Capítulo 15

15

Una hora más tarde, Kris pudo observar que se encontraban cerca de la fábrica. Las cámaras de vigilancia y los letreros que rezaban «Zona de remolques. No aparcar» se lo indicaron.

—Adiós al plan A —murmuró.

Abu ralentizó la marcha.

—¿Qué quiere que haga?

—Conduzca a la velocidad mínima permitida —le dijo Kris mientras bajaba la ventanilla. Entró el viento. ¿Cómo están los nanos?

Están bien. ¿Qué pretendes hacer?

—Voy a cincuenta y cinco. Si reduzco más la velocidad, se darán cuenta.

—Baje la ventanilla de detrás de usted, si puede. —Abu siguió la indicación. El efecto de túnel de viento se acentuó en el interior del vehículo.

¡Mis nanos no soportarán esto!, gritó Nelly dentro de la cabeza de Kris. Tenía el dedo sobre el botón de la ventanilla; el cristal subía mientras el grito resonaba en las paredes de su cráneo. Abu había estado atento; la ventanilla de atrás subió una fracción de segundo después de la de Kris.

¿Cómo están los nanos?

Puedo arreglarlos.

—¿Qué hago ahora? —preguntó Abu.

Kris se frotó la cabeza, cubierta por el chal, e intentó aliviar la tensión acumulada en su cráneo.

—Los planes A y B han fallado. Necesitamos un plan C.

—«Ce» nota —dijo el taxista.

Kris arrugó el entrecejo al oír su broma; Abu la apaciguó con una sonrisa leve. La joven miró a su alrededor en busca de alguna respuesta a su problema. No tardó en encontrarla.

—Deténgase en la siguiente salida. Necesito ir al servicio.

De nuevo en el taxi, y más ligera, Kris le indicó a Abu que tomase la ruta de regreso a la ciudad. Con la ventanilla bajada, dejó que su mano juguetease con el viento mientras Nelly iniciaba el largo vuelo de sus espías. Hecho, informó el ordenador. Kris subió su ventanilla mientras Abu recuperaba velocidad por el carril de aceleración.

—Ahora la llevaré a donde podrá seguir haciendo sus trucos de magia. Después la llevaré al mejor local de la ciudad, donde podrá pedir comida de verdad, no esas cosas insípidas que se tragan los descreídos.

—¿Ha probado la comida tex-mex? —le preguntó Kris—. Teníamos una cocinera que decía que tres generaciones más atrás sus ascendientes vivían en Texas, en la Tierra. Preparaba unos jalapeños que te dejaban la lengua abrasada durante una semana.

—Algún día tengo que llevarla a casa para que mi Miriam le haga de comer. Pero lo de hoy servirá para que abra ojos.

La siguiente parada fue El Caravasar del Gran Kan, cuya entrada estaba custodiada por dos camellos de yeso cargados hasta arriba. El local estaba rodeado de coches, entre ellos algunos de los modelos de exportación más caros de Bastión. Abu se dirigió hacia la entrada que utilizaban los empleados y los repartidores. Aparcó junto a la valla de atrás, al lado de un letrero que indicaba el horario de repartos y que permitía hacerse una idea de cuáles eran las horas de mayor ajetreo. Kris se apeó; vio cuatro o tal vez cinco cámaras de vigilancia. Al menos dos de ellas se giraron para enfocarla.

Abu le ofreció unos papeles que ella tomó con evidente recelo. Después de dar unos pasos hacia el restaurante, vaciló, se llevó las manos al estómago y retrocedió. Se apoyó contra el letrero y contuvo unas arcadas secas. ¿Está lista la baliza de búsqueda, Nelly?

Sí. Lo he retrasado una hora. Después se activará de modo intermitente y cambiará de frecuencia de manera aleatoria. Creo que tiene un ochenta y siete por ciento de posibilidades de que no sea detectado ni siquiera por los sistemas de seguridad más rigurosos de Bastión.

¿Qué hay de Peterwald y de Ironclad Software?

Vete tú a suponer, contestó Nelly.

Se dice «vete tú a saber», la corrigió Kris. Si quieres dártelas de humana, hazlo bien.

¿Qué porcentaje de mi limitada capacidad computacional quieres que desperdicie tratando de imitarte?, le preguntó Nelly. Puesto que Kris no sabía si el ordenador hablaba en serio o en broma, prefirió ignorarlo.

—No puedo entrar, Abu, tengo el estómago demasiado revuelto —dijo Kris mientras abría la puerta del taxi.

—Creo que comer algo le vendría bien para recuperar fuerzas. A mi hermana siempre le digo que debería poner algo de carne de verdad sobre sus frágiles huesecitos.

—A los hombres les gusto más delgada —respondió Kris, que aunque no sabía muy bien por quién lo decía, tampoco quería ceder.

De nuevo en la carretera, Kris le preguntó a Nelly algo que deseó que se le hubiera ocurrido antes.

—¿Todas las cámaras de vigilancia se controlan desde un puesto central o las manejan equipos de seguridad distintos?

—Buena pregunta, Kris. No lo he comprobado y no creo que quieras que lo haga ahora.

—No te falta razón —dijo Kris—, pero seguro que comprobaste la seguridad durante la visita a Katyville.

—Sí. Todos los lugares de interés contaban con sus propios sistemas de seguridad. Sin embargo, los hoteles de la zona barata de la ciudad son una cosa y las fábricas de equipamiento militar son otra, aunque dudo que haga falta recordarle esos detalles a una accionista de Empresas Nuu.

