24
Por increíble que pareciese, el vestido apenas se había arrugado. Como dijo Abby, era el modelito perfecto para aquella velada.
—Yo seguiré un rato más con el uniforme —dijo Jack antes de abrir la puerta. El pasillo estaba decorado en un color carbón y un azul de elegantes tonalidades corporativas. Caminó por delante de Jack como si este fuese su escolta en dirección a la parada doce. Allí el pasillo desembocaba en una amplia explanada espiral que serpenteaba formando una leve pendiente hacia el círculo 1, la piel exterior de la estación con sus muelles y naves. Al ser de uso público, la explanada estaba cubierta por una moqueta de atractivos tonos pardos y beis. El techo era elevado y las impresionantes paredes parecían estar compuestas de mármol auténtico.
La gente con que se cruzaban eran hombres y mujeres de negocios; algunos eran apremiados a circular por los guardias de seguridad y otros seguían su camino sin alterarse. Allí era donde concurrían las personalidades más influyentes. Mantuvieron su apariencia tranquila incluso cuando la estación se sacudió. Nuestro coche ha explotado, informó Nelly.
Jack le confería a Kris toda la probidad que esta precisaba. Nadie se acercó a ella; aun así, Kris prefería no alejarse demasiado del muro de la derecha, donde de vez en cuando se abría un pasillo transversal. Por aquí y por allá se veían carros de equipaje aparcados, sin usar desde hacía una semana, algunos cargados de bultos abandonados. Kris mantuvo el paso lento y la respiración pausada sin dejar de acercarse al círculo 1. Entraría allí, se subiría a un yate o un transporte rápido y por fin estaría fuera de aquel lugar.
Una puerta se abrió en uno de los pasillos transversales; Tom asomó la cabeza, vio a Kris y le hizo una señal con la mano. Un instante después Penny salió apresurada del hueco de las escaleras; solo tuvo que mirar angustiada hacia atrás para decirle a Kris cuanto necesitaba saber. Le hizo una señal a Tom para que continuase por el pasillo hasta salir de la explanada; al mismo tiempo, dio un paso atrás y se giró hacia el muro.
Kris interrumpió el contacto. Lo que menos falta le hacía ahora era un tiroteo que atrajese a los ninjas y los grises a aquel sector tranquilo y olvidado de la estación.
—Jack, trae un carro de equipaje. Grande y cargado, a ser posible.
El segundo más cercano cumplía todos los requisitos. Jack lo empujó; Kris le indicó que siguiera por el pasillo y lo siguió. Ahora era una dama que además sabía utilizar a su guardaespaldas como botones.
Dos mujeres de rojo salieron disparadas del hueco de las escaleras, miraron el carro de equipaje superficialmente y vieron a Tom y Penny desaparecer al doblar una esquina. Quisieron echar a correr, pero Jack tropezó e hizo que el carro de equipaje se inclinase sobre una de las perseguidoras, empujándola contra la otra. Hasta ahora Kris siempre había visto moverse con elegante agilidad a las chicas del harén de Sandfire, sin embargo aquellas dos no esperaban tener que vérselas con un armatoste lleno de cajas. Las dos cayeron al suelo, una con cierta violencia.
—Mi pierna, cabezagrís atontado. Mira por dónde vas.
—Lo siento, señora —dijo Jack, que se acercó a ellas todo arrepentido y cabizbajo, seguido de Kris—. He tropezado.
—Con los cordones de los zapatos, no me digas más —bufó la líder, que ayudó a la otra a levantarse—. ¿Puedes correr?
Su compañera dio un paso, pero solo podía cojear. La parte del tobillo de su ceñida armadura personal se expandió para formar una tablilla.
—Intentaré seguirte. Tú ve tras ellos.
—Escuche, lo siento —dijo Jack, que alargó el brazo para ofrecerle su ayuda a la chica herida.
Kris se situó junto a Jack y le tendió la mano a la otra, con la muñeca flácida para ocultar su pistola automática.
—Disculpe, sé que me han asignado al peor guardaespaldas de todo el sector exterior; nada que ver con los de la Tierra. Me siento en deuda con usted…
Los ojos de la líder se abrieron como platos.
