23
Kris se detuvo con un pie en el aire. Jack, boquiabierto, parecía una estatua a su lado.
—Ahora dense media vuelta. Muy despacio. Sin sorpresas o los dejo secos de un tiro. —Era una voz aguda que parecía desgarrarse en los registros más altos. Justo lo que Kris necesitaba, un dedo tembloroso en el gatillo de un arma que apuntaba hacia ella. Se dio media vuelta poco a poco mientras levantaba una mano. En la otra seguía sosteniendo la caja de herramientas. Jack hizo lo mismo.
—Estamos haciendo lo que nos ha ordenado —dijo Kris con tono apaciguador—. No buscamos problemas. Ya nos íbamos. Solo queríamos recoger el termo nuevo de Jack. Pagó por que se lo llenaran en un sitio de esos donde ponen café latte —divagó al tiempo que daba un paso adelante y se situaba con naturalidad entre Jack y el guardia de seguridad vestido de gris.
—Se avisó a todo el mundo de que había que largarse de aquí. —El muchacho se humedeció sus labios secos y agrietados. Un tipo muy nervioso.
—Sí, pero ya se sabe que los jefes nunca hablan en serio cuando se ponen alarmistas y empiezan a mangonear a la gente —dijo Kris buscando su complicidad—. Además, tenemos un café muy bueno. ¿Quiere un poco? —le preguntó al tiempo que se inclinaba para posar la caja de herramientas, dejándole ver bien más allá del mono medio desabrochado, donde aún guardaba un relleno.
El muchacho se quedó mirando, en parte distraído y en parte confuso, pero no alarmado. Asintió. Medio segundo más tarde, cayó al suelo delicadamente después de que Jack le clavara tres dardos somníferos.
Kris agarró su pistola automática antes de que esta cayese al suelo. Le quitó el cinturón de la munición al muchacho y su unidad de muñeca, material que se guardó bajo el canesú.
—Nelly, cuélate en esa red. ¿Tenemos algún micro que podamos dejar?
—Envía un micro en zigzag en esa dirección —señaló Kris—. Haz que apague todas las cámaras que pueda. Haz lo mismo con otro micro en la dirección opuesta.
—Estoy en ello.
—¿En qué dirección vamos? —preguntó Jack.
—Creo que estamos bastante cerca del muro. Es hora de salir como nos ordenaron —dijo Kris, que giró hacia el ascensor.
—Justo detrás de ti.
—He hecho que el cabo Stout informase de que está persiguiendo a dos personas y facilité una dirección que sigue mi primer señuelo —informó Nelly.
—Bien —dijo Kris mientras abría la escotilla de servicio situada detrás de la batería de ascensores—. Adentro, Jack.
—Creía que entrarías tú primero y que yo te seguiría.
—Cambio de planes. Te perdiste la clase de caballerosidad y no me has abierto la puerta.
—Demonios, y yo matando a los opositores de tu padre el día que se enseñó esa lección. Me dijeron que nunca me la perdería si trabajaba para un Longknife.
—Así aprenderás a creerte lo que te digan de los malditos Longknife —replicó Kris mientras colocaba un petardo en un alféizar junto a la puerta—. Nelly, deja un nano. Vuela la carga si aparece algún gris o algún ninja.
—Ahora solo quedan nueve —informó el ordenador.
—Nueve bastarán. ¿Qué ocurre en la red?
—Vigilancia SureFire está dividiendo sus tropas para atajar los problemas que presentan el nivel 26, donde estamos nosotros, el 51 y el 39. Tom y Penny tienen que estar en uno de estos dos. Además, en otros cinco niveles hay dificultades para controlar a la multitud. Kris, está cundiendo el pánico.
Jack la miró; Kris se encogió de hombros. Sabía desde el principio que una evacuación no es un proceso ordenado; la gente suele hacerse daño. Ocurriera lo que ocurriese durante los siguientes veinte minutos, tendría que ser menos lesivo que lo que iba a suceder después, cuando la estación comenzase a sacudirse al explotar el astillero. Un riesgo calculado.
