Timo Korvensuo estaba en la sala de los desayunos. El hambre enorme que tenía había desaparecido y, en su lugar, sentía molestias en el estómago. Comió, de todos modos. Copos de maíz. Hacía mucho tiempo que no comía copos de maíz. Leche fría.
La misma niña correteaba otra vez por la sala y se le quedó mirando con sus grandes ojos curiosos. Él se metía grandes porciones de copos de maíz en la boca abierta poniendo los ojos en blanco. Le goteó la leche por la barbilla y le resbaló por el cuello de la camisa. La niña se rió.
Subió en ascensor, entró en su habitación y metió sus cosas en la maleta.
La señorita de la recepción le deseó buen viaje de vuelta.
Su coche estaba en el garaje. Metió la maleta y el ordenador en el maletero. La máquina se tragó su ticket, la barrera se abrió y mientras salía se preguntó cómo funcionaría. De qué mecanismo se trataba, qué relación existía entre meter la tarjeta y que se abriera la barrera. Seguramente era muy sencillo. Un mecanismo muy simple.
Simple, pero una buena idea. Delante de la cruz había varios ramos de flores. Al final del campo giró hacia la derecha y dejó que el coche se deslizara hacia el arcén.
Pensó en Aku. Cómo Aku le había visto, la última noche, en el lago. Aku se encontraba mal porque había comido demasiado helado. O a lo mejor no demasiado, pero demasiado deprisa. Lo había engullido todo a toda velocidad. Eso era algo que Aku tendría que aprender. Cuantas más vueltas le daba, más importante le parecía. Hablaría de ello con Marjatta en cuanto se presentara la ocasión.
Se quedó un rato sentado. Luego dejó el móvil en el asiento de al lado y se bajó del coche. Anduvo unos metros, sintiendo el aire caliente, hasta la casa.
En la casa de al lado estaban cerradas las cortinas, parecía abandonada.
Korvensuo pensó en el hombre, grande y encorvado, que había visitado a Elina Lehtinen la noche anterior.
Sintió que le sudaban el cuello y la frente y pulsó el timbre. Nada. Nada de nada.
Absolutamente nada. Tarareó una melodía. Elina Lehtinen estaba frente a él. A un par de metros de distancia. Estaba en el marco de la puerta y le miraba inquisitivamente; Korvensuo pensó que todo había terminado.
Por fin.
Empujó la puerta del jardín y se dirigió hacia Elina Lehtinen. La oyó decir algo, el timbre de su voz.
—Perdone la molestia —dijo.
—¿Qué desea? —preguntó ella.
—Perdone usted la molestia —insistió él.
Elina Lehtinen aguardaba.
—Yo…, dígame una cosa…, la casa de al lado… ¿Sabe usted si está a la venta?
Elina Lehtinen siguió su mirada hacia la casa vecina.
—No —respondió.
—Pensé…, parece…, cerrada, vacía… —dijo Korvensuo.
—No —repitió Elina Lehtinen.
Korvensuo asintió.
—¡Qué pena…! Creí…, estoy buscando una casa para mí y mi familia en esta colonia…
De la casa de al lado salió el hombre grande y encorvado. No pareció advertir su presencia, a pesar de no estar a más de veinte metros de distancia. Se subió en su coche y se marchó, mirando fijamente hacia delante.
Korvensuo siguió al coche con la mirada, y Elina Lehtinen propuso:
—¿Le apetece un té?
—Yo… Bueno, sí, gracias… —dijo él.
Elina Lehtinen sonrió.
La siguió en la penumbra de la casa. Ella se fue a preparar el té. Él contempló el pequeño jardín. Sobre la hierba había un balón de fútbol y Laura remaba y Aku tenía una mano en el agua. Lo percibió. La sensación. Estaba fría y producía un hormigueo en la piel.
Se dio la vuelta y se encontró con los ojos de Elina Lehtinen, que parecían reír.
Una risa fuerte. Si hubieran reído tan sólo un poco más fuerte, habría logrado oírla.
—Podemos ir a la terraza, si quiere —dijo Elina Lehtinen.
—Encantado —convino Korvensuo.
Elina Lehtinen sirvió el té en las tazas.
—¿Su hija? —preguntó Korvensuo.
Nada, nada de nada. Todo energía.
—Quiero decir…, la foto que hay en el salón…
—Sí —respondió Elina Lehtinen.
Korvensuo asintió.
—Yo… también tengo dos hijos —dijo.
Elina Lehtinen le alcanzó un plato con bizcocho. Bizcocho de arándanos.
—Parece muy… simpática —dijo Korvensuo.
Elina Lehtinen se sirvió también un trozo de bizcocho.
—Los míos tienen ocho y trece. Un niño y una niña.
Elina Lehtinen callaba.
—Aku y Laura —añadió Korvensuo.
Elina Lehtinen callaba.
—¿Y su hija…, cómo se llama?
—Pia.
—¿Pia? Qué nombre tan bonito.
Se llevó el tenedor a la boca y Aku sintió un hormigueo frío en la piel.
—¿Así que busca usted una casa en esta zona? —preguntó Elina Lehtinen.
—Sí…, eso es. Nosotros…, voy a cambiar de trabajo. ¿Sabe si hay por aquí cerca alguna casa en venta?
—Desgraciadamente, no. Pero puedo preguntar, si quiere.
—Sí…, sería muy amable. Aunque la verdad…
Elina Lehtinen le miró inquisitivamente.
—Trabajo como agente inmobiliario…, de manera que me resultaría relativamente fácil hacer las averiguaciones yo mismo. Llamar a su puerta ha sido un gesto espontáneo, porque pensé que la casa de al lado estaba vacía… De todos modos…, sería muy amable por su parte informarse…
Elina Lehtinen callaba.
—El bizcocho está buenísimo —dijo él.
Elina Lehtinen se llevó la taza a los labios y Aku se levantó y se tiró de cabeza al agua.
—Tenga —le dijo Korvensuo, ofreciéndole una tarjeta de visita—. Por si acaso se entera usted de algo. Sería estupendo, me gusta mucho esta zona… A mi mujer y a los niños seguro que les gustaría también.
Elina Lehtinen miró la tarjeta.
—¿Tiene… su hija tiene…? Pensé que a lo mejor mi hijo… tiene más o menos la misma edad que los hijos de su hija…
—Mi hija no tiene niños.
El asintió.
—Está muerta —dijo Elina Lehtinen, y Marjatta gritó a Aku que no nadara demasiado lejos.
—Lo siento —dijo él.
Elina Lehtinen asintió.
—Hace ya mucho tiempo —añadió Elina Lehtinen.
—De todos modos…, lo siento…, no quería…
Elina Lehtinen asintió.
—Lo siento de veras —dijo él y se levantó. La titilación ante los ojos disminuyó nada más entrar en la penumbra de la casa.
Aku buceaba y Pia reía sordamente.
—Tiene usted mi tarjeta —dijo cuando estaban en la puerta. Sintió la mano de ella en la suya.
Se alejó y Elina Lehtinen cerró la puerta. La oyó echar el cerrojo y Aku buceaba y respiraba profundamente, porque había aguantado mucho tiempo la respiración.
Timo Korvensuo se subió al coche. Se imaginó cómo sería ir a casa, pero en vez de eso escogió un camino que no había hecho desde hacía mucho tiempo pero que conocía muy bien.