Capítulo 8

8

Los sueños asfixiantes desvelaron a Kris. Primero tenía que ir recogiendo las estrellas del cielo una por una y guardándolas en el cesto del color correspondiente. Después estaba en la residencia del primer ministro, corriendo por los pasillos, intentando abrir la puerta adecuada o buscando la palabra correcta para agradar a su padre. Y madre estaba…

Se despertó. Estaba tendida sobre unas mantas manchadas con los restos del maquillaje que llevaba la noche anterior. Intentó estirarse, pero su armadura no se diseñó pensando en ese tipo de movimientos. Se palpó la nuca; Nelly seguía conectada.

Nelly, ¿has seguido trabajando en la piedra de la tía Tru?

Sí, Kris. Creo que he resuelto la incógnita de la energía. Estoy lista para iniciar una búsqueda en profundidad de la actividad que pueda tener lugar en el chip.

Kris se frotó los ojos e intentó volver a enterrar las emociones que sus sueños habían hecho aflorar.

Creo que yo puedo percibir algo.

Eso no es posible. He triplicado la memoria intermedia. No he dejado pasar nada. No hay nada que dejar pasar.

Kris no estaba tan segura de eso.

Nelly, es posible que este permiso no sea todo lo apacible que cabía esperar. Además, Tru está demasiado lejos como para llevarte a que te compruebe. Este no es un buen momento para hacer algo que podría estropearte.

Lo comprendo, Kris, dijo Nelly.

Aclarada esa cuestión, Kris llamó a Abby y pidió que prepararan el desayuno.

—Ay, duele —gimió. Kris nunca había tenido mucho vello. Cuando la asistente terminase de quitarle aquella especie de bodi blindado, no le quedaría ni un solo pelo.

—Debería haber hecho esto anoche —murmuró Abby.

—Tommy necesitaba más sus servicios.

—Debía de estar muy atareada para olvidarme de lo que sucede cuando se lleva esta protección durante demasiado tiempo. Y para dejarla dormir sin desmaquillarse. Solo las putas lo hacen.

—Anoche yo era una puta, ¿recuerda?

—Jovencita, debería aprender a salir del personaje con más presteza.

—¿Como usted? —le espetó Kris.

—No sé a qué se refiere —dijo Abby tirando del blindaje con fuerza.

—¡Ah! —gritó Kris antes de mirar hacia abajo. En efecto, ya no le quedaba ni un pelo. Dejó pasar unos instantes. Abby continuó tirando de forma que ya casi no le dolía—. Anoche me hice tres promesas —dijo en voz baja.

—¿Y cuáles son?

—La primera, llevar a Tommy con la Marina, donde pertenece; después, comprobar si Bastión es tan civilizado como pensaba.

—Eso ya son dos —dijo Abby, que levantó la vista mientras hacía bajar el bodi por los muslos de Kris.

—Averiguar quién es Abby en realidad.

Abby soltó una risita y se concentró en seguir quitándole el blindaje.

—Cuando averigüe quién es esa mujer, avíseme. Yo llevo toda la vida intentándolo.

—Voy a descubrir quién es.

La asistente se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y suspiró, pero en ningún momento dejó de tirar de la armadura con delicadeza.

—¿Sabe quién es usted, señorita Longknife?

—No, pero estoy aprendiendo.

—¿Qué tal si Abby se preocupa de Abby y usted de sí misma?

—Es que no me gusta que siempre tenga un conejo que sacar del sombrero.

—¿Alguna vez le ha perjudicado lo que ha salido del sombrero?

—Admito que siempre ha sido muy oportuno.

—Entonces, ¿por qué le mira el diente a conejo regalado?

—La paranoia me viene de familia.

—Bien —dijo Abby al dar un último tirón que terminó de sacar el blindaje por los pies de Kris—. Olvidaba ese rasgo de supervivencia. ¿Y si llegamos a un acuerdo?

—¿Cómo?

—Yo sigo salvándola y usted sigue pagándome.

—¿Están visibles? —preguntó Jack desde el salón—. El desayuno está listo.

—Me muero de hambre —dijo Abby, que le ofreció a Kris un esponjoso albornoz blanco.

—En eso estamos de acuerdo —reconoció Kris mientras se ataba el cinturón de la bata.

Jack estaba de pie junto a un carrito de cáterin repleto de tortitas, huevos cocinados de distintas maneras y tres tipos de carne: beicon, salchichas y pescado frito. Examinó el conjunto con los tres aparatos cazamicros.

—Siete micros. Cielo santo, no tienen ninguna paciencia. Van a agotar el stock. ¿Los aplasto?

—Siete —repitió Kris mirando a Abby con gesto interrogante—. ¿De solo cinco partes interesadas?

Abby miró al techo.

—Ocho —repuso Jack, que se encorvó para examinar algo en la rueda del carrito—. Creo que esta mañana tenemos un nuevo modelo. Quizá haya otra parte interesada, o puede que se trate de una nueva jugada de nuestros viejos amigos. Repito: ¿los aplasto?

