19
Kris observó el rostro de sus compañeros, que la miraban expectantes. Bueno, no todos. Jack tenía aquel gesto sarcástico de «ya sabes que del dicho al hecho hay un trecho».
—En cierto modo esperaba que se os ocurriera alguna buena idea para detener esta guerra. La última la detuve yo sola, ¿no? —dijo Kris.
—Pensaba que yo te había ayudado —dijo Tom haciendo un mohín.
—Se juntó medio escuadrón detrás de usted tan rápido que Seguridad todavía no sabe cómo lo consiguió —dijo Penny.
—Le viene de familia —suspiró Jack.
—Saben que odio cuando se ponen a hablar de las cosas sin explicármelas —protestó Abby malhumorada—. Ignórenme, solo soy la asistente.
Tom y Penny hicieron ademán de tirarle sendas tazas de té a Abby. Kris también cogió la suya. Abby se hizo un ovillo detrás de Jack.
—Bien —dijo Jack, impasible ante la amenaza de tormenta de porcelana—. ¿Alguien tiene algún plan?
—El que tenga un plan que tire la primera taza —propuso Abby tras asomarse por el codo de Jack. Penny y Tom posaron sus tazas. Kris tomó un sorbo de té frío, apuró los posos y lanzó la taza contra su asistente. Abby la atrapó.
Jack enarcó una ceja.
—Empiece a hablar, princesa.
—Lo prioritario parece ser eliminar la flota que tenemos encima de nuestras cabezas. Si no hay flota de Turántica, no habrá ataques contra nadie.
—Me gusta esa lógica, pero cargarse una flota entera parece un tanto drástico —opinó Tom.
Kris asintió.
—Sería imposible una vez que parta hacia un punto de salto. Sin embargo, por el momento, las naves permanecen en el muelle. Si reventamos el muelle, causaremos desperfectos en las naves a la vez que destrozamos las herramientas con las que reparar esos desperfectos.
—Una idea brillante, princesa —dijo Abby mientras abandonaba la protección de Jack—. Su deducción es impecable. No obstante, ¿ha reparado en que el muelle en cuestión se encuentra justo sobre nosotros? También hay que tener en cuenta que por encima del muelle hay un parque de atracciones lleno de niños adorables. —La asistente meneó la cabeza—. No digo que me oponga a intentar hacer algo para detener esta estupidez, es solo que no veo el modo de conseguirlo sin que mueran decenas de inocentes.
—De modo que propone que ninguna de las brillantes ideas que se nos ocurran contemple una horrible masacre de personas inocentes —dijo Kris.
—Apoyo la moción —dijo Penny.
—Esto, en cierto modo, complica mucho las cosas —señaló Tom, pensativo.
—No sé la princesa —comentó Abby con sequedad—, pero yo necesito ponerme maquillaje por la mañana; y no quiero ofender a quien estoy mirando.
—Además hace el afeitado más sencillo —convino Jack.
—De acuerdo, resumamos —dijo Kris, dejando que una sonrisa atravesase su rostro—. Creemos que reventar el muelle espacial incrementaría en gran medida las posibilidades de este planeta de alcanzar la paz y la prosperidad. También estamos de acuerdo en que no deberíamos matar a muchos inocentes en el intento.
—¿Cómo se echa abajo una estación espacial del tamaño de esta sin matar a un montón de gente que no merezca morir? —preguntó Tom.
—Estoy abierta a cualquier sugerencia —dijo Kris para todos, que la miraban con los ojos vacíos. Se levantó y empezó a caminar en círculos—. Tendremos o bien que vaciar la estación antes de reventarla… o bien impedir que nadie suba durante un tiempo, hasta que esté vacía. ¿Cómo lo hacemos?
—¿Publicamos un aviso? —dijo Penny encogiendo los hombros débilmente.
—Claro —comentó Abby con sorna—. No se requerirá su presencia en ninguna de las fiestas que se celebrarán durante los próximos días mientras un grupo de terroristas de otro planeta intenta reventar la estación sin herir a nadie. Gracias, pero no creo que obtuviéramos el resultado deseado, princesa.
