Capítulo 6

6

Kris estudió la estación espacial Alta Turántica a través del mirador del comedor mientras el crucero se aproximaba al muelle. A juzgar por el aspecto del cilindro alargado, al menos tres cuartas partes del mismo debían de ser nuevas. Metal inteligente, contestó Nelly cuando Kris le preguntó. Sin duda, un trabajo apresurado.

Abajo, Abby daba indicaciones a los cuatro comisarios enviados para reorganizar la caravana del equipaje de Kris. Esta quiso ordenarles que se marchasen, pero Abby se apresuró a ponerlos a trabajar. Al parecer, una princesa no podía conformarse con menos. Kris se preguntó qué más podría añadirse a su equipaje. Jack murmuró algo acerca de comprobarlo todo a fondo una vez que llegasen al hotel. Kris no era la única que se estaba dejando llevar por la paranoia.

Durante el breve intervalo transcurrido entre el atraque y la apertura de la pasarela, el capitán apareció junto a Kris y recorrió con ella la escasa distancia que separaba el comedor de primera clase y la pasarela.

—Espero que volvamos a vernos cuando pueda continuar enseñándole el espacio —le dijo mientras se inclinaba sobre su mano para besársela.

—¿El capitán no se ha vuelto demasiado zalamero estos últimos días? —preguntó el agente de seguridad mientras seguía a Kris hacia el elevador de la pasarela.

—¿Zalamero? Sí —convino Kris—. ¿Demasiado? No. Quizá mi punto de vista femenino influya, pero no me costaría acostumbrarme.

—Por supuesto, alteza —dijo Jack con ironía.

Abby estaba esperándolos junto al equipaje cuando el elevador los dejó salir en el área de la aduana. No había cola y al inspector, que se limitó a hacerles unas señas con la mano, solo parecía interesarle hacerlos pasar cuanto antes. Abby sacó un pasaporte de la Tierra que, previa mirada recelosa, recibió su correspondiente sello. Al otro lado de la aduana vieron a alguien que les resultó familiar; vestía los colores azules de la Marina de Bastión y lucía las dos amplias bandas de teniente.

—Buenas tardes, soy la teniente Pasley. El embajador lamenta no haber podido acudir en persona. Me pongo a su disposición. He reservado habitaciones para ustedes en la estación Hilton. —Kris no pudo sino admirar el torrente de palabras que la mujer expelió sin tomar aire.

—Había pensado viajar al planeta de inmediato.

—Sí, princesa —continuó la teniente Pasley sin pensarlo—. El Hilton cubrirá sus necesidades por completo.

—¿Y el asunto de Tommy Lien?

—Los pondré al corriente de todo lo que sabemos una vez se hayan acomodado en sus habitaciones del Hilton.

A Kris empezaba a fastidiarle que el hotel fuese la respuesta de Penny Pasley a todas sus preguntas.

—¿Y si no quiero esperar sentada donde usted pretende encajonarme?

La teniente Pasley se puso derecha del todo, lo que permitió apreciar que era unos cinco centímetros más baja que Kris.

—Teniente, he realizado las gestiones necesarias para recibirlos a usted y a su séquito. Le ruego que las respete.

Kris se mantuvo firme y ensartó a su superior con una mirada férrea, sin moverse un ápice. Penny frunció el ceño.

—Le dije al embajador que eso no serviría de nada. Le propongo una cosa: si acepta trasladarse a una zona segura, podré ponerla al corriente de muchas cosas.

A Kris le pareció bien.

—Guíenos. La seguiremos.

Penny ya los había registrado en el Hilton; atravesaron el vestíbulo sin dilación y se encaminaron derechos hacia los ascensores. Entre todos debían de componer un interesante desfile: Penny vestida de uniforme; Kris ataviada con un caro atuendo rojo que Abby llamaba «traje enérgico»; Jack intentando que no pareciese que miraba a todas partes en busca de gente armada mientras era precisamente eso lo que hacía; y Abby seguida por una extensa procesión de baúles automáticos ordenados a la perfección uno tras otro.

La suite de Kris quedaba a solo cinco plantas de distancia del círculo 1, la inmensa planta exterior que circundaba la estación y se extendía desde el fondo hasta la pared que la separaba del astillero.

—Además del ascensor, en esta planta hay también un coche deslizante que interconecta las distintas plantas —dijo Penny. Una pantalla de pared mostraba una vista en vivo de la estación donde podía apreciarse la silueta de su gran cilindro recortada contra el sol poniente con Turántica debajo. La suite estaba equipada de un modo todavía más suntuoso que la de la nave; Kris ignoró los lujos y se dejó caer en un sofá.

—Bien, ¿qué hacemos ahora? —le preguntó a su cada vez mayor séquito.

—No lo sé. ¿Qué quieres hacer? —contestó Jack. Como era de esperar, en su mano apareció un artilugio con el que recorrió las habitaciones poco a poco en busca de micros.

—Intenté preparar un recorrido por algunos de los puntos de mayor valor paisajístico de Turántica —dijo Penny. A Kris no le extrañó del todo que la teniente sostuviera un artilugio similar y estuviese haciendo su propio barrido.

