20
—Kris, son las seis en punto.
Todavía medio dormida, Kris prefirió no incorporarse.
—No me molestes hasta dentro de otras dos horas. —¿En qué estaría pensando? No podía llamar a Hank a aquellas horas tan intempestivas.
—¿Debo dejar dormir también a Tom y Abby?
—No, Nelly, tienen trabajo que hacer. Ahora déjame en paz. —Dudaba que el ordenador le hiciera caso, pero no perdía nada por intentarlo. Para su sorpresa, bastante más tarde el delicioso olor del beicon y el café la sacaron poco a poco de su sueño robado. Al darse media vuelta, vio a Abby lista para colocarle encima la bandeja del desayuno—. ¿Desayuno en la cama?
—¿Acaso los pobres obreros que llevamos horas trabajando en los campos no debemos colmar de atenciones a los perezosos miembros de la clase acomodada? —respondió la asistente, que dejó caer la bandeja a pocos centímetros de la cama. Los platos temblaron, la vajilla de plata tintineó y el café saltó desde una delicada taza de porcelana a un platillo.
—Vaya, ¿dónde encontraría mi madre a una antigua ideóloga de la lucha de clases? ¿Todavía quedan muchos en la Tierra? —dijo Kris, impenitente, mientras le daba un bocado a un exquisito panecillo, ya untado en mantequilla y cubierto de mermelada de fresa.
—Cuando los acomodados haraganean en la cama a las nueve de la mañana, la clase obrera se pone muy nerviosa. —Abby iba y venía, mullendo las almohadas de Kris y comprobando el guardarropa antes de tender un traje formal: falda y blazer rojos—. ¿Le parece bien una blusa azul marino o deberíamos decantarnos por una blanca, más conservadora, adornada con una diadema sellada?
—Lo que más me dé aspecto de objetivo difícil —farfulló Kris mientras masticaba—. En casa creen que estaré en la Fogosa a las siete. Fuera del sector exterior, el dinero tampoco puede vaguear. Trabaja tan duro como yo. —Kris miró a su alrededor—. ¿Estará Nelly teniendo problemas para controlar una plaga de nanos?
—No, cabecita loca. No estoy montando un número para que lo escuchen nuestros espías. Me paga por mis servicios, no por mis opiniones. Me envió a repartir leche y galletas a los vigilantes del turno de noche, y debería hacerse a la idea de que eso le costará alguna que otra impertinencia.
—¿Cómo están nuestros impávidos y atentos defensores?
—Aburridos, no muy atentos, y no sabría decir cuán impávidos se mostrarían durante un tiroteo, pero lo cierto es que me alegro mucho de no ser yo contra la que atenten si la pifian o salen corriendo.
—Gracias. —Kris sonrió—. ¿Cuánto blindaje puedo llevar sin que se note?
—¿Sigue pensando en hacer de fontanera esta noche?
—Sí.
—Quería utilizar las bombas de pecho, pero el bodi la hace muy plana, y no es adecuado para las distancias cortas. ¿Cuánto piensa acercarse a ese tal Hank?
—Iremos a cenar, y tal vez a bailar. No debería pegarse demasiado.
—Mire que son recatados en el sector exterior. Donde yo me crie, una primera cita habría terminado en… En fin, no importa.
—Abby, es la persona más embustera que he conocido nunca.
—¿Qué le hace pensar que miento? —resopló la asistente—. ¿Va a tardar mucho? ¿O quizá preferiría llamar a su amigo y sacarlo de la cama? En mi tierra, eso solía tomarse como una invitación a terminar la cita ahí.
—He terminado —dijo Kris—. Hagamos un blindaje integral con ese traje. Ya decidiremos qué hacer esta noche.
Media hora más tarde Kris estaba blindada, vestida y lo bastante maquillada para que Abby le permitiese llamar por teléfono.
—El señor Smythe-Peterwald no está disponible —le informó una voz computerizada estándar.
—Por favor, dile que la princesa Kristine Anne Longknife de Bastión desea acordar una cita con él.
—Así lo haré.
Haz que ese manojo de circuitos retrasados se mantenga en línea un poco más, intervino Nelly.
—¿Tienes idea de cuándo podría llamarme Hank? Tengo una agenda muy apretada —mintió Kris.
—Lo lamento, pero no puedo darle una respuesta orientativa. Es un empresario muy ocupado y a menudo debe atender asuntos imprevistos.
