FEBRERO - JUNIO DE 1944
En la segunda mitad de febrero de 1944 Hitler ordenó que varias edificaciones del cuartel general de la «Guarida del Lobo» se cubrieran con una capa adicional de hormigón armado de siete metros de espesor. Entre estas edificaciones se incluían su propio refugio, el llamado búnker de los huéspedes, reservado a los dirigentes del Partido y los ministros, cuando éstos venían a rendir cuentas, el búnker que acogía la centralita telefónica y las estaciones telegráficas y radiofónicas, así como otros refugios. El grosor de los techos, de dos metros de hormigón armado, ya no le parecía suficiente, pues temía bombardeos rusos desde el aire. Los trabajos duraron varios meses. Mientras tanto, Hitler y su cuartel general se trasladaron al Obersalzberg. En Gizyckp, en Prusia Oriental, sólo quedó Zeitzler, el jefe del estado mayor general del ejército, y sus colaboradores.
El 23 de febrero, Hitler partió en un tren especial desde la «Guarida del Lobo» al Obersalzberg. En Múnich hizo un breve alto en el camino. Desde allí acompañaron a Hitler hasta el Obersalzberg Eva Braun, su hermana Gretl, y la amiga de Eva, la señora Schneider. Esta vez, Eva Braun decidió no invitar a la señora Schönemann al Obersalzberg. Se sentía celosa de ella, porque Hitler le había dedicado demasiada atención durante la primera estancia en 1943. Unos días más tarde también se presentó en el Obersalzberg la madre de Eva Braun. Eva había aprovechado su creciente ascendiente sobre Hitler para que la autorizaran a invitarla.
En el Berghof se instalaron, además de las amigas de Eva Braun, la esposa de Morell, el médico personal de Hitler, la del cirujano Brandt, la del ayudante Below, así como las secretarias de Hitler.
Al igual que en 1943, Keitel, Jodl y Scherff residían en el negociado de la cancillería del Reich, que se hallaba junto al Obersalzberg, entre Berchtesgaden y Bischofswiesen, a una media hora en coche del Berghof. Allí se alojaba ahora también el almirante Voss, que había relevado a Krancke como oficial de enlace de Dönitz en el cuartel general. Krancke había sido nombrado general en jefe del grupo naval de la costa atlántica; Göring ocupó junto a su mujer y su hija de siete años su mansión del Obersalzberg. Himmler y Dönitz se instalaron en las proximidades de Salzburgo. Cerca de allí residía Ribbentrop, en su castillo de Fuschl. El coronel Streve, comandante del cuartel general de Hitler, junto a su estado mayor, así como Warlimont y el estado mayor operativo de la Wehrmacht se instalaron en el cuartel de Strub. Streve había sido designado comandante en el otoño de 1942 en sustitución de Thomas. A éste lo habían enviado al frente del norte de África, donde halló la muerte.
El transcurso del día en el Berghof era similar a como había sido entre mayo y junio de 1943. Hitler se levantaba hacia las doce del mediodía. Después del desayuno, hacia la una o la una y media, se celebraba en la gran sala la reunión informativa del mediodía. Tras la reunión en el salón, aparecían Eva Braun, su madre y su hermana Gretl, la señora Schneider, la señorita Kastrup, dama de compañía de Eva Braun, Bormann, Morell, Below y Brandt con sus respectivas esposas, Otto Dietrich, Hewel, Lorenz así como las secretarias y los ayudantes de Hitler. Pasaban el tiempo en aquel salón hasta que llegaba la hora del almuerzo. Hacia las tres y media, Hitler ofrecía su brazo a una de las damas y guiaba a todo el grupo a ocupar su sitio en la mesa. La dama en cuestión se sentaba a su lado. Como ya había sucedido el año anterior, las conversaciones en la mesa eran absolutamente triviales. No se mencionaba ni una palabra sobre la guerra. Cuando terminaba la comida, si hacía buen tiempo, Hitler y el resto de comensales daban un paseo hasta el pabellón de té situado en el Mooslahner Kopf.
Hitler se quedaba en el palacete y pasaba el tiempo en las habitaciones de Eva Braun cuando la meteorología no acompañaba. Juntos miraban revistas ilustradas alemanas de los años 1933 hasta 1939, y se deleitaban con las fotos de los «años felices» de Hitler. El Führer cenaba hacia las ocho de la tarde, acompañado por el mismo grupo. A continuación, seguía la sesión informativa vespertina, durante la cual sus ayudantes militares Von Below, Von Puttkammer y Borgmann daban parte de la situación en los frentes. A continuación, llegaba la hora del té vespertino, que se tomaba en la gran sala y era acompañado por el inevitable champán y por la música del gramófono.
Los cócteles, preparados según recetas de Eva Braun, introdujeron aquel año algo de variedad. Ella y los ordenanzas de las SS los bautizaban con nombres chistosos. Cuando una vez se le sirvió a Hitler un nuevo cóctel, éste preguntó su nombre. La respuesta fue: «Autobús». Hitler quiso saber cómo se les había ocurrido semejante apelativo. Se le explicó que probablemente por los muchos ingredientes que llevaba el cóctel y por la rapidez con la que hacía efecto, similar a la velocidad de un autobús. Cuando escuchó la explicación, Hitler estalló en una risa ruidosa y felicitó a Eva Braun por sus ocurrencias. Pasada la medianoche, Eva Braun mandaba ofrecer un tentempié compuesto de sopa de tortuga, panecillos untados y salchichas.
Hacia las tres y media de la madrugada Hitler solía retirarse a dormir.
A diferencia de lo que había sucedido en 1943, el transcurso del día era interrumpido ahora por las alarmas antiaéreas que sonaban cuando se acercaban los aviones angloamericanos. Esto acostumbraba suceder entre las nueve y las diez de la mañana, cuando los residentes en el palacete aún dormían. Se daba la alarma previa cuando los aparatos enemigos alcanzaban la frontera meridional de Alemania. El aviso de que se aproximaban los aviones era recibido bajo la clave «Robinson» por Below, el ayudante de la Luftwaffe de Hitler, procedente del centro de operaciones del estado mayor del arma aérea.[305] Below informaba seguidamente a Linge, que despertaba de inmediato a Hitler y transmitía la alarma previa a todos los residentes en el palacete. Entonces comenzaba un gran ajetreo. Las criadas arrastraban hasta los refugios antiaéreos un sinfín de cestos con vestidos de Eva Braun y de las otras damas del palacete, que salían de sus habitaciones somnolientas y sin maquillar, vestidas a toda prisa y con pañuelos en la cabeza.
