Capítulo 10

10

El descenso transcurrió en silencio, salvo por los pocos comentarios que intercambiaron los miembros del equipo de seguridad. En el pasillo que llevaba a su suite, el inspector Klaggath estableció la guardia exterior: dos agentes en el elevador, dos más en el coche deslizante y otros dos en su puerta. Cuando el inspector desplegó a su equipo, Kris se detuvo para darle las gracias en persona. Antes de que Klaggath se reuniera con sus hombres, ella lo invitó a pasar.

Ya en el interior de la suite, Kris no hizo nada mientras Abby la reconocía con el detector. Jack hizo lo mismo con Klaggath, quien no se sorprendió en absoluto y enseguida demostró que sabía cómo realizar una búsqueda de micros y manejar los aparatos con que se hacían. De nuevo, Penny y Tommy se concedieron el honor el uno a la otra. Terminado el primer examen, se cambiaron en el sentido horario y, finalizado el segundo reconocimiento, volvieron a empezar.

—Saben lo que se hacen —observó Klaggath.

—Por el número de micros que hemos encontrado —dijo Jack—, parece que es necesario.

—Han roto mi antiguo récord —convino el poli de Turántica.

Al término de la tercera búsqueda, Kris se retiró con Abby para cambiarse.

Nelly, ¿cuál es la situación de los micros móviles?

Hay tres desconocidos operativos en la suite.

Avisa a los demás.

Temo dirigirme a ellos, incluso por escrito. Dos de los micros están transmitiendo con un ancho de banda tan amplio que sería posible verlos.

Kris suspiró.

—¿Tan mal? —preguntó Abby mientras le aflojaba el vestido.

Kris se obligó a permanecer en el escenario unos minutos más.

—No peor que en casa. Aunque tampoco mejor, y ese señor Sandfire es tan asquerosamente sensacional. Tan asquerosamente sensacional.

Mientras Abby colgaba el vestido, Kris aprovechó para lavarse la cara con agua fría. Había encabezado una misión de lanzamiento y participado en un combate con una desventaja numérica de cinco a uno. ¿Qué tenía de malo ser un objetivo? ¿Que es acumulativo, jovencita? O quizá que es más fácil cuando puedes devolver el disparo, se respondió a sí misma.

Abby le preparó un cómodo chándal azul que por casualidad llevaba el sello de Bastión, sobre el cual ahora había una corona.

—¿Le parece adecuado? —le preguntó a su asistente.

—Jovencita, es princesa las veinticuatro horas de los siete días de la semana.

—Ya me he dado cuenta.

Nelly, ¿cuál es la situación?

—He capturado otros dos nanos móviles —informó el ordenador en voz alta—. El otro era demasiado problemático. Lo quemé.

Interesantes decisiones y selección de términos para tratarse de un ordenador.

—Nelly, más adelante tenemos que hablar sobre cómo has progresado desde tu última actualización.

—De acuerdo, pero no sé qué podría contarte. —Abby enarcó una ceja. No cabía duda de que Kris y Nelly tenían que hablar.

—Jack, Tommy, Penny, Abby, inspector Klaggath, atención. Necesitamos hablar sobre lo que ha sucedido esta noche.

—Esta noche he decidido que me marcharé andando a casa. ¿Quién viene conmigo? —propuso Tommy con una de sus sonrisas ladeadas. Entró en el salón vestido con una camiseta y unos pantalones azules de lana.

—¿Hasta qué punto estamos seguros? —preguntó Penny, que había cambiado su uniforme por unos pantalones deportivos cortos de Kris y una camiseta de tirantes. No llevaba sostén, puesto que Kris podía apreciar sus pezones. Y también los hombres—. «Las mujeres bien dotadas deberían usar siempre un corsé apropiado», solía recomendar madre, aunque nunca se lo dijo a ella.

—Nelly dice que estamos a salvo —contestó Kris—. Inspector Klaggath, ¿qué ocurrió con la tan cacareada seguridad central?

—Por favor, llámeme Bill —dijo Klaggath, vestido aún de gala. Se levantó con las manos recogidas frente al cuerpo en lo que Kris consideraba la posición de descanso de la Policía.

Jack se levantó y se colocó a su lado, también vestido aún de traje.

—Muy bien, Bill. ¿Qué ha ocurrido?