Kris odiaba dialogar con aquellas patatas electrónicas. Las que más detestaba eran las que seguían las nuevas subrutinas de cortesía; podían hacerte perder un tiempo precioso.
—Verás, es vital que me llame antes del mediodía. Si no lo hace, es posible que… —Kris continuó divagando. Nelly, ¿cuánto falta?
¡Listo!
Kris se despidió de la patata electrónica, colgó y se dio media vuelta.
—De acuerdo, querida Nelly, ¿de qué iba todo eso?
—Esa ameba informática estaba programada para obstaculizarte el paso. He corregido ese pequeño error. Ahora, cuando Hank pregunte por sus mensajes, el tuyo será el primero de la lista.
—¿Más pruebas de que Sandfire te quiere donde te tiene? —preguntó Jack.
—Como si las necesitáramos. ¿Dónde está Tom?
—Salió a las seis quince —dijo Jack—. A los guardias no les hizo mucha gracia, pero Abby se los ganó con el café y los bollos. Lo que podría haber llevado una eternidad se resolvió en un abrir y cerrar de ojos en cuanto el sargento al mando empezó a comer a dos carrillos. También pedí que les trajeran unas sillas.
—¡Sillas!
—¿Por qué no? Esos muchachos nunca pelearán muy bien. Al menos así tendrán mejor humor.
—¿Cuándo vuelve Tom?
—Permanecerá fuera todo el tiempo que pueda, quizá hasta las tres si le es posible. Se pasará por la embajada para recordarle al oficial que esté al cargo de estos asuntos que los dos estáis aquí y que no tenéis ninguna intención de no regresar a la nave ni de desertar.
—Oh, Señor, me había olvidado de eso. Se supone que tengo que ponerme en contacto de vez en cuando, ¿verdad?
—No creo que la Marina la expulse por esto —dijo Penny, que estaba de pie junto a la puerta de su dormitorio, vestida con un camisón de noche y una bata de Kris, que a ella le quedaban un poco largos.
—No conoce al general McMorrison. Mac se agarrará a cualquier excusa para deshacerse de mí.
Penny enarcó las cejas, bien por la posibilidad de que alguien se atreviera a darle pasaporte a una princesa o bien por la familiaridad con que Kris nombraba al jefe de personal de las fuerzas armadas de Bastión. Kris no se molestó en preguntárselo. A menos que salieran de allí, no tenía importancia. Y a menos que se les ocurriera alguna manera de reventar toda una flota de batalla naciente, serían muchas las cosas que cambiarían de un modo muy drástico.
Pero por el momento, Kris no tenía absolutamente nada que hacer. Aunque pudiera parecer una situación muy cómoda, se hallaba bajo arresto domiciliario. Lo que podía hacer ya estaba hecho. Repasó su lista de cosas que quizá necesitaría resolver y terminó con otra larga relación de respuestas que se resumían en una sola: «Información insuficiente».
Penny propuso jugar al ajedrez.
—Pero con Nelly no, solo con usted. —Al poco de empezar la primera partida, quedó claro que Penny tenía mucha más experiencia en aquel juego de la que Kris nunca se preocupó por tener. A Penny no le importó cuando Abby se acercó a mirar y empezó a hacerles sugerencias y señalar las posibilidades que tendrían cuatro o cinco movimientos más adelante.
A Kris sí. Se levantó y le hizo una señal con la mano con menos gracia de la que le habría gustado.
—Adelante, continúe usted.
—Ya ha perdido la partida —señaló Abby.
—Podemos empezar otra —propuso Penny.
—Me parece bien —dijo Kris, que en lugar de aporrear el suelo se encaminó con paso calmado hacia la pantalla—. ¿Qué pasa con esa llamada?
—En la Tierra las chicas no esperan a que les devuelvan la llamada —comentó Abby mientras se acomodaba ante la mesa y le ofrecía los dos puños a Penny. Esta puso su mano sobre uno de ellos, le tocaron las blancas, y le dieron la vuelta al tablero.
—Creía que la idea era que yo jugase con ella y la ayudase a tranquilizarse —dijo Penny mientras colocaba sus fichas.
—Está esperando a que la llame él. Confíe en mí —dijo Abby con sequedad—. No hay manera de que se calme. No hay nada que hacer contra un par de cromosomas X.
—No estoy esperando a que me llame ningún hombre. Estoy esperando a que me llame una tapadera para poder subir a colocar una bomba —replicó Kris.
