11
A la mañana siguiente, Abby preparó unos pantalones cortos blancos de corte holgado para Kris, así como una sudadera de color azul marino donde destacaban el sello y la corona.
—¿Un bodi con blindaje integral? —preguntó Kris.
—Hoy no —contestó Abby, que en su lugar sacó un par de pantis transparentes—. La sudadera y estas son de seda hilada.
Kris se vistió aprisa y se acopló una funda para su pistola automática en la región lumbar.
Abby meneó la cabeza.
—Jack no lo aprobará. Usted es la prioridad. Debería hacer todo lo posible por evitar riesgos.
Kris consideró varias respuestas y finalmente optó por la preferida de Harvey.
—Usted haga sus labores, que yo haré las mías.
Jack esperaba en el salón, vestido con unos pantalones y una camisa a rayas. Penny y Tom se habían puesto unos pantalones blancos y una camisa azul. Cuando Kris se encaminó hacia la puerta, Jack la rodeó con el brazo en un gesto protector y palpó sus riñones.
—No deberías llevarla —gruñó.
—Abby me advirtió que dirías eso —comentó Kris para cambiar de tema.
—Esa mujer sabe demasiado —se limitó a decir Jack.
Hoy sería Klaggath el encargado de dirigir el equipo de seguridad, una decena de hombres y mujeres vestidos para navegar. Tres coches aguardaban junto a la acera, a la salida de la estación del ascensor; uno de ellos era una limusina estirada por completo.
—¿Hoy viajamos en primera clase? —dijo Kris.
—Era eso o separarlos a los cuatro —explicó Klaggath—. Supuse que esto último no les gustaría.
—¿Cómo se presenta el día? —preguntó Jack. Klaggath los puso al corriente de la agenda del embajador Middenmite. Kris empezaría por el yate presidencial, después pasaría a distintos yates de empresa a lo largo del día antes de terminar a bordo de La Soberbia de Turántica, un yate de tamaño crucero propiedad de Cal Sandfire.
—Será una broma —protestaron al unísono en el asiento de atrás.
—No, es lo que nos ha dado la embajada —dijo Klaggath.
—Kris, no podemos terminar en su nave. Me niego —dijo con la voz entrecortada.
—Será un día largo —dijo Kris en tono calmado y con una sonrisa pícara atravesada en su rostro—. ¿Quién sabe cómo transcurrirá? Podrían surgir muchos contratiempos.
—Cierto —reconoció Penny con sagacidad.
—Pero manténgannos informados —pidió Klaggath, que pulsó algo en el salpicadero de la limusina para desplegar un mapa entre los asientos delantero y trasero—. La regata se celebrará en Lago Largo. Los yates zarparán desde el nuevo embarcadero del club marítimo, aquí.
—¿Dónde está el circuito?
—Aquí, en el lago —dijo al tiempo que aparecía un trazado en medio de la zona azul—. La flota festiva estará anclada a la derecha, que hoy queda a sotavento.
—¿Y los barcos participantes? —preguntó Kris—. ¿De dónde partirán?
—La antigua dársena de las embarcaciones está donde se encuentran la mayor parte de los barcos de vela más pequeños —comentó Klaggath—. Los grandes marineros de la clase ilimitada también están en el club marítimo.
—Entonces, si quisiera desearle buena suerte durante la carrera a la hija de la senadora Krief…
—Yo le diría al conductor que nos llevase a la dársena de embarcaciones pequeña. Daré aviso en el yate presidencial de que quizá tengan que zarpar sin usted si desean entrar en la primera carrera —dijo Klaggath, sonriendo—. Hemos alquilado un barco para trasladarla de una nave a otra. Haré que nos recoja en la dársena de embarcaciones pequeña.
—Maldita sea. —Kris sonrió—. Ya vamos con retraso.
La dársena de embarcaciones pequeña era un bosque de mástiles; el conductor los llevó hasta la entrada del embarcadero H, una modesta construcción de madera a lo largo de la cual decenas de barcos blancos de un solo mástil se mecían a merced de la brisa. Kris vio a la senadora Krief y a su marido junto a un barco y recorrió el embarcadero en su dirección. No la vieron acercarse, puesto que la pareja estaba absorta en su conversación con una chica morena, colocada ya al timón.
—Bien —exclamó el padre—, ¿qué vas a hacer, Nara?
—¡Voy a ganar la carrera! —gritó la muchacha.
—Pero debes llevar a otra persona en el barco —dijo la senadora, que al mirar a su alrededor se percató de la llegada de Kris—. Oh, hola, alteza. Es así como hay que dirigirse a una princesa, ¿me equivoco? Su alteza y una reverencia.
—Hoy soy Kris —dijo ella—, además no creo que haya nadie en Turántica que sepa cómo hacer una reverencia.