—Es peor que una esposa —observó Abu con una risita.

—Nelly, hay una cosa que se llama tacto —comentó Kris.

—¿Y qué porcentaje de mi limitada capacidad computacional…?

—Déjalo. Abu, ¿dónde está esa comida que me prometió?

La Cocina de Fátima estaba a solo quince minutos del local de moda, aunque más bien parecía que se encontraba en otro planeta. Allí las calles eran estrechas y sinuosas y las casas se hallaban muy próximas unas a otras. Aparcar era complicado y la gente caminaba codo a codo por las aceras mínimas, si bien no había problema para conversar con quien pasaba por el otro lado de la calle. Puesto que las conversaciones se mezclaban unas con otras, el lugar parecía un manicomio.

—Bienvenida a lo que llamamos la Pequeña Arabia —dijo Abu con una sonrisa orgullosa—. Para entrar aquí no ha necesitado cruzar ninguna verja vigilada; además, aquí hay pocas puertas cerradas. Vivimos como Alá desea.

Abu encontró un lugar donde aparcar el taxi con apenas diez centímetros de sobra. Kris se cubrió con el pañuelo al apearse y se aflojó el cinturón de la gabardina. Muchas de las mujeres que pasaban por la calle vestían según distintos estilos que también podría haber observado en Bastión, aunque en general llevaban prendas holgadas que no se ceñían a la cintura. Algunas lucían conjuntos más exóticos que las cubrían de la cabeza a los pies. Kris se preguntó cómo podían hacer nada, pero enseguida obtuvo la respuesta. Una muchacha, según pudo observar por la silueta del brazo que asomaba bajo sus ropas para sostener una cesta, estaba comprando. En la otra mano sostenía unas frutas o unas verduras para examinarlas bien. El atrevimiento de aquella chica no lo repitió otra mujer que, por su voz, parecía mayor, y que la acompañaba. Bajo la pantalla de aquella mujer no se atisbaba ni un solo dedo.

Abu se acercó a la acera y llevó a Kris hasta un comercio enjalbegado del que emanaban diversos aromas deliciosos. Una mujer oronda vestida con un traje holgado y un chal lo recibió en la puerta con un abrazo y un beso en la mejilla.

—¿Tienes hambre, Abu, y quién es mujer que te acompaña? ¿Debería llamar a Miriam y decirle que vas a llevar segunda esposa a casa? Será para ayudarla con los niños, por lo que veo, porque una mujer tan delgada como esta no creo que sepa cocinar.

—Lo que será y lo que no será no te incumbe a ti, Sorir, así que llévanos a mesa tranquila y deja que hable con el jefe.

Sorir ensartó a Abu con los ojos.

—Estás hablando con jefa, pero sospecho que te refieres al hombre que cree que manda en mi negocio. —Aun así, la mujer los guió entre las mesas donde los hombres tomaban café en silencio y a través de un compartimento donde las mujeres conversaban mientras bebían té o café, hasta que por fin llegaron a un rincón penumbroso del fondo del local, en el que las parejas dialogaban a media voz y donde las familias comían ruidosamente. Le hizo un gesto a Abu para indicarle el otro lado de un biombo de bambú.

—¿Es lo bastante tranquila para ti?

Abu invitó a Kris a sentarse a la mesa y después fue a buscar al hombre con el que quería hablar. Sorir le dirigió a Kris una sonrisa fugaz y salió detrás de Abu. Los dos se detuvieron a hablar con un hombre delgado en la entrada de lo que parecía la cocina. De vez en cuando, mientras conversaban, miraban a Kris, que por su parte intentó darse un aire recatado o imitar la apariencia que tuviesen las muchachas criadas en aquella cultura que no parecía saber qué hacer con sus mujeres: si dejarlas dirigir un negocio o siquiera existir. Aunque si lo pensaba bien, tampoco era tan distinto de Bastión… o de la Marina en determinadas ocasiones.

Una muchacha llevó a la mesa de Kris un cazo de agua caliente y un cuenco de té verde.

—¿Prefiere café?

—No sé qué preferiría Abu.

—Ah, la acompaña Abu. Le traeré café. —No tardó en llegar una tacita vaporosa llena con la nueva bebida, bruna y densa.

Instantes después Abu regresó, acompañado de Sorir y del hombre al que presentaron con el nombre de Abdul.

—Está revolucionando el avispero —le dijo Sorir a Kris.

Kris miró a Abu, pero el taxista parecía preferir dejar hablar a las mujeres.

—¿Qué es lo que cree que he hecho? —le preguntó Kris sin intención de revelar nada, pero sin pretender dar una respuesta evasiva.

—Eso es algo que no puedo saber, pero esta mañana algo hizo saltar las alarmas de una fábrica del otro lado de la ciudad, y ahora todos los guardias de seguridad de todas las plantas andan revueltos como pollos descabezados en busca de algún intruso, temerosos de sufrir el mismo problema que hay en aquella fábrica.

—Supongo que el hijo de la hermana de su tío trabaja en seguridad —dijo Kris con un tono seco.

—En realidad, nadie nos contrataría para seguridad —comentó Abu—. Hablamos raro y hacemos muchas pausas para rezar durante el día.

—Entonces ¿cómo sabe…?

