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Como era de esperar, el astillero había reservado el sitio habitual de la Fogosa en la dársena 8. A las 15.30, una vez que la nave se encontraba cómodamente atracada, la tripulación pasó a realizar las tareas de siempre mientras Kris salía al astillero con el capitán y el sobrecargo de Ingeniería para asistir a la habitual reunión con los administradores del muelle de siempre en la sala de reuniones acostumbrada. Después de dos meses, gran parte del trabajo era simple rutina.
Hoy había nuevos rostros en el equipo del astillero.
—Estuvimos siguiendo su prueba —dijo el supervisor de proyectos del astillero—. Supusimos que sería buena idea invitar a algunos científicos a la reunión.
—La teniente Longknife me ha hablado de ese metal no tan inteligente —dijo el capitán dirigiéndose también a los cuatro miembros nuevos—. ¿Están trabajando en ello?
Una mujer se inclinó hacia adelante en su asiento.
—Mi equipo ha podido ver lo que podríamos hacer con el Uniplex puesto que la princesa Longknife tuvo a bien conseguirnos una muestra. —Kris apretó los dientes.
—¿Cómo se comporta con el metal inteligente? —dijo Dale yendo al grano—. Creo que mi sala de máquinas es una buena candidata para el Uniplex, si es posible contenerlo. Comprenderá que a mi capitán no le agrade la idea de descubrir que el mamparo que lo separa del espacio podría haber adquirido parte de este material la próxima vez que cambie de nave.
—Nuestras pruebas no han llegado tan lejos —admitió la mujer, que miró con el ceño fruncido a uno de sus subordinados.
—¿Y cuándo podrán comprobarlo? —insistió el capitán Hayworth.
—Dos semanas, señor —contestó el subordinado—. Faltan dos semanas para que terminemos los ensayos. Después se requerirá otra semana para producir quinientas toneladas de Uniplex. A continuación será necesaria otra quincena para trabajar con ustedes en el modo de extraer el metal inteligente y reemplazarlo con este material. En total, cinco semanas.
—Cuatro semanas —replicó el ingeniero—. Optimizaremos el proceso juntos mientras realizan los ensayos. Tal vez incluso menos si nos entregan el Uniplex a medida que salga de fábrica. Me gustaría ir comprobando el proceso de reemplazo paso a paso —le dijo a su capitán.
—Hay muchos detalles que ignoramos —comentó el supervisor de proyectos sin apartar la vista de su unidad de muñeca—. También hay que tener en cuenta los costes. Estas pruebas ya han agotado todo el presupuesto. ¿Quién va a aportar el dinero adicional?
El capitán Hayworth meneó la cabeza.
—Lo estudiaré. ¿Quién va a pagar el desarrollo de este metal?
—Empresas Nuu —respondió el supervisor de proyectos, a lo que Kris asintió. El abuelo Al correría con los gastos de la investigación del Uniplex; en primer lugar porque todavía tenía la esperanza de descubrir quién intentó matar a Kris, y también porque si Empresas Nuu financiaba los ensayos, la organización se quedaría con todos los beneficios. El abuelo Al tenía un corazón que no le cabía en el pecho.
—De acuerdo —continuó el capitán—. Eso me da una semana para obtener la aprobación de los fondos y otra semana más para que los transfieran. Volveremos a hablar dentro de siete días.
—Mañana iré a verlo para comprobar cómo va todo —dijo el administrador del astillero con una sonrisa que aglutinaba aquel gesto, entre depredador y suplicante, característico de los contratistas del Gobierno.
Finalizada la reunión, emprendieron el regreso a la nave.
—Dale, ¿le queda alguna duda? —preguntó el capitán, cuestión que el ingeniero se apresuró a responder con una negativa—. Longknife, podríamos darle un permiso a la tripulación. Quien quiera marcharse, puede hacerlo. Eso la incluye a usted, teniente.
—Me quedaré aquí para controlar a los operarios del astillero, señor.
—Preferiría que no lo hiciera. Nunca saben si están hablando con una teniente de la Marina, una princesa o una de las accionistas principales de Empresas Nuu. Hasta que no me concedan el dinero, no puedo arriesgarme a que alguien crea que le está dando una orden cuando lo salude.
—Señor, hasta hoy nunca se había preocupado por eso.
—Hasta hoy nunca había oído a nadie llamarla «princesa» en el astillero. No sé quién es esa mujer, pero no quiero problemas.
Kris no supo qué decir a eso.
—No necesito ningún permiso, señor —concluyó por fin.
—Y nosotros podríamos tener que recurrir a su relación «especial». Por el momento, manténgase alejada del equipo de científicos. Bien, ¿no tenía un compromiso esta noche?