—Yo sí —intervino la joven navegante. La chica, vestida con un pantalón corto de color canela y una camiseta azul de tirantes, dio un brinco para a continuación ejecutar una con bastante elegancia sobre el barco que se mecía.
—Ten cuidado —le avisó su padre—. Te vas a caer por la borda.
—Hace años que no me caigo por la borda, padre —le recordó la muchacha, que regresó a su puesto frente al timón—. Y ganaré la carrera si encontramos a alguien que sustituya a Ann.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Kris.
—Nara compite en estas carreras junto con Ann Earlic —explicó Mel—. Su padre también es senador, del partido conservador, pero eso no significa nada para Nara ni para Ann.
—Sí que significa. Su padre es un aburrido —replicó la chica desde el barco ondeante.
—¿Y tus padres no? —le preguntó su padre.
—Por lo menos esta semana no —le aseguró su hija.
—¿Cuándo cambió eso? —La senadora suspiró.
—En cualquier caso —prosiguió su marido—, el presidente había organizado una barbacoa en su rancho para hoy, de modo que todo su partido estará allí y se perderá la regata.
—Creía que el presidente estaría en el yate presidencial —dijo Kris.
—Hasta el jueves lo estaba. Anoche cambió todo —contestó la senadora Krief con los hombros encogidos—. El presidente Iedinka no es amigo de las multitudes, al menos de las que cree que no le votarán. A decir verdad, me extrañaba que viniese. Es solo que no esperaba que su invitación al rancho fuese tanto para los hijos como para los padres.
—Entonces ¿la vicepresidenta estará en el yate? —preguntó Jack.
—No, se marea enseguida —dijo Mel, interrumpiendo la discusión que tenía con su hija—. No sale nunca. Incluso odia viajar por la judía. Le gusta mantenerse en tierra firme.
Kris miró a Jack.
—Entonces no habrá nadie del Gobierno en el yate presidencial —le dijo.
—No me gusta —añadió Tom, que se mordió el labio por haber dicho algo tan innecesario.
Detrás de Kris, la familia volvió a enfrascarse en la crisis de la mañana.
—¿No ves por aquí a alguien que pueda navegar contigo? —le preguntó la madre a la hija.
—Sí, madre, a mucha gente, pero van a bordo de los otros barcos participantes. ¿Por qué no me hablaste ayer de tus cosas de políticos?
—Porque lo he sabido hace una hora, cuando te llamó Ann. No es que el presidente vaya a invitarme a su rancho.
—Bueno, tengo que buscar a alguien.
—Supongo que yo podría acompañarte —sugirió la madre, vacilante.
—Cariño, tú no sabes nada —le recordó Mel.
—Madre, ni siquiera te agrada la idea de subir al barco. Quien haga de segundo tendrá que colgarse de la borda. No me serías de ayuda.
—Podría ir yo —se apresuró a decir el padre.
—Padre, nada más asomarte por la borda echarías hasta el primer desayuno de la semana pasada —le previno la hija con la vehemencia de un lobo de mar.
Kris miró fijamente a Jack y después al resto del grupo. Nadie dijo nada para que se olvidaran de aquel barco que de pronto parecía ingobernable. Miró a la senadora.
—Creía que se trataba de una competición para jóvenes. No sabía que ustedes podían navegar con su hija.
—Es cuestión de valores familiares —explicó Mel—. Turántica permite que los padres naveguen con sus hijos, siempre que estos controlen el timón y las velas. Es mucho trabajo, pero, eh, ¿cómo vamos a imponer una regla que aparte a los padres de sus hijos?
Kris se alegró de que en Bastión los valores familiares nunca se hubieran llevado tan lejos. Había veces en que un joven necesitaba poner distancia.
—Entonces ¿solo los padres pueden acompañar a los muchachos?
—Los padres o quienes ellos elijan —dijo la senadora—. Tuvimos que ser comprensivos con los padres que tuvieran una discapacidad o algún otro problema y que aun así deseasen asegurarse de que sus hijos no…
—No se diviertan —intervino la hija—. Y si no subo a alguien al barco en este preciso instante, hoy no podré divertirme ni un poquito. Papá, supongo que tendré que conformarme contigo.
Kris se permitió desplegar una amplia sonrisa.
—Para mí sería un placer navegar un rato por el lago en un barco empujado por el viento.
—¿Usted sabe navegar? —exclamó, emocionada, la muchacha.
—Nara, en Bastión la princesa fue la campeona juvenil de carreras orbitales de esquifes. —Su padre suspiró.
—Los barcos acuáticos son distintos —dijo la senadora para prevenir a Kris.
—Ya competía en barcos de vela antes de ver un esquife por primera vez —dijo Kris.