Ascendieron aprisa. La gravedad empujaba cada vez menos a medida que se acercaban al núcleo. Jack se ayudó de las manos para salvar los escalones. Kris lo seguía un paso por detrás. Debajo de ellos se escuchó un grito seguido de una ráfaga de fuego racheado. Un segundo más tarde el petardo hizo explosión. El ruido, el fogonazo y el humo convirtieron el conducto en un mal sitio para estar en aquel momento; Jack abrió la escotilla de la siguiente salida y la aprovechó bien.
—Aún no hemos llegado al núcleo —le dijo a Kris. Al mirar a su alrededor vio un techo elevado, paredes grises y maquinaria pesada. El olor le indicó que allí había una planta de tratamiento de aguas residuales.
—¿Tendré que hacer penitencia toda mi vida por esa bombita de arriba? —se quejó Kris.
—Estoy seguro de que si tienes mal karma será por cosas peores que esta —dijo Jack antes de agacharse detrás de un generador giratorio de color verde.
Dos grises corrían hacia ellos como mejor podían bajo aquella fuerza de gravedad, de tal modo que sus brazos y piernas parecían querer echar a volar.
—¡Arriba las manos! —ladró uno. Kris obedeció. Jack realizó dos disparos; los perseguidores perdieron el conocimiento y se deslizaron por el suelo.
—Despachados —dijo Kris—. Seguirán apareciendo hasta el final.
—En la red de seguridad hay informadores que están avisando de estas dos bajas —añadió Nelly.
—Por ahí —señaló Kris—. El muro no puede quedar mucho más arriba.
El problema era que por ese camino se acercaban corriendo otros cuatro grises. Kris abrió una cortina de fuego que los dejó destrozados contra la pared. Miró la pistola gris que había recogido, la cual solo presentaba una configuración: mortal.
—Voy a dejarla así —dijo Jack, que cambió el conmutador de somnífero a letal. No era lo que Kris pretendía, pero ahora era Sandfire quien llevaba la voz cantante.
Kris siguió adelante, a veces trotando y a veces deslizándose, por el pasillo que los grises acababan de dejar, pisando con cuidado bajo un cuarto de la fuerza de gravedad. Llegó a una puerta abierta de la escalera. Ante ella encontró un largo espacio abierto y salpicado por algunas máquinas que emitían leves zumbidos, tuberías, escaleras y puestos de control. En el extremo más alejado de aquel amplio espacio se encontraba el muro. Kris vio una sala construida a partir del mismo y se la señaló a Jack. Lanzó una bomba somnífera al hueco de la escalera, cerró la puerta y avanzó hacia el muro dando pasos cortos y rápidos.
Kris oyó unas pisadas antes de ver quién las daba. Tras agazaparse detrás de un voluminoso surtidor amarillo, miró a su izquierda. Primero vio las piernas de los grises. Dada la cercanía del núcleo, la pronunciada curva hacia arriba del suelo era un horizonte cercano. Kris aguardó y les disparó en cuanto pudo ver sus cuerpos.
Jack la alcanzó y se detuvo durante un segundo.
—Cúbreme —le dijo antes de echar a correr por una tubería.
Kris se lanzó en cuanto Jack se echó al suelo, pasó agachada junto a él para llegar al otro extremo y agazaparse detrás de un compresor. Jack se levantó y siguió adelante mientras ella todavía estaba caminando.
Por la derecha de Kris, una agente de gris dobló la esquina de una maraña de tuberías pintadas de verde; la perseguidora pareció sorprenderse al verse inmersa en combate de repente y quiso huir cuando Kris la derribó. La ráfaga de fuego que voló hacia el lado izquierdo de Kris provocó un estruendo, y como resultado los dardos lanzados rebotaron en el techo, pero no dejaron ningún objetivo para Kris. Nelly, envía un micro allí.
En camino.