—Opino lo mismo —dijo Kris sin detenerse—. ¿Alguien sabe qué puede impedir que la gente vaya a donde desea ir?
«Un atasco.» «Una avería del coche.» «Algo mejor que hacer.» «Un brote de gripe virulenta.» contestaron los demás.
Kris se estremeció al oír la última propuesta.
—Mantengámonos alejados de todo lo que huela a micro. —La idea recibió la aprobación de todos.
Kris siguió caminando.
—Una vez quería ir al Festival de las Tierras Altas que se celebraba todos los años fuera de Bastión. Padre decía que no tenía interés político. Sus votos se basaban en factores demográficos. Madre no quería que fuese porque las únicas instalaciones sanitarias que había eran unos retretes portátiles. Yo era joven y ella no quería tener que esperarme en un lugar así. Extraño, quizá Harvey hubiera podido encargarse. En fin, no importa. Los servicios son muy importantes. ¿Alguna idea de cómo podríamos inutilizar las instalaciones sanitarias de la Cima de Turántica?
—¿Qué se le puede hacer a un servicio? —preguntó Penny.
—Hablas como si te encantase la porquería —dijo Tom con el tipo de sonrisa que se le dirige a alguien a quien se le perdonaría cualquier cosa—. Los que trabajamos en el espacio sabemos muy bien que la higiene siempre es un asunto problemático. Con baja gravedad tienes que estar seguro de que todo fluya como debe. Y los residuos siempre se expulsan cerca del núcleo central, donde la gravedad es nominal.
—¿Alguna vez han explotado sus albañales? —preguntó Abby—. Algunas de las tuberías que había donde crecí eran muy antiguas. Un día de verano en el que hacía mucho calor se produjo una gran explosión. Más violenta que las que se escuchaban cuando las bandas luchaban por el territorio, ya saben. En fin, resultó que una de las tuberías del pozo negro había estallado. Se formó una burbuja de metano y… ¡bum!
—Nelly, muéstranos el sistema de instalaciones sanitarias de la Cima de Turántica.
—Esos archivos ya no están en la red —informó Nelly con decepción—. Sin embargo, cuando invitaron a Kris al primer baile, descargué los esquemas completos de mantenimiento, y aún los conservo —dijo el ordenador con un orgullo que habría reventado los botones de su ropa, de haberla llevado.
—Te has ganado otro «buena chica» —dijo Kris mientras un esquema de lo que Nelly sabía sobre la estación se proyectaba en la pantalla. La porción inferior, con el Hilton y los muelles de embarque, estaba bastante llena. Sobre ella había un vasto espacio vacío. Después apareció otra zona bien documentada: la Cima de Turántica con su inmensa zona de restaurantes, recintos deportivos, locales de ocio y el parque temático infantil.
—Tom tenía razón —dijo Nelly al resaltar una parte de la Cima de Turántica situada detrás de la pared reflectante derecha, cercana al centro de giro—. El tratamiento de residuos y la mayoría de los demás servicios de apoyo se mantienen a gravedad inferior.
—No se puede utilizar para los clientes —gruñó Tom—, así que se destina a los simples trabajadores. Limpiar los filtros cuando todo flota a tu alrededor o regresa al filtro es una jodienda.
El equipo se concentró alrededor de la pantalla.
—¿Hay alguna otra planta de tratamiento allí arriba? —preguntó Kris.
—Solo esa —respondió Nelly.
—¿Pueden enviar los residuos al astillero? —preguntó Jack.
—Hay un muro sólido que separa el astillero de Alta Turántica y la Cima de Turántica —dijo Penny—. Las únicas aberturas de ese muro son las estaciones deslizantes y el transbordador que desciende hasta la base.
—¿Y esos tubos? —preguntó Kris.
—Se encuentran detrás de unos muros de acero sólido. No hay salidas en la zona del astillero.
—¿Será que no se fían de la buena gente como nosotros? —preguntó Abby con sorna, dándole un empujoncito a Jack.
