25
—¡Agarraos donde podáis! —gritó Kris mientras inyectaba más plasma a los motores del que le gustaría. No era el momento de reventar el reactor utilizando tanto plasma que cuando el flujo de la masa de reacción fría que estaba introduciendo se encontrase con el poco plasma que quedara, la temperatura crítica del núcleo se desplomase por debajo del nivel de fusión. Quizá sea arriesgado, ¡pero tenemos que movernos ya!
La nave (o, mejor dicho, la Barbarroja, el yate de Hank) despegó dando una sacudida que hizo caer de rodillas a Jack, Abby y Hank. Una vez que Kris reguló la temperatura del reactor tras acelerar para huir de un muro de gas y escombros que se acercaba a gran velocidad, los recién llegados gatearon hasta sus asientos: Hank se situó a la derecha de Kris; Jack, al lado de este; y Abby, junto a Tom.
—¿Qué estás haciendo con mi nave? —preguntó Hank mientras se abrochaba el cinturón para recordarle que él seguía siendo el dueño.
—Intento alejarme de ese desastre —contestó Kris, que prefirió decir «ese desastre» en lugar de «el desastre que acabo de provocar». No era el momento de contarle a Hank todo lo que había ocurrido en las últimas horas. Los hombres solían tomarse esas cosas a la tremenda.
—¿Qué ha pasado? —dijo Hank en voz baja con los ojos clavados en las pantallas.
—Algún tipo de accidente industrial, supongo —contestó Kris saliéndose por la tangente.
—¿Y por eso huyes con mi nave?
Kris miró el reactor y aumentó el suministro de los depósitos de combustible.
—Vi que estaba disponible y en ese momento me pareció una buena idea.
—Sí, solo había cuatro o cinco guardias protegiéndola. Ya me avisó padre de que los Longknife tenéis un concepto muy ambiguo de la propiedad cuando os conviene.
—Lo siento si te he decepcionado —dijo Kris, que detuvo los motores principales y rotó la nave para que el núcleo energético y los motores no sufriesen el impacto directo de la onda de choque que se acercaba rápidamente. Así, fue la cubierta de mando lo que quedó de cara a aquella.
—¡Agarraos! —gritó Kris. La onda llegó y los apretó contra sus sujeciones a la vez que empujaba la nave primero hacia atrás y después de lado, como si pretendiera darle la vuelta. Los giroscopios se tensaron al verse sometidos a múltiples fuerzas. Kris combatió el embate con todo su empeño, para lo cual pulsó los anuladores y elevó la potencia de los propulsores de control, a los que envió más masa de reacción y más voltaje.
La nave se mantuvo estable… o casi.
Después llegó la peor parte: fragmentos de la estación y de las naves, vigas, muros… Por suerte, Kris no vio ningún cadáver. A continuación los propulsores de control pasaron a dirigir la nave hacia arriba o hacia la derecha, hacia la izquierda o hacia abajo mientras Kris jugaba a esquiva o muere.
—Alfa, gamma, siete, siete —murmuró Hank a modo de ensalmo—. Omega, zeta, épsilon, uno, nueve, once —dijo para terminar, lo que hizo que el panel que tenía ante sí cobrase vida—. Blindaje adicional en la proa.
—¿Qué haces? —preguntó Kris sin apartar los ojos de los fragmentos que volaban hacia ellos.
—Al contrario que tú, yo no me he formado en la Marina, pero me gusta conocer mi nave lo suficiente para mantener mi pellejo a salvo cuando hace falta. Esta nave está hecha de metal inteligente y, si no me equivoco, acabo de engrosar la proa.
—Tom, tengo el control. Somete tu puesto al de Hank y mira a ver qué puedes hacer —le ordenó Kris a su amigo, que en la Tifón ocupaba un puesto de defensa.
—No consigo entrar —gritó Tom.
—He configurado un acceso sin restricciones para todos los puestos —dijo Hank.
—Estoy dentro —confirmó Tom.
—Vamos a recibir un impacto por el flanco derecho —gritó Kris.
—Estoy en ello —anunció Tom mientras deslizaba los dedos por su panel. La nave se estremeció y gimió cuando la parte derecha del casco recibió el impacto oblicuo al que Kris se había resignado.
—¿Daños?
—Lo estoy arreglando —le respondió Tom a Kris.
—Buen chico —susurró Hank.
—Esta nave no está nada mal. Pero que nada mal —comentó Tom, un generoso elogio viniendo de alguien nacido en el espacio.
—Con lo que costó, no puede ser mala —dijo Hank apretando los dientes mientras Kris colocaba la nave de lado. La popa de una nave que se acercaba dando volteretas, con sus cañones girando al otro extremo de una maraña de cables, asestó un nuevo golpe oblicuo.
—Estoy en ello —dijo Tom antes de que Kris abriese la boca.
Kris se tomó un momento para expandir la pantalla de evasión de impactos. Parecía despejada, pero necesitaba un plano más amplio.