—Un baile de etiqueta, señor. —Arrugó el entrecejo. Esperaba que la prueba durase más y así tener una buena excusa para no asistir.
—Bien, ¿y por qué no se va preparando?
—Señor, ¿mi madre…?
—No, la esposa del primer ministro no me ha dado ninguna orden para usted… todavía. Pero mi esposa ha leído en las páginas de Sociedad que el hecho de que usted no se presentase en el baile de Benefactores Unidos fue comentado largo y tendido. Por lo tanto, mi ordenador personal, ni de lejos tan inteligente como el suyo, está explorando la prensa rosa para averiguar las que sospecho que son sus obligaciones sociales. Teniente, todos tenemos responsabilidades. Mientras usted insista en hacer malabarismos con su trabajo en la Marina y sus labores de princesa, no esperaré que abandone el primero, pero no puedo permitirme andar informando al primer ministro o a su esposa cada vez que no le apetece atender las segundas.
—Señor, mi decisión fue alistarme en la Marina. El papel de princesa no lo elegí yo —le espetó Kris.
Hayworth desplegó una sonrisa.
—Todos tenemos una carga que arrastrar, teniente. El elevador está por ahí —indicó el capitán para dirigir a Kris hacia el tranvía que la llevaría al intercambiador central y de ahí al elevador espacial que la conduciría a Bastión.
Kris consultó su unidad de muñeca, un método más rápido que pensar por sí misma. ¿Qué hora es, Nelly?
—A mi madre le alegrará saber que tengo cuatro horas completas para emperifollarme para su baile. Le diré que mi capitán comparte su preocupación por mi agenda social.
—O al menos la esposa de su capitán la comparte —especificó Hayworth mientras se encaminaba hacia la Fogosa.
Kris se montó como pudo en un tranvía que pasaba y se dejó caer en un asiento libre. Podía limitarse a compadecerse de sí misma, lo que no era mala idea teniendo en cuenta lo desastroso que estaba resultando su trabajo en la nave. El general McMorrison, jefe del Estado Mayor de Bastión, dijo que no sabía adónde mandar a su teniente de corbeta multimillonaria menos apreciada, la mocosa del primer ministro, ahora princesa y —ah, sí— también rebelde. ¡Pero Kris no había elegido a sus padres! Además no le habían dado la oportunidad de ayudar a su último capitán.
Aun así, Kris había solicitado trabajar en la nave. Al igual que cualquier otro teniente de corbeta, quería empezar desde abajo. Y le habían asignado la labor más penosa que se podía esperar. Con la Fogosa atracada en la dársena 8 para las operaciones de cambio, la tripulación dormiría a bordo de la estación… mientras que ella lo haría en casa.
Al menos en la universidad pasaba las noches en la residencia. Ahora era una mujer adulta que tenía que alojarse en su habitación de la infancia. Podía ser peor, pero tenía el consuelo de que padre y madre vivían en el centro de la ciudad, en la residencia del primer ministro.
¡Para esto fui a la universidad y me alisté en la Marina!
—Kris, ¿quieres revisar el correo de hoy? —le preguntó Nelly en voz alta, sacando a su propietaria de su depresión.
—Por qué no. ¿Alguna buena noticia?
—He borrado gran parte del correo basura. Los informes financieros están ordenados. El viernes te entregaré un resumen. Hay un mensaje de Tom Lien. No lo he revisado.
—Gracias, Nelly —dijo Kris con una sonrisa. Tommy era el único amigo que había hecho en la Marina. El problema era que él seguía en la Tifón y ahora ella servía en la Fogosa. Así lo ordenaba el Cuerpo.
—Hola, canija —empezó a decir Tommy con una risa—. Tengo un permiso calentito. —Y Kris sabía dónde quería que lo enfriase.
—Hay un planeta nuevo, Itsahfine, pasando Olimpia. Dicen que han encontrado unas ruinas antiguas, puede que de las Tres. Bueno, he reservado un espacio barato en una nave independiente, la Bellerophon, y pasaré allí una semana. —Tal vez Kris también se tomase un permiso. Sería divertido explorar lo que quedaba de las razas antiguas que construyeron los puntos de salto… con Tommy a su lado.
»Esta vez —continuó Tommy— no me acercaré a ningún Longknife. Con suerte, nadie tendrá ganas de matarme, y podré descansar un poco. —Seguramente le estaba quitando gravedad a sus palabras con su característica media sonrisa, pero Kris no lo tenía en visual. Sintió un vacío en el estómago. No era culpa suya que Tommy se hubiera acercado demasiado las tres veces que intentaron matarla. Él solo estuvo en peligro en dos de esas ocasiones. Aun así, no podía culparlo por querer alejarse de la familia Longknife en general, y de ella en particular.