Tan pronto como los aviones enemigos entraban en el espacio aéreo del sur de Alemania, las sirenas daban la alarma propiamente dicha. Entonces todo el mundo se precipitaba a los refugios antiaéreos.
Cuando se producía la alarma previa, Hitler se vestía a toda prisa y se dirigía, sin haber desayunado y acompañado por sus ayudantes, a la terraza del palacete. Allí, a cada instante Below le informaba sobre la posición momentánea de los aviones, para poder, en caso de peligro inminente, acudir a tiempo al refugio antiaéreo.
La construcción del refugio antiaéreo de Hitler duró un año y medio. Los trabajos estaban a punto de terminar cuando volvió a trasladarse al Berghof. La instalación consistía en un sistema de galerías que penetraban profundamente en el macizo de roca del Obersalzberg. Estas galerías estaban unidas unas con otras por pasillos estrechos, por lo que todo el Obersalzberg estaba socavado, como si se tratara de la gigantesca madriguera de un topo. La entrada que llevaba a los aposentos de Hitler estaba protegida por una puerta acorazada. Una escalera de unos cien peldaños descendía hacia un pasillo subterráneo. Al final de la escalera se había montado un nido de ametralladoras. Desde dicho pasillo partía un laberinto de corredores hacia las estancias privadas de Hitler, todas ellas amuebladas de manera confortable. A un nivel inferior se habían instalado grandes almacenes de víveres, para el caso de que el cuartel general tuviese que trasladarse por un tiempo prolongado a este conjunto de refugios. Para esta misma eventualidad, se amplió considerablemente el complejo de refugios a comienzos de 1945. Se añadieron asimismo nuevos dormitorios.
Cuando se producía una alarma antiaérea, se inundaba toda el área del Obersalzberg con una niebla artificial. Con esta finalidad se habían distribuido en las montañas que rodeaban el palacete pequeños grupos de hombres pertenecientes a una unidad especial, que se encargaban de hacer ascender un gas de color lechoso desde unas bombonas. Las numerosas baterías antiaéreas que rodeaban el Obersalzberg estaban preparadas para repeler un ataque. El batallón de las SS del cuartel situado a poco menos de quinientos metros del palacete reforzaba las guardias tanto alrededor como en el interior del recinto.
Mientras duraba la amenaza aérea, Hitler permanecía en la terraza, rodeado por sus ayudantes, y observaba si el Obersalzberg quedaba bien inundado por la niebla. En las ocasiones en que el viento se llevaba la niebla de alguna zona del palacete, Hitler se encolerizaba y ordenaba abrir nuevas bombonas de gas.
La alarma antiaérea solía durar una hora y media o dos. En el área que rodeaba el palacete del Berghof no cayó ni una sola bomba.[306] La aviación inglesa y la norteamericana se dedicaron a bombardear principalmente Múnich. La población de la ciudad sufrió mucho con estos ataques. Pero Hitler sólo se preocupó por la mansión que había hecho construir para Eva Braun, por los palacetes del Partido nacionalsocialista de la Königsplatz y por el restaurante Osteria Bavaria, que había frecuentado en sus primeros años en Múnich. Cuando, durante un bombardeo, la residencia de Hitler en la Prinzregentenplatz fue levemente dañada por la onda expansiva de una explosión, el Führer declaró con aire orgulloso que las bombas también caían en su casa.
Eva Braun se escandalizaba con aquellos ataques aéreos, porque no la dejaban dormir. Además se quejaba del aburrimiento, porque los días se prolongaban infinitamente. Pudo convencer a Hitler para mirar durante horas los catálogos de juegos de porcelana y de cristal y para ayudarla a escoger los más bellos para el Berghof. En su calidad de ama de casa del Berghof, recibía estos catálogos por indicación de Himmler, a través de sus oficiales. Himmler, por su parte, obtenía los catálogos porque los juegos eran fabricados por los prisioneros del campo de concentración de Dachau en la fábrica de porcelana de Allach y por otras empresas en Checoslovaquia que dependían de la oficina central de economía y administración de las SS.[307]
En respuesta a una petición especial de Hitler y Eva Braun, los prisioneros del campo de concentración de Dachau fabricaron candelabros de porcelana y una serie de figuras del mismo material que representaban a Federico II montando a caballo, así como sus generales y los soldados de todas las armas en los uniformes propios de la guerra de los Siete Años.
Eva Braun quiso introducir algo de variedad en la vida del palacete. Por ello insistió en invitar al Obersalzberg al famoso mago berlinés Schreiber. El ilusionista se presentó con su esposa, que le ayudaba en sus actuaciones. Ambos se hospedaron en la mansión de Bormann. Se les invitó al palacete a las comidas del mediodía y de la noche con Hitler, a las que se presentaron en compañía de Bormann y de su esposa. A partir de entonces y durante dos semanas, Schreiber exhibió ante Hitler y los habitantes de su casa sus trucos de magia. Las sesiones se celebraban en la misma gran sala de las reuniones informativas. Las actuaciones comenzaban por lo general después del té vespertino. El público lo formaban Hitler, Eva Braun, su madre, su hermana Gretl, la señora Schneider —amiga de Eva Braun—, la señorita Kastrup —dama de compañía—, Bormann, Morell y Brandt, con sus respectivas esposas, Hewel, Otto Dietrich, Lorenz, y las secretarias y los ayudantes de Hitler. El Führer tomaba asiento en la primera fila. A derecha e izquierda se sentaban Eva Braun y su madre. En la misma fila, también se sentaban Bormann y Otto Dietrich. Los restantes invitados se distribuían detrás de ellos.
