CAPÍTULO 1

VERANO DE 1933 - VERANO DE 1934

El sol brilla sobre la Wilhelmplatz de Berlín. Allí se alza la cancillería del Reich, el lugar donde ha comenzado la nueva era del «Tercer Reich» después de que Hitler haya accedido al poder el 30 de enero 1933. Tras las cortinas de una ventana se encuentra un hombre de estatura media; un mechón le cae sobre la frente. Es Hitler. Ligeramente inclinado hacia delante, observa el ceremonial militar que se desarrolla abajo, en el patio de honor. Allí los soldados de su escolta personal, el llamado Leibstandarte[51] Adolf Hitler de las SS, protagonizan el cambio de guardia. Las piernas se elevan hacia lo alto y las botas remachadas golpean con dureza en el asfalto. Los hombres forman en posición de firmes, la mirada fija y dirigida al frente. El cambio de guardia ha concluido y Hitler se retira de la ventana. Ya son las dos del mediodía; es la hora de la comida para el Führer.

Hoy almuerzan con él los ayudantes Wilhelm Brückner y Julius Schaub, el comandante del Leibstandarte, Sepp Dietrich, y el jefe de prensa, Otto Dietrich. Linge está de servicio en la centralita telefónica instalada en el comedor de Hitler. Hasta él llegan las conversaciones que se mantienen en la mesa.

Los comentarios de los ayudantes permiten percibir fácilmente que quieren beneficiarse personalmente de sus ventajas antes de que sea demasiado tarde. Hitler explica en un tono irónico que no tiene la intención de renunciar tan pronto a su puesto de canciller del Reich. En un tono cortante añade:

—Han pronosticado sobre mí que no duraré más que unos meses. Van a llevarse una sorpresa, pues tengo la intención de quedarme.

Hitler anuncia su voluntad de quebrar cualquier resistencia con todos los medios:

—Yo no soy un canciller como Bismarck, que no era más que el canciller del emperador. Yo tengo mi partido. Yo soy el Führer. ¿Qué cualidades ha de tener un caudillo? Sobre todo, su nombre ha de estar en boca de todo el mundo. Por ello introduje el Heil Hitler como saludo, porque contiene mi nombre. Me alegro de que mi nombre no sea Oberhubinger o Unterkirchner.[52] Las masas han de tener a su Führer siempre a la vista… Todas las cámaras han de estar enfocadas en mi persona: la muchedumbre ha de seguir cada uno de mis pasos. El Führer ha de arrastrar a las masas, como si fuera un actor; su vestimenta, su mímica y sus gestos, todo ello es importante…

La comida ha terminado. Hitler se levanta de la mesa de un humor excelente. Con las manos en los bolsillos de la chaqueta, canta uno de los éxitos de moda en los locales de diversión berlineses, una canción que le complace mucho:

—Marie Luise, qué bello es cada uno de los días que me regalas.

De repente se detiene y dice, dirigiéndose a sus ayudantes:

—Qué feliz soy de que la providencia me haya enviado como salvador de este desesperado pueblo alemán, en esta su hora fatídica.

En aquellos días, en los sótanos del hotel Prinz Albrecht, situado en la Prinz-Albrecht-Straβe de Berlín, donde está instalada la Gestapo, los prisioneros allí encerrados nada sabían de esta misión «querida por Dios».[53] En esta prisión de la Gestapo figuraban algunos detenidos especialmente relevantes.

Tras la aprobación de la Ley de Plenos Poderes (Ermächtigungsgesetz), se encerró a cientos de miles de alemanes honrados en campos de concentración (en Oranienburg, Buchenwald o Dachau).[54] Las cárceles, clausuradas por hallarse en estado de ruina, volvieron a utilizarse por orden de Himmler, «con el fin de proteger al pueblo y a la patria».

En la cancillería del Reich se sabía que Hitler enviaba personal y continuamente nuevos prisioneros a las cárceles y a los campos de concentración.[55] Respecto a este asunto declaraba:

—Tendríamos demasiado que hacer si perdiéramos el tiempo con juicios. No puedo confiar en los juristas. Resulta mucho más práctico detener […] sin tener en cuenta a esos tipos obsesionados con las leyes […]. Yo me arrogo ese derecho. ¡Yo soy mi propio ministro de Justicia!

Los sótanos del hotel Prinz Albrecht no podían dar cabida a todos los «criminales políticos» del «Tercer Reich». A éstos los encerraban además en la nefanda Columbiahaus, una fábrica en el barrio berlinés de Tempelhof, cerrada por amenaza de ruina, donde la Gestapo había erigido otro de sus centros de detención.[56]

Los guardianes de estas cárceles de la Gestapo eran nazis escogidos, los cuales, antes de la subida al poder de Hitler, se habían «especializado» en asesinar a comunistas por la espalda y en disolver a porrazos las manifestaciones comunistas en las calles berlinesas. Los puestos de guardia estaban cubiertos de carteles en los que se podía leer: FÜHRER, ORDENA; NOSOTROS TE SEGUIREMOS.

Los presos eran torturados, recibían patadas y eran tratados de forma inhumana.