—Al parecer se produjo un pico en el suministro eléctrico del salón de baile, muy superior a lo esperado. Inutilizó gran parte de los equipos.

—¿Y los sistemas de seguridad no estaban asociados a los respaldos de emergencia?

—Sí, lo estaban, probados y certificados por completo. —El semblante del agente se agravó—. Por desgracia, en esta primera prueba real los respaldos fallaron.

—¿Son imaginaciones mías o esta estación nueva no parece todo lo avanzada que debería?

—Eso es indiscutible, señora. El caso es que no tenemos ningún vídeo del intento de asesinato y no podemos seguir a la asesina durante su vuelo.

—¿La asesina?

Bill le dijo algo a su unidad de muñeca y al instante siguiente se desplegó una pantalla pequeña sobre la refrescante catarata de montaña que fluía por la pared. Kris se acercó para ver mejor a una mujer vestida con uniforme de servicio, camisa blanca y jersey negro; con su pelo largo cubría el lado del rostro que daba a la cámara. En la mano sostenía una bandeja de bebidas que no terminaba de esconder una pistola automática.

—¿Por eso no me alcanzó? ¿La bandeja desvió el disparo?

—No, señora, ese arma puede fijar su objetivo visualmente de forma automática. La mujer pudo ver hacia dónde apuntaba y dio donde quería.

Kris miró a Tom. De nuevo, las pecas de su amigo brillaban al rojo vivo sobre su piel palidísima, pero se encogió de hombros.

—Me alegra haber sido de ayuda, pero, Jack, mi buen amigo, ¿sabe dónde podría comprar ropa interior de la mejor superseda de araña?

—Ya he enviado de compras a una de mis agentes. La entrega debería realizarse por la mañana. —Klaggath miró a Kris—. Le he dicho que haga la compra para todos ustedes. Los polis siempre van equipados con este material. Creía que la gente de la Marina también.

—Aún no se fabrica ropa íntima de superseda de araña capaz de detener rayos láser de diez centímetros de diámetro —contestó Kris con sequedad.

—Los cañones láser son el menor de sus problemas, señora.

—Cierto —dijo Kris.

—¿Podemos detenernos un momento? —dijo Jack—. Si no iban a por la princesa, sino a por su escolta, ¿qué conclusión podemos sacar?

—Tommy, ¿hay alguna chica en este puerto a la que le hayas dado calabazas? —dijo Kris intentando relajar el ambiente.

Tommy se dejó caer sobre su silla de siempre y Penny se acomodó en el reposabrazos de la misma. Kris hizo un gesto con la mano para indicarles a los demás que tomasen asiento. Klaggath parecía preferir seguir de pie, pero Jack tiró de su codo.

—Cuando convoca una de sus reuniones de personal, es mejor sentarse antes de que lo que diga lo tire a uno para atrás.

Kris ensartó a Jack con una mirada furiosa, pero Tom estaba contestando a la pregunta que le había hecho.

—Al parecer las calabazas se las he dado a mis secuestradores. ¿Crees que podrían estar buscándome?

—Parece que a Sandfire le gusta utilizar chicas guapas como brazo ejecutor —observó Penny.

—Una de las chicas que escoltaban a Sandfire pareció reconocer a Tom —comentó Kris con una amplia sonrisa mordaz—. ¿Alguna de esas niñas monas fue novia tuya?

—Me vendaron los ojos y me llenaron el cuerpo de droga. Y, créeme, ninguna me trató con tanta dulzura como a ese hijo de puta —replicó Tom—. Si me quedo a solas con alguna de ellas, será para partirle los brazos.

—Yo no contaría con eso —intervino Jack con tono calmado—. Si obviamos el hecho de que iban desnudas, lo cierto es que tenían cuerpos muy bien musculados. Yo no enfrentaría a mi improvisado equipo de seguridad contra esa banda. No si pudiera evitarlo.

—Vi que una de ellas llevaba un arma —dijo Penny.

—En ese caso, en adelante tendremos en cuenta que las ninfas de Sandfire van armadas y son muy peligrosas —concluyó Kris.

—Parece que saben muchas cosas acerca del señor Sandfire —observó Klaggath.

