5
—Nelly, te dije que reservaras una plaza, no media galaxia. —Kris resopló mientras giraba sobre sí misma para ver el magnificente compartimento al que la había escoltado en persona el comisario de la Soberbia Turántica. La araña de luces del salón arrojaba una luz que bruñía con suavidad los ribetes dorados del techo y las delicadas molduras de las paredes. El sofá y las sillas, cubiertos con brocados, parecían sacados de un museo o de una película.
—Hice lo que me pediste —dijo Nelly con tono lastimero.
—Nelly, podríamos atracar la Fogosa aquí y todavía nos sobraría sitio —comentó Kris a la vez que comprobaba las puertas que daban al cuarto de estar. Había un estudio, con tres paredes cubiertas por libros de papel; la cuarta consistía en una pantalla en sí misma. Al menos se trataba de una pantalla más pequeña que la que el comisario había enseñado a Jack a manejar en el salón. En cada uno de los tres dormitorios había una pared audiovisual de similares características.
Nelly, ¿no podías habernos conseguido algo más pequeño?, pensó Kris, que prefirió llevar al ámbito privado la discusión con su ordenador personal.
No, señora. Casi todas las plazas están ocupadas. No me fue posible reservar tres habitaciones juntas, de modo que alquilé la suite imperial.
—¡La suite imperial! Soy una princesa, no un imperio.
—Emperatriz, querrá decir —la corrigió Abby—. El imperio es la estructura política. Emperador o emperatriz eran los títulos que se daban a los gobernadores, según su sexo.
—¿Ahora es experta en formas de gobierno? —dijo Jack con sorna desde donde examinaba la puerta después de acompañar al comisario a la salida—. Sí que es la suite imperial. Lo pone aquí.
—Los gobiernos se los dejo a aquellos que creen que los dirigen —contestó Abby con sequedad—. El protocolo está bien cuando hay que hacer felices a esos ilusos.
Kris miró a su asistente corporal.
—No conocía esa faceta suya.
—Además es una faceta que no me gusta —añadió Jack—, teniendo en cuenta que va armada y tiene acceso a mi prioridad. ¿Para quién decía que trabajaba antes?
Abby le mostró su unidad de muñeca y la pulsó.
—Ya tiene mi currículo. Léalo cuando tenga un momento. Si quisiera matar a alguien, podría haberlo hecho hace tiempo.
Kris los dejó discutiendo para ir a echar un vistazo a su dormitorio. Era más extravagante, si cabía, que el salón. La cama, de tacto suavísimo, podía acoger hasta a cuatro personas. El puente más amplio y cómodo de la Fogosa no era ni la mitad de espacioso.
—Mira que no traerme la raqueta de tenis.
—Hay canchas de tenis en la tercera cubierta, así como una piscina de dimensiones olímpicas e instalaciones para la práctica del ejercicio físico —informó Nelly—. La tienda especializada tiene todo lo necesario para los pasajeros que se hayan olvidado de algo.
—O para los que no entran en su traje de baño. ¿Has visto los horarios de las comidas? —preguntó Jack desde la otra habitación.
La idea de reclinarse y abandonarse al lujo le resultaba sorprendentemente tentadora. Al ser una Longknife, nunca le había faltado de nada, pero a padre no le gustaba ostentar. «Cuesta votos.» Ya desde la adolescencia, para Kris era cuestión de orgullo apañarse con la mitad de lo que necesitaba madre. ¿Cómo sería entregarse de verdad al lujo de la realeza? Kris se olvidó del incitante dormitorio y regresó al salón. Jack tenía en pantalla el currículo de Abby.
Esta se encogió de hombros al ver la sencilla página que resumía la historia de su vida.
—Impresiona un poco verlo así, todo en grande.
