3
El trayecto a casa transcurrió en silencio. Los intentos de Kris por implicar a Nelly en todo solían recibir un «¿Es una actividad esencial?» por respuesta con una voz a medio procesar que indicaba que el ordenador estaba ocupado en otras tareas.
En casa Nuu, Harvey se excusó para ir a aparcar el coche. Era extraño, puesto que solía dejarlo en el amplio camino circular de la entrada. Cuando Jack intentó acompañarlo, Kris supo que ocurría algo.
—Jack, quédate conmigo. Si surgiese algún problema con la nueva instalación de Nelly, podría necesitar ayuda.
No va a sucederme nada, le espetó Nelly.
Cállate, le ordenó Kris en silencio.
—Creía que confiabas en tu tía Tru —murmuró Jack.
—Toda precaución es poca.
—Ahora sí que no me cabe duda de que estás paranoica —gruñó Jack con tono jocoso mientras la seguía hacia el vestíbulo. La espiral de baldosas blancas y negras descendía hasta el centro de la sala. La amplia biblioteca que quedaba a la derecha estaba a oscuras y en silencio; hacía mucho que sus bisabuelos Ray y Peligro no la utilizaban como puesto de mando militar.
El rey Ray se apropió de un gran hotel del centro de la ciudad para su corte mientras los políticos debatían hasta qué punto necesitaba un palacio en realidad. El bisabuelo Ray habría sido feliz en una casa adosada de dos dormitorios, pero dado que los políticos de ochenta planetas lo convencieron para que ejerciera una especie de reinado sobre los desorganizados Sensibles Unidos, se divertía importunándolos y entorpeciendo su progresión.
El bisabuelo Peligro actuaba como «mero consultor» para varios planetas mientras estos trabajaban para formar sus propias fuerzas defensivas y fusionarlas con la nueva fuerza total de los Sensibles Unidos. Así, la casa Nuu estaba ahora tan vacía que podía escucharse el eco al hablar.
Excepto por la extraña que aguardaba al pie de las escaleras. La mujer, uniformada con un austero vestido gris de corte largo y abrochado por el cuello, estaba de pie, con las manos recogidas en un ovillo. Era de la misma altura que Kris, quizá un poco más baja, pero se mantenía tan firme que apenas se apreciaba la diferencia.
—Princesa Longknife —dijo la mujer—. Soy su nueva asistente corporal.
Kris la escudriñó sin ralentizar el paso. No llevaba maquillaje y tenía su pelo negro azabache recogido en un prieto moño. ¿Y esta me va a maquillar? ¡Que se arregle ella primero!
—Es teniente Longknife —la corrigió Kris—, y no necesito ningún sirviente.
—Su madre no está de acuerdo.
—Una desavenencia más en la larga lista de cosas en las que no nos entendemos —dijo Kris, que se encaminó hacia las escaleras para alejarse todo lo posible de ella. La mujer la dejó pasar pero subió detrás de ella en silencio y casi tan imperceptiblemente como Jack, hasta que Kris se giró en el rellano de la segunda planta para tomar las escaleras que llevaban a su habitación, en el tercer piso.
La mujer se aclaró la garganta y dijo:
—Ahora su aposento está en la segunda planta.
—¡Me han desplazado! —exclamó Kris en voz baja, con un pie en el siguiente escalón.
—Sí. Su habitación era demasiado pequeña para sus nuevas responsabilidades. Le he preparado una suite en la segunda planta.
Kris se dio media vuelta para enfrentarse a su nuevo problema.
—¡Me ha desplazado sin preguntar!
—Esta noche tiene un baile. Hay mucho que hacer y no podemos perder el tiempo. Harvey sugirió esa suite.
—Harvey lo sabía.
—A su esposa, Lotty, le pareció bien.
Lo que significaba que todos los residentes de casa Nuu apoyaban a aquella intrusa. Era preciso tomar medidas contundentes.
—Jack, dispara a esta allanadora.
El agente de seguridad frunció los labios al tiempo que se rascaba la cabeza.
—No creo que pueda. El mes pasado retiraron ese párrafo de la descripción de mi trabajo, cuando tu viejo liberó a los esclavos. —Le tendió la mano a la mujer—. Soy Jack Montoya. No me he quedado con su nombre.