—A mi me huele a amorío adolescente —dejó caer Abby, que movió ficha en respuesta al movimiento de apertura de Penny—. ¿Usted que opina, Jack?
—Será interesante ver si llama. Sospecho que tiene a Kris justo donde Sandfire, su padre y él quieren. Encerrada como un pajarito. Así podrán desplumarla cuando más les convenga.
Kris habló, sin creerse del todos sus propias palabras. Si Hank fuese el hombre de su padre, Jack tendría razón.
—No creo que Hank forme parte de los tejemanejes de su padre —insistió Kris—. No estaba al tanto del problema que hubo con los barcos de metal inteligente que me entregó.
—Se quedó muy callado cuando usted sacó el tema —le recordó Abby tras apresurarse a responder al movimiento de Penny. Al contrario que durante la partida de Kris, ahora las dos rivales deslizaban las fichas sobre el tablero como si este estuviera engrasado.
—En el barrio donde yo crecí —dijo Kris, que se acercó a su asistente y se inclinó para mirarla a la cara— aprendes pronto a no darle a nadie información jugosa que después pueda hacerles llegar a los informativos o utilizar en un tribunal de justicia contra tu padre.
—De todos modos —dijo Jack, que estiró las piernas sobre el sofá y cogió su lector—, no importa qué es lo que esté tramando o dejando de tramar. Ni si la princesa está enamorada o no. Si Hank no llama, no ocurrirá nada.
—Si no llama, tendré que pensar en otra manera de arreglar las tuberías de arriba —señaló Kris.
Jack se encogió de hombros.
Nelly emitió un zumbido leve que sobresaltó a Kris.
—Está entrando una llamada.
—¿Quién? —preguntó Kris, que se obligó a tragarse una sonrisa. Abby detuvo en seco su último movimiento, dejando un caballo suspendido en el aire. Penny apartó la mano de la ficha que estaba a punto de mover. Jack continuó leyendo.
—La llamada carece de identificador.
—Vale, acéptala —ordenó Kris.
—Por favor, espere un momento al señor Henry Smythe-Peterwald XIII —pidió una voz computerizada. Un escudo de armas llenó la pantalla que Nelly había abierto.
¿Eso eran trompetas?
Tendría que reproducirlo y analizarlo, dijo Nelly.
¿Quién es la monarca aquí?
Tú, contestó Nelly. Kris se preguntó cómo podría burlarse un humano de un ordenador.
—Hola, Kris, lamento no haber podido atender tu llamada. —Hank parecía arrepentido de verdad, con las comisuras de los labios un tanto caídas y los hombros ligeramente hundidos. Conservaba su belleza hipnótica, aunque nublada por un halo de pesar.
—¿Te tienen muy ocupado? —contestó Kris mientras intentaba identificar el paisaje que se veía detrás de Hank, aunque no tardó en comprobar que solo se trataba de un escenario virtual.
—Cal está hasta el cuello de trabajo. Creo que quiere impresionarme con sus brillantes dotes de ejecutivo. Pero me pregunto por qué no delega la mitad de sus responsabilidades. Por otro lado —hizo un gesto de indiferencia—, he visto a mi padre hecho un basilisco muchas veces. Espero no volverme como él cuando tenga su edad. ¿Qué estás haciendo?
—Más que lo que esté haciendo ahora importa lo que me gustaría hacer esta tarde. Mi agenda se ha quedado medio vacía de la noche a la mañana. ¿Tienes algún plan para esta noche?
—Mis planes ahora son los tuyos. ¿Estás conspirando para zafarte de nuestros vigilantes y tal vez robar unas pocas horas para nosotros dos?
—Creo que nos colgarían por traición.
Hank miró a los lados con exagerada teatralidad.
—Primero tendrían que cogernos —susurró.
—Recógeme, digamos, a las siete —le sugirió Kris.
—Perfecto.
—¿Para qué me visto: cena, baile, película…?
—No me atrae la idea de pasarnos dos horas sentados en soledad mientras los fantasmas hablan sobre un holoescenario. —Sonrió. Esta vez el gesto se extendió hasta sus ojos e iluminó toda su expresión. Bonita sonrisa.
—Me pondré algo adecuado para ir a bailar —dijo Kris.
—Te veo a las siete.
—Llama si no puedes venir.
—Lo único que me impediría ir sería que alguien reventase el elevador y me obligase a quedarme en la base.
—¡Hank, no bromees con eso! Tal y como están las cosas… —Kris prefirió no terminar la frase.
