído la explosión mientras abandonaba el cuartel general y al volver a la Bendlerstraβe había anunciado a los otros conjurados que Hitler había muerto. El grupo de conspiradores que allí se había reunido lo formaban: el general Beck, que había sido el predecesor de Halder en el cargo de jefe del estado mayor general del Ejército de Tierra; el general Hoepner, al que Hitler había expulsado de la Wehrmacht después de la derrota ante Moscú en el invierno de 1941-1942; el general Olbricht, que también había pasado a la reserva después de la derrota ante Moscú; Mertz von Quirnheim, el coronel del estado mayor general y colaborador del estado mayor general del ejército de reserva; y, finalmente, el general Fromm.
La noticia de la muerte de Hitler fue comunicada por Fromm a todos los distritos militares.[326] Al mismo tiempo, se emitió el santo y seña de Valquiria, que era la palabra en clave del ejército de reserva para decretar el estado de excepción en toda Alemania. El estado mayor de Fromm, además, envió a todos los distritos militares la noticia de que tras la muerte de Hitler se había formado un nuevo Gobierno que presidía el mariscal de campo Von Witzleben.
Witzleben había estado al frente hasta 1941 del grupo de ejércitos de Francia. Hitler lo había estimado mucho en su día. Pero con el paso del tiempo había caído en desgracia y Hitler lo había relevado de su cargo. Cuando Hitler supo de las órdenes que el estado mayor de Fromm había transmitido a los distritos militares, dio instrucciones a Keitel para que comunicara a los distritos militares que él había sobrevivido y que sólo debían seguirse las órdenes impartidas por él. En vista de los comunicados y las órdenes contradictorias que emitían los conspiradores y Keitel, la situación en los diferentes distritos militares se hizo del todo confusa.
No le resultó fácil a Hitler recuperar el mando sobre las tropas que se encontraban en territorio alemán. Aquellos días también halló un gran apoyo en el capitán general Guderian, que era entonces inspector general de las tropas acorazadas. Éste se pasó de inmediato al bando de Hitler. En una orden que dirigió a las tropas acorazadas del ejército de reserva y a las academias de blindados, Guderian condenó la conspiración contra Hitler y ordenó que se reprimiese por la fuerza cualquier acción que unidades del ejército de reserva pudieran emprender contra Hitler.
También en el estado mayor de Fromm, en la Bendlerstraβe, pronto se supo que el atentado contra Hitler había fracasado. Fromm, que quería salvar el pellejo y ocultar su participación en la conspiración, ordenó a los oficiales de su estado mayor que habían permanecido leales a Hitler que ejecutaran a Stauffenberg, Olbricht y a los demás. En el momento de su muerte, el capitán general Beck se hallaba en el despacho de Fromm.
Más tarde se descubrió que Beck, cuando constató que Fromm se pasaba al otro bando, se dirigió a él:
—¿Me permite? —le dijo al tiempo que tomaba la pistola de aquél, que estaba encima de la mesa.
Acto seguido se apuntó con ella a la cabeza y apretó el gatillo. Pero la pistola no se disparó. En vista de ello, fue el propio Fromm el que se encargó de dispararle un tiro a Beck.[327] A continuación, Fromm mandó sepultar los cadáveres en el patio del edificio de la Bendlerstraβe, donde estaba instalado su estado mayor.
Cuando Himmler se presentó en la Bendlerstraβe, ya había vuelto la calma. Himmler hizo detener a Fromm y mandó que se exhumaran y fotografiaran los cadáveres de todos los ejecutados. Los cuerpos habían sido sepultados juntos en una fosa común. Las fotografías se las envió a Hitler.
A continuación comenzaron las detenciones masivas. Hitler envió un grupo de agentes del Servicio de Seguridad, al mando del capitán de las SS Hans Bergmüller, a Gizyckp, sede del estado mayor general del alto mando del Ejército de Tierra, para practicar las detenciones. Fueron arrestados todos los jefes de secciones, generales y oficiales del alto mando de los que se sospechaba que pudieran haber estado involucrados en la conjura. Los trasladaron a la «Guarida del Lobo» para interrogarlos. Algunos generales y oficiales evitaron la detención quitándose la vida, como por ejemplo Wagner, segundo en el escalafón del estado mayor general. Fue el propio Hitler el que dirigió las investigaciones en el cuartel general. Los interrogatorios los llevó a cabo Högl, el jefe de la sección policial de Hitler, junto a colaboradores del Servicio de Seguridad. Högl daba parte de los interrogatorios a Hitler en persona y recibía de éste instrucciones sobre cómo proseguir las investigaciones y sobre las detenciones que aún se debían llevar a cabo.
Las investigaciones pusieron de manifiesto que todos los jefes de sección del estado mayor general y sus más estrechos colaboradores estaban al tanto del complot contra Hitler, excepción hecha del director de la sección de transporte, el general Gercke, y el jefe del estado mayor general, Heusinger,[328] que también había resultado herido en el atentado. Los detenidos declararon que habían organizado la sedición contra Hitler porque habían llegado a la conclusión de que no podían ganar la guerra no podía ser ganada bajo su mando. Un chiste cruel que se contaba en las más altas esferas militares daba cuenta de la capacidad de Hitler como caudillo militar. El chiste decía que en los monumentos dedicados a Hindenburg se había colocado un letrero que rezaba así: «Desciende, noble guerrero, junto a tu Ejército, tu cabo ya no da más de sí».
Terminados los interrogatorios, llevaron a los detenidos a la prisión berlinesa de Moabit. Allí, los principales implicados en la conspiración fueron puestos a disposición de un tribunal que presidía Freisler, el secretario de Estado en el Ministerio de Justicia.[329] Todos fueron condenados a morir en la horca. Previamente, un tribunal de honor los había expulsado de la Wehrmacht. Este tribunal lo componían Keitel en calidad de presidente, así como el mariscal de campo Rundstedt y el general de infantería Reinhardt, que era, en el alto mando de la Wehrmacht, el responsable de la formación nacionalsocialista en la Wehrmacht.[330]
Antes de morir, a los condenados se les permitió escribir cartas de despedida, que fueron examinadas y fotografiadas por la Gestapo y luego enviadas a Hitler. Entre ellas estaba la carta de despedida que el general Stieff, el jefe de la sección de organización del estado mayor general, escribió a su esposa. En ella le comunicaba que, con el fin de salvar su alma, había ingresado en la Iglesia católica. A Hitler esta circunstancia le hizo mucha gracia y explicó que con mucho gusto le dejaba al Papa el alma tenebrosa de este «diablo», pero no antes de haberlo colgado en la horca. Hitler llamaba «diablo» a Stieff por sus grandes ojos negros, algo saltones.