—Abby Nightengale —contestó ella antes de bajar la voz—. Me contrataron a través de una agencia de la Tierra. ¿Este planeta acaba de ilegalizar la esclavitud?
Kris fue a soltar una carcajada pero en el último momento comprendió que aquella pobre mujer había viajado cien años luz para ocupar un puesto de trabajo en un mundo del que no sabía nada. ¿Cómo podría burlarse de algo así?
—Se lo aseguro, en cuestión de lujos y vicios estamos tan avanzados como la Tierra —le dijo Jack a Abby, enfatizando sus palabras con una de sus sonrisas amables.
—Me lo comentaron cuando firmé el contrato —dijo Abby.
—Pero en el sector exterior del espacio humano nunca se sabe —concluyó Jack.
—¿Esperaba encontrarse a su princesa vestida con un biquini de piel? —le espetó Kris, más irritada aún después de ver cómo Jack se preocupaba por aquella desconocida.
Abby miró a Kris de arriba abajo.
—Esperaba verla mejor peinada. Enséñeme las uñas —le ordenó antes de dar dos pasos rápidos y extender la mano para sostener los dedos de Kris bajo la luz—. Supongo que podrían estar peor. Al menos no se las muerde.
Kris retiró las manos con brusquedad.
—Me gusto tal como soy. No necesito que nadie pierda el tiempo convirtiéndome en otra persona.
Abby no encontró argumentos con los que replicar, o al menos dejó que la joven dijera la última palabra. Kris empezó a alejarse con paso furioso por el pasillo hasta que llegó a la altura de una puerta abierta a su derecha. Abby carraspeó… y señaló hacia la izquierda. Kris, con el ceño fruncido, siguió a la intrusa. La puerta que abrió correspondía a una de las suites de invitados. Una espaciosa sala comunicaba con dos estancias más pequeñas; una de ellas era un dormitorio y la otra, un estudio sometido al proceso de conversión en tocador. De sus paredes colgaban ya vestidos que Kris no recordaba haber comprado. En un rincón vio también colgados sus uniformes.
—Le prepararé el baño —dijo Abby.
—Sé arreglármelas sola en la ducha —bufó.
La mujer se detuvo en la entrada a un lujoso baño. Se giró para mirar a Kris y le dijo:
—Ha sabido arreglárselas muy bien sola durante los últimos diez años, o eso me han dicho. Tiene una agenda muy apretada como oficial de la Marina en activo y como representante política o, como dicen algunos, princesa. Creo que podría ayudarla si me diese la oportunidad.
Kris se encogió de hombros; la mujer era obstinada. Quizá la mejor manera de escapar de todo aquello fuese huyendo hacia delante. Dejaría que la mujer se ocupase de lo que iba a hacer de todos modos para que averiguase por sí misma lo poco que Kris necesitaba una… ¿Una qué? Una gallina madre. Madre nunca se había portado como tal; sería interesante comprobar qué sabía hacer aquella tal Abigail.
Mientras el agua corría en la habitación contigua, Kris se desconectó de Nelly y la dejó en la mesa del tocador. El ordenador había permanecido en silencio todo el tiempo, sumido o bien en un proceso de autocontemplación o bien en el proyecto de la tía Tru; o quizá fuese lo bastante listo para saber que no le convenía entrometerse.
—Harvey dice que traerá la bandeja de la cena en media hora —anunció Jack desde la habitación de al lado. Al menos había alguien que le proporcionaría lo que deseaba. Desnuda y con aire desafiante, Kris avanzó dando pasos firmes hacia el baño. Abby le ofreció la mano para introducirse en la bañera; Kris ignoró el gesto y procuró mantener el equilibrio sola mientras metía el primer pie. El agua estaba caliente. Muy bien. Mientras terminaba de entrar, Abby vertió un líquido aromático en la bañera. Cuando Kris se hubo acomodado del todo, y después de que se le escapase un «Aaah» de placer, Abby abrió los chorros.
La experiencia pasada de Kris con los chorros y el baño de burbujas había sido un desastre. Lo que fuese que Abby utilizó dio lugar a una fina manta de espuma placentera. Acariciada por el agua que brotaba con un agradable ritmo palpitante y relajada por los perfumes, se reclinó en la bañera, pero se negó a desperdiciar la ocasión. De pronto, averiguar el verdadero objetivo de aquella intrusa pasó a ocupar el primer lugar de la lista de tareas de Kris.