—No te preocupes. Creo que Cal ya está harto del caos que impera por aquí. No va a explotar nada que él no quiera. Por ahora me despido, el deber me llama, pero a las siete tendré todo el trabajo despachado y olvidado.
Kris se dio media vuelta cuando la pantalla se apagó.
—Ha llamado —dijo dejando escapar una sonrisa traviesa.
—Está con Sandfire —señaló Jack.
—Como observador —replicó Kris.
—Quizá pueda hacer que le cuente sus observaciones —sugirió Abby con parsimonia.
—No es eso lo que quiero hacer esta noche.
Abby y Penny continuaron moviendo sus fichas con la agilidad propia de un prestidigitador.
El día transcurrió poco a poco. Abby salió a llevarles leche y galletas a los guardias del nuevo turno y al regresar anunció la cita que le había propuesto el sargento encargado.
—A este paso Cupido se va a quedar sin flechas —dijo Jack con sorna.
—Está celoso porque yo tengo una cita y usted no —espetó Abby.
—El sargento no es mi tipo —dijo Jack para zanjar el asunto a la vez que se encogía de hombros.
A las tres, Kris hizo la pregunta obvia.
—¿Cuándo vuelve Tom?
Penny se quedó inmóvil, con su torre a punto de eliminar al último alfil de Abby, encogió los hombros con preocupación y continuó jugando.
Jack se llevó a Kris a un rincón.
—Creía que estaría de vuelta a las tres. Que haría una visita rápida a la embajada y que después iría a casa de Penny.
—Es posible que la visita a la embajada se alargase.
Jack meneó la cabeza.
—Quién sabe.
A las cuatro, Abby se retiró de la mesa.
—Ocho a ocho. ¿Qué tal si lo dejamos en empate? Podemos seguir mañana.
—Solo una más. —Penny suspiró.
—Tengo que darle un baño a Kris.
—Está bien —dijo con un claro tono de resignación.
—Yo me ofrecería a jugar —comentó Jack—, pero me tienen totalmente intimidado. Nunca había visto a nadie jugar como ustedes dos.
—Hace que me olvide de todo lo que no sea la partida —explicó Penny antes de gritarle a la puerta—: ¿Dónde se habrá metido este hombre?
—Ya llamará —dijo Kris sin pensarlo demasiado bien.
—No quiero que llame. Quiero que esa calamidad aparezca por esa puerta, a ser posible sin más magulladuras en el cuerpo.
Kris se retiró al cuarto de baño, aunque apenas consiguió relajarse. Nada más meterse en la bañera, Abby empezó a indicarle cómo convertir el relleno de su sujetador en un par de bombas.
—Estírelos o bloquearán las tuberías por completo y no llegarán a donde tienen que hacerlo.
Kris asintió.
—¿Es muy peligroso llevar estas cosas?
—Que yo sepa solo han estallado antes de tiempo en una ocasión; le ocurrió a una chica que hablaba mucho —dijo Abby dirigiéndole a Kris una sonrisa malvada.
—Haré voto de silencio cuando me las ponga —prometió Kris mientras sopesaba una bomba con las dos manos. Era ligera; la colocó con cuidado sobre el agua. Apenas flotaba.
—Se arma apretando el pezón; así se endurecerá —dijo Abby con semblante inexpresivo—. Gírelo trescientos sesenta grados y apriételo. Ahora su pecho es letal.
Kris meneó la cabeza.
—Resulta un tanto inquietante.
—Es usted demasiado literal —dijo Abby, que volvió a coger la bomba.
Kris se relajó o, al menos, se hundió en el agua. Comenzó a devanarse los sesos. Pretendía iniciar un ataque contra un planeta soberano. ¿Tenía ese derecho? Por todos los demonios, ¿de verdad existía la posibilidad de detener la demencial carrera de aquel planeta hacia la guerra incluso después de aquella locura? ¿Dónde estaba Tommy? ¿Dónde estaba la información que necesitaban del astillero? ¿Cuántas chicas que tenían una primera cita con un muchacho apuesto pensaban en aquellas cosas? Meneó la cabeza.
La verdadera incógnita era Hank. ¿Había venido a matarla, secuestrarla o complicarle la vida de alguna otra manera? Las chicas normales no tendrían más preocupaciones que el estado de su peinado o maquillaje.
—Estaría bien ser una chica normal alguna vez —murmuró Kris, deseando que los chorros obrasen el milagro de la relajación sobre sus músculos. Pero ¿cómo podría liberar la tensión que atenazaba su mente?
