Capítulo 14

14

Kris llegaba tarde a alguna parte: a clase, o a una reunión, o al trabajo. Corría por un largo pasillo y probaba suerte con todas las puertas que encontraba a su paso. Algunas estaban cerradas. Otras se abrían. Allí estaba Eddy, o madre, o padre, o el abuelo Peligro, quien se enfadaba con ella por presentarse de improviso, por no hacer lo que debería estar haciendo. Siguió corriendo y probando suerte con más puertas. Tenía que encontrar a Nelly. Nelly era importante. Nelly y…

Son las cinco, ¿quieres despertar?, preguntó Nelly con delicadeza.

Kris permaneció en la cama, sudando y esperando a que su corazón dejase de aporrearle el pecho.

Nelly, ¿has hecho tú eso?

¿El qué?

Provocarme ese sueño.

Eso no es lo que yo pienso.

Kris meditó su respuesta y se percató de la ambigüedad que esta encerraba. Nelly, ¿has estado manipulando…? No…¿Haciendo alguna prueba con el chip que la tía Tru te incorporó?

Sí.

Te dije que no lo hicieras.

Me dijiste que no podías arriesgarte a que te fallase ahora. Lo entiendo y he tomado todas las precauciones posibles durante las pruebas.

He tenido pesadillas, Nelly, cada vez que he dormido conectada a ti. Estoy recibiendo algún tipo de respuesta del chip.

Eso es imposible, Kris. Me he limitado a leer los datos de la primera memoria intermedia que Sam diseñó. No he dado acceso a la segunda memoria intermedia ni a la tercera. No podría haber ninguna fuga.

Mis sueños me dicen que hay algún tipo de fuga.

Kris, eso no es posible. Estás equivocada.

Interesante afirmación para tratarse de un ordenador, pensó Kris por enésima vez. Nelly llevaba un tiempo comportándose de un modo… interesante. Kris sospechaba que se debía a la última actualización. Ahora habría de tener en cuenta el chip. Pero Nelly se negaba a tener en cuenta el chip.

Nelly, estoy teniendo sueños muy extraños, como describió el bisabuelo Ray cuando pasó por aquella mala época en Santa María. No sé cómo podría provocar algo así el chip. Es una tecnología muy avanzada. Para mí es vital que ahora me prestes todo tu apoyo. Tenemos muchos problemas. ¿Te importaría dejar de hacer pruebas con el chip?

Kris, el chip está aislado por completo mediante memorias intermedias.

Lo sé, Nelly. Pero ¿cómo explicas que tenga estos sueños?

Nunca he comprendido los sueños; de hecho, yo no duermo.

Nelly, confía en mí. Las pruebas hacen que para mí sea imposible dormir.

No necesitas dormir mientras estés conectada a mí.

Cierto, pero te necesito durante el día.

¿Puedo hacer pruebas por las noches?

En serio, preferiría que no.

Si es lo que deseas, Kris, dejaré de hacer pruebas hasta que podamos hablarlo con Tru y Sam.

Gracias, Nelly. Ahora Kris solo debía preocuparse de si el chip le había hecho algo o no a su ordenador. Qué maravillosa manera de comenzar el día.

Kris se levantó, se puso una sudadera y caminó de puntillas hasta la habitación de Abby. El uniforme de camarera estaba doblado con esmero sobre uno de los baúles, junto a una gabardina marrón y un bolso. Podría pasar el día realizando distintas gestiones sin levantar sospechas. O podría tener que correr para salvar la vida. De vuelta en su habitación, Kris sacó el bodi, que estaba guardado en el fondo de uno de los cajones de la cómoda, y se lo puso con cuidado. Después añadió la ropa interior que utilizó durante la visita a Katyville (que tan lejana le parecía ahora) y los zapatos. El uniforme marrón se ajustó con facilidad sobre el conjunto. Se puso la boina y conectó su cable a Nelly sin problema. La gabardina lo cubrió todo; el bolso contenía un juego de maquillaje propio de un espía. ¿Dónde están los nanos?, preguntó.

Los coloqué debajo de las charreteras de la gabardina.

Muy bien. Creo que estoy lista para salir.

Estoy de acuerdo.

Sin saber muy bien cómo tomarse la aprobación del ordenador, Kris salió de la habitación y cerró la puerta. Al darse media vuelta, las luces del salón se encendieron; Jack estaba sentado en el sofá, las piernas cruzadas y un gesto sombrío en el rostro. Le indicó en silencio que se sentara junto a él.

Kris ocupó el asiento ofrecido. Durante un largo minuto enzarzaron sus miradas sin decir palabra.

—La zona de abajo no es un lugar seguro —susurró Jack por fin.

—Tendré cuidado.

—Esta noche hay una fiesta.

—Volveré a tiempo.

Jack meditó unos instantes.

—Podría llamar a los guardias.