—¿Alguien ocupa algún puesto de recopilación sensorial? —preguntó sin obtener respuesta.
—El código que he introducido debería haber activado toda la cubierta de mando —dijo Hank mirando a su alrededor—. ¿Tu amigo no está sentado en un puesto de recopilación sensorial? —preguntó mirando a Jack.
—Para mí, lo mismo es un puesto sensorial que uno de lujo —gruñó Jack.
—Someteré el puesto que tengo al lado a ese otro —dijo Penny—. Sí, dispone de sensores. Kris, le envío la pantalla de conjunto.
Una pantalla se desplegó a la izquierda Kris. En aquel momento apenas se veía nada más que el vacío espacial, de modo que Kris pulsó un mando para ampliar la vista. La zona era un desastre, más o menos lo que se esperaba. Echó un vistazo rápido a la estación. El grueso muro que tuvo que desgajar para introducir los nanos había canalizado la explosión hacia el exterior, no hacia arriba ni hacia abajo. El Hilton debió de sufrir una sacudida tremenda, aunque el hotel y el resto de la parte inferior de la estación seguían posados en lo alto de la judía mágica. La Cima de Turántica también continuaba allí, aunque ahora flotaba en medio del espacio, solo que unida todavía a la parte inferior de la estación por medio de algunos cables no demasiado sólidos.
La explosión se expandió hacia fuera, tal y como Kris deseaba. Confiaba en que aquello no hubiera agotado sus reservas de buena suerte para aquel día. Al parecer, aún le haría falta mucha más.
Vio un crucero que avanzaba por en medio de las ruinas, derecho hacia ellos.
—Penny, ¿hay novedades sobre Sandfire?
—No.
—Preparaos para rotar la nave. Larguémonos de aquí. —Kris hizo girar la Barbarroja, eligió un punto de salto potencial, comprobó hasta qué punto se había calentado el reactor por el uso de los propulsores laterales y, al no encontrar ningún problema, decidió sacarle partido—. Preparaos para salir a dos g —avisó a su tripulación.
—Y para recibir a Sandfire —anunció Penny.
—Póngalo en la pantalla principal.
Amarrado a una silla de aceleración, Sandfire no presentaba un aspecto demasiado señorial. Debió de abrocharse de forma atropellada, según dedujo Kris al ver que dos de las correas estaban retorcidas. Tenía que estar pasándolo mal bajo una gravedad tan elevada. Sus ojos estaban hinchados y tenía la piel colorada. Una vena que atravesaba su frente latía con fuerza, aunque todo ello no le impedía expresarse en un tono exigente.
—Ríndase, detenga su nave y prepárese para el abordaje.
Kris meneó la cabeza.
—Lo siento, Sandfire, ya le he dejado marearme demasiado. No caeré en la trampita que me había tendido.
Sandfire se retorció entre sus correas al intentar acercarse a la cámara para parecer más corpulento en la pantalla de Kris. La vena le latía cada vez con mayor violencia.
—Si desoye mis órdenes, los desintegraré.
Hank tosió dos veces.
—Cal, este es mi yate, y viajo a bordo de él. No abrirás fuego ni contra mí ni contra la nave.
Las palabras apaciguadoras de Hank supusieron una bofetada para Sandfire, que se reclinó en el asiento por un instante, los ojos ciegos de rabia. Después sonrió, o al menos retorció los labios en un gesto que para Sandfire debía de conformar una sonrisa.
—Eres un rehén.
—No soy ningún rehén.
—Eres un rehén de Longknife, esa terrorista, y la política de Smythe-Peterwald estipula que nunca se negocia para liberar a ningún rehén.
—Te lo aseguro, Cal, tal vez esta no sea la velada que había pensado pasar con la señorita Longknife, pero no estoy retenido de ningún modo. Teniendo en cuenta lo que acaba de ocurrir en la estación, diría que incluso me ha salvado la vida.
—Ella es quien la ha hecho explotar —bramó—. Ha estado a punto de matarte y ha asesinado a millares de trabajadores. Pregúntaselo. Vamos, pregúntaselo. Los malditos Longknife lo han vuelto a hacer. Pero esta será la última vez que esa haga nada.
Kris intentó reaccionar. Había hecho todo cuanto estaba en su mano por alejar a la gente de su objetivo. Todo lo humanamente posible. ¿Qué iba a decirle a Hank?
Sin embargo, Hank no estaba tan interesado en Kris como en Sandfire.
—Cal, debes tranquilizarte. Sé que tenías proyectos para ampliar la estación. Pero no me cabe duda de que estaba asegurada. Has estado trabajando muy duro en tus proyectos de Turántica. No dejes que este revés interfiera con tu plan general de empresa. Dalo por perdido y sigue adelante. Mañana surgirán nuevas oportunidades de negocio.