—Bien, ¿y qué la hizo decidirse a trabajar de…? —A Kris se le ocurrieron varias formas de describir las tareas de Abby, todas las cuales podía expresar de un modo humillante—. ¿De esto? —prefirió decir por fin.
—¿Por qué prefiero tener un empleo antes que limitarme a vivir bien en la Tierra? —dijo Abby forzando una sonrisa.
—Eso no es lo que yo he dicho.
—No, pero ¿no es eso lo que piensan en el sector exterior? La Tierra, ese mundo decadente donde la gente solo piensa en divertirse.
—La Tierra no sería la potencia que es si sus habitantes se pasasen el día pensando en la siguiente fiesta —replicó Kris. Se había jugado la vida para impedir que la Tierra y el sector exterior entrasen en guerra. Si había alguien que respetase el poder de la Tierra, era ella.
—Harvey acaba de recoger el correo —anunció Jack—. ¿Dónde lo quieres?
—¿Correo postal? —contestó Kris.
—Dos paquetes bastante grandes. Uno pesará unos diez kilos. Creo que ni siquiera Nelly podría almacenar algo así.
—Déjalos en la mesa del tocador. Después los abro.
—Muy bien —dijo Jack—. No miraré. —Entró corriendo por la puerta del baño, cargando una caja bajo un brazo y tapándose los ojos con un gran sobre acolchado. Lástima. A Kris no le importaría si le echase una miradita de vez en cuando.
Al salir, Jack se atrevió a dirigirle una sonrisa. Por desgracia, lo único que alcanzó a ver fue un manto de espuma.
—Bueno chico —dijo Abby mirando la puerta cuando Jack hubo salido.
—Sí —convino Kris—. Alcánzame una toalla. Vamos a revisar el correo.
Abby obedeció y no intentó impedir que Kris se secase sola. Cuando salió de la bañera, Abby la envolvió en un esponjoso albornoz de rizo.
—¿Y esto de dónde ha salido?
—Cuando su madre me puso al corriente, le dije que necesitaría un presupuesto para artículos básicos y para su guardarropa.
—Así que está gastando mi dinero.
—Debería invertir un poco más en las cosas que de verdad importan en lugar de en fruslerías como ese ordenador personal suyo.
—Hoy Nelly me ha salvado la vida, a mí y a toda la tripulación. No es ninguna fruslería.
—Lo dice su madre, no yo.
—Si quiere conservar su empleo, será mejor que no cite mucho a mi madre.
—Me he dado cuenta. Ahora siéntese; necesita lavarse el pelo.
—Me lo he lavado esta mañana.
—Es posible que se lo mojase. ¿Sabe lo que es un acondicionador? Ya sabe, esa cosa que huele bien. —Cuando se quiso dar cuenta, Kris se vio sentada en una silla junto a un lavabo de dimensiones excesivas. Antes de que pudiera reaccionar, Abby le había empapado el pelo y le estaba aplicando un masaje con algo que olía a fresas. Lavarse el pelo nunca le había parecido una experiencia tan sensual cuando lo hacía ella sola. Cuando Abby empezó a secarle el cabello, estaba casi dispuesta a admitir que aquella habitante de la Tierra bien podría valer lo que madre le estuviese pagando.
Kris, acomodada ahora en la mesa del tocador, revisó el correo. La caja pesada era del abuelo Al. Kris la ignoró, casi convencida de que contendría una primera muestra de la producción de Uniplex. El sobre la intrigó más. Llegaba con remite de la Tierra.
—Esto debe de ser para usted —le dijo a Abby.
—Viene a nombre de la alférez Longknife —avisó Jack desde la puerta junto a la que Harvey y él esperaban impacientes.
Kris se ciñó un poco más el albornoz al cuerpo y giró la silla para mirarlos.
—Entonces ¿qué es?
—No lo sabemos. ¿Quieres abrirlo, mujer? —la apremió Harvey.
Kris procedió por fin a la apertura del paquete, pero mirar en su interior no la sacó de dudas. Volcó el contenido sobre la mesa del tocador, junto a Nelly. Los hombres se acercaron a mirar por encima de sus hombros.
Harvey fue el primero en coger lo que vieron. Dejó escapar un leve silbido.
—¿Es lo que creo que es?
Abby alzó un pesado colgante de piedras preciosas engastado en oro.