—Bueno, si estuvieras siempre haciéndoles a los demás lo que no quieres que te hagan a ti —Jack le devolvió el empujoncito a Abby—, tomarías medidas para que no te pagasen con la misma moneda.
—Y desde luego el señor Sandfire no se ha granjeado muchos afectos —dijo Penny.
—Lo que explica por qué tengo el ardiente deseo de pagarle con la misma moneda —dijo Kris—. Nelly, ¿en qué fase se encuentran los nanoespías? —Jack y Abby la miraron con el mismo gesto de confusión—. Le dije a Nelly que se pusiera a trabajar justo después de que el presidente terminara.
—¡Así que tu reticencia era puro teatro! —gruñó Tom.
—Eh, ¿es que una princesa no puede consultar a sus consejeros?
—Que alguien me alcance un palo. Le voy a dar —dijo Penny, que apenas su hubo levantado de la silla volvió a dejarse caer con un gemido.
Jack se rió entre dientes.
—¿Estarán listos antes de que vuelva Klaggath?
—Sí —les aseguró Nelly.
—No será fácil librarse de los guardias que Sandfire tendrá desplegados —señaló Jack.
—No sé qué decirte, después de lo ocurrido hoy en la superficie —gimió Kris con una sonrisa—. Nelly está utilizando lo mejor que la tía Tru nos entregó. ¿Alguna sugerencia de qué podríamos decirles que busquen a los bichos de reconocimiento?
—La corriente —dijo Tom—. Si se corta la corriente, todo el mundo tendrá que tomarse el día libre.
—¿Dónde está la fuente de energía del astillero? —preguntó Abby, lo que hizo que todos la mirasen sorprendidos—. Eh, donde crecí la corriente se cortaba cada dos por tres. No hay que ser un genio para saber que sin luz no hay fiesta.
—Algún día tengo que visitar el lugar donde se crió —dijo Kris.
—Hágase acompañar de dos unidades de marines. Puede que uno o dos salgan vivos de mi barrio —dijo Abby—. Entonces ¿de dónde sale la corriente del astillero?
—No procede de la base —informó Nelly.
—De modo que hay una fuente interna. ¿Será un reactor de fusión, como el de las naves? —preguntó Kris.
—Oh, Dios mío —gimió Penny—. Si cortamos el suministro del campo de contención, todo saltará por los aires.
—Tendrán reservas suficientes para largarse del reactor antes de que reviente —dijo Jack.
—Todo lo que se hizo al norte de esta estación se levantó precipitadamente —señaló Penny—. No debemos dar por sentado que las cosas se hicieron según la normativa habitual.
—Nelly, que los nanos echen un vistazo en la fuente de energía de la estación y el sistema de respaldo. También en la red de distribución de energía. Si no podemos reventar la fuente principal, quizá podamos aislarla.
—A la orden. ¿Alguna otra prioridad?
—Productos químicos —propuso Tom—. Los productos químicos que hagan bum o que contaminen el aire serían una buena manera de interrumpir cualquier actividad.
—Añadiré rastreadores de productos químicos a más nanos —dijo Nelly.
—Bien, si vamos a por las alcantarillas de la otra estación, ¿qué hay de esta? —preguntó Abby.
—No es importante —respondió Jack meneando la cabeza—. Las madres y los niños ignorarán los retretes portátiles, pero si el jefe les dice a los trabajadores que tienen que usarlos, los usarán.
—Bien pensado —dijo Nelly—. Lo colocaré más abajo en mi lista de prioridades. —La discusión que siguió a continuación no aportó mucho más. Nelly tenía los nanos listos cuando el inspector informó de que Kris tendría el doble de guardias de lo habitual, empezando por el vestíbulo.
De nuevo, Klaggath parecía pretender sugerirle a Kris que participase en una conspiración contra el Gobierno del inspector, pero ella se adelantó a él antes de que dijese nada y le ofreció su mano.
