12
Kris se despertó poco a poco, con el corazón aporreándole el pecho mientras atravesaba un pantano. No, mientras saltaba de estrella en estrella. Una chica, no, su hermano Eddy, colgaba de sus hombros de cualquier manera. Corría a cámara lenta entre el agua y el barro. Tras ella, un alborotado tropel de fantasmas o de cisnes o de hombres vestidos con trajes mojados la perseguía. Entonces Eddy se convirtió en… algo. Se incorporó de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó Jack. Estaba de pie junto al interruptor de la luz, todo lo apartado de ella que permitía el pequeño camarote—. Estaba gimiendo en sueños. E incluso gritando.
—Odio a los secuestradores —dijo Kris sin querer explayarse.
—¿Estás lista para subir a cubierta? Han sacado el velero del agua.
—¿Han encontrado a los buceadores? —preguntó Kris, que hizo una mueca al sentarse, con los pantalones todavía mojados y ahora, además, muy fríos.
—Sí.
—Supongo que debería identificar los cadáveres. ¿Tienes algo que pueda ponerme? Mi ropa está empapada.
Jack le ofreció un chándal gris.
—Por cortesía del Departamento de Policía de Heidelburg. —Kris desplegó una sudadera donde destacaba el mensaje «Propiedad del DPH»—. Klaggath dice que te lo has ganado. Su trabajo es mucho más fácil desde que estás aquí.
—Es el primer poli que me dice eso.
—Le dije que quizá cambiase de opinión si te quedases más tiempo.
—Qué vergüenza, mira que revelar los secretos de Estado de Bastión —dijo Kris al levantarse.
—Esperaré fuera.
—Por favor, basta con que te des la vuelta. No imaginaba que una podría sentirse tan sola en las profundidades.
—Te arriesgaste mucho para salvar a otra persona —dijo Jack de espaldas a ella—. Es un oficio solitario.
—No me lo pareció en ese momento —comentó Kris, mientras se ponía la parte de arriba.
—Hacemos lo que tenemos que hacer en cada momento. Hasta que no termina todo, no pensamos en cómo vivir con ello. Si sobrevivimos.
—Estoy viva, y hay dos secuestradores muertos —dijo ella ajustándose los pantalones. El sostén y las bragas seguían mojados, pero tendría que aguantarse—. Ya puedes darte la vuelta.
—La niña ha vuelto con sus padres. Tú estás con tus amigos y dos de los asesinos de Sandfire descansan en el depósito de cadáveres —sentenció Jack—. No ha sido un mal día.
—¿Eran hombres de Sandfire? Le gustan las mujeres atractivas. Apuñalé a un hombre y disparé a una mujer que no llegué a ver bien.
—Yo apostaría a que subcontrató el trabajo y que había muchos intermediarios implicados.
—Me sigue extrañando que no viniesen a por mí. ¿Por qué llevarse a una niña? No, ¿por qué llevarse a la hija de la senadora? —De camino a cubierta, encontró a Klaggath, Penny y Tom sentados alrededor de la mesa de una especie de habitación de recreo situada en medio del barco.
—A lo largo de la historia —comentó Penny—, ha habido épocas en las que el secuestro formaba parte del toma y daca político.
—En la actualidad, no —dijo Klaggath levantándose.
—Unidad llevó a cabo unos cuantos al principio —recordó Kris.
—Unidad asesinaba, extorsionaba y hacía muchas más crueldades hoy inaceptables en el ámbito político —señaló Klaggath con gravedad.
—Pero los tiempos están cambiando —dijo Kris, que intentó esbozar una sonrisa jovial—. ¿Dónde están los Krief?
—En popa. Nara está dormida —la avisó el inspector.
—¿Dónde estamos?
—No nos hemos movido. ¿Quiere echarle un vistazo al velero?
—¿Lo han recuperado?
—Junto con dos cadáveres. ¿Está lista para identificarlos?
Kris respiró hondo.
—No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
El policía la acompañó hasta cubierta y Jack y el resto los siguieron. La lancha borneó. A lo lejos, recortados contra el sol bajo y las nubes plomizas, los barcos de la gran carrera del día seguían compitiendo. El circuito y la flota festiva se habían desplazado, con lo que ahora la lancha se encontraba prácticamente sola.