—Una de mis patronas —susurró— estaba muy orgullosa de un ancestro que murió en las guerras de Iteeche. Lo tenía colgado en el salón, junto a un retrato de su bisabuela. Es el mayor galardón que se puede conceder en la Tierra, la Orden del León Herido.
—Parece demasiado grande para ser una medalla —dijo Kris, atónita.
—Jovencita, la Orden no se luce como si fuera una medalla cualquiera —la reprobó Harvey—. La estrella se coloca sobre el bolsillo de la pechera del uniforme y, en las celebraciones más formales, se lleva la faja, que se sujetará a la cintura con la medalla. ¿Es que a los tenientes de corbeta ya no os enseñan nada en la escuela? —Sonrió.
—No. —Kris le devolvió la sonrisa—. Los tenientes de corbeta desperdiciamos la mayor parte del tiempo aprendiendo labores de ingeniería, tácticas de combate y otras trivialidades —dijo sin dejar de examinar el medallón de oro. El mayor galardón que se puede conceder en la Tierra. Vaya. ¿Y cuándo fue la última vez que se envió al exterior en un sobre marrón? Maldita sea, me merezco este juguete tanto como todos aquellos a los que se lo han puesto bajo una arcada de rosas. ¿Acaso todo aquello que hago bien pasará desapercibido porque soy una Longknife? Ah, pero eso sí, si la pifio…
—¿Qué hizo para ganársela? —preguntó Abby.
—Si se lo dijera, Jack tendría que dispararla de verdad —contestó Kris con semblante inexpresivo. Para su sorpresa, Jack asintió.
Abby frunció el ceño por un momento al oír la respuesta cortante, aunque cogió la faja azul y la llevó hasta un vestido de color crema que colgaba de una pared del tocador. Al contrario que las monstruosidades que elegía madre, aquel era de corte conservador: sin tirantes, ceñido a la cintura antes de caer con suavidad hasta el suelo. Aunque la moda más actual englobaba modelos que iban desde sacos informes hasta paños que apenas cubrían el cuerpo, un vestido así siempre resultaba apropiado.
—Puedes llevar la faja al hombro y sujetarla por aquí, bajo el otro brazo, para se mueva con naturalidad. Creo que sería lo mejor —le dijo a Kris la habitante de la Tierra. Los hombres asintieron para mostrar su conformidad.
La joven teniente suspiró. A modo de gran flecha señalizadora azul, apuntaría justo hacia aquel lugar hueco del vestido que las mujeres solían poder rellenar con sus pechos.
—Esta noche me pondré el uniforme.
Abby miró con gesto grave hacia el rincón donde estaba la ropa reglamentaria de la Marina: un traje de campaña, varios uniformes caquis y blancos y el traje de noche oficial de las alféreces de corbeta. Separó este último de los demás y lo sostuvo junto al vestido de color crema. El uno era apropiado para una princesa de cuento. El otro daba la impresión de estar pasado de moda.
La falda blanca del uniforme, que llegaba hasta el suelo, estaba confeccionada a partir del mismo diseño que el de un saco de lona. Kris eligió una blusa azul de lana de cuello alto, con la que no enseñaría nada de escote. Las miniaturas de las pocas medallas que tenía ya estaban colocadas en su sitio. Abby miró hacia delante y hacia atrás, alternando entre Kris y el traje oficial.
—Los colores no la favorecen —le advirtió mientras se mordía el labio inferior.
—Son los que se utilizan en la Marina —replicó Kris.
Abby colocó la faja azul del León Herido sobre la blusa. Si el azul claro de la faja, adornado con una filigrana, y el azul marino de la blusa hacían juego era únicamente porque así lo afirmaban mil años de valor y servicio. Abby meneó la cabeza y abrió la boca.
Kris la interrumpió.
—Esto es lo que voy a ponerme esta noche.
Abby se giró hacia Harvey y Jack.
—¿Todos los uniformes militares hacen que la mujer parezca tan…?
—¿Poco atractiva? —propuso Jack.
—Sí.
—Eso parece —convino Harvey—. Las mujeres están ahí para cumplir con su deber, no para coquetear —gruñó el veterano soldado.
—Pero los hombres parecen muy apuestos con sus uniformes —dijo Abby.
—Un anacronismo histórico que se ha perpetuado en el tiempo —bufó Kris—. En cambio, las mujeres contamos con todas las ventajas de la era moderna.