Pasados treinta minutos, Abby la sacó de la bañera, la secó con una toalla y empezó a peinarla. Cuando ya estaba libre de espuma, Jack asomó la cabeza.
—Ha llamado Tom desde el vestíbulo. Dice que esperemos. Si necesita ayuda para entrar, nos avisará. —Abby continuó arreglándole el pelo a Kris.
Cinco minutos más tarde, Nelly habló desde el borde de la estantería del baño.
—Tom está en la puerta. El nuevo sargento se niega a dejarlo entrar.
Kris se levantó; Abby ya se estaba retirando para dejarle espacio. Kris se ciñó la bata al cuerpo y se dirigió, descalza y todavía goteando, hacia la entrada de la suite. Jack estaba allí con Penny a su lado. Media decena de guardias los separaban de Tom. Con su sonrisa ladeada por única arma, el muchacho de Santa María hacía frente a los grises. Kris irrumpió en la escena y no se detuvo hasta que llegó a la altura de Jack.
—¿Hay algún problema aquí, agente, sargento? —dijo, poniendo la cara que el abuelo Peligro pondría para congelar un rayo láser. Curiosamente, su cabello no se cubrió de carámbanos.
—Eso parece —afirmó Jack.
—No, señora —dijo el sargento, que bajó la vista al suelo.
—Si nuestro agente de seguridad dice que lo hay, es que lo hay —insistió Kris recurriendo al plural mayestático.
El truco tuvo el efecto deseado. El sargento palideció y tragó saliva. Los guardias pasaron a interesarse más por Kris que por Tom, que poco a poco se colocó entre ellos mientras Kris espetaba:
—Enviamos a este joven a la superficie de su planeta porque un miembro de nuestro séquito necesita algunos artículos que guardaba en su casa. Los necesita porque vino aquí directamente desde el hospital, donde se estaba recuperando de una brutal paliza que recibió cuando se suponía que se hallaba bajo la protección de las fuerzas de seguridad de Turántica. ¿Por qué le impiden el paso?
La nuez del sargento oscilaba demencialmente arriba y abajo.
—Lo lamento, Alteza, solo intentábamos protegerla.
—Apreciamos su trabajo —dijo Kris, que no se apiadó de él aunque pasase de llamarla «señora» a referirse a ella como «Alteza»—. Hasta ahora no hemos tenido ninguna complicación en este sentido. Hagamos que siga siendo así.
Tom se abrió paso entre los guardias también con cierta dignidad regia, como cabía esperar de un cortesano de la princesa. Los vigilantes deshicieron la barricada y se distribuyeron a modo de guardia de honor sin necesidad de dar más de un paso. Cuando Tom pasó entre ellos los recompensó saludándolos con la cabeza, dotando al gesto del mismo aire regio que podría observarse en el bisabuelo Ray. Hasta que Jack no cerró la puerta tras ellos, Tom no se desinfló con un suspiro que habría sido la envidia de sus abuelas irlandesas.
—Santa madre de Dios, creía que no salía de esta —confesó mientras se dejaba caer en el sofá.
—Te habríamos rescatado tarde o temprano —dijo Kris.
—Mejor temprano. ¿Puede hacer Nelly lo de la caza de micros?
Estoy en ello. Estoy en ello, le aseguró el ordenador a Kris.
—Un momento —le dijo Kris al resto. Alrededor del grupo saltaron chispas y se oyeron silbidos.
¡Eh, algunos son míos! ¡Tom ha traído de vuelta algunos micros de vigilancia!
Ya los interrogarás más tarde. Tom tiene cosas que contarnos.
Soy muy consciente de tus prioridades, Kris. Será solo un segundo, por favor.
Kris tamborileó con los dedos en el extremo de la mesa mientras se arrodillaba al lado de Tom. Penny se había colocado junto a este y rodeaba sus hombros con un brazo. Abby permanecía de pie detrás de Kris. Jack dio unos pasos para tener una buena vista de Tom… y la puerta.
—Despejado —anunció Nelly—. ¡Tom, has traído algunos de los micros de vigilancia que envié al astillero!
—Esperaba recoger unos cuantos. Me llevé el segundo ordenador de Abby, que me informó de que el descenso de por la mañana había salido bien. Aquí lo tiene, Abby. En la embajada conseguí unos nuevos para Penny y para mí.