—Tiene una carrera… ¿de qué? ¿Mercadotecnia? —dijo Jack. Kris estaba ocupada con unas operaciones de matemáticas básicas. Abby tenía treinta y seis años. Eso la hacía ocho años mayor que Jack, quien a su vez tendría seis años más que ella hasta que volviera a cumplir años el próximo mes. Hmm, aunque a Jack le gusten mayores, ¡Abby le lleva demasiados años! ¿No?
—Me costeé la carrera cuidando a personas mayores, sonándoles la nariz y limpiándoles el culo cuando era necesario. Creía que el trabajo más elegante que existía era el de atender a la gente detrás de un mostrador, ayudando a las mujeres a decidir qué colores y accesorios les sentaban mejor. —Hizo una mueca—. Mi primera clienta me contrató después de que su abuela muriera.
—Su última clienta murió —dijo Jack.
Kris se recogió en su dormitorio al ver que aquella se había convertido en una conversación privada.
—Creo que la Policía concluyó que la rebelión de un accionista cobró un cariz personal. —Abby se aflojó y recogió una manga para dejar ver las cicatrices de unas heridas de entrada y de salida—. Demasiado personal. Su servicio lo verificó cuando me contrataron.
Jack se giró hacia Abby y la atenazó con una mirada pétrea.
—Los maderos de la Tierra se encargaron de todo. Nosotros solo recibimos su informe. Mis jefes lo aceptaron. Yo todavía le doy vueltas.
—Dele todas las vueltas que quiera, pero tengo un trabajo que hacer y pienso ganarme mi sueldo.
—El sueldo que pagan los Longknife es bueno, pero puede implicar fascinantes desafíos en absoluto especificados a la hora de firmar el contrato. ¿Qué hará cuándo los cohetes echen a volar?
—Lo que haría cualquier persona con dos dedos de frente, salir corriendo en la dirección opuesta. Soy asistente corporal. Si es necesario, puedo ofrecerme a identificar el cadáver. ¿Es lo que quería saber?
—Ningún problema, señora. Ya buscaré refuerzos en otra parte.
—Bien pensado.
Kris carraspeó cuando entró en la habitación.
—Nelly dice que esta noche tengo que cenar con el capitán. Abby, ¿tiene alguna sugerencia sobre qué debería ponerme?
—¿Qué tal el traje que rechazó anoche? Esta vez no tendrá problemas con su madre. ¿Por qué no deslumbrar a toda la nave como una verdadera princesa?
—Vaya a buscarlo —dijo Kris. ¿Por qué no causar sensación entre el resto del pasaje? Podría venirme bien y, quién sabe, quizá así entienda mejor por qué madre es como es.
Dos horas bastaron para que Abby la vistiese como a una princesa; además, la experiencia le permitió hacerse una mejor idea de por qué madre siempre llegaba tarde. Lo cierto fue que Kris la disfrutó; por lo general, en su vida diaria no abundaban aquellos momentos tan sensuales. Abby le dijo que se limitase a relajarse en el baño. Kris obedeció y se entregó a la calidez del agua, los chorros y los aromas, que la transportaron a un mundo sin dolor ni preocupaciones.
A continuación, Abby le hizo un tratamiento facial. La teniente Kris Longknife se resistía a creer que quedase la menor señal de tensión en ella después del baño. Diez minutos más tarde, cuando Abby hubo terminado de arreglarle el rostro, las adustas líneas de preocupación que a la Marina le gustaba ver en la expresión de sus mejores tenientes se habían desvanecido del semblante de la princesa.
Antes de que Kris estropease el milagro con las líneas que pudieran aparecer debido a la preocupación que suscitaba en ella el vestido sin tirantes, Abby le sugirió ponerse un sostén de realce.
—¿Nunca ha tenido uno de estos? —dijo la terrícola mientras miraba a Kris como si fuera una auténtica alienígena.
—No.
—¿Su madre nunca le enseñó ninguno?
—No.
—¿Nunca leyó sobre ellos en alguna revista para mujeres cuando tenía, no sé, quince años?
Kris rememoró aquellos primeros días de abstinencia después de años enganchada a la botella.