—¿Quiere venir? —Nara se había colocado casi pegando a ella—. Mamá, papá, dejadla. —La joven miró los barcos que estaban abandonando el embarcadero e izando velas en dirección al circuito—. Decid que sí. Cuanto antes, mejor.
—¿No le importa? —preguntó Mel.
—En absoluto. Me gusta que el viento me acaricie el pelo.
—¿A su equipo de seguridad le parecerá bien? —dijo la senadora.
—Sí, siempre que lleve puesto un chaleco salvavidas —respondió Jack mientras le ponía uno a Kris—. Nos mantendremos cerca en un barco de seguimiento.
—Será suficiente —dijo Kris, abrochándose el chaleco.
Jack se llevó la mano a un compartimento de su pantalón y sacó un largo puñal de bolsillo.
—Harvey me dijo que una vez te enredaste con los cabos al ir a darle la vuelta a tu barco.
—¡De eso hace muchos años!
—Bien, dale uso si lo necesitas —le dijo el agente poniéndole el arma en la mano. Kris lo miró con gesto bobalicón, pero se guardó el puñal y saltó a bordo. Mel soltó las amarras. Kris izó el foque y Nara, con un movimiento preciso, orientó la nave hacia la hilera de embarcaciones que iban saliendo. Minutos más tarde, Nara estaba lista para desplegar la vela mayor. Kris se encargó de tirar, fijar la vela y por último amarrar los acolladores con pericia.
—Desde luego sabe moverse en un barco. Temía que se las estuviera dando de princesa, ya sabe, en plan «yo sé hacer de todo».
—Algo que aprendí pronto cuando me hacía la princesa —dijo Kris— es que hay que pedir ayuda cuando la necesitas y dar gracias por que haya gente que sabe hacer muchas cosas que una ignora.
—Bueno, me alegro de que sepa navegar. A mamá y papá les gustaría, pero se llevan con el agua igual que yo con las clases de baile.
—No se les da bien, ¿verdad?
—Se les da de pena —le aseguró Nara, que se tapó la nariz con la mano derecha.
—No será para tanto.
—Usted no ha navegado con papá. No se me quitó la peste en una semana. Bueno, estas son las reglas. Una vez que empiece la carrera, solo yo tocaré el timón o manejaré las velas. El cabo de la vela mayor es cosa mía. Si el foque se atasca, usted puede soltarlo, pero si hace algo más, quedo descalificada. ¿De acuerdo?
—Ningún problema. No te haré perder la carrera —le aseguró Kris.
—Solo la necesito para que haga de contrapeso cuando el viento nos lleve. Sabe cómo se hace eso, ¿verdad?
—¿Tienes cabos para que pueda asomarme bien por la borda?
—¡Sí que sabe hacerlo!
—Lo he hecho bastantes veces durante mis carreras.
—Vaya, qué pasada, pero no, en realidad estos barcos son demasiado pequeños. Ni la quilla ni el timón dan para unas maniobras tan extremas.
—Entonces me inclinaré todo lo hacia fuera que pueda.
Klaggath trajo una lancha de seguimiento de diez metros antes de que saliesen de la dársena de embarcaciones pequeña en dirección a lago abierto. Jack iba de pie al frente, a modo de mascarón de proa con gesto grave. La senadora y su marido estaban en la cubierta de popa con Penny y Tom, que parecía competir con Mel para comprobar quién echaba antes los hígados por la borda. A Nara le pareció gracioso que su padre tuviera un competidor en esa disciplina.
Una decena de veleros Estrella-2 competirían en la categoría juvenil. Varios contaban con adultos como tripulación de apoyo; Kris vio al menos tres personas de su tamaño. Todas estaban bien separadas de la verga, ahora que los barcos se encontraban en lago abierto y maniobraban para ocupar la posición de salida. Los demás barcos eran fáciles de distinguir; sus tripulaciones de dos miembros se movían por toda la embarcación, alternándose en el timón cada vez que cambiaban de rumbo.
—¿Podrás encargarte tú de todo? —le preguntó Kris a Nara—. Con viento fuerte ese timón podría agotar incluso a un hombre corpulento.
—Me las apañaré —dijo la chica, que escudriñó el cielo con pericia de marinero—. Tenemos buen viento, pero no demasiado fresco. No habrá problema.
Kris se recordó a sí misma que era una invitada en el barco de aquella muchacha y se obligó a no hacerle más preguntas sobre su capacidad. Aquí solo soy peso muerto. Haré mi parte. Con suerte, el hecho de encontrarse a bordo de aquel barco podría evitar que estuviera muerta en algún otro lugar. ¿Se habría cansado Sandfire de ella lo bastante para matar a una teniente entrometida de la Marina? ¿Estaría dispuesto a matar a todo el que viajase a bordo del yate presidencial solo para llegar hasta Kris?