Dos helicópteros seguían dando vueltas, uno con el rótulo de «Prensa» y otro con el de «Policía». Un barco de fotógrafos se había retirado a cien metros de distancia, pero no más. Cuando Kris salió a cubierta, los fotógrafos se revolvieron, pero al verla vestida con un uniforme gris de Policía no le prestaron más atención. Le gustaba que la ignorasen.
Junto a ellos había amarrada una barcaza. Era algo más larga que la lancha, mucho más ancha y cuadrada, y contaba con una pequeña camareta alta en su popa que rompía sus líneas planas. Solo el óxido deslucía el negro terso de su pintura. Ideal como barco fúnebre. Como si de un delfín varado se tratase, el velero yacía de costado, con la quilla orientada hacia Kris. El mástil, desprovisto ahora de velamen, colgaba por un lado.
—Hemos encontrado en la quilla una bolsa de aire en forma de cuña —informó Klaggath—. Eso explicaría que el barco volcase de repente.
—Nara se maneja demasiado bien como para perder el control sin motivo. —Kris asintió.
—La bolsa era biodegradable. Si hubiésemos tardado una hora más en encontrarla, se habría deshecho en el lago.
—Y si hubieran ido en busca de Nara —dijo Kris, dejando vagar la mirada por las olas picadas por el viento—, ¿quién se habría molestado en revisar el barco?
—Exacto.
Kris vio un transporte subacuático de dos plazas apoyado en un lado de la camareta alta; al otro lado había una lona en la que se apreciaban dos bultos.
—¿Esos son mis amigos? —preguntó señalando con la cabeza.
—Podrá identificarlos mañana a partir de las fotos, si quiere —le sugirió el policía.
—Mejor ahora. —Kris miró a su alrededor y vio el helicóptero y el barco de la prensa—. A menos que prefiera que no me vean haciéndolo.
Klaggath siguió su mirada.
—Creo que podemos arreglarlo.
Examinaron el barco durante unos minutos más, hasta que el barco de prensa dejó de dar vueltas y se situó al otro lado de la lancha. Después se desplazaron poco a poco hasta la popa para rodear las dos figuras. Jack, Penny y Tom se colocaron entre Kris y el helicóptero mientras Klaggath se inclinaba para retirar la lona y descubrir un cadáver.
El hombre yacía muerto, el rostro retorcido en una mueca de sorpresa. ¿La muerte lo había encontrado o tal vez Kris se la había presentado? No tenía respuesta.
—Lo apuñalé en la espalda.
—Con bastante pericia —señaló Klaggath—. Pocos acertarían a clavar un puñal en pleno riñón.
—El sargento nos enseñó que clavar un puñal en el riñón es la forma más rápida de matar a una persona. Supongo que tenía razón. Lamento haber perdido tu puñal.
—Tengo de sobra —dijo Jack.
El rostro de la mujer permanecía petrificado en un gesto de rabia.
—Un dardo le destrozó la columna —indicó Klaggath—. No pudo sino hundirse.
—Estaba obligando a Nara a morder el reciclador. No sé si la chica estaba demasiado ocupada resistiéndose como para aceptarlo o qué.
—De modo que fue un secuestro —dijo el inspector, que cubrió el cuerpo y se levantó.
—Eso me pareció entonces y me lo sigue pareciendo ahora. Quizá dejasen algo en tierra. ¿Han registrado sus casas?
—Hemos cotejado sus huellas dactilares y los escáneres de retina con la central. No están en nuestra base de datos. Y no, no es que en Turántica no haya matones que no aceptarían este tipo de encargo. Hay unos cuantos, pero al parecer se encuentran fuera del planeta.
—Y ahora no puede hacer una búsqueda en los archivos de los criminales que están fuera del planeta, ¿verdad? —dejó caer Jack con gesto grave.
—Tenemos una copia de las bases de datos de todos los demás, con no más de un mes de desactualización, pero estos dos —Klaggath le dio un puntapié débil a uno de los cadáveres— no figuran ahí.