—No somos los únicos que hablan raro y mantienen las viejas costumbres —respondió Abdul—. Haga esas cosas y formará parte de la minoría. ¿No es así en todas partes? Unas minorías sufren de un modo; otras, de otro, pero todos somos distintos, y eso nos mete en problema cuando las cosas se ponen raras para el gran rebaño de ovejas y los perros que las llevan a donde tienen que ir. —Kris lo escuchó anonadada. La explicación de Abdul no le había aclarado nada la situación.

—Algunos de nuestros amigos judíos tienen hijos que trabajan en seguridad —explicó Sorir con sequedad.

—¿Judíos? —repitió Kris. No pensaba que hubiera minorías en Bastión, o al menos no lo pensaba hasta hoy. Aun así, sabía que padre debía tener cuidado a la hora de invitar a sus partidarios judíos y musulmanes a las distintas recaudaciones de fondos.

—La Explanada de las Mezquitas está lejos de los que lo consideramos sagrado —dijo Abdul—. Y vivimos muy cerca de esos cuyo único dios es su panza. Aquí compartimos cuanto podemos, judíos y árabes, y la información es importante en todas partes.

—Y según la información que tenemos —intervino Sorir—, dice que seguridad más enfadada que un perro pastor con un rebaño de gatos. Bah, hombres, os estáis todo el día quejando para no decir nada. Abu cometería grave imprudencia si regresase a ese repartidor de comida basura que es el Kan.

—Tengo que volver allí —dijo Kris.

—Entendemos que volver ahí es suma importancia para usted —reconoció Abdul—. Tendremos pensarlo ahora. Bien, como por el momento no puede hacer nada, ¿qué tal si comparte almuerzo con nosotros?

El almuerzo consistió en un desfile de platos que le mostraron las más de mil maneras de combinar arroz, queso, cebada, cordero y cabra. Sorir le dijo el nombre de cada plato, le explicó qué llevaba y cómo se preparaba, y se rió cuando Kris le preguntó, no del todo en broma, si después del almuerzo le harían un examen. Una cosa de la que Kris no tuvo que preocuparse fue de expresar su deleite; la comida sabía a gloria. Las porciones eran pequeñas y cada plato lo compartía con Abu y Sorir. No corría riesgo de que le entrase sueño por comer demasiado.

Sorir y Abu no dejaron de hablar sobre la comida y sobre Turántica. Era un buen planeta para criar a los hijos. O al menos lo fue en otro tiempo. Evitaron conversar acerca de temas que algún comensal cotilla pudiera interpretar como una traición, hasta que por fin llegó el último plato, un hojaldre sumergido en miel.

—¿Por qué debería importarle que le ocurra a nosotros en Turántica? —le preguntó Sorir mirándola a través de sus pestañas veladas mientras le cortaba un trozo.

Kris aceptó el pedazo ofrecido. Al cortar un bocado con el tenedor, este se hundió entre sus múltiples capas.

—La humanidad es como este plato. Puede cortar una capa. Si corta una, cortará las demás.

Sorir miró el plato y asintió. Kris prosiguió.

—Lo que le ocurra a usted le ocurrirá a mi pueblo en Bastión, y puede que también a otros muchos planetas. No podemos permitir que se enfrenten a esto solos. Sirvo en la Marina de Bastión. Una mujer junto a la que sirvo recibió una paliza anoche. La atacaron porque sirve en Bastión. Ahora los periodistas dicen que la gente de Bastión ataca a la de Turántica y todas esas cosas que no tienen nada que ver con la realidad.

—Es muy confuso —dijo Sorir—. No me gusta.

—Y muy preocupante —añadió Abu.

—Y si no averiguo qué está ocurriendo aquí, no podré hacerme una idea de lo que le espera a mi pueblo. Y si todo sale mal, me veré atrapada en una nave, librando una lucha que seguramente no querré… y que tal vez incluso podría haberse evitado.

—Y yo podría estar en otra nave, dispárandole a usted —dijo Abu—. Sorir, se está arriesgando mucho. ¿No deberíamos arriesgar nosotros un poco y ayudarla?

—Es a mi hermano y sus hijos —dijo Sorir, que no quiso probar el postre— a quienes pido arriesgar mucho. Tenía que saber que merecía pena. Venga, Kris, la del puñal valeroso, esta mañana las cámaras de vigilancia del Kan vieron a un taxista y una mujer vestida de camarera. No deben verlo otra vez. ¿Es correcto que usted misma debe ir allí?

Cuando Kris se levantó, sopesó el riesgo que correría al ir ella en persona frente al de enseñarle a otro a manejar a Nelly, pero después pensó en lo que podría pasar si perdía de vista su ordenador ahora que cada vez se comportaba de un modo más extraño.

—Sí, es preciso utilizar un equipo que no todo el mundo podría controlar.

¿Me estás llamando «equipo»?

Te llamaré susceptible si no dejas de meterte en mis conversaciones.

—Pero sería mejor que mismas cámaras de vigilancia no volvieran a verla. Venga con mí.

Kris atravesó la cocina con la mujer en dirección a una despensa. Sorir sacó unos pantalones y una camisa de detrás de una estantería de conservas en lata.

—Póngaselos. Una chica provocó alboroto en el Kan. Un chico pasará desapercibido. —En cuanto la puerta se cerró, Kris se quitó el uniforme de camarera y se transformó en un muchacho alto vestido con unos pantalones andrajosos y una camisa de algodón desgarrada. Cuando hubo terminado, Sorir la miró—. Los zapatos deben irse y tiene que lavarse maquillaje del rostro —le recomendó a la vez que le ofrecía una toalla húmeda. Kris se frotó la piel mientras se descalzaba. Sorir puso a sus pies un par de mocasines desgastados que Kris no dudó en ponerse.