—¿Por eso has tardado? —inquirió Penny, que dio un bote de impaciencia en el sofá.
—Bueno, como era de esperar, el embajador en persona quería decirme que le dijese a Kris que no haga nada «indecoroso». O, como él dijo: «Vamos a arreglar todo este asunto. No conviene que su entusiasmo juvenil la deje en una posición “indecorosa”».
—Intentaré portarme con decoro —aseguró Kris, que se ajustó la bata para tapar bien su cuerpo.
—El jefe de Kris también me llevó a un sitio más apartado para hablar conmigo.
—Oh, cielos —dijo Penny.
—Kris, él tampoco quiere que hagas nada.
—Penny, por lo que me habías contado, pensaba que ese jefe tuyo tenía agallas. Pero habla como un perrito faldero bajo la protección del embajador.
—Por lo general no es así. Tom, ¿no te dio algún motivo por el que Kris no debería llamar la atención? ¿Se trae algo entre manos?
—Qué se va a traer. No dijo mucho; más que nada quería cerciorarse de que yo era quien aseguraba ser y averiguar todo lo posible acerca de qué había estado haciendo Kris durante la última semana.
—¿Qué le contaste? —gruñó Kris.
—Solo lo que aparecería en los periódicos —respondió Tom mientras se frotaba con remilgo las perneras de sus pantalones.
—¿Entonces no te dijo por qué quiere que seamos unos niños buenos y digamos adiós con la manita cuando el Ejército parta hacia el campo de combate? —preguntó Kris deleitándose con el sarcasmo.
—Sí, sí que me lo dijo —contestó Tom, a cuyo rostro afloró un gesto de preocupación—. No sé cómo decirte esto, Kris. No quiso contarme cómo lo averiguó, pero me aseguró que Sandfire tiene algo personal contra ti. Yo le dije que conocía bien los motivos. Pareció sorprenderse de que yo estuviera tan al tanto de las causas del desastre del sistema París. De todos modos, dice que Sandfire quiere verte entre rejas cuando esto acabe. Al parecer Sandfire cree que al padre de Hank Smythe-Peterwald le encantaría que te llevasen desnuda ante él. Lo que ocurriría después implicaría el uso de cuchillos y no terminaría contigo viva —concluyó Tom antes de tragar saliva con dificultad.
Kris se sobresaltó y se echó hacia atrás. Se sentó con las piernas cruzadas. En situaciones anteriores ya había tenido miedo, hasta el punto de sentir pánico. Solía ocurrirle antes de que empezase un tiroteo. Una vez que el fuego comenzaba a volar en ambas direcciones, el miedo pasaba a un segundo plano. Un hilo de espuma descendió por su frente antes de que se lo enjugase con la mano. Abby sacó una toalla y la enrolló con precisión alrededor de la cabeza de Kris, que adoptó la posición del loto e intentó acallar los ruidos que de pronto empezaron a emitir sus tripas.
Sandfire quiere hacerme prisionera, torturarme y matarme, dijo para sí, saboreando cada una de las palabras. Sintiéndolas.
No le extrañaba; sabía que venía zafándose de los asesinos de Sandfire desde hacía por lo menos un año. Cuando secuestraron y mataron a Eddy, ¿fue obra de Sandfire? ¿Iba a por nosotros dos? ¿Me salvó que el pobre Eddy se fuera a por un helado?
Sandfire, te odio.
Kris se levantó poco a poco, sin apoyarse en nada ni en nadie.
—Sandfire quiere iniciar una guerra. Yo quiero impedirla. Sandfire quiere verme muerta. Yo prefiero estar viva. No ha cambiado nada. Nelly, avísanos cuando tengas algo que decirnos sobre el astillero.
—Nelly —dijo Jack—, ¿tienes algún tipo de acceso a los láseres de esta estación?
—¿A qué te refieres? —gruñó Kris.
—Nelly, ¿podrías inhabilitar de alguna manera los láseres destinados a derribar las naves que partan hacia un punto de salto?
—Nelly, ignora eso. Concéntrate en los planos del astillero.
—Kris, Jack, puedo hacer las dos cosas —informó Nelly.
—Háblame de los láseres —le ordenó Jack.
—Muestra los planos que has elaborado del astillero —indicó Kris. Y no le digas nada a Jack.
Kris, puedo hacer las dos cosas. Y tal vez sería buena idea que tú y yo saliésemos de aquí.
No quiero salir de aquí.
¡Yo sí! Magnífico, ahora su ordenador quería vivir para siempre.