Aquellos números de magia se acompañaban de música de baile (Eva Braun y Martin Bormann solían escoger los discos) y en ellos Schreiber hacía desaparecer palomas amaestradas. También hacía desaparecer cualquier cosa que llevaran los presentes. Una estruendosa risotada retumbaba en la gran sala cuando de repente se esfumaba el reloj de bolsillo de oro de Bormann o el reloj de platino, adornado de brillantes, de Eva Braun, que le había regalado Hitler. Éste se animaba visiblemente con los trucos de Schreiber, reía y aplaudía mucho. En un tono jocoso le comentó a Schreiber que le gustaría hacer «desaparecer» de la misma manera a los ejércitos soviéticos.
A comienzos de 1944 las pérdidas de las tropas alemanas que luchaban en el frente oriental alcanzaron unas magnitudes inesperadas. La tierra rusa estaba empapada con la sangre de los soldados alemanes, cuyas tumbas ya eran incalculables. Los trenes transportaban un día sí y otro también a decenas de miles de heridos de vuelta a Alemania. Los hospitales estaban atestados. En las ciudades y las aldeas alemanas aparecieron cada vez más soldados ciegos, con miembros amputados o que caminaban con la ayuda de muletas.
No obstante, la magnitud de las bajas se ocultó al pueblo alemán.
En los informes del frente del alto mando se decía que los alemanes se retiraban de manera planificada del frente oriental, mientras que los rusos sufrían unas pérdidas colosales. Las pérdidas propias se presentaban como irrelevantes. La opinión pública alemana tampoco sabía que cientos de miles de soldados y oficiales alemanes habían caído prisioneros de los rusos. Se reclutó a centenares de miles de personas que habían sido consideradas indispensables para la marcha de la economía, y también adolescentes de 16 y 17 años, para compensar las enormes pérdidas humanas sufridas en los combates con los rusos. Todo ello en el marco de la movilización total proclamada después de la derrota de Stalingrado.[308] Con estos reclutas se formaron nuevas divisiones que fueron enviadas al frente oriental. Los restos de las divisiones que allí habían sido pulverizadas se trasladaban desde Rusia a Francia, Bélgica o los Países Bajos, para completarlas y reconstituirlas nuevamente. En los países occidentales ocupados por Alemania había por lo tanto siempre un determinado número de unidades alemanas, aunque en realidad no eran sino los lamentables restos de las divisiones derrotadas en Rusia.
Pero ni siquiera con estas reservas era ya posible cerrar las brechas cada vez más amplias del frente oriental. Por ello se recurrió incluso al personal de tierra del arma aérea. Con este contingente se formó la llamada división de campaña de la Luftwaffe, que fue puesta bajo el mando del Ejército de Tierra.[309] También las unidades de las Waffen-SS, que se componían hasta entonces de voluntarios, pasaron a completarse con tropas de la Luftwaffe y de la Marina de Guerra, en vista de las bajas padecidas en el frente oriental y la escasez de reclutas. Sin embargo, a pesar de todas las medidas tomadas, el Ejército ruso empujaba a las tropas alemanas cada vez más hacia el oeste.
Después de las severas derrotas sufridas por los alemanes en el otoño y el invierno de 1943-1944 en Ucrania, Hitler puso todas sus esperanzas en la primavera. Según declaraba, las malas condiciones de los caminos detendrían la ofensiva de los rusos y concederían a los alemanes un respiro para reagrupar las fuerzas y organizar su defensa. Pero Hitler y el alto mando alemán erraron en sus cálculos. A principios de marzo de 1944, cuando el deshielo de la primavera apenas estaba en sus inicios, las tropas rusas emplazadas al sur de Shepetivka y junto al río Inhul lanzaron una nueva y poderosa ofensiva. En el plazo de unos pocos días rompieron amplia y profundamente las líneas alemanas.[310] Dada la situación, Zeitzler se presentó a mediados de marzo ante Hitler para un informe especial. Zeitzler permanecía con su estado mayor en Gizycko (Lötzen), en Prusia Oriental, y solía acudir sólo una vez por semana al Berghof, después de que el cuartel general hubiera abandonado la «Guarida del Lobo». El resto de días lo sustituía en las conferencias de análisis militar con Hitler el coronel en el estado mayor general Brandt, de la sección de operaciones del alto mando del Ejército de Tierra. A la reunión, convocada de manera extraordinaria para recibir el informe de Zeitzler, acudieron Keitel, Jodl, Korten, Brandt, Schmundt, Hewl y Günsche. Hitler se retrasó. Con semblante ofuscado, saludó a los presentes y tomó asiento junto a la mesa, sobre la que se habían extendido los mapas de las operaciones en el frente oriental. Los demás estaban de pie a uno y otro lado de la mesa.
Zeitzler inició la sesión. Explicó que los alemanes habían perdido en el curso de la ofensiva rusa en Ucrania meridional las ciudades de Jersón, Uman y Berislav, entre otras. La velocidad del avance ruso hacia el oeste y los caminos enfangados, advirtió, hacían del todo imposible mantener la línea del frente en cada uno de sus sectores. Zeitzler indicó varios puntos en el mapa y nombró a las divisiones alemanas que allí se hallaban cercadas o que ya habían sido arrolladas por las tropas soviéticas. En esto también mencionó al 6.º ejército, que había sido formado de nuevo con la intención de reemplazar al ejército de Paulus, aplastado en su día en Stalingrado.[311]
Hitler desplazó su mano temblorosa sobre el mapa. Con un dedo midió la magnitud de la ruptura del frente y dijo:
—El sexto ejército es nuestra perdición. No debería haber otorgado al nuevo ejército el número del que fue derrotado en Stalingrado. Ese número nos trae mala suerte.
Cada vez más alterado, afirmó a continuación que no comprendía por qué los rusos podían avanzar por los caminos enfangados, mientras que los alemanes se hundían en el barro. Lleno de ira gritó:
—¡Mis generales han olvidado cómo se dan las órdenes, ésa es la razón! ¡Deberían aprender de los rusos cómo hay que impartirlas!