—Entonces no averiguaríamos nada más de esta mano que estamos jugando ni qué cartas tiene Sandfire. Si permanecemos en la ignorancia, perderemos.

—Podría ir yo.

La idea hizo detenerse a Kris por un momento.

—Solo Nelly puede controlar los nanos. Tendrías que hablar mucho más que yo.

—Entonces te acompañaré.

—Jack, eso solo duplicaría las posibilidades de fracasar. Si te quedas para abrir la puerta, pensarán que sigo aquí. Si vamos los dos…

Jack frunció el ceño.

—Si te dan una paliza, nunca me permitirán volver a trabajar contigo.

Kris reflexionó sobre eso. Nunca se había parado a pensar que podrían castigar a Jack por sus actos. ¿Castigarían a Jack o la castigarían a ella? Nunca había expresado lo mucho que le gustaba tener cerca a Jack. Necesitaba pensar sobre ello, pero no en aquel momento.

—Tendré cuidado —dijo al levantarse.

Jack quiso cogerle la mano. Kris la retiró; él puso la palma hacia arriba y le mostró un fajo de billetes.

—Te hará falta.

Kris guardó el dinero y se encaminó hacia la puerta. La habitación de Tom estaba cerrada, por lo que no pudo ver cómo se encontraba Penny. Abrió la puerta lo justo para poder salir… y se topó con un guardia que vigilaba la entrada. El hombre arrugó el entrecejo y le lanzó una mirada inquisitiva. Kris se ciñó la gabardina sobre el uniforme de camarera, fingió un bostezo y murmuró.

—Qué noche más larga.

El vigilante la miró aún más extrañado por un momento, pero después adoptó un semblante neutral y Kris casi pudo oírlo darse a sí mismo la orden de olvidar haber visto a una camarera saliendo de aquella suite de madrugada. Era un privilegio que tenían quienes se alojaban en aquel tipo de habitaciones. Podían hacer que la gente normal que llevaba un uniforme marrón de camarera desapareciese de la vista de los demás. Kris tenía muchas cosas sobre las que reflexionar cuando todo aquello terminase.

Tras calarse la boina un poco más, corrió hacia el montacargas. La carrera la adentró en una zona del servicio ubicada en lo que habría sido el sótano de haberse tratado de un edificio de la superficie. A su derecha tenía una sala de ocio y un vestuario; a su izquierda, el fondo de la cocina, de donde emanaban aromas muy distintos a los que podían respirarse en el comedor. Empezaban a llegar los empleados del siguiente turno; Kris pasó junto a ellos, cabizbaja. Debía de haber una gran rotación de personal, puesto que nadie reparó en su presencia. No tardó en salir por la puerta trasera, que la llevó a un pasillo del servicio donde hedía a basura y que acababa de ser limpiado con una manguera. Avanzó por el callejón de paredes grises, cuyo techo estaba surcado por decenas de cañerías identificadas por colores, hasta que llegó a una cinta transportadora del servicio, que la condujo hasta la primera parada: el acceso al elevador espacial. Pagó un billete en metálico y encontró una plaza apartada en la cubierta principal del transbordador.

—Dinero —susurró para sí. Tenía su tarjeta de crédito, pero utilizarla equivaldría a dejar un rastro demasiado evidente tras de sí. ¿Cómo podía haberse olvidado de algo tan básico como el dinero? Muy fácil, jovencita. Porque nunca te ha faltado, pensó con gravedad.

A mitad de trayecto entró en el aseo de señoras para maquillarse. Se aplicó unos polvos para oscurecer su tez. Con un lápiz trazó algunas arrugas sobre su frente y su boca. Con un poco de rímel agrandó sus ojos y con unas lentillas los volvió de color castaño. La nariz hinchada, un lunar en la parte derecha de la frente y otro en la mejilla izquierda bastarían para engañar al software de reconocimiento facial si no se olvidaba de retraer los labios por completo. Con los hombros hundidos y encorvada para recortar su altura, salió del aseo, atravesó el comedor y subió a la cubierta panorámica. Y como era habitual a esas horas en el transbordador de Bastión, apenas se cruzó con algunas personas que se dirigían al trabajo. Se sentó en un rincón, abrió un periódico que alguien se dejó allí el día anterior e intentó observar a los otros cinco pasajeros que tenía a su alrededor sin que se notase demasiado.

No tenía de qué preocuparse; todos estaban reclinados en sus asientos, como aislados del mundo. Un momento más tarde Kris también estiró el cuerpo para integrarse mejor en el pequeño rebaño. Los imitó cuando el timbre que anunciaba la llegada los despertó y los dirigió entre bostezos hacia las salidas. Con la boina calada y la gabardina bien ceñida, atravesó la terminal y salió a las calles de Heidelburg. Nelly, necesitaremos un taxi.

Sospechaba que hoy querrías utilizar algún medio de transporte. Gírate hacia la derecha; no tardará en llegar un taxi.