—Nelly, háblame —insistió Jack.
No lo hagas. Muéstrame el astillero.
—He completado el astillero hasta cierto punto —comenzó a decir Nelly mientras el precioso paisaje de montañas nevadas que se mostraba en la pantalla del otro extremo de la habitación era sustituido por un esquema de la estación—. Hasta el momento, según nuestras unidades de vigilancia, solo se puede acceder al astillero por los ascensores.
—Muéstrame los láseres —dijo Jack a media voz.
Una decena de baterías empezaron a destellar en rojo.
—¿Dónde está la fuente de energía del astillero? —inquirió Kris.
Un sector amplio que ocupaba el centro del astillero parpadeó en amarillo.
—El reactor de fusión se encuentra aquí —señaló Nelly—. El conducto de plasma magnetohidrodinámico rodea el reactor.
—Eso es muy peligroso —dijo Tom deteniéndose en cada palabra.
—Como ya dije, este lugar se construyó deprisa y corriendo —añadió Penny.
—Constrúyelo deprisa y piérdelo en un segundo —improvisó Tom.
—Nelly, ¿puedes inhabilitar alguno de esos láseres? —preguntó Jack.
—Tengo un ochenta y cinco por ciento de posibilidades de penetrar las baterías de los niveles A y C —aseguró el ordenador. Los ocho láseres de la sección antigua y la sección superior destellaron más rápido—. No tengo acceso a los del astillero.
—No estarán allí después de que reventemos el astillero —dijo Kris—. Entonces podremos robar una nave y salir de aquí sin problemas.
—Y no creo que ni Tom ni tú tengáis ningún problema para esquivar los dos o tres láseres del astillero que queden operativos una vez que nos larguemos de aquí esta noche —supuso Jack—. Tom, ¿eres bueno defendiendo?
—No tanto como Kris. Tiene un sexto sentido que le indica cuándo apartarse para esquivar los láseres.
—No nos iremos esta noche —dijo Kris con firmeza.
—Mi trabajo es mantenerte a salvo —explicó Jack poco a poco, como si intentase hacer entrar en razón a una niña demasiado tozuda—. Esto no es un desfile de la Marina. Ya has oído a Tom. El objetivo de toda esta operación eres tú, tu muerte. Mis órdenes son proteger tu vida, actuando en contra de tu voluntad si es preciso. Desde el principio sabías que no se trataba solamente de Tom. Desde el momento en que el embajador te hizo llegar la invitación de Sandfire al primer baile has sabido que alguien estaba muy interesado en ti. Ahora tenemos claro que eres el objetivo. Desde este momento yo tomo el mando y tú lo abandonas.
—¿Qué importa que yo viva si estalla una guerra en la que morirán millares de personas? —replicó Kris. Comenzó a alejarse de Jack… y se colocó junto a Abby—. Penny, usted está conmigo.
La teniente meneó la cabeza.
—Kris, seguramente fue la gente de Sandfire la que me dio la paliza. Si tengo que elegir entre otra sesión con ellos o salir de aquí con un cincuenta por ciento de probabilidades de que nos derriben, creo que me decanto por la segunda opción. ¿Y ha oído a Tom? A mí me dieron una paliza. A usted Sandfire la quiere muerta.
—Lo he oído. Hace mucho que quiere quitarme de en medio. Pero sigo vivita y coleando. Dentro de poco él no podrá decir lo mismo.
—Longknife hasta el final —resopló Tom—. ¿Sabes? Podrían matarte. A Eddie lo mataron. ¿No tienes unos cuantos abuelos que no fueron tan afortunados como el general Peligro?
—Eddy no pudo hacer nada. Tenía seis años. Yo no tengo seis años —le recordó Kris hablando despacio, con una voz que haría arder la yesca.
—Quiero… que… te… vayas… de… aquí —dijo Jack.
—Me iré de aquí en, cuanto reviente los astilleros y los muelles.
—Y mates a Sandfire. Ahora es una cuestión personal entre vosotros dos.
—Si tengo ocasión de apuntar contra él, es hombre muerto —afirmó Kris—. Pero la prioridad es reventar el astillero y la maldita flota que están construyendo allí. Jack, sabes que morirá muchísima gente si Sandfire se sale con la suya. Klaggath está dispuesto a ir a por todas con esta guerra demencial. Él y un par de senadores. No tienen alternativa.
—¿Y qué te hace pensar que tú sí? —espetó Jack.