Zeitzler quiso responder alguna cosa, pero se contuvo a tiempo. Sólo respiró hondo un par de veces. Por primera vez durante la guerra, Hitler expresaba la idea de que los generales alemanes debían aprender de los rusos cómo dar órdenes. En sucesivas sesiones repetiría lo mucho que los generales debían aprender de los rusos.
El militar continuó con su informe y expresó su temor de que, dada la situación, el grupo de ejércitos del sur podía quedar aislado del grupo de ejércitos del centro. Por esta razón, el alto mando del grupo de ejércitos del sur había propuesto sacrificar Crimea. Esto haría posible liberar las fuerzas necesarias, retrasar el frente al otro lado del río Bug y tomar allí nuevas posiciones.
En ese momento Hitler se levantó de un salto y vociferó:
—¡Estoy harto de escuchar las propuestas de estos señores acerca de una retirada operativa! ¡Siempre están hablando de rectificar el frente, y lo único que saben hacer es retroceder continuamente! ¡Han olvidado por completo lo que es mirar hacia delante!
Dirigiéndose a Schmundt prosiguió:
—¡Encuéntreme de una vez unos generales que sepan rectificar el frente mientras avanzan!
Hitler enmudeció. Se rascaba con gesto nervioso la nuca, se mordía las uñas y se arrancaba con los dientes los uñeros.
Günsche, entretanto, había sido llamado al teléfono. En el jardín de invierno tropezó con Eva Braun, que jugaba con su perrito. Ella preguntó:
—Dígame, por favor, ¿qué nos toca hoy, «re-co» o «re-la»?
Günsche sonrió. Sabía el significado de aquellas abreviaturas: querían decir «reunión informativa corta o larga». Dado que a ella y a sus amigas les aburrían los debates militares en el palacete, habían ideado estas abreviaturas para expresar que esperaban con impaciencia el final de las reuniones. A Hitler las abreviaturas le parecían muy apropiadas.
El Führer se había calmado un poco y se había vuelto a sentar cuando Günsche regresó a la reunión. En ese momento explicaba con un tono categórico que la península de Crimea no podía ser abandonada bajo ninguna circunstancia. Mientras oía estas palabras, Keitel asentía de manera vehemente con su cabeza y decía:
—¡Así es, mein Führer! Tiene usted toda la razón. Si nos retiramos de Crimea, los turcos nos darían la espalda al instante.
Los mapas del frente oriental fueron retirados de la mesa y Jodl extendió sus planos y comenzó a explicar la situación en el «escenario bélico secundario», como se llamaba al frente occidental en el cuartel general de Hitler. Incluía Francia, Italia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega y los países balcánicos. Jodl estaba en una posición incomparablemente más fácil que Zeitzler y con una sonrisa informó de las hostilidades con las tropas angloamericanas en Italia.
Desplazando la mano sobre el mapa, Jodl explicó:
—En este punto, mein Führer, se ha destruido un puesto avanzado de los americanos. Y aquí los americanos han avanzado quinientos metros.
Hitler sonreía. Aquello era de su gusto. Las tropas angloamericanas, que habían desembarcado en Sicilia el 10 de julio de 1943 (hacía más de ocho meses) no habían logrado hasta el momento ningún éxito decisivo, a pesar de que se enfrentaban a fuerzas alemanas débiles. Las tropas americanas avanzaban con lentitud y teniendo que hacer grandes esfuerzos, metro a metro, y a cada paso que daban se atascaban. Tampoco las unidades que habían desembarcado en la costa occidental de Italia, al sur de Roma, en la retaguardia del frente alemán, habían logrado los éxitos que se habían esperado. Por ejemplo, el frente del Montalbano, junto al monasterio de Monte Cassino, no pudo ser roto.[312]
Como es sabido, el frente alemán pudo mantenerse en los Apeninos, al norte de Florencia, durante los meses de invierno de 1944-1945. Hasta que Alemania capituló, en mayo de 1945, los angloamericanos no pudieron ocupar el conjunto de Italia, algo que no habían logrado durante los dos años precedentes.
Con las tropas americanas que habían desembarcado en Italia se hallaba también el ejército del general polaco Anders.[313] Según Hitler, estos mercenarios estaban pagados por Inglaterra. Si se les ofrecía más dinero, se pasarían al lado alemán. Pero era mejor no hacerlo, se burlaba Hitler, porque si entonces los ingleses aumentaban su oferta, estos sujetos venales volverían a cambiar de bando.
Jodl expuso a continuación las acciones que las tropas alemanas estaban llevando a cabo contra los partisanos serbios, griegos, eslovenos, macedonios y albaneses en los Balcanes. Informó de que diariamente se estaba dando muerte a unos trescientos partisanos. Hitler quedó muy satisfecho con esta noticia.
En lo que tocaba a Francia, Jodl explicó que estaban en camino hacia el frente oriental nuevos transportes con divisiones alemanas que se habían recuperado y reorganizado en Francia después de los duros combates en Rusia.
Hitler, para levantar la sesión, presentó un breve resumen de la situación política, aunque tan sólo se extendió en las diferencias que mantenían angloamericanos y rusos. Este tema obsesionaba a Hitler desde hacía algún tiempo y volvía a él al final de cada una de las conferencias. Leía informes secretos de los embajadores de Madrid, Lisboa, Ankara y Estocolmo, que le habían sido enviados por Ribbentrop. Estaban señalados con la letra erre (Ribbentrop) y contenían en los márgenes las anotaciones hechas por el ministro de Exteriores. Estas notas aludían a un estado de ánimo cada vez más antisoviético en los círculos gobernantes de Inglaterra y América.
Después de presentar estos informes, Hitler leía extractos de informaciones de la Oficina Alemana de Noticias y de organismos de información extranjeros que hacían referencia a la relación existente entre los angloamericanos y los rusos. De ellas se desprendía que en los círculos gobernantes de Inglaterra, en vista del rápido avance del Ejército Rojo, se hablaba cada vez con más frecuencia del peligro que representaba Rusia. Estos círculos exigían una pronta intervención de las tropas angloamericanas en el oeste. Hitler concedió una importancia extraordinaria a este tipo de noticias. En sus juntas con los generales recalcaba que, dada la situación, el peligro de una intervención en el oeste representaba un mal menor, porque la actitud hostil del bando angloamericano hacia la Rusia soviética podía llevar a una ruptura entre ambos aliados, lo que inclinaría el curso y el desenlace de la guerra a favor de Alemania.
