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Aku corría, se volvía a cada rato porque estaba seguro de que le seguirían, cuando menos Laura tendría que correr detrás de él para llevarle a casa o, al menos, para preguntarle qué pretendía hacer, pero no vino nadie.

La casa estaba llena de hombres desconocidos, algunos le habían sonreído mientras intentaba averiguar qué estaban haciendo. Al cabo de un rato, los hombres habían empezado a esquivar sus miradas y a hacer como si no advirtieran su presencia.

Laura se había quedado a un lado y sonreía confundida. Su amiga se había marchado a casa. Los hombres se habían llevado el ordenador de su padre.

Su madre se había quedado sentada en el sofá junto a uno de los hombres. No había abierto la boca, no había dicho ni una palabra, se había limitado a escuchar la voz suave y tranquila del hombre, asintiendo de vez en cuando, y Aku había salido de casa sin despedirse.

Estaba en la parada del autobús. Veía aún la casa, la ventana de su habitación en la buhardilla. Llegó el autobús. Se subió a él, tenía el dinero justo para un billete hasta el centro. Se sentó en la última fila y vio pasar los barrios residenciales.

Se preguntaba por qué se habrían llevado los hombres el ordenador de su padre, sobre todo teniendo en cuenta que el mejor ordenador de la casa era el que estaba en su habitación.

Se bajó en el centro y se limitó a dar vueltas por ahí porque no tenía dinero, ni siquiera para una bola de helado. Luego se sentó en el puerto y estuvo un rato mirando a los barcos de carga deslizarse sobre el agua. Para la semana siguiente habían planeado coger el transbordador a Tallin, le hacía mucha ilusión.

Cuando llegó a casa aún estaba aparcado uno de los coches delante de ella. Le abrió la puerta Laura. Su rostro mostraba una expresión pétrea y estaba muy pálida. El hombre y su madre seguían sentados en el sofá. El hombre hablaba y su madre asentía.

Como si sólo hubieran pasado unos pocos minutos desde que se había marchado. Nadie le preguntó dónde había estado.

Subió corriendo a su habitación. Abrió la puerta de golpe y vio que su ordenador seguía encima de su mesa. Por un momento se sintió aliviado. Así que el mejor ordenador, el suyo, no se lo habían llevado.

Se sentó en el borde de la cama y empezó a hojear un cómic, tarareando una melodía.

De vez en cuando miraba por la ventana para comprobar si el coche seguía allí. El coche del hombre que estaba sentado en el salón junto a su madre.