—El derecho me hace daño. Tiene algo dentro.

—Bien, aprovéchelo para andar peor. Y hunda hombros. Así los programas de reconocimiento de patrones tardarán en identificarla demasiado pronto. Pero su cara…

—Me he quitado el maquillaje —dijo Kris.

—Pero no la nariz. Es tan grande como nuestra, pero el software la reconocerá con tres escaneos. Hmm. Hay que cambiar eso y pelo también. Como habrá observado, tendemos al negro azabache, como mío, pero no hace falta que usted diga cómo ahora el blanco surca mi orgullo juvenil.

Kris no hizo ningún comentario al respecto. Sorir se marchó y Kris dio algunos pasos hasta que encontró un modo de andar que no le doliera tanto. La mujer regresó con una peluca.

—Póngasela. Después métase estas almohadillas en boca.

La peluca se acopló sobre el moño en el que llevaba recogido el pelo, con lo que pasó a lucir la descuidada melena que llegaba hasta los hombros que tanto éxito tenía entre algunos jóvenes. Las almohadillas sabían a plástico y le inflaban las mejillas.

—¿Puedo hablar con ellas puestas? —murmuró, con lo que demostró que apenas le era posible.

—Será mejor no hable nada. Ahora es un buen muchacho musulmán. Usted oye, obedece y calla. Y no levante la vista. Quizá trabaje para mi hermano, pero no es lo que usted quiere. Enfurrúñese. Seguro sabe cómo hacerlo.

Enfurruñarse es algo que jamás estuvo permitido en casa de su padre, pero había algunas cosas sobre la vida de los Longknife que a Sorir no le interesaba oír.

—Mejor que nadie —murmuró.

Sorir le entregó una gorra de béisbol de un equipo de Turántica. Pierden siempre, señaló Nelly. Kris le quitó el pompón a la boina. Salió sin dificultad, con sus conexiones colgando. Kris se lo puso sobre la cabeza, donde lo afirmó bien. Una vez que volvió a vincular las conexiones al cable de Nelly, se puso la gorra de béisbol con cuidado. ¿Funciona?

No lo sé. Aquí apenas hay actividad que monitorizar, pero te puedo decir que necesitan un microondas nuevo. El que tienen desperdicia la mitad de la electricidad que consume.

Se lo comentaré si surge la ocasión, dijo Kris antes de volver con Sorir a la cocina. Un hombre achaparrado que llevaba unos pantalones y camisa de color oscuro conversaba con Abdul mientras dos muchachos delgados llevaban adentro los cadáveres congelados de una cabra y una oveja.

—Nabil, hermano mío, tengo que pedirte favor.

El hombre clavó sus ojos oscuros en su hermana. Abdul marcó los dos cadáveres congelados en una libreta que tenía en la mano y les indicó a los muchachos que regresasen al camión.

—¿Todavía no has hecho entrega en el Kan?

—Es próxima parada, hermana.

—Te pido lleves con ti a este ayudador extra, mi sobrino, hasta allí.

—¿Por qué?

—Será mejor para padre que no sepas. Deja toda responsabilidad para mí.

El hombre escudriñó a Kris, miró a su hermana, y volvió a mirar detenidamente a Kris. Meneó la cabeza.

—Malos tiempos tienen que correr para que una hermana menor no diga a su hermano mayor qué quiere que haga.

—¿Los hemos conocido mejores? —replicó su hermana.

—No desde que naciste. Lo juro, un djinn robó mi hermana pequeña al nacer y le dejó a madre un montón de bosta de camello para que lo criase.

Sorir le dio un bofetón a su hermano.

—¿Y quién incluso hoy sigue soñando con encontrar la guarida de muchos ladrones que dice la fábula?

—Quizá tenga que hacerlo, con el lío en que me estarás metiendo —dijo su hermano señalando a Kris—. Ven, sobrino de hermana, tenemos trabajo que otra espalda hará más ligero. —Kris lo siguió; el cielo seguía amenazando lluvia, pero parecía que el clima, al igual que todo lo demás, prefiriera mantenerse al filo de la incertidumbre.

—No hace falta traigas al chico de vuelta. Tú déjalo allí y ya lo buscaremos —gritó Sorir detrás de ellos.

—¡Demontre! —exclamó Nabil para llamar a sus muchachos, que estaban cerrando las puertas de la parte de atrás del camión. Corrieron hacia la cabina gritando «¡Me pido la puerta!». Kris solo necesitó mirar para darse cuenta de que irían apretados en el asiento; no le extrañó que los muchachos no quisieran viajar aplastados en el medio.

—La puerta es para él —aclaró Nabil con un rugido señalando a Kris—. Y no quiero quejas. Hay más repartos por hacer y dentro de una hora el tráfico será un infierno, así que démonos prisa.

Los muchachos se apretujaron en el medio; el que quedaba más lejos de Kris no sabía cómo hacer para no entorpecer a su padre mientras ponía el camión en marcha. Kris cerró la puerta de su lado e intentó encogerse todo lo que pudo, contenta por primera vez por tener una cadera estrecha y un pecho inexistente. Se encorvó para no parecer más alta que sus acompañantes.

—¿Cómo te llamas? —le preguntó uno de los jóvenes.

—¿Cómo es trabajas con nosotros? —dijo el otro.

—Es el sobrino de mi hermana. Me pidió que le diera oportunidad. Es tartamudo, así que no habla mucho. Dejad en paz.