En el mes abril de 1944 las tropas alemanas desalojaron Odessa después de intensos combates. A continuación los rusos ocuparon Crimea y a mediados de mayo también conquistaron Sebastopol, el último baluarte de los alemanes en la península. Esto le provocó a Hitler tal ataque de furia que tuvo que guardar cama varios días. Destituyó a Kleist y a Manstein como comandantes en jefe del sector meridional del frente, a pesar de que apreciaba a Manstein por la crueldad de la que había hecho gala en el frente oriental.[314] Las tropas rusas, tras haber conquistado Crimea, avanzaron hasta el Dniéster, lo cruzaron y establecieron en su margen occidental varias cabezas de puente.
En una reunión informativa celebrada a finales de mayo, Hitler volvió a protagonizar un grave incidente cuando Zeitzler transmitía su informe. El episodio lo provocó la noticia de que los rusos habían reanudado sus ataques en el área de Chisinau-Iasi y habían hecho retroceder aún más el frente alemán hacia el oeste, un hecho que puso a Hitler completamente fuera de sí. Le gritó a Zeitzler que en este sector no se podía permitir ningún tipo de retirada ni se podía retroceder un solo metro. Agotado por la rabia, continuó hablando con voz débil:
—Desde allí se va directamente a Ploiesti. Si perdemos el petróleo rumano, habremos perdido definitivamente la guerra. Todo habrá acabado.
La intranquilidad de Hitler creció en los días siguientes. Finalmente ordenó a Zeitzler, que había permanecido todo aquel tiempo en el cuartel general, que volara hacia aquel sector del frente y que supervisara en persona la situación. También le exigió:
—Esfuércese, por el amor de Dios, para estabilizar la situación y que no vuelva a haber ya más sorpresas.
En los primeros días de junio, temprano por la mañana, Zeitzler se trasladó hacia el estado mayor del grupo de ejércitos del sur. Aquella misma jornada, después de la comida, llamó a Hitler desde su destino. La comunicación era muy deficiente ya que la distancia hasta el Obersalzberg era de 1.500 kilómetros. Hitler no lograba enterarse de casi nada. Por último farfulló al auricular, casi sin fuerzas y con una voz ronca:
—¡Resistir a toda costa! ¡Resistir a toda costa!
Günsche le quitó el auricular de la mano temblorosa. La excitación le produjo a Hitler un desvanecimiento; luego, abandonó la sala tambaleándose. Se llamó de inmediato a Morell. Linge le ayudó a preparar las inyecciones. Hitler salió de su dormitorio sin chaqueta, agotado y encorvado, con los lagrimales hinchados.
—Profesor —se dirigió a Morell con voz apagada—, creo que no soporto el clima de montaña. A mi corazón no le gusta.
Agotado, Hitler se dejó caer en la camilla y prosiguió:
—Auscúlteme usted sobre todo el corazón.
Morell respondió que mandaría traer inmediatamente el aparato para el cardiograma. Sobre la mesa tenía preparadas cuatro inyecciones y Hitler se subió la manga de la camisa para la punción.
Al día siguiente, Zeitzler regresó del frente. Desde el aeródromo de Salzburgo se dirigió, agotado y sin afeitar, al Obersalzberg. Zeitzler comenzó el informe sobre los resultados de su visita en el sector sur del frente tras haber extendido el mapa de las operaciones sobre la mesa de la sala de conferencias. A modo de preámbulo aseguró que el alto mando del grupo de ejércitos del sur se esforzaba al máximo para mantener las posiciones. A renglón seguido, Zeitzler pasó a relatar sus impresiones personales del frente y declaró que consideraba conveniente retrasar y «rectificar» la línea del frente en aquellos sectores en los que los rusos habían abierto brechas.
Hitler se incorporó y vociferó que Zeitzler se había dejado engatusar por los generales y que ya hacía tiempo que tenía que la impresión de que hacía causa común con ellos. Zeitzler quiso responderle algo, pero Hitler continuó abrumándolo con reproches en voz alta:
—¡Zeitzler, usted no ha sabido afrontar el asunto de la manera adecuada!
El jefe de estado mayor se puso rojo como un cangrejo, tomó aire y se desplomó repentinamente con su torso sobre la mesa de los mapas. Günsche y Smend, el ayudante de Zeitzler y coronel en el estado mayor general, le desabrocharon la chaqueta del uniforme y lo recostaron en un sillón. Entretanto, se presentó Morell, que diagnosticó una apoplejía, por lo que Zeitzler fue llevado de inmediato al hospital de Berchtesgaden.
Smend, conmovido por lo sucedido, dijo a Günsche que el Führer había tratado a Zeitzler de manera injusta. Éste no se había dado un respiro y había hecho todo lo posible para estabilizar el frente.
El puesto de jefe del estado mayor general lo asumió, en sustitución de Zeitzler, el general Heusinger, jefe de la sección de operaciones del estado mayor general.[315]
En aquellos días se produjo en el Berghof un acontecimiento que no concordaba en absoluto con la guerra y sus horrores. En mayo de 1944 se celebró en el palacete, con toda pompa, la boda de Gretl, la hermana de Eva Braun, con el general de división de las SS Hermann Fegelein, el oficial de enlace de Himmler en el cuartel general del Führer.[316] En 1943 Fegelein había sucedido en este puesto a Wolff, enviado por Hitler a Italia como jefe superior de la Policía y de las SS. Entre las tareas de Fegelein se contaba la de presentar personalmente a Hitler los partes de Himmler. Los temas tratados eran las actuaciones de la Policía, las SS y la Gestapo, las operaciones de castigo de la Policía contra los partisanos en la Unión Soviética, el estado de las divisiones de las SS y los memorandos especiales enviados por las unidades de este cuerpo desde el frente oriental, con los que Hitler verificaba los informes del estado mayor general. Fegelein tenía por entonces 38 años. Antes de la guerra había sido el jefe de la Academia Superior de Equitación de las SS en Múnich. Y durante la guerra, había comandado la 8.ª división de caballería de las SS, destinada en el área de Pripiat, con la misión de luchar contra los partisanos.