Kris abrió la boca para lanzarle una réplica rápida, pero después la cerró. No podía decir que ella era el comodín de aquella partida. Sandfire llevaba jugando con ella desde el principio… y ella no se lo había impedido. Repasó mentalmente todo lo acontecido a lo largo de la última semana. ¿Cuántas cosas había hecho en respuesta a Sandfire? ¿Cuántas cosas había hecho para desbaratar sus planes? El secuestro de la pequeña Nara Krief no había salido según los planes de Sandfire. ¿Qué más?
—Jack, Sandfire gobierna este lugar como si fuese su perrera. Sí, conmigo también ha hecho lo que ha querido. Secuestró a Tom y yo corrí derecha a su trampa. Pero nómbrame a una sola persona que podría haber realizado la vigilancia que yo llevé a cabo ayer. Un puñado de fotos y todo lo que Sandfire ha conseguido se irá a la mierda.
—De modo que consiguió que su presidente marioneta declarase la Ley Marcial y ahora vuelve a orquestar el espectáculo —señaló Jack.
—Exacto. —Kris hizo una pausa—. Jack, sabes que no podría haber conseguido esas fotos si un taxista no hubiera estado dispuesto a jugarse el tipo. No habría podido volver aquí si un montón de mujeres y hombres no hubiesen arriesgado su vida por mí.
—Y ahora me vas a decir que se lo debes —espetó Jack.
—Pensaba hacerlo. —Kris suspiró—. Pero tal vez será mejor que lo deje como está. Ahí abajo hay mucha gente que se merece algo mejor. Quieren algo mejor. Se lo han ganado. Creo que nosotros podemos dárselo. ¿Por qué no intentarlo? ¿Por qué tanta urgencia en que salgamos pitando esta noche? ¿Por qué no mañana por la noche? ¿O la siguiente noche? ¿Por qué no podemos intentar desbaratar los horribles planes de Sandfire?
—Porque harás enfurecer a Sandfire. Y aunque no pueda acusarte directamente de esto ni de aquello, sabrá que tú eres la responsable y continuará apretándote las clavijas.
Kris asintió; Jack tenía respuesta para todo lo que ella decía. Sin pensarlo, colocó las manos en jarras.
—Bien, es muy sencillo, lo haremos a mi manera. —En Bastión podían encontrarse glaciares que despedían más calor que Kris en aquel momento. Su actitud era gélida. Decidida. No había alternativa. No aceptaría una negativa.
—Podría atarte de pies y manos en cinco segundos —susurró Jack.
—Abby, ni se le ocurra retenerme —dijo Kris, que dio un paso para alejarse de su asistente, aunque eso la acercase a Jack—. Si alguien intenta retenerme, gritaré. Los guardias entrarán aquí antes de que podáis amordazarme.
—Eso complicaría mucho las cosas —señaló Tom, razonable hasta la exasperación.
—De eso no hay duda —convino Kris—. O lo hacemos a mi manera o me aseguraré de que no lo hagamos a la tuya, Jack.
—Eres una mocosa.
—Con certificación de nivel princesa —afirmó Kris.
Jack miró a los ojos a Kris, que no pestañeó. Por fin, el agente de seguridad se encogió de hombros.
—Cuando regresemos a casa, creo que solicitaré otra asignación.
Llegada esta situación, todos habían jugado su última carta. Con un sencillo grito, Kris podía hacer que los encerrasen a todos en el calabozo más profundo de Turántica, sin posibilidad de escapar ni de desbaratar los planes de Sandfire. Y Jack podía darle la espalda a Kris. ¿Sería el agente de seguridad consciente de hasta qué punto ella dependía de él? ¿De cuánto le gustaba tenerlo a su lado? Kris tragó saliva.
—Eso es algo que tendrás que decidir cuando volvamos.
—Si volvemos —le recordó Jack—. Abby, será mejor que le arregle el pelo, o me abrirán expediente por causarle daños graves a mi prioridad. —Frunció el ceño y se dio media vuelta.
—Jovencita, vuelva al cuarto de baño. Quizá usted tenga el poder de poner en peligro mi delicado pellejo, pero yo sigo teniendo la responsabilidad de darle un aspecto presentable.
Kris fue a donde se le requirió… para variar. Tom y Penny la siguieron con la mirada. ¿Sería desesperación lo que se respiraba en el ambiente o tan solo el habitual deseo de que de alguna manera Kris los sacase a todos del lío en el que los había metido?