—Tenemos motivos para pensar —explicó Jack, que se inclinó hacia el inspector en el sofá que compartían— que el señor Sandfire no tiene en buena estima a la princesa real. Más tarde puedo ponerlo al día de la relación que ambos guardan. —Bill enarcó las dos cejas pero no dijo nada.

Penny se había apartado del reposabrazos y caminaba en círculos.

—Kris lo dejó todo en Bastión y viajó aquí en tiempo récord cuando secuestraron a Tom. Anoche se encargó ella misma de encabezar el equipo de rescate. Esta noche Tom aparece entre su escolta. Apuesto a que Sandfire cree que Kris y Tom son pareja.

Tom meneaba la cabeza tan rápido que parecía que se le fuese a desencajar de un momento a otro.

Kris intentó reprimir un suspiro.

—Por supuesto, sé por los informes que me ha pasado Tom que no estamos juntos, aunque Sandfire desconoce ese dato.

Ahora le tocaba a Kris lancear a Tom con los ojos.

—No le he dicho nada —chilló Tom.

—Pero es el modo en que no me has dicho nada. —Penny sonrió.

—Basta —dijo Kris levantando una mano—. ¿Qué nos dice todo esto?

—Que Sandfire quiere hacerle daño —dedujo Abby—. Pero es tan rastrero que prefiere no hacérselo a usted directamente, sino a través de otros. —Todos asintieron—. Y no quiere que usted salga a pasearse por sus dominios.

—Después de lo de esta noche, ¿quién no preferiría esconderse debajo de la cama? —convino Tommy.

Kris suspiró.

—Mensaje recibido.

—Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Jack.

Kris dedicó un minuto a meditar la respuesta. No tenía por costumbre plegarse a lo que le decían que hiciera. Padre aprendió pronto a explicar siempre por qué quería algo. Como buen político, era muy persuasivo. Madre. En fin, madre era madre. Cierto, desde que se alistó en la Marina, Kris había intentado dominar el arte de la subordinación, pero Sandfire no pertenecía a su cadena de mando. Y no cabía duda de que merecía un castigo. Pero ella aún no sabía hasta qué punto debía ser cruel.

—Lo haremos público —dijo Kris con una sonrisa inocente. Miró a Penny para darle una orden, pero en el último momento recordó que esa función no le correspondía a ella—. Penny, ¿le importaría ser mi secretaria de asuntos sociales mientras dure mi estancia aquí?

—Ten cuidado, Penny —la avisó Tom—. Cuando un Longknife empieza a pedir algo con cortesía, siempre muere alguien antes de que termine.

—Tommy, estás muy equivocado —dijo Penny con un énfasis que no hacía sino confirmar la acusación—. No obstante, si tengo acceso a su agenda, siempre sabré dónde está. Así ya no será necesario ir detrás de ella. Por lo tanto, princesa Kristine, atenderé su petición y añadiré la gestión de su vida social al resto de mis deberes. ¿Cuál es su plan?

—Necesito tiempo para pensar —dijo Kris—. Señor Klaggath, ¿en qué parte de Turántica yacen enterrados los esqueletos y quién se encarga de darles sepultura?

Klaggath se frotó el mentón y meneó la cabeza.

—Yo soy policía, señora. Mi trabajo consiste en encontrar a quien haya sido asesinado recientemente y arrestar al culpable. No encontrará en mí una buena fuente de chismorreos. —Hizo una pausa y esbozó media sonrisa—. Parece conocer más trapos sucios del señor Sandfire de los que a mí me incumben. Tal vez sea yo quien deba hacerle preguntas a usted.

Kris se puso de pie y caminó con parsimonia alrededor del salón; le frotó brevemente la espalda a Tommy, le dio una palmada en el hombro a Abby y por último posó las manos en el respaldo del sofá, detrás de Jack.

—Dígale al embajador que será un placer para mí asistir a la regata. Hágale saber que cataré todos los vinos, degustaré todos los quesos y cortaré todas las cintas que me pida. —Guardó silencio por un momento—. Dígale que estoy dispuesta a visitar a los enfermos de Bremen. —Jack quiso levantarse, pero Kris lo tomó por los hombros y lo obligó a permanecer sentado—. Con traje espacial completo.

—Va a tener una agenda muy apretada —dijo Abby.

—Con armadura personal completa —continuó Kris—, y la próxima vez devuelvo el disparo.