—¿Por qué molestarse? —dijo Kris a la vez que alcanzaba un plato—. Dorothy está a punto de dar un taconazo con sus zapatillas de rubí para volver a Kansas. Nelly, resérvanos una plaza en la próxima nave que salga de aquí en dirección a cualquier sitio que quede cerca del espacio de los Sensibles Unidos.

—Kris, no puedo.

—¿Por qué no? —preguntó esta al tiempo que Tommy y Penny se asomaban por la puerta de la habitación de Abby.

—Todas las naves próximas a Alta Turántica o que se hallen esperando a atracar en su estación están partiendo ahora hacia el punto de salto más cercano. Las salidas de todas las naves atracadas se han retrasado de forma indefinida. Estamos en cuarentena.

Tommy se acercó cojeando hasta ellos junto con Penny, que lo rodeaba con un brazo para que mantuviera el equilibrio… o tal vez para señalar su propiedad.

Kris suspiró.

—¿Y por qué de repente estamos en cuarentena?

La pantalla del salón volvió a la vida. Al instante siguiente se vieron compartiendo el desayuno con otras personas ataviadas con trajes azules y otras vestidas de paisano… que estaban muriendo de forma agónica. En una ventana aparte apareció un mapa donde se señalaba Bremen, una pequeña ciudad situada a unos quinientos kilómetros al norte de Heidelburg.

—Anoche —explicó Nelly a la par que las noticias se proyectaban ante ellos— se avisó de que se había producido un brote del virus anaerobio ébola en Bremen, una pequeña ciudad del continente norte. Siguiendo la normativa de la Sociedad de la Humanidad, las autoridades de Turántica declararon la ciudad en cuarentena. No obstante, puesto que el tráfico aéreo procedente de Coors, una ciudad cercana, no disminuyó durante el estadio de incubación del virus, es preciso extender la cuarentena a todo el planeta.

Kris examinó el mapa frunciendo los labios cada vez con más fuerza.

—¿Alguien más ve algún problema en esta imagen?

—El virus anaerobio ébola se debe poner en cuarentena —dijo Tommy—. Se propaga tan rápido como un incendio.

—Sí, pero en Turántica nunca se había producido nada parecido a un brote de ébola —dijo Penny asombrada.

—Algunos medios de menor alcance tienen más información —señaló Nelly—. Sospechas, en realidad, de que el brote no se deba a un accidente o a un fenómeno natural.

Jack susurró algo para su unidad de muñeca. Una casilla informativa se abrió junto al mapa de Bremen. La ciudad era un núcleo minero donde no abundaban las comunidades. El agente meneó la cabeza.

—Tiene toda la pinta de tratarse de algo planeado. Esa ciudad está demasiado dentro de la zona templada como para recibir el virus a partir de una especie farmacéutica importada. Es el fin del camino en lo que a comercio se refiere. Una ciudad que solo cuenta con una clínica para los mineros del cobre y el plomo no debería recibir el virus por accidente.

Kris se acercó a la pantalla.

—Nelly, ¿con qué reservas de metal cuentan las minas de los alrededores de Bremen?

Nelly las añadió a la casilla de la ciudad.

—Están a punto de agotarse —observó Kris sin sorprenderse. No se molestó en comentar que en una ciudad como Bremen, rodeada de minas agotadas, no había muchos recursos que perder si una epidemia se extendía de súbito por la zona. Paranoia, Tu nombre es Kristine. Suspiró.

—Hay un problema —dijo Jack.

—Un problema. —Kris resopló y volvió a centrar su atención en el desayuno, que empezaba a enfriarse.

—Turántica está en cuarentena por la normativa de la Sociedad de la Humanidad —dijo el agente con voz monótona mientras elegía un plato—. El aislamiento deberá mantenerse hasta que los burócratas de la Agencia de Control de Enfermedades realicen las inspecciones pertinentes y aprueben el alta médica de Turántica.

—La Sociedad ya no existe —anunció Tommy uniéndose a ellos.

—Ni la Agencia de Control de Enfermedades con reconocimiento general en el espacio humano. Así pues, ¿qué burócratas van a poner fin a la cuarentena? —preguntó Penny.

Tommy estaba pálido y débil, como si hubiera perdido un combate de lucha libre contra un camión hormigonera. Su plato, sin embargo, no tardó en llenarse de comida.

—Eh, Tommy —le comentó Kris—, tal vez deberías saberlo. Hay dos o tres micros activos en esta habitación. Al parecer hay gente muy interesada en nuestras conversaciones.

Tommy miró alrededor del salón con unos ojos que habrían fundido cualquier micro intruso si estos tuvieran algún tipo de conciencia, pero al instante siguiente se olvidó del asunto al ver una silla, donde se dejó caer para acto seguido empezar a comer a dos carrillos.