—Lamento que Tommy se sienta así —comentó Nelly. Se suponía que la última actualización servía para convertirla en una mejor compañera, pero lo único que Kris había notado era que ahora el ordenador tendía más a discutir.
Kris se encogió de hombros. No es que yo le dijera exactamente que quería pasar el resto de mi vida con él, pensó dirigiéndose a Nelly. ¿Qué podía esperar?
Un niño pequeño con el que Kris había chocado desafiaba la gravedad con pasos imposibles y apretaba sus dedos rechonchos para tirar de una cuerda a la que llevaba atado un patito de juguete amarillo. El muñeco lo seguía a tropezones, haciendo cuá-cuá detrás de él. El niño agradecía los ruidos con su risa de felicidad.
—Agárralo fuerte —susurró Kris—. Es el único modo de hacer que permanezcan cerca. —En algún armario de su casa debía de haber una jirafa moteada que en otro tiempo fue su amiga inseparable. ¿Chismorrearía mucho la gente si una teniente de la Marina/princesa apareciese de pronto tirando de una jirafa chillona?
La estación del elevador puso fin al ensueño de Kris. Un transbordador estaba terminando de recibir su carga. Como de costumbre, Kris se dirigió a la plataforma panorámica mientras el resto de pasajeros ocupaban los asientos en los que olvidarían el hecho de que habrían recorrido veinte mil kilómetros en menos de media hora. Kris adoraba aquel paisaje.
Al ir a tomar asiento, un hombre vestido con uniforme de vicealmirante se sentó frente a ella. Kris hizo ademán de levantarse, pero el oficial le hizo un gesto con la mano para que no se molestara. Puesto que prefería no mirarlo a los ojos, Kris se asomó a la ventana. Aún no se veía nada. La ventana reflejaba su rostro… y el del vicealmirante. Este la observaba. Le resultaba familiar. ¿Por qué?
De acuerdo. Kris frunció el ceño decidida a girarse hacia el vicealmirante.
—Sé que con la crisis se están adelantando los ascensos, pero hace tres meses usted era comandante. Se han dado prisa —Kris se fijó en sus galones y el resto de su uniforme, aunque no vio nada relevante—, incluso para tratarse del Servicio de Inteligencia.
El hombre se encogió de hombros.
—Un vicealmirante que interrogase a una alférez amotinada, aunque el padre de esta fuese el primer ministro, podría levantar sospechas. Supuse que el de comandante sería un rango más adecuado. ¿Qué le pareció?
Kris decidió que ya estaba harta de los juegos de aquel hombre y que era hora de dejar hablar a la hija multimillonaria y furiosa del primer ministro.
—El tema de conversación no fue del todo de mi agrado, sin importar quien fuera el interlocutor. Yo no planeé ningún motín. Ocurrió sin más.
—Eso lo sé ahora —dijo el vicealmirante, que se reclinó en su asiento cuando el coche empezó a moverse—. Hemos terminado de tomar declaración a aquellos que se unieron a usted contra su capitán y es obvio que no hizo nada ilegal con antelación. Sabe tomar la iniciativa en las situaciones más apuradas, sí. Pocos hombres y mujeres habrían sido merecedores de la confianza y el respeto que usted se ganó. Y tan rápido, además.
—¿Desde cuándo Inteligencia Naval acostumbra a soltar piropos?
—Me gusta pensar que mi misión es decir la verdad. ¿Qué le parece como empleo?
Kris dejó que su mirada se deslizase hasta la ventana. La estación con sus dársenas y sus naves giraba sobre ella hasta que de pronto se alejó cuando empezaron a descender a un g de aceleración. Divisó la Fogosa, que permanecía en forma comprimida. ¡Una misión! ¡Bien!
—¿Me está ofreciendo un trabajo?
—Mac no sabe muy bien todavía qué puesto asignarle. Usted es una de sus muchas patatas calientes. Me ofreció la oportunidad de resolver uno de sus problemas, que también es mío. Me vendría muy bien alguien con sus habilidades y recursos. Al contrario que Hayworth, no veo inconveniente en que utilice su mascota electrónica.
—¿Para qué? ¿Es que el jefe del Estado Mayor espera que espíe a mi padre?
El vicealmirante se frotó los ojos con una mano.
—El tacto no es uno de sus puntos fuertes.
—No soy espía —dijo Kris—. Y desde luego no espiaré a mi padre.
—No quiero que lo sea. Y Mac tampoco.