El dispositivo mostró tres grises agazapados detrás de un generador de aspecto sólido. De vez en cuando asomaban sus metralletas para disparar, pero no el tiempo suficiente como para poder apuntar. Kris consideró que no merecía la pena atacarlos. Quizá otros siguieran su ejemplo si dejaba a estos con vida.
Por la derecha de Kris, a lo lejos, se abrió la puerta de un ascensor y acto seguido se produjo una explosión que formó una nube de humo e hizo que las luces empezasen a parpadear. Kris lanzó una ráfaga y esperó. Jack se tiró al suelo pero no abrió fuego. Kris no veía a nadie entre el humo; se escurrió hasta el otro lado del compresor para ponerse a cubierto.
Kris, han desplegado nanos de observación, anunció Nelly.
Cárgatelos.
Lo estoy intentando, pero son duros de roer.
Kris se decidió a asomarse. Un cadáver embutido en un traje rojo yacía justo a la salida del ascensor. El harén de Sandfire los había alcanzado.
Kris se echó atrás y se lanzó, a tramos corriendo y a tramos navegando, hacia una turbina giratoria. Una granada salió despedida del coche y fue a caer en una sección de maquinaria pesada. El humo se expandió hasta cubrir toda la plataforma del ascensor. Jack comenzó a disparar contra la nube, pero en esta ocasión le respondieron con más fuego procedente de varios puntos. Las rojas se habían desplegado.
—Sígueme, Jack —gritó Kris. Sin dejar de disparar, corrieron agazapados en zigzag por la sala de máquinas. El fuego llovía desde todas direcciones. Un surtidor recibió una descarga que no estaba diseñado para soportar, lo que provocó una rociada de lo que parecía aceite o algún otro tipo de producto químico industrial, que echó a volar en forma de glóbulos que se movían lentamente. Algunos querían prenderse y añadían su humo a la inmensa nube antes de que el bajo nivel de oxígeno asfixiara la llama. El aceite provocó que una de las ágiles rojas cayese de espaldas. Kris consiguió realizar una buena descarga sobre su rostro. La sangre de la atacante añadió su color rojo al caos.
Tres grises llegaron corriendo por el piso que tapaba un tramo de cableado que quedaba a la izquierda de Kris. Vaciaron sus cartuchos disparando contra Jack sin resultados, momento que Kris aprovechó para lanzar una descarga rápida contra ellos. De pronto no había más grises.
—Malditos imbéciles —oyó decir detrás de ella. De modo que las rojas tampoco tenían en buena estima a los grises. Kris cargó un nuevo cartucho y abrió fuego de cobertura mientras se lanzaba hacia el tramo de cableado.
Su mono naranja se tiñó de rojo con la sangre de los caídos cuando se metió debajo, pero el fuego que la perseguía no la alcanzó. Introdujo un nuevo cartucho. Se colgó de los hombros sendos estuches de munición repletos, cogió una metralleta de una de las víctimas, la recargó, se puso de pie, gritó «¡Te cubro!» y comenzó a disparar con las dos armas.
Jack corrió hacia ella todo lo rápido que pudo. Kris le hizo una señal con la cabeza para indicarle que continuase hacia la escalera por la que habían llegado los tres grises caídos, y Jack cambió de dirección. Tras hacerse de una metralleta adicional por el camino, el agente de seguridad navegó rumbo a las escaleras mientras Kris vaciaba los dos cartuchos.
A continuación Jack cubrió a Kris cuando esta salió corriendo y se lanzó hacia las escaleras un instante antes de que él cerrase la puerta de golpe. Una granada rebotó en la puerta haciendo «clanc» antes de estallar. Al menos no los atacaban con armamento pesado; la puerta se abolló, pero resistió.
Kris frunció el ceño. Los proyectiles deberían haber provocado abolladuras. Centenares de abolladuras.
—¿Nos quieren vivos? —murmuró mientras seguía a Jack escaleras arriba.
—Esa era la idea, ¿recuerdas? Tú desnuda y Sandfire y Smythe-Peterwald con un puñal. Parece que el harén de aspirantes a ninjas rojas tiene esas órdenes.
—Esto no me gusta.
