Capítulo 21

21

Abby estaba terminando de peinar a Kris cuando sonó el timbre de la suite.

—Abro yo —dijo Jack con el mismo tono férreo que venía endureciendo su voz desde que Kris rechazó su plan para sacarla del planeta.

—¿Estoy bien? —le preguntó Kris a Abby mirándola por el espejo. La asistente asintió y la chica se echó un último vistazo. Abby le había recogido el pelo en una serie de moños que se mantenían inmóviles gracias a una pieza de diamante alquilada en la joyería del hotel. La delgada cintura del vestido aguamarina se inflaba en ambas direcciones. Las enaguas garantizaban que la falda se meciese cada vez que ella se moviera. El canesú se levantaba hasta rozar lo que prometía que su dueña tenía. Con las bombas, casi llegaba a tenerlo. Y una vez que se deshiciera de ellas, nadie se daría cuenta.

Bien, quizá Hank sí, según lo pegados que bailasen.

Tras una última mirada que le corroboró que su nariz no era más pequeña (incluso la magia de Abby tenía un límite) Kris salió a ver cómo iba todo.

No encontró novedades en el salón. Había tres destacamentos de seguridad realizando las habituales tareas de reconocimiento de la zona. Hank se encontraba a la izquierda de la puerta; los gorilas de gris, a la derecha; y Jack, a cuyo lado estaba Tom vestido con el traje de etiqueta de la Marina, los mantenía a todos a raya mientras iban anunciando sus planes para la noche.

—Podemos ocuparnos de todo —aseguró el jefe del destacamento de Hank como si así fuese a arreglarlo—. Nadie nos dijo que los nuestros tuvieran pensado moverse —se quejaron los grises, lo que les costó cualquier posibilidad de tomar el control—. Kris nunca va a ninguna parte sin su destacamento —dijo Jack, que pareció alegrarles el día a los grises, hasta que estos comprendieron que Jack no se refería a ellos. Abby salió afanosamente de la habitación de Kris vestida con un adusto traje gris oscuro y tomó a Jack del otro brazo.

—¿Todo el mundo listo? —le preguntó al aire.

Hank le guiñó un ojo a Kris con aire cómplice.

—Esta noche estás preciosa —le dijo, como si fueran una pareja normal sin nadie a su alrededor.

Kris realizó un leve contoneo que provocó el frufrú de su traje y le devolvió el halago.

—Tú tampoco estás nada mal. —Lo cual era a todas luces un cumplido demasiado pobre. El esmoquin canela de Hank encontraba el contrapunto ideal en su faja roja. La camisa de deliciosos volantes le daba un aire informal sin la corbata y con el último botón desabrochado.

Hank le ofreció su brazo a Kris, demostrando que la caballerosidad no era cosa del pasado, y la guió entre los destacamentos de seguridad, que seguían discutiendo, como si no estuvieran allí. En ese instante Kris cayó en la cuenta de que quizá aquella fuese la clave para que todo saliese bien aquella noche. Tal vez todas las noches. Tendría que ver qué le parecía a Jack.

Los vigilantes de Hank habían reservado un coche deslizante. Hank no observó la señal del jefe de su destacamento que habría hecho que Kris tuviera que esperar al siguiente coche. Kris ignoró el impropio desorden mientras se acomodaba en el asiento del fondo, con Hank a su lado.

—Menudo día —dijo él—. ¿Has estado muy ocupada?

—Como habrás observado, ahora mismo Bastión no es el planeta favorito de Turántica. —Hank asintió con atención—. Se podría decir que hoy me han tenido bajo arresto domiciliario. Con lo apretada que tengo la agenda últimamente, lo cierto es que se agradece. —Hank compartió su risa.

—Quizá yo debería hacer lo mismo. Pero Turántica mantiene pocos vínculos con Vergel, así que no saben muy bien qué hacer conmigo.