Los muchachos aceptaron la explicación. Kris agradeció que la cubriese, pero se preguntó quién se habría inventado aquello, si Sorir o Nabil, o si acaso todos, al igual que Abu, tenían la capacidad de aprenderse rápidamente su papel sobre la marcha. No obstante, al viajar en un grupo pequeño entre una multitud de desconocidos, el camuflaje era tan vital para ellos como para un camaleón. Las calles parecían apretadas para el taxi; para un camión tan voluminoso como aquel parecían simplemente intransitables. Aun así, Nabil maniobraba con limpieza, y a cada manzana recurría un par de veces a levantar el puño mientras gritaba. Siempre recibía la misma respuesta, pero el intercambio se llevaba a cabo de buen grado. Tardaron veinte minutos en llegar a El Caravasar del Gran Kan. Hasta que no hubo estacionado en el aparcamiento no miró a Kris para preguntarle:

—¿Dónde?

Kris ya había visto el letrero. Lo señaló y se decidió a contestar:

—A-A-Allí.

Había un coche aparcado donde Abu. Nabil detuvo el camión justo detrás.

—Démonos prisa, muchachos. Quedan dos sitios más —les recordó Nabil mientras se apeaba por su lado. Kris empezó a abrir su puerta, pero no lo bastante rápido para los chicos. Le metieron prisa y la empujaron en broma. Y en el momento en que Kris saltó fuera, el mayor de los muchachos empujó al menor contra ella. Kris apenas tenía pecho y el bodi blindado se lo reducía todavía más, pero aun así el chico pudo palpar su escaso acolchado.

—Eres… Eres… —Ahora le tocaba a él tartamudear.

Kris había visto a un instructor de entrenamiento detener en seco a un pelotón de reclutas del cuerpo de oficiales con una simple mirada. Había crecido con Harvey, exsargento, quien ahora podía mostrarse tan cariñoso como un padrino condescendiente y al momento siguiente era capaz de congelar el fuego con solo mirarlo. Kris intentó combinar en un mismo gesto todas las miradas que sabía poner y atenazó con ellas al pobre muchacho.

El chico se quedó de piedra, el rostro colorado como una remolacha.

—¿Qué tardáis tanto, muchachos? —se oyó desde detrás del camión cuando las puertas se abrieron de par en par.

—¡Ya vamos! —gritó el mayor tirando de su hermano.

—Pero… Pero… —balbució el otro.

—Habla con papá luego. Ahora no, ¿no lo ves?

Kris los siguió. Nelly, dime. ¿Están aquí los nanos? ¿Tienen compañía?

Sí, amiga mía, y te aseguro que no estamos solas. Kris, estoy leyendo ocho radios sintonizadas en la frecuencia de seguridad a menos de cien metros de nosotras. Tres móviles vehiculares. Cinco a distancia personales. Hay al menos nueve nanoguardias móviles zumbando en esta zona.

¿Y la baliza?

La desactivé. Según mi recuento, el noventa y dos por ciento de nuestras unidades de reconocimiento están aquí. Dentro de un rato me arriesgaré a activarla para ayudar a las que estén cerca pero no hayan llegado aquí todavía.

—Papá, ¿por qué llevamos doble de carga? —preguntó el benjamín cuando su padre les colocó un animal sobre cada hombro.

—Tengo prisa —contestó Nabil—. Ahora espabilad. —Kris fue la última; Nabil puso sobre cada uno de sus hombros sendos bloques de carne gélidos, lo que impedía que las cámaras de vigilancia que los rodeaban la enfocasen. Encorvada, cojeó detrás de los muchachos, cediendo al dolor que sentía en el pie izquierdo. Estaba intentando apartar con el pie la cortina de la puerta de la cocina cuando esta se abrió, lo que a punto estuvo de derribarla.

Al encontrarse cara a cara con un hombre vestido con un uniforme gris, Kris agachó la cabeza. Dio un paso atrás para apartarse de él y observó que sobre el bolsillo izquierdo de su pechera ponía «Vigilancia SureFire» en letras rojas y gruesas y que lucía tres galones de oro en las dos mangas. Kris se preparó para golpearlo con una de las ovejas congeladas cuando el hombre la miró, pero la ignoró sin más y se encaminó con paso arrogante hacia el aparcamiento.

Sin levantar aún la vista, Kris se coló por la puerta abierta y vio a uno de los muchachos saliendo de un gran almacén congelador. Ella se acercó con su paso saltarín y se topó con una mujer de nariz aguileña que sostenía una libreta.

—Con esa hacen seis. Espabilad, muchachos. Pedí catorce. No tengo todo el día y dejar el congelador abierto me cuesta mucho dinero.

El menor de los hermanos, que todavía mostraba algún rubor cuando miró a Kris, la ayudó a colgar sus piezas en los ganchos del congelador. Después los dos salieron aprisa y la mujer cerró la cámara de un portazo.

—Eres… Eres… —empezó a decir el chico.

—Cállate —se arriesgó a decir Kris entre dientes.

El hombre de Vigilancia SureFire estaba conversando con Nabil. Este hablaba con vehemencia sobre cómo se había disparado el número de robos y cómo crecía cada vez más mientras cargaba otras dos grandes cabras en los hombros de su primogénito y lo enviaba corriendo adentro. Después hizo lo mismo con el benjamín y con Kris. El sargento de Vigilancia miró de nuevo a Kris por encima mientras ella recibía su carga, pero volvió a ignorarla cuando su radio se activó.