—Qué sabrás tú, niñato malcriado —bufó Sandfire como si escupiese a la pantalla. Kris se fijó en el arco que describieron las gotas de saliva que se le escaparon y miró su panel. En efecto, el crucero estaba acelerando a dos g. Aumentó la aceleración hasta dos y medio.
Hank respiró hondo dos veces y decidió ignorar las palabras de su socio mientras su rostro perfecto adoptaba un gesto de preocupación empática.
—Calvin, necesitas contenerte. Estás diciendo cosas de las que mañana podrías arrepentirte. Haré como si no las hubiera oído, pero tienes que controlarte.
—Muchacho estúpido —le espetó Sandfire—. No tienes ni idea de lo que está pasando aquí, ¿verdad? Longknife, ¿quiere decirle lo que acaba de hacer? Los planes que yo tenía y usted me desbarató. ¿Se lo dice usted o se lo digo yo?
Kris aumentó la aceleración un cuarto de g. Fuera quien fuese quien capitaneaba aquel crucero, estaba prestando más atención que Sandfire a la velocidad que Kris aplicaba. Ahora le tocaba a ella respirar hondo, pero al menos Hank se enteraría de todo por ella, no por boca de su enemigo.
—Me temo que el señor Sandfire tiene razón. He metido un palo entre las ruedas de su carro… otra vez. —Le sonrió a la pantalla, aunque en respuesta solo recibió un gruñido—. El bueno de Sandfire estaba transformando todos los buques mercantes de Turántica en buques de guerra para reunir una flota de combate de primer nivel. Teniendo en cuenta que los planetas de las cercanías apenas cuentan con ningún armamento, se habría adueñado de todos ellos, como si del mismísimo Atila el huno se tratase. Ahora ya no dispone de ninguna flota, y el ejército que el presidente Iedinka estuviera intentando formar ya no irá a ninguna parte. Jaque mate.
—Pero esta vez la tengo a usted —espetó la imagen de Sandfire—. Capitán, dispare contra esa nave terrorista.
«Abriendo fuego» se oyó por la pantalla a la vez que Kris hacía patinar la nave hacia la derecha y la giraba sobre sí misma. El violento cambio de dirección aplastó a Kris contra sus correas, pero no apartó la mano de la palanca de aceleración, que se apresuró a reducir hasta un g para a continuación subirla de golpe hasta tres cuando el panel de ataque mostró varios láseres perdiéndose por encima de ellos.
—Me está disparando —dijo Hank. Por su aspecto conmocionado y acongojado, Kris dedujo que aquel era su primer combate.
—A mí no es la primera vez que intenta liquidarme, pero ha vuelto a fallar —dijo ella intentando infundirle algún ánimo.
—Beta, alfa, beta, rayo X —escupió Hank—. No tengo ni idea de cómo funcionan los láseres de este carcamán, pero seguro que aquí hay alguien que lo sabe.
—¡Láseres! —gritó Kris con júbilo.
—Treinta centímetros. Pulso militar completo. ¿Has visto qué grandes son mis condensadores eléctricos?
—Sí, pero a algunas abuelitas cachondas les gustan así —contestó Kris cuando un nuevo conjunto de pantallas se activó en el puesto de Hank.
—Papá decía que algún día Vergel necesitaría su propia flota, y puede que ya tengamos el primer buque de guerra.
—Penny, ¿lista para defender?
—Estoy entrenada, pero no cualificada.
—Hoy obtendrá la cualificación necesaria. Tom, toma el control.
—Tengo el control. Ejecutando bandazos según sea necesario —informó.
—Tengo armas —murmuró Kris cuando reconfiguró su panel, donde aparecieron los distintos grupos de sensores, así como las lecturas de las dos armas de las que disponía—. El ordenador de control de disparo solo recibe información del radar y el mecanismo de lanzamiento de láseres.
—Papá dijo que era el mejor Singer AGR que había —comentó Hank un tanto a la defensiva.
—Lo siento, Hank, se consiguen mejores lanzamientos cuando añades el gravímetro y el láser atómico. —Kris llevó las dos lecturas a su panel. Sin tiempo para programarlos en el buscador de alcance, los ajustó mentalmente.
—Ha vuelto a fallar —anunció Tom apretando los dientes.
—Fuego de alcance, pulso de un cuarto. —Kris aplastó los botones de disparo. También falló, de modo que los dos disparos se perdieron arriba por la derecha.
Kris, yo puedo hacerlo mejor, dijo Nelly.
—Nelly asume el control de disparo —anunció Kris a la tripulación.
—Combinando todos los datos de alcance. Disparando pulso de un octavo en alcance —informó el ordenador. Kris enarcó una ceja. El panel solo le había propuesto disparos de un cuarto. De aquella manera producirían más fuego de alcance y más rápido. Un vistazo a la pantalla le bastó para saber que incluso Nelly necesitaría muchísima potencia para ejecutar los disparos de alcance. La primera salva se acercó más, aunque se elevó en exceso.