—Creía que tu señor Sandfire era… —Kris dejó la frase inacabada.

—No es mi señor Sandfire. No estoy seguro de que Cal sea el hombre de nadie. —Hank suspiró, y Kris casi pudo verlo tomar una nota mental para trasladarle aquella observación a su padre—. Parece que intenta abarcar muchos asuntos, pero muchos se han sorprendido al verme a su lado estos últimos días. Creo que formo parte de una suerte de presentación en sociedad. No sé muy bien de qué modo me están utilizando.

—Pero siempre hay alguien que quiere utilizarnos. —Kris suspiró.

—Al menos tú tienes eso de la monarquía. —Hank le dirigió una sonrisa malévola—. Así resulta más fácil salvarse. En cambio yo solo soy el mocoso de un empresario corriente.

—Te lo cambio —dijo Kris sin vacilar—. Todo para ti, corona y todo.

—¿Puedo quitarle los diamantes? —preguntó Hank mirando la joya que llevaba Kris—. Creo que tanto brillo no me sienta bien.

—Eh, cuando alguno de los dos habla de moda, todo el mundo escucha —le aseguró Kris—. Pero esto solo es un préstamo para esta noche. No quería lucir una corona en público ahora que el panorama político está tan revuelto. —Además cambié la mayor parte de mi corona por unas fotos que pensé que terminarían con todo este asunto. Espero que nadie eche de menos ese chisme.

La puerta se abrió y los guardias aseguraron un perímetro antes de dejarlos apearse. Organizarse de nuevo llevó algún tiempo; Abby y dos de los grises perdieron el segundo coche, por lo que todos tuvieron que esperar a que llegasen en el tercero.

—He estado en disturbios mejor organizados —resopló Abby cuando se reunió con ellos.

—Seguro que los organizó usted —dijo Jack, que caminaba un paso por delante de Kris.

Hank observó el intercambio de pullas y se rió.

—Preveo que esta noche va a ser muy divertida.

—¿Ya has hecho tu clásica búsqueda exhaustiva de restaurantes disponibles para encontrar el mejor… y posiblemente el más caro?

—Por supuesto, ya que invito yo.

—Eh, fui yo quien te llamó para quedar. Invito yo —gruñó Kris, pero prefirió no insistir. No todas las arrugas que se formaban en su rostro se debían a su sonrisa.

—Estoy chapado a la antigua. Jamás permitiría que una dama pagase la cena.

—Sí, pero mi fondo fiduciario es mayor que el tuyo.

—¿Has consultado últimamente con tu corredor de bolsa? —Los dos rieron—. Odio estar incomunicado —concluyó Hank.

—Es insoportable. Estoy en la segunda semana de mi permiso de una semana. El capitán me pasará por debajo de la quilla cuando regrese.

—No creo que nadie quiera firmar tu carta de despido.

—Oh, podría nombrar a unos cuantos generales y al menos un almirante a los que les encantaría deshacerse de mí.

—Una jugada así podría costarles la carrera.

—Quizá a ti te lo parezca, pero algunos de los que se oponen a mi padre disfrutarían mucho al ver a mi familia en medio de ese circo mediático.

El restaurante quedaba apartado. La luz era lo bastante tenue para que Jack sacase sus gafas de visión nocturna mientras tomaba asiento en una mesa con Tom y Abby entre la puerta y la mesa a la que Kris y Hank fueron llevados por una camarera vestida con un sarong amarillo reluciente cuya tela daba la impresión de que se volvería transparente con una mejor iluminación. Hank pareció deleitarse con las tentadoras vistas.

—¿Quieres bailar con la chica que te acompaña o con la camarera? —le preguntó Kris sin perder la sonrisa.

—Con los Longknife nunca sé si todo irá bien o si me echaréis del planeta de una patada. Será mejor que piense qué posibilidades de salvación tengo.

—Bueno, deja que le eche un vistazo al camarero y quizá te deje escapar.