Los carceleros mascullaban con una sonrisa maliciosa:

—Aquí sí que nos divertimos… Himmler ha dicho: «Los incorregibles deben quedarse ahí hasta que se vuelvan negros. Es la preparación del camino al renacimiento nacional».

23 de junio de 1934. En cumplimiento de una orden especial, se han cerrado los portalones de los cuarteles de Lichterfelde (Berlín), donde tiene sus cuarteles el Leibstandarte Adolf Hitler de las SS. Se han cancelado los permisos para abandonar los cuarteles. Los hombres tienen la orden de acostarse con el equipo al completo. Los cinturones y el casco de acero están dispuestos sobre el taburete. Las ametralladoras reposan sobre la mesa. Desde hace ya una semana se ensaya el toque de alarma cada noche. Nadie sabe lo que está sucediendo en realidad. Los mandos guardan silencio.

Al atardecer del 29 de junio, por fin varias unidades del Leibstandarte suben a los vagones de tren en la estación de Lichterfelde-Ost y parten en dirección a Múnich. Ya en el momento de subirse al tren se filtra el rumor de que el jefe del estado mayor de las Sturmabteilungen (SA, o batallones de asalto), Ernst Röhm, uno de los colaboradores más estrechos de Hitler, prepara un levantamiento. Se decía que Röhm, un hombre que gozaba del apoyo de las SA, exigía de Hitler un puesto más relevante en el Estado, teniendo en cuenta los méritos contraídos durante la toma de poder.

El 30 de junio por la tarde, las unidades del Leibstandarte descendieron en la estación principal de Múnich. A continuación se dirigieron hacia la «Casa Parda».[57] Hitler apareció en el balcón de este edificio.

Ante él desfilaron las tropas de las SS en filas de a cuatro y marcando el paso de la oca.

A esas alturas, con la detención de Röhm y de sus colaboradores, ya había sido aplastado el golpe de Röhm. Hitler en persona había dirigido la operación. En la madrugada del 30 de junio, acompañado de una escolta reforzada, se había dirigido en una columna de automóviles hacia Bad Wiessee (a una distancia de dos horas en coche desde Múnich), donde se encontraba Röhm junto a su estado mayor.

En Bad Wiessee Hitler había sorprendido a Röhm, a Heines, el teniente general de las SA de Silesia, y a otros jerarcas de las SA compartiendo el lecho con jóvenes homosexuales. Hitler ordenó detenerlos a todos. Röhm fue llevado a la prisión de la Policía en Múnich. Allí se le exigió que se quitara él mismo la vida, para lo cual le dejaron una pistola en la celda. Röhm se lanzó sollozando al suelo y suplicó por su vida. De las actitudes orgullosas y de las frases huecas que el pueblo alemán acostumbraba oír de este jerarca del Partido nacionalsocialista y del «Tercer Reich», sólo quedó un lloriqueo lastimero.[58]

Röhm fue ejecutado.

De manera oficial se dijo que se le había dado muerte por su homosexualidad. Pero Hitler ocultó al pueblo alemán que la homosexualidad era algo difundido y tolerado en los cuadros dirigentes del Partido nacionalsocialista y de las «Juventudes Hitlerianas».

El verdadero motivo de la ejecución de su rival lo reveló Hitler a su entorno con las siguientes palabras:

—¡De mí no se ríe nadie! ¡Que esto sirva de advertencia a todos mis enemigos, ocultos y abiertos! Yo no soy un canciller a la antigua usanza. ¡Yo soy Hitler! ¡En el Partido y en el Estado sólo hay un amo, y soy yo!

En los días del «golpe de Röhm», que no fue otra cosa que una lucha por el poder entre Hitler y éste, se fusiló a numerosas personas inocentes, pero que por uno u otro motivo no eran del agrado del «Tercer Reich».[59]

Los miembros del Leibstandarte que habían permanecido en Lichterfelde y que habían participado en los fusilamientos, informaron acerca de los detalles a sus camaradas que regresaban de Múnich. Camiones enteros, cargados con prisioneros, se dirigieron al cuartel de Lichterfelde. A los prisioneros, desnudos de cintura para arriba, los emplazaron a lo largo de la pared de la capilla del patio del cuartel y dispararon contra ellos.[60]

Los integrantes de los pelotones de fusilamiento explicaban:

—No os podéis imaginar lo borrachos que llegamos a estar. Hemos bebido todo el aguardiente que hemos querido.

En aquellos días también fue «neutralizado» el general Von Schleicher, el antiguo canciller del Reich y ministro de la Guerra. En la Reichswehr[61] era de dominio público que Schleicher, como opositor de Hitler, simpatizaba con la idea de una dictadura militar.

Cumpliendo una orden dada por Hitler, dos agentes de la Gestapo penetraron en la vivienda del general en Berlín. La hija de Von Schleicher, que les había abierto la puerta, fue asesinada a tiros en el acto. Los agentes de la Gestapo pasaron por encima de su cadáver y cuando Von Schleicher pretendió sacar su pistola, lo mataron a él y a su esposa.[62]