Smend, el teniente coronel en el estado mayor general y ayudante de Zeitzler, que también había sido condenado a muerte, solicitó a Hitler que se le fusilara en lugar de llevarlo a la horca. Hitler denegó la solicitud.
Todos los condenados fueron ahorcados. Entre éstos se contaban, al margen de Stieff y Smend: el mariscal de campo Von Witzleben; el comandante de la ciudad de Berlín, general Von Hase; el general de transmisiones Fellgiebel; el jefe de la unidad de organización en el estado mayor operativo de la Wehrmacht, el coronel del estado mayor general Meichssner; el prefecto de la Policía de Berlín, el teniente general de las SS conde Helldorf; el antiguo alcalde titular (Oberbürgermeister) de Leipzig, Goerdeler; diversos diplomáticos, entre ellos los embajadores Von der Schulenburg y Von Hassell; por último, varios religiosos así como diversos generales y oficiales del estado mayor general.
Todos fueron ahorcados en los sótanos de la prisión de Moabit.[331] Hitler ordenó que se fotografiasen las ejecuciones y que se le enviasen las imágenes. Los fotógrafos de Hoffmann se trasladaron desde la «Guarida del Lobo» a Berlín exclusivamente para este fin. Se hicieron fotos de cada uno de los condenados en el momento en que estaban bajo la horca; luego, cuando les apretaban la soga al cuello y, finalmente, cuando colgaban de la soga.
Como horca se utilizó una larga viga de hierro de la cual se habían colgado ganchos. En las imágenes enviadas a Hitler podía verse esta viga de hierro, con los ejecutados colgando de ella, vestidos de presidiario y separados unos de otros por largos cortinajes.
Al margen de estas ejecuciones, la Gestapo realizó fusilamientos en masa sin juicio previo alguno. Se fusilaron no sólo a aquellos de quien se sospechaba que habían participado en la conspiración, sino también a los considerados derrotistas.[332]
El capitán general Fromm no fue ejecutado en este primer grupo. Permaneció en prisión hasta comienzos de 1945, cuando fue fusilado por orden de Hitler.[333]
Hitler llegó a saber por medio de Himmler y Bormann que el mariscal de campo Rommel se había solidarizado con los conjurados. Le presentaron a Hitler informes del Servicio de Seguridad y Notificaciones del Kreisleiter[334] de Würzburg, según los cuales Rommel hacía proclamas derrotistas, declarando abiertamente que la guerra estaba perdida. Rommel se hallaba por entonces en su ciudad natal de Würzburg, donde se recuperaba de una leve herida en la cabeza que había sufrido en un accidente automovilístico.[335] Era un general muy popular, por ello Hitler ordenó matarlo sin juicio previo y de manera secreta. Esta orden fue ejecutada por el general Krebs, que sería nombrado en marzo de 1945 jefe del estado mayor general del Ejército de Tierra. Krebs relató a Günsche que, estando en octubre de 1944 en la residencia de Rommel, en Würzburg, había obligado a éste a envenenarse con cianuro, en cumplimiento de una orden dictada por Hitler.[336]
A la opinión pública alemana se le comunicó de manera oficial que Rommel había fallecido a consecuencia de las heridas sufridas en un accidente de tráfico. Para encubrir el asesinato, se le concedió a Rommel un funeral de Estado con todos los honores militares.
En las ocasiones en las que Hitler hablaba sobre el complot, afirmaba que los instigadores se habían dejado llevar por enemistad personal hacia su persona, y no por motivos patrióticos relacionados con el curso de la guerra. Explicaba en este sentido:
—Stauffenberg fue un instrumento en manos de unos personajes a los que yo había dado todo: los más altos puestos, riquezas y honores. Me apoyaron en todo y estaban satisfechos mientras gozaban de mi favor. Y ahora pretendían quitarme de en medio.
Hitler también intentó aprovechar el atentado para presentarse con el aura del caudillo «elegido por el destino». Declaraba:
—Sólo yo estoy en condiciones de salvar al pueblo alemán. Tan sólo yo podré conducir esta guerra hasta la victoria final.
A Linge le explicó:
—Sí, Linge, me ha salvado un milagro. La providencia me ha preservado para el pueblo alemán.
En el curso de los encuentros que mantuvo con los Gauleiter del Partido nacionalsocialista y con los oficiales del frente responsables de la instrucción nacionalsocialista, a los que se había convocado expresamente para ello en la «Guarida del Lobo», Hitler insistió en que la providencia lo había protegido para que pudiera llevar al pueblo alemán a la victoria.[337]
Para otorgar al atentado una dimensión histórica, Hitler mandó confeccionar una insignia especial, con la cual pensaba honrar a todos los participantes de la reunión informativa que habían resultado heridos en la explosión de la bomba. El distintivo se diseñó siguiendo el modelo de la insignia de los heridos de la primera guerra mundial. La diferencia estaba en que la nueva llevaba grabada la fecha del 20 de julio de 1944 y la rúbrica Adolf Hitler. Hitler también se la concedió a sí mismo. Hizo exponer algunas de estas medallas en su búnker en lugares bien visibles. No obstante, lo cierto era que sus heridas habían sido ciertamente insignificantes: una contusión en el brazo derecho, algunas astillas de madera en las piernas y pequeñas lesiones en los tímpanos. El Führer salió casi ileso, porque en el momento de la explosión estaba inclinado con todo el torso sobre la mesa estudiando el mapa del frente oriental. El tablero de la mesa, fabricado de madera maciza había amortiguado el ímpetu del estallido.
Schaub, el ayudante de Hitler, quería a cualquier precio ser «honrado» con una de las insignias para los heridos, a pesar de no tener lesión alguna. En el momento en que la bomba explotó, se encontraba en su despacho, separado por dos o tres habitaciones de la sala de juntas. Sin embargo, Schaub intentó sugerir a Hitler y a su estado mayor que sus tímpanos habían resultado lesionados. Durante varios días hizo como si no oyera bien y se llevaba continuamente la mano a la oreja. Le contaba a todo el mundo lo que había vivido durante el atentado.