—Estoy analizando su patrón de maniobras defensivas —dijo Nelly.
—Tom, ¿cuál es nuestro patrón? —preguntó Kris.
—Tengo cuatro patrones aleatorios, y alterno entre ellos a tiempos no predefinidos.
—¿Estaban los patrones en este ordenador?
—Ay, sí.
—Nelly, genera patrones nuevos para Tom.
—Introduciéndolos en el sistema —dijo Nelly—. Disparando patrón doble, un octavo de potencia. —Cada uno de los láseres lanzó dos ráfagas en un rápido staccato.
—Creo que uno ha impactado. —Sin embargo el crucero se alejó, dejando tras de sí un rastro de metal líquido.
—No hay hielo —observó Kris—. No tiene hielo que lo proteja de nuestros láseres.
—¿Tan malo es eso? —preguntó Hank.
—Al menos nosotros contamos con el metal inteligente, que se puede desplazar para reforzar los flancos expuestos. Lo único que lo protege a él de nuestros láseres es el casco de la nave. Nelly, ¿has determinado ya su patrón?
—Ha cambiado después de ese impacto. Dame un momento para estudiarlos. —Kris comprobó los condensadores eléctricos. Quedaba poco más de media carga. De todos modos, quizá consiguieran lanzar suficientes rayos si abrían fuego racheado.
—Nelly, ¿podemos disparar cuatro pulsos rápidos, a un octavo de potencia?
—No lo creo, Kris. Los láseres se están calentando. En mi opinión no fueron diseñados para darles este tipo de uso.
Kris miró a Hank.
—Papá decía que bastaban dos disparos para derribar cualquier cosa.
—Tu padre es muy optimista —dijo Kris, que realizó una búsqueda rápida en el menú del armamento y leyó la temperatura. En efecto, los láseres pequeños empezaban a acumular demasiado calor. No se habían sobrecalentado, pero teniendo en cuenta los disparos realizados hasta el momento, ejecutar otros dos lanzamientos rápidos podría hacer que se derritieran y quedasen inutilizables.
Era el momento de cambiar de táctica… y emprender la huida.
—Tom, nuevo rumbo. En órbita rápida y baja para ganar impulso alrededor de Turántica y situarnos en una nueva dirección.
—Y para irnos con los cohetes a otra parte, pero sin dejar de apuntar contra Sandfire —dijo el jefe de defensa que Tom llevaba dentro—. Rumbo fijado. Espero que vayáis bien sujetos. Ejecutando. —La Barbarroja giró rápidamente en redondo y avanzó hacia el planeta. La descarga de flanco procedente del crucero de Sandfire ocupó el espacio que ellos acababan de dejar libre.
—Buen cambio de rumbo —dijo Kris.
—Sí. —Tom suspiró.
—Sandfire nos está siguiendo —informó Penny.
—Sorpresa, sorpresa —dijo Jack meneando la cabeza.
—No puede ser que me esté disparando —jadeó Hank, todavía conmocionado.
—No, Hank, amigo mío. —Ahora la sonrisa de Tom se combaba amargamente hacia abajo—. Está disparando contra Kris. Lleva persiguiéndola desde que me secuestró. Tal vez desde antes. Quiere liquidarla y usted está en medio, igual que el resto de nosotros, vulgares mortales.
—¿Kris? ¿Por qué iba a querer perseguirte?
—Hank, tu familia o tu compañía hacen muchas cosas de las que quizá no estés al corriente.
—Mi papá nunca dejaría que las cosas se descontrolasen de esta manera.
—Para tu información, últimamente he averiguado algunas cosas sobre mi familia que digamos que no se corresponden con los comunicados de prensa.
—Podemos hablar de algunas proezas que os habéis marcado los Longknife.
—Y quizá yo pueda hablarte de ciertas cosas sobre los Smythe-Peterwald que no se mencionan en los informes anuales que se envían a los accionistas.
—Somos una compañía privada, al igual que Empresas Nuu.
—Hank, eso solo significa que tenemos que ahondar más. Ahondar más. Ahora, si me disculpas, tengo que asegurarme de que sigamos vivos. —Kris miró los condensadores eléctricos, los datos de la temperatura y los sistemas de alcance. —Penny, ponga a Cal, el colega de Hank, en la pantalla principal.
—Llamándolos. Ahí está.
—¿Está lista para rendirse? —gruñó Sandfire con gesto amenazante.
—No. Ha fallado todos sus disparos. Yo lo he alcanzado una vez. Diría que voy ganando.
—Usted no tiene honor. Solo sabe meter las narices donde no le llaman. Destroza lo que los demás intentar construir. Ríndase o muera.