—A mí no me gusta desde el principio. ¿Tienes otro petardo de esos? —Kris se lo pasó. Jack entreabrió la puerta y lo lanzó. Tres segundos más tarde se desató un infierno estruendoso, cegador. Contó hasta tres—. Ahora salgamos corriendo.
Jack salió rodando hacia la derecha de la puerta, agachado. Kris rodó hacia la izquierda y se escurrió para cubrirse tras un nudo de tuberías. En aquel anillo también imperaba el gris industrial. Las balas surcaban el aire por encima de su cabeza. Continuó escurriéndose hasta que vio dos atractivas piernas cubiertas con unas mallas rojas detrás de una pasarela elevada. Las piernas llevaban hasta un rostro de expresión tensa situado tras un fusil de asalto que disparaba en modo automático. Kris se enamoró a primera vista de aquel fusil.
Un disparo bastó para que el hermoso rostro desapareciese.
Kris reptó hacia delante, vio a otra tiradora, la derribó con una ráfaga corta y la remató con un tiro en la cara. Vio que Jack, a su derecha, tenía el mismo problema. Tras escurrirse un poco más, se hizo con el fusil de asalto. No era el M-6 de los marines pero tenía aspecto de servir. Nelly, ¿puedes desbloquear el sistema de control de disparo de este fusil?
No, Kris, está cifrado con una cadena de claves de alta seguridad.
Mierda, ¿es que Sandfire no confía en nadie?
Nelly no le ofreció una respuesta a su pregunta.
Kris estudió los controles manuales. Si funcionaba de un modo similar al M-6, el dial debería aumentar la potencia de los dardos y la cadencia del mecanismo de disparo. Lo giró hacia el tope de la derecha y miró a su alrededor en busca de alguien con quien probarlo. Una roja se acercaba corriendo por en medio de la sala. Kris aguardó a que la atacante realizase su siguiente movimiento. Un disparo en el pecho la hizo girarse sobre sí misma; no volvió a levantarse.
La superseda de araña podía detener una bala. Un proyectil lanzado con un fusil de asalto configurado en potencia máxima era otra cosa.
Kris miró alrededor de Jack y vio a otras dos adversarias; no tardó en derribarlas. De pronto, apagado incluso el eco de los disparos, la sala quedó en calma.
—Jack, creo que ya están todos.
—No te fíes —le dijo el agente de seguridad con tono lacónico.
Kris le hizo caso y deslizó la vista alrededor de la cenicienta planta industrial. Nelly, ¿hay algún espía en las cercanías de Jack?
Sí.
¿Ves algo?
No.
¿Sería que Jack estaba asustado? Kris tenía un muro que taladrar y un plan que llevar a buen puerto. Pronto surgirían más problemas. El tiempo corría. Pero Jack sabía lo que se hacía. Si el vello de su nuca le decía que los micros estaban pasando algo por alto, Kris no era quien para desconfiar de su sexto sentido y hacer caso solo a Nelly.
Una ráfaga corta llegó desde detrás de Kris. Cuando esta se dio media vuelta, vio un bulto negro cayendo lentamente desde dentro de una tubería larga. Instantes después, el traje de la víctima empezó a teñirse de rojo poco a poco con su sangre. Un bastón negro, y no una tubería, se desmenuzó bajo el peso del cadáver.
—Es una cerbatana, no un bastón de lucha como pensaba —observó Jack—. Está claro que te quieren viva.
—Sí —dijo Kris mientras miraba a su alrededor. En aquella planta había una oficina encajada contra el muro del astillero. Tanto si servía como puesto de vigilancia o como estación de control, no importaba; Kris quería entrar allí. Apuntó hacia ella; Jack asintió y la siguió hacia allí. Avanzó dando pequeños rodeos para recoger estuches de munición y otro fusil de largo alcance.
Kris llegó a la estación y subió por la escalerilla sin que nadie volviese a disparar. Jack cerró la puerta de golpe detrás de él y movió una mesa de escritorio para bloquearla. Ella se desabrochó el mono y sacó el láser.