Kris asintió. No era algo inaudito que la gente desapareciese de los registros. Los agentes políticos, algunos criminales, quizá incluso el abuelo Al, llegaban a pagar para que su identidad oficial fuese retirada de los registros centrales de Bastión. La gente tenía derecho a velar por su privacidad. Con todo, el dinero solo servía para desaparecer de las bases de datos más recientes.
—¿Y las copias de seguridad?
Klaggath se rió entre dientes.
—Esperaba que tardase más. Pero, en fin, es una maldita Longknife. Hice comprobar las copias de seguridad. No hay nada en los dos últimos años.
—¿Hasta dónde ha consultado? —preguntó Penny.
—Dos años —respondieron Klaggath y Nelly al unísono.
—Solo dos años. —Tom frunció el ceño.
—La ley se aprobó hace dos años —comentó Klaggath, que miró al pecho de Kris, de donde había surgido la voz de Nelly.
—Pero los medios rígidos pueden durar cien años, y algunos aseguran que incluso mil —señaló Penny—. Lo único que hay que hacer es almacenarlos.
—Y poder recuperarlos —dijo el policía con sequedad—. Demasiados medios antiguos disgregados por ahí para no poder encontrar nada. Al menos ese fue el argumento cuando aprobaron la ley —dijo Klaggath, que seguía mirando a Kris—. Alteza, ¿cabe alguna posibilidad de que el ordenador que lleva al cuello disponga de copias de seguridad almacenadas fuera del planeta?
Era la primera vez que Klaggath se dirigía a Kris como miembro de la realeza. ¿Estaría tan solo pidiendo un favor o pretendía algo más?
—Nelly, responde a la pregunta del buen inspector.
—Lo siento, pero mis recursos no son ilimitados y Kris me tiene ocupada en tareas distintas a las de los registros de criminales —dijo Nelly con un tono compungido muy impropio de un ordenador.
—Me lo temía, pero tenía que preguntarlo.
—De modo que tenemos dos secuestradores que no se pueden asociar a Turántica. Ahora ya solo nos quedan otros quinientos noventa y nueve planetas para elegir —comentó Kris sin perder su actitud alegre y optimista.
—Y no cabe duda de que nuestros medios y los distintos expertos se desdecirán sin ningún problema cuando decidan de dónde salieron estos dos criminales.
Muchas preguntas. Pocas respuestas. Kris meneó la cabeza. Un relámpago encendió el cielo por el oeste. Tom dio un respingo, pero los demás no se inmutaron. Kris respiró hondo y observó el agua del lago y la lluvia.
—Parece que amenaza tormenta. ¿Podemos salir del lago? ¿Será posible darle esquinazo a la prensa cuando nos marchemos?
—Veré qué se puede hacer —dijo Klaggath.
—¿Puedo ver a los Krief?
—Sígame.
Los llevó de regreso a la lancha, bajo cubierta. La familia se encontraba en el camarote de popa. Nara dormía en un sofá, con la cabeza apoyada en el regazo de su padre; la senadora estaba sentada frente a ellos. Los dos miraban a la pequeña como si fuese a evaporarse en el momento en que mirasen a otra parte. Kris tragó saliva y recordó el muro que madre y padre levantaron entre ellos dos y ella después del funeral de Eddy. Si su hermano hubiese aparecido vivo, si hubiese escapado de sus secuestradores, ¿lo habrían observado sus padres con aquel embelesamiento cada vez que respirase? Kris meneó la cabeza; ya tenía bastantes asuntos de los que ocuparse como para perderse en divagaciones. La senadora se asustó cuando Kris le puso la mano en el hombro.
—¿Podemos hablar? —le preguntó Kris. A regañadientes, la madre se unió a ella en la zona de descanso de en medio del barco.
—Gracias por salvarle la vida a mi hija —dijo mientras colocaba una silla junto a Kris—. Yo no podría haberlo hecho. Mel tampoco.
—Me alegro de haber estado allí. Pero ¿por qué? ¿Por qué secuestrar a su hija?
La senadora meneó la cabeza.
—No tengo ni idea.