Fegelein era un hombre dado a las maquinaciones y después de la ocupación de Polonia, con los bienes saqueados a los polacos creó en Varsovia talleres de confección de trajes de hombre y mujer, abrigos de piel, zapatos, bolsos de mujer y carteras. Para sus talleres recurrió al trabajo forzado de la población autóctona. Fegelein puso en marcha un próspero comercio clandestino, que proporcionaba también artículos al estado mayor de Hitler y Eva Braun.
En el Berghof, el oficial no tardó en trabar amistad con Eva Braun. A petición de ésta, Hitler lo acogió en el entorno más cercano y lo invitaba también a las tardes de té junto a la chimenea. No tardó en entrar y salir con libertad del apartamento de Eva Braun. A nadie del estado mayor de Hitler se le había permitido hacer algo así. Eva Braun se había rendido a Fegelein y se sentía cada vez más bajo su ascendiente. En sus conversaciones con Hitler, celebraba sin límites su porte masculino y su elegancia. Para ella, se trata de un «hombre de verdad».[317] Tampoco Hitler podía sustraerse a su encanto. A Himmler le confesaba:
—Himmler, con Fegelein nos ha enviado usted a un hombre que está a nuestra altura.
Al cabo de sólo un mes de haber conocido a Gretl, la hermana de Eva Braun, Fegelein pasó a ser su novio, con lo que se consolidó su posición en el entorno de Hitler. Eva Braun impuso que la boda se celebrase con una fiesta espléndida en el palacete del Berghof.
El día de la ceremonia, Hitler suspendió la reunión informativa del mediodía. Justificó su decisión arguyendo que no quería estropear la celebración del enlace con las malas noticias procedentes del campo de batalla. Allí, en aquellos mismos momentos, se desataban los sangrientos combates por la ciudad de Sebastopol.
La boda se celebró en Salzburgo. Como padrinos actuaron Himmler y Bormann. Desde allí, los recién casados se dirigieron al Berghof. A la entrada del palacete les recibió Hitler con gesto ceremonioso y vestido con el uniforme gris de comandante en jefe de la Wehrmacht. Su pecho aparecía adornado con la insignia de oro del Partido, la cruz de hierro de primera clase y la insignia de los heridos de la primera guerra mundial. Hitler entró en la gran sala junto a la pareja de recién casados. Allí regaló a Gretl un bolso de mano de platino. A continuación entró con ellos en el salón donde se habían reunido, a la espera del banquete de bodas, Eva Braun, sus padres, la hermana mayor, Ilse, con su segundo marido, los padres de Fegelein, su hermano menor, el oficial de las SS Waldemar Fegelein, las amigas de Eva Braun, además de Himmler, Morell, Hoffmann, la esposa de Brandt, cirujano de Hitler, Below y su mujer, así como Günsche.
Hitler condujo a todo el grupo al comedor, donde ya se había preparado la mesa. Los trajes de etiqueta de los caballeros y los lujosos vestidos de noche de las damas otorgaban al palacete del Berghof un ambiente especialmente festivo. Sobre las mesas, adornadas con inmensas canastillas de flores y con velas sostenidas por candelabros dorados, resplandecía un caro juego de mesa procedente de los fondos del Estado y que sólo podía verse en los banquetes oficiales.
Hitler hizo tintinear su copa en el momento en que los ordenanzas de las SS, trajeados para la ocasión con chaquetas blancas, sirvieron la sopa de sesos de ternera. De inmediato se interrumpieron todas las conversaciones. El Führer expresó su alegría porque la boda de Fegelein con Gretl se celebrase en su palacete. En su calidad de jefe de Estado quiso expresar sobre todo el deseo de que la pareja de jóvenes fuera bendecida, Dios mediante, por una descendencia numerosa. A continuación levantó su copa y brindó con la pareja de novios. Una vez concluido el brindis de Hitler, los ordenanzas trajeron los platos más selectos y llenaron una y otra vez las copas con el champán y vino francés que se almacenaba en grandes cantidades en los sótanos del Berghof.
En las mesas, mientras tanto, reinaba una gran animación. La alegría de los invitados llegó a un punto culminante cuando los ordenanzas trajeron, en bandejas de plata, unos helados en forma de figuras femeninas, elaborados con azúcar y con trajes del siglo XVIII.
Finalizada la cena, pasaron a la gran sala. Allí los fotógrafos de Hoffmann retrataron a Hitler en diversas poses junto a la joven pareja y a otros huéspedes. A continuación, todo el grupo de invitados se dirigió, sin Hitler y en una columna de coches, a la mansión de Bormann, donde continuó la fiesta en compañía de artistas de Múnich invitados por Fegelein. Hitler no los había querido recibir en su palacete. Más tarde, los invitados subieron hasta el pabellón de té en el Kehlstein, donde todo estaba preparado para la continuación del festín. La celebración continuó de manera desenfadada en todas las habitaciones, mientras una banda tocaba de manera ininterrumpida música de baile. Los ordenanzas servían champán, licores y los más delicados dulces. Eva Braun resplandecía, aprovechando la circunstancia de que Hitler no estaba presente. Bailaba, coqueteaba y saboreaba la fiesta más que nadie. Un observador no avisado podría haber pensado que la novia era ella. Himmler y Bormann aguantaban el ritmo. Nada recordaba aquí al sufrimiento y a los terribles sacrificios, a los millones de muertos y a la destrucción que la guerra había llevado a tantos pueblos del planeta.
Al atardecer, los invitados a la boda volvieron del Kehlstein a la mansión de Bormann. Todo el mundo se mostraba alegre y Hoffmann estaba borracho como una cuba. La residencia de Bormann había sido transformada con ocasión del enlace en un local de diversión: había habitaciones para el baile, para comer o para relajarse. Uno de los aposentos se había dispuesto como bar de cócteles, otro como estudio fotográfico. Los músicos tocaban sin interrupción melodías de tango y de fox-trot. En el bar de cócteles un cuarteto de jazz, integrado por soldados, interpretaba temas escabrosos de los bajos fondos de Viena.