—Abandone o será usted quien muera —replicó Kris—. Tenemos mejores equipos de disparo y un blindaje más resistente. Si continúa con esto, usted y toda su tripulación —que era a quien ella se dirigía en realidad— perecerán. Ríndase, Sandfire, he atacado otras naves en el espacio. La tripulación de mi puente tiene experiencia en combate. ¿Viaja a bordo de su tartana alguien que haya disparado alguna vez bajo presión? —Siga hablando. Mientras discutimos mis condensadores eléctricos se recargan y mis láseres se enfrían. Al mirar el panel de disparo observó que además Tom estaba abriendo el alcance.
—Todas mis chicas son asesinas. No las habría contratado si no lo fueran. Preferirían degollarla antes que ver su sonrisa de satisfacción.
—Pero no pueden pelear con sus puñales ni sus pistolas. Están en mi terreno, y les estoy apuntando con mis láseres. Les habla la teniente de corbeta Kris Longknife, de la Marina de los Sensibles Unidos. Cesen el fuego hostil, abandonen la persecución y sobrevivirán. Prolonguen el ataque y perecerán.
—¡Fuego! ¡Maldita sea, fuego! —aulló Sandfire.
Alguien gritó fuera del encuadre.
—¡No hemos recargado! ¡Un momento! ¡Ahora! —Instantes después alguien se acordó de cortar la transmisión.
El crucero abrió fuego, pero Tom ya había introducido los comandos necesarios para que la Barbarroja iniciase una nueva serie de deslizamientos, bandazos y giros. Todos los disparos fallaron.
Kris miró su panel.
—Nelly, dispara seis pulsos de un décimo o un duodécimo de potencia. Patrón cerrado de salvas.
—Disparando seis pulsos, un décimo de potencia —confirmó Nelly.
Dos láseres se sacudieron y lanzaron seis haces de destrucción. Dos fallaron por poco. Uno hizo blanco.
El crucero salió despedido a causa del impacto, dando vueltas sobre sí mismo y desprendiéndose de múltiples fragmentos de metal. Sin embargo, también se deshizo de otras cosas, más grandes, que brotaron a gran velocidad.
—Una lancha y varias cápsulas salvavidas están abandonando el crucero. Al parecer, nadie quiere morir junto a Cal —informó Penny.
—Tendrían que estar locas —bufó Hank negando con la cabeza—. No lo entiendo.
—Observa y aprende —dijo Kris—. Penny, páseme con Sandfire.
—No responde.
—Inténtelo de nuevo. Dígale que sus ratas están abandonando el barco.
—Ningún miembro de mi leal equipo me abandonaría jamás. —Sandfire había regresado y ocupaba todo el encuadre. El color rojo que encendía su rostro igualaba en intensidad al de las explosiones de la estación. La vena que atravesaba el lado derecho de su frente encontró su reflejo en otra que apareció a la izquierda. Kris esperaba que la tensión arterial no se le disparase como a Sandfire.
—¿Quiere ver lo que mis sensores han captado hace tan solo un minuto? Una lancha y un grupo de cápsulas salvavidas desprendiéndose de su nave como pétalos que cayesen de una margarita marchita.
—Dios santo, ahora además es poetisa —exclamó Tom con falsa conmoción.
—¿Y cree que voy a tragarme lo que diga una Longknife?
—Como sabrá, he estado demasiado ocupada intentando sobrevivir como para manipular la información.
—Longknife, ha estado ocasionándonos problemas desde que era una niña y se zafó de nuestros secuestradores. Debió morir hace meses en aquel campo de minas. Sin embargo, se salvó de lo que le habíamos preparado con aquel estúpido comodoro en París. Esta vez la tengo a tiro y yo mismo la mataré. ¡Fuego, maldita sea, fuego!
Kris notó como la nave empezó a deslizarse y sacudirse en zigzag, aunque no llegó a bambolearse con tanta violencia como su estómago.
¿A quién se referiría Sandfire cuando hablaba en plural? ¡Matar a un niño! ¿Eddy? No podía sentirse más orgullosa por haber evitado que su pelotón de marines cayese en un campo de minas. Y se sentía aún más orgullosa de haber impedido que el comodoro Sampson sacase al escuadrón de ataque 6 de la línea de batalla de Bastión con el fin de desatar una guerra entre la Tierra y Bastión. Por todo ello, por lo que les había hecho a Tom y Penny y por lo que pretendía hacerle al pueblo de Turántica, Sandfire merecía morir.
Y ahora ponía al difunto Eddy en la cabeza de la lista de motivos.
Debía de haber algún modo de matar a Sandfire todas las veces que merecía.
Kris se obligó a tragarse todas las órdenes que se le ocurrieron para dar rienda suelta a su odio, consciente de que darlas no le serviría para nada bueno. No debía dejar espacio en su corazón, en su cabeza ni en sus entrañas para algo tan humano como la rabia, como la venganza. Las emociones ocupaban espacio, aumentaban la presión arterial y nublaban la mente.
Fría como el mismo espacio, Kris escudriñó al hombre de la pantalla sin dejar de ampliar su campo de visión para consultar su panel, la temperatura del reactor, la masa disponible, la temperatura de los láseres y las reservas de energía.
