Capítulo 4

4

Kris tamborileó con los dedos sobre la mesa del tocador mientras Abby le soltaba el pelo.

—Busca en las naves que atracaron en Castagon 6 una semana antes que la Bellerophon y obtén sus listas de pasajeros.

—Sí, señora —dijo Nelly.

Kris, vestida con un pantalón de chándal y una camiseta sin mangas, se unió a Harvey y Jack en el salón, que ahora utilizaban como central de Inteligencia. Una de las paredes se convirtió en la pantalla donde podían ver lo que sabían: no demasiado. Lotty llegó; aquella noche ya nadie correría peligro de morir de inanición ni de pasar sin una dosis de cafeína.

Cuando Kris se acomodó en una tumbona, Nelly anunció que la búsqueda de transportes con destino a Castagon 6 no había dado ningún resultado. Solo la Bellerophon había atracado allí durante la última semana.

—¿Por qué me cuesta tanto creerlo? Nelly, Tru conoce un buen método de obtener mejor información acerca de los transportes. Compruébalo con Sam. —Nelly realizó una llamada.

Sam sugirió que la lista de las naves que saltaban con frecuencia a un puerto implicaba más tráfico que la lista de las naves que el puerto decía haber recibido.

El sol de la mañana se coló en el dormitorio intacto de Kris antes de que Nelly completase una búsqueda mucho más minuciosa. Parecía ser que el yate Víbora Espacial había saltado desde Turántica 4 con destino a Castagon 6 dos días antes de la llegada de la Bellerophon. La Víbora Espacial regresó a Turántica dos días después de que la nave de Tom partiese. Ah, las bases de datos de dominio público contenían mucha información… siempre que supieras distinguirla de los datos manipulados.

Lotty trajo el desayuno mientras Kris organizaba la agenda del día sentada en silencio. Debería presentarse en la nave. Era sábado y no tenía por qué, pero el capitán solía trabajar media jornada y Kris intentaba estar a su altura. Sofocó un bostezo y revisó lo que Nelly había recogido del océano de información disponible. Ahora la pantalla de la pared estaba llena de datos; a un lado se mostraba una cronología. Aunque Kris había conocido los planes de viaje de Tom y la frustración de estos a lo largo de las últimas doce horas, el proceso completo había llevado más tiempo.

Tommy le envió un mensaje antes de embarcar en la Bellerophon cinco días atrás. Al ser un oficial novato mal pagado y algo tacaño, su mensaje quedó en espera y fue expulsado de la cola varias veces durante su tránsito por dos puntos de salto desde Alta Cambria hasta Bastión. Kris se preguntó si aquella era la manera que Tom tenía de asegurarse de que se encontrara en pleno trayecto antes de que ella pudiera hacer nada.

El mensaje de la señorita Pasley recorrió una distancia mayor, pero viajó más rápido al consumir el dinero de Kris. Al parecer Tommy había abandonado la Bellerophon hacía algo más de dos días. Lo cual significaba que habría llegado a Turántica ayer a última hora, mientras ella se dedicaba a alternar con el enjambre de los amigos más íntimos de su padre. Masticó poco a poco una de las magdalenas ricas en fibra que Lotty había traído mientras ella conjeturaba sobre ese lapso.

Una segunda sección era ahora un mapa estelar que mostraba los planetas clave de aquella misión. El viaje de la Bellerophon desde Alta Cambria hasta Itsahfine implicaba cuatro saltos pero solo una parada, en Castagon 6. El viaje de ida y vuelta desde Turántica hasta Castagon requería realizar solo dos saltos. El de Bastión a Turántica era un viaje de tres saltos por rutas comerciales muy transitadas.

—Nelly, elabórame un análisis político completo de Turántica. —Hasta hacía poco, el espacio humano era el espacio humano, y se suponía que un estudio de la Sociedad de la Humanidad hablaba por sí solo. Al crecer compartiendo la mesa del comedor con su padre, Kris pronto se dio cuenta de que lo que el profesor de educación para la ciudadanía del instituto llamaba «humanidad unida» se componía de múltiples facciones con las que el primer ministro solía tener que hacer malabarismos para cumplir con su deber. Ahora aquellas facciones eran asociaciones independientes y los mapas estelares necesitaban no solo líneas para representar las rutas de transporte sino también distintos colores para indicar dónde se encontraban los inspectores de aduanas; y quizá —solo quizá— una flota de combate se estuviera acercando hacia otra zona del mapa con distinto color.