—Hay una especie de cruce de señales en las cercanías.

—¿Cómo de cerca? —inquirió el sargento mientras Kris se alejaba cojeando.

Nelly, nos siguen la pista.

Tengo que realizar algunas emisiones y la baliza también tiene que enviar.

Necesitamos algo que los despiste. ¿Puedes inventarte algún señuelo ruidoso?

Tengo lo que me solicitas. Intenta hacer contacto con otras personas. Una a tu derecha y otra a tu izquierda.

Kris cogió con el brazo derecho a un camarero que salía a fumarse un cigarrillo, lo que le valió un «Mira por dónde vas» por parte del empleado. Con el brazo izquierdo tocó a la mujer de la libreta cuando se tropezó con ella.

—Como tires esa pieza, me la pagarás con otra. Y no te creas que os iréis de rositas —dijo para amonestar al hermano mayor cuando este se cruzó con Kris de camino a la salida—. Dile a tu padre, si de verdad es tu padre, que me quedaré con todo lo que tiréis para asegurarme de que no se lo endilgáis a otro.

—Sí, señora. Lo entendemos, señora. Mi padre nunca haría eso, señora. Tú —dijo el primogénito dándole una palmada a Kris en la espalda—. Papá y tú tenéis que hablar. Me parece que no estás hecho para este trabajo.

Kris colgó su pieza y salió aprisa. Pisó una parte del suelo que estaba mojada pero siguió adelante y se alejó de la mujer, que no dejaba de protestar.

—Ni se te ocurra pedir una hoja de reclamaciones. Ya cojeabas antes de entrar aquí.

Ya en la calle, Nabil les estaba entregando a sus hijos las últimas piezas. El sargento se encontraba en el aparcamiento, gritándoles a sus hombres. Kris vio a uno a lo lejos, por la izquierda, y a otro frente al aparcamiento, por la derecha.

—¿Cómo que no se puede triangular la señal? Si usted no puede, no tengo más que darle una patada a una piedra para que salgan veinte que sí pueden.

—Sargento, no creo que solo haya un emisor de ruidos. Debe de haber por lo menos dos, uno de ellos en movimiento. Ninguno permanece activo más de lo que tarda una pulga en pestañear.

—Encuéntrelos o me encontrará usted a mí.

Kris vio al fumador, que caminaba nervioso de un lado a otro al fondo del aparcamiento. Nelly, activa los señuelos. Utiliza una señal esporádica e intermitente, pero haz que de vez en cuando emitan de manera simultánea con la misma potencia y frecuencia para ver si puedes modificar la señal mediante heterodinos. Con suerte conseguiría mezclarlos para que pareciesen una única fuente situada en medio de los dos transmisores.

Es divertido.

Activa la baliza cuando los demás se vayan.

Bastarán dos silbidos para rescatar el rebaño perdido.

Cielo santo, ahora Nelly apuntaba maneras de poetisa. ¡Qué faltaba por ver!

—Muchacho, sube al camión —dijo Nabil, que se atrevió a mirar con preocupación o bien a la puerta donde sus hijos estaban realizando todavía la última entrega… o bien al vigilante—. Quiero marcharme de aquí antes de que eso de lo que andan detrás haga que acordonen toda zona. Entonces sí que no podría hacer entregas a tiempo.

Kris asintió obediente y abrió la puerta. Mientras esperaba a los demás, empezó a dar vueltas por ahí como buen adolescente… hasta que como quien no quiere la cosa terminó apoyándose en el letrero del horario de reparto.

¿Qué tenemos?

Noventa y seis por ciento presentes. Los nanoescoltas han quemado una decena de perseguidores, pero ninguno consiguió acercarse demasiado. ¡Zona despejada!

Si un ordenador podía gritar, Nelly era la prueba. Pásamelos.

Un momento. Todos presentes.

Desactívalo todo. Que no haya tráfico hasta que yo lo diga.

Pero quiero descargar los datos obtenidos.

Nelly, desactívalo todo. No te arriesgues con los silbidos.

A la orden, dijo Nelly como si fuera una niña enfurruñada.

Casi sin respirar, Kris permaneció apoyada en el poste del letrero mientras los muchachos atravesaron el solar corriendo y se subieron al camión. Kris aguardó un poco más y no se movió hasta que Nabil la avisó.

—Date prisa, haragán —le gritó antes de encender el motor.

Kris gateó a la cabina y cerró la puerta con fuerza. Ahora era el hermano mayor quien iba sentado junto a ella, con los brazos cruzados sobre su pecho como si se los hubieran sujetado con unas cadenas de hierro. El otro parecía estar a punto de romper a lanzarle una batería de preguntas, pero el codazo que Nabil le dio en las costillas al meter la primera marcha para arrancar el vehículo lo hizo mantenerse en silencio. Nabil saludó al sargento con la mano al dar marcha atrás. El hombre de gris le devolvió el gesto con aire distraído, pero después su gesto se ensombreció y empezó a acercarse al camión por el lado de Nabil.

—Un momento, amigo.

Kris se quedó paralizada. Nelly, ¿está todo en silencio?

Kris, mis nanos ni siquiera se están moviendo. He apagado todo lo que he podido. Apenas estoy recibiendo alimentación de la batería. Lo juro, tu corazón está generando más electricidad que yo.

El sargento se detuvo allí y miró primero a Nabil, después a cada uno de sus hijos y por último a Kris.