—Tendré que deshacer el equipaje —anunció Abby, que sorprendió a Kris cuando no se puso a ello. Sacó su propio artilugio, también de distinto diseño, y se sumó a la exploración de las habitaciones. Kris procuró no mostrarse sorprendida; Jack no. Parecía dispuesto a examinar a la asistente con su detector de micros.

Cinco minutos más tarde estaban los tres colocados codo a codo frente al asiento de Kris.

—¿Qué hacemos ahora? —preguntó.

—Creo que lo más apropiado sería darse un buen baño relajante —contestó Abby mirando a los otros dos. Jack asintió levemente y Penny con más firmeza. Así, se dirigieron a un cuarto de baño casi tan amplio como el puente de la Fogosa. Abby empezó a llenar una bañera en la que bien podría jugarse un partido de waterpolo. Tardaría bastante en llenarse, puesto que la asistente no había puesto el tapón.

—¿Cuántos micros ha encontrado? —le preguntó Kris a Penny.

La mujer, que había identificado ocho, se apresuró a informar de cómo estaban distribuidos por la suite de cinco habitaciones. Jack también encontró ocho; pese a que se le escaparon dos de los de Penny, detectó otros dos. Kris y Jack atravesaron a Abby con la mirada.

—Eh, no tienen ni idea de a qué se pensaban que tenían derecho algunos patronos por lo que pagaban. Seré de clase obrera, pero no hago ese tipo de trabajos. He encontrado otros dos que ha ustedes se les han pasado.

Kris miró a Jack, que estaba enarcando una ceja.

—¿Cuántos tipos de micros tenemos? —El dato le permitiría hacerse una idea de cuántos jugadores había implicados en aquel juego que estaba empezando. Jack respondió con un encogimiento de hombros y regresó a las habitaciones seguido de Penny y Abby. Al cabo de dos minutos regresaron; las mujeres parecieron ponerse de acuerdo en dejar que Jack hablase por ellas—. Hay cinco modelos distintos de micros. Uno es el reglamentario de Bastión. Es extraño que a la teniente Pasley se le pasase —dijo haciendo sonrojar a la oficial—. El diseño de los que encontró Abby no se parece en nada a lo que yo estoy acostumbrado a ver. Resulta curioso que los detectara.

—Creo que son variaciones frecuentes en la Tierra —anotó Abby con desdén—. Deben de ser tan antiguas que es normal que no las haya visto nunca.

Jack no dijo nada, aunque Kris podía entrever los engranajes trabajando a toda máquina detrás de los ojos del agente de seguridad. ¿Quién es en realidad esta Abby?

—Bien, ¿aplastamos los micros o dejamos alguno activo? —le preguntó Kris al equipo.

—Yo los aplastaría todos —dijo Jack, que miró fijamente a Penny con una sonrisa en la cara.

—De hacerlo, tendría que pasarme una eternidad rellenando los informes diarios. —La mujer suspiró.

—¿Quién dice que tendrá tiempo de rellenar ningún informe? —dijo Kris con una sonrisa que sabía que se iba cargando de sorna por momentos—. El embajador la puso a mi disposición. Quiero que esté preparada para atenderme las veinticuatro horas de los sietes días de la semana. Ya redactará esos informes cuando todo acabe. Con suerte, para entonces, se habrá olvidado de casi todo, y de todos modos a nadie le importará mucho.

Penny no consiguió reprimir un resoplido.

—Me advirtieron que no acostumbraba a respetar las indicaciones de sus superiores… y tampoco las de nadie que tenga a su alrededor.

—Eh, usted estaba de vacaciones con Tommy. Considere esto una extensión de las mismas.

—Y si eso es cierto —gruñó Jack—, yo soy una estrella del baile.

—¿Cuál es la situación con Tommy? —le preguntó Kris a Penny.

—¿No cree que tendríamos que acordar un plan de acción con nuestros amigos cotillas? —preguntó Abby.

Cierto. Tenían trabajo que hacer antes de ponerse en marcha.

—¿Qué sugiere, Abby? —Kris intentó sonreír con seguridad en sí misma al tiempo que sometía a una dura prueba a su asistente, o lo que quiera que aquella fuese.

—Yo dejaría dos activos, pero de tipos distintos. Así continuarán en el juego al menos dos clases de jugadores. Los otros tendrán que jugar a atraparnos.

Kris enarcó las cejas para trasladarle la pregunta a Jack.

—No es mala idea. Iré a aplastarlos. ¿Te importa si dejo los dos activos en el salón?

—¡Por favor! —accedió Kris.

—¿Por qué no dejar uno de los micros en la habitación de Jack? —propuso Abby—. Así podrían oírlo roncar durante toda la noche.

—Yo no ronco —protestó Jack mientras salía. Kris tamborileó con las manos en la pared del baño, miró a las otras dos mujeres, que estaban sentadas junto a ella, y esperó. Cuando Jack regresó, colocó un nuevo artilugio en el lavabo. Abby se sacó un aparato similar del bolsillo y lo apoyó en la parte de atrás de la cómoda.