—¿Quién nos aceptaría? —dijo Hank, que se puso serio de pronto mientras se inclinaba hacia delante para que sus palabras no llegasen fácilmente a los guardias de seguridad que ocupaban las mesas de tres en fondo a su alrededor—. Podríamos comprar el planeta entero y a todos sus habitantes. Incluso te sobraría dinero para actualizar esa mascota electrónica tuya. Podríamos comprar a cualquiera, pero ¿podríamos hacer que alguien nos tuviese y nos retuviese?

—Quizá tengamos que ganárnoslo —dijo Kris.

—¿Cómo ganarnos nada cuando lo hemos heredado todo?

—Hablas como si a este problema que tenemos le hubieras estado dando… —observó Kris, consciente de que lo que estaba diciendo podía sonar demasiado superficial— muchas vueltas.

—¿Tú también vas al psicólogo?

—La Marina no aprueba que sus oficiales sean emocionalmente inestables.

—Igual que mi viejo. Digamos que tengo uno o dos amigos que él no conoce tan bien como cree. —Kris percibió la contracción de la mano de Hank y el modo en que pestañeó. Más que de sinceridad, era una cuestión de esperanza.

—¿Tu padre es muy severo?

—Creo que empieza a sentirse mayor. A pesar de todos los métodos de rejuvenecimiento con los que contamos hoy en día, los hombres parecen seguir llegando a su menopausia a los cincuenta.

—Tu abuelo todavía vive.

—Y quizá mi bisabuelo también seguiría vivo de no haber tenido aquel accidente —dijo Hank. Kris había leído el informe de inteligencia empresarial que el abuelo Al solicitó sobre aquel «accidente». La conclusión final arrojaba dos posibilidades: una rebelión de los accionistas o el padre de Hank.

Una familia interesante.

Así y todo, Hank no parecía tenerle más cariño a su familia del que Kris sentía por la suya. ¿Existiría alguna posibilidad de meterlo en el lío en el que se encontraba ella?

Un camarero apareció junto a Hank. El muchacho llevaba un sarong azul claro. Los brillos y su piel jugaban al escondite con los ojos de Kris a la tenue luz de las velas. Buenos pectorales y no peores abdominales. Quizá incluso más marcados que los de Jack. Kris disfrutó con la vista mientras Hank pedía en un idioma que ella no acertaba a interpretar. ¿Nelly?

Podría ser balinés o alguna otra lengua procedente del sudeste de Asia, de la antigua Tierra, pero no es la original. Ha cambiado con la distancia.

¿Y qué no cambiaba? Kris vio al muchacho alejarse entre los guardias y se levantó.

—Si te vas detrás de él, yo me iré con la camarera —dijo Hank sin rodeos.

—Creo que ese letrero indica que el servicio de señoras está por ahí —dijo Kris, señalando—. Aunque me he pasado casi toda la tarde en el cuarto de baño, mi asistente piensa que darle un uso tradicional a esas instalaciones es perder el tiempo. Te lo prometo, seré mejor compañía si consigo aligerarme.

—Ahora repítelo rápido cinco veces. —Hank recuperó su tono jocoso de siempre—. Pero te aviso: si tardas demasiado, me encerraré en el despacho con la camarera.

—Lo tendré en cuenta —dijo Kris mientras Abby la tomaba por el brazo.

—De haber sabido que iba a hablar mal de mí, habría exigido un aumento de sueldo.

—Dé gracias por lo baratos que le están saliendo sus secretos. —Cuando Jack se colocó al otro lado de Kris, la niebla gris que formaban los guardias brotó de sus asientos para cortarles el paso—. Amigos, si se interponen entre esa puerta y yo, serán ustedes quienes frieguen el suelo —amenazó Kris haciendo que los grises se abrieran ante ella al igual que el Mar Rojo lo hizo para Moisés.

Nelly, ¿todavía tenemos nanos de defensa con nosotros?