Kris se despertó pronto a la mañana siguiente, descansada y aliviada por no recordar lo que había soñado. La sensación de relax le duró lo suficiente para acordarse de que había dejado a Nelly en el tocador. Necesitaba con urgencia pasar un rato a solas con su ordenador… pero no hoy.

Después de una ducha rápida, Kris encontró un traje preparado para ella. Confeccionado al estilo conservador en azul marino, entraba en la categoría de vestuario habitual que madre tachaba de «adecuado para una mujer que domina las ciencias pero que ignora las cosas más importantes». Sin embargo, madre nunca había especificado cuáles eran para ella «las cosas más importantes».

—¿Es a prueba de balas? —preguntó Kris mientras se vestía.

—La combinación sí —respondió Abby al entrar en la habitación con una boina azul claro en la mano—. Y esto también —dijo al tiempo que le lanzaba la protección de cabeza a Kris como si fuera un disco volador—. También incorpora una buena antena para Nelly.

—Está llena de sorpresas —observó Kris a la vez que se ponía la falda.

—Igual que la vida. El truco está en llevar guardadas en el bolsillo más sorpresas que ases esconde la vida bajo la manga.

—O que conejos esconde usted en sus baúles.

—O que lo que sea.

Penny se asomó a la puerta.

—Para no tener nada que hacer, ha madrugado y no parece vestida para gandulear. ¿Qué ocurre?

—Para empezar, una visita a Farmacéutica Nuu. Quiero que el señor Winford me diga a la cara que no fue él quien robó las vacunas.

—¿Debería pedir un taxi? Quizá Kartum quiera llevarnos.

Kris asintió y acto seguido meneó la cabeza.

—La gente muere cuando se acerca demasiado a mí. Que Klaggath me pida un coche, no muy llamativo. Que conduzca un poli y que todo el mundo lleve un buen blindaje.

—Estoy en ello.

El descenso por la estructura que, que se había llegado a conocer como la judía mágica, transcurrió sin contratiempos. Cuando Kris salió de la terminal vio que la esperaba un coche último modelo de color verde y todo lo anodino que se podía desear. Solo el murmullo de su motor y el chasis rebajado por su peso descomunal permitían hacerse una idea de lo especial que era. Penny mantuvo la puerta abierta, pero Kris se detuvo antes de montar.

En el otro extremo del aparcamiento, los obreros iban y venían de una segunda terminal, más nueva. A un lado unos camiones enormes aguardaban de espalda a un inmenso muelle de carga.

—¿Qué es eso?

—Eso —explicó Penny— es la terminal de superficie desde la que se envían suministros al muelle espacial. Carga sus propios coches, tanto de trabajadores como de material. Cuenta con un sistema de seguridad cien por cien independiente. El mejor de cincuenta planetas.

Kris miró hacia atrás, a la terminal de la que acababa de salir.

—¿No hay ningún tipo de intercambio?

—El del aire que pase por los dos sitios.

—Es como un titán —dijo Kris, que en ese momento se acordó de los diminutos micros móviles que tanto le costaba a Nelly mantener fuera de su habitación—. De todos modos, quizá él sepa lo que deja fuera —dijo antes de ocupar su asiento.

Tom compartía el asiento de atrás con Penny y con ella. Jack viajaba delante, junto al conductor.

—¿Destacamento mínimo? —preguntó Tom cuando iniciaron la marcha.

Momentos después se les unió un coche por delante y otro por detrás.

—Destacamento completo —corrigió Jack—. Bien, princesa, ¿adónde?

—Farmacéutica Nuu —dijo Kris.

El conductor repitió la dirección, quizá para avisar a los vehículos que los rodeaban, y tecleó la dirección, pero mantuvo las manos en el volante.

—También tendrá que pasar por la embajada, señora.

—No me importa ir, pero ¿por qué?

—Klaggath dijo que tal vez desee que le sellen el pasaporte o que le faciliten uno y se lo sellen si no lo tiene.

—¿Un pasaporte?

—Sí, señora. Se lo están empezando a pedir a todos los extranjeros que llegan a Turántica. Antes solo se lo exigíamos a los visitantes de la Tierra y a sus siete secuaces, pero desde hace un par de semanas parece ser que todo el que no lleve encima sus papeles en regla puede ser deportado.

