A las 9.10 de la mañana abrió los ojos, los cerró y se dijo que debía dormir un poco más. Luego se dijo que ese día tenía muchas cosas que hacer, y que era mejor que empezara con ellas. Ante todo, necesitaba dinero, y debía ir al banco. Sin embargo, no podía hacerlo porque era domingo. De modo que será mejor que sigas durmiendo, pensó, y hundió la cabeza aún más en la almohada. Pero un momento más tarde, se acordó de los billetes de a uno y de a cinco, plegados, en el cajón de arriba de la cómoda, y salió de la cama.
Encontró siete de a uno y dos de a cinco, y se dijo: bueno, por lo menos podrás poner gasolina al coche. Pero será mejor que conduzcas con cuidado, no hagas que te detengan por cualquier violación de tránsito; recuerda que no tienes licencia de conductor, la que tenías está en tu cartera, que se encuentra en algún lugar del fondo de la bahía de Delaware.
Se puso una camisa deportiva de manga corta, pantalones de algodón y zapatos ligeros, abiertos. No llegaban ruidos de la sala ni del otro dormitorio, en donde dormían en camas gemelas, y sabía que estaban dormidas. Tal vez deberías despertarlas y decírselo, pensó. ¿Pero qué puedo decirles? ¿Piensas que lo aceptarán? ¿O siquiera que lo entenderán?
Bajó los tres tramos de escalera, salió de la casa de apartamentos y se metió en el Ford. En la Avenida Wayne entró en una estación de servicio, mandó que le llenaran el depósito, compró un paquete de cigarrillos y encendió uno. En una de las calles más al sur, en Wayne, hizo otra parada. Era un pequeño restaurante que permanecía abierto todo el día, todos los días. Siempre desayunaba allí, y cuando se sentó ante el mostrador, le dijo a la camarera:
—Hola, Norma.
—¿Qué quieres?
—Lo de siempre.
—No tengo un archivo —respondió ella. Tendría unos veintitantos años, era de estatura mediana y saludable cutis aceitunado. Sus facciones eran bonitas y muchos clientes se demoraban con su café nada más que para quedarse sentados allí, mirándola. A ella no le molestaba, siempre que se guardaran sus pensamientos para sí. Cuando alguno de ellos se ponía grosero, sabía cómo hacerle callar. Era griega, y podía ser muy beligerante o muy afectuosa, según la situación.
¿Pero qué pasa?, se preguntaba Jander. ¿Por qué está tan furiosa?
—Zumo de naranja —dijo—, huevos revueltos, tostadas y café.
Ella lo anotó, arrancó la nota y la dejó en el mostrador. Le sirvió el zumo de naranja de una jarra y puso el vaso delante de él. Entraron algunos clientes, y ella tomó los pedidos; mientras Jander sorbía el zumo continuaba mirándola, y preguntándose qué habría hecho para irritarla tanto.
De vez en cuando salía con ella, y algunas noches iban a su apartamento. En una ocasión ella le dijo que debían terminar antes de verse comprometidos uno con el otro. Él dijo que bueno, si así lo quería. Y además, añadió, era probable que eso fuese lo mejor, porque sólo le quitaba tiempo. Ella respondió que no lo decía por esa razón. Luego esperó que él dijese algo, y al cabo de un rato él le respondió que tenía a su madre y su hermana que cuidar, y que no podía permitirse el lujo de comprometerse con nadie. Ella le comentó que no se preocupara, y le prometió no volver a hablar del asunto. De manera que continuaron viéndose, con el acuerdo no expresado de que ninguno de los dos tenía obligación alguna. Últimamente la veía con bastante frecuencia.
Pero había noches en que se preguntaba si era justo con ella. Algunas noches permanecía despierto mucho tiempo, pensando en ese tema.
Ella se acercó con las tostadas, el café y el plato de huevos revueltos, se los sirvió sin decirle palabra y se alejó. Jander cogió el tenedor y comenzó a comer. Unos minutos más tarde la llamó y le dijo que quería más café. Ella volvió a llenarle la taza, se llevó los platos vacíos y después volvió y se quedó mirándole mientras él encendía un cigarrillo.
—¿Ni siquiera vas a darme una explicación? —preguntó.
—¿Explicar qué?
—Lo de ayer por la noche.
—¿Qué hice ayer por la noche?
—No lo sé —dijo la camarera—. Yo no estaba.
Se sirvió uno de los cigarrillos de él. Jander hizo un movimiento para encendérselo, pero ella le apartó la mano y le arrebató de entre los dedos la caja de fósforos. Encendió la cerilla con furia, inhaló el humo, lo soltó y dijo:
—Ayer por la noche era sábado. Se suponía que debías pasar a buscarme a las nueve y cuarto.