—Inspector, cuando se forma una multitud de gente enfurecida, hay que protegerla. Hay que protegerla de sí misma y de aquellos que la temen. En ocasiones, lo mejor que puede hacer un policía es asumir ese trabajo solitario de ponerse firme entre la multitud y el justo objetivo de su ira.
—Y dejar que un Longknife sea un maldito Longknife, ¿verdad?
—No tengo ni idea de a qué se refiere, inspector —le dijo mientras Klaggath se marchaba. Nelly, ¿se han colocado todos los nanos sobre él?
Hasta el último de ellos.
Kris miró a sus compañeros.
—Ahora sugiero que todos descansemos un poco. Parece que mañana también será un día ajetreado. —Como si fuera una madre gallina, Kris envió a sus polluelos a la cama, tras lo que ella también se acostó. Por desgracia, todavía tenía trabajo que hacer. Nelly, ¿has seguido trabajando en el chip?
No, hoy ha sido un día muy complicado.
¿Tienes pensado trabajar en él esta noche?
Cuando no me necesites más.
Nelly, no sé cuándo me harás falta. En este momento no puedo permitirme no disponer de ti.
Las memorias intermedias me protegerán. Ah, cómo confiaban los jóvenes en sí mismos.
Sé que eso es lo que Tru pensaba, pero tal vez estuviera equivocada.
Las posibilidades de que no estuviera en lo cierto son casi infinitesimales, Kris.
Lo sé, Nelly, pero si quedases inoperativa ahora, la catástrofe sería de proporciones astronómicas. No puedo salvar Turántica sin ti.
No tiene por qué surgir ningún problema si me limito a mirar lo que aparece en mi primera memoria intermedia. Nelly empezaba a dominar el tono quejumbroso de los adolescentes.
Nelly, en Santa María, el profesor estuvo a punto de matar a mi bisabuelo. ¿Estás segura de que ese chip no es del profesor? Esa era una idea que Kris deseaba ignorar. ¿Acaso su ordenador estaba sufriendo la subversión del mayor horror al que la humanidad se había enfrentado jamás?
Para ser una computadora, Nelly tardó bastante en proporcionarle una respuesta. Las posibilidades de que se produzca un error son en efecto infinitesimales. Así y todo, estoy de acuerdo contigo, Kris, en que un problema de ese tipo acarrearía consecuencias catastróficas. Estoy deteniendo la alimentación del chip. Esperaré hasta que hablemos con la tía Tru para continuar con las pruebas.
Gracias, Nelly. Ahora necesito descansar un poco.
Buenas noches, Kris.
Al quedarse dormida pronto, Kris confiaba en dormir al menos seis horas antes de que se desatara el infierno del día siguiente. Al final fueron dos.
Se despertó al oír que alguien aporreaba la puerta. Las cuatro en punto, le dijo Nelly.
—Demonios, esperaba descansar un poco más —murmuró mientras buscaba su bata y salía al cuarto de estar.
Jack esperaba junto a la puerta vestido con un pantalón gris de chándal. Qué pectorales y abdominales más bien trabajados. Tenía la automática desenfundada, pero apuntaba al techo. Abby estaba de pie junto a la puerta de su habitación, con la bata ceñida a su cuerpo escuálido y perfectamente peinada. ¿Le gustará la vista? La asistente tenía una mano guardada con naturalidad en el bolsillo de la túnica. Diez a uno a que lleva una pistola pequeña ahí escondida. Kris sonrió para sí.
Jack miró a Kris con las cejas enarcadas.
—Abre —dijo ella al tiempo que un hombre exigía lo mismo al otro lado y llamaba a la puerta con insistencia. Jack abrió antes de que continuara dando golpes.
Un muchacho alto vestido con un uniforme gris de ribetes plateados que le asignaban un rango superior al de los pobres imbéciles que Kris había visto con anterioridad (no el día anterior) casi perdió el equilibrio cuando su mano no encontró nada que la detuviese. Cuando entró en la habitación dando un traspié, sus compañeros, vestidos con uniformes menos llamativos, lo siguieron.