—Veo que hoy no te has molestado en ponerte ropa interior —dijo Jack, que tomó la otra empuñadura del láser.
—Supuse que la superseda de araña me protegería de los peligros externos. ¿Qué haces mirando? Creía que los agentes de seguridad no os fijabais en esas cosas —dijo Kris a la vez que encendía el láser y seleccionaba el diámetro mínimo del rayo.
—A veces viene bien conocer el interior de la persona que debes proteger —repuso Jack con sorna—. Mantén fijo el láser —añadió cuando Kris estiró el brazo para darle un manotazo.
Estabilizaron el haz. Alrededor del agujero, el metal comenzó a licuarse y gotear. El centro se evaporó, lo que le dio color al rayo hasta entonces invisible.
—Kris, hay actividad en la planta de trabajo —avisó Nelly.
—¿Puedes mantenerlo? —preguntó Kris.
—Trae aquí esa silla —dijo Jack. Con mucho cuidado, Kris dejó de sostener el láser. El haz se movió un poco pero Jack volvió a dirigirlo hacia el agujero en el que estaban trabajando.
Kris se arriesgó a mirar por la ventana. Una descarga cerrada procedente de varias direcciones redujo a añicos el cristal del que se componía la mitad superior de la oficina, que se deshizo sobre Jack y ella, aunque la mitad inferior, metálica, hizo rebotar los proyectiles. Kris deslizó la silla para colocarla en su lugar. No estaba lo bastante alta. Caminó a gachas hasta el escritorio, encontró un montón de informes y los añadió para darle la altura deseada. Jack la ajustó y estiró el brazo para coger su fusil.
—Hay tres grises a cincuenta metros, a las diez en punto —informó Nelly—. Hay dos rojas más cerca; una a la una y la otra a las dos en punto.
—Yo me encargo de las rojas —dijo Jack.
—¿Llevas blindaje?
—¿No es un poco tarde para preguntarlo? Pero sí. —Ninguno llevaba protección en el rostro. Abrieron fuego. Los grises y las rojas respondieron. El cristal saltó al interior de la pequeña sala, lo que obligó a Kris a moverse con cuidado cada vez que terminaba una ráfaga y se desplazaba para lanzar otra. El láser había calentado la sala, a pesar de la ventilación adicional que provocaba la ausencia de ventanas en la oficina. Con un calor cada vez más intenso, el marcador se mantenía en presas 0, cazadores 0, pero estos no tenían más que esperar; el tiempo jugaba a su favor. Kris empezó a cansarse de aquella situación; se levantó para disparar y se agachó para esquivar el fuego devuelto. El intercambio comenzó a resultarle rutinario y aburrido.
—Es hora de hacer algo para darle un poco de emoción a esta partida —murmuró para sí.
—Ah, demonios, y yo que creía que lo que sobraban eran emociones —dijo Jack, que se agachó para dejar pasar una cortina de dardos.
—Me aburro. ¿No se te ocurre nada más interesante que hacer? —dijo Kris, que realizó otra decena de descargas.
—Lamento decirle esto, princesa, pero yo también he conocido veladas mejores. Creo que el láser ha pasado.
Kris lo miró. El corte ya no despedía vapor. Lo apagó con cuidado de no moverlo. El metal parecía estar muy caliente.
—Nelly, ¿puedes introducir un explorador?
—Lo he hecho mientras me lo preguntabas. ¡Ha pasado!
Kris sacó de su polisón los diez kilos de metal no demasiado inteligente y los colocó cerca de Nelly.
—Amiga mía, te propongo un pequeño cambio de planes. ¿Puedes convertir parte del metal en nanos defensivos, no más grandes que motas de polvo? Tendrán que pasar al interior, además de contribuir a la explosión.
—Estoy ajustando la construcción del modo que deseas. El setenta por ciento del metal se transformará en unidades móviles de veinte micrómetros, la longitud óptima para las explosiones de carbón o del polvo de grano. El veintinueve por ciento se convertirá en unidades defensoras de cuarenta micrómetros, que seguirán siendo lo bastante diminutas para contribuir a una explosión. El uno por ciento serán unidades de ignición, también de cuarenta micrómetros. ¿Estás de acuerdo?