Von Puttkammer, Von Below y Günsche, los ayudantes de Hitler, partieron hacia las once de la noche en dirección al Berghof, para asistir a la sesión informativa de la noche. En esta ocasión, y por disposición de Hitler, correspondió al coronel Brandt rendir el informe, porque todos los ayudantes seguían de fiesta en la mansión de Bormann. Brandt informó de los enfrentamientos más recientes en Sebastopol y de las numerosas bajas que habían sufrido las tropas que allí combatían. Aquella noche, en la batalla de Sebastopol, perecieron miles de soldados alemanes, mientras en el Obersalzberg la boda se celebraba por todo lo alto.
Después del informe de Brandt, Von Puttkammer, Von Below y Günsche regresaron a la mansión de Bormann. Allí, la diversión estaba en su apogeo, y prosiguió hasta muy entrada la madrugada.
Al día siguiente, Linge se enteró por los ordenanzas que habían servido en el banquete, de que a las doce de la noche Bormann había enviado a su mujer a dormir, para que no ensombreciera la fiesta con su presencia. Pero cuando de madrugada ya había sudado su tercera camisa de tanto bailar, la hizo llamar para que le trajera camisas limpias.
—Lo creas o no —aseguraban los ordenanzas—, Bormann sacó a su mujer de la cama a las cuatro de la madrugada y le ordenó que le trajera camisas limpias que tenía en otra mansión, en Pullach, cerca de Múnich. Para ir y volver de allí hay que hacer unos buenos doscientos kilómetros.
Speer, el ministro del Reich de Armamento y Producción Bélica, que con frecuencia realizaba viajes de inspección en las empresas de fabricación de armas, mantenía contactos estrechos con los círculos empresariales. Cuando la Wehrmacht comenzó a sufrir pérdidas cada vez más cuantiosas, Speer informó a Hitler una y otra vez de que los empresarios estaban muy insatisfechos con la dirección militar. Las informaciones de Speer acerca del estado de ánimo negativo de los empresarios coincidían con los informes de Himmler, cuyo Servicio de Seguridad había cubierto todo el país con una densa red de agentes y delatores, que prestaban atención al más mínimo asomo de crítica a Hitler. Speer recomendó al Führer que invitara con urgencia a los representantes de la gran industria para volver a levantarles la moral.
Hitler le hizo caso y convocó a mediados de junio de 1944 a unos doscientos empresarios en el Obersalzberg.[318] Éstos se reunieron en el hotel Platterhof, propiedad del consorcio hostelero del Partido nacionalsocialista. En esta reunión Hitler habló durante más de una hora. En su discurso se esforzó por ser lo más convincente posible. Se percibía con claridad que el estado de ánimo de los empresarios era un asunto que le preocupaba mucho.
Hitler reclamó sobre todo que se mantuvieran a su lado, porque un enemigo encarnizado sólo podía ser vencido gracias a una firmeza inquebrantable.
Recalcó que los generales que luchaban en el frente oriental no llegaban a comprender toda la importancia que para la industria alemana poseían la cuenca del Donetz, Ucrania o los minerales de manganeso de Nikopol, porque sólo prestaban atención al aspecto estratégico y militar del asunto.
Hitler indicó a continuación que a pesar de la pérdida de las materias primas de los territorios rusos, no se habían detectado problemas relevantes en la producción armamentística. Se continuaba disponiendo de grandes reservas de materias primas, que permitían superar momentos de escasez e incluso incrementar la producción de armas. Cuando la guerra hubiera terminado, la Wehrmacht estaría equipada espléndidamente con todo tipo de armamento. La industria armamentística podría cosechar enormes beneficios cuando acabara el conflicto armado. Todo el mundo apostaría por la calidad de las armas alemanas, que habían traído la victoria. Entonces, las empresas alemanas suministrarían armas al mundo entero. A esta guerra seguirían otras. Hungría lucharía contra Rumanía y Grecia se enfrentaría a Italia. Iba a depender de Alemania el que entre estos países hubiese guerra o paz. La reconstrucción y la producción de artículos de consumo diario marcharían a toda máquina. Los empresarios podrían pedir precios elevados por sus productos.
Empleó un tono patético a la hora de poner término a su alocución. Reclamó la confianza de los grandes empresarios y los llamó a darlo todo por la victoria. No estaba lejos la hora en que se produciría el gran giro.
Hitler abandonó la gran sala entre aplausos y gritos de «Heil!».
El 6 de junio de 1944, Linge despertó al Führer muy temprano por la mañana. Jodl lo reclamaba al teléfono para comunicarle que a primera hora de la mañana los angloamericanos habían desembarcado en Francia. Apenas media hora más tarde ya se presentaban en el Berghof Keitel y Jodl. Hitler los recibió en la gran sala. Aquel día tenía mejor aspecto de lo habitual.
—Las cosas han comenzado en el Atlántico, ¿no es así, Jodl? ——preguntó enseguida—. ¿Dónde exactamente? ¿Tiene usted datos precisos?
Jodl extendió un mapa de la costa atlántica sobre la mesa de mármol y señaló los puntos donde habían desembarcado las fuerzas angloamericanas.
—Las tropas han desembarcado aquí, mein Führer, al sur de Le Havre. En muchos puntos ya han podido ser rechazadas. En la retaguardia de las tropas alemanas han saltado paracaidistas. De momento resulta difícil determinar el lugar donde se concentran. Podemos afirmar, sin embargo, que el enemigo no ha logrado un ataque por sorpresa. Estábamos esperando a los paracaidistas.
Hitler se incorporó. Sus ojos brillaban.
—Señores míos —dijo excitado—, estoy feliz de que los angloamericanos se hayan decidido por fin a desembarcar en Francia y justamente en el lugar donde los esperábamos. Ahora ya sabemos lo que nos espera. Ya veremos cómo continúan las cosas.