Él tenía la boca entreabierta. Asintió con movimientos lentos, luego masculló:
—Me olvidé por completo.
—No me digas eso. Dime que no quieres verme más. No es que haya perdido nada. Sólo se trata de que creía que eras distinto a los demás.
—¿A quiénes?
—A las cáscaras. Sin nada que ofrecer, porque no tienen nada adentro. Ni un solo pensamiento decente en la cabeza. Lo único que quieren es diversión. Pero no si les cuesta algo. Engañan para entrar y engañan para salir, y nunca les importa quién resulta herido. Creen que porque una es una camarera en un merendero no tiene derecho a poseer sentimientos humanos. ¿Por qué no bebes tu café, antes que se te enfríe?
Se alejó. Jander terminó el café, miró la, cuenta, puso el dinero más una propina en el mostrador y salió del restaurante. Se decía: ¿sabes una cosa? Creo que ella tiene razón. Creo que no eres más que un imbécil típico, y que harías bien en quedarte en tu lugar. En ese apartamento. Y en el salón de billares. Y en el escritorio de Cottersby y Heggert. En realidad, careces de lo que se necesita para cualquier otra cosa. De modo que lo mejor que puedes hacer es olvidarte de Jersey del sur y de los preliminares que implican el uso de la Biblioteca Gratuita, y en especial de la hemeroteca.
Se quedó allí, mirando el Ford estacionado. Sin embargo, en realidad no veía el Ford, porque en la mente tenía la imagen de Renziger. Después vio a los otros, Hebden y Gathridge. Los tres estaban en una celda, discutiendo el plan para la fuga. Hebden decía que si lo lograban, tendrían que seguir huyendo, conocía un lugar en el cual podrían ocultarse, un lugar en donde nadie los encontraría, puesto que nunca iba nadie. Se trataba de una casa, dijo Hebden, y conocía su ubicación exacta, ya había estado antes. Y no sería la primera vez que usaba la casa coma escondite. Lo había hecho hacía treinta años, cuando era miembro de un equipo que introducía contrabando. Y después otra vez, cuando huía, con su esposa Y su hija, de un año de edad, logró llegar a la casa. ¿Cuánto hacía de eso?, preguntó Gathridge. Mucho tiempo, respondió Hebden. Diecinueve años.
¿Qué había pasado hacía diecinueve años?, preguntaba Jander. ¿De qué huía? ¿Qué había hecho? ¿Por qué se negaba a hablar de eso? Pero no conseguirás la respuesta quedándote aquí.
¿Ves lo que te sucede? Es la conciencia de que no puedes apartarte de este enigma. No puedes, eso es todo.
Y, sin embargo, si sigues adelante apuestas contra ti, y continúa siendo una apuesta de mil contra uno. ¿Quieres eso de nuevo? Dije, mil contra uno.
Pensaba en eso mientras se metía en el Ford. Luego enfiló hacia el sur, por la Avenida Wayne, y tomó la Carretera Rápida rumbo al centro de Filadelfia. Se salió en la calle Spring Garden, y después en Parkway dio la vuelta en la rotonda, de Logan Circle. Aminoró la marcha cuando vio un lugar para estacionar, cerca de la sólida estructura blanca, con columnas griegas en la parte frontal. Era la Biblioteca Gratuita.
Entró, se dirigió al mostrador de información y le preguntó a la empleada dónde podía encontrar la hemeroteca. Ella le orientó, él le dio las gracias y luego usó la escalera para bajar al sótano. Caminó por un corredor, giró a la izquierda, siguió otro corredor y llegó a otra puerta en la cual se leí «Periódicos».
Era un salón grande, y había unos pocos lectores ante las largas mesas. Jander se acercó a un hombre de mediana edad sentado ante el mostrador, que estaba ocupado haciendo anotaciones. El hombre terminó su tarea y le dijo a Jander:
—¿Puedo serle útil?
—Busco una noticia determinada.
—¿Relacionada con qué?
—No estoy seguro —contestó Jander.
El empleado miró hacia un costado del mostrador donde había unos lápices dispersos. Los ordenó en una pulcra hilera, con suma lentitud, y luego se recostó contra el respaldo y admiró su labor.
—¿Puede ser más concreto? —dijo.
—Bueno, se trata de algo que ocurrió hace muchos años. Es decir, si ocurrió.
—Entonces sólo está suponiendo.
—Más o menos —dijo Jander.
El empleado le miró, a la espera de que siguiera hablando.
—Ojalá no tuviera que molestarle con eso —dijo Jander—. Pero nunca he estado en este salón y no sé cómo usar las instalaciones.
—No es una molestia. Para eso estoy aquí —dijo el empleado. Luego tomó un lápiz—. ¿Hasta cuándo se remonta ese suceso?