—O con todos los errores —añadió Jack con una de sus características sonrisas.
—La cena está lista —anunció Nelly, cuya voz seguía sonando distorsionada, sorprendiendo a Kris—. Harvey, Lotty quiere que bajes para recoger una bandeja. ¿Vosotros dos vais a comer en la cocina?
—Eso parece —contestó Jack antes de que ambos salieran para dejar que la nueva ama del guardarropa vistiera a Kris. Después de haber ganado la discusión más importante de la tarde, Kris dejó que Abby hiciese lo que quisiera. Arreglada y perfumada, con su cabello rubio corto arremolinado alrededor de su cabeza de un modo con el que ella jamás se habría atrevido, terminó de vestirse en menos de una hora. Nelly volvía a estar posada sobre sus hombros, una razón más para llevar el uniforme, antes de que Abby y ella volviesen a hablarse. La terrícola regresó con una tiara de oro y diamantes que madre compró en alguna venta de objetos usados por un precio excesivo. «Ideal para una princesa», le dijo su madre entonces.
Y al igual que entonces, Kris dijo:
—No voy a ponerme eso.
Abby fue a protestar, pero miró a Kris y pareció pensárselo mejor.
—¿Qué se va a poner?
—Justo al lado de eso, en mi joyero, hay una diadema normal de plata, la reglamentaria para cualquier alférez vestida de gala.
—¡Esa no!
—Esa sí.
Abby miró la tiara y a continuación la diadema.
—Una princesa debería lucir una tiara.
—Es una tiara. El reglamento de vestuario lo dice. Tiara, formal, oficiales de corbeta, féminas.
—¿Los oficiales veteranos no llevan nada más elegante? —preguntó Abby, que cambió la medialuna de diamantes por la reglamentaria.
—Sí. Con el tiempo recibes piezas más elaboradas, hasta que llegas a almirante, y entonces ya puedes lucir las joyas más estrambóticas.
—Pero entonces ya se es muy viejo —dijo Abby con gesto amargo.
—Horriblemente viejo —convino Kris.
Engalanada con su tiara y su faja, Kris empezó a bajar las escaleras poco a poco con unos zapatos con el doble de tacón del que solía llevar… aspecto que también determinaba el reglamento. Quizá Abby tuviese razón. Quien diseñó aquel traje no dio la menor prioridad ni a la comodidad ni a la estética. ¿Acaso el departamento que redactaba las normas de vestuario de la Marina estaba dirigido por un hatajo de misóginos? Jack, ataviado con un esmoquin, esperaba al pie de las escaleras.
—¿Vas a cogerme cuando me caiga?
—Eso parece.
—Podrías subir aquí y ayudarme a sostenerme sobre estos tacones.
—¿Para que me ensartes en uno de ellos? Lo siento, no entra dentro de mis funciones.
—Me parece que no tienes muchas funciones.
—¿Verdad que no? —dijo Jack, que se hizo a un lado cuando Kris dejó las escaleras a sus espaldas. Harvey aparcó una limusina gigantesca en la entrada. Abby ayudó a Kris a arreglarse la falda en el asiento de atrás.
El chófer activó el piloto automático de la limusina y se volvió para mirar a Kris.
—Esa faja le da mucha vida a un traje sin gracia —comentó con parsimonia—. Por cierto, ¿puede una oficial de Bastión lucir una orden de la Tierra?
—¡Ay, cielos! —Kris procuraba acostumbrarse al hecho de que una princesa no blasfemaba en público, y en la medida de lo posible intentaba no hacerlo tampoco en privado. Se llevó la mano hasta la faja para desprenderla.
—Has picado —dijo Harvey con una sonrisa—. Ahora que la Tierra es un aliado de Bastión… gracias en parte a lo que hiciste o dejaste de hacer en el sistema París… sus órdenes están autorizadas.
—¡Harvey, podías habérmelo dicho al principio!
—Sí, pero entonces nos habríamos perdido la cara que has puesto.
—¿Qué cara?
—Ah, esa mezcla de sorpresa, de consternación y de «¡Ay, Dios mío, la he vuelto a joder!». Te sienta muy bien.
—No he pensado que la hubiese vuelto a joder —dijo Kris, que solo se molestó en apelar contra uno de los tres cargos presentados por el más viejo de sus amigos.