Kris iluminó la Tierra, la madre de todo aquel lío. Durante los primeros doscientos años de expansión humana, se produjo la colonización de las Siete Hermanas, tras las que vinieron más de cuarenta hermanastras, como solían llamar los bromistas a la siguiente esfera. Nelly representó dichos planetas en verde, el color que utilizaba la Sociedad de la Humanidad antes de la guerra de Unidad, tras lo que añadió de inmediato en negro el centenar de planetas que conformaban Unidad. No, Nelly, eso es historia. Muestra en rojo los Sensibles Unidos del bisabuelo Ray. El mapa se actualizó; una gran parte de las zonas negras cambió a rojo, pero también algunos puntos verdes: Esperanza, LornaDo. Sorpresa para la Tierra. El rojo también teñía las colonias que Bastión había auspiciado durante los últimos ochenta años. Con todo, el rojo y el verde cubrían menos de una cuarta parte de los seiscientos mundos que el hombre habitaba en la actualidad.

Colorea de negro la facción de Peterwald. Un tramo del sector exterior compuesto por cincuenta planetas se convirtió en una nube sombría centrada en torno a Vergel. Parecía extenderse e impedir que Bastión siguiera expandiéndose. Hamilton y sus cinco colonias se encontraban entre Turántica y el territorio de Peterwald. ¿Existen hostilidades entre Turántica y Hamilton?, le preguntó Kris a Nelly.

Solo la típica competencia comercial, informó el ordenador. Kris examinó la pantalla de la pared intentando averiguar cómo encajaban Tom y ella.

—Kris, tienes una llamada a cobro revertido.

—¿Quién es?

—Tommy.

—¡Acéptala! —exclamó Kris al tiempo que se levantaba de un salto. Jack y Harvey tardaron tal vez medio segundo más en saltar del sofá, olvidado ya el cansancio acumulado durante la larga noche. Abby permanecía sentada en silencio en la silla de respaldo recto que había colocado en un rincón. Había podido dormir un poco después de todo lo que había contribuido a las conversaciones mantenidas durante la noche.

Una sección de la pantalla de la pared pasó a mostrar la llamada telefónica. Apareció Tommy, con aspecto desaliñado y tan pálido que sus pecas llamaban la atención como luces de advertencia.

—Kris, necesito ayuda —comenzó a decir, esta vez sin su característica media sonrisa.

Y la pantalla se fundió en negro.

—Nelly, ¿qué ocurre con el resto de la llamada? —aulló Kris.

—Llegó cortada de origen.

—¿Desde dónde llamaba? ¡Reprodúcela de nuevo! —exigió Kris. Nelly volvió a ejecutar la llamada y la detuvo en el último fotograma. Kris miró a los ojos de Tommy e intentó sondearlos en busca de alguna señal de miedo, pánico o una nueva libertad. Pero no apreció más que cansancio.

—Nelly, dame los detalles de la llamada —ordenó Kris.

—El archivo de cabecera ha sido dañado, al parecer por un intento de recuperar la llamada —informó el ordenador—. Esta se realizó desde la estación de Alta Turántica hace unas seis horas reales. La ubicación exacta del teléfono se ha perdido, pero se hallaba dentro de los sistemas públicos de la zona del muelle de la estación. —Apareció un esquema de una estación estándar de clase E.

—No es de gran ayuda —murmuró Jack.

—Hace seis horas Tom estaba en Turántica y necesitaba ayuda —gruñó Kris—. Me basta con eso.

—¿Te basta para qué?

—Para organizar una búsqueda —contestó Kris caminando de un lado para otro.

—Turántica queda a doce años luz de aquí. Seis horas por correo urgente —señaló Jack.

—Pues reúne algunos hombres. Eres poli, ¿no? Diles a tus amigos que muevan el culo y salgan a buscar a Tom.

—Kris, trabajamos en seguridad personal. No nos dedicamos a resolver secuestros.

—Tu agencia fue a por los idiotas que se llevaron a Eddy —protestó Kris con la rabia suficiente para no atragantarse al pronunciar el nombre de su hermano de seis años, que murió bajo un montón de estiércol.

—Eddy era asunto nuestro. Tom, no.

—¿Y secuestraría alguien a Tom si no se hubiera acercado demasiado a mí?