No hemos perdido ninguno de tus diamantes.

Libéralos en cuanto pasemos por la puerta. Dime cuánta compañía tenemos. ¿Lista?

Lista, confirmó Nelly cuando Abby abrió la puerta. Jack se detuvo en la entrada por si alguno de los grises todavía dudaba que Kris necesitase un poco de intimidad.

¿Vigilancia?

Dos cámaras vistas debajo de los lavabos para mostrarte entrando y saliendo de los cubículos. Nada sobre estos. Cinco nanos voladores.

Deshabilítalos, Nelly. Intenta no cargártelos.

Estoy en ello.

Abby echó un vistazo en los cuatro cubículos y comprobó que estaban vacíos. Se apartó un momento y los miró con reticencia, tras lo que murmuró:

—Este parece el más limpio. —Extrajo un bote de su bolso y roció el compartimento. Sin mediar palabra, se hizo a un lado para dejar entrar a Kris.

El número consistía en fingir pánico a los gérmenes. Los miembros de la realeza solían tenerles un miedo cerval a los pequeños organismos. Así Kris encontró la excusa perfecta para vaciar la cisterna una y hasta dos veces. ¿Qué tal lo estamos haciendo, Nelly?

Otra vez.

¿Sabes dónde estamos?, pensó Kris al tomar asiento.

He localizado este restaurante en el esquema. Siguiendo los conductos, se debe de tardar unos diez minutos en llegar de aquí a la trampa potencialmente rica en metano. Puedo programar los explosivos.

Maldita sea, eso acortaría la cena y desde luego arruinaría el baile. Y, por supuesto, los destacamentos de seguridad podrían no reaccionar ante un pequeño incidente en la planta de tratamiento de residuos. Bien, mi suerte va a cambiar antes de convertirme en una treintañera solterona. Kris rió para sí.

Listo, informó Nelly.

Kris tanteó a su alrededor y, tratando de no estropear el vestido, extrajo la bomba de la izquierda, la activó y dejó que Nelly programase el temporizador. La estiró hasta que alcanzó unos veinte centímetros de longitud, la dejó caer en el agua sin hacer ruido y vació la cisterna. Un minuto después la segunda bomba estaba de camino. Kris se tomó un momento para hacer aquello para lo que había venido (nada como estar aterrorizada para que la vejiga se llenara), vació la cisterna de nuevo y se ajustó el vestido. Abby esperaba fuera para darle los toques finales a la falda y al escote, así como para ayudar a Kris a lavarse las manos sin salpicar la tela. Cuando terminaron, la asistente le echó un vistazo general y asintió.

—Soy un hacha en mi trabajo.

—¿Cómo? ¿No va a decir nada sobre lo fácil que es hacer que una chica como yo esté espléndida?

Abby clavó en Kris una mirada de confusión.

—¿De verdad necesita que alguien como yo le confirme lo hermosa que es?

—Abby, ya sé que no lo soy. —Kris suspiró.

—Jovencita, ¿dónde estaban sus padres cuando los necesitaba?

—Estaban ocupados haciendo campaña, u ocupados sin más —respondió Kris—. ¿Va a abrir la puerta? —Abby le permitió pasar. Kris regresó a la mesa; Hank se levantó mientras ella se sentaba—. Eres todo un caballero —le dijo.

—¿Qué? Iba a buscar a la camarera. Creía que te habrías escapado con el camarero.

Kris acarició una copa de cristal llena de agua que no estaba allí cuando se fue.

—Ha venido alguien en mi ausencia.

—La chica que nos ha servido el agua. Muy mona. Ni siquiera llevaba el sarong vaporoso ese. Así no hay dudas.

—Sabes, si no te conociera mejor, pensaría que eres una especie de niñato rico malcriado y con miedo al compromiso.

Hank guardó silencio durante un largo instante.