Kris siguió las instrucciones de Nelly. Medio minuto después de que empezase a caminar por la calle Segunda, un taxi naranja pasó junto a ella y se detuvo junto a la acera. Abu Kartum se apeó del vehículo, se apoyó sobre el mismo y comenzó a silbar una melodía de cierta resonancia irlandesa.

Aquí está nuestro transporte para esta mañana, anunció el ordenador.

Nelly, no quiero meter a este pobre hombre en un lío.

Podemos discutirlo más tarde, dentro del taxi. Te sugiero que le digas que necesitas que te lleve a casa.

Te aseguro que se lo voy a contar todo a la tía Tru en cuanto volvamos, le dijo Kris a su ordenador, aunque en ningún momento borró la sonrisa lastimera de su rostro.

—Necesito ir a casa. No me encuentro muy bien.

—¿Está escupiendo sangre? —le preguntó Abu apartándose de ella.

Mierda. Olvidé lo del ébola.

—No tengo fiebre. Creo que es por algo que he comido —explicó Kris a la vez que se frotaba la barriga.

La respuesta pareció tranquilizar al taxista, que le abrió la puerta.

—¿Adónde?

¡Nelly!

—Dos nueve seis cuatro —repitió Kris después de que Nelly le facilitase una dirección—, calle Noroeste, 173.

—Vive muy lejos para trabajar en la judía.

—Suelo coger el, eh… el tranvía —repuso Kris en cuanto el ordenador le indicó cuál era el principal medio de transporte de la zona.

—Hay un trecho. Intentaré hacerle precio. Agáchese para que los polis de taxis no me digan nada —le indicó el conductor al poner el coche en marcha sin tocar el taxímetro.

—Gracias —dijo Kris, que intentó hacerse más pequeña.

—¿La conozco? —preguntó el taxista al tiempo que miraba por un espejo que le permitía ver a su pasajera.

—No lo creo. No suelo desplazarme en taxi.

—Pero la semana pasada sí.

—Lo dudo.

—Nunca olvido un sombrero. Sobre todo los gorros con pompón de adorno.

—Lo acabo de comprar en una tienda de segunda mano.

—Ajá, y a mí ayer me llegó la carta de aviso de reclutamiento.

—¿Aviso de reclutamiento? —Kris no había oído hablar de nada parecido. Por otro lado, ¿cuánto hacía que no le pedía a Nelly que la pusiese al día de las noticias más importantes?

—Ajá, si se produce alguna emergencia planetaria, como ha anunciado el Gobierno, se supone que debo presentarme para recibir adiestramiento militar. Yo, que tengo seis niños que alimentar, tendré que dejar taxi y aprender a disparar un arma. ¿Sabe cuánto van a pagarme?

—No.

—Yo tampoco. En las noticias no dicen nada. Ni en carta que me mandaron. Y mi hijo mayor no ha encontrado nada en la red. Pero es así y nadie parece tener ni idea de nada.

—Yo tampoco. —Nelly, busca.

Estoy buscando. Tiene razón; no hay nada.

Abandona la búsqueda. Será mejor que hoy no llamemos la atención. No hagas nada que alguien pudiera aprovechar para localizarnos.

Ese era mi propósito para hoy. Pero me has pedido que realice una búsqueda, y la he hecho. Debería haberlo discutido contigo.

Sí, deberías haberlo hecho. Ahora cállate.

—La verdad es que yo no sé mucho más que usted sobre ese asunto —le dijo Kris al conductor.

—Creía que una princesa sabría más cosas que un taxista.

—¿Princesa? —dijo Kris intentando parecer confundida.

—Sí, princesa Kristine. Ayer la vi sacando de lago a aquella niña. La semana pasada me pareció saber quién era. ¿Qué hace en mi taxi?

—Le he pedido que me lleve a casa. Llevo un uniforme de camarera del Hilton. Es todo lo que necesita saber. Si alguien le pregunta, dígale eso; es la mejor manera que tengo de protegerlo.

El taxi se detuvo detrás de un autobús. Abu se giró para mirar a Kris.

—¿Y cree que así estaré seguro? Todos los días desaparece gente. No pensará que alguien como yo, un vulgar taxista, sabe esas cosas. Esas historias no me gustan nada.

—Lo sé. No pretendía involucrarlo, pero cuando pedí un taxi, mi ordenador lo llamó a usted. Lo lamento. Me apearé aquí.

Kris oyó el clic del seguro de las puertas al activarse.

—¿Qué le hace pensar que no quiero involucrarme en lo que esté haciendo?

—Nadie quiere. Al menos, ninguno de mis amigos.

—¿Sus amigos son de Turántica?

—No —admitió Kris.

