Capítulo 22

22

—Entremos —dijo Jack. Kris lo siguió, dando vueltas a los pulgares mientras tres cazamicros ayudaban a Nelly a deshacerse de lo que traían consigo. Kris no dejaba de devanarse los sesos; habían llevado a cabo la primera parte del plan. ¿Cuál sería el momento adecuado para iniciar la siguiente fase? Había pensado en dejarla para el día siguiente, o quizá para un día más tarde. ¿Podía arriesgarse a ir poco a poco? ¿Le daría Sandfire tanto tiempo?

—Despejado —anunció Nelly—. La nube no contenía nuevos tipos de micros.

—Algo me dice que Sandfire no tardará mucho en averiguar que hemos sido nosotros —dijo Kris de inmediato.

—No hemos dejado ningún rastro —le aseguró Abby.

—Ese hombre no necesita ningún motivo para ir a por Kris —dijo Jack—. Si vamos a hacer algo, voto por hacerlo ahora.

—Nelly, ¿podrías establecer una señal con los micros de control que supervisan la vigilancia del astillero?

—Tenemos esa opción. Kris, debo señalar que…

—Que dejará un rastro hasta nuestra puerta. Sí, Nelly, lo sé, pero no tengo intención de seguir aquí cuando llamen a la puerta.

—¿Qué estás tramando? —dijo Jack con una media sonrisa que se contradecía con su semblante grave.

—Atacar con rapidez, atacar con contundencia y largarse. ¿No es eso lo que nos enseñan a hacer en las naves de ataque relámpago, Tom?

—¡Cada día! —contestó su compañero.

—Penny, ¿cómo se encuentra?

La teniente se había unido a ellos vestida con un pantalón de chándal y una camiseta con el rótulo de «Por la Marina».

—Creo que podré acompañarlos. Dice que un destacamento especial siempre necesita una buena retaguardia. —Tom se colocó junto a ella rápidamente y la rodeó, preocupado, con el brazo. Esta vez Penny no se estremeció cuando la tocó.

—Podemos probar la táctica «cola en Charlie» —dijo Tom.

Kris dejó que los dos lo discutieran entre murmullos.

—Nelly, muéstrame qué sabemos del astillero de arriba. —En ese instante se proyectó otro esquema, esta vez más completo. Kris deslizó el dedo por el contorno. Solo ciento cincuenta metros distaban de la suite al muro de seguridad que impedía que entrase nada de los niveles del hotel al astillero. En realidad se anunciaba al contrario. Ninguno de los productos químicos o materiales utilizados en el astillero podía contaminar la pureza del aire que respiraban los clientes. En cualquier caso, Kris tendría un problema aquella noche.

—Utilizaremos un anillo de dos pasos. Primero, una explosión para hacer que todo el mundo baje a la base. Después, cuando todo el que tenga dos dedos de frente se haya largado, una segunda explosión para rematar. Nelly, calcula el tiempo necesario para evacuar el astillero.

—Veintiocho minutos y algunos segundos —contestó Nelly. Si un ordenador sabía expresar reticencia, ese era Nelly—. Kris, quizá Jack tenga razón. Quizá deberíamos actuar más rápido.

La chica bajó la vista hasta Nelly, que colgaba de sus caderas, y enarcó las cejas. Otra cosa que comentarle a la tía Tru si salían vivos de aquella.

—Jack, si reventamos el astillero sin previo aviso, mataremos a cuatro o seis mil trabajadores. Es lo que hacen los terroristas. No me puse un uniforme para llevar a cabo esas mierdas. Soy un miembro de la Marina. Cuando combatimos lo hacemos con honestidad. Yo voto por que asestemos el primer golpe y salgamos corriendo. Si los amigos de los grises nos persiguen, podremos llevarles un paso de ventaja desde hoy hasta el día del Juicio Final. Pasados treinta minutos, provocamos la gran explosión y echamos a correr como condenados. ¿Alguna duda? —dijo mirando a todo el grupo.

—Dicho así… —Jack encogió los hombros—. Supongo que no.

—Odio trabajar con los Longknife. —Tom hizo una pausa—. Siempre tenéis la excusa perfecta para que aquellos que os rodean acaben muertos. —Sin embargo su sonrisa ladeada alcanzaba el kilómetro de longitud.