—¿No le pareció extraño —preguntó Kris— que de pronto el presidente convocase a todos los asociados de su partido en el rancho, y que en el yate presidencial solo quedasen miembros de la oposición?
Kay miró fijamente a Kris por un momento y después meneó la cabeza con arrepentimiento.
—Es una Longknife. Lleva aquí una semana.
—Ni siquiera ha pasado una semana entera. —Kris suspiró.
—Mel y yo no somos los únicos miembros de la oposición que encontraron otro lugar desde el que ver la carrera. El yate iba cargado de funcionarios, aunque apenas se contaban oficiales elegidos entre ellos.
—Así que todo el mundo se está volviendo paranoico.
—Digamos que «precavidos» se utiliza como sinónimo en Turántica. Nos mostramos confiados cuando sabemos algo. Estamos aprendiendo a actuar con cautela ante lo que no conocemos.
—¿Y qué es lo que saben?
La senadora meneó la cabeza.
—Cada vez menos, puesto que la pena por espionaje, industrial o de cualquier otro tipo, pasó a ser motivo de cadena perpetua tanto para el agente como para el contratante de sus servicios. Y algunas cárceles son famosas por lo poco que dura en ellas una cadena perpetua. ¿No es así, inspector?
—En efecto, en las nuevas prisiones contractuales parece haber más violencia entre reclusos que en nuestras cárceles —convino el inspector—. Por extraño que parezca, nuestras uniones no han servido para que el Parlamento presta la menor atención a ese asunto.
—Pero cualquier indicio de mala intención por parte de sus compañeros aparece en los titulares en cuestión de segundos. —La senadora desplegó una brillante sonrisa blanca.
—En los dos últimos años, quiere decir —observó Kris.
—Dos años de lo más interesantes —dijo la senadora.
—Hace unos días conocí a una mujer. Me dijo que corrían malos tiempos para su empresa. Al parecer su jefe debía pagar un soborno si quería llevarse el contrato.
—No era un soborno —corrigió la senadora—. Eso sería ilegal. No, demasiado extremo. Más bien se trataría de proporcionar una cantidad adicional de producto con «fines experimentales» o para llevar a cabo una «estrategia promocional».
—Creo que mi abuelo Al lo llamaría soborno.
—Su abuelo no vive en Turántica. —La senadora suspiró.
—No se puede gobernar un mundo de esa manera sin que haya repercusiones. Ayer mis amigos y yo intentamos comprender cómo funcionan las cosas en su planeta. Utilizamos los sitios oficiales y analizamos los números. No nos cuadraban. No encajaban. Tienen tres definiciones de beneficio y solo una de ellas muestra crecimiento —dijo Kris, como nieta de industrial y como hija de primer ministro.
—Ah. —Kay rió entre dientes—. Nuestra bolsa no ha dejado de crecer en seis años, ¿verdad, inspector?
—Todos los años mis administradores de fondos me envían magníficos informes que reflejan un crecimiento espectacular. Y aunque resulte curioso, durante los tres últimos años no ha habido mucho dinero extra que lo demuestre.
—¿La productividad está en alza? —preguntó Kris.
—Eso dicen los informes oficiales.
—¿Adónde va el dinero?
La senadora se encogió de hombros.
—Irá a alguna parte —dijo Kris.
—Por supuesto. Pero —la senadora volvió las palmas de las manos hacia arriba— no puedo decírselo, y podrían encarcelarme por inmiscuirme demasiado.
—Nelly, ¿tienes una respuesta?
—Percibí algunas interrupciones al investigar Turántica por primera vez. Ahora podría intentar conseguir una respuesta más precisa, pero tendría que ir más allá de lo que está disponible en el dominio público.
—Ni siquiera su ordenador puede encontrar un patrón en los datos disponibles. Si va más allá de lo publicado, cometerá un delito que este Gobierno no tardará en perseguir.
—Nelly, pospón la búsqueda intensiva —dijo Kris, que no estaba dispuesta a terminar en chirona por culpa de la iniciativa que ahora mostraba su ordenador.
—A la orden.
Así y todo, Kris no estaba dispuesta a abandonar sin abordar al menos otra cuestión.