Al principio pensó que unos aviones rusos habían lanzado un proyectil. La onda expansiva lo lanzó de la silla y de los armarios cayeron las botellas de champán. Schaub saltó por la ventana y se agachó para evitar una segunda onda expansiva. Hitler estaba dispuesto a concederle la condecoración por estas «experiencias». Pero se lo pensó mejor, pues los ayudantes y también los médicos insistían en que Schaub sólo fingía.
Hitler premió con 30.000 marcos y una gran casa cerca de Berlín al telefonista, el sargento primero Adam, que había dado la pista de Stauffenberg.
Högl recibió la insignia de oro del Partido por los interrogatorios a los que había sometido a los conspiradores en la «Guarida del Lobo». El mayor Remer, que había informado a Goebbels acerca del acordonamiento del distrito gubernamental, fue ascendido a coronel al instante y nombrado comandante de batalla (Kampfkommandant) del cuartel general de Hitler. El Führer creó este puesto porque los rusos ya estaban en las fronteras de Prusia Oriental, con lo que el cuartel general pasaba a estar en las proximidades del frente. Para el coronel Streve, que hasta entonces había sido el comandante del cuartel general, quedaron reservadas las tareas puramente administrativas.
Tras el atentado, en el cuartel general se introdujeron unas medidas de seguridad especialmente severas. Hitler mismo confeccionó la lista de los asistentes fijos a las reuniones informativas. Esta lista fue entregada a Schädle, el jefe de la guardia personal de Hitler, y a Högl, el jefe de su sección policial, para que uno y otro pudieran controlar el acceso a las sesiones. Los generales y los oficiales que no estaban en la lista sólo entraban después de que Hitler hubiera autorizado su acceso en cada caso y de manera individual.
Quien quisiera entrar en el salón de reuniones tenía que permitir que se inspeccionara su cartera y esto valía también para Göring, Dönitz, Keitel, Jodl o Warlimont. Las armas personales debían ser entregadas a los guardias. Warlimont, que era especialmente quisquilloso en todo lo que afectaba a su persona, se presentó desde entonces sin su cartera, llevando en la mano los papeles que necesitaba para la reunión.
Incluso las personas que venían al cuartel general para recibir un informe especial o para ser investidas con la orden de la cruz de hierro (que Hitler otorgaba en persona), estaban obligadas a dejarse registrar por los guardias del Servicio de Seguridad antes de que pudieran presentarse ante el Führer.
A comienzos de agosto de 1944, el estado de salud de Hitler empeoró. Los mareos se agravaron. Se le recomendó guardar cama durante dos semanas. Keitel lo sustituyó en las conferencias evaluativas. El «estratega», como lo llamaban en broma los jóvenes oficiales del estado mayor, vio llegada su oportunidad. Intentó imitar a Hitler en todos los detalles. Con un movimiento ampuloso de sus brazos dibujaba gruesas flechas azules sobre el mapa, que representaban los contraataques para hacer frente a las brechas que los rusos habían logrado abrir en el frente. Keitel golpeaba con el puño la mesa, se estiraba de manera artificiosa y lanzaba miradas amenazadoras a aquellos que se hallaban a su alrededor.
Se produjeron importantes cambios en el alto mando militar después del complot del 20 de julio. También hubo modificaciones en cuanto a los asistentes a las reuniones informativas. El jefe del estado mayor general del Ejército de Tierra era ahora Guderian, que, en el momento del atentado, se había mostrado como un leal seguidor de Hitler. Su delegado y jefe de la recompuesta sección de operaciones del alto mando del Ejército de Tierra era ahora el teniente general Wenck. El ayudante personal de Hitler y jefe de la oficina de personal del Ejército de Tierra pasó a ser el general Burgdorf, en sustitución de Schmundt, que había perdido la vida en la explosión. El cargo de jefe del estado mayor general de la Luftwaffe lo ocupó, en lugar del difunto Korten, el general de aviación Koller.[338]
Pero tampoco el «estratega» Keitel logró estabilizar el frente oriental. La ofensiva que habían iniciado los rusos a mediados de julio de 1944 en la zona del frente correspondiente al grupo de ejércitos del norte de Ucrania, llevó a la pérdida de las grandes ciudades de Lvov, Przemysl y Jaroslav.[339] Las tropas rusas alcanzaron el río Vístula, al sudeste de Varsovia, y lograron establecer una gran cabeza de puente junto a Sandomierz, al margen de otras varias más modestas a lo largo del margen occidental del río.[340]
Hitler recibía los partes de guerra postrado en su lecho. Pasaba las tardes en compañía de sus secretarias, que se reunían en torno a la cama del enfermo.
En aquellos días se desató una «lucha por el poder» entre los facultativos del Führer. Brandt y Hasselbach, los médicos y cirujanos que lo estaban tratando, rechazaban los métodos empleados por Morell. Le reprochaban haber saturado de estricnina el organismo de Hitler, lo que, en su opinión, había propiciado el creciente deterioro del paciente.[341]
El doctor Giesing, otorrinolaringólogo de Gizyckp que había tratado los tímpanos de Hitler a raíz de la explosión, se puso abiertamente del lado de Brandt y Hasselbach. La disputa llegó a oídos de Hitler. Morell, evidentemente, se impuso, porque con sus estimulantes y sus sedantes se había hecho imprescindible para el Führer. Hitler despidió a Giesing. Brandt y Hasselbach fueron sustituidos. En su lugar, Himmler le envío a su propio médico personal, el teniente coronel de las SS Stumpfegger.
Hitler, por entonces, necesitaba con urgencia un tratamiento dental. Su dentista, Hugo Blaschke, que lo había visitado durante años, fue requerido en el cuartel general. Blaschke tenía una consulta privada en la Kurfürstendamm de Berlín y militaba en el Partido nacionalsocialista. Antes de 1939, Hitler lo había convertido en catedrático. Durante la guerra había sido ascendido a general de brigada de las SS. De manera regular acudió a la cancillería del Reich, al palacete del Berghof y a la «Guarida del Lobo» para ocuparse de la dentadura de Hitler, Eva Braun y los colaboradores del estado mayor personal. El oro que Blaschke usaba para los empastes lo obtenía de las existencias de la dirección nacional de las SS. La Gestapo los había extraído de los prisioneros. Ese mismo organismo, además, recibía coronas y dientes de oro y puentes extraídos a los prisioneros de guerra rusos en los campos de concentración. Esta práctica había comenzado en 1944, siguiendo una instrucción secreta de Himmler, que cumplía de esta manera con una petición urgente de Hitler.[342]
A mediados de agosto, después de dos semanas de guardar cama, los médicos habían logrado recuperar a Hitler hasta el punto de que éste estaba en condiciones de participar otra vez en las conferencias diarias. Sin embargo, todavía estaba muy pálido y le costaba esfuerzo mantenerse de pie. Bajo los ojos se le dibujaban sombras oscuras. La mano izquierda le temblaba con fuerza. Aún llevaba vendado el brazo contusionado a raíz de la explosión. Además, caminaba más encorvado que nunca.