Jack se colocó ante él, pero mantuvo la automática apuntando hacia el techo. Bloqueó no solo al muchacho de los ribetes plateados sino también a sus subalternos.
—Está entorpeciendo… —avisó el chico de los ribetes.
—Diga qué es lo que quiere —le ordenó Jack con una voz fría como una lápida—. Y empiece por su nombre y número de placa. —La exigencia hizo resoplar al muchacho de pura indignación. Tras él, varios hombres mayores que lucían galones de sargento intercambiaron miradas de incomodidad.
—Soy la princesa Kristine de Bastión. Esta es mi suite y, según la costumbre diplomática tradicional, territorio sagrado para mi persona y para Bastión. —Kris no estaba muy segura de que fuese así en realidad, pero recordaba haber leído alguna afirmación rimbombante de ese tipo en alguna novela. Dudaba que ninguno de los visitantes tuviera la menor idea de qué era eso de la realeza—. ¿Qué pretenden irrumpiendo en mi habitación a estas horas?
La oposición de Kris aplacó un tanto al joven de gris y plata. Jack aprovechó su confusión para dar un paso adelante.
—Mi nombre es Jack Montoya, del Servicio Secreto de Bastión y jefe del destacamento de seguridad de la princesa Kristine.
—Por eso estoy aquí —reveló por fin el muchacho—. Me llamo Samuel Roper, vicepresidente auxiliar adjunto de seguridad y destacamentos especiales de Vigilancia SureFire. —Guardó silencio para tomar aire, pausa que Kris aprovechó para preguntarse de quién sería sobrino Sam Roper y por qué Sandfire no se desprendía del lastre que suponía alguien como él. No encajaba con el hombre que le había tendido aquella trampa—. También soy coronel en jefe del decimoquinto batallón de la milicia de Heidelburg, nacionalizado esta noche para proporcionarles protección y defensa a los extranjeros atrapados en el planeta tras los recientes actos de sabotaje.
—Ya tengo un destacamento de seguridad —le espetó Kris sin necesidad de hacer grandes cálculos. Heidelburg disponía de doce batallones de la milicia a las seis de la tarde. Ahora contaba con tres más, de los cuales al menos uno era de SureFire. Hmm.
—Sí, conocemos al inspector Klaggath —dijo Roper, que convirtió sus palabras en una acusación velada mientras miraba con desdén a Kris por encima de su nariz de proboscidio… lo cual era todo un logro, teniendo en cuenta que era diez centímetros más bajo que ella—. Sus hombres y él llevan demasiado tiempo evitando hacer horas extraordinarias, ganduleando por aquí en lugar de dedicando sus poco desdeñables habilidades a encontrar a los autores de esas acciones hostiles contra nuestro planeta soberano. —Tras él, los sargentos comenzaron a estudiar el techo con gran interés—. Hemos venido para relevarlos y asumir la responsabilidad de garantizar que coopere en todo lo relacionado con la defensa y la seguridad de Turántica.
Y si Kris lo dejaba, para seguir cotorreando hasta que ella confesase por voluntad propia hasta el último de los crímenes con tal de hacerlo callar. Mientras Sam continuaba todavía embelesado por el sonido de su propia voz, Kris le dio un empujoncito a Jack. Sin apartar la mano del borde de la puerta, el agente empezó a avanzar poco a poco. Kris hizo lo mismo, de tal manera que convirtieron su avance en una puerta de vaivén. Al ver su espacio invadido, Sam retrocedió hasta que sus hombres grises y él se vieron de nuevo en el pasillo. Al otro lado del grupo aparecieron seis de los hombres de Klaggath. En ese momento el inspector salía apresurado del ascensor, desaliñado pero muy despierto.
—Lamentamos mucho tener que prescindir de sus servicios —les dijo Kris.
—Lo lamento, alteza. Acaban de llamarme por este asunto. No lo sabía.