—Usted es…
—Sí, lo soy —afirmó Kris un instante antes de clavarle tres dardos somníferos. Configurada con la potencia mínima, la pistola apenas emitió unos chasquidos. A aquella distancia, los proyectiles le partieron el cráneo. Jack hizo lo mismo con su compañera. Sin perder un segundo, cargaron a las rojas en el carro y las ocultaron bajo los bultos. Tom asomó la cabeza por la esquina y sonrió; a continuación Penny y él regresaron a paso ligero.
—¿Alguien sabe algo de Abby? —preguntó Kris. Penny negó con la cabeza. Tom y ella también se habían cambiado de ropa por el camino. Ahora Penny llevaba un uniforme gris de guardia de seguridad. Tom se había agenciado un esmoquin azul claro y una faja roja que hacía juego con el pantalón de su uniforme—. Tom, Penny y tú quedaos en este lado de la explanada. Jack y yo continuaremos hacia la izquierda. Si alguien tiene problemas, le ayudaremos todo lo que podamos.
Llegaron sin más contratiempos al área donde la explanada 12 se comunicaba con el círculo 1.
—Abby dice que la dársena de yates privados queda a la izquierda —informó Nelly.
—¿Cuándo ha dicho eso? —pregunto Kris.
—No lo sé, pero dejó un nano de mensajería en la esquina para que me lo comunicase.
Kris se giró hacia la izquierda.
La estación giraba con la suficiente lentitud para que los colosales buques de carga y los cruceros no tuvieran problemas al atracar para ser conducidos al muelle. Los yates y las lanchas, más pequeños y maniobrables, debían atracar en las hileras de plazas que componían el embarcadero 11. Kris quería una nave grande, lo que significaba elegir una que pagase más por una lanzadera exterior. Dar con la adecuada podía llevar un tiempo del que Kris no disponía.
Abby salió de un servicio de señoras, seguida por su dócil séquito de doce baúles autopropulsados.
—Llega justo a tiempo —le dijo a Kris—. Hay un yate grande en la dársena D. En la C hay otro un poco más pequeño. ¿Cuál prefiere?
—¿Cuál cuenta con menos seguridad? —preguntó Jack.
—No lo sé. No me pareció muy sensato que me viesen merodeando por la zona, con todo el alboroto que estaban provocando algunos.
—Siempre jugándose el pellejo —gruñó Jack.
—Todos seguimos vivos —señaló Abby jovialmente.
—Llevémonos la grande. Tengo un plan para saltarnos sus medidas de seguridad —dijo Kris.
—¿Y cuál es? —preguntó Tom cuando Penny y él se unieron.
—El mismo que usamos la primera noche. —Kris no se molestó en ocultar su sonrisa malévola—. ¿Acaso en los yates caros no andan siempre buscando mujeres exóticas e interesantes?
—Creo que he creado un monstruo —gimió Abby mientras rebuscaba en el compartimento lateral de uno de los baúles.
—Abby no ha creado ningún monstruo —dijo Jack—. Solo le está dando el toque final a la obra de arte de Kris.
—Y hablando de toques finales, esto podría interesarle —dijo Abby, que le lanzó a Kris un bolso de mano.
La chica lo abrió. Una polvera complementada por un espejo pasado de moda, seis pastillas de chicle y —Kris tardó algunos segundos en reconocer el resto de objetos— cuatro tipos de preservativos.
—Creo que podrían venirme bien —dijo con una leve tos.
Jack se asomó sobre el hombro de Kris y ensartó a Abby con los ojos.
—Y se hacía la sorprendida.
—Sorprendida, sí. Desprevenida, nunca. —Sacó otro bolso para ella—. ¿Vamos, hermana? —Abby le lanzó a Jack el mando de los baúles autopropulsados—. No pierda ninguno y, por favor, no saque nada que no sea suyo. Son muy parecidos —dijo con una sonrisa radiante antes de llevar a Kris al túnel de llegada.
Diez metros más adelante, la espiral de llegada se transformaba en una cómoda pasarela de amplios ventanales con vistas a una serie de lanchas de colores vistosos y pequeños transbordadores. Lo necesario para viajes por el interior del sistema. Kris mascó un cada vez mayor taco de goma durante unos cien metros, se hizo con su control y le dirigió una sonrisa a Abby.