—Creo que ya sé cómo logró que la tripulación de aquella nave pasase de su capitán y la siguiera a usted —comentó Penny—. Demonios, mi jefe no se creerá lo que escriba en mi informe… suponiendo que viva para contarlo. —Pero la oficial también sonreía como si su cordura se hubiera tomado un permiso. Ahora sí reunía las condiciones óptimas para trabajar en Inteligencia Naval.

—Necesitará vestirse para hacer su papel —dijo Abby resoplando y encaminándose al dormitorio de Kris.

—La evacuación de la Cima de Turántica comenzó hace diez minutos. Démosles una hora completa para que lleven a los niños abajo. Existe el riesgo de que Sandfire reaccione, pero incluso él tendrá que terminar lo que esté haciendo antes de realizar otro movimiento contra nosotros. Hagámosle caso a Abby y vistámonos. El espectáculo debe continuar.

En ese momento sonó el timbre de la puerta. Jack giró la muñeca hacia su rostro.

—Diez minutos. No está mal, teniendo en cuenta la confusión que hay.

—Atiéndelos tú. Estoy tomando un baño para recuperarme de la conmoción sufrida por haber estado tan cerca de una bomba —dijo Kris.

Después de cerrar la puerta tras ella, Kris miró a Abby.

—¿Cuál es el atavío más apropiado para colocar bombas?

—Pensé que este modelito le vendría bien —sugirió Abby, que se apartó del guardarropa de Kris extendiendo ante sí un vestido de seda azul marino con marcas de agua. La ceñida cintura se diferenciaba gracias a una filigrana plateada que coronaba unas enaguas reducidas a una falda corta. Así los hombres se entretendrían mirándole las piernas, aunque solo en el caso de que apartasen los ojos del breve canesú. Si se embobaban con el escote, podrían ver más de lo que a Kris le gustaría—. ¿Puedo ponerme eso?

—Querida, así le será más fácil acceder a los explosivos.

—¿Por qué tanto afán con las bombas de pecho?

—Jovencita, ¿cómo espera que Hollywood lleve su vida a la gran pantalla si no la llena de explosiones?

—Y de pechos.

—Puesto que la naturaleza no fue generosa conmigo, mi misión consiste en corregir esos defectos. Ahora desnúdese, señorita princesa. Tendrá que llevar el bodi completo para ponerse esto.

Kris se desvistió pero no abandonó la discusión. Le servía para no pensar en lo que le esperaba.

—¿Cómo voy a ponerme un blindaje integral con esto y aun así poder acceder a sus bombas de pecho?

—Tienen reversos adhesivos para adaptarse al exterior del traje.

—¿Por qué no hizo eso con las primeras?

—Porque no tenía ni idea de cuánto dejaría acercarse a ese tal Hank Peterwald.

—Era una cena, Abby. Cena y baile, tal vez. Aunque al final ni siquiera hubo cena.

—Ah, jóvenes, lo dan todo por hecho. Está convencida de que sabe con exactitud lo que hará a cada momento, ¿verdad?

—Por supuesto —afirmó Kris, desnuda, mientras empezaba a ponerse el bodi. Al igual que cualquier otra prenda confeccionada con superseda de araña, no cedía en absoluto. Cuando Abby le aplicó polvos de talco, el dolor se volvió casi soportable.

—Muy bien, preciosa, algún día comprenderá que la pasión, las hormonas o simplemente la mala suerte pueden desbaratarle los planes. Llegado el momento, recuerde que mamá Abby la avisó. Ah, y no se olvide de disfrutar.

—¿No es la mala suerte lo que nos ha traído hasta aquí? —preguntó Kris.

—No, cariño, estamos aquí porque todavía se engaña pensando que no tiene más que chasquear los dedos para que sus deseos se hagan realidad.

—¿Tan mala soy? —dijo Kris, sintiendo sobre ella la presión del desastre al que había arrastrado a toda aquella gente. De pronto le costaba respirar.

Abby levantó la vista sin dejar de ajustar el traje a las estrechas caderas de Kris, suspiró y dejó que una sonrisa imperceptible surcase su labio inferior.