Penny se apresuró a servirse un plato con la mitad de contenido que el de Tommy.

—Bien, ¿quién debe cancelar la cuarentena para que puedan marcharse? —dijo al sentarse junto a él.

Kris notó cómo en un mismo instante todos los ojos se clavaron en ella.

—¿Cómo voy a saberlo? —replicó a la par que se acercaba una magdalena integral, el tarro de la mermelada y una loncha de jamón—. Como dice cada vez más a menudo el bisabuelo Ray, «es un problema interesante. Me pregunto si se resolverá solo».

Jack pasó junto a Kris al acercarse a llenar su plato.

—¿Acabo de oír el «clanc» de una trampa para osos cerrándose? —le susurró a Kris al oído.

—¡No! No puede ser… —dijo antes de morderse la lengua al recordar que había más oídos escuchando. Miró a Jack con gesto grave y meneó la cabeza enérgicamente. El agente del servicio secreto se limitó a enarcar las cejas y continuó sirviéndose comida.

—No se referirá a… —comenzó a decir Penny antes de pensárselo mejor. Señaló con el tenedor a Kris, después a Tom y por último describió un círculo para referirse a todo el salón… y la totalidad del planeta.

Kris negó violentamente con la cabeza. Su paranoia debía de tener un límite.

A su lado, Jack y Abby asintieron con la solemnidad de dos sabios milenarios.

Kris cogió una manzana y se llevó su plato a una silla demasiado acolchada que estaba colocada contra lo que parecía una pared empapelada con un antiguo paisaje de un río chino. Al fijarse mejor, comprobó que se trataba de la pantalla de un ordenador. Abby y Jack ocuparon los extremos opuestos del sofá. Tommy comió sus huevos benedictinos en otra silla con exceso de relleno, con Penny a su lado, en la silla de respaldo recto en la que solía sentarse Abby. Durante un largo momento, los atentos micros no captaron nada más que los ruidos que hacían al masticar el delicioso desayuno al que se habían entregado.

Kris dividió su magdalena en trozos pequeños que masticó despacio, ignorando a quienes tenía frente a ella, y dejó que sus ojos errasen por la filigrana tallada de las molduras de madera que unían las paredes (todas las cuales probablemente serían pantallas) con el techo. Una araña de luces elaborada con cristal finamente trabajado proyectaba sombras agradables y algún que otro arco iris sobre las paredes. ¿Las putas sin blanca como aquella que fingió ser la noche anterior llegarían a ver algo así alguna vez en su vida? No cabían muchas posibilidades de que llegasen a llamar nunca la atención de un hombre que pudiera llevárselas un rato a un lugar como aquel.

No, aquel tipo de lugares estaban reservados para los ricos y poderosos. Para la gente que importaba. Gente como Kris. Y para llegar a alguien como Kris, ¿sería alguien capaz de matar a toda la población de una ciudad?

—Jack, aplasta los micros —dijo al terminar su magdalena.

El agente sacó de su bolsillo un quemador de micros, no más grande que su mano, del que salían dos cuernos metálicos. El carrito del desayuno crujió cuando se apoyó en él. Cuando terminó allí, se encargó de uno que había colocado en la mesita de al lado de la silla de Kris, y a continuación se dirigió a su dormitorio.

—Despejado —anunció al regresar.

—Nelly, ¿cuántas víctimas ha habido hasta ahora en Bremen?

—Solo dos, pero no saben cuántas personas pueden estar contagiadas.

Kris se frotó la nuca.

—Un enfermo de ébola tarda entre seis y siete días en morir. Yo entonces ni siquiera sabía que Tommy estaba de permiso. ¡No podéis culparme! —Estas últimas palabras sonaron demasiado a súplica para su gusto. Aquellas personas no eran sus jueces. No tenía derecho a pedirles que la absolvieran.

—Quizá Kris tenga razón —dijo Tommy.

—Los niños, los enfermos y los ancianos son los que antes suelen sucumbir —recordó Abby con voz sepulcral.

Kris, ya levantada, caminaba en círculo.

—Llegamos ayer, liberamos a Tommy anoche y estábamos listos para largarnos de aquí hoy. ¡Solo hace seis horas que rescatamos a Tommy! No se puede planear una epidemia en seis horas!

—El caso es que anoche aquella mujer dijo antes de morir que nunca saldrías de aquí —comentó Jack mientras volvía a sentarse para seguir comiendo. Con un gofre junto a la comisura de sus labios, continuó—: Sandfire sabe que puedes moverte rápidamente. Quiere demostrarte que él puede reaccionar con la misma agilidad.

—Se alquilaron tres apartamentos —observó Penny—. Sacamos a Tom del segundo. Creo que nos introdujimos en el ciclo de toma de decisiones de esa gente.

—Cierto. Eso demuestra que actuamos antes de lo que él se esperaba —se apresuró a decir Kris—. También quería utilizar el tercer apartamento.