En la primera reunión después de la enfermedad de Hitler estaban presentes, además de los asistentes habituales, Bormann, el mariscal de campo Model, al que Hitler había ascendido a comandante en jefe del grupo de ejércitos del centro en sustitución del capitán general Reinhardt, y el Gauleiter Koch.[343] Desde el día en que los rusos habían expulsado al «emperador de Ucrania», como se le llamaba burlonamente en el estado mayor de Hitler, aquél había retornado a Prusia Oriental, donde había asumido el cargo de comisario de defensa del Reich.
Guderian, el nuevo jefe del estado mayor general, vestido con el uniforme negro de las tropas acorazadas, presentó su informe sobre la situación en el frente oriental: en la zona del frente del grupo de ejércitos del sur de Ucrania se podía esperar una ofensiva general en el área de Iasi-Chisinau. Las divisiones rumanas del flanco derecho no tenían un gran valor militar, por lo que había ordenado colocar entre ellas divisiones alemanas, como si se tratara de las varillas de un corsé. En la zona del grupo de ejércitos del norte de Ucrania, que había sido rechazado hacia el oeste más allá del río Vístula, no se esperaban más embestidas por parte de los rusos. El ataque de los alemanes contra la cabeza de puente que las tropas soviéticas habían establecido en el margen occidental del Vístula, junto a Sandomierz, no había dado resultados hasta ese momento.
Hitler, hablando en voz baja, interrumpió a Guderian:
—Si los nuestros no logran eliminar esa cabeza de puente, entonces no podremos mantener el Vístula cuando los rusos vuelvan a iniciar sus ataques.
Ordenó a Guderian concentrar todas las fuerzas para acabar con la cabeza de puente de los rusos y convertir el margen occidental del Vístula en una zona bien fortificada del frente.
Guderian continuó con su exposición. Describió la situación en la frontera de Prusia Oriental, hacia donde los rusos habían avanzado a lo largo de todo el frente. En ese momento Koch y Model intercambiaron miradas envenenadas. Koch enrojeció súbitamente y exclamó:
—La Wehrmacht no me apoya en la construcción de posiciones fortificadas a lo largo de la frontera. ¡Al señor Model esto parece interesarle muy poco!
Model no quiso quedarse atrás y le respondió, levantando asimismo la voz. Aseguró que Koch hacía lo que le venía en gana y que prestaba atención a los ingenieros militares en el asunto de la construcción de los dispositivos defensivos. Ambos se enfurecieron, gritaron cada vez más y se lanzaron mutuamente a la cara toda clase de improperios. Hitler tuvo que esforzarse para calmarlos.
Koch se había dedicado a reclutar a cientos de miles de civiles y de prisioneros de guerra rusos para la construcción de fortificaciones con el fin de hacer frente a las tropas soviéticas que se acercaban a la frontera prusiana. Aquí ya existía un dispositivo defensivo conocido como Triángulo de Heilsberg.[344] Ahora además se había levantado una densa red de instalaciones de apoyo en la tierra de los lagos de Masuria, que por sus características naturales ya era de por sí fácil de defender. En todas las carreteras y en los puentes se trabajaba febrilmente para levantar barreras antitanques y cavar trincheras.
Cuanto más se acercaba el frente a la frontera de Prusia Oriental, tanto más crecía la riada de refugiados que huían de los territorios fronterizos hacia la retaguardia. Esto representaba para Alemania una situación enteramente novedosa. Por primera vez la guerra se acercaba a sus propios territorios.[345]
Al final de la conferencia se abordó la cuestión de cómo se podía evacuar a tiempo a las mujeres y a los niños de Prusia Oriental sin provocar el pánico. Hitler dijo acalorado:
—Más vale que los rusos no se atrevan a entrar en Prusia Oriental. De lo contrario, se enterarán de lo que es el pueblo alemán. Este pueblo se aferrará con toda la fuerza a su tierra y la defenderá hasta la última gota de sangre. Van a descubrir cómo se alza este pueblo.
Con estas palabras se acabó la reunión. Los participantes ya abandonaban la estancia, cuando apareció inesperadamente Göring. Vestía un nuevo uniforme de paracaidista y botas altas de cazador. Se abalanzó sobre la mesa en la que aún estaba sentado Hitler y exclamó entre jadeos que sería ciertamente terrible que los rusos invadiesen Prusia Oriental. En Rominten ya había dado la alarma y había ordenado que sus cazas se dispusieran a entrar en combate. Con un suspiro Göring añadió:
—Mis pobres ciervos. ¡Esto es espantoso!
En aquellos días de agosto se hallaba en la «Guarida del Lobo», como invitada personal de Hitler, la propietaria del taller artístico Troost, la viuda Troost de Múnich. Hitler mantenía con ella una amistad desde los primeros años del Partido. La señora Troost tenía unos cuarenta años de edad y era ya una antigua militante del Partido nacionalsocialista que estaba en posesión de la insignia de oro del partido. Su marido, el difunto profesor Paul Troost, también había sido militante nacionalsocialista durante muchos años. Se había suicidado poco después de la llegada al poder de los nazis. Hitler había mantenido con ambos una relación muy estrecha durante mucho tiempo. Juntos habían trabajado en los planes para los grandiosos palacetes que Hitler quería construir para el Partido después de su ascenso al poder. A requerimiento de Hitler, Troost se encargaba de los diseños, que se convertirían en una obsesión para Hitler. Nunca se habían podido aclarar los motivos por los que el profesor Troost puso fin a su vida. En el entorno de Hitler se especulaba que después del triunfo nazi y en vista de la posibilidad de poder realizar todos sus proyectos, Troost había perdido el juicio y se había matado. Tras su muerte, Hitler le concedió el título de catedrático. Al mismo tiempo, le encargó a la viuda la decoración interior de su palacete del Berghof, la de la cancillería del Reich y la de diversos palacetes pertenecientes al Partido nacionalsocialista. De este modo, se mantuvo el contacto personal a lo largo de los años. Cuando Hitler se desplazaba a Múnich, solía verla casi a diario. La señora Troost, por su parte, lo visitaba con frecuencia en la cancillería del Reich y en el palacete del Berghof.
