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Timo Korvensuo hizo una pausa a mitad de camino. Se sentó en un área de servicio y se tomó un café. Entre el movimiento de dejar el vaso de papel en la mesa y el siguiente sorbo desarrolló una especie de ritmo que le calmaba un poco.

Al final, por la noche, se había quedado dormido, pero no había sido un sueño reparador, sino repleto de sueños de cuyo contenido no lograba acordarse.

Tras el primero cogió un segundo vaso de café y empezó a pensar en cuál debería ser su siguiente paso.

Durante todo el viaje le había acompañado la idea de regresar de inmediato.

Incluso había llegado a hacerlo y había hecho veinte kilómetros en dirección a su casa del lago. Le había dado vueltas a lo que les contaría a Marjatta y los niños: Que el cliente de Turku había llamado y había cancelado la cita, sin más, que la había pospuesto. Sin fecha fija. Probablemente, Marjatta y los niños no harían preguntas, se alegrarían de su regreso.

Luego había dado la vuelta y se había puesto de nuevo en camino hacia Turku, pisando a fondo el acelerador y cerrando de vez en cuando los ojos, dejándose ir.

Durante un rato había ido contando los kilómetros que hacía.

Y ahora estaba sentado a una mesa para dos en un área de servicio mirando pasar los coches. Pensaba que aún tenía la posibilidad de elegir. Seguir hacia Turku. Regresar a casa.

O bien podría quedarse sentado en esa silla y no moverse. Sin fecha fija. Se llevaría el vaso a los labios a intervalos regulares y miraría pasar los coches.

Korvensuo sonrió ante esa idea y una mujer joven sobre la que, en ese momento, posó su mirada, guiñó los ojos, meneó la cabeza y le dio la espalda.

Poco después Korvensuo prosiguió su camino. El sol le deslumbraba, iba a ser un día caluroso.

Se imaginó a Laura y Aku saltando de cabeza al agua clara y siguió conduciendo hacia Turku a una velocidad moderada y regular.