Alguien iba a morir muy, muy pronto. Ese alguien sería Sandfire.
—Ha vuelto a fallar —dijo Kris arqueando los labios en una sonrisa glacial e insensible que enseñaba los dientes sin mostrar alegría—. ¿Eso es lo mejor que sabe hacer, Cal? Se acerca, pero no me toca. Secuestra a un niño y me convierte en una heroína. Planea una guerra y me nombran princesa. El odio que siente por los Longknife solo le sirve para hacernos más ricos, más poderosos y más admirables. Debe de resultarle muy frustrante —conjeturó mientras veía que la mirada de su oponente se encendía de pura cólera.
Sandfire rompió a gritar y exigirles a sus tripulantes que abrieran fuego mientras él se retorcía entre sus correas con los brazos estirados y los dedos encorvados como garras, ansioso por saltar a la pantalla y coger a Kris del cuello.
La teniente oyó como desde fuera del encuadre alguien gritaba que los láseres se estaban cargando al máximo. De nuevo Tom hizo que la Barbarroja iniciase un baile demencial a medida que los láseres volaban hacia ellos, y estos erraron el blanco una vez más.
Sandfire bramó, desesperado.
Kris lo ignoró y revisó el estado de su armamento. Sandfire había desperdiciado dos descargas de flanco mientras ella refrescaba sus láseres y recargaba sus condensadores eléctricos. Nelly, dispara seis ráfagas con un duodécimo de potencia. Si alguna hace blanco, compleméntala con otras dos ráfagas a un cuarto de potencia.
Sí, señora. En el panel de Kris, debajo de la pantalla que mostraba el gesto retorcido de Sandfire, aparecieron seis haces. Dos impactaron en el crucero, sacudiéndolo. Antes de que Kris tuviera ocasión de decir «fuego», brotaron otros dos disparos que ensartaron la nave enemiga hasta traspasarla. El rostro de Sandfire se desvaneció cuando la pantalla de la parte superior se fundió a negro.
Por un instante, el crucero atacante permaneció inmóvil en medio de la negrura del espacio. Después, la pantalla parpadeó en el momento en que la nave se transformó en una estrella momentánea. La pantalla recuperó su estado normal y mostró una nube creciente de gas que se esfumó ante las narices de todos ellos como si nunca hubiera estado allí.
Sandfire ya no existía. Lo único que quedaba de él era el sendero de maldad que abrió en vida.
—Ha muerto —dijo Jack lentamente—. Pero también Eddy.
—El mal es prescindible —añadió Abby—, pero no se puede recuperar lo que se ha llevado.
Kris estudió el panel de peligrosidad. No indicaba nada.
—Tom, pon rumbo al punto de salto principal. Es hora de regresar a Bastión.
—¿Quiere saber lo que está ocurriendo en Turántica? —preguntó Penny.
—Eso es asunto de Turántica, no mío —contestó Kris. Notaba que algo comenzaba a arder en sus entrañas. Al igual que el crucero, también ella iba a estallar… pero aún no—. Si alguien me necesita, estaré en mi camarote.
—Quédate con el mío —le ofreció Hank—. Nivel cinco, a mano derecha.
—Te hará falta —dijo Kris mientras se desabrochaba las correas.
—No tanto como a ti —insistió Hank—. Tiene una bañera muy relajante.
—Puedo prepararle un baño —sugirió Abby, que fue a levantarse.
—No. Quiero estar sola.
—Como desee. —Abby se dejó caer de nuevo en su asiento.
—Mantendré la nave a un g —anunció Tom—. Si es necesario cambiar la aceleración, te avisaré con antelación suficiente.
Kris entró en el ascensor, las mandíbulas apretadas por el torrente de emociones que la embargaba. Pulsó el 5 con rabia en lugar de intentar deshacer con palabras el nudo que le atenazaba la garganta. La puerta se abrió para dar paso a un pasillo agradable de paredes de madera, tan nuevo que aún olía a serrín y barniz. A la derecha vio una puerta abierta.
La habitación era amplia, de tal modo que ocupaba la mitad del casco en aquel nivel. La cama era lo bastante espaciosa para acoger a cinco personas. Kris corrió hacia ella, se tiró encima y dejó que el infierno que ardía en sus entrañas estallase.
Largas horas más tarde, se trasladó con desgana hasta el comedor de la Barbarroja, donde ocupó una silla. Había drenado su cuerpo de todas las emociones de las que podía prescindir por aquella mañana. Ahora necesitaba algo con lo que llenar el vacío que sentía en su interior.
—¿Qué hay para comer? —preguntó con voz ronca.
—Puedo hacer maravillas con una sartén y unos huevos —dijo Abby, que asomó la cabeza por la pequeña cocina.
—Huevos revueltos, beicon y tostada estaría muy bien —pidió Kris.