—No eres tan importante —murmuró Kris para sí.
—¿Cómo dice? —dijo Nara—. Se está levantando viento y no puedo oírla a menos que grite.
—Nada, pensaba en voz alta.
—Yo pienso mucho cuando salgo a navegar. El viento se lleva todas las pelusas que tengo en la cabeza —dijo la doceañera.
—Yo también. —La joven la miró entusiasmada, emocionada por tener algo en común con una mujer adulta—. Pero si quieres ganar esta carrera, será mejor que te concentres en lo que tienes delante de ti.
—Usted observe.
Llegaron a las boyas de la salida. Con un kilómetro de separación, el yate presidencial se encontraba anclado a un lado y el poste de la carrera al otro. Si los conservadores estaban en el rancho, ¿la mayoría de ocupantes del yate pertenecerían al partido liberal? ¿Se arriesgaría Sandfire a ser tan obvio? Nelly, ¿sigues conectada a la red?
Vía satélite, pero esta célula está muy ocupada. Podría llevar un tiempo acceder. ¿Necesitamos algo?
Kris consideró la idea de decirle a Nelly que comprobase quiénes estaban en el rancho y quiénes en el yate para después cotejar la composición de los partidos. No, Nelly. Kris se encontraba en el barco de una niña, no en el yate presidencial, y el resto pertenecía a la política interna de Turántica. En principio el asesinato no se contemplaba como opción política ni allí ni en ningún otro planeta.
Entonces, ¿quién mató a Winford?
El pistoletazo de salida hizo que Kris se olvidara de la pregunta. Nara había conseguido acercar su barco a la cabeza cuando llegaron a la línea. Giró el timón para adaptarse al viento y ganar velocidad. Kris se inclinó sobre la regala para compensar la presión del viento. La vela mayor le impedía ver tanto la flota festiva como a Jack en el barco de seguimiento. En fin, ella tenía que hacer su trabajo y él, el suyo.
Nara mantuvo el barco a favor del viento, después viró y desplegó el foque y la vela mayor para recoger la siguiente ráfaga. Los demás competidores hicieron lo mismo y eligieron cada uno un rumbo con espacio de sobra para maniobrar, a excepción de dos barcos que mantenían un duelo para hacerse con una zona determinada del lago. Cambiaban de dirección una y otra vez, empeñados en robarse el viento el uno al otro.
—¿Deberíamos hacer eso? —gritó Kris.
—Son Sandy y Sam. Acaban de romper. Siempre están peleándose por el viento, pero hoy va a ser mal día. Apuesto a que no terminan la carrera. —Kris prefirió no apostar.
Nara fue la segunda en rodear el primer poste, transcurrida una sexta parte de la carrera. Optó por un rumbo rápido de barlovento y dejó que el primer barco desplegara el trapo y tomase rumbo de sotavento. Los demás barcos siguieron a uno de los primeros. Sandy y Sam rodearon tarde el poste y uno de ellos chocó contra el otro. Kris se colgó por la borda todo lo que se atrevió a asomarse; aun así, miró para comprobar si habían levantado algún banderín de penalización. No vio ninguno. O bien los jueces decidieron recortarle un poco de cuerda al barco que golpeó el poste después de que se produjera el golpe o bien había demasiados espectadores que disfrutaban de la regata como si fuera un deporte de contacto como para que la cancelaran.
Bueno, los del sector exterior acostumbrarnos a inventarnos nuestras propias reglas sobre la marcha. Kris sonrió.
El viento había cobrado fuerza hasta ganar unos veinticinco nudos de velocidad cuando superaron el segundo poste, que se encontraba en medio del circuito. En Bastión habrían distribuido los postes a fin de favorecer el barlovento en un sentido y el sotavento en el otro. Quizá lo hicieran así con los adultos. En categoría juvenil, los postes estaban donde estaban, y los barcos de los partidos permanecían en los amarraderos.
Nara se colocó en cabeza al comenzar el tercer tramo. Esta vez decidió desplegar el trapo y tomar la ruta más tranquila. Aquel rumbo las acercó a los yates antes de que Nara girara el timón, recogiera escotas y tomase un rumbo rápido hacia el poste. Podía oírse a la gente conversando y chismorreando en las embarcaciones de recreo. No parecía haber muchas personas interesadas en la carrera. Con todo, Jack estaba allí mismo, con la lancha justo al otro lado de la línea de visión, siguiendo el barco de Kris adelante y atrás por el circuito.
Kris lo saludó con la mano.