—Llegué aquí hace dos días y nadie me ha pedido ningún papel —dijo Kris con sorna.

—Supongo que por ser un miembro de la realeza. El inspector sugiere que tal vez no debería seguir contando con que le den ese tratamiento.

—Estoy de acuerdo —dijo Jack—. Solo que ahora no pueden deportar a nadie. Quizá la dejasen encerrada en un calabozo.

Antes a Kris no le habría importado pasar un par de días en chirona a modo de relajantes vacaciones para descansar de sus obligaciones sociales. Ahora que de alguna manera estaba utilizando su posición social como arma bélica, quizá sería buena idea no cerrarse puertas.

—Dejaremos la embajada para después. Quiero estar allí cuando Winford abra la puerta.

El edificio de Farmacéutica Nuu era un almacén bajo situado en un polígono industrial emplazado a cierta distancia de Katyville, lo cual bastaba para que se hallase en un entorno completamente distinto. Las paredes de hormigón habían sido pintadas hacía poco en color canela. La valla coronada por alambre de espino que delimitaba el terreno del edificio se encontraba en buen estado, de tal modo que los segmentos nuevos destellaban de una manera que contrastaba con el alambre antiguo. Frente a la entrada de la oficina había un pequeño terreno alfombrado de césped. La bandera de Nuu ondeaba con pereza al son de la brisa ligera que arrastraba el leve tufo del río y la contaminación. Cinco hombres y mujeres ataviados con ropa de trabajo y una mujer vestida con traje de oficina aguardaban en la puerta.

—Nelly, ¿a qué hora abre este sitio?

—Hace doce minutos.

—Veamos por qué sigue cerrado. —Kris y su equipo se apearon del coche. Otra decena de personas, sin duda policías pese a que vestían de paisano, se desplegaron por el aparcamiento para sorpresa de los empleados que esperaban en la puerta.

—No hemos hecho nada. No sabemos nada. —aseguraron los trabajadores.

—¿Qué quieren? —protestó la mujer mejor vestida cuando se acercó a los policías por la acera—. Ya rellenamos ayer sus informes.

Kris salió a su paso para que no llegase hasta los agentes.

—Lo sé, señora. Solo quiero hablar con el señor Winford. —La mujer escudriñó a Kris por un momento sin reconocerla—. Soy Kris Longknife, accionista de Empresas Nuu.

—Sí, la vi esta mañana. Los informativos dicen que anoche dispararon contra usted.

—Fallaron.

—¿Y quiere saber qué ha sido de nuestro suministro de vacunas?

—Sí, señora…

—Señora Zacharias.

—Señora Zacharias, ¿por qué está todo el mundo esperando fuera?

—El señor Winford se toma la seguridad muy en serio, señora Longknife. ¿O prefiere que la llame princesa o algo así?

—Kris está bien. Entonces ¿no va a abrir la oficina?

—No, señora. El señor Winford utiliza una cerradura antigua que no se puede manipular ni hackear. Cree que es la mejor manera de hacer las cosas en la actualidad.

—¿Dónde está el señor Winford?

—No lo sé, señora. Nunca se retrasa. —Los trabajadores asintieron en señal de apoyo a su afirmación.

Kris se dio media vuelta, exasperada por aquel jaque a su agenda, y entonces vio que el conductor se acercaba a ella con un lector en la mano.

—Señorita Longknife, ¿está esperando a un tal señor Winford?

—Sí.

—Es posible que la espera se alargue un poco. —Le tendió el lector. El dispositivo mostraba el rostro del hombre que vio la noche anterior. El señor Winford parecía algo más descansado, aunque bastante muerto.

—¿Qué ha pasado?

—Encontraron el cadáver esta mañana, cerca de un camino para practicar jogging. Al parecer llevaba muerto menos de una hora.

—¿Causa de la muerte? —preguntó Jack.

—Me temo que no puedo decírselo.

A veces las personas oficiosas llegaban a tocar demasiado las narices.

—¿Se está llevando como si fuera por causa natural? —preguntó Kris.

El conductor miró a otro agente que se acercaba a él y que Kris supuso que encabezaría aquella unidad.

—No, señora. No lo estamos tratando como si fuera por causa natural —dijo el hombre que acababa de llegar—. Soy el inspector Marta y lo estamos llevando como homicidio.