* * *
El baile no estaba a la altura de sus expectativas. Mantuvo la charla de siempre con la gente de siempre. ¿Aquella gente no tenía un trabajo del que acabase agotada? Honovi, su hermano mayor, permanecía a la derecha de padre, como buen recién llegado al parlamento, preparándose para sustituir al maestro. Puesto que no tenían la necesidad política inmediata de disimular sus sentimientos acerca de la carrera que ella había emprendido, Kris y el primer ministro se ignoraron el uno al otro.
A madre sí tuvo que hacerle caso.
—¿Qué te parece Abby? —le preguntó como táctica inicial.
Kris dio un paso atrás y extendió los brazos hacia los lados para mostrarle su uniforme.
—Solo la despedí dos veces mientras me preparaba.
—No puedes despedirla. Soy yo quien le paga. Esperaba que al menos te vistiese con algo presentable.
—Entonces hubiera tenido que despedirla una tercera vez.
—Y yo que esperaba que te buscase algo con lo que yo pudiera verte salir del primer puesto de la lista de los peor vestidos. —Madre suspiró.
—Apúntamelo en un papel, madre. Estaré encantada de tirarlo a la papelera. —Kris continuó andando mientras madre se sumergía en una diatriba con la mujer que tenía a su derecha.
El bisabuelo Ray, como era de esperar, también se presentó, y no tardó en ser asaltado por una maraña de oportunistas y damas disponibles dispuestas a poner fin a sus largos años de viudedad. Nada como la oportunidad de convertirse en la reina de ochenta planetas para congregar a todas las arribistas de varios años luz a la redonda. Algunas ya estaban casadas, pero obviamente ansiaban seguir escalando. El rey Ray se abrió paso entre la enjoyada turba del mismo modo que un explorador de la selva atravesaría una nube de molestas moscas. Aun así, siempre veía a quien buscaba, Kris incluida. Enarcó una ceja al fijarse en la faja y el medallón.
—Sin complementos no hay traje —dijo Kris. Los dichos del mundo de la moda podrían desviar la atención del León Herido; pero los hombres como el bisabuelo no eran fáciles de engañar.
—La Tierra te agradece que le salvaras el pellejo. —El bisabuelo Ray sonrió—. Y su flota de combate —añadió con una de sus sonrisas contenidas y cálidas por las que cualquiera se jugaría la vida.
—De verdad, no había otra opción —dijo Kris. Con los ojos llorosos de pronto, deslizó la mirada hasta la gruesa moqueta.
—Yo también me he visto en esa posición tan espantosa unas cuantas veces —comentó el rey Raymond—. Es horrible. Pero los supervivientes son buena compañía. —Kris empezaba a recuperarse cuando se perdió el fulgor de aquel momento.
—Kris —dijo Nelly—, tengo una llamada a cobro revertido. Creo que deberías aceptarla.
—¿Quién es? —Había dejado de aceptar llamadas a cobro revertido hacía años, cuando aún estudiaba en el instituto. Era increíble la cantidad de gente que deseaba hablar con una Longknife y que además esperaba que ella corriese con los gastos.
—La señorita Pasley llama desde la nave Bellerophon.
—¿Bellerophon? ¿Debería conocer esa nave?
—Es independiente, transporta pasajeros y mercancía. Tommy embarcó en ella, como recordarás.
Kris lo había olvidado.
—Acepto los cargos. —Una voz sintetizada la avisó de que se le cobraría una cantidad que hizo que incluso ella abriese los ojos como platos. La señorita Pasley, fuera quien fuese, había aplicado una prioridad muy costosa a su mensaje. Kris se desabrochó los botones superiores de la blusa de cuello alto para que Nelly pudiera proyectar un vídeo holográfico de la llamada.
Apareció una mujer joven, cuya melena rubia y lisa descansaba sobre sus hombros.
—Señorita Longknife, o princesa Longknife —dijo con voz nerviosa—, no me conoce. Pero conocía a Tommy Lien, quien me dijo que era un buen amigo suyo. Me pidió que, si le sucedía algo, llamase a este número.
La joven miró fuera de cámara.
—Creo que le ha pasado algo. Quería ver las ruinas de Itsahfine. Estábamos estudiando todas las referencias sobre las mismas en la base de datos de la nave. Tommy incluso tenía algún material que había traído, por eso sé que pretendía visitar Itsahfine. Pero no va hacia allí.