Abby posó el platito que contenía la tostada y la fruta de su desayuno.

—Con todo, el momento en que se registraron los alquileres también indica que este plan lleva tiempo fraguándose. —Al mirar a su alrededor vio algunas cabezas que asentían ante sus palabras. Prosiguió—. El brote de ébola también se debió planear con mucha antelación. Tal vez se puso en marcha en cuanto reservaron su plaza para viajar aquí. Sospecho que si estudiáramos el incidente al detalle, descubriríamos que la actual situación tiene más de fachada que de realidad. Sin duda, todo se verá más claro dentro de unos días.

—¿Todo esto para llegar a Kris? —Tommy meneó la cabeza—. Es una Longknife, pero esto raya en lo ridículo.

—Así es —dijo Kris, que no observó más gestos de duda al mirar a los demás. Se frotó la cara durante unos instantes para intentar desprenderse de algunas emociones que no tenía tiempo de catalogar y a continuación prosiguió con tono enérgico—. Nelly, envíale un mensaje al abuelo Al. «No puedo salir de Turántica. ¿Podrías enviarme una nave para sacarme de aquí?» Ya está, acabaremos con esto al estilo de los malditos Longknife.

—He archivado el mensaje —confirmó Nelly—. Sin embargo, se me ha notificado que la entrega del mismo podría sufrir un retraso considerable.

Kris se quedó sin aliento, y sin la confianza que había recuperado.

—Dinos por qué, Nelly.

—Al parecer, anoche se produjo un fallo grave de sistema en los equipos de comunicaciones estelares. Su operatividad se ha reducido a alrededor de un diez por ciento. He pagado un sobrecoste para conseguir prioridad, pero aun así habrá un retraso de tres horas.

Penny echó la mano a su cartera y sacó un billete de Bastión.

—Apuesto cinco pavos a que el mensaje de Kris no sale antes de que se caiga el resto del sistema.

—¿Usted de qué lado está?

—Kris, solo es una estimación de las posibilidades. Alguien quiere que usted permanezca aquí y parece estar dispuesto a hacer cualquier cosa para que no se marche.

—Pero ¿por qué? —preguntó Abby, cuya expresión calculada al detalle apenas se vio nublada por una sombra de confusión.

—Esa —dijo Jack, que se levantó y recogió el plato de la mesita de Kris— es la pregunta que llevo haciéndome desde que supimos que habían secuestrado a Tommy.

—Sospecho que si lo averiguamos —conjeturó Abby, que también dejó su plato sucio en el carrito— nos encontraremos con un problema más grande del que nos imaginábamos al principio.

—Penny, ¿qué está ocurriendo aquí? —preguntó Kris—. Supongamos que de verdad alguien quiere mantenerme en Turántica. ¿Por qué aquí?

Penny respiró hondo. Nelly la interrumpió.

—Kris, tienes una llamada entrante.

—Ponla en pantalla. Sácame solo a mí.

—Me alegra mucho tenerla con nosotros, princesa Kristine —dijo en tono efusivo un hombre de pelo canoso y mejillas prominentes.

Nelly, ¿quién es?

Embajador Middenmite, representante de Bastión…

Vale, lo conozco.

—A mí también me alegra verlo esta mañana, señor embajador. Estaba intentando reservar una plaza para volver a casa, pero me dicen que no puedo.

—Sí, yo también he oído eso. Haré que alguien lo solucione. La llamaba por un asunto más gratificante. Esta noche se inaugura la Cima de Turántica, un salón de baile situado en lo alto de la estación del elevador. Habrá cena y baile con unas vistas realmente maravillosas. Tengo entendido que puede ser tan excepcional como cualquier baile de gala de Bastión —comentó con aire pensativo. Kris mantuvo una sonrisa en su rostro. En aquel momento, un baile era el menor de sus problemas.

—Cuando recibí mi invitación —prosiguió el embajador— esta incluía otra para Su Alteza. ¿Desea que se la haga llegar?

Kris tenía muchas cosas que hacer aquel día; en primer lugar, encontrarse lo más lejos posible de Turántica antes de que anocheciera. Aun así, prefirió tragarse el «no» que quería escaparse de sus labios. ¿Cuántas veces le había recordado padre aquello de «cuando te veas obligada a hacer algo con reluctancia, mejor hazlo con elegancia. Imagina que has de atravesar un río revuelto. Sería una insensatez nadar a contracorriente». Ni siquiera con cinco años, edad a la que recibió aquella lección por primera vez, fue capaz de imaginar a padre luchando contra un río revuelto. Aun así, la política era un entramado de corrientes rápidas y repentinas, y padre siempre llegaba a donde quería. Quizá fuese hora de dejarse llevar por la corriente y nadar como un perrito desesperado hasta desaparecer. Dejó de mirar al embajador con gesto huraño y pensó en decenas de opciones al mismo tiempo. Alguien estaba poniendo todo su empeño por mantenerla allí. ¿Cómo podría ella devolverle el «favor»?