—Perfecto, Nelly. Adelante. Quiero salir de aquí.
—Un problema interesante, princesa —dijo Jack mientras terminaba de lanzar una ráfaga corta y se agachaba—. Tenemos un muro sólido a nuestra espalda, aunque con una pequeña perforación, y cinco atacantes, con muy mala puntería, aunque tampoco me apetece ponerme demasiado a tiro. ¿Debo suponer que tienes un plan? —Jack se asomó, disparó algunas ráfagas y volvió a esconderse antes de que el fuego devuelto lo dejase hecho un colador.
—¿Se mueve mucho el aire? —preguntó Kris al ver cómo el cilindro de diez kilos de metal gris comenzaba a derretirse. Le pareció distinguir una hilera de destellos que se dirigía hacia el agujero, aunque temía estar dejándose llevar por un exceso de esperanza.
—No me lo parece, ¿por qué?
—Me pregunto qué harían ahí fuera dos bombas somníferas.
—Sospecho que sé lo que harían aquí dentro.
—Pero no tengo intención de que nos quedemos aquí —dijo Kris, que dejó la barra de metal, cada vez más delgada, frente al agujero. Cogió el láser, lo dirigió hacia el suelo y abrió un agujero.
—¿Vamos a introducirnos en el muro? —preguntó Jack.
—Algo así. —El fragmento de suelo se dobló hacia atrás una vez que cortó tres de sus lados. Debajo había un almacén repleto de todo aquello que el jefe consideraba que debía ser guardado bajo llave. Ahora olía a humedad y a quemado.
Kris pasó al otro lado y aplicó el láser a la siguiente pared. También era de metal; al parecer, acero antiguo y muy sólido. Era muy delgado, quizá anterior a la judía, por lo que debió de costar trasladarlo hasta allí. Tras perforarlo rápidamente pudo asomarse a una especie de sala de transformadores aislada. Entró en ella, corrió hacia la puerta y se asomó al habitáculo donde los habían atacado hacía tan solo unos minutos. Un gris ayudaba a su compañero, que andaba cojeando, pero nadie parecía interesado en explorar las ruinas.
La gris muerta le dio una idea a Kris.
—Jack —dijo.
Una ráfaga rápida le contestó; un instante después, el rostro grave del agente de seguridad apareció por el agujero.
—¿Llamabas?
Kris sacó los dos últimos cilindros somníferos y se los ofreció a Jack. La escasa gravedad los hacía girar lentamente; el agente los cogió.
—Lánzalos allí y después regresa aquí.
Tras una ráfaga más larga y un fuerte estallido seco, Jack se dejó caer por las dos plantas para aterrizar con gracia junto a ella.
—Y ahora ¿qué?
—Nadie va a investigar el caos que hemos dejado aquí. ¿Qué te parece si reventamos este transformador, les quitamos un par de uniformes a los grises muertos y nos vamos de fiesta?
—No creía que tuvieras esa faceta —dijo Jack cuando Kris sacó su última trampa explosiva—. ¿Entonces siempre has llevado relleno? Me partes el corazón.
—Nelly, deja un nano atrás. La misma operación, grises o rojas.
Corrieron a través de la sala de trabajo siguiendo las indicaciones de Nelly, que los llevó de gris en gris. Jack no tardó en encontrar un uniforme.
—Creo que la he pifiado —murmuró Kris. Todos los grises, hombres y mujeres, llevaban pantalones. Kris no quería deshacerse de su falda.
—No te preocupes, jovencita, serás mi prisionera —dijo Jack.
—Mierda, con lo bien que nos lo estábamos pasando. —El transformador explotó a sus espaldas, sumiendo todo el sector en la oscuridad.
—Supongo que alguien llevaba un respirador. —Kris miró a Jack y pestañeó—. Bien, querido captor, ¿qué tienes pensado hacer?