—La Panza, así es como llamamos a la Bellerophon, paró para repostar o para dejar mercancía aquí en Castagon 6. Un tipo se nos acercó mientras estábamos hablando; dijo que se llamaba Calvin Sandfire y que tenía que hablar con Tom.
»Tom se fue con él y no he vuelto a verlo desde entonces. La nave abandonó la estación y nos encontramos camino de Itsahfine. He preguntado al resto del pasaje, pero nadie lo ha visto. Lo he llamado por la red, pero no responde. Lo he comprobado con el comisario, pero dice que el camarote de Tommy sigue asignado a él y no quiere molestarse en buscarlo. Creo que piensa que ando detrás de él. Pero yo tengo la impresión de que Tom abandonó la nave con el señor Sandfire. Puede que no tenga importancia, pero pensé que debía hacerle saber que creo que a Tom le ha pasado algo.
Kris se apresuró a repasar el mensaje mentalmente mientras le pedía a Nelly que lo guardase.
—¿Qué opinas? —le preguntó a Jack.
El agente del servicio secreto se frotó la barbilla.
—Cuando eres libre y no tienes obligaciones, es muy fácil cambiar de prioridades. Puede que el señor Sandfire le hiciera una oferta mejor que desmenuzar reliquias de las Tres. Quizá fuese de Santa María y tuviese un mensaje para Tom de parte de su familia. —Se encogió de hombros—. Podría tratarse de un montón de cosas que no tendrían por qué suponer una emergencia.
—Aunque sí que podría tratarse de una emergencia —dijo Kris—. Nelly, realiza una búsqueda del señor Calvin Sandfire. Empieza por Santa María.
—En proceso —confirmó Nelly, que ya había recuperado el habitual tono dulce de su voz. Tru tendría que esperar un poco más para poder descifrar la oblea de piedra y los secretos de las Tres—. También estoy buscando en Bastión, la Tierra y Vergel. —Bastión era el hogar de Kris. La Tierra era la Tierra. Vergel… en fin, aquel era un terreno pantanoso. Con un poco de suerte, Nelly no encontraría nada allí.
—Nelly, comprueba también los registros de las naves en busca del señor Sandfire. —Por supuesto, eso no arrojaría ningún resultado si el señor Sandfire viajaba en la nave después de haberla alquilado, robado o secuestrado, o si había decidido optar por cualquiera de las muchas otras formas de hacerse con el control de una nave al tiempo que disfrutaba de la movilidad necesaria.
El problema de poder acceder a la información de unos cien mil millones de personas distribuidas entre seiscientos planetas era que no siempre se podía hacer con la premura deseable. El largo silencio que se impuso de vuelta a casa fue interrumpido.
—El señor Sandfire no se encuentra en la base de datos de Santa María. —Aquello no supuso ninguna sorpresa.
—El señor Sandfire no aparece registrado como propietario de ninguna nave espacial.
—No esperaba que lo tuviéramos tan fácil —dijo Jack.
—El señor Calvin Sandfire es el propietario de Ironclad Software, compañía registrada en Vergel —informó Nelly cinco minutos más tarde.
—Oh, mierda —gimió Kris. Había ocasiones en las que incluso una princesa debía decir lo que debía decir.
—¿Qué es lo que tendría que saber sobre este tipo? —preguntó Jack.
—¿No aparece en tus informes oficiales?
—No, pero te las apañas muy bien para impedir que mi agencia no conozca a todos los que querrían verte muerta —añadió este.
—No creo que el señor Sandfire haya intentado matarme aún —estimó Kris, dedicándole una sonrisa jovial a Jack, que no encontró el menor consuelo en el gesto—. Al parecer sobornó al hombre que casi provoca varios ataques al corazón en el último almuerzo de mi antiguo comandante de escuadrón, el comodoro Sampson. Sampson aprovechó su software para impedir que las naves del escuadrón de ataque 6 destinadas en el sistema París oyeran que sus órdenes de ataque eran falsas.
—Oh, mierda —repitió Jack.
Harvey no pestañeó al escuchar las respuestas que le dieron a sus preguntas sobre París.
—En fin, al menos está lejos de nosotros.
—Sí, por ahora —matizó Kris. Jack la miró detenidamente, pero ella prefirió guardar silencio y Jack no dijo nada.