—Hace diecinueve años.
—¿Recuerda la fecha exacta?
—No —repuso Jander—. Ni siquiera puedo darle el mes o la estación.
El empleado anotó el número del año en curso en una tira de papel, luego le restó diecinueve y subrayó el número resultante.
—¿Algún periódico en especial?
—Local.
El empleado salió de atrás del mostrador y dijo:
—Venga conmigo, por favor.
Cruzaron el salón en dirección a un gran mueble, con los cajones provistos de índices en orden calendario. El empleado miró la hilera de tarjetas, abrió uno de los cajones y sacó unos rollos de película. Luego le dijo a Jander:
—Esto es microfilm. Muestra cada página de cada edición diaria de todo un año.
—Sólo quiero la primera plana.
El empleado no hizo comentario alguno. Fueron hacia otro lado del salón, donde había varios proyectores de microfilm atornillados a una mesa. En la base de cada proyector había una pantalla, paralela a la superficie de la mesa y de la dimensión exacta de una página de periódico. El empleado colocó un rollo de película en el carrete, accionó un interruptor que iluminó la pantalla y luego hizo girar una palanca que puso el carrete en movimiento. La pantalla mostró la primera página de un periódico. Jander miró la fecha. Era de diecinueve años atrás, del 1 de enero, y había una foto grande que mostraba la celebración del día de Año Nuevo en la calle Broad. Un grupo de bufones, con sus vestimentas de fantasía, se exhibían, rígidos; algunos de ellos sostenían un banjo en la mano. El empleado continuó haciendo girar la manivela, con tanta rapidez, que la pantalla mostró un borrón de letra impresa, y luego detuvo la manivela cuando la lente proyectó la primera plana del día siguiente.
—En realidad es muy fácil —le dijo a Jander—. Lo único que debe hacer es mover la manivela para que el carrete recorra las otras páginas, y luego parar cuando la pantalla no muestra nada durante una fracción de segundo. Mueva la manivela ligeramente y verá la primera página del día siguiente. ¿Está claro?
—Muy claro —contestó Jander—. Gracias.
El empleado volvió a su escritorio. Jander estudió la primera plana del 2 de enero. Se dijo: lo que estás tratando de encontrar es un titular a toda página. Estará a todo lo ancho de la plana, arriba, y no importa cómo esté formulado, lo sabrás enseguida, en cuanto lo veas. Pero es posible que no lo veas. Quizá nunca sucedió. Recuerda que sólo estás haciendo conjeturas. O digamos que es una teoría basada en varias deducciones, algunas de ellas plausibles y otras nebulosas. Es posible que mires 365 primeras planas y no encuentres nada. Y por supuesto, si no hay nada, no tendrá sentido volver a Jersey del Sur. Donde te esperan las escopetas. Donde el lugar de tu último descanso estará en las ciénagas o en la bahía. ¿De verdad quieres encontrar ese titular a toda página?
—Seguro que no.
¿-Y por qué lo intentas, entonces? ¿Es lógico buscar algo que esperas no encontrar?
—Amigo, eso no quiero discutido. Hazme el favor y apártate, para que pueda hacer rodar estos dados.
Hizo girar la manivela y detuvo el movimiento cuando la pantalla mostró la primera página del 3 de enero. Examinó los titulares de la parte superior y continuó haciendo girar la manivela.
Algo más de cuarenta minutos después, miraba la pantalla y veía la primera plana de fecha 16 de septiembre. Cuando volvió a girar la manivela, pensó: es como una cuerda tendida entre dos pisos, a varias decenas de metros por encima de la calle, sin una red abajo, y te quedan tres cuartas partes del recorrido, y crees que llegarás al final salvo. Yo creo que no hallarás nada en estas primeras planas.
No había más película en el rollo. Colocó el siguiente en el carrete e hizo girar la palanca, y la pantalla mostró la primera plana fechada el 17 de septiembre.
Se quedó mirando el titular a toda página. Durante casi un minuto concentró la atención en el titular. Luego se inclinó hacia la pantalla y se puso a leer el artículo. Continuaba en la página 3. Hizo girar la manivela con lentitud y llegó a la página 3 y continuó leyendo.
Era una noticia importante, y siguió en la primera plana durante once días. Leyó cada una de las palabras de todos los párrafos. Cuando terminó, colocó los rollos en su orden correcto, los llevó al escritorio y se los entregó al empleado. Este estaba a punto de decir algo, pero Jander ya salía de la hemeroteca.
En el Ford, cuando puso en marcha el motor, tenía una sensación de pesadez en la garganta, e hizo una profunda inspiración, tratando de librarse de ella. Pero no desaparecía.
Condujo hacia la Carretera Rápida y tomó la salida que iba a Jersey del Sur.