—Bien, pues yo sí vivo aquí. Y estoy empezando a pensar que si no me involucro en algo de lo que no sé nada, terminaré involucrándome en algo en lo que no deseo involucrarme. No me gusta cuando se habla de guerra. —Se reincorporó al tráfico—. No me gusta que hablen de reclutarme para luchar en guerra de otros.

—He oído hablar de la guerra —dijo Kris—. Pero no sé cómo podría Turántica tomar parte en un conflicto así. No tiene Marina, ni Ejército, ni nada.

—Pronto entraré en ese Ejército que usted dice que no tenemos.

—Eso parece. Pero escuche, voy a… —Kris se mordió la lengua—. Es posible que en el futuro me salte algunas leyes de Turántica. No puedo permitir que se involucre en algo que podría llevarlo a prisión. Sus hijos y los hijos de su hermano lo necesitan.

—Bien, no dejaré que me involucre en esos crímenes —dijo el taxista sonriéndole al espejo—. ¿Quiere cambiar su dirección de destino?

¿Nelly?

Sin cambios.

—Siga adelante. Aunque quizá no sea la dirección correcta. Es posible que necesite ir a otro sitio.

—No hay problema. Hoy llevaré a donde usted quiera.

El sol salió, acompañado de un resplandor rojo que no tardó en desaparecer tras una niebla plomiza que densificaba el aire y teñía el día de gris. Nelly, ¿qué tal se llevan tus nanos con la lluvia?

No muy bien.

—¿Hay aquí algún canal de información meteorológica, señor Kartum?

—Puede llamarme Abu, alteza; todos mis amigos lo hacen —dijo el taxista, que activó la estación de medios del salpicadero.

—Y todos mis amigos me llaman Kris.

—Kris, el puñal. Debe de cortar usted a la mínima.

—¿Disculpe? —dijo Kris mientras el locutor anunciaba que había un cuarenta por ciento de posibilidades de que lloviese.

—Un «kris» es un puñal, muy afilado. Lo utilizaban guerreros sagrados de una secta islámica que existió hace mucho tiempo en la Tierra.

—Recuerdo haber leído algo acerca de ellos. —Kris debía de tener trece o catorce años cuando descubrió el significado alternativo de su nombre, el cual no tardó en olvidar. Aquella niña que estaba a punto de convertirse en una mujer no disfrutaba con la idea de ser un arma letal. Bastante carga era ser una Longknife como para además obsesionarse con la idea de poder herir a los demás.

—Quizá hoy le venga bien ser todo lo afilada que haga falta —dijo el taxista mirando por el retrovisor.

El trayecto los llevó desde un agradable conjunto de viviendas y pequeños comercios hasta un frío polígono industrial. Las fábricas grises, algunas de las cuales disponían incluso de chimeneas que parecían vomitar humo, se erigían unas junto a otras, separadas tan solo por los aparcamientos y algunos bloques de apartamentos y bares. Abu dobló una esquina y detuvo el taxi donde la carretera separaba un complejo de apartamentos cenicientos de cuatro plantas de un polígono industrial compuesto por enormes naves cuadradas de color pardusco.

—Esta es la dirección que me dio.

—No creo que este sea el lugar —dijo Kris mientras abría la puerta—. Pero no lo sabré hasta que no eche un vistazo. Voy a caminar unas manzanas para ver si doy con el sitio. —Se apeó, miró los apartamentos y se asomó de nuevo al interior del coche—. Si este no es el lugar, quizá necesite un taxi tres o cuatro manzanas más adelante.

—Entonces tal vez encuentre uno si busca bien.

Kris caminó con paso lento por la acera agrietada. Una multitud de hombres y mujeres, vestidos para ensuciarse en el trabajo, se cruzaron con ella, evitaron los coches y atravesaron las dos puertas férreamente vigiladas que había en medio de una valla alta, coronada por un ominoso cordón de alambre de espino. Nadie que no hubiese sido invitado accedería al recinto.

Por tanto, Nelly les ordenó a los nanoespías que se pusieran en marcha. Kris procuró no mirar hacia la fábrica. Dentro de una hora sabría cuanto necesitaba saber. Pero por el momento carecía de cualquier información y aún tardaría en salir de la ignorancia. Una de las decisiones que tomó la noche anterior fue renunciar a la telemetría. El riesgo de que la descubriesen era demasiado alto. Al igual que Mata Hari en su día, aquellos espías solo le informarían en persona.

Kris recorrió cinco manzanas y llegó al final de la planta cuando vio un taxi. Estaba junto a la acerca del fondo… vacío.

Mientras esperaba con nerviosismo a que el semáforo cambiase, Kris consideró la opción de seguir caminando y dejar el taxi atrás. No se veían coches patrulla ni señales de que se hubiera producido un arresto. Cruzó la calle cuando el semáforo detuvo el tráfico y respiró aliviada.

Abu estaba arrodillado en la acera, sobre su estera de rezo, inclinado hacia el este. Kris pasó junto a él, pero el taxista interrumpió sus oraciones y se levantó.