El agente de seguridad no le devolvió el gesto. Penny y la senadora Krief sí. El marido de esta y Tom parecían demasiado débiles como para levantar la cabeza. Pobre Tom. De nuevo Kris lo estaba sometiendo a un martirio. En fin, al menos ahora no corría peligro de muerte. Por otro lado, Kris había oído decir que quienes se mareaban en el mar o en el espacio lamentaban no poder disfrutar del alivio de la muerte.
El rival más cercano a Nara, un barco blanco de velamen azul y rojo, decidió cambiar de rumbo cada poco a fin de situarse también en una pista rápida al acercarse al poste. Nara escoró su pequeña embarcación, haciéndola enfrentarse al viento. Kris empezó a buscar el modo de dejarse colgar un poco más. Quizá si encontrase una cuerda y la pasara alrededor del mástil.
—No te molestes —exclamó Nara como si le hubiera leído la mente—. El timón de estos barcos no es lo bastante amplio para entregarse más al viento. Ni la quilla. Uno de los dos tendrá que ceder. Y no voy a ser yo.
Lo apropiado sería que lo hiciera el otro barco. Estaba detrás. Aun así, el muchacho que lo timoneaba no parecía más dispuesto a ceder que Nara.
—¡Apártate de mi camino! —gritó el segundo de a bordo para que lo oyeran pese a la masa de agua que los separaba.
—¡Apártate tú del mío! —contestó Nara.
—No pienso apartarme por una princesa.
Kris pestañeó. Nadie tenía por qué saber que se encontraba allí. ¿Por qué aquel crío sí lo sabía?
—Billy, que tú te creas una especie de príncipe, no significa que vaya a permitir que me golpees —protestó Nara, que no pensaba apartarse un ápice—. Mi madre es senadora, igual que la tuya.
Ah, así que era una pelea de niños. Kris recordó cómo se sentía al competir en la categoría juvenil. El fútbol le enseñó a lanzar pullas contra el contrario.
El viento aprovechó ese instante para desviarse un poco más hacia el este. De pronto los dos barcos se vieron demasiado cerrados al viento y tuvieron que retirarse, con sus velas mayores orzando ruidosamente a medida que aliviaban la presión. Ni Nara ni Billy lograron alcanzar el poste por aquel rumbo. Tendrían que pasar la boya y tomar un rumbo nuevo por sotavento. El barco que girase primero correría el riesgo de que el otro se colocase detrás, de que cogiese su viento y le robase velocidad.
Kris esperó a que Nara diese la orden.
La niña mantuvo un ojo en el poste y el otro en el viento. En cuanto tuvo ocasión, giró el timón con un movimiento enérgico. Kris gateó más hacia atrás. Nara mantuvo la vela mayor apartada de estribor, de manera que Kris llevó el foque hacia babor y a continuación se colocó en el centro del barco, mirando hacia popa.
—¿Qué está haciendo Billy? —dijo Nara sin apartar los ojos del poste.
—Se está dando la vuelta.
Nara se arriesgó a mirar hacia atrás.
—Me lo imaginaba. Le gusta perseguir a las chicas. El truco consiste en dejar que te coja justo donde tú quieres. —La chica sonrió.
—Yo tardé mucho en aprender esa lección —dijo Kris.
—La culpa es de mi madre. No tiene un pelo de tonta pero se lo hace cuando quiere. ¿Cómo va?
—Ha dispuesto el velamen igual que tú. Lo tenemos justo detrás.
—Treinta segundos hasta la boya —susurró Nara, que viró un tanto hacia estribor—. Esté atenta para darle la vuelta al foque.
Kris se preparó sin hacer nada obvio. Nara quería sorprender a Billy; Kris no deseaba estropearle la sorpresa. El viento perdió fuerza cuando la muchacha giró con fuerza el timón diez grados a babor y volteó la vela mayor. Kris le dio la vuelta al foque mientras Nara se alejaba de la sombra del barco que las seguía. A sus espaldas oyeron algunos improperios de rabia mientras Billy cambiaba de rumbo y volteaba las velas. Billy y su amigo no lograron maniobrar con la misma pericia que ellas dos.
Nara rodeó el poste y empezó a tomar un rumbo rápido antes de que Billy tuviera otra oportunidad de robarles el viento. Había transcurrido la mitad de la carrera y Nara seguía en cabeza.
Pero el drama que protagonizaron Nara y Billy al rodear el tercer poste no fue nada comparado con el espectáculo que dieron Sandy y Sam. Cuando terminaron, uno de los barcos estaba desarbolado y el otro permanecía inmóvil junto a él. Kris tenía cierta experiencia como marinera, pero necesitaría ver la repetición de la carrera para comprender cómo habían acabado así.