—Están ocurriendo muchas cosas —dijo Kris, que volvió a adoptar su papel de monarca—. Por favor, envíennos los nombres de todos los que han tenido a bien protegernos para que así podamos enviarles a sus superiores la correspondiente carta de agradecimiento y elogio. —Kris también había leído acerca de aquel tipo de cartas en aquellos libros de fantasía poblados por reyes y princesas, por unicornios y dragones. Las princesas encajaban en el mundo de los unicornios, los dragones y el lenguaje recargado de un modo que no podía hacerlo alguien que se ganase la vida disparando un arma.
—Gracias, alteza —dijeron el muchacho y sus agentes, que, como también era habitual en las fábulas, le hicieron una reverencia, agachándose hasta casi besarse las rodillas.
Varios miembros del equipo de seguridad, todos los cuales lucían mangas sin adornos de soldado raso o guardia raso o lo que fuese, mantuvieron la reverencia hasta que los sargentos les gruñeron como si acabasen de tomarse su dosis diaria de zumo de limón. Aun así, Kris, metida de lleno en su papel de princesa, miró a Sam.
—No tenemos la menor duda de que sus servicios serán igual de generosos con nosotros.
—Por supuesto, señora, eh… princesa, ah, alteza. Haremos que siga estando a salvo como lo ha estado hasta ahora. Usted y sus acompañantes. —Kris esperaba que Penny no se hiciera daño por reírse al oír eso—. El caso es que necesitamos que no abandonen la habitación. Ya sabe. Deben mantenerse alejados del peligro.
—Comprendemos cuánto facilitaría eso su labor. —Kris sonrió con aire regio, sin aceptar ni rechazar la sugerencia del coronel—. Ahora, si no le importa, debemos proseguir con nuestro necesario descanso. —Kris procuró no atragantarse con sus propias palabras al regresar al interior de la habitación.
Jack cerró la puerta con firmeza.
—¿No se suponía que deberíamos estar ahí dentro? —dijo alguien.
—Cállese y póngase a vigilar o a lo que quiera que hagan los sargentos para ganarse el su paga —espetó Sam.
Kris se obligó a tragarse las ganas de chillar, soltar una carcajada, reírse entre dientes y correr en círculos. Nelly, ¿qué ha entrado?
De todo.
¡Quémalo, rápido!
Kris se encaminó poco a poco hacia su dormitorio con Jack a su lado. A su alrededor empezaron a saltar chispas a medida que los nanos iban estallando uno tras otro; algunos cayeron al suelo dejando tras de sí un hilo de humo. Jack atrapó un par de ellos en su caída. Abby, Penny y Tom permanecían junto a sus puertas a la espera de que Nelly anunciase que la suite estaba despejada.
—Nos mantendrán tan a salvo como el último grupo —gruñó Penny sin mover los labios.
—Todo despejado —anunció Nelly.
—¿Cómo recuperamos a nuestros pequeños fisgones? —preguntó Abby.
—Penny, ¿tiene algún uniforme aquí, ropa de mujer? —preguntó Kris.
—No, salí del hospital con lo puesto. La ropa con la que llegué estaba hecha jirones.
Kris la creyó.
—¿Le importaría si Tom fuese a su apartamento a buscar algunas cosas para usted?
—Está muy desordenado —dijo Penny mirando a Tom. Kris podía imaginar cómo se sentiría el hombre que tal vez Penny amase al visitar el apartamento de esta por primera vez sin que ella tuviese ocasión de darle un aspecto presentable. Kris se encogió de hombros mentalmente; ella no guardaba fotos de sus exnovios en su cómoda. Penny tendría que aguantarse. No disfrutaré con esto. No les estoy haciendo la puñeta.
—Podría ir yo —sugirió Abby.
—Preferiría que se quedase aquí. Esos guardias estarán aburridos como ostras, quizá incluso tengan hambre. Y por supuesto tendrán sed. A las siete quiero que les saque unos bollos y un poco de café.
—¿Por qué? —preguntaron Jack y Abby.