En esta ocasión, Hitler la había invitado al Berghof porque quería aparear a Blondi con el perro de la señora Troost. El apareamiento se produjo mientras Hitler estaba en la reunión informativa en la que Guderian había informado sobre la situación en el frente oriental y donde se había deliberado acerca de la evacuación de las mujeres y de los niños de Prusia Oriental.
Cuando la reunión llegó a su término, Hitler, acompañado de Linge, volvió al búnker y le preguntó a éste si se había producido el apareamiento.
—Sí, mein Führer, se ha cumplido con el acto de Estado —respondió Linge con buen humor.
—¿Qué tal se ha portado Blondi?
—Ambos se han comportado como novatos.
—¿Qué quiere decir con eso?
—Los dos han acabado por los suelos.
Hitler se echó a reír. El apareamiento de Blondi con el perro de la señora Troost fue todo un acontecimiento en el estado mayor de Hitler. Blondi era para Hitler algo especial. Nadie se atrevía a tocarla. Nadie estaba autorizado a darle de comer. Blondi sólo comía en compañía de Hitler. Cuando en 1943 el animal contrajo una enfermedad contagiosa, fue llevada a la clínica veterinaria privada del doctor Dopfer en Múnich, Rottmannstraβe, 1. Hitler hizo enviar a la clínica huevos, carne y manteca para el perro.
De Múnich llegaba cada mañana por vía telefónica un boletín médico con el estado de salud del animal, que Linge tenía que leer a Hitler en primer lugar. El Führer se mostraba muy preocupado cuando el boletín no era muy halagüeño. Le resultaba más fácil confirmar una sentencia de muerte para un oficial del frente condenado por derrotista, que recibir malas noticias sobre el estado de salud de su Blondi.
El 20 de agosto de 1944 las tropas rusas iniciaron la ofensiva contra el grupo de ejércitos del sur de Ucrania en el área de Iasi y Chisinau. A los pocos días ya habían arrollado las posiciones alemanas y rumanas. Muy pronto, el 24 de agosto, los alemanes abandonaron Chisinau. Algunas jornadas más tarde las tropas rusas se abrieron camino en dirección al río Prut.
Rumanía, dada la magnitud de la ofensiva rusa, se vio obligada a retirarse de la guerra.[346] En el cuartel general de Hitler, esto dio pie a la siguiente reacción.
Hitler explicó que los rusos intentarían aprovecharse de las posiciones logradas para avanzar hacia los Balcanes y hacerse con el control de los Dardanelos. De ello dedujo que posiblemente detuvieran por un tiempo su avance hacia el oeste. En términos políticos, esto significaba que el avance de los rusos en los Balcanes, considerados por los ingleses como su propia área de influencia, y, más aún, la amenaza sobre los Dardanelos, agravaría aún más las tensiones entre los angloamericanos y la Unión Soviética. Para argumentar su punto de vista, Hitler leyó en casi todas las reuniones los despachos de las agencias de prensa inglesas, entre ellos los de la agencia Exchange, de Londres, que contenían agrias diatribas contra la Rusia soviética.
Las posturas hostiles contra los soviéticos se acentuaron todavía más cuando las tropas rusas invadieron Bulgaria.[347] Hitler le concedió gran importancia a este hecho. Con gran atención leía los informes que la Oficina Alemana de Noticias enviaba desde el extranjero y subrayaba las partes importantes con un lápiz rojo. Antes de las reuniones informativas le entregaba las hojas a Günsche con las palabras:
—No se olvide usted de entregarme estos telegramas al final de la reunión.
Cuando hablaba sobre las relaciones cada vez más tensas entre las potencias occidentales y la Rusia soviética, Hitler resaltaba que lo importante, en aquel momento, era ganar tiempo. En septiembre de 1944, Hitler sabía que los angloamericanos estaban dispuestos a firmar una paz por separado con Alemania. Pero antes debía quitarse de en medio a Hitler. La exigencia de apartar al dictador había sido planteada por los ingleses en las conversaciones que mantuvieron con representantes del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán en la ciudad de Estocolmo. Estas conversaciones se habían celebrado por iniciativa inglesa. Cuando Hitler fue informado de dicha exigencia, ordenó cancelar las negociaciones. El delegado permanente de Ribbentrop ante Hitler, el embajador Hewel, se mostró muy contrariado por la decisión de suspender el encuentro de Estocolmo, pues opinaba que la guerra en el frente oriental había entrado en una fase que hacía inevitable un acuerdo de paz con las potencias occidentales.[348]
Hewel comentó:
—¿A qué está esperando el Führer? Tiene que tomar una decisión y hallar una salida a esta situación.
Hitler buscó esta salida en el conflicto entre las potencias occidentales y la Rusia soviética. Al finalizar las sesiones solía decir:
—Ya verán ustedes, señores míos. Acabaré teniendo razón.
En el momento en el que Rumanía se salió de la guerra, se hallaba en Alemania un gran número de miembros de la Guardia de Hierro de aquel país. En su día habían huido de la persecución a que los había sometido el régimen de Antonescu. Estaban internados en condiciones de privilegio en el campo de concentración de Buchenwald.
Entre ellos se contaba el líder de la Guardia de Hierro, Horia Sima. Después de la caída del Gobierno de Antonescu, Hitler ordenó liberar a los miembros de aquella organización. Bajo la presidencia de Horia Sima se formó un gobierno títere, que debía actuar siguiendo las directrices de Hitler en aquellos territorios de Rumanía que aún no habían sido ocupados por las tropas rusas.[349] Pero, como los rusos avanzaban a gran velocidad, el «gobierno» ni tan sólo tuvo tiempo de llegar a Rumanía. En vista de ello, Sima obtuvo la misión de organizar desde Viena las actividades de espionaje y sabotaje en Rumanía y en la retaguardia de las tropas rusas. Asimismo obtuvo la misión de difundir propaganda antisoviética entre la población rumana. Los agentes de Sima, que éste reclutó entre los miembros de la Guardia de Hierro que habían sido puestos en libertad, estaban equipados con aparatos de radio y habían saltado en paracaídas sobre Rumanía desde aviones alemanes.