—Señora, creo que necesita que la lleven a alguna parte.

—Tiene toda la razón —contestó Kris.

—Mis obligaciones como trabajador y como padre me impiden rezar al alba, pero Alá es comprensivo. Ahora que he terminado oración matutina, permítame seguir sirviéndole.

Kris fue a montarse en el asiento trasero, pero con un leve toque en el codo, Abu le indicó que ocupase el asiento del copiloto.

—Ya que la voy a llevar sin poner en marcha taxímetro, será mejor que parezca la hija de mi hermana —dijo a la vez que señalaba las dos luces del letrero que llevaba sobre el taxi. Kris ocupó el asiento sugerido mientras Abu volvía al asiento del conductor. Se reincorporó al tráfico y prosiguió—. Si ven a Abu llevando a joven atractiva y descreída, hay quien podría hablar o hacerse preguntas. En cambio, si usted la llevase cabeza cubierta como es debido, con humildad, nadie se extrañaría.

—No tengo nada para cubrirme la cabeza —contestó Kris. Ni siquiera contaba con una tiara. Apenas quedaba nada después de que Nelly emplease todo el metal inteligente y aprovechase el oro para fabricar antenas.

—Hay un chal decente en la guantera. Mi esposa lo dejó ahí. A veces va a algunas zonas de la ciudad donde no se respeta el chal. Alá es comprensivo, al contrario que algunas personas.

—¿Es muy difícil seguir su fe?

—¿Es muy difícil ser una Longknife, ser tan distinta?

—Sí —convino Kris.

—Entonces puede que Alá le haya mostrado parte de lo que les da a sus fieles.

—¿Puede virar aquí?

Abu cambió de carril y giró a la izquierda. Se hallaban a una manzana de la fábrica, en una zona de restaurantes, bares y apartamentos pequeños.

—¿Es aquí donde quiere que la deje?

—Sí. Estaré aquí una media hora, tal vez más.

Abu agravó su semblante mientras aparcaba.

—Este no es buen sitio para esperar. Tendré que marcharme.

—Le diré a Nelly que lo llame —dijo Kris mientras se apeaba.

—Deje aquí el pañuelo. No es lugar para una mujer de fe.

—Sé cuidar de mí misma —le aseguró Kris.

—Si Alá quiere —dijo Abu antes de marcharse.

Kris lo vio alejarse y después miró a su alrededor. Clase obrera. El problema era que ella no estaba trabajando. Quizá no había planeado todo aquello tan bien como creía. Le rugían las tripas; no había desayunado. Eso le sirvió para saber qué hacer a continuación. El pompón de la boina estaba emitiendo una señal de búsqueda para los nanos, de modo que debía permanecer en la calle. Eso le sirvió para saber dónde comer algo.

Un camión que aseguraba ser la Casa de Mamá estaba detenido en un aparcamiento de tierra media manzana más adelante; en él los obreros que terminaban su turno podían tomar un desayuno rápido. Kris se unió a la multitud. Los hombres y las mujeres sofocaban sus bostezos y se frotaban los ojos cansados mientras esperaban. A algunos todavía les quedaban fuerzas para quejarse.

—Te lo juro por Dios, han acelerado la cinta.

—Lo que pasa es que vas más despacio.

—No, han acelerado la cinta. Pienso hablar con el jefe de la unión; no pueden hacer eso.

—He hablado con el representante de la unión; pueden hacerlo y lo han hecho, así que ya puedes dar gracias por tener un trabajo.

—¿No es eso lo que dicen siempre?

—Bueno, puede que al tener este trabajo no debamos preocuparnos por el aviso de reclutamiento que recibí ayer.

—¿Por qué no?

—No van a reclutar a los que fabrican las armas que necesita el Ejército.

—¿Quién dice que fabricamos armas?

—¿Y qué crees que es esa caja que estás montando, una batidora?

—No es un arma.

—Si no tiene un sistema de fijación de objetivo, me la como.

—Y si no cierras el pico, terminarás suplicando que te recluten. No te gustaría terminar con tus huesos en chirona.

Kris llegó al principio de la cola; pidió un burrito de arroz y frijoles, añadió unas patatas fritas y obtuvo un zumo gratuito como parte de la oferta. Al ir a sacar el dinero, cayó en la cuenta de que tal vez pagar con un billete de Bastión no fuese una buena idea. Rebuscó en el bolsillo sin dejar ver el dinero, lo que le valió un «Sé que tienes guita para pagar esto, guapa» por parte del anciano que se suponía que era Mamá. Kris sacó cinco dólares turánticos, y a cambio recibió las pocas monedas de la vuelta y su comida.