—Ah, cuánta razón llevas. —Suspiró y miró a su alrededor. Al ver al jefe de los guardias de seguridad, le indicó con la mano que se acercase—. Esta noche no va a matarme nadie, y a ella tampoco. Necesito un poco de espacio. Dígales a sus hombres que se queden junto a las paredes. Eliminen los micros y manténganse apartados.

—¿Y esos idiotas de gris?

—Si no es capaz de quitarlos de en medio, mañana por la mañana lo sustituiré por alguien que sí pueda.

—Ningún problema, Hank. —El jefe hizo algunas señales rápidas y precisas con la mano y los agentes de negro urgieron a los grises a salir por la puerta. Se produjeron algunas discusiones, algún dinero cambió de manos y se impuso el silencio.

—Jack —dijo Kris mirando de soslayo hacia atrás.

—Esto no me gusta —dijo el agente de seguridad.

—No te pido que te guste, pero creo que si tú le haces compañía al jefe del equipo de Hank y Tom cubre el otro flanco, Abby podrá echar una cabezada en la mesa que queda al lado del servicio de señoras.

—Kris, hablo muy en serio. No puedo desvivirme intentando mantenerse a salvo y morderme las uñas cada vez que se te antoja ignorarme. No quiero ser yo quien te sostenga mientras mueres —dijo como si la estuviera viendo desangrarse.

Kris también podía verlo, arrodillado junto a ella, rodeándola con los brazos mientras su cuerpo se vaciaba de sangre. Sintió un escalofrío pero no cambió de opinión. El resto de la noche le pertenecía a ella, a ella y a Hank.

—Ve con el hombre de Hank.

Jack obedeció, su rostro una máscara tallada a cincel. Tom encontró un asiento junto a la entrada de la cocina, en una mesa que compartió con otro de los hombres de Hank. De esta manera quedaban cubiertas las tres salidas que Kris vio cuando entraron.

—¿Haces esto muy a menudo? —preguntó Kris con tono jovial.

Hank se reclinó en su silla, pareció quitarse un gran peso de encima y meneó la cabeza.

—Cuando me asignaron a Bertie, le dije que quería hacer esto un par de veces al año. Me dijo que me dejaría hacerlo una vez al año. De eso hace ya tres años, y esta es la primera vez que se lo he pedido de verdad.

—Hurra por ti —lo vitoreó Kris.

—Sí, debo de estar madurando. O volviéndome más egoísta o insensato. ¿Crees que alguien intentará asesinarte esta noche? Para ti eso es más habitual que coger un resfriado.

—Te equivocas de cabo a cabo —dijo Kris sin darle importancia—. Ah, en realidad el último follón fue un intento de secuestrar a la pobre hija de una senadora.

—Hay que ser muy idiota para intentar secuestrar a alguien delante de tus narices.

—Bueno, no creo que contasen con encontrarse conmigo. —Kris se encogió de hombros—. Yo solo pretendía alejarme de quien pudiera estar buscándome.

—Y mira lo que pasó. Papá estaba en lo cierto. Los Longknife tenéis la negra o algo. —El comentario hizo que Kris se preguntara qué archivos guardaban los Peterwald sobre los Longknife y qué dirían que causó la muerte de distintos ascendientes de Kris. De alguna manera dudaba que llegase a leer algún día esos informes.

—Y los Peterwald lleváis una existencia muy relajada —observó Kris.

Hank se frotó los ojos. Su hermoso rostro mostraba algunas señales de agotamiento.

—Esta semana no. Cal quiere tenerme a su lado a cada minuto. No es que me pida mi opinión ni nada parecido. Solo quiere que esté ahí. Creo que le gusto como público.

—¿Por qué querría algo así? —preguntó Kris. Tal vez así tendría algo de qué cotillear con Abby.

—Si no lo conociera, diría que intenta impresionarme. O intimidarme. «Mira cuántos hilos puedo mover.» «Mira cuántas cosas puedo hacer que pasen.»