Jack mantuvo la profesional inexpresividad de su semblante; su gesto no desvelaría respuesta alguna.

—Nelly, ponme con el bisabuelo Ray.

Jack enarcó las cejas al oír la orden, pero se dio media vuelta para regresar a su sitio en el sofá, donde entrelazó las manos y se limitó a mirar a la joven como si esta tuviera algunas lecciones por aprender.

—Hola, Kris, ¿cómo es que has madrugado tanto un sábado después de un baile? —El bisabuelo Ray sonrió desde una sección de la pared.

—Creo que tengo un problema, bisabuelo —contestó Kris, que procedió a ponerlo al corriente. La sonrisa de Ray se fue transformando en un gesto grave de preocupación a medida que su bisnieta le contaba más y más detalles sobre Tom. Cuando terminó la explicación, Ray asintió con la cabeza.

—Lo recuerdo, un buen muchacho.

—Ha sido mi mayor apoyo muchas veces.

—Esto no va a ser fácil, Kris. —Cuando un hombre como el bisabuelo Ray decía que algo no iba a ser fácil, ese algo no era fácil—. Turántica no forma parte de los Sensibles Unidos. Juegan con cautela, se mantienen distantes y evitan comprometerse con ninguna de las partes implicadas. Kris, hace un año, cuando todos éramos buenos ciudadanos de la Sociedad, podría haber hecho una llamada personal como particular, y la mitad del cuerpo de Policía de Turántica habría salido a buscar a Tommy. Ahora soy rey —prosiguió con tristeza mientras se palpaba la frente, que en aquel momento cubría un flequillo que necesitaba peinar— y no tengo tanta libertad de acción.

Kris miró a Jack. Este meneaba la cabeza con un gesto que gritaba «Te lo dije» en su moreno rostro.

—Tenemos embajada allí, ¿no?

—La residencia comercial de Bastión pasó a llamarse embajada, pero, cariño, todos tenemos que volver a aprender muchas cosas acerca de la igualdad y la desigualdad que se recogen en los libros de historia.

—Te agradecería que llames a quien puedas para ver si existe algún modo de que envíen a la Policía en busca de Tommy. —Nelly, envíale al bisabuelo una copia de la llamada de Tommy.

El bisabuelo se fijó en algo que no aparecía en pantalla. Kris pudo oír el breve mensaje de Tommy al otro lado de la línea.

—Entiendo. —El bisabuelo agravó su expresión.

—Si no se hubiera mezclado con los dichosos Longknife, esto no tendría por qué haberle ocurrido nunca a un muchacho de Santa María —señaló Kris.

—Es de Santa María. Entonces no es ciudadano de los Sensibles Unidos.

¡Claro! Santa María, ubicada en pleno corazón de la galaxia, tampoco se había unido a nadie.

—Es un oficial en activo que sirve en un buque de guerra de Bastión —indicó Kris—. Eso tiene que servir de algo.

—Hay quien considera que no deberíamos conceder la doble nacionalidad en estos casos. Puede dar lugar a muchas confusiones.

Kris asintió, comprensiva, pero mantuvo a su bisabuelo preso de su mirada. Por primera vez en su vida, veía que era el primero en echarse atrás.

—Haré algunas llamadas. Tiene que haber alguien que conozca a alguien que le deba un favor.

—Gracias, bisabuelo.

—No te alejes, Kris. Me pondré en contacto contigo en breve —dijo Ray antes de terminar la llamada.

No te alejes, repitió Kris para sí. Si lo hacía, ¿serviría para ayudar a Tom? Sopesó las posibilidades de su amigo teniendo en cuenta el escaso margen de acción del bisabuelo Ray. Se puso en marcha antes incluso de tomar una decisión firme. No podía hacer otra cosa.

Nelly, ponme con el capitán Hayworth. El capitán de la Fogosa se encontraba sentado ante su escritorio a bordo de la nave; levantó la mirada.

—Teniente, ¿va a retrasarse hoy? ¿Se alargó mucho el baile anoche?

—Señor, me ha surgido un problema personal. Me gustaría tomarme el permiso que me ofreció ayer. —Tras ella, Jack se levantó del sofá. Harvey se aclaró la garganta ruidosamente. Hacía mucho que Kris aprendió que aquella era la forma que tenía un suboficial de expresar su máximo desacuerdo. Los ignoró.