—Por si no se ha dado cuenta, están ocurriendo muchas cosas. Usted forma parte de ellas. Yo, que los dioses y las diosas se apiaden de mi juventud desperdiciada, formo parte de ellas. Incluso el pobre Hank tiene algo que ver. Creo que usted intenta hacerle la vida más fácil a muchas personas que tienen algo que ver en todo esto, pero ningún control sobre ello. Sin embargo, jovencita, está convencida de que puede controlar la situación, y al tener esa seguridad, tiene muchas posibilidades de hacerse con el control.

Kris meneó la cabeza y miró a su asistente arrugando el gesto.

—Bien, entonces ¿quién cree que tiene el control de verdad? ¿Sandfire?

—Sandfire cree estar al mando, al igual que usted. Al igual que lo creía su capitán en la Tifón. No obstante, usted se apoderó con tanta fuerza de la mente de los demás tripulantes que los convenció de sus ideas. Mire lo que ocurrió. Estoy deseando ver quién es quien se engaña con más convencimiento.

Kris frunció el ceño mientras pasaba los brazos por el traje. Abby acababa de demostrar que sabía mucho más sobre la vida de Kris de lo que debería. Otra cuestión sobre la que interrogar a aquella mujer más adelante. En cualquier caso, Abby había despertado la curiosidad de Kris.

—Si Sandfire y yo nos engañamos al creer que tenemos el control, ¿quién dirige este apaño? Explíquemelo, oh, milenario monje de la montaña que de repente lo sabe todo.

Abby soltó una risita que la hizo estremecerse desde la cintura hasta los cabellos.

—¿Y por qué está tan segura de que hay alguien que controla las cosas? Meta a una persona en una habitación y quizá esa persona se controle a sí misma. Quizá, suponiendo que no esté reñida con su padre o su madre y permita que alguien que no esté allí tome el control. Meta a dos, tres, diez, un millón de personas en una habitación o en un planeta y ni la mismísima Hera sabrá decirle quién está al mando. ¿Su padre dirige Bastión?

—Por Dios, no. Bastión es una democracia. Padre solo…

—La he pillado. Ahora veamos qué caída tiene el vestido. —Abby lo cogió y Kris levantó los brazos y dejó que se descolgase a su alrededor. La cintura era ceñida. La falda bailaba haciendo frufrú, detalle que Kris encontraba delicioso y el canesú era un escándalo. O lo habría sido si tuviera con qué rellenarlo. Abby le añadió volumen con las dos bombas que vibraban de una forma traviesa para cualquier hombre que padeciese envenenamiento por testosterona.

—¿Sin sostén?

—¿Por qué estropear las vistas? Esta noche la mitad de la batalla consistirá en distraer a los hombres. Ahora procedamos con la carga. —Los diez kilos de metal tonto de Kris quedaron distribuidos en una correa que se colocó por encima de sus caderas. La falda corta de volantes la cubría sin problemas. Abby sacó un láser.

—¿De dónde ha salido eso?

—El bueno de Jack lo hizo pasar por el control de seguridad. Usted pensaba utilizar el metal para taladrar, pero ¿por qué no evitamos convertir ese ladrillo de metal no tan inteligente en una cosa y luego en otra?

—De acuerdo. —La barriga de Kris se abultó levemente.

—Ahora tiene mejor aspecto —observó Abby—. En serio, debería ganar un poco de peso. Tanto hueso y tanto ángulo no sirve más que para espantar a los hombres.

—Y yo que pensaba que era porque una chica humilde como yo los intimida —dijo Kris con sorna.

—No lo sabrá hasta que lo intente, ¿no?

—¿Qué tal si primero salimos de esta y luego hablamos de dietas?

—Buena idea —dijo la asistente mientras colocaba la tiara que la Marina le había facilitado a Kris sobre el cabello recogido de esta antes de bajar un cable hasta su cintura, donde llevaba a Nelly—. He incorporado las antenas a la tiara —dijo.

—Lástima que esta noche no disponga de la estrafalaria.

—La próxima vez que salgamos de aventuras llevaré coronas de repuesto para usted —dijo Abby, que se giró hacia Kris con cuatro pequeños cilindros en la mano—. Aquí tiene unos petarditos más. Encontrará unos bolsillos para guardarlos justo debajo de la cintura de la falda. Montan un escándalo del demonio, perfectos para que todo el que esté cerca deje de perseguirla durante por lo menos un minuto, tal vez dos.