—Sé que se supone que mi aspecto debe ser el de la princesa chiflada de los vídeos —dijo Kris sin dejar de mascar el chicle y gangueando con cada palabra—, pero ¿y usted? —Kris sabía que rozaba la impertinencia, pero ahora veía una nueva faceta de su asistente y quería rascar la superficie.
—Hay hombres a los que les gustan las mujeres rectas y remilgadas —dijo Abby, que abrió su bolso y extrajo un látigo—. Tengo otras habilidades especiales.
—Los hombres están locos —Kris meneó la cabeza.
—Algunos hombres están locos. Y también algunas mujeres. El truco reside en estar tan locas como ellos. —La plataforma se dividió en dos niveles. Abby pasó a la rampa de arriba. Ahora las naves que se veían por los ventanales eran más grandes, más impresionantes y menos vistosas. Sin duda, a mayor valor, menor necesidad de ostentar. En el extremo de la plataforma dos hombres vestidos con traje y corbata negros holgazaneaban frente a la entrada de un ascensor pasarela. Kris puso morritos, empezó a menear su falda y se dispuso a hacer el mejor número posible.
—No sobreactúe —le susurró Abby con una sonrisa—. Estos tipos no son el cliente.
—Sí, pero ¿a qué están cachas? No me importaría ligármelos.
—No les dé nada gratis, jovencita. ¿Cómo iba a vivir su querida madre a costa de usted si se dedica a devaluar lo que vende?
La pregunta casi hizo detenerse en seco a Kris. ¿Se le habría escapado algo a Abby? Sí, mamá, dijo Kris mudamente.
—¿Podemos ayudarlas… señoras? —dijo el guardia de la cabeza afeitada mientras que el más joven y apuesto daba un paso atrás y se llevaba la mano a lo que debía de ser un arma.
—La dársena once-d-uno llamó a nuestra agencia para solicitar dos acompañantes con carácter urgente —explicó Abby mientras Kris se llevaba una mano al pelo, contoneaba las caderas y enseñaba el chicle—. No sabían muy bien en qué consistía el trabajo, así que nos enviaron a nosotras.
—Esta es la dársena que buscan —dijo el guardia obligándose a no mirar a Kris—. ¿Qué se solicitó?
—Querida, tire el chicle —le recomendó Abby entre dientes antes de sonreír a los guardias—. Alguien con cierto caché en los medios como recompensa, ya que tal vez primero sea necesario administrar un castigo.
El guardia consultó su unidad de mano.
—No me consta nada.
—Sí —dijo el joven—, pero la criatura ha tenido una semana del demonio. Quizá el jefe esté intentando algo nuevo. Ya oíste lo de anoche.
Los guardias intercambiaron una sonrisa de complicidad. Abby resopló… y despachó al cachas, dejándole a Kris el que tenía más cerca. Tres chasquidos blandos bastaron para inyectarles en el pecho fármacos suficientes para dejarlos fuera de juego durante toda la noche.
—¿De qué iba todo eso? —dijo Kris pasando por encima del guardia.
—Ni idea, pero mejor que estemos preparadas en la puerta interior. —Sin perder un segundo se montaron en el ascensor, pulsaron el único botón que había y comenzaron a descender despacio y con suavidad.
El ascensor se detuvo en un rellano que miraba a lo que Kris supuso que sería el alcázar. Dos hombres vestidos con traje oscuro (al parecer el uniforme de los vigilantes de aquella nave) las escudriñaron con recelo.
—¿Qué están haciendo aquí… eh… señoras? —preguntó uno de ellos, cuyo cuello parecía el de un toro. Junto a él, sentado ante una consola cuyos monitores no mostraban nada, estaba su compañero, una versión más baja del primero pero igual de musculosa.
—Llamaron a mi agencia para solicitar nuestros servicios.
—No hemos llamado a nadie —dijo el más bajo, que se giró hacia su tablero y examinó la única pantalla activa.