—No tengo inconveniente; se lo ha ganado. Esperaba que aprovechase su descanso para conseguir un poco de Uniplex a fin de que Dale se fuese familiarizando con él, pero podremos sobrevivir otra semana sin él.

Kris miró la caja del abuelo Al que tenía sobre la mesa. Podía acercarse para dejarla de camino a la estación. Por otro lado, el Uniplex estuvo a punto de matarla en otra ocasión. Se estaba lanzando, desarmada y sin ayuda, contra la telaraña que alguien había tejido para ella. ¿Le serviría de algo un comodín?

—La próxima semana le llevaré un poco, señor —prometió—. Lo veré entonces, y gracias por mostrarse tan comprensivo.

El capitán sonrió.

—Pone mucho empeño para cumplir con sus responsabilidades, teniente, y lo está haciendo muy bien. La veré dentro de una semana.

—¿Y por qué vas a tomarte un permiso? —exigió saber Jack mientras Harvey bramaba «¿Qué crees que estás haciendo, mujer?».

Kris respiró hondo y apreció multitud de olores familiares. Aquella era la casa en la que había crecido. La casa Nuu. La casa de los Longknife. Hacían lo que había que hacer cuando no quedaba otro remedio. Por supuesto, en la región del espacio a la que se dirigía el apellido Longknife podía entenderse como sinónimo de «objetivo». Kris espiró aquel aire familiar y dio un paso hacia Jack, un primer paso por una senda penumbrosa y desconocida. Eligió sus palabras con mucho cuidado, pues no tenía necesidad de levantar una tormenta mayor que la que se desataría al manifestar su decisión.

—Me encargaré personalmente de que Tom no sea una víctima de este embrollo. —Nelly, ¿cuándo sale la próxima nave de Bastión hacia Turántica?

—Maldita sea, mujer, ¿es que estás ciega? —gritó Harvey.

—Caminas derecha hacia una trampa —le advirtió Jack con voz contenida.

Llevo comprobándolo constantemente desde anoche, dijo Nelly. El carguero Avutardas de Brisbane parte dentro de una hora. El crucero Soberbia Turántica sella sus puertas dentro de tres horas.

Gracias, Nelly. Comprueba cuántas plazas quedan en la Soberbia Turántica.

—Sí, Jack, ya sé que camino derecha hacia una trampa.

Harvey hizo aspavientos con las manos. Jack se mantuvo firme.

—Entonces ¿por qué vas?

—A Tommy lo cogieron en una trampa que no buscaba y que, por todas las estrellas, no tenía motivos para esperarse. No caminaba hacia ella, sino que huía de los malditos Longknife. Aun así, lo atraparon en una trampa pensada para mí. ¿No lo veis? Tommy se ha convertido en el cebo de un juego para el que no estaba preparado y no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir. Y sí, les rezo a todos los dioses que existan para que esa gentuza sea lo bastante inteligente para no dejarlo bajo una montaña de estiércol con un respiradero roto, como dejaron a Eddy.

»Su maldita trampa era lo bastante buena para atrapar a un niño inocente de Santa María que estaba de vacaciones. No creo que esta nueva trampa sea tan eficaz como para atrapar a una accionista principal de Empresas Nuu, a la hija de un primer ministro y, sí, maldita sea, a la princesa de los ochenta planetas de los Sensibles Unidos.

»Ya tienen su ratón. Veamos si su estúpida trampa resiste el ataque de una leona cabreada.

—Muy bien dicho —observó Jack con calma—. Pero ¿no crees que ellos también habrán pensado en eso?

Kris se encogió de hombros, fastidiada por la facilidad con que el agente de seguridad había echado por tierra su emotivo discurso.

—Todavía no me han cogido. Dudo que lo consigan esta vez. Hay una nave que sale hacia Turántica dentro de tres horas. Voy a embarcar en ella.

—No puedes hacerlo —insistió Jack.

—Voy a hacer las maletas —dijo Abby mientras se ponía de pie—. Harvey, necesitaré cuatro baúles autopropulsados. Supongo que habrá de sobra.

—Iré a buscarlos, pero sigo pensando que es una muy mala idea.

—Usted no viene —le dijo Kris a Abby—. Es peligroso.

La mujer se giró hacia Kris; en su mano sostenía una pequeña pistola de dardos con la que apuntaba al corazón de la teniente.

—¿De dónde ha salido este arma? —exclamó Jack, que saltó delante de Kris.