Al guardárselos, Kris se fijó en las franjas verdes que tenían. Al estudiar la falda con más detalle, descubrió doce bolsillos. Abby sacó cuatro cilindros más.

—Estas son bombas somníferas. Avísenos cuando piense utilizarlas, a menos que quiera dejarnos dormidos junto con los malos. Lo siento, no traje máscaras antigás, un pequeño descuido por mi parte.

—Será el primero. Tengo cuatro bolsillos vacíos.

—Estas son letales. Bombas de fragmentación. Úselas cuando desee que una muchedumbre deje de darle la lata. —Kris las tomó con delicadeza y se fijó bien dónde las guardaba y en las franjas rojas que las diferenciaban. Por último, Abby le entregó una pequeña pistola automática y tres cartuchos—. Adminístrelos bien. Son los únicos que tengo.

Kris comprobó la munición. Uno de los cartuchos de dardos somníferos ya estaba cargado. Junto a él introdujo una carga mortal. Bastaba retirar el seguro para pasar a los dardos somníferos. Si volvía a pulsar el conmutador, el arma volvía a ser letal. Por el momento Kris dejó activado el modo de somnífero.

Sin embargo, no permanecería siempre en ese estado. Aquella noche mataría a alguien… o alguien la mataría a ella. Kris meditó sobre esa idea. Se le revolvió el estómago y sintió como si un escalofrío le arañase el corazón. Nunca se había visto en una situación del tipo «o él o yo». Quería ver morir a Sandfire de la manera más horrible. Le gustaba la vida. Quizá algún día incluso desearía formar una familia. Si esta noche hago bien las cosas, siempre tendré esa posibilidad. Si la pifio y dejo que Sandfire gane, estoy muerta.

Kris guardó la pequeña automática en el muslo derecho, se arregló la caída de la falda y se puso derecha.

—Vamos allá.

—Permítame limpiar algunas cosas. Enseguida estoy con usted.

Kris abrió la puerta de su habitación. Fuera, Tom seguía vestido con el uniforme de gala. Con una sonrisa, hizo aparecer dos automáticas reglamentarias. Penny estaba a su lado, lista para la acción: pantalones blancos en lugar de la habitual falda larga. El corte de su camisa era lo bastante holgado para ocultar el lugar exacto del que extrajo una metralleta recortada. Jack aguardaba de pie junto a los dos, con su eterno semblante entre amigable y glacial.

—¿Estamos listos? —preguntó Kris.

«Eso parece» y «Más que nunca» contestaron los demás después de que Jack respondiese con un sencillo «Sí».

—¿Cómo está el ambiente entre los guardias de fuera?

—Le dije al sargento que pasaríamos aquí la noche. Dejó que la mitad de ellos se fuera.

—Hemos evacuado la parte alta. Nelly, ordénales a los nanos del astillero que se acoplen y provoquen un cortocircuito en los transformadores.

—Podemos inhabilitar cuatro y aun así mantener nuestras unidades de mando y algunos defensores para cuando llegue la nube de polvo.

—Hazlo, Nelly, y trae aquí tus nanos de seguridad. No te dejes ninguno atrás. Podrían venirnos bien.

Jack consultó su unidad de muñeca.

—¿Cinco minutos?

—Tal vez menos. Sandfire reacciona rápido —dijo Kris.

Abby se unió a ellos, seguida por una serpiente de doce baúles.

—¿De verdad hacen falta? —gruñó Jack.

—Si los perdemos, no lloraré, pero ¿por qué abandonarlos sin necesidad? —replicó la asistente con una lógica aplastante.

Transcurrió un minuto. Kris se acomodó en su silla. Los demás también se buscaron un asiento. El minuto siguiente se hizo más largo. Kris estaba dispuesta a ir a por todas. En algún lugar de aquella estación había una alarma que parpadeaba o aullaba, que gritaba que una serie de mensajes importantes había sido enviada al astillero desde su suite. De nada servía tener dudas. O Sandfire o ella obtendrían aquella noche lo que buscaban. Sin compromisos políticos, sin repartir la diferencia. Ese fue el motivo por el que Kris eligió la Marina en lugar de adentrarse en el mundo de padre y la política. Entonces la fina frontera entre la vida y la muerte le parecía mejor que una vida insulsa, donde no encontraría lo que deseaba.