—Sí, Marko, pero esta noche hay mucha actividad que no estás monitorizando —le dijo el otro señalando las pantallas fundidas en negro—. Las líneas de la estación funcionaban muy mal incluso antes de que el jefe las desconectase. —Un grueso cable de comunicaciones estaba tirado en medio de la pasarela. Por lo general, era de las últimas cosas que se desconectaba antes de ponerse en marcha. Aquella noche, alguien lo había desenchufado, lo que dejaba la nave fuera del circuito de la base e impedía que llegasen las imágenes de la cámara que cubría la parte superior de la pasarela. Un poco de suerte para Kris y su equipo, pensaba esta cuando Abby y ella se aprovecharon de la concentración momentánea en que se sumió el hombre con cuello de toro cuando comenzó a discutir con Marko para coserlos con sus dardos somníferos.
Sin guardar la pistola, Kris montó guardia mientras Abby arrastraba a las bestias durmientes hasta la pasarela; después subió en el ascensor. Momentos más tarde regresó con Jack, Tom y Penny.
—Jack, tú y Abby asegurad la nave. Los demás, conmigo. Veamos qué aspecto presenta el puente —dijo Kris antes de detenerse. Solo podrían llegar a la cubierta de mando en ascensor. Una buena forma para tratarse de una nave sometida a gran aceleración; sin embargo aquella noche a Kris no le apetecía encerrarse en una caja—. Penny, usted se quedará aquí. Tom, tú serás mi chulo.
—¡¿Tu qué?!
—Quédate cerca, mantén la boca cerrada y la pistola a mano.
—¿Dónde he oído antes esa orden? —dijo él, que sonrió con ironía para Kris antes de darle un beso breve a Penny. A continuación subió al ascensor. Kris pulsó el botón de la última planta y el coche empezó a moverse.
Las puertas se abrieron para dar paso a un puente iluminado por una luz tenue que olía a aceite industrial, colofonia, sudor y ozono. Tal vez el resto de la nave oliese a despacho, pero aquella era una zona de trabajo. Dos sillas giraron para situarse de cara al ascensor. Un hombre y una mujer vestidos con trajes de colores oscuros y armados con sendas pistolas, que llevaban guardadas en sus fundas sobaquera, miraron a Kris.
Nada más acceder al puente, la chica comenzó a brincar y contonearse alegremente.
—Vaya, esto sí que es una pasada —exclamó henchida de emoción—. ¿Esto es lo que hace que todo funcione? —preguntó al tiempo que echaba un vistazo al lateral del ascensor. Un tercer hombre trabajaba frente a una consola situada en aquel rincón. Fuera cual fuese su función, el tablero estaba encendido y acaparaba toda la atención del operario.
—Disculpad, señoritas —dijo la mujer mientras se ponía de pie—, pero me temo que se han perdido.
—Le dije que nuestro cliente está abajo, no arriba, pero cuando me quise dar cuenta ya había apretado el botón —explicó Tom—. Vamos, Rosie, el cliente nos está esperando.
—Pero esto tiene una pinta increíble, y apuesto a que podrían decirme qué significan todas esas luces que hacen chiribitas —dijo Kris con efusión antes de dar dos pasos hacia los controles.
—Bonita, me alegro de que esto te haga tanta ilusión —dijo el hombre sin moverse de su asiento—, pero estoy de servicio y esto no es ningún simulador. Los sistemas están funcionando y no podemos dejar que las niñas pequeñas jueguen con ellos.
—¿Las niñas pequeñas? —repitió Kris con un mohín… antes de disparar contra el tipo.
Tom redujo a la mujer. El operario de detrás del ascensor fue a girarse cuando Kris hundió tres dardos en su cuerpo.
—Yo soy más alta que tú, pequeño —dijo Kris al darle la vuelta a la silla de mando para tirar de la misma al hombre que ahora dormía—. Tom, ve a por Penny. Tenemos que averiguar para qué sirven algunos mandos.
Él se echó al hombro a la mujer a la que había disparado y se encaminó hacia el ascensor. Kris estudió el panel, pero prefirió seguir el consejo del piloto durmiente y no tocó nada.
Cuando el ascensor regresó, Abby llegó con Penny.
—La nave es nuestra. Solo había otros dos tripulantes a bordo. Un tipo que decía ser el cocinero nos comentó que casi todo el personal se encontraba de permiso en la superficie. Los llamaron cuando ustedes comenzaron a destrozarlo todo, pero todavía no han regresado.
