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Timo Korvensuo fue al cine. Vio la película que habían visto Aku y Marjatta.

Estaba fresco y oscuro y el dolor disminuyó. Sentía la cabeza más ligera. El cine estaba prácticamente vacío. Sólo un par de adolescentes en primera fila, que se reían en escenas donde Korvensuo no veía nada de divertido.

Estaba sentado en la última fila y pensaba que estaba viendo las mismas imágenes que habían visto Aku y Marjatta.

Marjatta se había sorprendido de que hubiera vuelto a llamar, y había reído, desconcertada, cuando le había dicho que sólo quería oír su voz.

La bruja hablaba exactamente como Aku la había imitado.

Se había quedado un rato a una distancia que le permitía ver la casa en la que vivía Elina Lehtinen. No había visto a Elina Lehtinen, pero en la casa de al lado un hombre mayor había estado regando las plantas y, si no se equivocaba, estaba llorando.

Meneaba la cabeza y lloraba mientras regaba las plantas.

Timo Korvensuo había mirado alternativamente al hombre y la casa en la que vivía Elina Lehtinen y, en un determinado momento, el hombre había dejado en el suelo la regadera, se había dirigido hacia la casa y había llamado al timbre de Elina Lehtinen.

El hombre había esperado delante de la puerta con la cabeza baja y luego una mujer le había abierto. Una mujer pequeña con una cara marcadamente redonda. Había abrazado al hombre que lloraba y había cerrado la puerta, y, entonces, Timo Korvensuo se había ido al cine.

En la pantalla vio la fuente de sangre de la que le había hablado Marjatta. Los adolescentes de la primera fila reían. La bruja hablaba con el acento de Aku, había interrumpido su carrera de matemáticas y en el asiento de al lado había una botella vacía de limonada.

La película terminaba felizmente con la muerte de la bruja.

Mientras que Timo Korvensuo seguía dando vueltas en coche por la ciudad, resplandecía el sol de la noche y le volvieron los dolores de cabeza.