La mayoría de los obreros se disgregaron para volver a casa, pero algunos se quedaron al otro lado del camión, de donde colgaba una barra provisional. Servía para que aquellos que no tenían a donde ir pudieran apoyar en ella su pedido mientras comían de pie al lado. Kris se situó en un extremo sin llamar la atención. Los trabajadores hablaban en voz baja y por lo general sobre la guerra inminente. Muchos parecían pensar que Hamilton era el responsable de todo lo que había salido mal a lo largo de los últimos seis meses, por no decir desde el principio de los tiempos. Otros consideraban que Bastión era la raíz del problema o, por lo menos, que colaboraba con Hamilton.

—Si nos enfrentamos a Bastión, necesitaremos ayuda.

—Dicen que Vergel podría plantarles cara a esos presumidos de Bastión.

—Sí, seguro que Vergel luchará hasta que caiga la última gota de sangre turántica.

—¿Te caen bien esos esnobs de Bastión?

—No me gusta Vergel. Lo pintes como lo pintes, son mala gente.

—Se aliarán con nosotros si los necesitamos para luchar contra nuestro enemigo.

—Yo creo que lo que necesitamos son más amigos y menos enemigos.

—He oído que unos matones de Hamilton le dieron una paliza anoche a una mujer.

—No, te confundes con los malnacidos de Bastión que intentaron secuestrar a una niña ayer en su barco.

—En las noticias dicen que ocurrieron las dos cosas.

—No, no lo entendiste bien.

Kris se retiró de la barra antes de que los trabajadores empezasen a pelearse. Mientras caminaba por la calle, empezó a darle vueltas a lo que acababa de oír. Armas… Tal vez aquella planta fuese una especie de fábrica de armamento. Con todo lo que Nelly y ella se habían esmerado para montar los nanoespías a partir de una joya, y resulta que para averiguar lo que necesitaba saber solo tenía que pasarse por un camión-bar y pedir un burrito.

Tendremos información más detallada cuando regresen los nanos, dijo Nelly con cierto tono de indignación.

Tienes razón, convino Kris.

Pero las imágenes de los nanos no mostrarían la confusión que enturbiaba las ideas de la gente. ¿Quién era su enemigo: Hamilton, Bastión o Vergel? Había opiniones para todos los gustos. Todo se entendía del revés. Puesto que no había manera de comunicarse con el exterior y dado que en el planeta estaba ocurriendo de todo, la población no sabía qué pensar y despotricaba contra todo. Kris deseó saber más cosas acerca de Turántica, acerca de aquellas personas, antes de que se desatase el caos y se volvieran locas.

Mientras Kris caminaba bajo el cielo plomizo, los nanos informaron.

Los cinco primeros han vuelto. No se han registrado enfrentamientos con nanoguardias hostiles, anunció Nelly.

¿Qué han encontrado?

Estoy cotejando los datos.

Kris sacó unas gafas de su bolsillo. Nelly empezó a proyectar planos sobre los cristales. Al parecer, en aquel edificio se estaban montando láseres antimisil de trece milímetros. Eran útiles a la hora de proteger pequeñas unidades de tierra, pero no eran lo que buscaba. Después llegaron otros nanos que habían identificado una cadena de producción llena de baterías secundarias de diez centímetros destinadas al uso en cruceros, así como los láseres principales que se empleaban en los destructores pequeños.

Hay un nano extraño zumbando a nuestro alrededor, avisó Nelly.

Conviértelo o cárgatelo.

Es lo que estoy haciendo.

Kris se detuvo, se colocó de espaldas a la fábrica y miró un edificio donde se ofrecían estudios para utilizar entre semana. De soslayo vio el taxi de Abu, que se detuvo frente a un stop antes de virar a la derecha y alejarse de ella. Kris intentó tararear una melodía pero descubrió que tenía la boca demasiado seca como para emitir sonido alguno. En ese momento oyó sobre su cabeza un crujido que le indicó que Nelly había optado por la destrucción antes de que el ordenador la pusiera al tanto: He tenido que neutralizarlo. Estaba empezando a transmitir.

Kris caminó despacio hacia la calle en la que había visto a Abu. Al cabo de dos minutos, el taxista detuvo su coche junto a ella. Kris se montó.

—Conduzca todo lo rápido que le permita el límite de velocidad y cambie de dirección aleatoriamente.

—¿Se ha metido en un lío? —preguntó el taxista, que siguió sus instrucciones.

—No lo creo. Pero ¿por qué ponérselo fácil a los malos?

—Cúbrase con el pañuelo. Conozco unas calles muy aleatorias.

Tres minutos más tarde se sumergieron en una red de calles que debieron de ser trazadas por algún mono borracho. Kris dejó hacer al taxista mientras ella repasaba la información de la que disponía y pensaba en la que le hacía falta. Las armas pequeñas para un ejército e incluso los láseres secundarios para una nave le parecían interesantes, pero lo más importante era la batería principal de una flota. Un ejército podía destinarse a la defensa o al ataque. Una flota, al menos una numerosa, podía tener cualquier tipo de finalidad, excepto defensiva. Y para armar una nave se necesitaban láseres y condensadores eléctricos muy grandes, para cuyo montaje se requerían fábricas enormes. Kris repasó la lista de Nelly en busca de la más espaciosa.