Para su antiguo aliado Antonescu, Hitler no tuvo ni tan sólo un pensamiento. Y ello a pesar de que sólo dos años antes había montado especialmente para Antonescu aquella reunión en la que le presentó la «supuesta situación» en el frente oriental para mantenerlo a su lado. Ahora Hitler denigraba a Antonescu, porque no había sido capaz de acabar con ese zoquete campesino que era el rey Miguel y porque no había sabido doblegar al pueblo rumano.
—No es más que un sifilítico —exclamó Hitler refiriéndose a Antonescu.[350]
La situación en el frente oriental se presentaba en octubre y noviembre de 1944 de la manera que sigue.
En la parte septentrional, los rusos habían logrado llegar hasta la costa báltica junto a la ciudad de Memel. Con ello consiguieron aislar a treinta divisiones alemanas en Curlandia, a las que envolvieron en un movimiento de tenaza entre las ciudades de Tukums y Liepaja.[351] Las tropas rusas desbarataron los bastiones fronterizos alemanes al este de las ciudades de Gusev y Goldap. Esta última fue conquistada. Además, las unidades rusas que estaban emplazadas junto a los ríos Niemen, al norte, y Narew, al sur, amenazaban a Prusia Oriental desde ambas direcciones. Al sur de Varsovia los rusos habían avanzado a lo largo y ancho del frente, dirigiéndose hacia las zonas industriales de la Alta Silesia. En el sector meridional del frente habían atravesado los Cárpatos y penetraban en Checoslovaquia y Hungría. Desde el área de Budapest ya amenazaban Austria y el sur de Alemania. Soldados rusos habían hecho su entrada en Belgrado, la capital yugoslava.
Las bajas que, entre heridos y muertos, sufrieron las tropas alemanas en el frente oriental eran enormes. En todas partes se reclutaban las últimas reservas para enviarlas a combatir contra el Ejército Rojo. En ese momento, se formó a toda prisa la milicia del Volkssturm. Estos batallones se componían de muchachos de 15 y 16 años y varones mayores de 60. El mando lo asumían activistas del Partido nacionalsocialista, miembros de las SA y cargos de las «Juventudes Hitlerianas».[352]
También se dirigieron al frente oriental el regimiento de artillería antiaérea del Führer y la división de escolta del Führer, que hasta ese momento habían prestado servicio en la «Guarida del Lobo».[353] La división de escolta la mandaba Remer, que había sido el comandante de batalla del cuartel general y que había sido ascendido, entretanto, a general de división por sus méritos en la represión de la conspiración del 20 de julio de 1944. En el cuartel general permanecieron sólo algunas compañías de protección.
Columnas interminables de refugiados, aterrados y confusos, recorrían los caminos desde Prusia Oriental hasta el interior de Alemania. La guerra, con todos sus horrores, había llegado a tierras germanas.[354] La esperanza de Hitler de que la hostilidad entre anglosajones y rusos pudiera dar un giro a la guerra, aún no se había cumplido. El intento de ganar tiempo, tan importante para el Führer, dejó de tener sentido dada la velocidad con la que se llevaban adelante las operaciones ofensivas en el frente oriental.
La soga rusa atenazaba el cuello de Hitler y éste ya no podía vacilar más. Por esta razón decidió dar lo más rápidamente posible un golpe contra las tropas angloamericanas en el oeste. Quería forzar así las negociaciones para una paz por separado. Surgió de esta manera la idea de una contraofensiva en las Ardenas.
Tras el desembarco de las tropas angloamericanas en Normandía el 6 de junio de 1944, la situación del frente occidental había evolucionado de la siguiente manera. Las unidades angloamericanas ampliaron poco a poco sus cabezas de puente en la costa de Normandía y lograron atravesar a finales de julio, junto a Avranches, las líneas alemanas.[355] La brecha que pudieron abrir tenía al principio sólo unos pocos kilómetros de extensión. El alto mando alemán encargó al mariscal de campo Von Kluge, que mandaba el grupo de ejércitos del oeste en lugar de Rundstedt, cerrar la brecha y restablecer el frente. Pero el contraataque previsto no se produjo, y ello por culpa de un acontecimiento totalmente imprevisto. Poco antes del inicio del ataque, el comandante en jefe del grupo de ejércitos del oeste, Von Kluge, abandonó el cuartel de su estado mayor con destino desconocido y no volvió a ser visto.
Cuando Hitler fue informado de la desaparición de Kluge, expresó la sospecha de que éste había estado involucrado con los conspiradores del 20 de julio y que por eso se había pasado a los norteamericanos. Hitler ordenó a Rundstedt, que ya estaba de permiso, dirigirse de inmediato al frente occidental y asumir de nuevo el mando del grupo de ejércitos.
Después de dos días de ausencia, Kluge volvió a presentarse en su puesto de mando. En vista de ello, Hitler lo convocó a su cuartel general, con el fin de aclarar el asunto. De camino hacia allí, Kluge puso fin a su vida ingiriendo veneno en el interior de su automóvil.[356]
El oficial de tareas especiales que había estado junto a Kluge durante los dos días de ausencia del cuartel de su estado mayor y también su chófer declararon en los interrogatorios. Ambos explicaron que en el transcurso de aquellas jomadas el mariscal de campo había errado, muy agitado, a lo largo de las líneas del frente. Había justificado su desplazamiento hasta las posiciones más adelantadas diciendo que quería ver a su hijo, que prestaba servicio en una de las divisiones allí destacadas. Las ulteriores investigaciones de Himmler y de su Servicio de Seguridad, sin embargo, pusieron al descubierto que Kluge había tenido la intención de abrir el frente a los americanos y ofrecerles la capitulación, pero que por problemas técnicos no había logrado establecer contacto con el alto mando norteamericano.[357] Además, se demostró que Kluge había participado en la conspiración del 20 de julio de 1944.
La desaparición de Kluge sumió a las unidades del grupo de ejércitos en la confusión. Durante días, se vieron obligadas a hacer frente a las tropas norteamericanas sin recibir órdenes ni tener plan de combate.
El fracaso del contraataque previsto lo originaron la pérdida de tiempo que la traición de Kluge había provocado y la confusión de las tropas alemanas, que tuvieron que retirarse en parte a posiciones nuevas antes de ser reagrupadas otra vez. Se le hizo evidente entonces al alto mando alemán que sus tropas corrían el peligro de quedar cercadas y aisladas si las unidades norteamericanas continuaban con su avance en dirección a Granville y Saint-Ló, junto a Falaise.[358] Rundstedt recibió la orden de retrasar las tropas en Francia y Bélgica por detrás de la línea Siegfried y hacia los Países Bajos, en lugar de iniciar el contraataque.