—No. Leía historia y sobre política, me formé en la práctica del fútbol y en la competición orbital con esquife. No recuerdo que me sobrase tiempo para toda esa basura.
Abby meneó la cabeza.
—¿Y sus amigas nunca le hablaron de este secreto?
Kris prefirió no preguntar «¿Qué amigas?».
—Mujer… —silbó Abby—. Ha crecido en un planeta alienígena. Pero no se preocupe, querida, aquí está mamá Abby para asegurarse de que vuelva a casa sana y salva.
Diez minutos antes de la cena, un joven oficial llamó respetuosamente a la puerta de la suite, y Abby anunció que Kris estaba visible. Ningún hombre la había mirado nunca con el pasmo que dejó sobrecogido al oficial. No consiguió controlar su tartamudeo y balbuceo hasta que Jack, vestido ahora con frac, carraspeó y preguntó si Kris deseaba que la escoltase hasta el salón. Su intervención ayudó al oficial a recuperar el habla.
—El capitán me envía para escoltarla, señora. Entendimos que viajaba sola. —Eso les daría la invisibilidad correspondiente a su guardia de seguridad y a su asistente, meros acompañantes. Kris se cogió al brazo del joven y salió al amplio pasillo de la nave. Jack la siguió con discreción manteniéndose a tres pasos de distancia.
La cena en la mesa del capitán supuso un complejo ejercicio de vanidad… además de una inversión de tiempo sin beneficio aparente. Según pudo apreciar Kris, no sin cierta malicia, era la única mujer sentada a la mesa menor de cuarenta años, y la única que llevaba los hombros descubiertos. Tal como Abby le aseguró, el hecho de no poder contar con el apoyo de Nelly no le supuso ningún inconveniente. Los hombres la cortejaban y las mujeres le decían cosas agradables a la cara, aunque Kris no habría apostado ni un dólar terrestre por que los comentarios que realizasen más entrada la noche no fuesen más acerados. Kris prefirió no probar el vino; aun así, se sintió embriagada por toda la atención recibida. Madre, ¿estaré saboreando tu adicción?
El capitán parecía disfrutar de su compañía sin doblez. Sus ojos se posaron en la faja de la Orden del León Herido, la cual Abby le había abrochado en un costado, bajo el pecho. El medallón quedaba en el lado más alejado de él. Kris se propuso improvisar, comprar o inventarse alguna otra manera de mantener la faja en su sitio. El León Herido no encajaba con su actual imagen.
—¿Y qué la trae a bordo? —preguntó el capitán para animar la conversación de la mesa.
—Oh, Bastión es un planeta hermoso, pero una chica ha de conocer el resto de la galaxia, ¿no le parece? Además, si el bisabuelo Ray va a ser el rey de cuarenta planetas, ¿no cree que una princesa debería ampliar su conocimiento de esos mundos? —El capitán no pestañeó ante el hecho de que Kris recortase a la mitad la actual alianza de Ray. ¿Habría dado lugar a un buen rumor o a uno malo?
—Lamento que no pueda acompañarnos durante más tiempo.
—¿Oh?
—Sí, la Soberbia Turántica pasará una breve temporada en el astillero cuando lleguemos a casa. Estoy seguro de que podrá proseguir su viaje a bordo de otra nave.
—Dudo que esté equipada con tanta elegancia como la suya.
—Es lo que nos gusta creer en la Soberbia Turántica.
—Oh, cielos, ¿hay algún problema con la nave, capitán? —Una de las otras comensales aprovechó la oportunidad de acaparar la atención del hombre. Cuando se inclinó hacia delante, demostró tener mucho más que enseñarle al capitán que Kris, aun con la milagrosa prenda interior que le había recomendado Abby.
—Oh, no, no hay ningún problema. He sabido que Turántica ha vuelto a elevar las exigencias de seguridad de su flota, por lo que será necesario realizar algunas modificaciones. Viaja a bordo de la nave más segura de todo el espacio, señora. Y el próximo mes lo será más todavía.