—«Nadie dirige el cotarro como yo» —propuso Kris.

—Sí, algo así. Dudo que todo lo que hace sea tan impresionante.

—¿Por ejemplo…?

Hank se reclinó en el respaldo de la silla, miró a Kris de arriba abajo poco a poco y meneó la cabeza.

—Hay algunas cosas que tu padre no compartiría con su amigable oposición. Tú no hablarás sobre ello y yo no te obligaré. No me obligues tú a mí —le pidió en un tono casi suplicante.

—Tienes razón; sé cosas sobre mi padre que no me gustaría ver en los periódicos, pero tampoco ha hecho nada que me daría vergüenza leer.

—Nada que tú sepas.

Ahora le tocaba a Kris encogerse de hombros.

—Estábamos hablando de ti y de mí, ¿no?

—Sí, pero ¿todo lo que se hace en nombre de tu papi es necesariamente lo que este quiere? Ahora que la central de mensajería está hecha picadillo, no puedo consultar nada con mi viejo. Maldita sea —dijo Hank elevando la vista al vacío y la noche estrellada, suplicando como si los astros pudieran resolver las dudas que lo corroían.

¿Podría ser Hank un aliado? ¿Podría ayudarla a impedir que estallara la guerra en aquel planeta? ¿Se atrevería ella a preguntárselo? La idea casi le hizo sonreír. Chica conoce a chico, chica invita a chico a participar en conspiración de escala mundial. ¿Qué vendría después?

En ese momento notaron en las manos el temblor de la mesa.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Hank mirando a su alrededor.

Cómo vuela el tiempo cuando te estás divirtiendo. Kris suspiró.

—No había sentido nada parecido desde que estoy aquí. ¿Crees que habrá problemas con la estabilización de giro? En la embajada me dijeron que construyeron esta estación demasiado rápido. ¿Se olvidarían de algo?

—Sea lo que sea, no es buena señal. Aquí vienen Bertie y Jack. Creo que vuelves a tener todos los bailes pedidos.

—Siempre puedo dejar un hueco para ti —dijo Kris poniendo la sonrisa más coqueta que pudo.

—Espero que a mis guardias no les importe, no quisiera que se chivaran a papá.

—Creo que a Bertie le sería difícil llamar a casa esta noche —dijo ahora con sonrisa de diablesa.

—Eres muy peligrosa, señorita Longknife.

—Me he reformado mucho desde que me nombraron princesa Kristine.

—¿Y esperas que me lo crea? Bien, Bertie, ¿qué ocurre? ¿Los indios se han enfadado? No creo que fuesen los tambores de la jungla.

—No, señor. Al parecer se ha producido una explosión por acumulación de metano en la planta de tratamiento de residuos. No se conoce en detalle el alcance de los daños, pero debo sugerirle que se retire a su nave.

—¿No irás a marcharte? —se lamentó Kris.

—No lo creo —contestó Hank—, pero cuando la integridad del casco está en duda, papá siempre quiere que me refugie en la Barbarroja. ¿Quieres acompañarnos? Podrían tardar en anunciar que el peligro ha pasado.

—Creo que a Jack le daría un ataque epiléptico si hiciera eso —dijo Kris mirando a su agente. Jack se tapó la boca con el puño antes de toser con delicadeza.

—De acuerdo. Tu hombre no confía en mis hombres más que… Dime, Kris, ¿has visto esa antigua obra de teatro sobre dos amantes malhadados pertenecientes a familias que se odian?

Romeo y Julieta, si no me equivoco.

—Sí, creo que es esa.

—Al final mueren los dos, ¿verdad?

—Quizá no nos parezcamos tanto —dijo Hank. Bertie carraspeó—. Bien. Kris, llámame por la mañana. Tal vez podamos hacer algo mañana si arreglan este desastre.