La Wehrmacht, por lo tanto, retrasó sus posiciones hasta la línea Siegfried en medio de leves combates de retirada.[359] Las tropas angloamericanas ocuparon Francia y Bélgica casi sin resistencia por parte de los alemanes. No obstante, los norteamericanos y, sobre todo, el 3.er ejército del general Patton no aprovecharon la difícil situación en la que habían quedado los alemanes después del incidente de Kluge. El alto mando alemán pudo rescatar sus fuerzas y retirarse sin bajas significativas a la línea Siegfried, por las dudas de la jefatura militar norteamericana y su incapacidad de calibrar la situación.
Hitler comentó con ironía, ante la retirada alemana de Francia y Bélgica, que Eisenhower y Patton estarían maravillándose ante aquel éxito inesperado.
—Estos blandengues deben de imaginarse que son unos grandes estrategas, ahora que el alto mando alemán ha retirado las tropas.
En el área de Aquisgrán se produjeron en la segunda mitad de octubre algunos enfrentamientos de importancia local, después de que las unidades germanas hubiesen alcanzado la línea Siegfried. En los restantes sectores de aquélla la situación se presentaba tranquila.[360]
A finales de octubre, Hitler convocó en la «Guarida del Lobo» una reunión extraordinaria, en la que debía participar un grupo limitado de personas: Keitel, Jodl, Guderian, Christian, Burgdorf, Günsche, Fegelein y el teniente general Winter, que sólo recientemente había sido nombrado delegado de Jodl en sustitución de Warlimont. Éste, por su parte, había sido designado a mediados de octubre delegado de Keitel en el alto mando de la Wehrmacht, que ahora estaba instalado en la ciudad de Berlín. La reunión se celebró en el búnker de Hitler, cuyas obras de reforma ya habían acabado. La cita comenzó con el informe de Guderian sobre la situación en el frente oriental. Guderian informó de que los combates habían remitido en casi todos los sectores del frente. Reinaba la calma, al margen de algunas escaramuzas dispersas. Explicó asimismo que, de momento, el enemigo estaba ocupado en trasladar las reservas desde la retaguardia. Les llevaría aún mucho tiempo poder iniciar una nueva ofensiva en Prusia Oriental y a lo largo del río Vístula. En vista de ello, Hitler decidió que había llegado el momento para el golpe previsto en el oeste. Encargó a Jodl desarrollar de manera inmediata el plan para un ataque por sorpresa contra las tropas angloamericanas en el norte de Francia, Alsacia y Bélgica.[361]
El ataque principal tenía que llevarse a cabo desde el Eifel, al sur de Aquisgrán, y había que dirigirlo contra el sector donde entraban en contacto las tropas inglesas y norteamericanas. Éste era el plan que había concebido Hitler. Quería separar las tropas inglesas y norteamericanas y avanzar con rapidez hasta el río Mosa. A continuación, se forzaría el cruce del río y se conquistaría el puerto de Amberes, por el que entraba la mayor parte de los suministros destinados a las tropas angloamericanas.
Para llevar a cabo esta operación en la reunión se decidió formar dos ejércitos acorazados: el 5.º, al mando del general de blindados Manteuffel, y el 6.º, de las SS, a las órdenes del antiguo comandante del Leibstandarte Adolf Hitler, Sepp Dietrich, al que Hitler había ascendido a capitán general. Los dos ejércitos estarían bajo la dirección del mariscal de campo Model y se incorporarían al grupo de ejércitos del oeste. Acabada la reunión, Hitler volvió a insistir en que los preparativos de esta operación y el despliegue estratégico de las fuerzas habían de mantenerse en estricto secreto. Exigió de los asistentes a la reunión que se comprometieran por escrito a guardar el secreto. Las firmas fueron recogidas por Burgdorf, el ayudante personal del Führer.
Hitler trasladó su cuartel general al área de Bad Nauheim, una zona boscosa cerca de la aldea de Butzbach, a 50 kilómetros al noreste de Frankfurt am Main, porque quería dirigir en persona la operación.[362] En el mismo lugar estaba también el cuartel del estado mayor de Rundstedt, el comandante en jefe del grupo de ejércitos del oeste.
El cuartel general de Hitler en Bad Nauheim se componía de seis fortines bien camuflados así como de algunos refugios escasamente protegidos. A diferencia de la «Guarida del Lobo», el cuartel general de Bad Nauheim sólo disponía de unas débiles defensas. La «Guarida del Lobo», entretanto, había sido totalmente evacuada, ya que Hitler no quería volver allí, pues estaba demasiado cerca del frente. Sólo Guderian permaneció con su estado mayor en Gizyckp, en Prusia Oriental.
De camino a Bad Nauheim, Hitler se detuvo durante dos semanas en Berlín. Allí habló con Sepp Dietrich y Manteuffel sobre la operación prevista en las Ardenas.
Hitler también recibió al «liberador» de Mussolini, el teniente coronel de las SS Skorzeny, que por aquel entonces ocupaba el puesto de jefe de la sección de sabotajes en la Oficina Central de Seguridad del Reich.[363] Skorzeny se comprometió a dirigir una unidad que se camuflaría con uniformes ingleses y americanos, y dotada de blindados ingleses y americanos capturados al enemigo. El grupo tenía la misión de penetrar, al inicio de la contraofensiva, en la retaguardia de los angloamericanos y crear allí un estado de pánico.[364]
Además, Skorzeny tenía que ocupar los puentes más importantes que cruzaban el Mosa, para evitar que el enemigo los volara antes de la llegada de las principales fuerzas germanas.
Hitler celebró una reunión con los comandantes unos días después de la llegada a Bad Nauheim e inmediatamente antes del comienzo de la contraofensiva en las Ardenas. Asistieron los comandantes de las divisiones y de los ejércitos de blindados, así como el comandante en jefe del grupo de ejércitos del oeste, Model. Hitler les quería dejar muy claro el significado que tenía la actuación que se estaba preparando.[365] En su discurso, que duró unos cuarenta y cinco minutos, explicó que la operación en las Ardenas tenía la misma trascendencia que la de Dunkerque, donde se había dado un golpe destructivo a los ingleses. El éxito, explicó Hitler, significaba la liquidación del frente occidental y un giro radical en el curso de la guerra. Sin embargo, se guardó de revelar a sus mandos militares que con esta operación pretendía lograr una paz por separado con Inglaterra y Estados Unidos.