—Llevo un arma encima desde que tenía doce años —explicó Abby, que hizo desaparecer el arma con la misma habilidad con que la había sacado—. ¿Lo han olvidado? Soy de la Tierra. Habrán oído hablar de nuestras pintorescas costumbres, de los tiroteos espontáneos y los asesinatos múltiples que van a por los clientes que almuerzan tranquilamente en el restaurante de comida rápida del barrio.

Jack dejó de buscar su pistola mientras se acercaba poco a poco hacia aquella caja de sorpresas.

—Jack, haga el favor de no acercarse más. Parece un buen tipo, y puede que esté bien entrenado en combate cuerpo a cuerpo. Yo no tengo ningún bonito cinturón de colores, pero los chicos con los que crecí me enseñaron a sobrevivir en los callejones más peligrosos y a hacer daño con eficacia.

Jack retrocedió un paso con las manos a la vista.

—Ya me explicará cómo lo ha hecho. Ningún extraño se acerca a mi prioridad con un arma encima —dijo Jack con tono relajado, aunque no podía ocultar la tensión que subyacía bajo el mismo.

Abby lo miró fijamente durante un momento interminable. Entonces le entregó el arma a Jack y miró a Kris.

—Si mi última patrona me hubiera hecho más caso a mí que a su personal de seguridad, que no valía lo que costaba, seguiría viva y yo no tendría que trabajar tan lejos de mi casa. Debería leer mi currículo.

—La contrató mi madre.

—Eso no debería ser un motivo para no querer saber nada de la mujer que tiene a su lado. —Abby pulsó su unidad de muñeca—. Bien, ya está en su ordenador. Espero que disfrute con la lectura.

—Ahora no tengo tiempo. Ya me pondré al día a bordo de la nave.

—De acuerdo, jovencita, si piensa jugar a la princesa furiosa… con algo que no sea un biquini de piel… me necesitará. Atenderé sus necesidades y, créame, sé cuidar de mí misma.

—¿Qué tal se le da esquivar misiles de corto alcance? —le preguntó Jack con incredulidad, ganándose una mirada de desaprobación de Abby.

—Creía que no sabías lo de aquel ataque —dijo Kris, que se encaminó hacia el tocador, seguida de Abby.

—Soy torpe, pero no inepto. Harvey —le dijo Jack al chófer, que ya se retiraba—, trae mis dos mochilas.

—¿Mochilas? —repitió Kris.

—Sí. Sabía que tarde o temprano querrías salir del planeta para algo y que tendría que acompañarte. Traje una mochila por si el planeta de destino era frío y otra por si era cálido. ¿Qué tiempo hace en Turántica?

—¿Y quién dice que vas a venir? Simplemente me voy unos días de vacaciones.

—Sí, claro —dijo Jack, que se dio media vuelta y empezó a hablar bien consigo mismo o con su central de comunicaciones. En aquel momento Kris no se habría atrevido a apostar ni un dólar terrestre por ninguna de las dos opciones.

—Sería más fácil pasar las estaciones y las aduanas —propuso Abby— si todo el equipaje, sus dos mochilas y las mías, fuesen en baúles identificados con su inmunidad diplomática.

—No sabía que tuviera de eso, pero parece razonable. Nelly, dile a Harvey que necesitaremos otros dos baúles —ordenó Kris, que ahora se sentía al mando de una situación demasiado confusa.

Abby dio vueltas, atareada, por todo el tocador, hasta que Harvey regresó a la cabeza de una caravana de baúles autopropulsados, todos ellos lo bastante espaciosos para transportar a Kris sin apreturas. Abby los llenó hasta arriba de todos los tipos de vestidos, batas, trajes y complementos que Kris conocía, y también de los que no había visto nunca. Kris jamás había llevado corsé, pero aun así Abby añadió unos cuantos. Le mostró dos a la chica, que los tomó por un par de fajas.

—Incorporan un blindaje integral de la superseda de araña más moderna. Cuando los lleve, podrá inclinarse, doblarse, agacharse… incluso respirar; además, pueden detener un proyectil de hasta cuatro milímetros.

—¿Los consiguió en una venta testamentaria tras la muerte de su última patrona? —preguntó Kris, que enseguida se dio cuenta de que el comentario podía malinterpretarse.

—No —respondió Abby sin inmutarse—. Aquella mujer le sacaba seis tallas.