—¿Significa esto que tenemos en marcha un emisor de interferencias? —Ambos asintieron—. Entonces centrémonos en lo que nos ha traído aquí. ¿Qué sabe de Tommy Lien? —le preguntó a Penny.

—¿Qué sabe usted de Turántica? —respondió la teniente.

Kris sabía más de Turántica que hacía una semana, pero muy poco de Penny Pasley, aparte de lo que había leído en su historial; era hora de ponerla a prueba.

—¿Qué cree que debería saber?

—Turántica es de pronto un territorio muy hostil para Bastión. —Penny desplegó una sonrisa excesiva—. Antes de que me mandasen a casa, estaba destinada aquí, en la sección de aprovisionamiento naval del Grupo de Intercambio Empresarial. Turántica no consideraba necesaria una fuerte presencia de la Marina, pero era más ambiciosa que la Tierra. A cambio de que comprásemos piezas y suministros de Turántica, ellos pagarían por una nave de Bastión cada dos o tres años. Cuando sus jóvenes se unían a la Marina, eran destinados a la Guardia de Bastión. Funcionaba bien. Nuestras naves visitaban las colonias turánticas con frecuencia. Se ahorraban los gastos propios de una flota.

—¿Cuándo cambió todo eso? —preguntó Kris.

—Empezó hace unos tres años, pero la situación se ha agravado mucho a lo largo de los últimos seis meses.

—Más o menos el tiempo que el traspaso de competencias viene siendo la práctica política de todo el sector exterior —comentó Jack.

—Si ese es el futuro —señaló Abby encogiéndose de hombros—, cualquiera que sea un poco listo se subirá al carro. O eso o esperar a que el carro te pase por encima.

—Habla como una verdadera superviviente —gruñó Jack mientras se balanceaba sobre sus metatarsos, irguiéndose así sobre las mujeres.

—Estoy viva. No todos mis anteriores patronos tienen esa suerte —dijo Abby, que se arregló la falda con remilgo por donde hacía contacto con el borde de la bañera.

—¿Cuál es la situación actual? —preguntó Kris para zanjar las ya habituales bromas entre su agente de seguridad y su asistente corporal.

—Oficialmente no ha cambiado nada. El actual Gobierno mantiene las políticas de siempre.

—Pero… —añadió Kris.

—Parece que de pronto hay varias facciones que han llegado a un acuerdo —dijo Penny poco a poco—. Usted es una Longknife.

—Eso he oído… repetida e insistentemente. Déjeme adivinar. El dinero a raudales parece ser lo que mueve a esta nueva facción.

La teniente asintió.

—El dinero que manejan las compañías navieras, la banca, la industria pesada y media y todos aquellos agentes que generarían ingresos si un puñado de colonias nuevas se subieran de pronto al carro del traspaso de competencias del que hablaba Abby… y empezasen a arrollar a todo el que se cruzase en su camino. También son los dueños de los medios. Las noticias hablan mucho de la expansión. Los últimos vídeos destacados tratan de los pioneros y del éxtasis que se experimenta al llegar a un territorio virgen y apropiarse de él. Se incide en la diversión y en la gran oportunidad que conlleva para darle interés.

—De modo que la gente está lampando.

—Los jóvenes, los marginados, la gente que no termina de encontrar su sitio… y que por lo general no vota.

—¿Cuándo son las próximas elecciones? —preguntó Jack.

—No hay elecciones desde hace casi cinco años. El partido gobernante tendrá que convocarlas en los próximos dos meses.

Kris silbó.

—Tan pronto.

—Así se hace uno una idea de por qué en Bastión nos lo pensamos tanto.

Kris meneó la cabeza; volvía a tener aquella sensación familiar. La misma que experimentó cuando se encontraba en medio de un campo de minas y la segunda mitad parecía el doble de extensa.

—¿Quiere oír la versión completa o la abreviada?

—Empecemos por la abreviada.

—Nada. No sé nada que no supiera cuando me ordenaron que regresase aquí de inmediato para salir en busca de Tom.

—¿Hay una versión más detallada? —preguntó Jack.

—Sí. En esa versión explico todo lo que hicimos para al final no obtener ningún resultado —contestó la teniente de la Marina, que levantó la vista para mirar al agente.

—Sabe que Tom intentó llamar por teléfono desde esta estación —dijo Kris—. Usted tiene que saber más al respecto. Como mínimo, las cámaras de seguridad llegarían a grabarlo.

—En principio debería haber sido así —convino Penny con voz monótona.

—Pero… —añadió Kris, que empezaba a cansarse de tener que sacarle la información con sacacorchos a aquella mujer. Tal vez si le metiera una palanca por la garganta obtendría más detalles.

—Tal vez haya reparado en todo lo que se ha construido a lo largo y ancho de la estación. Se ha duplicado y reduplicado en los últimos nueve meses. Al parecer, el día que Tommy pasó aquí todo el sistema de seguridad estaba desactivado por tareas de ampliación.