La mujer pareció quedarse satisfecha, aunque tal vez lo único que le interesaba era que rellenasen su copa de vino. Kris tomó nota para después decirle a Nelly que se informase acerca de aquel asunto. Sonaba a cuento pensado para confortar a los civiles. A una teniente de la Marina en activo procedente de Bastión le sonaba a excusa barata.
Tras la cena comenzó el baile, durante el cual ninguno de los tenientes de corbeta que hicieron cola para que Kris no dejase de dar vueltas por la pista de baile se quejó de su falta de habilidad. Uno o dos incluso se ofrecieron a enseñarle los pasos que más le impresionaron al observar a otras parejas. No era un mal modo de pasar una velada… si no tenías nada mejor que hacer en la vida.
A las once en punto Kris se encontraba de nuevo en la puerta de su camarote, acompañada del comisario de la nave, que también escoltaba a su esposa de regreso al camarote de ambos.
—Si necesita cualquier cosa, repito: cualquier cosa —le aseguró la mujer a Kris—, solo tiene que pedirla. En un puerto estelar se puede encontrar de todo: desde aguja e hilo hasta lo que esos quisquillosos ingenieros llaman subensamblaje principal.
—Muchas gracias —dijo Kris con un suspiro de cansancio antes de entrar por la puerta que Jack había abierto tras adelantarse unos pasos. Era extenuante recibir halagos, lisonjas y caricias durante toda una noche.
Ojalá los pies no la estuviesen matando.
Cuando estaba a punto de desplomarse sobre el sofá, Abby le habló desde el tocador.
—No se atreva a hacerle eso a ese vestido.
Kris se puso firme de inmediato.
—Pero me he pasado la noche sentada a la mesa.
—Eso es distinto. Venga aquí y deje que la ayude a quitarse eso antes de que estropee algo de valor.
—No creo que sea tan valioso —replicó Kris. Abby le indicó un precio que ascendía a dos mensualidades para un teniente.
—No habla en serio.
—Jovencita, ¿qué le hace pensar que la belleza y el glamur salen baratos?
—Nunca pagaría eso —dijo Kris mientras se quitaba el vestido, que de repente le parecía delicadísimo. Madre siempre había sido quien se ocupaba de administrar su armario. Kris se quitó el elegante atuendo de Abby, se colocó a Nelly alrededor del cuello, sin conectársela, y se cubrió con una bata—. Nelly, ¿madre llegó a realizar extracciones de mi fondo fiduciario para cubrir los gastos de mi guardarropa?
—Lo hacía hasta que empezaste a administrarlo tú misma al entrar en la universidad. ¿Quieres un informe histórico completo?
—No. Ahora no. La nave entrará en el astillero cuando llegue a Turántica. ¿Turántica 4 ha cambiado recientemente la normativa de seguridad aplicable a sus principales naves?
Se produjo una breve pausa.
—Sí, Turántica exige que todas las naves incorporen condensadores eléctricos adicionales para garantizar el buen funcionamiento de los campos de contención de fusión. También se requiere un mayor número de cápsulas salvavidas, además de que estas estén mejor equipadas.
—¿Son muchas las naves que deben realizar un parón en su viaje?
—La ley especifica un plazo muy ajustado. En estos momentos hay un número excepcionalmente elevado de naves turánticas atracadas en los astilleros y está previsto que a corto plazo sean más naves las que se sometan a un proceso de revisión.
Tras articular un pensativo «hmm», Kris regresó al cuarto de estar.
Jack se había quitado el traje de etiqueta y lo había sustituido por unos pantalones y una camisa.
—¿Te lo estás pasando bien esta noche?
—Mejor que si me hubiera clavado una estaca en un ojo —contestó Kris citando a uno de sus bisabuelos—. Nelly, muéstranos qué has encontrado sobre la flota mercante principal de Turántica.