—Bloqueemos los accesos a la nave —dijo Kris.
—Denos unos minutos para sacar a todo el mundo —pidió Abby, que arrastró a los durmientes al ascensor—. Ah, y el que parece ser el camarote del propietario está cerrado por dentro y por fuera. Jack está trabajando en ello.
—Por dentro y por fuera —murmuró Kris—. Nelly, ¿puedes hacer algo?
—Estoy concentrada en el acceso a la red principal de la nave —dijo lentamente el ordenador de Kris, como si le avergonzase admitir que aún no había entrado—. Este sistema está muy bien protegido.
—Bien, introdúcete —dijo Kris—. La fuga del reactor es pequeña, pero tendré que añadir masa de reacción durante cinco minutos largos antes de que podamos ponernos en marcha. ¿Para cuándo está programado el petardazo?
—Seis minutos y cuarenta y dos segundos.
Abby y Tom salieron con los dos últimos durmientes. Penny tomó asiento al otro lado del puente y examinó el terminal de trabajo.
—Kris —dijo al cabo de medio minuto—, creo que este es un puesto de recopilación de inteligencia. Tengo acceso a una gran cantidad de datos policiales y militares.
—Pero desconectaron la línea de la base de la red principal. Yo misma vi la línea de datos desmontada.
—Llega en un haz concentrado. Si no supiera que no es así, diría que alguien ha hackeado la red de seguridad principal.
—Esto es cada vez más curioso —susurró Kris, que seguía mirando las luces del panel de navegación—. Nelly, sería estupendo hacer algunas cosas.
—Creo que he desbloqueado el acceso a tu panel, Kris. Intenta realizar alguna operación.
Esta pulsó un mando para aumentar ligeramente la potencia del reactor.
Acceso denegado.
—Seguiré trabajando en ello, Kris.
—Por favor. —Kris quería gritar, aporrear el terminal de trabajo y echar a correr en círculos. En vez de eso, se limitó a caminar con calma alrededor del puente. Todos los puestos estaban orientados hacia las pantallas de pared; una distribución clásica entre los buques mercantes, puesto que nadie solía realizar maniobras defensivas con aquel tipo de naves. Uno de los terminales respaldaba el puesto de navegación principal, que era el que ocupaba la mujer. Los demás terminales situados alrededor del puente permanecían inactivos. Uno debería funcionar como sistema sensorial si aquella fuese una nave de salto. Kris prefería cerciorarse y esperar a que Nelly activase todos los puestos. Los terminales de la parte posterior actuaban como recolectores de datos; algunos tenían un aspecto empresarial y otros, científico. Una mezcla extraña. Penny estaba concentrada en algo, de modo que Kris no la distrajo.
Los terminales cambiaron a una configuración de ingeniería cuando Kris regresó al puesto de navegación… excepto el situado junto al departamento de navegación. Estaba en blanco, listo para activarse e inicializarse. Pero ¿con qué función?
Kris ocupó el asiento de navegación.
—Nelly, estaría muy bien si pudiéramos activar este cacharro.
—Inténtalo de nuevo, por favor.
Poco a poco Kris trasladó el nivel del reactor del cinco por ciento al diez por ciento. El reactor respondió. Tras inclinarse hacia delante en el asiento, Kris continuó aumentando el flujo de masa de reacción que llegaba al reactor. La cantidad de plasma enviado al tracto de lanzamiento en espera se incrementó y el voltaje generado por los motores magnetohidrodinámicos se elevó a la par. Kris envió toda esa potencia hacia los condensadores eléctricos… y descubrió que aquel yate podía almacenar una gran cantidad de electricidad sobrante.
—Jack, ¿estás listo para sellar las escotillas?
—Estoy tirando a los últimos extras por la borda y sellando la pasarela.
—Corta todas las conexiones, excepto las sujeciones de los amarraderos. Después permanece a la espera. Nelly, ¿cuánto falta para que las cosas se pongan interesantes en la estación?
—Unos tres minutos —contestó el ordenador.