—Eso no es creíble —gruñó Kris.

—Yo tampoco me lo tragué. —Penny suspiró—. Por esta estación pasan a diario mercancías valoradas en miles de millones. Si todas las cámaras se desactivasen durante un día, perderían hasta la camisa… pero las desactivaron. He hablado con la mitad de los controladores de seguridad. O todos son unos mentirosos patológicos o de verdad tuvieron que salir para realizar en persona las labores de seguridad. Juran y perjuran que la estación central de seguridad estuvo inoperativa y llena de técnicos durante veinticuatro horas seguidas.

Jack se apartó de la bañera y caminó de un lado a otro por un momento. Antes de que Kris tuviera ocasión de preguntarle qué lo enfurecía tanto, el agente se giró hacia Penny.

—¿Me está diciendo que nos enfrentamos a alguien que podría desactivar la seguridad de una estación de estas dimensiones? Kris, tienes que marcharte en la próxima nave que salga de aquí.

Abby meneó la cabeza e intervino en lugar de la oficial.

—Puede que no sea tan grave como parece. Esa persona solo necesitaba saber con la antelación necesaria qué día se desactivarán los sistemas de seguridad para planear el traslado de Tommy sin problemas.

—En cualquier caso, creo que Kris no debería estar aquí —bufó Jack, que se giró hacia la joven. Parecía dispuesto a atarla de pies y manos y meterla en uno de los baúles automáticos para enviarla de regreso a casa.

Kris se levantó como si nada, se colocó al otro lado de la bañera, lista para echar a correr si fuera necesario, y prosiguió:

—¿Qué más puede contarme acerca de la búsqueda de Tommy?

—Tengo algunos contactos entre la Policía de superficie. Mi padre era poli, por lo que puedo entenderme con ellos. Algunos llevan los dos últimos días echando horas extra para ayudarnos, enseñándoles fotografías a los taxistas, a la gente que se encuentran en los elevadores… Sin suerte.

—Creía que la escasez de viviendas de esta zona ayudaría. La ocupación supera el noventa y cinco por ciento. Registramos todas las habitaciones de hotel que cambiaron de ocupantes durante la semana pasada. Nada. Después probamos en todos los apartamentos de alquiler. De nuevo, nada.

—A la gente a la que nos enfrentamos no le falta dinero —observó Kris.

—Eso he oído. También registré casas, multipropiedades y condominios. Sin resultado.

—¿En qué margen de tiempo se movían? —le preguntó Jack, más interesado ahora en averiguar el paradero de Tommy que en empaquetar a Kris.

—Comenzamos la semana anterior a la salida de la Víbora Espacial de Turántica y trabajamos a partir de ahí. El secuestro no podía estar planeado desde antes.

Nelly, ¿podrías proyectar el calendario que elaboramos en la nave?

La pared de enfrente de la bañera dejó de mostrar la imagen de un harén para dar paso al calendario solicitado. Nelly ya había añadido las fechas de la búsqueda de Penny. La teniente dio la vuelta a la bañera para colocarse al lado de Kris. Recorrió con el dedo la lista de fechas y horas.

—Eso es. No parece que falte nada.

—¿Cuándo decidió Tommy tomarse unas vacaciones? —preguntó Kris.

—Hmm. —Penny frunció los labios con fuerza y se pasó una mano por su larga melena rubia. Algunas mujeres lo tenían todo—. Nos aseguramos de mantener recluidos a los oficiales del escuadrón de ataque 6 durante los dos primeros meses que siguieron al motín. Si cree que lo ha pasado mal, dé gracias por no haber estado con ellos —dijo Penny con un leve rubor en su rostro. Aquello cambió también la opinión que Kris tenía de ella. No dudaba en emplear el burocrático «nos» cuando se refería a los inútiles de Seguridad e Inteligencia que le hicieron la vida imposible a Kris tras el conflicto del sistema París.

—Debió de llegar a conocer muy bien a Tommy —dijo Kris controlando el tono monótono de su voz.

—Tom solo era uno más de los seis oficiales a los que me encargaron entrevistar para recoger información. Cada uno viajaba en una nave. No creo que Inteligencia confiase en nosotros mucho más de lo que confiaba en ustedes los rebeldes. —La oficial sonrió.

—La paranoia puede salvarte la vida —dijo Kris con sequedad.

—Eso parece. De todos modos, los tripulantes sabían que no tendrían ninguna posibilidad de marcharse a menos que les facilitásemos un informe médico positivo. —Penny puso el dedo sobre el calendario—. Eso fue cuando la tripulación de la Tifón quedó libre —dijo a la vez que señalaba el lunes de dos semanas antes de que la Víbora Espacial partiese hacia Castagon 6.

—Tenía que conocer muy bien a Tommy. ¿La invitó él?