El dictador alemán había esperado en las últimas semanas el desembarco en Francia, dados los partes de Ribbentrop, Himmler y Jodl. Pero la inseguridad acerca del dónde y el cuándo se produciría el desembarco le habían angustiado mucho. En diversas ocasiones Hitler había deliberado con Jodl acerca de cómo distribuir el escaso número de reservas móviles (las divisiones acorazadas) de las que disponía en Francia. Explicaba que en los combates que se avecinaban todo dependería de la correcta utilización de estas divisiones acorazadas, que fueron reagrupadas en varias ocasiones hasta que acabaron concentradas en Normandía.
Mientras Hitler aún conversaba con Keitel y Jodl, se le informó de que se había presentado Göring. El Führer salió rápidamente a su encuentro. Göring ya había entrado en la antesala. Radiante, Hitler agarró con sus dos manos la diestra de Göring y exclamó con alborozo:
—Göring, ¿ya se ha enterado usted? Esta mañana, por fin, los angloamericanos han desembarcado en Francia. Por cierto, ¡justo en el punto donde los esperábamos! ¡Vamos a expulsarlos de allí!
Keitel y Jodl se acercaron a ellos. Hitler le arrancó a Jodl el mapa de la mano y lo extendió sobre una mesita. Hitler y Göring se inclinaron sobre el plano y buscaron los puntos de desembarco. A continuación, los cuatro deliberaron acerca de las medidas que debían tomarse para capturar a los paracaidistas enemigos.
Pero sólo unos días más tarde, los acontecimientos en Francia pasaron a desempeñar para Hitler un papel secundario. Los combates que se libraban en el frente oriental, en el área del grupo de ejércitos del centro, absorbían toda su atención.
En una reunión celebrada a mediados de junio de 1944, Heusinger informó acerca del sector del frente correspondiente al grupo de ejércitos del centro. Le explicó a Hitler que las noticias de los servicios de información alemanes y la creciente actividad de los partisanos rusos, sobre todo la voladura de las líneas ferroviarias en la retaguardia del grupo de ejércitos, daban a entender que los rusos estaban preparando una gran operación en la zona central del frente. Hitler murmuró con rabia que ya hacía tiempo que había ordenado arrasar las áreas en las que actuaban los partisanos.
—¡No son más que bandidos! ¡Enemigos de los alemanes y bandidos, lo uno equivale a lo otro! ¡Hay que exterminarlos a todos!
Con aire preocupado miró durante largos instantes el mapa y acabó por decir:
—Comuníquele al mariscal de campo Busch que se mantenga especialmente vigilante. ¡El camino a Alemania pasa directamente por donde está su grupo de ejércitos! ¡En este punto no podemos retroceder ni un solo paso!
El 23 de junio, pocos días después de esta reunión, dio comienzo en Bielorrusia la gran ofensiva de la URSS contra las posiciones del grupo de ejércitos del centro.[319] Hacía muchos meses que los rusos no habían realizado unos ataques a gran escala en este sector del frente. En el área de Vitebsk-Orsha-Maguilov los alemanes habían levantado entretanto un sistema defensivo de notable profundidad, que bautizaron con el nombre de Línea de la Patria.[320]
Durante la reunión informativa del 25 de junio, Heusinger dio la noticia de que las tropas soviéticas habían logrado romper el frente con gran profundidad al sudoeste y al sur de Vitebsk, y que también atacaban con fuerza a lo largo de todo el frente, que ya estaba roto en diversos puntos. Heusinger resaltó los efectos devastadores de la tormenta de fuego provocada por la artillería enemiga.
Hitler estuvo a punto de caer encima de la mesa y gimió:
—Pero ¿cómo ha podido suceder esto? ¡Si allí están emplazadas nuestras mejores divisiones! ¿Dónde está la división Feldhernnhalle? ¿Dónde está la duodécima división de infantería?
Heusinger respondió afligido que no se sabía nada cierto acerca de la situación de la división Feldherrnhalle y de las otras unidades. Todos los puestos de mando del grupo de ejércitos del centro habían cambiado su emplazamiento. Las comunicaciones de los ejércitos con los cuerpos y de los cuerpos con las divisiones eran muy deficientes.
La situación del grupo de ejércitos del centro era catastrófica, como quedó de manifiesto en los días siguientes. Heusinger informó de que Vitebsk y Orsha, y también Maguilov y Babrujsk, habían sido abandonadas. En la zona del grupo de ejércitos del centro, el frente estaba roto a lo largo de unos trescientos kilómetros aproximadamente. Unidades de notable tamaño habían sido aisladas y cercadas por los rusos.
Hitler ordenó que se mantuvieran las posiciones del frente hasta el final. Siguiendo directrices suyas, se enviaron al campo de batalla a las divisiones procedentes de los sectores más tranquilos del frente, así como todas las unidades del ejército de reserva que estuvieran en condiciones de entrar en combate. No obstante, estos refuerzos fueron aplastados por los poderosos embates de los soviéticos. El grupo de ejércitos del centro sufrió enormes pérdidas. Decenas de miles de soldados y oficiales fueron hechos prisioneros. Las avanzadillas blindadas de los rusos se acercaban a una velocidad amenazadora a las fronteras de Prusia Oriental. De todo ello informaba en aquellos días Heusinger en las conferencias dedicadas a la situación del frente oriental.
Hitler estaba sentado a la mesa con gesto apático y contemplaba el mapa del frente oriental con una mirada vacía. La agitación de los últimos días, en los que había tenido que asistir a la destrucción de la zona central del frente, volvió a provocarle espasmos estomacales. De vez en cuando, mientras estaba sentado, se doblaba con el rostro desencajado por el dolor. A continuación, se levantaba y medía con manos temblorosas la distancia que les quedaba por recorrer a los destacamentos de las avanzadillas del Ejército Rojo antes de alcanzar la frontera de Prusia Oriental. Con un lápiz azul dibujaba flechas sobre el mapa. Éstas penetraban en los flancos de las unidades rusas que en ese momento avanzaban a toda velocidad. De improviso dirigía miradas iracundas a su alrededor, se levantaba de un salto del sillón, lanzaba el lápiz sobre la mesa y vociferaba:
—¡Traición! ¡Traición!