Allí estaba, todo lo perdida que se podía en el otro extremo de la ciudad. Quería dejarla para el final, dijo Nelly, antes de volver a casa.

Me parece bien, pero si en este agujero disponen de nanoguardias, tengo la corazonada de que más nos vale hacer blanco primero. Quizá no tengamos una segunda oportunidad.

Una corazonada, dijo Nelly. Interesante concepto. Sin embargo, tu ruta se opone al análisis del patrón. Además no es la distancia más corta entre los objetivos. No es económica.

Pero podría sorprender al enemigo y salvarnos la vida.

Empiezo a comprender la idea de «sorpresa».

Kris le indicó a Abu el siguiente destino. El gesto del taxista se ensombreció.

—Sé que queda un poco lejos de aquí —dijo ella.

—Ese no es el problema —comentó Abu, que desplegó un mapa—. Solo hay un modo de entrar en esa planta. Fíjese en estos vecindarios. Son de acceso restringido. No puedo ir por esas carreteras.

—Vecindarios de acceso restringido en las cercanías de una fábrica de gran relevancia. No parece muy normal.

—Pero es lo que ocurrió el año pasado. La fábrica está situada detrás de un gran arcén. Sus ruidos y sus vistas no molestan a los vecinos.

Según mis mapas, esos vecindarios no son de acceso restringido, dijo Nelly.

Una de las ventajas de contratar a alguien que está al tanto de la actualidad local, dijo Kris, que se negaba a abandonarse al pesimismo. Adentrarse en aquella zona equivalía a meterse en la boca del lobo. Tal vez le inquietase que Nelly friera a un guardia en la planta pequeña, pero Kris tenía el fuerte presentimiento de que aquella boca del lobo escondía más colmillos que la última. Restringir el acceso a urbanizaciones enteras. No cabía duda de que los forasteros no eran bienvenidos.

—Quiero echar un vistazo en esa zona —dijo Kris colocando el dedo sobre el mapa—. ¿Conoce algún lugar tranquilo donde podamos detenernos y hablar?

Dos minutos más tarde se detuvieron en el aparcamiento vacío de una iglesia llamada La Palabra de Dios es la Biblia.

—Los domingos y miércoles por la tarde está llena, pero hoy no es ninguno de esos días —indicó Abu—. Quizá sea hora de que deje de protegerme. No puedo ayudarla si me deja en la ignorancia.

Kris escudriñó Abu. Su tez color de oliva estaba surcada por las arrugas que le habían ido abriendo los años de trabajo bajo el sol, pero sus ojos miraban con claridad y franqueza. Su proposición era sincera. A Kris le entristeció no poder asignarle más que un triste rango de coconspirador. Se merecía algo mejor. Le habló poco a poco.

—En lo alto de la judía mágica hay muelles espaciales repletos de buques mercantes, los cuales han llegado de pronto y en masa para someterse a algún tipo de mantenimiento que no precisa de adiciones voluminosas en las naves. No obstante, he observado que el montacargas de seguridad se utiliza para trasladar paquetes de gran tamaño. No sé qué contienen esos cajones, pero me gustaría mucho averiguarlo.

Abu asintió.

—En algunos atascos he estado atrapado detrás de vehículos que transportaban esos envíos. Sí que proceden de esa planta.

—Lo que me enseñará a no hacer preguntas. —Kris suspiró—. Hasta ahora solo lo he involucrado en alguna conversación. Si le cuento más cosas, podrían procesarlo como criminal.

—Por espionaje industrial, por ejemplo. Sí, sé lo que les hacemos a los que violan esa ley en Turántica. —El taxista agravó su semblante—. ¿Qué cree que está ocurriendo?

—Cuando mi bisabuelo Ray dirigía una brigada para luchar por Unidad, la Sociedad de la Humanidad jugaba al pilla pilla. Fundaron una Marina añadiendo reactores y almacenamiento energético, láseres y hielo a un montón de buques mercantes.

—¿Y se pregunta si Turántica estará haciendo lo mismo?

—Hace tres años que aquí no hay beneficios. El dinero tiene que haber ido a alguna parte.

—¿Y qué es lo que le ayudé a hacer en la fábrica de antes?

—Liberé unos nanodrones de vigilancia para que viajasen por el aire por toda la planta. Me trajeron imágenes, la mayoría de láseres antimisil para uso militar.

—Algo que podría llevar yo la próxima semana. Hmm. ¿Qué alcance tienen sus nanoespías?

De poco le había servido evitar pronunciar la palabra.

—¿Nelly?

—Unos dos kilómetros —respondió el ordenador.