—Señor embajador, no he venido preparada para asistir a demasiadas celebraciones formales —empezó a responder ella. Abby meneó la cabeza, dejando que una sonrisa imperceptible combase sus labios—. Pero es posible que encuentre algo —añadió.

Enfurecida, la asistente se dirigió a la habitación de Kris.

—Le quedaría muy agradecida si pudiera hablar con el organizador de la gala de esta noche para que me ofreciese la invitación en persona. Hay algunas normas de seguridad que conviene respetar. —Miró a Jack, que meneó la cabeza suspirando. Kris sospechaba que protegerla en medio de la muchedumbre propia de un baile era lo último que Jack podría hacer sin ayuda.

—Será un placer comunicarle al señor Sandfire que está dispuesta a recibir una invitación. Supuso que le apetecería asistir a algún tipo de fiesta —dijo el embajador con tono efusivo.

Al oír el nombre de Sandfire, Tommy y Penny saltaron de su silla y manifestaron una colección de emociones que le habrían valido el más alto reconocimiento a cualquier actor. Kris se mantuvo inexpresiva. De modo que Sandfire pensaba que ella podría estar aburrida aquella mañana. Y que no iba a ninguna parte. Supongo que esto aún no ha terminado.

—Si tiene ocasión de asistir al baile de esta noche —continuó el embajador—, me pregunto si debería enviar más invitaciones. Sandfire dijo que no hay manera de saber hasta cuándo durará la cuarentena. Este fin de semana se celebra la regata anual de yates y tengo entendido que la vela es una de sus pasiones.

La tez de Tommy se tornó de un tono verdusco. A Kris le encantaba navegar. No obstante, debía mantenerse alerta.

—Señor embajador, esta no es una visita formal… —empezó a decir.

—Lo entiendo, su alteza —intervino el embajador, que a continuación guardó silencio al darse cuenta de su atrevimiento, pero enseguida continuó—: Debe entender, princesa Kristine, que hay elecciones programadas para dentro de muy poco. Aquí hay mucha gente que recuerda con cariño la relación que mantenía con Bastión. Otros parecen empeñados en minar dicha relación, por no decir anularla. Detestaría ver que mi planeta de adopción inicia una relación, eh… complicada con mi hogar. Ha de ser consciente del problema al que nos enfrentamos.

—Últimamente he aprendido muchas cosas —dijo Kris con sequedad.

—No hay mucho que podamos hacer de un modo oficial, ahora que somos forasteros —se apresuró a añadir el embajador—. Pese a ello, nunca he subestimado el poder de las relaciones sociales. Muchos de mis amigos me han expresado su interés por usted como persona, como miembro de la familia Longknife y como princesa. ¿Lo que usted podría hacer…? —concluyó encogiéndose de hombros.

Una parte de Kris quería protestar por el hecho de que ni siquiera se había tenido en cuenta su cargo de teniente de corbeta. Finalmente prefirió olvidarlo y centrarse en las ventajas de la oferta. Alguien le había imposibilitado salir de allí. Podía quedarse cruzada de brazos, maldiciéndolo todo, o podía salir y hacer algo, quizá algo imprevisible para el señor Sandfire. ¿Acaso aquel viejo bobo solo quería hacerle perder el tiempo? Ella siempre había considerado que asistir a eventos sociales era una pérdida de tiempo. Ahora mismo no podía hacer otra cosa. Tal vez fuese hora de replantearse sus prioridades.

—¿Por qué no prepara más invitaciones mientras tomo una decisión?

—Será un placer.

—Por cierto, he intentado mandar un mensaje fuera del planeta, para ver si Empresas Nuu podía enviar una nave a buscarme. Al parecer el mensaje tiene problemas para circular.

—Sí, me consta que los nuevos sistemas de Alta Turántica están sufriendo una serie de… «problemas iniciales», creo que los llaman.

—Bien, ¿podría darle un tratamiento de prioridad a mi mensaje? Farmacéutica Nuu elabora una de las vacunas que existen contra el ébola. Esa nave podría traer un cargamento cuando venga a recogerme.

—Excelente idea, alteza. Sí, me pondré en contacto personalmente con el ministro de Comunicaciones para ver qué se puede hacer.

Cuando el embajador finalizó la llamada, empezó el alboroto.

—No vas a ir a ningún baile —rugió Jack—. Podrían liquidarte desde cualquier rincón.

—Sandfire. —Tommy parecía haberse quedado todavía más pálido—. Ese es el cabrón que me engatusó. Kris, no puedes hacer lo que él quiere.

—Kristine Longknife, no puede ser tan ilusa —añadió Penny—. Fue asombroso el modo en que puso fin a la batalla de París, pero no puede solucionar lo que está ocurriendo aquí con solo chasquear los dedos.