—Nelly, la flota civil de Turántica tiene orden de someterse a la adaptación a los nuevos estándares de seguridad. ¿Deberían estar ya terminadas las modificaciones que exige la ley?
—Sí, deberían haberse completado ya.
—Sin embargo en los astilleros se sigue trabajando durante todo el día. El elevador aún se utiliza para subir distintos componentes, algunos de gran tamaño.
La senadora encogió los hombros.
—Y tengo entendido, con tanta gente sin empleo en nuestro negocio extranjero, que el astillero sigue contratando gente y las plantas que lo abastecen. Interesante, ¿verdad?
—Más que interesante. ¿Tiene alguna idea sobre qué se está subiendo al astillero?
—No sé nada. Algunos de mis partidarios principales pujan por esos contratos. Todo se lo llevó un partidario conservador. Extraño.
Kris meditó unos instantes.
—¿Alguno de sus amigos ha contratado a alguien arrebatándoselo a los ganadores?
La pregunta provocó una risita.
—Habla más como mujer de negocios que como miembro de la Marina. Lo cierto es que no. Últimamente no se cambia mucho de trabajo. Y existen muchas leyes draconianas que imponen los acuerdos de confidencialidad que distintas compañías obligan a firmar a sus empleados. No creo que ningún jefe o científico pueda cambiar de empresa ahora sin violarlas.
—¿Leyes draconianas aprobadas durante los dos últimos años?
—Tres años, creo, ahora que lo dice.
—Vamos a amarrar —anunció un agente. La senadora se acercó a su marido y su hija, aún mareada. Kris les dio quince minutos de ventaja antes de que su tripulación y ella subieran a cubierta. Otros yates más grandes estaban ya amarrados en el nuevo club marítimo. En sus cubiertas se oía la música, las risas y los comentarios que la brisa intermitente robaba de las fiestas, que continuaban a pesar de la muerte y el clima.
—Creía que la carrera seguía adelante —dijo Kris.
—Así es, pero algunos, como Tommy, no se llevan tan bien como otros con el viento y la lluvia —explicó Jack, que le dio un empujoncito a Tom.
Klaggath indicó que su equipo estaba listo. Kris se preparó para esquivar a los periodistas que había apostados ante ella al pie del embarcadero.
—¿Ha sido esto un nuevo intento de acabar con su vida, princesa? —gritaron varios al mismo tiempo—. ¿Cree que Empresas Nuu retiene las vacunas a causa del odio generalizado? —dejó caer otro—. ¿No pensó que podría poner en peligro la vida de esa niña cuando salió a navegar con ella? —Esta pregunta sí le dolió, pero no se detuvo hasta que escuchó la siguiente—: ¿Invadirá Turántica Bastión? —Jack fue a adelantarse para realizar las habituales declaraciones y decir que Kris estaba cansada, trabajo rutinario, cuando ella lo detuvo colocándole el codo en el estómago.
Después de obligarse a poner una sonrisa que pareciera sincera y radiante, Kris se acercó a los periodistas.
—Lo siento. La Policía no me ha dicho qué ha sucedido en el lago. —Era cierto; ella se lo había explicado a la Policía—. Tendrán que preguntárselo a ellos. Sin embargo, les aseguro que hasta el último empleado de Empresas Nuu está moviendo cielo y tierra a fin de que el pueblo de Turántica disponga de lo necesario para vencer esta terrible epidemia. Recuerden: no puedo abandonar su hermoso planeta hasta que se levante la cuarentena. Y yo corro el mismo riesgo que cualquiera de ustedes. —Kris dejó crecer un silencio valorativo. Los periodistas asintieron con la cabeza.
Excepto uno.
—Pero ¿la Marina de Bastión, parte de la cual se gestiona con el dinero de nuestros impuestos, no está lista para invadirnos si no aceptamos integrarnos en su nueva Sociedad?
Kris se mantuvo impertérrita; Nelly buscó entre los rumores del momento, pero ese no apareció. Tal vez estaba naciendo en ese instante. Kris contestó con cautela.
—Bastión ha prosperado durante los últimos ochenta años de paz. No conozco a nadie en Bastión que desee tirar todo eso por la borda. La Marina es un sistema de defensa básico.