Cuando los comandantes abandonaron el cuartel general, Hitler expresó a sus ayudantes la esperanza de que la ofensiva triunfara. Si Sepp Dietrich lograba avanzar hasta Amberes con su ejército, lo condecoraría con la gran cruz de la cruz de hierro. Esta victoria tendría un significado decisivo para el desenlace de la guerra. La gran cruz de la cruz de hierro era la máxima condecoración militar alemana, y tan sólo se concedía por victorias destacadas en el frente. Hasta el momento, sólo la poseía Göring, a pesar de que su actividad principal durante la guerra había sido la caza.[366] Hitler estaba convencido de que la conquista de Amberes, el principal punto de entrada de suministros, abocaría a los angloamericanos a una situación desesperada que les obligaría a plantearle una propuesta de paz.
Y respecto a la condición de los ingleses de no negociar con Alemania una paz por separado mientras él siguiera en el poder, declaró:
—Les voy a mostrar a estos caballeros ingleses que la paz con Alemania sólo puede ser firmada conmigo, no sin mí.
La ofensiva de las Ardenas se inició el 16 de diciembre de 1944, según el plan previsto con el ataque de las tropas alemanas procedentes del área del Eifel. Los ejércitos de Dietrich y Manteuffel no tuvieron dificultades para romper las líneas angloamericanas entre Lieja y Dinant y avanzaron seguidamente hasta el río Mosa,[367] donde se vieron envueltos en combates encarnizados.
Por aquel entonces, en los últimos días de diciembre, Guderian se presentó en el cuartel general de Bad Nauheim de manera inesperada, procedente de Prusia Oriental. Quería transmitir a Hitler un informe urgente. Guderian explicó al dictador que las observaciones aéreas y terrestres, exactas y contrastadas, de los servicios de información indicaban que los rusos estaban concentrando fuerzas para un nuevo asalto a Prusia Oriental y a lo largo del Vístula. También expuso que, en su opinión, cabía esperar una gran ofensiva en un plazo muy breve. Guderian recalcó que era absolutamente necesario reforzar estos sectores del frente. Hitler escuchó a Guderian de muy mal humor y expresó sus dudas respecto a la veracidad de sus suposiciones.
Uno de los argumentos del Führer era el parte meteorológico que había emitido Schuster, el meteorólogo del cuartel general. Este parte predecía para el este unas condiciones atmosféricas desfavorables para la aviación, un mal tiempo que incluso iba a empeorar. No obstante, el informe de Guderian dejó a Hitler visiblemente preocupado. Aquel mismo día convocó una reunión informativa extraordinaria a la que asistieron su entorno más cercano y también Bormann. Hitler informó en ella de que la contraofensiva en las Ardenas se estaba desarrollando con éxito. Seguidamente dibujó a grandes rasgos la situación en el frente oriental e hizo alusión a las conclusiones de Guderian, según las cuales los soviéticos estaban preparando una gran ofensiva.
Se hizo patente que el informe de Guderian había desequilibrado a Hitler, que recalcó que un refuerzo del frente oriental llevaría necesariamente a un fracaso inmediato del ataque de las Ardenas. Bormann tomó la palabra después de Hitler. Para no encolerizarlo aún más, recomendó con mucha cautela tomar medidas urgentes para reforzar el frente oriental al máximo. Explicó que un nuevo ataque victorioso del Ejército ruso tendría para Alemania unas consecuencias políticas desastrosas. Resultaba insensato negar que los triunfos de los soviéticos en el frente del este anularían cada una de las victorias obtenidas por los alemanes en el oeste.
Hitler se reservó la decisión. Con ello se puso fin a la reunión. Al día siguiente volvió a convocar a las mismas personas. En esta ocasión explicó que los preparativos de la ofensiva de los rusos en las fronteras de Prusia Oriental y a lo largo del Vístula representaban en efecto una amenaza formidable. Hitler expuso en tono abatido:
—Por esta razón, bien a pesar mío, he decidido detener los combates en las Ardenas y trasladar al sexto ejército acorazado de Dietrich y a las fuerzas principales del quinto ejército acorazado al frente oriental.[368]
El alto mando de la Wehrmacht aún no había emitido la orden, cuando Hitler, en enero de 1945, dio a Günsche las instrucciones para que partiera hacia el frente occidental donde se encontraba Sepp Dietrich. Con respecto a este viaje, Hitler le inculcó a Günsche:
—Dígale usted a Dietrich que retire de manera paulatina dos divisiones de la línea del frente. Hágale saber que he decidido enviar a todo su ejército al frente oriental.
La mañana del 7 de enero Günsche ya estaba en el estado mayor de Dietrich, junto a Saint-Vith, en Luxemburgo,[369] adonde había acudido para entregar la orden emitida por Hitler. Dietrich se quedó sin habla. Explicó que todo estaba preparado para cruzar el río Mosa. Las unidades de Skorzeny, por cuya cabeza los americanos ofrecían una elevada recompensa, habían provocado el pánico en la retaguardia norteamericana y se estaban acercando a los puentes que atravesaban el Mosa.
—El Führer ha de tener clara una cosa —prosiguió Dietrich—. Si mis ejércitos son retirados, entonces se les deja a los ingleses y americanos el camino libre para que puedan llegar hasta el Rin.
Günsche permaneció durante varios días con Sepp Dietrich. El 12 de enero, unas pocas horas antes de su partida, se recibió en el estado mayor de Dietrich un telegrama cifrado. Contenía la orden de retirar de manera inmediata el 6.º ejército del frente y trasladarlo al frente oriental. A la noche siguiente, Günsche volvió al cuartel general de Hitler en Bad Nauheim. Para su sorpresa, se lo encontró completamente vacío. Tan sólo había allí unos ordenanzas ocupados con las labores de limpieza y explicaron a Günsche que Hitler había partido con su estado mayor hacia una estación ferroviaria en las cercanías de Giessen, desde donde pensaban dirigirse en un tren especial a Berlín. Cuando Günsche llegó a Berlín al día siguiente, el 13 de enero, se enteró de que el cuartel general de Hitler se había instalado en la cancillería del Reich, a causa del inicio, el 12 de enero, de la ofensiva rusa en Prusia Oriental y a lo largo del Vístula.
La «Guarida del Lobo», el lugar donde un Hitler ebrio de triunfalismo se había instalado al comienzo de la guerra contra la Rusia soviética, había sido volado por orden suya.
El último cuartel general de Hitler iba a ser Berlín.