—Le sugiero este vestido largo para esta noche —dijo Abby mientras le mostraba un conjunto rojo brillante que atraería todas las miradas en un kilómetro a la redonda, aunque solo fuese Kris quien lo llevara.

Kris bajó la voz, pero le imprimió fuerza para imponerla sobre el griterío.

—Sentémonos, tranquilicémonos e intentemos pensar de una forma lógica.

Todos la obedecieron, salvo Abby, que regresó a la habitación para guardar el vestido. Una vez que el grupo se hubo apaciguado, Kris inició la que habría de ser una de las reuniones de personal más extrañas de la historia.

—Penny, ¿de qué cementerio sacó mi padre a ese embajador?

—Es un carcamal —se apresuró a decir—. El embajador Middenmite llegó a Turántica hace cuarenta años. Tal vez usted no lo sepa, pero los vinateros de Turántica elaboran un vino de considerable calidad. Middy consiguió acaparar el mercado de este producto y adjudicarse la mayoría de ventas extraplanetarias. Cuando necesitamos ayuda para iniciar una operación comercial aquí, resultó que él conocía a todo el que merecía la pena conocer. —Alzó los hombros—. Quiso retirarse del negocio hace unos años, cuando necesitábamos un director de operaciones mercantiles. Parecía perfecto para el puesto. Ayudó mucho organizando los intercambios de equipamiento militar de la pasada década, o al menos eso me dijo mi antiguo jefe.

—De modo que es un experto levantando fachadas, pero no todo lo agresivo que necesitaríamos en la actualidad. —Penny asintió—. ¿Quién es el verdadero jefe?

Penny rehuyó la mirada de Kris.

—El señor Howling se ocupa del apartado administrativo.

—Entonces —insistió Kris—, ¿quién se encarga del trabajo de verdad?

—Teniente de corbeta, no está autorizada a conocer esa información.

—¿Y la princesa Longknife?

Penny frunció el ceño, miró al techo y se encogió de hombros.

—El tema de la realeza no es más que un escaparate por lo que a la Marina respecta. No la sitúa en mi cadena de mando.

—Una respuesta razonable —intervino Jack con un suspiro—. De modo que si nuestro objetivo insiste en asistir al baile de esta noche, ¿qué pueden hacer usted y su jefe anónimo para ayudarme a impedir que la conviertan en un colador antes de medianoche?

—En realidad, podría ayudarlo sin involucrar a mi jefe. —Penny desplegó una amplia sonrisa, aliviada por verse fuera de aquel cenagal—. Les dije que tenía contactos en la Policía de la zona. Puedo hacer que nos envíen aquí un informe completo en tres horas.

—¿Y quién garantizará su autenticidad? —preguntó Jack.

—Yo. Son polis profesionales. Hacen bien su trabajo y no hacen el menor caso de la palabrería de los políticos.

—A mí me sirve —dijo Kris. Jack fue a protestar, pero ella lo cortó—. Si esperamos a que consideres que tenemos toda la información necesaria sobre esa gente, dentro de tres años seguiremos los dos aquí a verlas venir. Yo os metí en esto, Jack. Asumo mi responsabilidad en esta parte del embrollo.

—De acuerdo, lo del baile de esta noche, supongo que puedo aprobarlo. Pero debes seguir un programa de riesgo mínimo.

—No, Jack, voy con el embajador.

—No hablarás en serio. Odias los eventos de sociedad.

—Odio los eventos de sociedad donde la gente de siempre habla de las mismas cosas de las que lleva hablando desde que nací —replicó Kris—. Pero ¿cómo si no voy a salir y conocer gente aquí? ¿Cómo si no voy a averiguar qué está pasando? Además, si todo el mundo sabe que odio socializar, Sandfire también. Si esto es lo último que espera que haga, es lo primero que tengo que hacer.

—Y tendrá la ventaja —señaló Penny— de mezclarse con personas muy interesadas en Bastión y lo que el asunto de la realeza podría significar para ellas si votasen por el Partido Liberal y se unieran a los Sensibles Unidos.

—Kris, tienes otra llamada entrante —anunció Nelly.

Esta se apartó de la mesa, se ciñó la bata al cuerpo y permaneció en pie frente a la pantalla del salón.

—Pásamela.

Una pequeña sección de la pantalla cambió para mostrar a un hombre vestido con un terno de color gris. O había engordado mucho ya a su mediana edad o… llevaba varias capas de blindaje. Su rostro era delgado, de gesto tranquilo, aunque su sonrisa amplia no llegaba hasta sus ojos.

—Saludos, princesa Kristine. Soy Calvin Sandfire, propietario de la Cima de Turántica. Tengo entendido que la cuarentena la retiene aquí y que está dispuesta a aceptar una invitación al baile inaugural de esta noche.

¿Y cómo y por qué sabe eso?, se preguntó Kris, aunque prefirió mantener una actitud diplomática. Haz como madre, se ordenó a sí misma.