Quizá padre tenía razón.

Si salgo de esta, hablaré largo y tendido con él, se prometió Kris a sí misma.

—Kris, el tráfico se ha disparado en la red de seguridad.

Kris se levantó.

—Jack, por favor, haz pasar a los guardias. —Sin perder un segundo, Jack salvó la distancia que lo separaba de la puerta, pero en el último instante se detuvo—. Quizá sería mejor si hubiera un incendio de verdad —dijo.

—Cierto —convino Kris—. Abby, lleve esas cajas a la habitación de Jack. —Mientras la asistente trasladaba los embalajes, Kris dio cuatro pasos hacia su dormitorio y extrajo un cilindro de su bolsillo. Una banda roja. Gran explosión. Chúpate esa, listillo—. ¡Al suelo! —gritó antes de tirarlo dentro de la bañera y hacerse un ovillo contra la pared.

Tres angustiosos segundos después, el cuarto de baño saltó por los aires.

Jack esperó un segundo más antes de abrir la puerta de un tirón. Al otro lado del pasillo dos hombres descansaban derrengados en sus sillas, uno de ellos roncando. Cuando Jack gritó «¡Fuego!» los vigilantes se despertaron sobresaltados. Uno cayó al suelo por un lado de su silla; el otro acertó a ponerse de pie. El sargento apareció en la puerta, frotándose los ojos para disipar el sueño. Pasó corriendo junto a Jack, seguido de otros tres hombres. Kris los dirigió hacia el cuarto de baño mientras las alarmas empezaban a destellar en la suite y el pasillo, llegando incluso a apagar la voz de Kris mientras esta gritaba: «¡Fuego! ¡Ahí!»

Los vigilantes corrieron hacia su dormitorio, donde se detuvieron, atónitos ante el desastre… y quizá al caer en la cuenta de que no tenían con qué combatir el fuego. Kris le hizo una señal a Tom para que se acercara, pistola automática en mano.

—No es letal —le susurró al oído aprovechando los silencios intermitentes de la alarma.

Tom no seleccionó otro tipo de munición. Disparó; cuatro grises cayeron al suelo, desplomados. Kris echó un vistazo al baño. La bomba había reventado la bañera. Las fugas de agua estaban apagando la mayor parte de las llamas.

—Dejadlos —ordenó.

Penny y Tom fueron los primeros en encaminarse hacia la puerta. Abby ya había recorrido medio pasillo, acompañada de su séquito de baúles. Cuando pulsó un botón para llamar a un ascensor, se abrió la puerta de uno de ellos.

Problemas con mallas.

Ocho de las chicas de Sandfire aparecieron vestidas con ajustados bodis rojos. Los bultos de los cinturones de accesorios que llevaban tenían muy mal aspecto. Casi todas llevaban una metralleta en ristre. Una tan solo iba armada con un largo bastón negro. Otra llevaba una ballesta atravesada sobre su brazo.

Durante un momento de confusión, los dos grupos se estudiaron el uno al otro. Cuando empezaron a aflorar las armas, la puerta del ascensor contiguo se abrió para Abby. Esta dejó entrar la fila del equipaje como si no se imaginase lo que estaba a punto de ocurrir. Sin embargo, la asistente no le había entregado a Kris todas sus cajitas de sorpresas. Cuando Abby cruzó el umbral del ascensor, lanzó con naturalidad un pequeño cilindro al aparato de al lado.

El tubito produjo un estruendoso ruido seco que sobrecogió a las bellezas de rojo y les hizo perder su formación de combate durante una fracción de segundo, instante que el equipo de Kris aprovechó para coger sus armas y echarse al suelo.

De pronto, el ascensor se llenó de un humo retorcido iluminado por una tormenta de destellos cegadores. Quien no quedó deslumbrado quedó sordo por un chillido escalofriante que trinaba según aumentaba y bajaba.

Detrás de Kris, Penny comenzó a disparar con su arma automática desde la entrada, aunque el ruido de los disparos se perdió en el estruendo. Las balas agujerearon el plástico y el yeso de la pared del ascensor cuando no impactaron en el coche y su carga. Jack sacó una metralleta y vació el cartucho. Por un momento Kris sintió compasión por las chicas de rojo, hasta que una bala desgarró el yeso de la pared que tenía al lado.

