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Timo Korvensuo seguía conduciendo. Permanecer en movimiento. Unas cuantas vueltas alrededor de la ciudad. No lograba decidirse a ir al hotel. Cenar. Ver alguna vieja película. O ir a casa de Pärssinen. Dar la vuelta en el columpio. Levantarse y reírse con el niño. Reírse a carcajadas. Despedirse. Del niño y de Pärssinen.

Al final se dirigió de nuevo hacia Naantali, volvió a aparcar el coche entre el campo y la colonia de pequeñas casas. En casa de Elina Lehtinen había luz. El campo se veía blanquecino al sol de la noche. Llamó a Marjatta para decirle que había visto la película. Marjatta estaba desconcertada.

—La bruja habla igual que Aku —le explicó él.

—¿Has ido al cine? —preguntó Marjatta.

—Quiero decir que Aku habla igual que la bruja. La imita muy bien. Díselo.

—Creí que estabas con un cliente por lo de los adosados —replicó Marjatta.

—Claro, me he reunido con él. Pero antes tuve algo de tiempo —dijo.

—¿Vuelves mañana? —preguntó Marjatta.

—Sí —contestó—, o como mucho pasado mañana.

Marjatta permaneció en silencio.

—Os echo de menos —dijo.

—Nosotros también —dijo Marjatta.

—Dile a Aku lo de la bruja, quiero decir, que la imitó muy bien… —repitió—, seguro que se alegra.

—Lo haré —dijo Marjatta.

—Y recuerdos para los dos, claro.

—Se los daré.

—Y que duermas bien.

—Tú también.

Abrió la ventanilla y oyó voces. Una voz masculina un poco nerviosa y una femenina, más tranquila y baja. La voz de Elina Lehtinen. Madre de Pia Lehtinen.

Elina Lehtinen y su visita estaban sentados en el jardín. Podía oír sus voces. No entendía lo que decían. Percibía sólo la calma en la voz de Elina Lehtinen.

Su móvil anunció la llegada de un SMS. «Aku se alegra», había escrito Marjatta.

Dejó el móvil en el asiento del copiloto y oyó cómo el hombre, el visitante de Elina Lehtinen, intentaba reprimir un grito. Elina Lehtinen se quedó callada un rato.

Luego volvió a oír su voz suave. También Pia había querido gritar. Debajo de Pärssinen.

Sólo le veía las piernas. Y los brazos. Y la bicicleta.

Se había quedado sentado en el coche mientras Pärssinen tiraba el cadáver al lago.

Le había estado mirando a través del parabrisas.

A través del parabrisas vio salir a un hombre de la casa de Elina Lehtinen. El hombre llevaba la cabeza baja.

Elina Lehtinen se le quedó mirando hasta que desapareció en el interior de la casa de al lado. Una mujer pequeña y delgada. Cerró la puerta.

Otro SMS de Marjatta. «Aku está despierto y no para de dar la lata con la bruja. Da igual, de todos modos no consigo dormir cuando no estás», había escrito Marjatta.

Apagó el móvil, arrancó el coche y se marchó. A dar vueltas alrededor de la ciudad. Unas cuantas veces estuvo a punto de tomar la salida hacia el centro, en dirección al hotel, pero siguió dando vueltas y vueltas, hasta que, por fin, al límite de sus fuerzas, entró en un aparcamiento, apoyó la frente en el volante y se quedó dormido en cuestión de segundos.