—Celebro poder aportar la presencia de un miembro de la realeza en su primer baile. Bastión y Turántica tienen muchas cosas en común —declaró con efusión. Había ocasiones en que la verborrea almibarada no quedaba fuera de lugar. Sandfire, con su hueca actitud sociable, había optado por no recordarle que se encontraba atrapada. La única información que intercambiaron fue la hora de inicio del baile.

—Me pasaré por su suite del Hilton para recogerla. Necesitará un escolta, ¿no es así? Si no me equivoco, tuvo que viajar aquí de un modo un tanto apresurado.

No todo lo apresurado que a usted le gustaría, pensó Kris, procurando que su rostro no adoptase un gesto demasiado sarcástico.

—No creo que eso sea necesario. Me consta que hay varios hombres en la embajada batiéndose en duelo por gozar del privilegio de ofrecerme un brazo en el que apoyarme.

El comentario extrajo una risita seca de Sandfire.

—Oh, casi lo olvidaba —dijo Kris, que se llevó la mano a la frente con ademán dramático—. Madre me abofetearía por ilusa si no ordenase que mi personal de seguridad revisase el salón de baile con antelación. —Madre, por supuesto, jamás diría algo así. Kris se lo oyó a una chica del instituto que estudiaba con tesón para trabajar como madre.

—No veo inconveniente —comentó Sandfire, contrayendo ligeramente la mano izquierda—. Ordenaré que el jefe de seguridad del salón de baile se reúna con él. ¿A la una de esta tarde?

—Por supuesto. Lo veré esta noche.

—No me lo perdería por nada del mundo.

Desconecta, Nelly.

—Es un mentiroso hijo de puta —bufó Kris mientras regresaba a la mesa con paso airado.

—¿Ves a qué me refería? —dijo Tommy.

—Un verdadero profesional —asintió Jack—. ¿Te has fijado cómo ha reducido tu personal de seguridad a simplemente «él»?

—No se me ha pasado por alto. Penny, quiero que Jack y usted estén allí a la una junto con todos los polis de confianza que pueda reunir para entonces. Quiero inundar ese sitio.

Penny contuvo una risita.

—¿Una señal evidente para que no la subestimen?

—Algo así. Y, Penny, ¿podría conseguir un uniforme de gala para Tom? Tommy, amigo mío, tú escoltarás a la princesa real al baile de esta noche. —La sonrisa de Kris no podía ser más amplia.

El semblante de Tommy no reflejaba el mismo regocijo.

—¿Seguro que quieres que te acompañe yo?

Kris tragó saliva; empezaba a disfrutar con aquella situación y una vez más ofrecería voluntario a Tommy para que estuviera junto al objetivo.

—Lo siento, Tom. Entiendo que no quieras encontrarte a menos de cincuenta kilómetros de ningún Longknife.

—No se trata de eso. —El muchacho de Santa María, en principio invencible, apenas logró levantar la vista de la mesa—. Anoche me sacaste de aquel agujero. Te debo una. Es solo que pensaba que después de todas las veces que he dicho que quería alejarme de ti, tú también preferirías no saber nada de mí.

Kris dio tres pasos para colocarse junto a la silla de Tommy. Se arrodilló a su lado y levantó su barbilla hasta que la miró a los ojos.

—Tom, necesito que me ayudes. —Miró al pequeño grupo al que había involucrado en lo que quiera que fuese que estaba haciendo—. Como habrás observado, formamos un equipo bastante ecléctico. Supiste cubrirme muy bien cuando empezaron a llover las balas en Olimpia. En París fuiste mi único apoyo cuando me enfrenté a nuestro capitán y me puse al mando de un escuadrón de ataque relámpago. Ahora necesito tu ayuda de nuevo porque, como habrás observado, en estos momentos no contamos con mucho más personal.

El teniente la miró durante largos segundos, tras los que respiró hondo y dejó escapar un suspiro que habría hecho sentirse orgullosa a su abuela irlandesa.

—Bueno, ¿qué otra cosa iba a hacer de no estar galopando detrás de ti derecho al follón en el que quieres meterte ahora?

—Gracias —dijo Kris, que volvió a levantarse—. ¿Qué más queda por averiguar?

—¿Por qué el señor Sandfire desea invitarla al baile de esta noche? —propuso Abby con semblante pensativo.

—Porque como adorno valgo mucho —supuso Kris mientras se ahuecaba el cabello.

—Para restregarte en la cara la trampa en la que has caído —gruñó Jack.

—Para hacerse una mejor idea de a quién se enfrenta —dedujo Penny.

—Por todo ello —decidió Kris—. Asegurémonos de que le saque partido a su dinero.

A la una menos diez seis agentes de Policía, encabezados por el inspector Klaggath, se presentaron en la puerta de la suite. Abby los hizo pasar para llevarlos ante Kris, quien, con su aire más regio, les dio las gracias por acudir en su ayuda con tan poca antelación.