—Van a tener mucho que arreglar —dijo Tom acercándose a ellos—. Se ha formado un géiser en los pozos. Huele como el infierno.

Abby también apareció junto a Kris.

—Espero que no necesite hacer otra visita al servicio de señoras —dijo—. Ahora mismo no está muy presentable.

El olor llegó hasta la chica.

—Podré aguantarme hasta que regresemos a la suite —le aseguró Kris.

Al salir, la rodeó la nube gris, aunque al parecer ninguno de sus componentes estaba al tanto del problema. Ya en la avenida, miró hacia arriba y vio una red de grietas en el espejo del muro situado al lado derecho de la Cima de Turántica. Algunas parejas se dirigían hacia los coches deslizantes mientras otras conversaban, aún ignorantes de la magnitud de la avería.

—Señor, si no nos damos prisa, podríamos quedarnos aquí atrapados mucho tiempo —dijo Bertie. Kris se mantuvo aferrada al brazo de Hank mientras el equipo de este abría camino para ellos dos y el séquito de Kris. Solo tenían que esperar a que llegase un coche y montarse rápidamente. El sargento que dirigía a los grises se quedó boquiabierto al descubrir que no había sitio para ellos.

—Con suerte, los perderemos de vista un rato —dijo Kris mientras se cerraba la puerta—. Abby, ¿quiere tomarse la noche libre? ¿Y tú, Tom?

—Preferiría que todos regresásemos a la suite, por si el sargento pasa lista —dijo Jack tapándose la boca con la mano.

—¿Tan grave es? —preguntó Hank.

—Según los informativos y los grises, se debería tratar a Bastión como una potencia tan beligerante como Hamilton —explicó Kris, airada.

—Oh, está bien —dijo Hank, como si lo hubiera recordado con demasiada facilidad. Esa debía de ser una de las cosas de las que había visto pavonearse a Sandfire aquel día. Cómo un magnate empresarial traza las primeras jugadas de una guerra muy rentable. Un curso básico pero avanzado concentrado en una única lección. Por supuesto, Sandfire le ahorraría a Hank la sangre y el sudor que Kris sabía que la guerra reclamaba. Un descuido crucial en la educación de Hank. ¿Debería Kris decirle que lo estaban estafando? Ella no necesitó más que mirar a Bertie para preferir guardar silencio. Aquel rostro frío e inexpresivo podía ocultar todo un yacimiento de maldad. Kris dudaba que le permitiera encadenar siquiera tres palabras.

Quizá Hank ignorase que Sandfire quería verla muerta. En el caso de Bertie podría ser distinto.

El coche deslizante deceleró hasta detenerse. Kris y su séquito caminaron despacio hasta la parte frontal.

—¿Quieres venir? —le propuso a Hank.

—Es urgente que se traslade a la nave, señor —insistió Bertie con el que a Kris le pareció un tono perfectamente imperativo.

—Creo que será mejor que no —rehusó Hank sin ocultar su frustración.

—Tenemos que intentarlo otro día. Cuando podamos hablar de verdad.

—Eso espero. ¿Por qué querría nadie reventar una planta de tratamiento de residuos? —se preguntó Hank meneando la cabeza.

—¿La han reventado? —intervino Tom—. En todas las plantas de residuos surgen problemas por la acumulación de metano. Si no tratas con respeto esa porquería hedionda, termina por vengarse de ti. Tengo entendido que este lugar se construyó demasiado deprisa. Quizá algún contratista decidió ahorrar costes —teorizó el muchacho nacido en el espacio, lo que le dio a Hank algo sobre lo que meditar aparte de lo que le pudiera contarle Sandfire.

—¿Te veo mañana? —preguntó Hank cuando se abrió la puerta.

—No sé por qué, dudo que esté muy ocupada. —Kris sonrió mientras salía junto a Jack y Tom, con Abby presionando delicadamente por detrás. Sin querer despedirse, se dieron las buenas noches antes de que la puerta se cerrara.