—Ah, entonces podíamos usar uno de sus corsés para protegernos las dos.

—Lo siento, princesa, pero no estaré tan cerca cuando empiece el tiroteo. Para eso ya tiene a ese joven apuesto.

Kris desvió la conversación de «ese joven apuesto».

—Mete también la Orden del León Herido. Seguro que causa sensación.

—No cuente con que los pueblerinos la reconozcan, pero con lo grande que es y lo que reluce, debería impresionar a unos cuantos —dijo Abby, que la guardó en un baúl. Kris comprobó el paquete del abuelo Al. Contenía diez kilos de Uniplex virgen. Kris lo sopesó. ¿Para qué podría usarlo? No tenía ni idea, pero el mero hecho de hacerse la pregunta le pareció motivo suficiente para llevárselo. Abby no dijo nada cuando Kris se lo pasó, sino que se limitó a acoplarlo en el fondo de uno de los baúles.

Había transcurrido una hora cuando terminaron de hacer el equipaje; Abby añadió incluso un biquini de piel, sin mediar explicación. Harvey les entregó las varillas que controlaban los baúles.

—Iré a por un coche.

Jack regresó para acompañarlas abajo. Pese a que solía caminar con ligereza, esta vez parecía que le costaba moverse. Quizá hubiera visitado el arsenal de la casa y se hubiera equipado con material de sobra para derribar un pequeño ejército.

—Abby, ¿cómo se las apañó para que Seguridad no encontrase a su amiguita? —preguntó—. Creíamos que casa Nuu era una fortaleza.

—En Santa María hay un fructífero negocio de escopetas de aire comprimido, pistolas y otros dispositivos de defensa similares hechos de cerámica —explicó Abby sin mirar atrás—. La mayoría disparan dardos metálicos. Sin embargo, por un poco más, se puede comprar munición de cerámica de alta eficacia.

—Lo que imaginaba. Kris, podría venirte bien llevar esto en el bolsillo. —Jack le entregó una pequeña pistola automática, si no idéntica, al menos muy parecida a la que se había sacado Abby. Kris la alzó para examinarla.

—Eso es el seguro —indicó Abby—. Está bien protegido para que no se retire por accidente. Tengo una funda de sobra.

—¿Dónde llevaba la suya? —preguntó Jack.

—Eso no es asunto de hombres —replicó Abby, que sacó otra arma como la que Jack le había confiscado.

Mientras se miraban la una al otro, Kris se guardó el arma en el bolsillo; más tarde Abby le mostraría el mejor lugar para ocultarla.

Llegaron al elevador setenta y cinco minutos antes de que la Soberbia Turántica cerrase sus puertas. Parecía que tenían mucho tiempo de sobra… hasta que Kris vio a dos hombres vestidos con gabardina que caminaban apresurados hacia ella.

—¿Son de los tuyos? —le preguntó a Jack.

—El jefe de mi jefe —respondió el agente de seguridad— y Grant, su jefe.

La excesiva presencia de agentes oficiales no le daba buena espina. Kris siguió su camino con paso tranquilo hacia la puerta de embarque. Tras ella, los motores eléctricos del carruaje chirriaban.

—Señorita. Señorita —dijo casi sin aliento uno de los hombres desde detrás de Kris. Al llegar a la puerta se detuvo para dejar que los alcanzasen mientras Abby introducía los baúles. La caravana del equipaje parecía más numerosa que cuando salieron de casa Nuu, pero la teniente estaba demasiado ocupada para hacer un recuento.

—Princesa Kristine, no puede hacer esto —insistió el agente superior Grant, el más jadeante de los dos.

Kris miró alrededor de la estación del elevador con los ojos abiertos como platos.

—A mí me parece que sí. Por supuesto que sí. Abby, ¿algún problema?

—Ninguno.

—Sí hay un problema —intervino el agente subordinado—. Seguridad, hay que volver a revisar esa mochila.

La mujer encargada del puesto de comprobación escrutó al agente y la placa que este le mostró; después miró el baúl, a Kris y sonrió.

—Tengo almacenada la imagen de su contenido, señor. El ordenador dice que es seguro. Mis ojos me dicen que es seguro. Es seguro, caballero. ¿Todo en orden, teniente Longknife?

Kris sonrió a la mujer que llevaba tres meses permitiéndole el paso por el control de seguridad todas las mañanas.