Kris no era la única que llevaba armadura personal.

Giró sobre su estómago y reptó por el pasillo hacia una luz que indicaba la salida mientras la silueta gris de una de las atacantes emergía de la nube de humo que llenaba el ascensor con su arma en modo automático completo. Un torrente de proyectiles voló sobre la cabeza de Kris antes de que la mujer girase sobre sí misma y cayera bajo el humo. Los seis disparos que recibió en el cuerpo solo sirvieron para tumbarla. El que le reventó la cara la remató.

Kris estiró el brazo para bajar el picaporte de la puerta de las escaleras, que abrió de un empujón, haciendo rodar su cuerpo hasta el otro lado. Con la pistola desenfundada, se puso de rodillas, apuntó con cuidado y dirigió disparos sueltos contra todos los rostros y miembros desnudos que la nube de humo dejase adivinar.

Casi ninguna de las balas dio en el blanco, pero continuó utilizando su limitada munición cada pocos segundos para que las atacantes no levantasen la cabeza.

Con un arma en cada mano, Tom retrocedió arrastrándose hasta las escaleras y se unió a Kris.

—Esos trajes rojos se vuelven grises bajo el humo. ¿Alguien ha sentido una explosión en el astillero? —dijo mientras se apostaba sobre Kris y enviaba una nueva ráfaga de balas por el pasillo.

—Además, los trajes rojos son a prueba de balas. Nelly, ¿tienes algo?

—Tres de las unidades informaron justo antes de autodestruirse —respondió el ordenador—. Hay alarmas en todos los niveles de la estación y órdenes verbales de evacuarla tan rápido como sea posible. Supongo que en el astillero estará ocurriendo lo mismo.

—Supones bien. Tommy, amigo mío, empieza el espectáculo.

—Ni por un solo segundo lo he dudado —aseguró con su acento regional—. Y ahora ¿cómo sacamos el culo de aquí?

El humo se negaba a abandonar el ascensor. Por lo general habría entrada una corriente de aire por el hueco de la escalera. Aquel día no.

—Han cortado el flujo de aire.

—Es la única manera de extinguir un incendio —señaló el chico del espacio.

Ahora Penny estaba boca abajo y serpenteaba hacia Kris. Jack continuó disparando con precisión mientras empezaba a arrastrarse hacia atrás. Otra silueta gris salió poco a poco del ascensor, el rostro reducido a una masa de carne, hasta que se detuvo del todo.

La frecuencia del fuego se había reducido cuando Penny alcanzó la puerta de salida. Tom siguió disparando en ráfagas hacia el humo de la parte superior. Envalentonadas, las atacantes del ascensor también comenzaron a disparar hacia arriba.

Jack rodó hacia las escaleras justo cuando algo pasó volando junto a la cabeza de Kris y explotó en el extremo opuesto del pasillo. El fogonazo de la explosión se expandió hacia la chica mientras esta cerraba la puerta de golpe.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Tom sobrecogido.

—No creo que esa ballesta esté pensada para jugar a los dardos —dijo Kris mientras entreabría la puerta. Otra dos atacantes cenicientas salieron de cuclillas de la nube de humo, metralletas en ristre—. Yo me encargo de la de la derecha.

—Tengo a la de la izquierda —dijo Tom.

—A la de tres. Una, dos, tres —indicó Kris antes de dirigir una ráfaga contra el rostro de su objetivo. La atacante se desplomó un instante antes de que el objetivo de Tom cayera sobre ella. En ese momento cesó la agitación del humo.

De todos modos, Kris no esperó a que la nube siguiera revolviéndose.

—Subamos.

—Por ahí llegaremos hasta la sala de mantenimiento —señaló Tom.

—Que es donde no nos estarán esperando —dijo Kris mientras se lanzaba por el primero de una larga serie de tramos de escalera que, fabricados en acero, devolvían el eco de sus pisadas. Jack corría un paso por detrás de ella; Penny y Tom se quedaron un poco más atrás.

—Nelly, dime qué está ocurriendo.

—Están evacuando la estación. El astillero también, desde el nivel de alimentación hasta los elevadores. La red de seguridad es una olla de grillos.