—Es muy fácil llegar a conocer a Tom. Enseguida se gana el aprecio de los demás —contestó Penny mientras Kris reprimía un suspiro aún más profundo—. A través de las preguntas que le hice supe que sentía curiosidad por las Tres. Me contó que en Santa María todo el mundo anda siempre buscando las reliquias que las Tres dejaron atrás hace un millón de años. Se estaba volviendo loco, atrapado en la Tifón, que permanecía atracada en la dársena, bajo la mirada de todo el que pasase por allí. No podían enviar mensajes al exterior, salvo por una nota semanal para la familia. —Lo cual explicaba por qué Kris no había podido hablar con él.

—El tiempo libre lo dedicaba a navegar por la red en busca de información sobre las Tres. —Penny permaneció un minuto entero consultando su unidad de muñeca—. Su búsqueda comenzó aquí. —Volvió a poner el dedo sobre el calendario para señalar una fecha dos semanas anterior—. Encontró Itsahfine aquí. —Señaló una marca tres días posterior—. Y aquí me preguntó si me gustaría pasar parte del permiso en Itsahfine. —Indicó el lunes antes de que les concediesen el permiso.

Kris no le preguntó si fue Tommy quien le habló de su afición o si la oficial de Inteligencia supo de la misma al introducirse en el ordenador de su subordinado. Esto último le haría mucho más fácil sentir aversión por ella, y Kris tenía la necesidad perentoria de detestar a la mujer a la que Tommy había pedido que compartiese el tiempo de su permiso con él.

—Nelly, ¿cuándo reservó Tommy una plaza en la Bellerophon?

—El lunes por la tarde —contestó el ordenador un instante antes de que el dato se proyectase en la pantalla de pared.

—Yo también saqué mi billete entonces.

Nelly añadió el dato.

—De modo que los tipos malos podrían haber estado al tanto al menos tres semanas antes de que la Víbora Espacial abandonase el muelle —dijo Jack mientras se frotaba el mentón.

—Discúlpame, Kris —dijo Nelly—. ¿Puedo añadir algo?

—Adelante. —Penny miraba a Kris como si esta tuviera dos cabezas. Tal vez fuese así.

—Cuando la teniente Pasley habló de la búsqueda realizada en el espacio de alquiler, pensé que sería un buen punto de partida, por lo que fui ampliando su búsqueda a medida que retrocedíamos en el tiempo. He encontrado otro punto muy interesante.

Kris alzó la vista hasta el techo. La nueva habilidad que Nelly tenía de actuar por sí misma estaba muy bien. Su sentido del tacto, no obstante, hacía que se ralentizase. Quizá un ordenador diplomático no fuese la mejor opción.

—¿Y cuál es? —le preguntó Kris, que procuraba que las cosas avanzasen tan rápido como se suponía que debía hacerlas avanzar un ordenador.

—El martes, después de que Tom y Penny reservasen plaza en la Bellerophon, se alquilaron tres apartamentos pequeños en Katyville empleando tres tarjetas de crédito nuevas, emitidas en secuencia aquella mañana por Servicios Financieros Nuu. No se han vuelto a emplear para realizar ninguna otra compra.

—Nelly, muéstranos los apartamentos.

Un mapa de Heidelburg, capital de Turántica, apareció en la pantalla. Mientras que Ciudad Bastión quedaba en la costa, Heidelburg se encontraba siguiendo el río que nacía en un lago. Los tres apartamentos estaban distribuidos a lo largo de una loma que se alzaba cerca del río, al sur de la creciente ciudad, separados entre sí por unas ocho manzanas.

—Yo no veo Katyville —dijo Jack.

—No aparece en los mapas habituales de calles y carreteras —aclaró Penny.

—Dispongo de la última actualización —señaló Nelly, tal vez un tanto dolida.

—Puede ser —se apresuró a decir Penny, que miró a Kris como si estuviera loca. Quizá como si las dos estuvieran locas—. Katyville es un suburbio industrial. La mayor parte de los edificios son almacenes, talleres de maquinaria, envasadoras de carne… Un lugar donde nadie tendría problemas para encontrar un empleo. Hace ochenta años, esta colina —Penny señaló la loma de los apartamentos— estaba llena de residencias de lujo. Ahora solo hay bloques de apartamentos. No todos los núcleos industriales son tan bonitos como Bastión.

—Eso parece. —Kris asintió.

—Les pasaré esto a mis polis. Mañana harán una redada.

—¿Apostaría a que Tommy sigue ahí? —preguntó Kris.

—Ustedes acaban de llegar. Ellos nos habían obstaculizado el camino. No esperarán que ustedes cambien las cosas tan rápido.

Kris estudió la línea de tiempo.

—Se mueven rápido desde el principio. ¿Qué posibilidades hay de que se percaten de lo que hemos estado haciendo aquí?

—La pantalla está protegida —dijo Nelly—, pero he recabado datos de muchas fuentes. Si tienen alarmas ahí…

—¿Puede poner a sus polis en marcha esta noche? —intervino Jack.

—Puedo intentarlo.