—Pero ¿no están llamando a todo el mundo a filas? Incluso a usted, ¡una princesa!
—Por Dios, no. Yo me alisté voluntaria, para sorpresa de mi padre y decepción de mi madre —respondió Kris, que se esforzó por mantener su voz libre de ira y su paso pausado y amigable. Imitó la sonrisa lateral de Tom—. Quizá haya confundido sus reacciones: mi madre se llevó una sorpresa y mi padre, una decepción. Aquel día se formó un gran revuelo en casa. —La aclaración provocó la risa comprensiva de los periodistas.
—Pero ¿no es cierto que Bastión atacó Turántica en 2318 y que el rey Raymond encabezó aquel asalto? —gritó su inquisidor. Todas las cabezas se giraron hacia él. Ya tenía la atención de todos.
Kris se permitió pestañear repetidamente como si estuviera sumida en sus pensamientos. Había leído casi todo lo que se había publicado acerca de sus bisabuelos, incluidos los episodios más desconocidos que acontecieron antes de que empezasen a aparecer en los libros de historia de la escuela. Se trataba de una pequeña parte de la juventud del bisabuelo Ray, pero Kris la recordaba.
—Me temo que se equivoca en la fecha —dijo—. Fue hace más de cien años. Transcurría la época aciaga previa a la Sociedad. Antes incluso de Unidad. Y en cuanto a que mi bisabuelo Ray encabezase el asalto, supongo que no hablará en serio. Por aquel entonces acababa de ser nombrado subteniente. Como alférez novata que soy, puedo asegurarle que no lideramos nada. Vamos a donde nos dicen. Y ahora me dicen que tengo que marcharme, así que les ruego que me disculpen.
Los murmullos de asentimiento amortiguaron la siguiente pregunta de aquel tábano, con lo que Kris pudo emprender la huida hacia la limusina.
Una periodista consiguió salvar la barrera de seguridad.
—Veo que lleva una sudadera del Departamento de Policía. ¿Cree que implantará una nueva moda?
—El policía que me la dio me dijo que me la había ganado —contestó Kris.
—Cuesta mucho ganarse el respeto del cuerpo.
—Entonces tendrá que preguntarles a ellos qué es lo que les pareció bien —dijo Kris mientras ocupaba su asiento y Jack cerraba la puerta.
—¿Quién era esa? —preguntó Kris cuando Klaggath ocupó su sitio. Tras dar un golpe en el techo de la limusina, esta emprendió la marcha.
—Su vieja es una poli jubilada —explicó Klaggath—. Llevó a Amy a la comisaría cuando no tenía ni una semana de vida. Estaba convencido de que entraría en el cuerpo, como su madre, pero le mordió el bicho de la tecla y eligió el mal camino. —El chiste provocó algunas risas.
—Pero escribe buenos artículos. Sabe investigar y no se conforma con la basura fácil. Además el director de su periódico tiene las agallas necesarias para publicar lo que ella propone. Supongo que su artículo de mañana será una lectura interesante.
Se desató una lluvia torrencial que obligó al conductor de la limusina a ralentizar la marcha. Kris observó por la ventanilla un paisaje rural sembrado de casas ostentosas que más tarde daba paso a unos suburbios arbolados. Sabía casi tanto como iba a averiguar… sin saltarse una sola ley. Ya en el regazo de su padre aprendió que la información era poder. Y allí había alguien que ansiaba ponerse al mando. Si ella quería hacer algo sin reaccionar ante aquel poder, necesitaba mucha más información de la que tenía. Estaba atrapada en un bucle infinito muy interesante.
Terminado el momento de introspección, Kris discutió con Penny cuando esta pidió que la dejasen a algunas manzanas de distancia de su apartamento.
—Podemos acercarla hasta allí.
—No, princesa, ha dejado de llover. Hace una tarde espléndida. Y el ejercicio me vendrá bien. Quizá no se haya percatado, pero aunque me he pasado el día siguiéndola, no he hecho otra cosa que estar sentada. Es suficiente; déjeme caminar.
Así pues, Kris no insistió más y la dejó apearse.