Kris prefirió no creérselo del todo.
—Entonces, ¿qué clase de trabajo me está ofreciendo?
El almirante extendió el brazo para señalar la negrura del espacio y las estrellas de brillo insistente.
—La galaxia es un lugar muy estimulante. En ella habita la más peligrosa de las criaturas: el hombre. Hay gente que ansía esto o aquello y que a menudo no quiere que otros tengan aquello o esto. Según las últimas informaciones, Siris y Humboldt están a esto de entrar en guerra —dijo sosteniendo dos dedos a escasos centímetros—. Como princesa, y sí, sé que detesta esa palabra, puede ir a muchos lugares a los que un oficial no podría ni debería acercarse. Puede aprender, y hacer cosas que Bastión necesita saber y solventar. Y yo podría ayudarla tanto como usted podría ayudarme a mí.
Kris se giró para mirar por la ventana. El coche de descenso no tardó en entrar en la atmósfera, momento en que empezaron a revolotear a su alrededor las luciérnagas propias de la ionización. Las fauces del espacio pronto fueron reemplazadas por la bruma atmosférica. Más abajo, Kris divisó la bahía que rodeaba Ciudad Bastión.
El día en que tomó el elevador para subir, de camino a la Escuela de Aspirantes a Oficiales, se alegró de marcharse de allí. Ahora, después de haber visitado algunos otros lugares, Bastión le parecía mucho más agradable.
¿Deseaba protegerlo?
Para eso llevaba un uniforme. Para eso y para alejarse de unos padres que apenas dejaban respirar a su hija. Para eso y para vivir un poco de esto y hacer un poco de aquello.
Lo cual había conseguido.
¿Quería que aquel hombre empezara a mangonearla ahora?
Pensó que tal vez no sería tan malo como estar en la Fogosa.
Pero el de la Fogosa era un trabajo para la teniente de corbeta Kristine Anne Longknife. No para la mocosa del primer ministro ni para la princesa, ni para la niña rica. Aquel vicealmirante, si ese era su verdadero rango, la quería precisamente por la faceta que más detestaba de sí misma.
Meneó la cabeza.
—Lo siento, vicealmirante. Ya tengo un trabajo. Hay una nave que depende de mí. No quisiera decepcionar a mi capitán.
—Dudo que derramase una sola lágrima si le comunicase su renuncia.
—Sí, pero al sobrecargo de Ingeniería le encanta lo que Nelly y yo podemos hacer.
—El presupuesto permitiría comprarle a Dale un buen ordenador.
El muy cabrón sabía incluso el nombre de pila del sobrecargo de Ingeniería.
—¿Qué parte de «no» no ha entendido? —preguntó Kris.
—Solo quería cerciorarme de que «no» es «no» —contestó el vicealmirante, que introdujo la mano en un bolsillo para extraer una tarjeta de presentación de diseño anticuado.
Maurice Crossenshild
Analista de sistemas especiales
A cualquier hora y lugar
27-38-212-748-3001
Kris miró la tarjeta fugazmente. Nunca había visto un número telefónico de quince dígitos. Catorce, sí. ¡Quince! ¿Qué hacer? Nelly, ¿lo tienes?
Sí.
Kris rompió la tarjeta por la mitad y a continuación en cuatro pedazos antes de devolvérsela al vicepresidente.
—No me interesa.
El oficial esbozó una sonrisa.
—No esperaba menos de usted, pero Mac me pidió que lo intentase. Que pase un buen día. Quizá nos veamos esta noche en el baile.
—¿Qué rango debería buscar? —preguntó Kris a sus espaldas, pero a pesar de la señal intermitente que prohibía salir a los pasajeros, el hombre abandonó la plataforma panorámica. Y luego soy yo la que no respeta las normas. Kris resopló.
* * *
Harvey, el veterano chófer de la familia, estaba esperándola cuando bajó del transbordador. Jack, el agente del servicio de protección, se encontraba junto a él.
—¿Cómo ha ido la vuelta de prueba? —preguntó el chófer mientras el agente miraba de un lado a otro.
—No muy bien. Parece que tendremos que permanecer un mes atracados mientras prueban algo nuevo —respondió ella—. Así que he terminado pronto. ¿Crees que Lotty tendrá tiempo para hacerme algo de comer antes de vestirme para la gala de esta noche?
—¿Alguna vez mi esposa no tiene tiempo para eso? —respondió el chófer con una sonrisa antes de añadir en voz baja—: A Tru le gustaría que le hicieras una visita cuando tengas tiempo.