Kris repasó la línea de tiempo mentalmente. Maldita sea, ese tal Calvin Sandfire nunca tardaba en averiguar qué estaba pasando ni en hacer que pasase más rápido. ¿Estaba Kris dispuesta a dejar que la vida de Tom dependiese de que aquella noche Sandfire no actuase con la premura habitual? ¿Por qué estaría ella dispuesta a jugarse la vida? De nuevo, el mantra de la familia resonaba en su cabeza: No queda elección.

—Puede intentar desplegar a sus polis, Penny, pero nosotros podemos ponernos en marcha en diez minutos —dijo Kris.

—Teniente de corbeta —le dijo la teniente Pasley a Kris—, hay algunas zonas de Bastión en las que los polis solo se adentran en pareja una vez que anochece. En Heidelburg hay algunas zonas en las que los polis solo se adentran en grupos de cuatro durante el día. Una vez que anochece, no entran en Katyville.

—Lo que significa que sus amigos van a actuar despacio —concluyó Kris con serenidad—. Necesitamos movernos rápido. ¿Quién viene conmigo?

Kris sabía que Jack podía moverse rápido cuando quería, pero aun así le sorprendió la ligereza con que rodeó la bañera para cogerla del brazo.

—Mujer, no estás a la cabeza de una unidad de marines armados hasta los dientes con los que vayas a ejecutar un asalto coordinado. Solo somos un agente del servicio secreto, una burócrata de Inteligencia, una asistente asustadiza que seguramente no piensa asomar la nariz fuera de esta suite y una princesa que no conoce sus límites. Eso no nos convierte en una brigada de rescate.

—¿Quién dice que no me atrevo a salir de aquí? —bufó Abby.

—No estamos equipados para una misión de rescate —explicó Jack sin apartar los ojos de Kris.

—Querido, hable por usted. —Abby se rió mientras corría hacia la habitación de Kris. Al momento siguiente gritó—: ¡Cójala! —En ese instante una gran boina rosa de diseño adorable salió disparada por la puerta a modo de disco volador. Kris la atrapó; era más pesada de lo que parecía. Se la puso.

—¿El cien por cien del tejido es cerámica? —preguntó mientras Abby llevaba un baúl automático al cuarto de baño.

—Puede detener un proyectil de cuatro milímetros disparado a cinco pasos de distancia. Cubre la misma superficie de la cabeza que un casco normal. Aquí hay un par de gorras de vigilancia para Penny y para mí. No son tan monas, pero no todas podemos ser muñecas.

—Tiene más partes del cuerpo que proteger —gruñó Jack.

—Sí, querido, y aunque la mayoría de las veces sabe comportarse con nosotras, ahora tenemos que quedarnos en paños menores, así que puede marcharse. Seguro que habrá traído algunas cosas por si a la señorita le diera por actuar como hace siempre.

—¿Quién le ha dicho cómo actúo siempre? —preguntó Kris con recelo.

—Su madre.

—¿Mi madre? —A Kris no le pareció propio de su madre, pero se moría de ganas por ver qué guardaba la asistente en aquel baúl. Era de un marrón ligeramente distinto al de los que la había visto cargar en casa Nuu. Muy ligeramente distinto—. Jack, deja solas a las mujeres.

Este salió meneando la cabeza.

Abby abrió el baúl con presteza.

—Muy bien, tengo el material de mejor calidad para una chica trabajadora como usted —le dijo Abby a Penny mientras revolvía en el interior—, pero tenemos que pensar si lo que más le conviene a usted, princesa, es camuflarse o confundir al enemigo.

—¿Tiene una capa para volverse invisible? —preguntó Kris.

—Acababan de vender la última en Nelson y Taylor justo cuando yo llegué —respondió Abby sin inmutarse—. Aquí hay calzas para Penny y para mí —dijo la asistente al tiempo que sacaba una prenda que incluía placas de cerámica en los puntos cruciales—. Los pantalones y las chaquetas de trabajo servirán para ocultarlas. Hay que dejar sitio para lo divertido.

—¿Lo divertido? —repitió Penny mientras se desvestía.

—Pistolas, granadas y esas cosas que más vale que ese chico listo tenga a mano. Es increíble la de cosas que se pueden introducir de contrabando sin temor a los sensores. Princesa, es hora de que empiece a desnudarse.

—¿A desnudarme? —preguntó Kris extrañada mientras se desabotonaba la blusa. Abby era quien más trucos parecía saberse.

—Esto lo conservo de mi última patrona. Es justo de su talla —dijo Abby a la vez que sacaba lo que parecía un bodi semitransparente.

Kris había visto publicidad de aquel tipo de ropa sexi. Quizá alguna vez hubiera soñado con tener un juego. Rebuscó en su mente en busca de una respuesta.

—Creía que su última patrona era tan grande como nosotras dos juntas —dijo mientras dejaba caer su falda. ¿Cuánto abulto yo?

—Cierto. Me refería a la anterior a la última.

—¿Alguna de sus anteriores patronas sobrevivió a la experiencia? Quiero decir, madre nunca contrata a nadie sin referencias.

Abby se detuvo un momento y se quedó mirando al techo como si estuviera repasando sus recuerdos.