—Porque Tom no podrá bajar a la base cada vez que haya un cambio de turno en el astillero. Necesitamos enviarles nuevas órdenes a los nanos de control para que manden informes sobre nuestros nuevos guardias, no sobre Klaggath.
Jack rió entre dientes.
—Usar sus propios guardias contra ellos. No está mal.
—¿No podría ir usted? —preguntó Penny, que ahora rehuyó la mirada de Tom.
—Por ahora tengo que ceñirme al papel de princesa, ahora más que nunca. Salir a hacer recados no encaja con mi personaje.
—Tiene razón —convino Penny—. Llevamos muy poco tiempo juntos para dejar que Tom rebusque entre mi ropa interior, incluso en el cajón de las medias.
—Prometo no prestar atención a lo que me encuentre. Ya sabes, mis ojos no mirarán lo que mis manos cojan. —Tom habló aprisa quizá para no dar la impresión de que le había afectado lo que Penny había dicho. Qué bueno es. ¿Por qué no me esforzaría más por conseguirlo? Kris suspiró para sí.
—Mientras tanto, tendré que subir a la Cima de Turántica si queremos modificar las tuberías.
—¿Qué estás maquinando? —dijo Jack.
Kris se puso las manos en las caderas y suspiró.
—Por mucho que lo odie, es posible que tenga que organizar una cita con Hank.
—No me gusta —dijo Jack casi antes de que Kris terminase de hablar.
—¿Se te ocurre alguna idea mejor para romper el arresto domiciliario que nos han impuesto nuestros queridos guardias de seguridad?
—Déjame pensarlo.
—O mejor, te dejaré «dormirlo». Nelly, programa el despertador para todos a las seis. Así Tom tendrá tiempo suficiente para tomar el ascensor y distribuir más nanos por la estación del astillero antes del cambio de turno. Abby podrá hacer su primer reparto de bollería.
—Me complace ver que la gente de noble alcurnia se preocupa por los vulgares vasallos —resopló Abby.
—Kris, tengo un problema —anunció Nelly con un tono un tanto lastimero.
—¿Qué ocurre?
—Empleé todo el metal inteligente en el último lote de nanos. No tuve en cuenta que recibiría algunos nanos de vuelta antes de que necesitase fabricar más.
—¿Y los que tienes aquí como vigilantes?
—Ya estoy bajo mínimos.
Kris miró alrededor de la habitación. Su equipo volvió a centrar su atención en ella.
—Todavía tenemos los diez kilos de metal no tan inteligente del abuelo Al. Saca algunos nanos de ahí. Conviértelos en nanos de control central, de mensajería y de defensa; lo necesitaremos mientras estemos aquí. Así podremos dejarlos tal cual.
—Así lo haré.
Kris se frotó los ojos y se tragó un bostezo.
—¿Qué tal si intentamos dormir un poco más?
Una vez tendida en la cama, Kris reflexionó sobre su situación mientras aguardaba a que el sueño la atrapase. Sandfire había actuado rápido. Más de lo que ella esperaba. Por otro lado, él había pasado casi toda la semana anterior planeando su jugada. Kris debía esperar que ahora él ganase velocidad. Demonios, menudo escándalo se había organizado en aquel planeta; disolver el Congreso y declarar la guerra por fíat ejecutivo debía de ser una respuesta nacida de la tensión del momento a lo que ella hizo el día anterior. Ella lo obligó. Con suerte, Sandfire cometería alguna torpeza tarde o temprano. Y mejor que fuese temprano.
Eso era bueno, desde el punto de vista político. La pregunta era dónde quería poner él las manos, físicamente, ¿sobre ella? La idea le provocó un escalofrío. Debieron de ser sus mujeres las que le dieron la paliza a Penny. Él jamás se atrevería a hacerle algo así a una princesa. No a una princesa Longknife. Por otra parte, ella le había desbaratado los planes con anterioridad, algunos de los cuales incluían el asesinarla. ¿Los guardias estaban aquí para protegerla o para dejar pasar al asesino?
Sandfire avanzaba cada vez más rápido. Kris tendría que empezar a darse más prisa.