Una parte de la pantalla de enfrente del sofá sustituyó las cataratas que en ella aparecían por una zona activa. Las naves, ordenadas por tonelaje, se organizaron según su estado: «En Turántica», «En astilleros» y «Revisión prevista en treinta días o menos». El conjunto englobaba la mitad de la flota.
—Recuérdenme que compre acciones de los muelles de reparación de naves de Turántica —dijo Abby, que tomó asiento en una silla de respaldo recto.
—Nelly, muestra el resto de la flota de Turántica engrosando las rutas comerciales en las que se encuentran actualmente.
Las preciosas cataratas desaparecieron cuando la totalidad de la pantalla pasó a mostrar el espacio humano, una esfera de trescientos años luz de diámetro. Tal y como cabía esperar, la región más alejada de Turántica estaba vacía. Lo que sí les extrañó fue observar extensas áreas en blanco en las cercanías.
—Nelly, muestra en rojo el espacio de los Sensibles Unidos. —Las rutas se tiñeron de rojo. Además, acogían muy poco tráfico de Turántica.
—Muestra otras alianzas en desarrollo —dijo Jack.
—Ya me avisaron de que estaban un poco paranoicos —comentó Abby.
—A veces tener una reacción paranoica en el momento oportuno puede salvarte la vida —respondió Kris sin apartar la vista de la pantalla. El tráfico de Turántica había desaparecido de otras tres alianzas nacientes. En los alrededores, los niveles de tráfico eran los habituales—. Maldita sea, no volverá a repetirse lo de Peterwald, ¿no?
Jack estudió el mapa por un momento e hizo ademán de decir algo, pero finalmente encogió los hombros y consultó su unidad de muñeca.
—¿Quieres ir un rato al gimnasio, ahora que los aparatos todavía están libres?
Kris siguió mirando el mapa un poco más y a continuación se encaminó hacia su habitación. Encontró su ropa de entrenamiento sin ayuda y se quitó a Nelly. Cuando se reunió con Jack en la puerta, Abby se unió a ellos, mochila de deporte al hombro.
—Querida, tengo que estar en forma para poder echar a correr si empiezan a dispararle.
El gimnasio ofrecía todas las comodidades que el acomodado grupo podía desear. Tenían mil y una maneras de quemar las calorías de la cena. Antes de que Kris dijese nada, Jack retó a Abby a un uno contra uno, o tal vez fue al revés. No sin cierto fastidio, Kris prefirió ceñirse a su actual personaje. Las instalaciones incluían tres cápsulas de placer. Por fuera semejaban una caja negra. El interior recordaba a un útero materno. Al cerrarse podía o bien masajear con delicadeza todos los músculos que uno desease, o bien aplicar una sesión de ejercicios tan completa como indolora.
—¿En qué puedo servirle? —preguntó una agradable voz masculina que hizo preguntarse a Kris cuál sería el uso habitual de aquella máquina.
—Necesito deshacerme de la cena —contestó Kris con un regio suspiro.
—Permítame ver qué podría sugerirle —dijo la voz un instante antes de que Kris empezase a sentir un cosquilleo eléctrico en los dedos de los pies que no tardó en extenderse por sus piernas para después llegar a su espalda y por último desvanecerse en los dedos de sus manos—. Está en muy buena forma, señorita. Permítame sugerirle una sesión de ejercicio sencilla y un masaje cálido.
—Me pongo en sus profesionales manos. —Cuando la máquina llevaba varios minutos acariciándole amablemente las piernas y los brazos, Kris quiso decirle si no sabía hacer nada mejor. Sin embargo, los estiramientos y las contracciones de su cuerpo no tardaron en cobrar intensidad, momento en que empezó el verdadero programa de ejercicios. Después de varios minutos forzando enérgicamente los brazos, las piernas, los abdominales y diversos grupos de músculos que no sabía que existían, Kris descubrió que no le faltaba tanto el aire desde que saliese de la Escuela de Aspirantes a Oficiales. Veinticinco minutos más tarde comenzó la fase de relajación. La máquina la dejó salir en el momento en que Jack conducía a Abby fuera de la cancha.