Kris enarcó una ceja. La tía Tru, hoy jubilada, fue la directora de Guerra Informativa de Bastión. Aun así, su adorada tía siempre la ayudó con los deberes de matemáticas e informática, y además sabía hacer las galletas de chocolate más deliciosas.
Sin embargo, cuando Tru dejó de confiarle sus mensajes a la red, la vida cobró interés.
—¿Por qué no nos pasamos de camino a casa?
Harvey asintió. El coche, que hoy no era una limusina, aunque contaba con el mismo blindaje, estaba en un aparcamiento de seguridad privado, algo nuevo en la zona que circundaba el elevador desde que la Sociedad de la Humanidad se autodestruyó y Bastión duplicó el presupuesto de defensa. Kris se dispuso a descansar durante el trayecto. Tal vez repasase las especificaciones de la sala de máquinas de la Fogosa.
—¿Un chasco de prueba? —preguntó Jack.
—Casi lo logramos —suspiró Kris—. Estábamos haciendo la última comprobación y… ¡bam!, vuelta a la casilla de salida.
—Frustrante —dijo el agente sin dejar de vigilar el tráfico. Jack tenía el don de dar seguridad y de actuar como confidente. Solía decirse que una princesa necesitaba la protección de todo un destacamento. Tal vez así Jack consiguiese un ascenso. Para Kris eso implicaría despedirse de ocasiones como aquella. Cierto, alguien, quizá demasiadas personas, querían verla muerta, pero Bastión nunca había sido atacado. Además, una teniente de corbeta no podía vivir en una burbuja de seguridad. O tal vez ella se negaba a vivir así.
Al llegar a la urbanización del apartamento de Tru, Jack activó el sistema de seguridad del coche y siguió a Kris y Harvey hasta el ascensor. Tru se había comprado un ático cuando se jubiló. Las vistas de Ciudad Bastión no resultaban tan impresionantes como las que ofrecía la gran torre que el abuelo Al tenía en las afueras de la ciudad, aunque seguían siendo espectaculares. Y más espectacular todavía fue el abrazo que le dio Tru.
—No esperaba que lo dejases todo y vinieras corriendo solo porque tu vieja tía Tru te mandase una señal de humo —dijo mientras atenazaba a Kris entre sus brazos. Hubo un tiempo en que el único consuelo de Kris eran los abrazos de Tru… y la bebida. Aquel tiempo quedaba ya muy lejos, pero Kris nunca desperdiciaba la oportunidad de sentirse arropada por el calor de su tía.
Terminado el abrazo, Kris le dijo que la prueba había terminado pronto.
—¿Algún problema?
—Yo sigo viva. La nave sigue entera. No pasa nada que no tenga arreglo. Pero parece que el abuelo Al va a encontrar un gran comprador de Uniplex.
Tru frunció el ceño.
—Les entrego una prueba a él y sus laboratorios de que alguien intentó matarte para que averigüen quién lo hizo, y en vez de eso, se inventan un producto nuevo.
Kris se encogió de hombros.
—Si Al gana dinero cada vez que intentan matarme, supongo que hará una fortuna cuando me liquiden de verdad. —Nadie le vio la gracia a la broma—. En fin, tía Tru, ¿por qué has llamado a la Marina? ¿Se te han acabado los marines?
—En realidad, es por Nelly.
Kris la miró extrañada. Tru era la responsable de la mayor parte del software que hacía funcionar a su mascota electrónica; Nelly podía hacer cosas de las que muy pocos ordenadores eran capaces. Con todo, Sam, el ordenador personal de Tru, tal vez se contase entre esos pocos dispositivos.
—Acabamos de actualizarla —comentó Kris—. Creía que Nelly y yo éramos todo lo sofisticadas que se puede esperar.
—Y así es —convino Tru—. La última vez que ejecuté un diagnóstico de la nueva circuitería autorregulable de Nelly, era lo más avanzado de su clase en todos los aspectos.
Kris empezó a babear por el nuevo gel electrónico autorregulable nada más verlo. Similar al metal inteligente, permitía que el ordenador organizase sus circuitos a nivel molecular de forma dinámica a fin de modificarlos según fuese necesario. Kris no sabía quién estaba más emocionada, si ella o Nelly.
—¿Entonces?
—Nelly está infrautilizada. Me preguntaba si estarías dispuesta a aprovechar todo su potencial para trabajar en un desafío.
Kris había aprendido a encogerse cuando Tru pronunciaba la palabra «desafío». Sí, a los seis años brincaba de alegría al oírla. A los quince, la idea de contar con el mejor compañero personal en el instituto era lo máximo. Pero ahora Kris era una oficial en activo. Antes, si se le estropeaba el ordenador, le hacía una visita rápida a la tía Tru al salir de clase para que se lo arreglara y además aprovechaba y se comía unas cuantas galletas. Si Nelly se le hubiera colgado hoy, la Marina habría sufrido una gran cantidad de bajas.