—Tostada en camino —oyó decir a Tom desde la cocina—. ¿Leche, zumo de naranja o zumo de manzana?
—Todo —contestó Kris, que se sentía deshidratada. Después de haber estado frotándose el rostro, no se dejaría ver con los ojos enrojecidos e hinchados.
—¿Quién está de guardia en el puente? —dijo al fijarse en que el comedor estaba vacío.
—Penny —respondió Tom mientras colocaba tres vasos en la mesa—. Hank le está enseñando todo lo que sabe sobre la Barbarroja. Jack no le quita ojo. Creo que no se fía mucho de él.
Kris vació el vaso de zumo de manzana.
—Nunca se ha fiado.
—Eh, Kris, ¿está en la cocina? —preguntó Penny por el altavoz.
—Eso parece —respondió Kris.
—Tengo algunos mensajes para usted. ¿Se acuerda de Abu Kartum, el taxista que nos ayudó una noche?
—Y en alguna que otra ocasión más.
—Le envía un mensaje. Dice que no le debe nada, ni a él ni a su sobrino. Asegura que todas las cuentas están más que saldadas. Ah, y Tina tuvo una niña preciosa a la que llamará Kris. Ella y todas las mujeres del taller de tapetes le envían sus mejores deseos. Kris, ¿ha ocurrido algo que yo debería saber?
—No hay nada de lo que informar —contestó Kris. Nelly, ¿puedes preparar una donación de cien mil dólares para alguna de las organizaciones benéficas con las que colabora Abu?
Considéralo hecho.
—Bien, ya que este mensaje la ha emocionado tanto, le pasaré el siguiente. La senadora Krief dice que nunca les dio demasiado crédito a todas esas historias que se cuentan sobre los Longknife. Dice que ahora las creerá a pies juntillas y… ah, sí, gracias de parte de todos sus amigos; ni siquiera Dennis Showkowski tiene nada que objetar.
—Será la primera vez. —Kris sonrió.
El ascensor emitió un pitido débil. Hank y Jack se unieron a Kris en la mesa.
—Penny dice que ya le ha cogido el truco a mi nave —comentó Hank, al que todavía se le notaba el orgullo del propietario—. La mayoría de los sistemas son automáticos.
—En Bastión reuniremos a los tripulantes necesarios —dijo Kris—. No puede faltar un buen cocinero.
—La he oído —bufó Abby, cuyo orgullo herido brotó en forma de puchero—. ¿Cómo de quemados le apetecen los huevos?
—Revueltos, como los hacían siempre en el Hilton.
—Demasiadas exquisiteces para alguien que no respeta a sus ayudantes. —Abby resopló y continuó trabajando.
—Estás rodeada de unos compañeros muy interesantes —observó Hank, que pasó a sentarse delante de Kris. Jack se acomodó en el extremo de la mesa, de tal manera que tanto Kris como Hank quedaban cerca de él. A continuación sacó su lector y pareció fundirse con el entorno.
—Creo que no podría haber elegido a un equipo mejor para el trabajo que tenían que hacer.
—Exactamente, ¿qué es lo que habéis hecho? —preguntó Hank con ojos expectantes; tenía la cabeza ladeada, como si suplicase sinceridad por parte de Kris. ¿De verdad no sabía lo que acababa de ocurrir?
—¿Qué crees tú que ha sucedido? —respondió Kris. Padre decía que a la gente no se le puede mostrar lo que no quiere ver. Y en ocasiones le impresionaba el hecho de que las cosas más grandes se desvanecieran ante los ojos de algunas personas.
Hank se inclinó hacia delante para apoyarse sobre los codos con ademán ansioso.
—He visto saltar por los aires una estación espacial. He visto tres, no… un crucero atacarme. Te vi a ti desintegrando ese crucero. Y oí a Cal decir un montón de cosas que no tenían sentido.
—¿Por ejemplo?
—Que te odiaba. Parecía culparte de todo lo que a él le había salido mal en la vida. Cal era un empresario muy terco. Cuando algo no le aportaba beneficios, le importaba un comino. No obstante, te perseguía e insistía en que su tripulación te liquidase. Estaba fuera de sí. ¿Por qué?
—¿Entonces lo oí bien? —preguntó Kris lentamente—. ¿Dijo que él, junto con otros, no lograron matarme cuando asesinaron a mi hermano pequeño, Eddy?
—Eso no lo escuché —contestó Hank reclinándose en su silla.
—Yo sí —intervino Tom, que salió de la cocina con unas tostadas y una jarra de café. Le ofreció un poco a Hank. Este cogió una taza del centro de la mesa y dejó que Tom se la llenase. Jack abandonó su lectura el tiempo justo para agenciarse otra taza. Tom se sirvió un poco para sí y se sentó en el otro extremo de la mesa.