Jack miró a Kris.

—Por favor, sube al coche.

—Jack, he venido para averiguar qué ha ocurrido aquí. No pienso marcharme antes de terminar.

—Bien, pero hazme un favor y siéntate en el coche hasta que me cerciore de que la zona es segura.

Kris complació a Jack. Intentó no estallar de rabia dentro del vehículo mientras el agente de seguridad y los policías peinaban la zona como un enjambre de abejas enfurecidas. Sin embargo, no tardó en olvidarse del asunto cuando Penny se acercó a ella e hizo montarse en el coche a una señora Zacharias deshecha en lágrimas. En el asiento de atrás había pañuelos; Kris le ofreció la caja a la mujer.

—Gracias —dijo antes de sonarse la nariz—. No sé qué es lo que piensa del señor Winford, pero era un buen hombre para el que trabajar. Era una persona honrada, de las que ya no abundan en el negocio.

Kris le dio la razón. La mujer utilizó algunos pañuelos más; a continuación abrió su bolso y empezó a hurgar en él.

—Me dijo que lo usara si alguna vez había una emergencia. No se me ocurre ninguna emergencia mayor que esta. —Kris volvió a darle la razón y se preguntó cuánto faltaría para que Jack anunciase que la zona estaba despejada.

La señora Zacharias sacó una llave de su bolso.

—¿A sus policías les parecerá bien si dejo entrar a los empleados para que puedan trabajar? No creo que Empresas Nuu apruebe que nos tomemos el día libre.

—¡Esa es la llave de la oficina!

—Por supuesto. Si el señor Winford cayese enfermo o algo, no estaría bien que se detuviese la actividad de toda la empresa, ¿no le parece?

—No, desde luego que no —dijo Kris, que abrió la puerta y agitó la llave para avisar a Jack. Cinco minutos más tarde los empleados se encontraban en sus puestos y Kris se hallaba sentada junto a la señora Zacharias mientras esta comprobaba sus mensajes e iniciaba las tareas de la jornada—. Las ventas han caído a lo largo de los últimos años —observó mientras revisaba el anticuado monitor de la señora Zacharias.

—La competencia es dura. «Feroz», como decía el señor Winford. Y puesto que la política de la compañía no toleraba el soborno ni ninguna otra práctica similar, para él era muy complicado conservar sus antiguos clientes. E imposible conseguir otros nuevos.

—¿Soborno? —repitió Kris.

—Bueno, no exactamente —explicó la oficinista sin dejar de trabajar en sus pedidos—. Más bien, honorarios de consultoría. O control de calidad. Una empresa estaba empeñada en que enviásemos el diez por ciento de nuestro pedido a un laboratorio para someterlo a «pruebas de destrucción». No pretendían realizar ninguna prueba. Era un soborno con todas las letras. El señor Winford lo consultó con la empresa y le dijeron que de ninguna manera. —La mujer meneó la cabeza y posó la vista más allá de la ventana—. Las cosas no funcionaban así cuando yo empecé a trabajar. En Turántica los negocios eran todo lo legales que cabía esperar. Pero los últimos cinco años han sido malos, y las cosas siguen empeorando.

La señora Zacharias se giró para mirar a Kris.

—¿Sabe? Hace cinco años el señor Winford me dijo que sacase de Turántica la cuenta de mi plan de pensiones. Decía que se avecinaba un desastre. No lo creí. Por suerte, solo tardé dos años en darme cuenta de que tenía razón. Todos nosotros —dijo a la vez que hacía un gesto con la mano para referirse a la totalidad de la plantilla— trasladamos nuestras cuentas a Bastión. Estamos mejor que muchos. Mejor que sus policías. Pregúnteles qué fue del sistema de pensiones de los servicios de incendio y protección.

—Lo haré —dijo Kris. La pasada noche, Klaggath se salió por la tangente cuando ella le preguntó sobre Turántica. Tal vez esa noche recibiese una respuesta más concreta. Cuando terminó con el ordenador, la señora Zacharias llevó a Kris a ver dónde deberían estar almacenadas las vacunas.

—Pasillo ocho, fila A, bien alejado de todo, pero aun así fresco —le dijo a Kris. La remota sección era fresca y estaba a oscuras y… vacía.