—¿Y por qué de repente no quieres darme datos más precisos? —preguntó Kris mientras comprobaba los propulsores de maniobra. La nave se sacudió ligeramente pero las amarras la mantuvieron en su sitio.
—He caído en la cuenta de que aunque los nanos de control tengan sus instrucciones, la posibilidad de que nuestros oponentes entren en acción implica que dichas instrucciones podrían no ser ejecutadas en el segundo que estimé en un principio.
—Bien, Nelly, empiezas a comprender cómo funcionan las cosas en el mundo real.
—Tu mundo real es muy confuso.
—¿Qué partes de este sistema de control no controlamos?
—Todavía estoy intentando activar los sensores de punto de salto —dijo Nelly—. Están bloqueados de un modo completamente distinto.
—Quizá por la mujer a la que disparé —supuso Tom, que pasó del ascensor al puesto de control secundario. Primero pulsó varios botones y después unos cuantos más, meneando la cabeza despacio—. Veo un giroscopio de láser atómico, pero no se activa. Lo mismo ocurre con el gravímetro. Kris, no podemos saltar.
—Nelly, sigue intentándolo.
—Kris —La voz de Jack sonó por los altavoces de la nave—, no me vendría mal un poco de ayuda para desbloquear la última sala.
—¿Te están disparando desde allí?
—Por el momento, no.
—Entonces que Nelly siga intentando entrar en el puesto de salto antes de pasar a otra cosa.
—Dársena once-d-uno, aquí capitanía de puerto. Hemos detectado el encendido de sus motores. Les recordamos que este puerto está cerrado.
—Recibido, capitanía —respondió Kris con sorna—, comprendemos que el puerto está cerrado. Solo estamos realizando algunas pruebas. Llevamos un rato estacionados aquí y, si me lo permite, las cosas se están poniendo muy interesantes en su estación. En el caso de que la dársena once se… eh… derrumbe, el propietario desea saber si podríamos trasladarnos a otro puerto.
—Entiendo que el propietario esté preocupado, pero comprenda que tenemos órdenes de disparar contra todo aquel que intente abandonar la estación.
—Suponiendo que todavía cuenten con la energía necesaria —susurró Kris tapando el micrófono de la consola con la mano, aunque no del todo.
—La he oído. Esta noche, todos tenemos problemas. Solo le pido que no me dé más dolores de cabeza.
—Recibido, capitanía, cambio y corto. —Esta vez Kris esperó a que la luz del micrófono se quedara en rojo antes de decir nada más—. Eso bastará para que deje de molestarnos un rato.
—¿Y tenía que provocarme un infarto de corazón para ello? —dijo Penny, que se reclinó en su silla para ver a Kris—. Sé que salir de aquí es la mayor prioridad, pero quizá le interese ver lo que he descubierto.
—Yo puedo vigilar el panel —sugirió Tom.
Kris se apresuró a ver el panel de Penny.
—Esto es una auténtica central de comunicaciones —dijo Penny—. Si quiere saber qué está diciendo el presidente, escuche aquí. —Pulsó un botón y enseguida sonó con fuerza el gangueo áspero del mandatario—. Cuando se siente presionado pronuncia peor —observó Penny— y creo que nunca lo había oído hablar tan mal.
—¿Qué más tiene?
—¿Probamos con Sandfire?
—¡Ese! —exclamaron Kris y Tom al unísono.
—No es muy hablador, pero cuando dice algo lo hace por este canal. En realidad son cincuenta y nueve canales, pero este trasto sabe cuándo usa cuál, así como el código correspondiente.
—¿Seguro?
—Les ha ordenado a sus ninjas que regresen al «castillo». También le ha ordenado a un tal Bertie y su equipo que vayan a ese mismo lugar. No sé dónde está, pero no parece que siga persiguiéndonos.
—Esto no tiene buena pinta. —Kris se dio media vuelta y caminó despacio de regreso a su puesto. Sandfire estaba poniendo la estación patas arriba para dar caza al zorro equivocado. Si estaba retirando a sus hombres era porque había abandonado y pensaba utilizar otra táctica—. No pierda el rastro de Sandfire. Avíseme cada vez que diga algo. ¿Qué está haciendo el presidente?