—Llevo casi todo el año trabajando con Kris. Sé cuánto significaba Eddy para ella, cuánto le afectó su muerte. Quizá yo no afinase el oído tanto como Kris cuando ese hijo de puta mencionó al chico, pero sí presté atención. Él y otros planearon matarlo. ¿Quién lo ayudó?
Tom formuló la pregunta con calma, casi con naturalidad. En cambio Kris quería gritarla, pero ¿a quién?
—No lo sé —dijo Hank meneando la cabeza—. Cuando ocurrió aquello yo tenía… ¿cuántos años? ¿Diez? ¿Once? ¿Cómo podría saberlo?
—Esa es la explicación obvia —dijo Kris antes de tomar un trago de zumo de naranja—. Últimamente he averiguado muchas cosas que ignoraba sobre los Longknife. Las he averiguado porque lo necesitaba para ir un paso por delante de los asesinos que tu amigo Cal envió a por mí.
—No era mi amigo.
—Trabajaba para tu padre. Arreglaba asuntos para él —le recordó Kris, que posó el zumo en la mesa poco a poco, esforzándose por controlar hasta el último músculo de su cuerpo, por aplacar las arcadas que le azotaban el estómago, por vencer el impulso de ponerse a tirar cosas. Por que los ojos no se le llenasen de lágrimas—. Era el brazo derecho de tu padre. ¿Qué había hecho antes para él?
—No lo sé —contestó Hank casi atragantándose—. Papá siempre hablaba bien de él, pero nunca entraba en detalles. Esta era la primera vez que trabajaba a su lado, Kris. Ya te dije que nunca me preocupé mucho por él. Acuérdate, te lo dije antes de que todo esto empezase.
—Sí, lo hiciste.
—¿Qué esperas de mí? —Dejó la pregunta en el aire unos segundos antes de mirar alrededor del compartimento—. Hice lo que pude por vosotros. Le dije que no me habíais tomado como rehén. Eh, no sé cómo entrasteis en mi nave, pero sospecho que no lo verían con buenos ojos en un tribunal de justicia.
—Esto no es un tribunal de justicia —le recordó Kris—. Estamos en guerra.
—¡Guerra!
—Es lo que Sandfire pretendía iniciar. Es lo que nosotros impedimos. Al igual que en el sistema París.
—Kris, mi viejo se dedica a los negocios, no a la guerra.
—¿Seguro? —dijo ella en voz baja—. ¿Has levantado alguna alfombra? ¿Has investigado los trapos sucios de tu familia? Hank, las naves de metal inteligente que me donaste en Olimpia estuvieron a punto de acabar con mi vida. ¿Las compraste tú?
—Sí, yo las compré. Es decir, yo realicé el pedido.
—Realizaste el pedido. Iniciamos una investigación de aquellas naves. Intentamos seguir el rastro y llegar a alguna empresa concreta. No hubo suerte. No encontramos pruebas de que hubieran sido compradas. ¿A quién se las compraste? —Kris sabía que estaba hablando como una fiscal; observó que Hank cerraba todos sus accesos, como un castillo asediado. Aquella no era manera de hacer amigos y conseguir que un chico la invitase a salir. Sin embargo, conocer la verdad era más importante que tener planes para el viernes por la noche.
—Realicé el pedido. Le dije a mi asistente personal que las adquiriera.
—¿Tu asistente personal? —repitió Kris.
—Sí, mi ordenador, ya sabes, este trasto —dijo él abriéndose la camisa para darle unos golpecitos al ordenador que llevaba sobre los hombros—. Le indiqué que pidiese las naves. Me dijo que así lo había hecho. No volví a acordarme del asunto hasta el otro día, cuando me pasaste aquel informe tan misterioso.
—¿Quién programa tu ordenador? —le preguntó Kris, que ya intuía la respuesta.
—Ah, Ironclad Software. Cada dos años les compro un ordenador nuevo, lo programan para mí; me lo entregan listo para usar. No me sobra el tiempo como para perderlo con máquinas estúpidas o que funcionan mal. Y a las mías no les pongo nombres ridículos como «Nelly».
—Será tonto —susurró Nelly.
—Silencio, Nelly. Hank, ¿te estás oyendo? Sandfire te dejó pagarle por el privilegio de tener un ordenador que le daba acceso a todo lo que hacías. ¿Fue tu padre quien te sugirió la empresa de Sandfire?
—Sí, no, todo este lío es cosa de Sandfire, no de mi padre. Papá nunca se involucraría en algo así. —El muchacho se levantó y corrió al ascensor con un gesto de dolor en el rostro que ni un millón de operaciones de reconstrucción genética podrían embellecer.
Sin mediar palabra, Abby le sirvió los huevos a Kris y le puso la mano en el hombro.
Kris miró la comida, pero meneó la cabeza; ya no tenía apetito. Ningún alimento llenaría el vacío que aquel día sentía en su interior.
El viaje a Bastión sería largo. El casco de metal inteligente de la nave no servía para repeler la vacuidad glacial y muda del espacio.