—¿Hay tráfico cerca de nosotros?

—No, Kris, pero no obtuve ningún tráfico de señales del grupo del ascensor. Todo está en calma.

—Supongo que estarán usando una red distinta —concluyó Jack—. Busca algo en cualquier punto de la banda de frecuencia. Incluso algo en la red civil que no se utilice aquí. No creo que esta gente se preocupe por nimiedades como la asignación de frecuencias.

Kris hizo detenerse a su equipo en un rellano.

—Tenemos que dividirnos. Tommy, Penny y tú no podéis correr como nosotros.

«Sí podemos» y «Seguiré con vosotros» fueron las respuestas de los rezagados.

—También quiero complicarle las cosas a Sandfire. Si seguimos juntos, solo tendrá un problema. Si nos disgregamos, no sabrá quién estará haciendo qué ni dónde. Jugad conmigo —dijo Kris, que extrajo varios de los cilindros que llevaba en el vestido—. Tenemos treinta minutos para correr antes de que provoque la explosión del astillero. Necesito actuar sola hasta entonces.

—Hacer que Sandfire se arrepienta —sonrió Tom—. Puedo encargarme.

Kris le entregó a Penny la mitad de las bombas y le explicó la utilidad de cada tipo mientras se las guardaba.

—Ahora continuad a pie o tomad un coche deslizante que os lleve hasta el sector empresarial. Dentro de veinte minutos, reuníos con nosotros en el muelle 11. Allí es donde estacionan las naves privadas. Secuestraremos una y saldremos hacia una puerta de salto antes de que la estación estalle. Ahora, en marcha. Dejaré una trampa explosiva aquí para nuestros amigos.

Tom y Penny se asomaron al pasillo y tras comprobar que estaba despejado, iniciaron la marcha.

—¿Entonces qué hacemos nosotros? —preguntó Jack.

—En el próximo rellano hay una zona de servicio —dijo Kris a la vez que tanteaba el interior de su canesú y extraía una trampa explosiva.

—Tienes un cuerpo explosivo, literalmente.

—Lástima, ahora he perdido el equilibrio. Súbeme. —Jack le hizo de asidero y Kris se subió a él el tiempo justo para colocar los explosivos en el metal del rellano que tenían sobre ellos. Me pregunto si Jack dará importancia a las piernas—. Nelly, deja un nano para reventar esto si detecta a alguien vestido con el traje de ninja gris o rojo o con el de Vigilancia de SureFire.

—Listo.

—En marcha. —Subieron otro tramo de escaleras y encontraron una puerta que, una vez que Nelly la abrió, les dio acceso a una sección ubicada entre dos plantas y repleta de conductos de aire, tendidos eléctricos y demás instalaciones propias de la vida moderna cuya existencia la gente ignoraba. Nelly proyectó un mapa holográfico. Aquella sección rodeaba la estación en el nivel de gravedad de cero coma setenta y cinco. Abierta en toda su extensión, les permitía acceder al muro del astillero, pero Kris prefería acercarse más al núcleo de la estación. Si tenía que reventar el astillero, lo haría desde su corazón.

—¿Cámaras, Nelly? —Varios puntos rojos salpicaron el mapa—. Traza una ruta que evite todas las que sea posible —dijo Kris antes de echar un vistazo a las paredes, el suelo y la maquinaria, todos grises—. No creo que mi camuflaje de princesa funcione aquí.

—Nelly, ¿hay algún vestuario en el mapa? —preguntó Jack.

Un sector se iluminó en amarillo. El vestuario estaba vigilado, pero alguien había pegado en el objetivo la foto de un tipo desnudo enseñándole el trasero a la cámara. Jack solo tuvo que forzar tres taquillas para conseguir dos monos naranjas y sendas gorras de béisbol azules. La caja de herramientas que apareció en la última taquilla sirvió como complemento final de su disfraz. Eso y la falda de Kris. Enrollada en su cintura, se convertía en la barriga cervecera perfecta.

—Deberías practicar más ejercicio, socio —le dijo Jack dándole un empujoncito con el codo en el zagalejo.

—No es por la cerveza —replicó ella—. Es que nací así.

—Te acabará matando.

—Ya lo creo —dijo Kris siguiéndole el juego.