—Una, dos… tres. No, dos, creo. No me acuerdo bien. He tenido muchas. Será mejor que te quites el sujetador y las bragas, querida.

Kris siguió su recomendación y ayudó a Abby con la complicada tarea de ceñir el bodi a su cuerpo de un metro y ochenta centímetros de altura.

—Me vendrían bien unos polvos —murmuró Abby. Penny le acercó la preciosa polvera de porcelana que había sobre la mesa de mármol situada junto al lavabo doble—. Bien. El bodi tiene que amortiguar el impacto de las balas. No quisiera dejarle un cardenal.

—¿No se supone que estas cosas se estiran para ajustarse al cuerpo? —preguntó Kris. Esta no ha cedido ni un milímetro. Abby sonrió y apretó a Kris para que entrase—. Exactamente, ¿qué estoy haciendo? Eh, cuidado con el pelo. Eso me ha dolido.

—De las feas como Penny o como yo no se acuerda nadie.

—Sí, claro. —Kris hizo una mueca al oír la respuesta.

—En cambio usted, princesa, tiene un problema. No solo es muy guapa, sino que además últimamente ha aparecido en todos los medios. Si alguien se fija en usted, la reconocerá enseguida.

—¿Y esto? —dijo Kris extendiendo los brazos para señalar su cuerpo casi desnudo.

—Su rostro no será aquello en lo que se fije ningún varón lujurioso de sangre caliente, querida.

Kris miró a Penny.

La oficial se mordió el labio inferior para esconder una sonrisa.

—El engaño era una de las tácticas habituales que nos enseñaron en la escuela.

—¿Y qué escuela era esa?

—No querrá conocer el nombre de esa escuela para señoritas —dijo Abby, que tiró de la prenda mínima hasta sujetarla a los hombros de Kris—. Si se lo dijera, tendría que matarla.

—Sí, claro. —Aquella conversación no iba a ninguna parte.

—¿Puedo entrar? —preguntó Jack.

—No —respondieron las tres mujeres al unísono. Abby sacó unas braguitas. Con encajes en la parte inferior, ascendían hasta cubrir la mitad del estómago. Kris descubrió que el bodi le permitía moverse mientras se ponía la ropa interior—. Las bandas de cerámica que lleva facilitan la colocación de las prendas íntimas —explicó Abby—. Las puntillas distraerán a quien llegue a verlas.

—¿Cómo es de corto mi vestido?

—Necesita preguntarlo?

—¿Qué pasa ahí dentro? —preguntó Jack.

—Nosotras dos solo seremos trabajadoras viejas y cansadas —dijo Abby—. Kris será una «trabajadora» que conseguirá lo que se proponga.

Jack asomó la cabeza, vio a Kris y la retiró sobresaltado.

—No podemos sacarla así.

—Aquí tiene su sostén —dijo Abby, que le ofreció un sujetador que parecía tan ligero como el resto de las prendas de Kris—. Es resaltante.

—Como si este bodi dejase resaltar nada.

—Confíe en mamá Abby. Cuando hayamos terminado la carga, verá cuánto resalta. —La carga incluía dos pequeñas pistolas automáticas, una para la parte inferior de cada pecho, y dos placas que parecían ser simplemente lo que parecían—. Si la cosa se anima esta noche, apriete los pezones, gírelos hacia la derecha y arrójelos como si fueran discos voladores. A continuación busque un refugio. También podría ser conveniente que nos avisara.

—¿Y qué digo?

—A cubierto —propuso Penny, que tras un breve silencio soltó una risita—. Oh, cielos, esto no debería ser divertido.

—No lo es —dijo Kris con sequedad.

—¿Están listas para dejar trabajar a los profesionales? —preguntó Jack.

—¿Todo esto es una especie de trampa para hacerme salir corriendo en busca de mamá? —exclamó Kris—. Porque si lo es, sácame de aquí…

—No es ninguna trampa, querida —respondió Abby sin un ápice de jovialidad—. ¿Va a dejar a Nelly aquí?

—No vas a dejarme —intervino Nelly.

—¿Dónde podría ponérmela? —preguntó Kris mientras Abby caminaba a su alrededor, estudiando su figura y mirando con recelo el pequeño trozo de tela roja que cubría su brazo.

—¿Qué tal sobre el estómago? Hay hombres a los que una tripita un poco abultada les resulta muy atractiva y, cariño, la suya es plana como…

—No importa —intervino Kris, que se puso a Nelly sobre el ombligo. Las correas del ordenador se extendieron sin dificultad hasta ajustarse. El cable que se conectaba a la clavija de la nuca de Kris se alargó. ¿Tienes suficiente ancho de banda, Nelly?

Estoy bien, Kris.

—El pompón de la boina es una antena de uso múltiple —dijo Abby—. Su Nelly sabrá qué hacer con ella. ¿Puedo vincularla a su cable?

—¿Se estropeará algo?

—Las instrucciones de la caja aseguran que no. Si es mentira, la llevaré a la Cabaña de la Radio más cercana y exigiré un reembolso.