—Sí, todo está en orden, Betty —confirmó antes de atravesar el control detrás de los baúles.

—Señorita Longknife, debería reconsiderarlo —le previno el agente superior, que pasó por el punto de control junto con Kris.

Las alarmas saltaron.

Más gente de uniforme equipada con armas automáticas de la que Kris pensaba que podía entrar en la terminal se congregó en el puesto de seguridad. Los dos agentes mostraron sus credenciales, pero eso no apaciguó a la horda que se acercaba aprisa armada hasta los dientes.

Kris sonrió a Betty.

—El joven viene conmigo. Tiene y lleva encima todos los permisos que pueden existir.

Betty examinó al detalle la documentación de Jack, pulsó un botón y le indicó que pasase despacio por el detector. No pudo evitar silbar al mirar el monitor.

—Cielos, es un arsenal andante. Teniente, si yo fuera usted, procuraría llevarme bien con él.

—A veces hasta me hace caso —dijo Jack.

Los otros agentes terminaron de solucionar el error que cometieron al no avisar con antelación de que iban armados. Cuando los miembros del pequeño ejército regresaron a sus puestos, el agente superior se dirigió de nuevo a Kris.

—Señorita Longknife, no debe hacer esto.

Kris siguió caminando.

—Tendría que considerar la idea de conocerme mejor antes de empezar a darme órdenes —dijo Kris para desviar la conversación—. Puede llamarme teniente. Puede dirigirse a mí como princesa. Pero no soy una señorita.

—Lo siento —dijo uno de ellos.

—Sí, teniente —convino el otro.

—No estamos preparados. No disponemos de un equipo de seguridad para usted —confesaron hablando por turnos—. ¡Necesitamos más tiempo! —exclamaron al unísono.

—No queda tiempo —les recordó Kris, que se detuvo junto a la puerta del transbordador para dejar que Abby y los baúles subieran a bordo antes que ella. Intentó no parecer extrañada cuando, una vez más, le pareció que había más baúles que al principio, pero la parada permitió que Jack se colocase a su lado mientras sus ruidosos problemas se acercaban de nuevo.

—Entonces no permitiremos que Jack viaje sin refuerzos —dijo el agente superior jugando su triunfo.

—Bien. Tengo veintidós años y soy una oficial de la Marina en activo. Tengo edad suficiente para rechazar su protección. Nelly, registra mi negativa.

—No se atreverá —jadeó Grant.

—Se atreverá, Grant —intervino Jack—. Siempre se atreve.

—Porque nunca le has hecho entender que eres una figura de autoridad —protestó Grant.

—Sospecho que nunca he querido entender a ninguna figura de autoridad —dijo Kris con una sonrisa.

—Podrías enviar un equipo en la próxima nave, o cuando lo formes —sugirió Jack.

—No es buena idea —dijo Grant.

—Parece la mejor opción —señaló Kris. Se anunció que la salida tendría lugar dentro de treinta segundos. Se recomendó que todo el mundo se colocase al otro lado de la línea blanca. Kris miró hacia abajo; la línea blanca tenía un metro de grosor; Jack y ella se encontraban en medio de ella. Dio un paso hacia un lado para situarse al borde de la línea y entrar en el transbordador. El supervisor subalterno empujó levemente a Grant con el codo para indicarle que debían salir a la zona segura.

—Enviaremos un equipo de refuerzo en la próxima nave. Con un supervisor superior —gritó Grant.

—Espero que no sea un superior de Jack. —Kris sonrió cuando las puertas empezaron a cerrarse—. De lo contrario tendré que solicitarle a mi ordenador personal que registre la negativa de servicios de la que hablamos, y entonces podrá explicarle a mi padre, el primer ministro, por qué no quiero que vengan. O quizá al rey Raymond.

—Eres una mocosa, ¿lo sabías? —dijo Jack sin mover los labios.

—No. Creo que nunca me lo habían dicho… a la cara.

—Y tú, que siempre has sido dura de oído, nunca has oído que lo susurrasen a tus espaldas —dijo Jack meneando la cabeza.

—Yo no soy dura de oído.

—Y no te has abrochado bien el cinturón, teniente.

—¿Vas a estar encima de mí todo el viaje?

—Solo a cada minuto.

De no ser porque el pobre Tommy lo estaba pasando mal en alguna parte, aquel podría ser un viaje de lo más divertido.