—Ahora que sabemos a qué juega Billy, no volveremos a cometer el mismo error —gritó Nara. Durante el nuevo tramo cambiarían continuamente de rumbo mientras los unos intentaban desviar a los otros hacia el exterior. A Kris le alegraba que tanto Nara como Billy compitieran con barcos de la clase Estrella-2. De ir en embarcaciones más voluminosas, sería preciso cambiar de rumbo soltando y enrollando cuerdas, con lo que los tripulantes se agotarían dando vueltas al cabrestante.
Ya resultaba complicado incluso en un barco pequeño. Kris saltó desde un lado del barco hasta el otro, esquivando el botalón principal y llevando el foque.
—Apuesto a que te alegras de que tus padres no estén aquí.
—Apuesto a que Ann también se alegra de no estar aquí. Odia cuando hago esto. Dice que los liberales somos demasiado competitivos.
—Le gusta perder.
—No hay nada que odie más. Solo que lo que más odia es que los mejores días en el lago sean los peores por tener que trabajar muchogollón.
Solo soy diez años mayor que Nara. No pienso pedirle que me lo traduzca, juró Kris para sí a la vez que esquivaba el botalón de nuevo y cambiaba de lado. Con rumbo cerrado, el barco se apoyó en el viento. Kris asomó por la borda su metro y ochenta centímetros todo lo que se atrevió y miró hacia delante para ver cuánto faltaba para llegar al poste.
Una ola rompiente atrajo su atención. El viento soplaba en una dirección y las olas rompían en otra. Aquella ola rompió extrañamente en ambas. El cielo era de un azul tan brillante que casi dolía mirarlo y coloreaba el agua con su propio azul traslúcido y cristalino. Sin embargo, más adelante, una sombra parecía sostenerse bajo el agua.
—Nara, cuidado. Creo que más adelante hay un tronco sumergido —gritó Kris señalando el lugar con la mano.
La chica estaba comprobando las velas. Miró hacia delante por un momento y se levantó un tanto de su asiento para ver mejor el agua. No realizó ningún cambio de rumbo.
La zona oscura había desaparecido. Kris se encogió de hombros; tal vez no fuese nada.
Un instante después la quilla se alzó. Las velas orzaron, pero sin recibir presión por babor o estribor, sino hacia arriba. La embarcación siguió avanzando majestuosa, a pesar de realizar el movimiento menos elegante que podía describir un velero: tenderse de lado.
Kris dejó de asomarse por la borda de estribor y gateó hacia el lado derecho de la embarcación. Esta permaneció así, con la quilla meciéndose en el agua a la izquierda de Kris y las velas sacudiéndose al aire a su derecha. Nara cayó al agua. En un segundo salió a la superficie, riéndose y diciendo cosas por las que tendrían que limpiarle la boca con lejía aunque la senadora fuese liberal.
Kris se rió también y le dijo que tuviera cuidado.
En ese momento una mano de aspecto sombrío se posó sobre el hombro de Nara y otra aflojó el broche rápido de su chaleco salvavidas. Un segundo después el chaleco quedó flotando en la superficie, y donde antes estaba la chica ahora solo se veían burbujas.
Kris gritó dos veces el nombre de Nara mientras intentaba comprender qué estaba ocurriendo. Se habían llevado a la niña.
Alguien pretendía secuestrar a Nara delante de las narices de Kris.
A Eddie lo secuestraron cuando ella salió a comprar helado. Aquella niña de diez años le falló a su hermano de seis.
Ni yo tengo diez ni Nara tiene seis, pensó con una frialdad letal.
Se desabrochó el chaleco casi a la vez que se quitaba la sudadera. Hundió la mano izquierda en el bolsillo en busca del puñal de Jack a la vez que llenaba los pulmones de aire. Extrajo el puñal, dio dos pasos rápidos, sujetó el arma entre los dientes y se zambulló en el frío agua que lamía el costado del barco.
Nelly, ¿captas algún sonido?
Sonidos agudos, también burbujas, abajo y a tu derecha.
Kris nadó, luchando contra la fuerza ascensional de su cuerpo, obligándose a avanzar pese al miedo y al dolor de sus pulmones, impulsándose en busca de la niña que la necesitaba.
La sombra salió a su encuentro cuando ella se le acercó; un buceador vestido con un traje isotérmico. El hombre se dio la vuelta. Cuando Kris quiso alcanzarlo, él se esforzó por volver por donde había venido.
En las clases de lucha cuerpo a cuerpo, el viejo sargento les decía a los cadetes de la Escuela de Aspirantes a Oficiales que la forma más eficaz de matar con un cuchillo es introduciéndolo en la base del cráneo o hundiéndolo en los riñones. «Pero a muchas personas les cuesta clavarle un puñal a alguien sin presentarse primero. La mayoría prefiere rebanarle el pescuezo a su oponente. Háganlo y lo conocerán más de lo que les gustaría.»