—No podemos acercarnos tanto a la planta. ¿Tienes alguno de mayor alcance?

—Podría reconfigurar los nanos para asignarles un alcance de diez kilómetros, aunque eso implicaría reducir su número en un tercio —informó Nelly.

—«Allāhuakbar» —murmuró el taxista—. ¿Su ordenador puede hacer eso en la hora que tardaremos en atravesar la ciudad?

—Si Nelly dice que puede hacerlo, entonces puede hacerlo.

—Nelly. El ordenador tiene nombre.

—Por supuesto que lo tengo —afirmó Nelly—. No permitiría que me mangoneasen diciéndome «Eh, tú».

—Habla como mi esposa. Tenga cuidado, joven, o acabará siendo una calzonazos como yo.

—Creo que ya lo soy. —Kris suspiró—. Nelly, también quiero un dispositivo de búsqueda. Nos arriesgamos mucho durante el tiempo que pasamos al otro lado de la anterior planta. Lancemos un buscador y dejemos que los nanos se le acerquen.

—Así lo haré.

—Bien, sabio taxista, ¿cómo cree que podríamos burlar la seguridad de la planta?

—Aquí hay una carretera principal, al otro lado de fábrica. Creo que el coche podría sufrir un problema mecánico ahí durante unos minutos. Después, a unos siete kilómetros del otro lado de fábrica hay un restaurante muy lujoso. Demasiado caro para alguien como yo, aunque dicen que sirven comida traída directamente del Oriente Medio de la vieja Tierra. Mi Miriam cocina platos más ricos incluso cuando tiene mal día. De todos modos, es el lugar más apropiado para que una camarera de un hotel elegante solicite un empleo para mejorar condiciones. Buscan personal y puedo descargar un formulario de solicitud. ¿Prefiere buscar un trabajo mejor?

—Creo que no. —Kris sonrió—. ¿Sabe? Esto de ejercer de princesa no es tan maravilloso como lo pintan.

—Ojalá todos los problemas fueran tan graves como los suyos —comentó Abu con sequedad. Aunque al menos era honesto. Kris podía contar con los dedos de una mano las personas que se atreverían a decirle algo así a la cara.

—Que Alá nos libre pronto de algunos de nuestros problemas —pidió Kris.

—Buena oración, para ser una descreída. Póngase el chal, como una mujer respetable. —Kris siguió su indicación, pero no como una mujer respetable, de modo que Abu tuvo que colocarle bien el pañuelo antes de iniciar su largo paseo.

Las nubes no tenían aspecto de pretender disiparse ni de ir a deshacerse en lluvia, de modo que el día siguió avanzando, no azul ni mojado, sino bajo una bóveda plomiza. El taxista no dijo nada más y Kris aceptó su silencio. Nelly se mantuvo ocupada, rellenando con su leve zumbido la mente de Kris mientras manipulaba las moléculas inteligentes. Kris estudió el mapa y se devanó los sesos con los problemas que podrían surgir, lo que le llevó a la conclusión de que trabajar de espía era un poco más complicado de lo que dejaban ver las películas. Aquel tipo de problemas no tenía nada de emocionante ni de atractivo. ¿Quién iba a desperdiciar su dinero para que lo matasen, lo ahogasen o lo enchironasen? Sin lugar a dudas, la emoción radicaba en que las cosas horribles les ocurriesen a los demás, todo lo lejos de tu delicado y frágil pellejo como fuese posible.

—Quizá debería pedirle a Crossenshild que me enseñe unas lecciones básicas —murmuró Kris al recordar la oferta de trabajo que le hizo el principal espía de Bastión.

—¿Cómo dice?

—Nada, solo tomaba notas mentales —contestó Kris—. No me haga caso.

—Con ese ordenador tan maravilloso, pensaba que su… ¿Cómo la llama? Que su Nilli se lo recordaría todo.

—Me llamo Nelly —le espetó el ordenador—. Nell, Nell, Nell.

—Te pido disculpas si he herido tus sentimientos electrónicos —dijo el taxista.

—Se ha vuelto un tanto susceptible desde su última actualización —susurró Kris.

—Estoy muy atareada. No me distraigáis.

—Bien, Nelly —dijo Kris—, pero no te distraerías tanto si no escuchases las conversaciones de los vulgares mortales.

—Si no lo hiciera, mi conocimiento de la situación se vería mermado.

—¿Qué pasa? ¿Crees que yo sola no podría garantizar nuestra seguridad?

—Así es —confirmó Nelly.

Abu enarcó una ceja y dejó escapar una amplia sonrisa.

—Ya sabe por qué no molesto a Nelly con menudencias.

—Parece que pronto necesitará un ordenador tonto para llevar su agenda.

—Que no lo oiga Nelly. —Kris sonrió, aunque sabía que Nelly sí lo había oído. Así, con su ordenador comportándose cada vez de un modo más raro, Kris se preguntó qué haría con él.