—¿Qué estás tramando? —dijo Kris dando un paso atrás.
Tru sonrió de oreja a oreja, impenitente.
—Te enseñaré algo.
Kris sabía adónde iban. Había habitaciones limpias y luego estaba el laboratorio de la tía Tru. No era necesario ponerse ropa especial. La esclusa que daba a un antiguo dormitorio desocupado envolvió a Kris en una leve niebla de nanos que retiraron la suciedad e impurezas acumulados durante el día… hasta el nivel de cinco nanómetros. Era posible que en la mesa de trabajo que se extendía a lo largo de una pared blanca faltase uno de los cacharros más actuales para el microdesarrollo. De ser así, el aparato debía de estar pedido. Lo que sorprendió a Kris fue ver una caja de estasis en medio de la mesa. Aquello sí que era excesivo.
Y sobre todo le llamó la atención el hecho de que Tru no la abriese.
—Tu tía Alnaba me la envió desde Santa María.
La tía abuela Alnaba, hija menor del bisabuelo Ray, era una tía de verdad. Se especializó en zenobiología y se consagró al estudio de los vestigios que las Tres dejaron en Santa María. Se pasó toda la vida intentando conocer los detalles de una tecnología tan superior a la del hombre que permitió construir puntos de salto en el espacio a modo de autopistas que comunicaban las estrellas. El bisabuelo Ray colaboró con Alnaba durante los últimos veinte años. Nunca se enfrentó a un reto que no pudiese superar. Kris sonrió; llegar a entender la tecnología de las Tres y la actual política de la humanidad vapulearía la puntuación perfecta del bisabuelo Ray.
—¿Qué contiene?
En lugar de abrir la caja, Tru sacó una fotografía de su bolsillo. En la imagen aparecía un pequeño cuadrado y una moneda como referencia de tamaño. Aunque su anchura era la misma que la de la moneda, tenía un grosor algo mayor.
—Es un fragmento de roca de la cordillera que atraviesa el continente norte de Santa María. Destrozamos aquellas montañas durante la guerra contra el Profesor.
—¿Que las destrozamos? Joder. La caja mágica las hizo desaparecer; desaparecieron sin más. —Kris meneó la cabeza—. La Marina se pasó cincuenta años intentando averiguar cómo funcionaba aquella cajita. Ahora no saben más que el día que llegó al laboratorio.
—Sí —admitió Tru—. Pero puede que estén empezando por la parte más compleja de esa tecnología. Antes de desmontar un despertador tienes que saber cómo se usa un destornillador. Yo creo que todavía no sabemos usar el destornillador de las Tres. Hace un millón de años utilizábamos fragmentos de piedra a modo de herramientas. ¿Aquellos seres primitivos habrían podido asimilar el concepto de destornillador, aunque les hubieras puesto uno en la mano?
Kris consideró la idea, pero al no hallar respuesta, señaló la caja de estasis.
—Bueno, ¿y eso qué es? —insistió.
—Una pequeña parte del almacén de datos que había en aquellas montañas.
—¿Está activa?
—No lo sé.
—¿Qué contiene?
—No lo sé.
—¿Qué sabes?
Tru sonrió.
—Nada de nada. La pregunta es «¿qué quieres saber?».
Kris estudió la imagen y luego la caja.
—¿Cómo vamos a saber si esta piedra contiene algún dato que se pueda recuperar?
—Intentándolo.
—¿Cómo?
—Tendríamos que emplear o bien el método más sofisticado… o bien el más sencillo. Tiene que ser flexible y poder adaptarse a cualquier requisito. Ni siquiera sé con qué tipo de energía funcionaba esta cosa. Tendríamos que construir distintos tipos de fuentes de energía, aplicarlas con mucho cuidado y ver si el ratón chilla.
Kris se frotó la nariz; de pronto empezó a acusar el peso de Nelly sobre su clavícula.
—Circuitería autorregulable, eh.
—Autorregulable. Muy potente y muy bien integrada en el humano. Tu tía Alnaba y su equipo probaron con varios métodos estándar, por así decirlo. Ya sabes, laboratorio superequipado, jornadas de trabajo interminables, todo el mundo mirando por encima del hombro a todo el mundo. Sin ningún resultado. Entonces me preguntó si se me ocurría alguna idea. Y le dije que sí.
—¿Qué se te ocurrió?
—¿Has leído cómo el Profesor se puso en contacto con tu bisabuelo Ray?