Kris cruzó la cinta de la «escena del crimen» y se detuvo en el área vacía. Giró sobre sí misma poco a poco en busca de alguna señal que se les hubiera pasado por alto durante la investigación del día anterior.

El inspector Marta apareció cuando Kris se disponía a marcharse con las manos vacías.

—Según los informes, ayer no se descubrió nada inusual —comentó.

—Y hoy tampoco. ¿Alguna huella dactilar?

—En las cajas de cartón no se quedan las huellas.

—¿Algún agujero de seguridad?

—Hace tres semanas se produjo un fallo grave en el sistema de seguridad. La investigación apunta a que excavaron un agujero debajo de la valla de atrás. Aunque eso no explica cómo abrieron la puerta. O por qué nadie se dio cuenta de que faltaban las cajas. Es extraño.

—Y ahora no está el señor Winford para hacerle más preguntas.

—No —convino Marta.

Kris miró a la señora Zacharias.

—Cuando estaba en Olimpia, había todo tipo de gripes. Todos los meses aparecía una variedad nueva. Los sanitarios elaboraban vacunas nuevas en una semana a partir de materias primas. ¿Disponemos de las materias primas necesarias para elaborar una vacuna contra el ébola anaerobio?

—El señor Winford me pidió que lo comprobase ayer —comentó su asistente—. Llamé a nuestros tres mejores laboratorios farmacéuticos. Hay una vacuna, pero es todavía más costosa que la primera. Ese es el motivo por el que las almacenamos. Y no, no disponemos de las materias primas necesarias en este planeta. Nadie las tiene. —La mujer encogió los hombros—. Teníamos el problema cubierto. No era rentable cubrirlo dos veces.

—Al menos la epidemia no se está extendiendo —recordó Marta a modo de plegaria.

—Pero hasta que podamos vacunar a la población, no será posible salir del planeta. —Kris regresó al coche. Su encuentro con el representante del bisabuelo en la zona no había sido todo lo diplomático que le habría gustado. Aun así, ahora conocía mejor aquel planeta que la retenía como a una mosca atrapada en una cárcel de ámbar. La charla con la señora Zacharias le había aportado mucha información. Mucha.

La embajada le pareció mucho menos interesante. Esperó más de una hora mientras su equipo y ella eran sometidos a una toma de huellas dactilares, un escáner de retina y una comprobación de su supuesta identidad. Ni la tarjeta de identidad de Kris ni las credenciales de Jack le sirvieron para ahorrarse las molestias. Una vez confirmados los datos, los pasaportes se expidieron al instante: el de Kris en un reluciente rojo real y los de Jack y Tom en un azul oficial.

—Muy bien, ¿con quién debe consultar una teniente de la Marina para saber que no está metida en más líos de los necesarios?

La pregunta invitó a Kris a adentrarse en la ratonera de cubículos de paredes cenicientas que parecía ser el lugar donde se realizaba el trabajo de verdad. Un hombre entrado en carnes y vestido con uniforme de mayor estaba terminándose una rosquilla cuando Penny hizo pasar a Kris.

—Princesa —dijo el oficial, que quiso levantarse, sacudirse las migas de la pechera y abotonarse la chaqueta, todo al mismo tiempo. Kris dejó que la adulase mientras ella ocupaba la única silla que había para los visitantes, tras lo cual le expuso el problema de haberse tomado una semana de permiso cuando no parecía que su estancia en Turántica fuese a terminar pronto.

—¿Sabe que las comunicaciones se han caído? —dijo el mayor. Kris reconoció que estaba al tanto de ese problema. El oficial le aseguró que informaría de que ella se había personado y que le enviaría una carta a su comandante en cuanto las comunicaciones se restablecieran—. Deberían reactivarse en pocas horas. El embajador nos aseguró en la reunión de personal de esta mañana que el Ministerio de Comunicaciones prometió que lo solucionarían dentro de poco. —Kris asintió, le dio las gracias por su buen trabajo y se marchó. Penny la esperaba justo a la salida del cubículo.

—El coche, por favor, si logra salir de aquí.

—Estamos en ello —le aseguró Penny.

—Ese no es su verdadero jefe —dijo Kris cuando se hubieron alejado por el pasillo.

—Es lo que pone en mis órdenes. —Penny ni siquiera se molestó en ocultar una sonrisa.

