Nurmela resolvió todos los asuntos del día con una eficiencia casi inquietante.
Mantuvo una conversación con los padres de Sinikka, para hacerles comprender que no todo había terminado. Les comunicó que Sinikka se hallaba, inevitablemente, en el centro de la atención pública y que también sería necesario aclarar la cuestión de las posibles consecuencias, puesto que Sinikka había desencadenado una costosa investigación. Kalevi Vehkasalo les dio las gracias y no dijo nada más, pero Joentaa creyó oír las palabras que, tanto él como su mujer, tenían en la punta de la lengua. Que todo eso no les preocupaba lo más mínimo, no en ese día, y tampoco en los siguientes.
Nurmela coordinó luego la disolución de los equipos de trabajo. Parecía disfrutar de la vuelta al orden. En los pasillos y en la cantina reinaba un humor difícil de definir, casi desenfadado. Algunos se divertían, otros hacían como si se divirtieran. Otros no entendían del todo lo que había ocurrido. Algunos daban rienda suelta a su mal humor, como lo había hecho Tuomas Heinonen por la mañana. No se trabajó demasiado, dado que la tarea que había tenido ocupados, cuando menos a los funcionarios del tercer piso, se había desvanecido como una pompa de jabón.
A Nurmela no pareció molestarle el caos que siguió al restablecimiento del orden, siguió manteniendo el brazo en ángulo recto para que todo el mundo pudiera verlo y parecía darle alas, y esa sensación, en opinión de Joentaa, fue la que transmitió también durante la conferencia de prensa que mantuvo con el apoyo de Sundström: una mezcla perfecta entre objetividad, seriedad y suficiencia puestas en escena en el momento adecuado. Las preguntas cuyo objetivo era descender a los detalles fueron bloqueadas con el comentario de que era aún demasiado pronto.
Nurmela se fue luego al hospital para hacerse una radiografía del brazo.
Una unidad móvil de la cadena estatal de televisión YLE estaba permanentemente aparcada frente al edificio y emitía las novedades cada hora. Una pequeña cadena privada de Turku montó incluso un estudio improvisado.
Tuomas Heinonen y Petri Grönholm se pusieron en contacto con las instancias oficiales de Turku y con los colegas de Helsinki para hacerse una idea sobre el muerto del lago. Timo Korvensuo. A él estuvo dedicada la última reunión del día. Petri Grönholm dijo al principio de su exposición, quizás un poco ebrio por las cosas absurdas sucedidas durante las últimas horas, una frase que a Kimmo Joentaa se le quedó grabada:
—Es casi gracioso, pero mientras que Sinikka Vehkasalo ha vuelto sana y salva, nuestro agente de la propiedad parece haberse disuelto. Por lo menos, por lo que se refiere a su vida en Turku.
—¿Qué quiere decir? —preguntó Sundström.
—He hecho varias llamadas y tengo que decir… que las cosas se ponen difíciles.
Parece haber sido un lobo solitario. Entonces, cuando vivía en Turku. Y lo más gracioso de todo… Hubo un incendio en el ayuntamiento. El registro civil se quemó. En 1985. No hay datos computarizados.
—Ajá…
—Por eso ni siquiera sabemos dónde vivía Korvensuo. Hasta que no encontremos a ningún amigo o compañero de estudios que nos pueda dar alguna información, lo único que sabemos es que estudiaba matemáticas. Y física y química como materias secundarias.
—Una magnífica combinación —dijo Sundström.
—La universidad tenía registrada una dirección, la de sus padres en Tampere.
Probablemente Korvensuo no tenía aún una casa en Turku en el momento de la inscripción y dio esa dirección. Nunca llegó a corregirla.
—Entiendo —dijo Sundström.
—Los padres, ambos fallecidos. No hay hermanos…, y, tal y como están las cosas, da todo un poco lo mismo —añadió Grönholm—. Sinikka ha vuelto, y la muchacha que desapareció a mediados de los ochenta…
—Marika Paloniemi —dijo Joentaa.
—Correcto. La relación entre Korvensuo y su desaparición parece, en las actuales circunstancias, traída por los pelos. Korvensuo vivía ya desde hacía tiempo en Helsinki y además, como nota marginal, nunca, al menos desde 1982, tuvo un coche rojo. Eso dice su mujer, que le conoce desde aproximadamente esas fechas. Dice que a su marido no le gustaba el rojo. Lo cual, claro está, parece estar a favor de que nunca tuviera un coche de ese color.
O bien lo tuvo y no quiso que algo se lo recordara, pensó Joentaa.
Volvió a ver ante sí a Marjatta Korvensuo. El salón donde habían estado sentados, sobre los sofás blancos. El luminoso pasillo. La habitación de los ángulos rectos en el sótano. Ketola ante la pantalla, por fin tranquilo. Nada en aquella casa era rojo.
—Es muy posible que ese coche rojo jamás existiera. Ni en relación con Pia Lehtinen ni con nadie más. Una pista falsa, eso es todo —concluyó Sundström.
Grönholm asintió.
—La mujer es, por cierto, doce años más joven que él. Cuando se conocieron, en 1982, él tenía veintinueve y ella sólo diecisiete —dijo—. Sobre su vida en Turku se calló como un muerto. La mujer no sabe prácticamente nada de ello.
—Los colegas en Helsinki están intentando establecer posibles relaciones de Korvensuo con otros casos sin aclarar, pero hasta ahora no ha habido resultados —dijo Heinonen.
—Bien —dijo Sundström, y asintió.
Los demás callaban.
—¿Cómo está… la mujer? —preguntó Joentaa.
Heinonen meneó la cabeza.
—No lo sé —respondió.
También Grönholm negó con la cabeza.
—Hemos hablado con los colegas de Helsinki, pero no con ella directamente.
—Respecto a los datos del ordenador de Korvensuo…, el cacharro está lleno a rebosar de fotos y videoclips de pornografía infantil. A… reventar… —intervino Heinonen.
—Bien —dijo Sundström—, entonces puedo resumir: tenemos una muchacha desaparecida que ha vuelto sana y salva; tenemos un caso de hace treinta años…
—Treinta y tres —apostilló Joentaa.
—… un caso de asesinato de una muchacha de hace treinta y tres años que, desde ayer, está aclarado. Porque el supuesto asesino se ha tirado, junto con su bonito coche, al mismo lago donde arrojó entonces a la víctima. ¿Correcto?
—Correcto —dijo Grönholm.
—Tenemos a un agente de la propiedad inmobiliaria de Helsinki, Timo Korvensuo, como última sustancia tangible de esta investigación tan… grotesca.
Korvensuo se pone en camino, con la excusa de un viaje de negocios, dos días después de la desaparición de Sinikka Vehkasalo para ir a visitar a la madre de Pia Lehtinen, entregarle una tarjeta de visita y luego suicidarse. Remordimientos tardíos. Lo que sea.
¿Correcto?
Nadie contestó. Nadie objetó nada.
—Bien —dijo Sundström—, magnífico. Por lo menos a mí me retumba la cabeza.
Se dio la vuelta y ya casi al final de la sala, se volvió.
—Ah, y por cierto. Ya podéis ir empezando a dar ideas —dijo— de cómo emocionar a Nurmela, quiero decir. Con el regalo que es tradicional en estos casos. Me ha llamado hace media hora. Se ha roto la muñeca. Una rotura complicada, ha subrayado. Sorprendente resultado de una radiografía.