—Lo encontré un poco complicado. La biología nunca fue mi asignatura preferida —dijo Kris para salirse por la tangente.
—La mía tampoco. Pero lo que sí me pareció interesante fue la relación entre su cerebro durmiente y el tumor que se desarrolló en su cráneo. ¿Sabes lo importante que es el sueño?
—Solo cuando no puedo dormir lo suficiente.
—Los recién nacidos absorben toda la información que pueden de este nuevo y confuso mundo y después duermen para terminar de asimilarla. Estudian, duermen, estudian, duermen. ¿Cuántas veces te dije cuando ibas al instituto que la mejor forma de prepararse para un examen era dormir bien por la noche?
Kris soltó una risita y después, como no podía ser de otro modo, le dio su respuesta adolescente.
—Un examen es un examen. Lo que importa es lo que escribas, no lo que sueñes.
Tru la miró con desaprobación, como hacía siempre, y negó con la cabeza.
—Lo que le sugerí a Alnaba es que lo pusiéramos en el ordenador personal de alguien que pudiera dormir con ello. Para ver qué interpretan su ordenador y su mente dormida.
—Entonces, ¿vas a actualizar a Sammy con circuitería autorregulable?
—Por desgracia, no puedo permitírmelo. —Entonces, ¿por qué sonreía Tru?
—No se te ocurriría esta idea cuando decidí aplicarle la última actualización a Nelly, ¿verdad?
—No. En realidad esta idea se me ocurrió poco después de que vieras por primera vez un ordenador con circuitería autorregulable. Siempre te ha gustado estar al día con los últimos avances en informática. —Tru volvió a desplegar su sonrisa impenitente.
—¿Y de quién tomaría yo esa mala costumbre?
—Sí —admitió Tru haciendo un mohín—, pero los jubilados no podemos estar a la última en todo. He tenido que amoldarme a un presupuesto austero.
Kris sabía que estaba siendo embaucada precisamente por la única persona de todo el universo conocido que de verdad sabía cuál era su debilidad.
—Tru, sería una pasada desentrañar la tecnología de las Tres, pero hace tan solo tres horas estuve a punto de convertirme en una nube de quarks. No puedo cargarme a Nelly con un dolor de cabeza inducido por las Tres.
—Eso no ocurrirá. Sammy y yo hemos desarrollado una solución de memoria intermedia múltiple que evitará que lo que ocurra en el chip afecte a tus procesos principales.
—¿Que lo evitará o que debería evitarlo? —preguntó Kris con recelo.
—Jovencita, deberías hablar con quien fuese tu profesor. La tecnología actual te vuelve demasiado paranoica como para sobrevivir en el mundo moderno.
—Precisamente es con esa persona con quien estoy hablando. Recuerdo un examen de trigonometría en el que solo podía hacer cálculos con los dedos porque mi mascota electrónica entró en un bucle infinito al ir a hallar el valor de pi.
Tru reprimió una risita.
—Estarás de acuerdo en que aquella experiencia te sirvió para ganar agilidad de cálculo.
—¡Oh, sí! Y no pienso vivirla de nuevo.
—¿Por qué no le dices a Nelly que estudie las memorias intermedias que hemos diseñado Sam y yo?
—¿Nelly? —dijo Kris.
—Podría ser interesante —contestó esta despacio, como si invitase a la tía Tru a continuar.
—Por estudiarlo no perdemos nada —convino Kris. Durante un largo minuto pudo sentir el silencio de Nelly mientras el ordenador permanecía concentrado en la transferencia de datos y se adaptaba a los nuevos sistemas.
—Funcionan muy bien —dijo Nelly—, e incluyen una nueva interfaz, así como tres niveles de memoria intermedia entre la piedra y yo. Debería poder ver todo lo que ocurriese en cualquiera de las memorias intermedias y bloquearlo para que no nos hiciese daño ni a ti ni a mí. También hay un nuevo modo de recuperación que me permitiría aumentar rápidamente mi capacidad en línea si sufriera un fallo grave de mis sistemas y tuviera que recuperarme.
—¿Quieres intentarlo? —preguntó Kris antes de recordar que el verbo «querer» no debía emplearse al dirigirse a un ordenador.
—Creo que podría ser interesante averiguar cómo construir nuevos puntos de salto entre las estrellas —respondió Nelly.
—Parece que Nelly ha sabido autorregular muy bien sus circuitos —comentó Tru con tono irónico—. Apuesto a que a mi Sammy le gustaría ver sus especificaciones.
—Sí —convino una voz ansiosa.