Para Kris un secuestrador no era una persona. Se sacó el cuchillo de la boca. Estiró la mano hacia el reciclador de aire que el hombre llevaba a su espalda, lo agarró y se impulsó para hundirle la hoja en la espalda, justo en el riñón derecho. Una enorme burbuja de aire brotó de la boca del buceador. Un instante después su cuerpo quedó flotando a merced del agua, retorcido por el dolor.
Kris volvió a llevarse el arma a la boca e ignoró el leve sabor a hierro que ahora tenía. Con la mano derecha aflojó el broche rápido de las pesas del buceador; con la izquierda le retiró la máscara y el reciclador conectado a esta. Quizá el hombre todavía pudiese ver algo mientras su cuerpo ascendía hacia la superficie.
Kris no tenía tiempo para ocuparse de él. Quien le interesaba era su víctima.
Con el reciclador en la cara y una bendita bocanada de aire en los pulmones, Kris se colocó las pesas alrededor de la cintura e intentó expulsar parte del agua que había entrado en la máscara.
Nelly, oriéntame.
Abajo y a la derecha.
Kris empezó a nadar, pese a tener aún la máscara medio llena de agua. Vio que las burbujas que el forcejeo había levantado bailaban por debajo de ella. Una segunda raptora intentaba obligar a Nara a colocarse un reciclador. La chica se resistía con todas sus fuerzas. Quizá no supiera para qué querían ponerle aquellos aparatos. Quizá no estuviera dispuesta a aceptar nada de lo que le ofrecieran sus captores. En cualquier caso, a la joven se le acababa el tiempo.
En ese instante la buceadora vio a Kris. Rodeó a Nara, que seguía forcejeando, con un brazo, y tomó un arpón con la otra mano. Kris lo reconoció; no había criatura abisal en todos los planetas habitados por el hombre capaz de sobrevivir a la descarga eléctrica que liberaba.
Kris levantó el brazo para sacar su pistola automática y rezó por que aquel lanzadardos de aire comprimido funcionase bajo el agua. La alzó a la vez que la nadadora orientaba su arpón contra Kris. La captora podría haber apretado el gatillo antes que Kris pero Nara eligió aquel instante para morder con fuerza el brazo con el que la retenía. El astil salió despedido en una dirección aleatoria.
Kris realizó tres disparos. Los dardos alcanzaron su objetivo y abrieron pequeños agujeros en la parte delantera del traje de la secuestradora. El agua se volvió un poco más oscura cuando la sangre empezó a brotar por los orificios de salida de su espalda. Con gesto de consternación, la captora se retorcía en vano mientras comenzaba una larga caída hacia el fondo.
Kris se quitó el cinturón de lastre y salió disparada a por Nara. La niña, ahora libre, empezó a sacudir las piernas desesperadamente, guiada por la luz de la superficie. Cuando Kris la alcanzó… se llevó un manotazo en la mejilla como recompensa. Hasta ahora la muchacha se había portado como un auténtico soldado, pero el dolor que le quemaba los pulmones no debía de permitirle pensar en otra cosa que no fuese tomar una bocanada de aire. Kris se sacó el reciclador de la boca y se lo puso a Nara en el rostro. La chica lo ignoró, obsesionada por alcanzar la luz y el precioso oxígeno que esta le prometía, aunque el aire se le escurriera entre los labios.
Kris insertó con fuerza la boquilla entre los labios de Nara. La niña se giró hacia Kris, dispuesta a asestarle otra bofetada. Entonces sus miradas se encontraron. La joven estaba aterrorizada y hambrienta de aire. Kris la miró mientras tomaba una bocanada detrás de otra hasta que, entre espasmos, pareció desplomarse entre los brazos acogedores de Kris. Esta la sostuvo y, aunque también necesitaba tomar más aire, no estaba dispuesta a retirar el reciclador de la boca de la niña. Después, esta se lo ofreció y lo compartieron mientras siguieron sacudiendo las piernas hasta llegar a la superficie.
El velero se mecía a diez metros de ellas. Los demás barcos seguían compitiendo por ver quién sería el campeón juvenil del planeta. Dos mujeres que acababan de descubrir que vivirían para contarlo se mantenían a flote mientras boqueaban para tragar aire. La lancha, con Jack en la proa como un dios iracundo, avanzaba hacia ellas a toda velocidad.
Kris hizo señales con la mano, lo que atrajo la atención de Jack, la de otros cinco o seis barcos y la de dos helicópteros, uno de los cuales llevaba un rótulo de «Salvamento» y otro de «Prensa». Kris se preparó para salir en los medios, comprobó qué aspecto tenía y dio las gracias por que Abby hubiese insistido en que se pusiera sostén.