—Es lo mínimo que podemos hacer, señora —dijo Klaggath, que no se tragaba el papel de princesa—. Al parecer un cierto secuestro cuya investigación se nos había asignado se solucionó anoche de un modo muy curioso.

Kris, he aislado varias ondas portadoras. Es muy probable que estos hombres estén cargados de micros.

Me lo imaginaba, Nelly.

—Espero que nadie resultase herido —dijo Kris, esforzándose por conseguir una interpretación lo más lograda posible.

—Nadie que importase —le aseguró Klaggath—. Y tenemos entendido que la víctima fue rescatada con tan solo unos daños leves. Todos contentos.

—En ese caso, estoy deseando pasar toda la noche bailando.

Ahora que los caballeros errantes estaban preparados para la aventura, Kris dejó que Abby le diera un baño mientras divagaban sobre el que podría ser el calendario social de Heidelburg para la semana entrante. Ninguno de los micros que pudieran estar activos recogió más que una plétora de chismorreos sobre la vida de sociedad, ninguno de los cuales servía para dilucidar qué planeaba Kris mientras meditaba acerca de dónde se había metido, qué consecuencias podría tener y qué pretendía hacer con el señor Sandfire.

Jack y Penny regresaron con un cargamento de micros. Abby y Tommy se ocuparon de desactivarlos. ¿Sería mera coincidencia que se hubieran distribuido según el patrón chica-chico, chico-chica y que la exhaustiva búsqueda exigiera comprobar cada centímetro cuadrado de sus cuerpos? Kris se hizo un ovillo mientras las bromas, unas más graciosas que otras, empezaron a fluir, y deseó haber salido para que Jack y Tommy también tuvieran que cachearla a conciencia.

Kris, todavía queda un micro activo.

¿De Jack o de Penny?

De ninguno de ellos. Es un nanoguardia móvil.

¡Nanoguardias móviles!, estuvo a punto de gritar Kris. Creía que solo la tía Tru trabajaba con ellos.

Al parecer no. A juzgar por su ancho de banda, solo transmiten sonido.

¿Puedes cargártelo?

Por favor, trae la boina que usaste anoche. Necesito su antena.

Kris fue a decirle algo a su doncella, pero se lo pensó mejor y le ordenó a Nelly que desplegase una ventana en la pared.

Abby, tráigame la boina que me puse anoche. Hay un nanoguardia móvil en la habitación, pensó para imprimir la orden en una ventana pequeña. Kris le hizo una señal con la mano a la doncella para que esta leyera el texto.

Con un ojo en la pantalla, Jack inició una sesión informativa completa. Abby regresó, le puso la boina a Kris y unió su cordón con el cable de Nelly. Mientras Jack proseguía y explicaba un mapa de las instalaciones, la ubicación de todos los sensores de seguridad e incluso de las armas controladas a distancia, Kris esperaba a que Nelly informase. Cuando el agente terminó, miró alrededor de la habitación, no a su auditorio, sino al espacio que separaba sus cabezas del techo.

—Esto es lo que hemos encontrado, Kris. Todo debería estar en orden.

Nelly, me gustaría oírtelo decir a ti.

Creo que he tomado el control del nanoguardia. Un momento.

Kris sonrió a Jack.

—Parece que has tenido una tarde triunfal.

—Me alegro de que te guste —dijo Jack, expresándose como un mal actor que estuviera leyendo un guión todavía peor.

—Lo tengo —anunció Nelly—. Hace lo que le digo y envía lo que quiero que oiga.

—Pósalo sobre la mesa para que pueda echarle un vistazo —indicó Jack mientras sacaba sus tres buscamicros. Esperó un momento, los activó… y no obtuvo ninguna respuesta—. ¿Nelly?

—Está inoperativo. Tu equipo no está preparado para captar su señal.

—Tengo un rango de frecuencia completo —señaló el agente con lo que parecía un puchero.

—Sí, pero salta de banda más rápido de lo que puedes detectar —explicó Nelly—. Trudy diseñó algo parecido, por lo que durante mi último intercambio con Sam incluyó programas para buscarlos, pero ella no esperaba verlos hasta pasados al menos seis meses. Debo avisar a Sam de esto en cuanto pueda enviar un mensaje al exterior.

—Sandfire es una caja de sorpresas. Nelly, haz que siga circulando algún tipo de noticia. No quiero que sepa que hemos interceptado a su pequeño vagabundo.

—Está escuchando una discusión sobre lo que te vas a poner.

—Gracias, Nelly. Traza un esquema completo de esta cosa para la tía Tru. Jack, ¿estás seguro de que no correré peligro esta noche?

—No. Si Sandfire quisiera liquidarte, ya lo habría hecho.

—Gracias por recordármelo. Penny, si no le importa, quisiera tenerla cerca durante la velada. ¿Necesita tiempo para prepararse?

—También necesito buscar un uniforme para Tom.

—Entonces más vale que nos pongamos en marcha.