Jack miró un sujetapapeles que había encontrado, le pasó la caja de herramientas a Kris y caminó delante de esta como si supiera lo que estaba haciendo. Ella lo siguió y le fue dando las indicaciones que Nelly le comunicaba a ella. Continuaron así durante unos cinco minutos, tiempo suficiente para que Kris empezase a pensar que la operación tendría éxito. En ese momento el aullido de una sirena resonó en la sección gris y polvorienta que separaba las dos plantas. Después de tres avisos, una voz computerizada anunció que todo el personal debía abandonar la estación.

—Queda restringido el acceso a la zona. Todo el que permanezca en la misma será aprehendido y detenido de inmediato. Se abrirá fuego contra todo aquel que oponga resistencia. Se interrumpirán todas las labores. Diríjanse a la plataforma de descenso más cercana y abandonen la estación. —La sirena volvió a sonar antes de que se repitiera el aviso.

—No me extraña. Sandfire está asustado.

—Yo también lo estaría si tuviera que enfrentarme a ti —admitió Jack.

—Quizá sea hora de pasar al plan B. Lleva los nanos al astillero cuanto antes y déjalos allí mientras nosotros corremos como condenados.

—Es la mejor idea que has tenido en todo el día. O en todo el mes. Quizá en toda tu vida.

—No me gusta tener que dejar los nanos para que ataquen —dijo Kris, que echó a trotar hacia la salida más cercana como una buena trabajadora.

—Es mejor que quedarnos nosotros fuera para que ataquen.

—Vayamos hacia la siguiente salida a ver si nos llaman la atención.

—¿Por qué detesto decir que tú mandas? —Jack frunció el ceño pero echó a correr detrás de Kris cuando esta giró hacia la derecha. Kris logró saltarse tres salidas: un coche deslizante, un ascensor y una escalera.

Cada vez se encontraba más arriba y cerca del astillero cuando el altavoz que tenían delante dejó de bramar y dio paso a una voz de mujer, que graznó:

—Equipo de trabajo de la veintiséis B, ¿qué demonios creéis que estáis haciendo?

—Olvidé la tartera del almuerzo —gritó Jack—. No quiero quedarme sin el termo nuevo.

—Olvídate del maldito café, imbécil. Este montón de mierda se está desmoronando y hay gorilas por todas partes buscando a alguien a quien disparar y acusarlo de sabotaje para cubrirle el culo al gilipollas que construyó esta chapuza. Dejaos de tonterías y salid pitando de aquí. Yo me largo en dos minutos.

—Ya vamos, ya vamos —gritó Kris—. Te dije que no valía la pena jugarse el pellejo por tu asqueroso café.

—Eso es, cariño. A ver si se entera.

—Mujeres —bufó Jack, que se dirigió hacia la salida más cercana.

—Hay que ser tonto para querer quedarse a vivir aquí —trompeteó el altavoz.

—Quedarnos a vivir no, solo…

Kris le dio un codazo a Jack en las costillas.

—Mándalo a tomar viento, cariño, podemos buscarte otro compañero de trabajo.

—El último tenía las manos muy largas. Me quedo con este. Aunque no calla la boca —respondió Kris.

—Bien, daos prisa. Yo me largo. Hay un gorila de gris que quiere mi puesto de observación, y por mí se lo puede quedar. Igual quieren echar horas extras. Yo desde luego no. Vamos, no os entretengáis.

Kris siguió adelante durante unos treinta segundos, después giró y continuó subiendo.

—¿Cuánto faltará para que nos vean los grises? —preguntó Jack.

—Vete a saber. Los grises no conocen la distribución de la planta tan bien como esa mujer tan agradable.

—Como esa bocazas, querrás decir.

—Te has picado porque no ha querido quedar contigo.

—Créeme, jovencita, cuando le pido salir a una mujer, soy el más elegante, y nunca me dicen que no.

—¿Cómo dijo? « Hay que ser tonto para querer quedarse a vivir aquí.»

—Yo no quiero vivir con ella.

—¿Quién vive contigo?

—Nadie. De todos modos, nunca estoy en casa.

—De modo que vives conmigo. —La deducción no obtuvo respuesta durante los segundos que siguieron. Después Jack quiso contestar y Kris imaginó lo que iba a decir.

—No den un paso más —gañó una voz tras ellos.