La lancha fue la primera en llegar. Klaggath tenía todas las bases cubiertas; un buceador equipado con un traje isotérmico azul y amarillo se lanzó por la borda para ayudar a Nara y Kris a alcanzar la escalerilla sólida que apareció en el costado de la embarcación. El helicóptero de prensa y otro barco que traía un numeroso equipo de cámaras se situaron al lado cuando Kris comenzó a subir.
—Tenga cuidado —le dijo el buceador.
—Hay un cadáver con un traje isotérmico negro flotando por aquí. ¿Tiene el equipo necesario para recogerlo? —preguntó Kris.
—No —contestó el rescatador sin pestañear—. Llamaré a Salvamento 5 y solicitaré que el equipo del helicóptero lo busque.
—También hay una buceadora, puede que esté en el fondo —le dijo Kris cuando el rescatador fue a hablar por su micrófono.
—¿Otro intento de asesinato? —dijo Jack mientras cubría a Kris con una manta cuando llegó a lo alto de la escalerilla.
—No lo creo —supuso Kris, que prefirió no levantar la voz por encima de los clics que hacían las cámaras de los fotógrafos emplazados en un barco que no estaría ni a diez metros de distancia. Los Krief rodearon a su hija, en parte abrazándola y en parte secándola, derramando lágrimas de alegría con las que podrían formar un nuevo lago—. ¿Podemos bajar?
—Por aquí —dijo Klaggath, que los guió por una escalerilla hasta llegar a un camarote de proa. Segundos más tarde se les unieron Penny y Tom.
—¿Qué ha pasado? —exigió saber Jack.
—¿Quiere tomar algo? —le ofreció Penny, que sostenía una botella de coñac.
—No ha aprendido tanto de mí como se pensaba —dijo Kris antes de aceptar el chocolate caliente que le ofreció Tommy.
—¡Kris! ¿Qué ha pasado? —bufó Jack con los dientes apretados.
—Cuando volcamos, un buceador agarró a Nara y se la llevó al fondo —explicó Kris, que no dejaba de sostener la taza para calentarse las manos—. Había también una buceadora, pero creo que no contaban con que en el barco viajase una segunda persona, al menos no una que odiase a los secuestradores tanto como yo —comentó señalando a Penny con la cabeza.
—Oh, Dios mío —jadeó la oficial de Inteligencia—. ¡Han intentado secuestrar a esa chica delante de usted!
—Casi me dan lástima. —Kris suspiró y tomó un sorbo de chocolate. Quemaba. A su alrededor, todos esperaban; Jack y Klaggath con paciencia profesional, Penny y Tom intranquilos. Kris prosiguió—. El hombre estará flotando por ahí. Le quité las pesas. A la mujer le metí tres balazos. ¿Sabes, Jack?, esas pistolas de aire comprimido funcionan de maravilla bajo el agua —comentó mientras extraía el arma de su cinturón.
Klaggath la tomó de entre sus dedos fríos, la desamartilló y la aseguró.
—Lo siento —dijo Kris—. He estado un poco ocupada.
—Es comprensible —admitió el inspector, que habló para su unidad.
—Y comprueben la quilla del barco. Se volteó como si hubiera algo debajo. Un aparato de flotación o algo así.
—Lo estamos revisando.
—Por lo demás, hacía un día estupendo para darse un baño —comentó Kris—. Tom, ¿queda más chocolate caliente? Está delicioso.
Su amigo le rellenó la taza. Ella bostezó.
—Señor, estoy agotada.
—Lógico —dijo Klaggath—. Se ha dado una buena paliza.
Kris meneó la cabeza.
—Acabé molida cuando rescatamos a la chica que secuestraron en Armonía. Menuda se montó. Terminé hecha polvo aquel día en Olimpia, pero había librado dos combates. Aun así, no pude dormir. No dejo de revivirlo todo. —Bostezó de nuevo.
—Siempre es distinto —comentó Klaggath, que trajo una manta seca y condujo a Kris hasta una cama colocada a lo largo del casco del barco—. Lo malo es cuando se hace a menudo y se convierte en rutina. Entonces es cuando aparecen los problemas.
Kris se sentó en la cama. Cambió la taza y la manta mojada por la nueva y se tendió.
—Solo descansaré unos minutos, hasta que comprueben cómo están las cosas —dijo.
—Estoy seguro de que podremos controlar la situación durante ese rato —dijo Klaggath, que hizo salir a los demás del camarote. Jack quiso quedarse atrás, pero el inspector le puso el codo en las costillas cuando apagó la luz con la otra mano.
—Debería quitarme la ropa mojada —dijo Kris con la cabeza hundida en la almohada. Pudo comprobar que su corazón se iba tranquilizando, preparándose para el sueño. Reparó en que se sentía como si no hubiera ocurrido nada extraordinario. No debería sentirme así.