—Vale, es suficiente. —Kris suspiró—. Sí, me gustaría que pudiéramos construir nuestras propias rutas en lugar de tener que conformarnos con las que dejaron las Tres. —En ese momento se acordó del sistema París; sus puntos de salto disgregados casi llevaron a la humanidad a la guerra. Además, Nelly y ella no tenían nada demasiado importante que hacer durante el próximo mes. ¿Por qué no probar algo extremo? Kris miró a la tía Tru y volvió a suspirar—. Me debes una.
Esta sonrió.
—Vale, ¿qué tenemos que hacer?
Tru accionó un botón de la imagen que había estado sosteniendo e inició el proceso de implantación de la piedra en el área central de proceso de Nelly.
—Usaremos gel autorregulable con distintos colores. Así podrá no solo construir conectores sino también realizar todas las conversiones necesarias en las fuentes de alimentación. Además, en el caso de que hubiera que extraerlo de Nelly, el marcador de color nos será de ayuda.
—Me parece bien —dijo Kris, aunque la parte escéptica de su cerebro no tardó en activarse—. ¿De dónde has sacado el dinero para el gel?
—Me tocó un pellizco en la lotería —contestó Tru sin dejar de organizar los distintos instrumentos y las cajas de estasis de su mesa de trabajo.
—¿Te tocó o lo amañaste?
—¿No dijo tu padre la última vez que volvió a legalizar la lotería que parte del dinero debería destinarse a la investigación?
—Sí —admitió Kris poco a poco, preguntándose si padre habría planeado aquello y no muy segura de que no fuese así. ¿Qué dijo Harvey cuando Kris empezó a cuestionar la «suerte» que su tía tenía en el juego? «Una mujer inteligente sabe no excederse.» No cabía duda, Tru era inteligente. Kris se aflojó el botón del cuello para quitarse a Nelly de los hombros.
—Mantén la conexión —dijo Tru—. Necesitaremos que Nelly nos envíe información rápidamente una vez que comencemos. —El cable que unía a Nelly a la nuca de Kris era de metal inteligente; se alargó cuando Kris colocó el ordenador personal sobre la mesa. Kris se arrodilló para acortar la distancia; mientras más se extendiese el cable, menor sería el ancho de banda. La instalación en sí concluyó en un instante. El gel que actuaría como interfaz se introdujo con facilidad. Tru le dijo a Kris la anchura que debería tener el receptáculo de la piedra, de modo que Nelly no tardó en prepararlo. A continuación Tru insertó la pequeña oblea en su sitio.
—Eso es, no ha dolido nada. —Su anciana tía sonrió.
—¿No es eso lo que dijo el condenado a muerte cuando se abrió la trampilla? —murmuró Kris con sequedad—. Nelly, ejecuta los diagnósticos completos.
—En ejecución —confirmó Nelly—. Todo parece estar en orden.
—¿Y el chip? —preguntó Tru.
—Sin actividad —contestó Nelly con una voz a medio procesar—. Perdonadme mientras inicio la interfaz con el nuevo gel.
—Oh, muy bien —dijo Tru mientras se mordía una uña. Kris nunca había visto tan emocionada a su tía.
—Estoy desarrollando un plan de proyecto que comprobará las memorias intermedias por triplicado en cada fase de la activación de la oblea —dijo Nelly—. No espero empezar a probar las fuentes de alimentación hasta mañana a esta hora.
—Puedes ir más rápido —dijo Tru reprimiendo un taconazo de impaciencia.
—¿Y quién me enseñó a empezar poco a poco cuando se hace algo nuevo? —le espetó Kris.
—Sí, pero antes nunca me prestabas atención.
—Ahora soy una mujer madura —dijo mientras se erguía. No era mucho más alta que Tru, pero los tres centímetros que le sacaba le venían bien de vez en cuando—. Además esta noche tengo un baile, de gala.
—No tienes por qué asistir. Dile a tu madre que estás bajo arresto.
—Ahora mi capitán está pendiente de mi agenda social.
—Tu madre no le…
—No, pero sospecho que a mi capitán no le gustaría recibir una llamada de mi madre. Y si lo llama, no querrá tener ningún tipo de culpa.
—Cobarde —dijo Tru mientras se llevaba a Kris del laboratorio.
—Los miembros de la Marina son muy curiosos; son valientes como leones bajo una lluvia de rayos láser, pero llegado el momento de enfrentarse a la sociedad, salen corriendo por la puerta.
—Como una jovencita que yo me sé. —Tru soltó una risita—. Bueno, trae a Nelly mañana para que pueda revisarla. Puede que a Sam y a mí se nos ocurra alguna idea para hacer las pruebas. Tendrás que informar todos los días —dijo mientras Kris salía por la puerta.