—Tomar el coche deslizante más cercano y bajar a la estación.
—Estoy deseando hacerle el puente a una nave y salir a dar una vuelta —dijo Kris encaminándose hacia una estación deslizante.
—Nelly, ¿qué tal se te da trucar controles? —preguntó Jack.
—En general, muy bien.
—Creo que la pobre está sufriendo una crisis de autoestima —dijo Kris.
—Es solo que el señor Sandfire está haciendo un uso muy sensato de los sistemas automáticos —repuso Nelly.
Kris encontró una estación deslizante, solicitó un coche y al instante apareció uno. Jack tiró con fuerza de su antebrazo para ayudarla a montarse.
—¿Qué tiene? —preguntó una voz. Al darse media vuelta, Kris miró hacia arriba y vio una pequeña pantalla y una cámara de vigilancia montada de cualquier manera en el panel de control.
—Una trabajadora atontada que se quedó a hacer turismo en lugar de marcharse como se ordenó.
—¿Una?
—Una mujer pequeñaja y gorda. Desde luego, no es lo que buscamos.
—Había gente armada por todas partes —gimió Kris con una voz lo bastante afilada para desgajar una piedra—. Santo cielo, tío, ¿cómo va a salir de aquí una chica con toda esa gente de rojo corriendo de aquí para allá y disparando contra todo lo que se mueve?
—Bah, cállese. Tráigala aquí. Tenemos que hablar con ellos ahora. ¿Sabe algo de los cuatro que estamos buscando? La situación es muy confusa en la planta que queda encima de usted.
—Eh, socio, aquí todo está tranquilo. Pero menos mal que no fui de los primeros en llegar. Está todo lleno de cadáveres. Ah, y acaba de reventar un transformador. ¡Está oscuro!
—Sí, sí, todo está patas arriba. Baje aquí. —La luz de la parada cinco se encendió y el coche comenzó a moverse de lado.
—Los muelles están en la parada once —dijo Kris al abrir el panel de servicio de la consola de control—. Nelly, detén el coche entre las paradas doce y once. —El ordenador dirigió un tentáculo de metal inteligente hacia los mandos. Los números que parpadeaban según pasaban por las distintas paradas se detuvieron de pronto en «1_».
—¿Qué ocurre con su coche? —se oyó por la rejilla del altavoz—. He perdido su visual y no se está moviendo.
—Se ha cortado la corriente —contestó Jack—. El coche está detenido. No sé dónde.
—Parece que está entre la diez y la once. No, la nueve y la diez. Tranquilo. Lo sacaremos.
—¡¿Cuándo?! —gritó Kris—. ¡Esto se viene abajo con nosotros dentro! ¡Quiero salir ya!
—Yo me encargo de esta —le gritó Jack al altavoz.
—Toda suya. Voy a cerrar su audio.
—Hmm, eres toda mía —susurró Jack.
—Suena de maravilla. ¿Tienes una navaja para abrir la puerta?
—Siempre pensando en el trabajo —suspiró Jack mientras introducía una hoja gruesa por la quiebra de la puerta. Hizo palanca. La puerta se abrió y les dio paso a una pasarela enclenque de metal.
—Menudo pisito que te has montado aquí. ¿Sueles traer a muchos amigos?
—Tengo que adecentarlo un poco —dijo Kris, que introdujo el último explosivo con banda roja en el estuche de la munición mientras salía por la puerta, que mantuvo abierta para que Jack se uniera a ella—. Nelly, deja un nano en reserva. Reactiva el coche y llévalo a la parada cinco. Una vez allí, haz explotar la carga.
Jack añadió a la pila la bolsa de la munición que le sobraba. Kris lo guió hasta una escotilla de salida, la entreabrió y se encontró con una pequeña sala llena de cables del tendido eléctrico. Al asomarse fuera vio un pasillo apropiado para las necesidades y gustos refinados de cualquier hombre o mujer de negocios que se preciase.
Había llegado el momento de volver a parecer una princesa.