—Parece que se está produciendo un motín en la superficie. El barrio árabe fue la primera zona donde la gente se lanzó a las calles. Después, en el distrito universitario, se celebraron reuniones para oír a distintos senadores, algunos de los cuales usted ya conoce. Todo se ha desmadrado y ahora son varias las zonas en las que la multitud ha tomado las plazas. Cuando se dio la orden de emplear la fuerza para disgregar a la gente, fueron muchos los policías que se negaron y se unieron a los manifestantes. Nuestro amigo el inspector Klaggath entró en la red para animar a los indecisos al grito de «¡todos adentro, el agua está buena!». —Kris sonrió al oírlo y se preguntó si el inspector se referiría al agua de un lago.
»Sandfire insiste en que pueden disolver el levantamiento. Izzic es el típico hombre nervioso que quiere que le resuelvan los problemas para ayer. Está dando multitud de órdenes. Yo diría que demasiadas. Orden, contraorden, desorden —dijo Penny, citando un antiguo dicho militar.
—Kris, tenemos un problema —anunció Jack por la red de la nave—. Alguien ha accedido a la pasarela y encontrado a nuestras bellas durmientes. Exigen que los dejemos entrar.
—Supongo que debemos tomarlo como una señal para partir —dijo Kris, que regresó a su asiento y se abrochó el cinturón sin dejar de consultar sus controles—. Mi panel está en verde.
—Confirmado, panel en verde —respondió Tom.
—Tengo el mando. Nelly, suelta todas las amarras —dijo Kris al tiempo que pulsaba ligeramente el propulsor de reacción delantero.
No ocurrió nada.
—No tengo el control de los puntos de amarre —contestó el ordenador—. Estoy trabajando en ellos.
—Date prisa, Nelly.
—Dársena once-d-uno, aquí capitanía. Hemos detectado que están intentando soltar sus amarras. Todos los puntos de amarre están bloqueados desde la central. ¿Qué creen que están haciendo?
—Lo siento, capitanía —respondió Kris al activar su micrófono—. Estamos probando diversos sistemas y se ha activado una subrutina. Un error informático. No volverá a ocurrir.
—Cerciórense de ello. Aguarden. —Se escuchó un clic seco y la red quedó en silencio.
—Oh, oh —dijo Tommy—. Creo que se ha colado alguien.
—¿Con quién hablo? —preguntó una voz nueva.
—Repita su pregunta —solicitó Kris—. No tenemos conexión con la base y el tráfico de la radio va y viene. Ya sabe cómo es. —Kris intentó desviar la conversación pero no se lo permitieron.
—Habla el oficial de guardia del puerto. ¿Con quién hablo?
—Nelly Benteen —contestó Kris, que tomó el apellido de una amiga de la escuela.
—¿Cuál es su nave?
Kris apagó el micrófono. Cuando la luz se puso roja, miró a su alrededor.
—¿Alguien sabe el nombre de este saco de tornillos?
—Terroristas del yate emplazado en dársena once-d-uno, están violando la…
—Nelly, cárgate ese canal. —Se hizo el silencio.
—Al parecer Sandfire cuenta con un par de naves —dijo Penny—. Les está ordenando que suelten amarras y se posicionen para retenernos en el puerto.
—Nelly, insisto en que estaría muy bien largarse de aquí.
—Prueba los propulsores.
Kris hizo caso al ordenador.
—Intenta hacer más fuerza.
Kris activó el altavoz de la nave.
—Jack, Abby, preparaos para una grieta en el casco. Voy a salir marcha atrás y parece que la dársena no quiere cooperar.
Kris respiró hondo, le dio a Jack todo el tiempo que estimó necesario para que se pusiera a salvo en el interior y configuró los propulsores de proa al veinticinco por ciento. La nave se estremeció pero no fue a ninguna parte. Con los dedos aumentó el suministro de energía poco a poco hasta el cincuenta por ciento. La nave se colocó. Se oyeron los chirridos metálicos del metal al desgarrarse. Espero que sea el muelle.
Al alcanzar el sesenta y tres por ciento, algo se soltó. La nave crujió y gimió cuando las sujeciones comenzaron a desplazarse por la dársena a una velocidad tres veces mayor de la permitida. Cuando el puente pasó por el término de la dársena y el giro de la estación hizo alejarse la plataforma, Kris vio momentáneamente algunas piezas de metal retorcido y diversos cables arrancados. No parecía que fuese a dejar atrás muchas piezas del casco, si es que se dejaba alguna.