—Su última patrona le enseñó algunos movimientos que no había visto nunca —observó Jack un tanto jadeante al ir a coger una toalla.
—Ya sabe cómo son esos terrícolas gandules; no tienen nada mejor que hacer que convertir en arte lo que la gente trabajadora de verdad consideraría mera diversión. —Si sus palabras contenían algún tipo de sarcasmo, Abby lo ocultó tras la agradable sonrisa que le dirigió a Jack. Demasiado agradable para el gusto de Kris—. Usted tampoco se mueve mal —añadió con el rostro oculto tras una toalla.
—Lo normal. ¿Has disfrutado del masaje? —le preguntó Jack a Kris.
Kris quería conocer el resultado. Jack era bueno; Abby no podía haberlo vencido. Ambos estaban ocupados secándose. No pensaba preguntarles lo que no parecían querer comentar. Así pues, Kris se limitó a retorcer los hombros.
—Ha sido muy relajante. Deberíamos instalar una caja de esas en casa Nuu. Creo que voy a dormir como un bebé.
Y así fue.
Kris, que se regía según la rutina de la nave, durmió profundamente. Abby le llevó el desayuno poco antes del mediodía. La cuestión de cómo hacían sus acompañantes para tenerla bien atendida le hizo preguntarse cuánto le costaba en términos de privacidad el lujo de tener sirvientes, aunque prefirió no manifestar sus dudas. Más tarde otro oficial se presentó para llevarla a cenar al salón. La mayoría de los comensales que había sentados a la mesa del capitán eran nuevos; esta noche la silla que quedaba a la izquierda de este estaba reservada para ella.
Sus esfuerzos por llevar el tema de conversación hacia el asunto del transporte se diluyeron de alguna manera en la animada charla de la mesa. Uno de los hombres acababa de llegar de Finlandia. Los demás querían saber si estallaría la guerra entre Xyris y Finlandia. El viajero se encogió de hombros.
—La retórica está ahí. Ambas se mueven por una buena causa, o eso dicen. ¿Quién sabe? —comentó mientras se limpiaba los labios delicadamente con una servilleta—. Hagan lo que hagan, no será bueno para el negocio.
No se olvidaba de Tom. Puesto que el bisabuelo Ray no se había puesto en contacto con ella, Kris decidió enviarle un mensaje al nuevo embajador de Bastión destinado en Turántica para interesarse por el posible estado involuntario de Tommy. No obtuvo respuesta.
Al día siguiente envió un nuevo mensaje, esperó otro día y repitió la operación. Silencio. Faltaba poco para que la nave realizase su último salto cuando Kris envió el mensaje de nuevo… y obtuvo una respuesta inmediata.
PARA: TENIENTE DE CORBETA LONGKNIFE
DE: TENIENTE PASLEY
RECIBIMOS SU PRIMER MENSAJE. NO INSISTA MÁS Y DÉJEME TRABAJAR.
—¿Teniente Pasley? —murmuró Kris, que repitió el nombre para sí. Le resultaba familiar.
—¿No es la mujer a la que conoció Tommy? —dijo Nelly en voz baja—. La mujer que informó de su desaparición. O tal vez se trate de otra persona que se llama igual.
Kris consideró dos alternativas radicalmente opuestas. ¿Desde cuándo un ordenador preguntaba algo cuya respuesta conocía de sobra? ¿Acaso Nelly estaba aprendiendo a expresarse con tacto?
—Pasley —dijo Jack con gesto grave—. Se dirigía a Itsahfine. ¿Qué hace en Turántica respondiendo el correo del embajador?
Y firmando como teniente, pensó Kris. Justo cuando empezaba a encontrarle el gustillo al hecho de que una princesa superase en rango a todos los que tenía a su alrededor, ¿tendría que acostumbrarse a trabajar con un miembro de la Marina de mayor rango… otra vez?