—Dígame, George. Hay un camión y tres coches que parecen querer marcharse. ¿Disparo a los conductores —sonrió a Nabil de oreja a oreja—, disparo a las ruedas o les dejo salir?

—Sargento, tengo dos objetivos, tal vez tres. No estoy seguro. No son lo bastante constantes para que pueda localizarlos con exactitud. No dejan de cambiar de frecuencia y de posición.

—Dígame algo, George, porque si no, empezaré a disparar —le dijo el sargento, que no se llevó la mano a su pistola, aunque tampoco le hizo ninguna señal a Nabil para que abandonase el aparcamiento.

—Parece que una señal procede de la cocina, o quizá del comedor. La otra nace en el aparcamiento de atrás. Sector Este a Noreste.

—Eso es medio aparcamiento.

El fumador tiró la colilla del cigarrillo en un charco de barro y se encaminó hacia la puerta trasera.

Nelly, solo tenemos una oportunidad para salir de esta. Ordénales a los dos señuelos que empiecen a transmitir en ráfagas modificadas por heterodinos durante cincuenta nanosegundos a intervalos no superiores a un segundo ni inferiores a medio segundo.

Hecho.

—Sargento, algo está ocurriendo, en el sector Este a Noreste del aparcamiento de atrás.

—Traiga su culo hasta aquí.

Un coche gris equipado con varias antenas flexibles apareció a lo lejos, por la esquina noreste del restaurante, y se acercó poco a poco al sargento. El fumador se detuvo para dejarlo pasar.

—Se ha detenido, jefe. Está justo delante de mí. Casi no se mueve.

—Largo de aquí —le indicó el sargento a Nabil mientras desenganchaba un bote de aerosol de su cinturón y lanzaba una rociada frente a sí. Nabil puso el camión en marcha, viró con brusquedad y no golpeó los coches que había estacionados en la parte sur del aparcamiento por tan solo unos milímetros.

—Yo no veo nada, George —gritó el sargento mientras Nabil aceleraba a fondo.

—¿No habrá estado bebiendo, George? —Aquella fue la última pregunta que Kris oyó. Al instante siguiente Nabil corrió a introducirse en un hueco que se había formado en el tráfico.

Activa señuelos aleatorios.

Hecho. ¿Puedo mirar ahora los datos obtenidos?

No. No hasta que te lo diga.

¿Eso cuándo será?

Cuando te lo diga.

¿Por qué?

¡Porque yo soy la madre!, estuvo a punto de gritar Kris, aunque finalmente consiguió mantener los labios pegados.

—¿Qué pasaba, padre? —preguntó el benjamín casi de un modo infantil.

—No lo sé —contestó Nabil—. Quizá sepamos esta noche en noticias.

—Solo si ellos quieren —dijo el mayor antes de mirar a Kris. Fue a decir algo, pero se lo pensó mejor, cruzó los brazos aún con más fuerza y se reclinó en el asiento.

Nabil siguió adelante y empezó a respirar de un modo cada vez más acelerado. Doblaron varias esquinas, como si no se dirigiesen a ningún destino en concreto. Por fin, miró a Kris.

—Hijo del cuñado de mi hermana, eres lento, torpe y podrías haberme costado hasta el último centavo de las ganancias del día si hubieras tirado ese cordero y esa mujer se lo hubiese quedado en pago.

Kris agachó la cabeza y prefirió no arriesgarse a decir nada.

—Esta noche hablaré con mi hermana, pero por hoy ya no trabajarás más para mí. —Redujo la velocidad hasta que detuvo el camión junto a la acera al llegar a un semáforo—. La Cocina de Fátima se está poco más adelante por esta dirección —dijo señalando hacia la derecha de Kris—. Puedes volver ella mientras entrego últimos pedidos.

Kris bajó la vista de nuevo, se apresuró a abrir la puerta y saltó a la acera rota y agrietada. Cuando el primogénito cerró la puerta a su espalda, Kris oyó hablar al benjamín.

—Padre, ese chico era…

—Calla, hijo, hoy no hablaremos más esto.

El hermano mayor se asomó por la ventanilla abierta y le guiñó un ojo a Kris cuando el camión se puso en marcha. Ella dio dos pasos hacia el local de Sorir, suficientes para decidir que no necesitaba seguir cojeando hasta que llegase. Se detuvo un momento a la sombra de una marroquinería para sacarse la china que alguien había tenido a bien pegar en el talón de su zapato. La media a prueba de balas no se había hecho ni una carrera, pero desde luego le había amargado el paseo.

Ahora podía caminar sin problemas. Sus brazos volvían a moverse adelante y atrás; su paso se adaptaba con naturalidad a la cadencia precisa que su instructor de entrenamiento le exigiría. El cielo no había perdido su color plomizo, pero Kris se sentía satisfecha por que aquella misión tan complicada hubiera salido bien. Le entraron ganas de silbar una melodía de marcha militar, pero prefirió contenerse. Allí estaría totalmente fuera de lugar. Aun así, siguió adelante, caminando con gracia.

Un coche pintado de blanco y negro que llevaba el distintivo «Policía» en los dos lados pasó despacio junto a ella. El tráfico, pese a su acostumbrado bullicio demencial, le abrió paso. Kris se detuvo, agachó la cabeza, y volvió a transformarse en un humilde adolescente árabe. La mujer que ocupaba el asiento del copiloto miraba en todas direcciones con la misma atención con que lo hacía Jack. Su mirada se detuvo al encontrarse con Kris, pero no tardó en ignorarla.