—Toda amarra que queda atrás es motivo de celebración —dijo Tom—. ¿No es eso lo que decía el viejo jefe?
—No creo que se refiriera a esto —murmuró Kris mientras estabilizaba la nave, aminoraba la velocidad de retroceso y buscaba espacio para rotar.
—¿Estás segura? —Tom sonrió.
—Estoy segura de que me gustaría saber si nos tienen en el punto de mira —dijo Kris.
—Ninguno de los láseres de gran alcance de la estación apunta en nuestra dirección —anunció Penny—. Tengo su red y parece que estuvieran jugando al gato y al ratón. Me apuesto lo que sea a que llevan años sin realizar un disparo de verdad.
—¿Está dispuesta a jugarse la vida? —preguntó Kris.
—¿No es eso lo que estamos haciendo?
—Lamento interrumpir esta conversación que demuestra que las dos deberíais ingresar en Jugadores Anónimos, pero tenemos compañía —avisó Tom, señalando la pantalla. Tres naves largas y estrechas avanzaban lentamente por el límite de la estación.
Kris activó los propulsores de reacción, giró la nave y continuó hacia delante a gran velocidad.
—Aquí hay un problema —dijo Jack desde el sistema de la nave.
—Lo siento, Jack, pero aquí hay algo peor. Sandfire ha enviado tres naves tras nosotros.
—Insisto en que deberías echarle un vistazo al problema que tengo aquí.
—No puedo dejar el asiento de pilotaje, Jack.
—Te lo paso.
—¿Cómo vas a tener un problema peor que este? —murmuró Kris mientras les transmitía a los motores principales todo el plasma que podía permitirse perder en aquel momento. Sus manos bailaron sobre los propulsores direccionales y dio bandazos arriba y abajo a fin de zafarse de un posible patrón de disparo.
—Kris, tengo un mensaje de Sandfire —anunció Penny.
—La escucho —dijo Kris al tiempo que el ascensor se abría detrás de ella.
—Ah —exclamó Sandfire, preñado de suficiencia—, princesa Kristine, podemos terminar con esto del modo rápido o del modo lento. En cualquier caso, está en mi poder. Tres cruceros equipados con armamento pesado tienen a tiro su enclenque barquita. Ríndase u ordenaré que la desintegren.
—Cal, no puedes abrir fuego contra esta nave mientras yo viaje a bordo de ella —dijo alguien a espaldas de Kris.
Kris miró hacia atrás.
Hank Smythe-Peterwald le dirigió una de sus sonrisas de un trillón de dólares.
—Hola, Kris. Creía que no te apetecería venir a verme a mi yate.
Kris tragó saliva. Su plan era robar una nave, pero no secuestrar a nadie, sobre todo a Hank Peterwald.
La sonrisa de Hank se contrajo cuando un fogonazo iluminó su rostro. Kris se giró de nuevo hacia la pantalla. La estación estaba saltando por los aires.
La primera explosión se debió a los diez kilos de ácaros del polvo. Estallaron en un lateral del astillero. Por un momento, la estación continuó rotando, con las partes superior e inferior intactas pero con un agujero colosal en los astilleros y muelles de la zona central. Una segunda explosión, más voluminosa y lenta, consumió el interior del astillero y creció a medida que encontraba más material que devorar, despidiendo una luz por el boquete que cambió de rojo a amarillo y por último a blanco. Los muros del astillero se combaron en majestuoso silencio y estallaron casi con pereza.
Como alentada por la cadena de explosiones, la siguiente ronda de fuegos artificiales brotó a partir de una esfera creciente de explosivos que salieron disparados a una velocidad de vértigo de una nube de escombros que no dejaba de expandirse, de tal modo que los fragmentos de las naves y la estación se perdieron dando vueltas en el espacio. Uno de los trozos más voluminosos impactó contra una de las naves de Sandfire, que chocó contra la siguiente.
—De manera que así es como acostumbran a divertirse los Longknife. —Hank respiró con calma.