—Ya no hay dioses en el cielo ni en el espacio que puedan salvar Bastión.

—Es curioso, yo pensé lo mismo cuando lo conocí. Pero sabe relacionarse con los empresarios que nos proporcionan suministros y materiales. Y se maneja en el mundo de las contrataciones como pez en el agua.

—Me alegro de que encontrase este lugar. Quizá algún día yo encuentre el mío.

—Ojalá todos vivamos para verlo.

Cuando Kris estaba a punto de llegar al coche, el embajador la alcanzó en el vestíbulo.

—He sabido que estaba en la embajada —dijo—. Lamento no haber estado aquí cuando llegó. Salí a desayunar con unos empresarios de la región y después tuve que asistir a la reunión matutina de personal. Entiendo que irá a la regata. Sé de unas cuantas embarcaciones recreativas que darían lo que fuera por que se uniera a ellos.

A Penny le llamaron la atención las palabras escogidas por el embajador, pero tal vez este no estuviera al tanto de las prácticas con fuego real que tuvieron lugar la noche anterior en el baile, puesto que ya se había marchado al evento de recaudación de fondos. Kris mantuvo la sonrisa y le sugirió al embajador que aceptase las mejores ofertas que le hicieran para ella y que preparase un barco para moverse entre la flota festiva mientras se celebraban las carreras. El embajador se quedó asombrado ante aquella maravillosa idea, la cual a padre le habría parecido tan básica que ni se habría molestado en mencionarla.

Kris se refugió en el coche y antes de las doce ya estaba de regreso en la judía mágica.

—Hemos terminado mucho antes de lo que esperaba —comentó con la mirada puesta en la bulliciosa estación del otro extremo del aparcamiento, frente al puerto habitual. Un camión de enormes dimensiones avanzaba marcha atrás hacia los muelles de carga—. ¿Qué es eso? —le preguntó a Penny.

Penny observó con detenimiento, introdujo la mano en su bolso y extrajo unos prismáticos.

—Es un camión de Transportes Tong y Tong —dijo con aire meditabundo—. Los utilizamos para trasladar las mercancías más grandes y difíciles de manejar, tales como reactores, generadores o los inmensos condensadores eléctricos que se instalan en los buques de guerra nuevos.

—¿Tiene capacidad para transportar un reactor?

—Me encargué del conjunto que pedimos para la Wilson y Geronamo —explicó Penny—. Creo que más o menos eran de ese tamaño.

—Si los envíos se han cancelado, supongo que no lo llevarán al astillero para realizar un transbordo, pero creía que usted dijo que Turántica no estaba construyendo buques de guerra.

—Es lo que constaba en el último informe de Inteligencia. Tal vez sea necesario poner ese informe al día.

—¿Se está construyendo algún buque principal? —preguntó Kris. Penny meneó la cabeza.

—No se está construyendo ninguna nave —intervino Nelly—. Acabo de realizar la comprobación. El astillero está completo, debido a las revisiones y mejoras en los sistemas de seguridad solicitadas por el Gobierno de Turántica.

—¿Alguna de esas mejoras en los sistemas de seguridad requería de un aumento considerable de la potencia? —preguntó Kris. De nuevo, Penny negó con la cabeza.

—No —contestó el ordenador.

—Nelly, ¿puedes acceder a la vista de los prismáticos de Penny?

—Sí, la he capturado y he realizado una comparación con todos los envíos de los almacenes navales desde Turántica hacia Bastión a lo largo de los últimos cinco años. Equivale al contenedor de envíos de uno de los generadores eléctricos utilizados en los buques de guerra de clase Presidente. Puede producir cien gigavatios de electricidad.

Penny silbó.

—No hay muchas naves que necesiten tanta potencia.

—Ninguna que no sea un buque de guerra —convino Kris—. Nelly, Penny, Tom, ya he decidido cómo vamos a pasar nuestra tarde libre. Es hora de tener una jornada de estudio. ¿Qué hace girar este planeta? ¿Quién paga qué y cómo? ¿Qué películas ponen en los cines y qué despierta más interés? Es hora de que sepa a qué me enfrento, ya que parece que mi estancia se va a prolongar un poco.

—Si sobrevivimos hasta entonces —añadió Tom.

El trayecto en transbordador siguió adelante, todos ellos sumidos en sus pensamientos.