¿Puedo mirar ahora los datos obtenidos, Kris?

¿Por qué no me avisaste de que se acercaba un coche patrulla?

No me dijiste que lo hiciera. Y ahora, ¿puedo mirar los datos?

Nelly, para ser un ordenador, te estás volviendo un poco obsesa.

Puedo operar perfectamente en modo multitarea, Kris. En cambio, tú me das instrucciones muy confusas. Primero me ordenas que me mantenga en silencio, apenas con un hilo de energía. Después me preguntas por qué no ejecuto una vigilancia situacional completa. ¡Dime qué es lo que quieres! Ahora, ¿puedo ver qué han recogido los micros?

Kris se acordó de cuando discutía con Eddy, su hermano de seis años. Pero a él lo secuestraron y lo dejaron morir hacía ya doce largos años. Sintió un escalofrío. Respiró hondo, dejó que los fantasmas la abandonasen y se obligó a concentrarse en el presente.

Dentro de poco podrás consultar los datos. Antes dime si nos están vigilando. ¿Hay alguna cámara enfocándonos? ¿Algún micro escuchándonos? ¿Hay más polis cerca?

No, no y sí, se acerca otro poli por detrás.

¿No y no? El estómago de Kris empezaba a dar volteretas; le costaba mantener descolgados los músculos y huesos de su cuerpo y moverlos como creía conveniente. El orden de la última serie de preguntas que le había hecho a Nelly parecía haberse desvinculado de alguna manera de la memoria activa.

No hay cámaras, Kris. Ni micrófonos. No capto la presencia de ningún nano. Aparte de los polis humanos, no detecto ninguna amenaza para nosotras dentro del alcance de mis sensores. Ahora, ¿puedo mirar?

¿Hay más polis de lo normal?

Kris, no sé que es lo normal aquí. Recuerda que estuve casi desconectada y no pude realizar muchas observaciones.

Nelly, me dejé las gafas de visionado en el bolso, así que no puedo ver los datos obtenidos hasta que no regrese a La Cocina de Fátima.

Sí, pero si empezase a procesar ahora, podría tenerlo todo organizado y cotejado para ti. Nelly intentaba engatusarla.

¿Tan importante es para ti, Nelly?

Deseo saber qué está ocurriendo en esa gran fábrica. Sí, tengo muchas ganas de saberlo. Siento curiosidad. Demándame si quieres.

Demándame si quieres. ¿De dónde se habrá sacado eso?, pensó para sí Kris, que meneó la cabeza confusa mientras el segundo coche patrulla pasaba junto a ella. En este solo viajaba un agente, demasiado ocupado intentando abrirse paso entre el tráfico como para mirar a su alrededor. Tal vez así era como funcionaban normalmente las cosas en el barrio árabe.

Nelly, elabora un informe completo de estas conversaciones con respaldos de los procesos que has empleado para mantenerlas, y guárdalas para que la tía Tru las revise cuando regresemos.

Hecho.

Ahora puedes mirar el hilo.

Estoy en ello, espetó Nelly antes de quedarse en silencio. Kris siguió caminando por la calle, los ojos fijos en la acera estrecha y agrietada. Los coches viejos y las camionetas rozaban contra los bordillos bajos, donde se dejaban una parte de ellos, desgastándolos un poco más cada día. Intentó no empujar a los demás peatones e incluso se fijó en cómo saludaban los jóvenes a los ancianos. La mayoría decía algo que debía de equivaler a «Hola» o «¿Cómo está?». Ella no se atrevía a pronunciar ni una palabra. Con todo, saludaba con la cabeza y confiaba en que su silencio no supusiera una falta de respeto demasiado grave para aquellos con quienes se cruzaba.

Las calles empezaban a resultarle familiares cuando Nelly la avisó: Las bandas de la Policía muestran una gran actividad. Están codificadas, por lo que necesitaré emplear mucho tiempo y una buena parte de mis procesos para romperlas. ¿Procedo?

¿Las fuentes se acercan a nosotras?

No me consta.

Mientras intentaba enseñar a todos los músculos de su cuerpo a caminar del mismo modo que los jóvenes que se cruzaba por la calle, pasó por delante de una verdulería, después frente a una tienda de ropa, una platería, un taller de curtido y una mercería, todos ellos comercios pequeños, todos ellos propiedad tal vez de las personas que se encontraban de pie a su entrada animando a los transeúntes a entrar o charlando con el propietario del local contiguo. Kris estaba a punto de cruzar la calle cuando pasó otro coche blanco y negro, este con más prisa que el anterior. Kris cruzó la calle y se apoyó en un puesto de frutas para intentar ver adónde se dirigían los polis.

No parecía que los agentes se estuvieran congregando en ningún sitio. Se oyó una sirena, pero no tardó en apagarse. No se veían luces parpadeantes. Kris siguió avanzando por la calle transversal. Arrastraba los pies sin llamar la atención y avanzaba en zigzag una manzana tras otra, sirviéndose de las pocas ventanas que encontraba a su paso para mirar a sus espaldas.

Si alguien la seguía, lo hacía demasiado bien para que ella se diera cuenta. Pasaron algunos polis más, pero ninguno mostró interés por ella. Después de cinco minutos cambiando de dirección y sin que Nelly le comunicase el informe de los nanos, sí recibió en cambio un aviso del ordenador: Vienen más polis hacia aquí. En ese momento Kris se coló por la puerta de atrás de La Cocina de Fátima.