Kris ya no creía ni una palabra de lo que decía Abby. Esperó. Nelly, ¿algún problema?

—La vinculación de la entrada ha ido bien —confirmó Nelly—. La adaptabilidad de la antena es… inusitada. Dame un momento para ajustarme a sus capacidades.

—Tómate tu tiempo, cariño —dijo Abby antes de fruncir los labios—. Creo que podemos pasar al vestido. —Desafiante como César cruzando el Rubicón, Kris levantó los brazos y dejó que la asistente se lo ajustase. Las partes delantera y trasera, sujetas por unos finos tirantes, se descolgaron. Kris se había preguntado cómo accedería a sus pistolas; con aquella prenda rojo encendido tan liviana no tendría la menor dificultad. La falda terminaba antes de empezar.

Kris se miró en el espejo. Ni siquiera madre se había puesto nunca un vestido mínimo como aquel. Kris intentó verse la espalda en el espejo.

—¿Se me ven los cachetes por atrás? —preguntó.

—Sí —respondieron las otras dos mujeres.

Kris meneó la cabeza.

—¿De verdad las mujeres se ponen estas cosas?

—Las mujeres que se dedican a lo que usted va a fingir esta noche, querida.

—¿Usted lo ha hecho alguna vez? —le preguntó Kris a su asistente.

—Mi madre. Quería algo mejor para su hija. —Kris enarcó una ceja, incapaz de decidir si creerla o no. Abby estaba ocupada poniéndose su camuflaje para la noche: botas de trabajo, pantalones amplios y abrigo desgastado.

—¿Y yo voy descalza?

—Algunas chicas lo hacen. Es bueno para el negocio —explicó Abby antes de alcanzar unos zapatos viejos—. Son más resistentes de lo que parece.

Kris se echó hacia delante para calzárselos, momento en que sus intimidades se reflejaron en el espejo.

—¿Cómo se supone que voy a inclinarme con esto?

—Muéstrese tal como es, querida. El negocio es el negocio.

Kris se puso de pie para probar los zapatos.

—No están mal.

—Le sorprenderá lo fácil que le resulta correr con ellos. Jack, ¿tiene algún juguete para las mujeres trabajadoras?

—¿Es seguro entrar?

—Ya solo falta maquillarla.

Jack entró mientras la asistente les daba los últimos toques a sus disfraces. El agente del servicio secreto miró a Kris enarcando las cejas poco a poco y articuló un silbido leve.

—Esta es una nueva faceta de ti que nunca había visto, princesa.

Kris se miró; el vestido, además de sus ajustadas medidas, tenía aberturas distribuidas estratégicamente.

—Hay una gran parte de mí que estás viendo por primera vez.

Jack sonrió.

—Eso no te lo puedo negar.

—Te lo estás pasando en grande con esto y…

Abby interrumpió a Kris lanzándoles unas botellitas a Jack y Penny.

—Están demasiado limpios para pasar por obreros de verdad. Ensúciense. Querida, está demasiado sencilla para esta noche. Siéntese y deje que mamá la emperifolle como es debido para salir a trabajar.

Kris se sentó e intentó bajarse el vestido para cubrirse, lo que solo le sirvió para mostrar más escote… y el mango de una pistola.

—No puede hacer eso, princesa —la avisó Abby mientras le cubría la cara con gruesas capas de polvos, colorete, rímel y pintalabios. Kris hizo una mueca al ver el rostro que la miraba desde el espejo—. Estese quieta. Esta noche, Cenicienta, no va a ningún baile.

Kris se quedó inmóvil.

Cuando la asistente terminó, Kris se levantó, se miró detenidamente en el espejo y juró que nunca más volvería a hacer algo así. Jugarse la vida protegida con una armadura completa era una necesidad. Pasearse por ahí para que los babosos la desnudasen con la mirada le revolvía el estómago. Kris sabía que algunas mujeres se dedicaban a aquello, que tenían que hacerlo. Saberlo era una cosa. Serlo… Tener que practicar sexo con cualquiera… Ya pensaría en ello más tarde.

Abby volvió con unas gabardinas.

—Lo que es adecuado en Katyville es incompatible con el Hilton. Luego las tiraremos.

Jack les entregó un pequeño arsenal a las dos mujeres. Abby comprobó con un movimiento experto el mecanismo de una pistola automática pequeña pero de aspecto letal, le puso el seguro y se la guardó en el bolsillo. Penny hizo lo mismo. El agente de seguridad no les dio explicación alguna cuando a continuación les ofreció un conjunto de granadas y cargas explosivas. Ni Abby ni Penny se la pidieron. Para ser una asistente, Abby sabía demasiado acerca de cosas que no tenían nada que ver con el guardarropa de Kris. Tenemos que hablar, mujer.

Una vez que Jack terminó con las armas, permanecieron inmóviles unos instantes, mirándose unos a otros. Jack aún parecía desear que Kris se lo pensara mejor. Penny respiraba apresuradamente, a todas luces emocionada. El rostro de Abby era una insondable máscara inexpresiva.

—Vamos a buscar a Tommy —dijo Kris.