Sundström no lograba comprender. No lo entendía, aunque Kimmo Joentaa tenía la impresión de habérselo explicado todo con bastante precisión. En palabras sencillas y claras. Pero Sundström callaba y luego, por fin, al cabo de una larga pausa, dijo:
—Eso quiere decir, si lo he comprendido bien, que Sinikka Vehkasalo… es posible que… esté viva…
Estaban sentados en la cocina, el sol de la mañana entraba por la ventana.
—No, no —dijo Joentaa.
—Así que no —dijo Sundström, y pareció casi aliviado—. Entonces lo he entendido mal.
—No, lo que quiero decir es que…, no es que sea posible, sino que es seguro que está viva, la acabo de ver.
—¿Cuándo? ¿De dónde venías?
—Ha vuelto. La acabo de ver hace veinte minutos sentada delante de casa de sus padres —explicó Joentaa, y como Sundström no dejaba de mirarle incrédulo, añadió—: Ha vuelto.
Sundström se quedó unos segundos sentado muy erguido, paralizado. Luego se dejó caer sobre el respaldo y dijo con voz mate:
—Ajá. Sorprendente.
—Ketola dice que todo fue idea de ella.
Sundström asintió, pero parecía seguir sin comprender.
—Eso quiere decir…, si lo he entendido bien, que Ketola conoce a Sinikka Vehkasalo.
—No, en realidad no la conoce… Ella fue a su casa… Estaba en una fiesta en casa de los vecinos de Ketola, porque era el cumpleaños de su hija…, y él estaba sentado en la terraza…, y también la maqueta estaba en la terraza…
—¿Qué maqueta? Hablas todo el tiempo de esa maldita maqueta…
—La maqueta que se hizo en relación con la muerte de Pia Lehtinen…, una especie de bosquejo del lugar de autos…, ya te lo había contado, que Ketola se la había llevado, en su último día de trabajo…, estuvimos buscándola abajo, en el archivo…
—Sí, sí…, bueno —Sundström se quedó otra vez callado, mirando fijamente a un punto en la pared, intentando componer un todo a partir de todos los fragmentos—. Así que… —musitó—, eso significaría que…, corrígeme si me equivoco, que la muchacha se ha permitido una… especie de… broma…
La mirada de Sundström se separó de la pared y se encontró con la de Joentaa. En sus ojos había un leve velo de regocijo, a Sundström le gustaban las bromas.
—No…, yo no lo llamaría broma. Yo creo que… más bien veía en ello una aventura…, no sé lo que realmente le pasó por la cabeza… —dijo Joentaa.
—¿Muchas ganas de torturar a sus padres? —sugirió Sundström ya con una mueca en la cara.
Joentaa no dijo nada y pensó que justamente ese aspecto de la historia era el que menos lograba comprender.
—Tiene que ser así —convino Sundström—. La chica debe de estar completamente loca. ¡Como una cabra! —gritó Sundström, que parecía casi feliz.
Joentaa pensó en Sinikka. En cómo estaba sentada en las escaleras de su casa. Se preguntó si estaría allí todavía… o si ya…
—Y tú también, permíteme que te lo diga. ¡Te has marchado, así, sin ni siquiera hablar con ella! Esa chica es objeto de una costosa investigación… ¿Correcto?
Joentaa asintió.
Sundström asintió.
—Quería sólo dejarla… llegar —dijo Joentaa.
—Sí… —dijo Sundström—. Por supuesto, quién no lo entendería…, probablemente la hija estará en estos momentos clavándole a su madre un cuchillo de cocina en el pecho y el padre, a su vez, estrangulará a la hija, y se quedará luego pacíficamente sentado entre sus dos mujeres muertas hasta que lleguemos nosotros.
—No lo creo —dijo Joentaa.
—Menos mal —replicó Sundström, añadiendo luego con voz casi alegre—: Vaya fracaso…, un fracaso estrepitoso.
—¿Qué quieres decir?
—Lo que quiero decir es que… hemos hecho el ridículo…
—Nadie ha hecho el ridículo.
—Pues, hombre, hemos estado buscando a una chica que ni siquiera había desaparecido…
—Sí que había desaparecido.
—Ya sabes lo que quiero decir. Pero ahora sí que siento verdadera curiosidad por conocer a ésa… extraña persona…
—Poco a poco deberíamos ponernos a ello —dijo Joentaa.
Sundström iba a objetar algo, pero al final se calló y se limitó a asentir.
—Es una suerte que sea Nurmela el responsable del contacto con la prensa —dijo—. No tenemos nada que temer, conseguirá transformarlo en un éxito. Y, además…, da lo mismo…, lo importante es que la chica haya vuelto…, y la historia de entonces…, lo más curioso es que esa idea suya tan peregrina al final…, en cierto modo…, ha sido un éxito.
Joentaa asintió y pensó que Ketola lo había expresado de una manera muy similar.
—Qué locura —musitó Sundström.
Joentaa pensó en la mujer que les había abierto la puerta. En la tarjeta de visita.
En el niño con la pelota de fútbol ante el garaje.
—Los padres le propinarán una buena paliza —dijo Sundström.
Pensó en Sanna, en el embarcadero, en la mecedora, envuelta en mantas.
—Una paliza monumental —añadió Sundström.
—Se alegrarán —dijo Joentaa.